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RESPONSABILIDAD JUDICIAL
¿Qué es?
Es la satisfacción de los intereses, que busca los mecanismos legales y judiciales, para
prestar un servicio con las calidades debidas, ajustadas al respeto de los derechos
inalienables de las personas y su manera de colectivizar con las demás personas. De esta
manera es una relación entre ciudadanos en términos de las libertades humanas, que
conlleva la responsabilidad de administrar justicia, en busca de principios como la
equidad y la justicia (Vanegas Bernal, 2010).
Es una responsabilidad que recae en el estado y obliga a los operadores jurídicos
a resolver los conflictos, acorde a un sistema judicial preexistente y a los fundamentos
que en derecho preexisten para los mismos; conllevando las interpretaciones subjetivas
de un sistema, a un ámbito de aplicabilidad particular y concreto de cada caso; que en
teoría debe ir ajustado a todo el ordenamiento (Vanegas Bernal, 2010).
RESPONSABILIDAD POR LAS ACTUACIONES DEL PODER JUDICIAL.
SERVICIO PÚBLICO
Según el Art. 11.9 CR., que el Estado será responsable por error judicial, retardo
injustificado o inadecuada administración de justicia, violación al derecho de la tutela
judicial efectiva, violación de principios y reglas del debido proceso. El efecto de la
sentencia condenatoria que sea revocada o reformada conlleva a que el Estado repare el
daño al perjudicado y declarada la responsabilidad por dichos actos se repetirá el pago en
contra de ellos. Hablamos en todos estos casos de la responsabilidad del Estado por la
prestación de un servicio público en la esfera judicial (Moreno, 2016)
Por tanto, del contenido de la norma constitucional citada y normas del Código
Orgánico de la Función Judicial existen los siguientes casos: error judicial, inadecuada
administración de justicia y error inexcusable.
Error Judicial.
En todos los casos enunciados a más de la existencia del error judicial en el
pronunciamiento judicial debe demostrarse la existencia de una vulneración de un
derecho en relación directa al daño físico o moral, evaluable económicamente y una
relación de causalidad entre el error y el daño indemnizable. Lo que significa y para todos
los casos, que la reparación del daño debe ser integral, es decir, incluye tanto el daño
emergente como el lucro cesante e inclusive el daño moral (Castillo Iglesias, s/f).
Inadecuada administración de justicia o funcionamiento anormal del servicio.
Cabe señalar que la regla general es que la administración de justicia debe ser
completamente normal en cuanto a su funcionamiento, caso contrario se causa daño,
debiendo el Estado reparar el mismo.
Es así que si el servicio público de la administración de justicia no funciona
eficientemente, puede ser anormal, entonces estarían ante un funcionamiento ilícito y por
ello precisamente los errores; entran en el concepto del funcionamiento anormal del
servicio incluido en esa esfera: la falta oportuna de actuación por carencia de personal, el
funcionamiento tardío del servicio, marcha inadecuada, irregular, lenta de los
procedimientos judiciales; reiteramos, a más de la negligencia o inadecuada lentitud del
juzgador, también aborda las intencionadas dilaciones de la marcha del procedimiento
atribuible a los órganos auxiliares de la administración de justicia: la falta de personal,
exceso de trabajo y pérdida de las causas (Moreno, 2016).
Error inexcusable.
El error inexcusable por parte de quien lo cometió requiere que dicho error haya generado
perjuicio, daño o lesión a una de las partes dentro del juicio, pero además que exista
relación de causa-efecto entre el error inexcusable de la persona física –Juez– y el daño
sufrido por el particular litigante; por tanto, el perjudicado deberá demostrar que el error
fue determinante en la decisión, en el sentido que generó el perjuicio. En el Ecuador el
“error inexcusable”, es causal de destitución del servidor judicial –juez– a través de un
procedimiento administrativo sancionador (Moreno, 2016).
RESPONSABILIDAD LEGISLATIVA
La regla general es que la responsabilidad venga generada por actuaciones, hechos u
omisiones realizadas por la Administración Pública (en adelante, “la Administración”).
