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La Poesía

La poesía vino a mí de pronto, como volando con alas de heno, sobre el agua, de
pronto tuvo notas tristes que navegaban por valles de trigo, de pronto todo tuvo un sentido de
volutas, cada color quiso decir algo, toda estación me entregó una costanera y la noche, la
noche no decía nada, solo observaba con su macro silencio el despertar del mundo en palabras
y en vez de escribir un beso, retraté el sentido de su boca en mi morada. Entonces nació el día,
la flor y las miradas, y cuando yo dije “amor” los paisajes se poblaron de tonadas y cantamos
juntos, sin temor, sobre una carta. Y las letras zapateaban al rasgueo de guitarras
conquistando con cautela una voz diminuta. De pronto tuve cuerpo de agua, ojos de invierno y
boca de sal; y vi zarpar veleros en distintas latitudes, unos más allá del Pichi Juan, otros
recorrieron un mar de mil recuerdos. Se oyó la voz de viento pregonando mi angustia y el mar
rugía nombres a plena tempestad. La vida, amor, bailaba frente a mis ojos con un traje azul y
las rosas desfilaban sus fragancias al pasar, el día tuvo un ritmo de charangos al sur del silencio
y hubo de pronto un verso dando vueltas al compás, me sentí lleno de voces y al verte… logré
despertar. De pronto parecías ir envuelta en el invierno inevitable de mis ojos, de pronto pude
ver tu cuerpo un poco más allá, de miel, de musgo, de rosa e incluso fuiste tan frágil como
copa de cristal. Luego cayó el amor sobre tu rostro y la luz que llegó a tus mejillas confirmó el
sentir de tu mirar, sembré entonces versos a pleno paroxismo, no llegó el miedo a detener mi
gallardía, solo seguí andando con mi tinta en tus caderas describiendo una belleza de blancas
vestimentas, eras tú mi medio día, mi crepúsculo y la luz oscura de la tempestad. Trajo el amor
consigo sus maletas y fue guardando en los cajones sueños, poesía y paz, más tarde acomodó
su simetría en los caminos, por la lluvia, cuando cantan como en canon los goterones y
descubren la perfecta desnudez del mar. De pronto anduve ebrio de naturaleza por el sabor
vegetal de los paisajes, destilando el agua viva, saboreando el esencial deseo de las flores
como avispa al clavel. Amé de pronto el color rojizo de las rosas y tembló de susto el sueño
mineral de la platería, como lágrimas pendiendo del Cáucaso o coral y vine caminando por el
viento descubriendo algo que llaman libertad.

Luis Emilio Recanoz.-

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