Sin embargo, debe entenderse que en un Estado social de derecho todas las ramas del
poder público son susceptibles de imputación por los daños antijurídicos que ocasionen
a los asociados. Por ende, se puede señalar que también existe responsabilidad derivada
de las actuaciones u omisiones que realice el órgano que representa la rama legislativa
del poder público (García, A & Leiva, M, 2012).
La irresponsabilidad del Estado por los daños causados por la legislación ha sido
admitida durante mucho tiempo como un dogma. En efecto, desde la Revolución
Francesa, la ley adquirió la connotación de ser la mayor representación de la voluntad
popular y, por ende, la manifestación más alta de la soberanía del Estado, razón por la
cual resultaba inadmisible responsabilizar al Estado por los eventuales daños que se
ocasionasen como consecuencia del ejercicio de la función legislativa (García, A & Leiva,
M, 2012).
La obligación de reparar daños causados por la actividad estatal en principio se
predicaba exclusivamente de las lesiones patrimoniales causadas por la Administración,
entendida esta como poder ejecutivo. Sin embargo, a partir del siglo XX comienza a
admitirse la posibilidad de que el Estado esté obligado a reparar los daños ocasionados
por actuaciones u omisiones imputables a las ramas legislativa y judicial. La negativa a
admitir que la función legislativa produjera daños es común a la mayoría de los
ordenamientos jurídicos, y a este respecto no hay diferencias notables entre la ley civil y
la ley común, toda vez que estos sistemas jurídico políticos se fundamentan en el principio
de la soberanía parlamentaria, apasionadamente defendido por las revoluciones burguesas
de los siglos XVII y XVIII, el cual terminaría por convertirse en uno de los pilares del
Estado clásico liberal (García, A & Leiva, M, 2012).
Adicionalmente, la generalidad y abstracción de las disposiciones legislativas
dificultaba la caracterización de los perjuicios de ella derivados como especiales o
particulares, únicos daños que en los albores de la teoría de la responsabilidad
extracontractual administrativa podían ser objeto de reparación. En concordancia con lo
anterior, existía el planteamiento según el cual, cuando en ejercicio de su poder soberano
el legislador expide una ley que reemplaza o modifica otra, no viola la ley existente ya
que esta situación únicamente implica el ejercicio normal de las prerrogativas del poder
público; así, si el legislador es el autor de las normas es incomprensible sostener que la
ley pueda transgredir el derecho; solo puede violar el derecho aquel funcionamiento u
organismo que tiene a su cargo la función de ejecutar la ley, pero no quien tiene la función
de crearla. Se creía que el legislador se encuentra en la cúspide de la pirámide jurídica y
que, por ende, la actividad normativa del mismo se erige como la base del ordenamiento
jurídico razón por la cual era inconcebible que el Estado se viera obligado a reparar un
daño causado debido al ejercicio de esta autoridad. Prueba de ello es el principio del
derecho público anglosajón según el cual el rey no puede cometer error, principio
expresado en el axioma “the king can do not wrong” (García, A & Leiva, M, 2012) .
A pesar de la consistencia teórica y la razonabilidad de los argumentos esgrimidos
como fundamento de la irresponsabilidad, existen en la actualidad razones de valor
indiscutible que permiten sostener la existencia de un régimen de responsabilidad del
Estado-legislador. En efecto, con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, la
generalización del control de constitucionalidad de las leyes en la mayoría de los
ordenamientos jurídicos, por una parte, y por otra la creciente expedición de leyes
singulares que afectaban a un número concreto e individualizado de ciudadanos significó
la quiebra de los presupuestos sobre los cuales descansaba la inmunidad del legislador.
Pero la ruptura de tales supuestos no se produjo de manera simultánea, ni significó
necesariamente la admisibilidad generalizada de la responsabilidad del Estado-legislador.
Cabe destacar que el primer reconocimiento jurisprudencial de la responsabilidad del
Estado-legislador se produjo en Francia en 1938, cuando aún esta nación no había
admitido el control de constitucionalidad de las leyes (García, A & Leiva, M, 2012).
El hecho perjudicial fue producto de la expedición de una ley singular la cual
causaba perjuicios exclusivamente a un particular, entonces, el control de
constitucionalidad no es un requisito sine qua non para el reconocimiento de la
responsabilidad por el ejercicio de la función legislativa, y como bien señala la
doctrina13, “la conexión entre las teorías del control de constitucionalidad y de la
responsabilidad del legislador es, cuando menos, problemática pues no toda declaratoria
de inconstitucionalidad implica responsabilidad estatal, ni todo reconocimiento de la
responsabilidad del legislador tiene como requisito la previa declaratoria de
inconstitucionalidad de una norma”. La responsabilidad del Estado-legislador se
configura cuando con una actuación u omisión del órgano legislativo se crea un daño
antijurídico a los asociados, es decir, se impone una carga superior a la que el sujeto debe
soportar. En el caso particular de las normas jurídicas, no importa si estas son
inconstitucionales o acordes con la Carta Política, o si no existe norma (omisión
legislativa absoluta), o si existe, pero esta se encuentra incompleta (omisión legislativa
relativa): lo único relevante es que la actuación u omisión del legislador cree un daño
antijurídico a los asociados. Lo anterior permite afirmar que el daño antijurídico nacido
de las actuaciones u omisiones del legislador se presenta cuando la norma jurídica sea
constitucional o no por el Tribunal Constitucional o se presente una omisión en el
desarrollo de una función atribuida por la Constitución o mandato de autoridad con
competencia para hacerlo (García, A & Leiva, M, 2012).
En todo caso, para que se dé el título de imputación en referencia se requiere que
dicho daño sea antijurídico. En los casos donde se hable de norma inconstitucional, para
que proceda la condena al Estado-legislador se requiere que dicha norma sea declarada
inconstitucional por el Tribunal Constitucional competente, salvo que el juez contencioso
administrativo aplique la excepción de inconstitucionalidad y ello le permita imputar
dicho daño antijurídico al Estado. No es la inconstitucionalidad de la norma jurídica, sino
el daño que esto genere, lo que se le imputa al Estado por su función legislativa. En
aquellos casos donde el órgano legislativo ejerce control político, solo responderá
patrimonialmente en la medida en que dicha actuación sea permisiva ante una eventual
acción u omisión dañosa contra los asociados. En este caso, el órgano legislativo responde
solidariamente junto con la autoridad con la que fue permisivo en el ejercicio del control
político (García, A & Leiva, M, 2012).
La Constitución Ecuatoriana promulgada el 20 de octubre de 2008 prescribe en el
art. 11.9 que la responsabilidad estatal consiste en la reparación de las violaciones a los
derechos por la falta o deficiente prestación de servicios públicos o por acciones u
omisiones en el ejercicio de potestades públicas, reparación que es integral conforme el
principio garantista de protección los derechos previsto en el art. 86 inciso 3 (Mogrovejo,
2009).
Según lo expuesto en los artículos antes mencionados cabe recalcar que el
compromiso del Estado ecuatoriano para con sus ciudadanos posee una gran valorización
y en el tema de una naturaleza jurídica abarca una evolución de responsabilidad amplia
que se encamina desde la concepción civil de indemnización a la concepción reparadora
integral y desde los denominados títulos jurídicos de imputación objetiva; es decir, falla
o negligencia en el servicio al desequilibrio de las cargas públicas.
Tratándose de la irresponsabilidad pública en el antiguo régimen el autor español
Luis Ortega Álvarez siguiendo al profesor Leguina, refiere que:
Una primera etapa se constituye el período en el cual rige el principio de
irresponsabilidad de los poderes públicos. Esta irresponsabilidad es el producto del
arrastre histórico de un principio consagrado en la etapa medieval y acuñado en la fórmula
inglesa the king can do not wrong, que se refuerza en el período del absolutismo, bajo la
regla del princeps legibus solutus (Mogrovejo, 2009).
Actualmente la responsabilidad civil indemnizatoria subjetiva y objetiva dentro
del Derecho civil se ha conceptualizado a la responsabilidad como el deber de indemnizar
económicamente por el incumplimiento de obligaciones, cuya fuente puede ser un
contrato –responsabilidad contractual– o un ilícito que causa un daño –responsabilidad
extracontractual–, que puede ser subjetiva cuando se basa en la culpabilidad del agente u
objetiva cuando, por las connotaciones del daño, no se considera la culpabilidad.