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Cahiers du monde hispanique et

luso-brésilien

La narrativa paraguaya desde comienzos del siglo XX


Hugo Rodríguez Alcalá

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Rodríguez Alcalá Hugo. La narrativa paraguaya desde comienzos del siglo XX. In: Cahiers du monde hispanique et luso-
brésilien, n°14, 1970. pp. 51-77;

doi : https://doi.org/10.3406/carav.1970.1754

https://www.persee.fr/doc/carav_0008-0152_1970_num_14_1_1754

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La narrativa paraguaya

desde comienzos del siglo XX

PAR

Hugo RODRÍGUEZ-ALCALÁ
University of California-Riverside

« ... La experiencia generacional inmediata


es, indudablemente, la circunstancia del Colegio
Nacional, que los nuclea en el doble carácter
aludido g la del Instituto Paraguayo, que
— ambos — sirvieron de factores
conglutinantes, aunque en el fondo estuvo mug presente el
elemento catastrófico de la guerra, no ga
demasiado reciente en el tiempo, pero aún mug
candente en el espíritu de estos hombres, hasta el
punto de constituir la experiencia real... Fue
ésta la que motivó el quehacer generacional,
esto es, la elección del problema de la
generación, que fue la necesidad imperativa de la
afirmación de la nacionalidad, la recreación de
la conciencia colectiva ante el peligro reciente
de desintegración representado por la guerra...
En consecuencia postularon un nacionalismo
que se resolvió estéticamente en fórmulas
románticas, dando origen asi al guía como
prototipo ideal : el héroe. Muy bien dice Amaral
que Juan E. O'Learg (,1879) g Manuel
Domínguez (1869-1935) hacen sugo el « culto de los
héroes... en una necesaria contraposición
dialéctica... » refiriéndose al antagonismo con otro
integrante de la generación, Cecilio Báez (1862-
19*1).
Rubén Bareiro Saguier.

Conviene adoptar un nuevo método para estudiar el origen y


desarrollo de la narrativa paraguaya. Esta narrativa se inicia en
la primera década del siglo XX, estos es, cuando el recuerdo de la
guerra de la Triple Alianza tiene carácter obsesivo. El método que
propongo consiste en comparar el impacto de esa guerra sobre la
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mentalidad paraguaya con el de la Secesión sobre el alma sudista,


porque en el Paraguay y en el Sur norteamericano se produjeron
fenómenos espirituales de analogías sorprendentes. Por esto creo
que el método comparativo se justifica. Por lo menos intentaré
demostrarlo.
El tema exige la extensión de un libro para su cabal
desenvolvimiento (')• Aquí me limitaré a subrayar algunas similitudes que,
a mi juicio, son las más sugestivas. Esto nos ayudará a comprender
mejor el nacionalismo paraguayo del 900 con su apasionada revisión
del pasado, su culto de los héroes y su miopía (o su ceguera) en lo
que mira a la cuestión social de aquella época.
Debe agregarse que el lenguaje romántico del nacionalismo nove-
centista ha de explicarse primariamente no como manifestación de
asincronismo de la sensibilidad paraguaya sino más bien como
vehículo expresivo adecuado a una peculiar situación espiritual
suscitada por la catástrofe nacional de treinta años antes. Dicho de
otra manera, el Zeitgeist paraguayo del 900 exhibe como factor
decisivo de su índole, una circunstancia histórica muy especial,
para cuya intelección el sincronismo o el asincronismo cultural son
categorías en cierto modo secundarias. El lenguaje romántico, con
su exaltación, su patetismo, su tendencia idealizadora, etc., era, si
se permite la imagen, el instrumento musical más apropiado para
modular los sentimientos de un alma dilecerada por la derrota y
ansiosa de restañar sus heridas.
Espero que gracias a la comparación del Paraguay de entonces
con el Sur postbélico se nos ilumine esto último con claridad
meridiana.
El pasado obsesionaba en el Paraguay del 900. De ahí que la
literatura fuera ante todo una historiografía de clamoroso afán reivin-
dicador, agresivamente nacionalista, para lanzar un mentís al
vencedor, y una poesía y una narrativa de tema heroico, por un lado, o
de idealización idílica y sentimental, por otro. En ciertos casos,
se combinaba lo heroico, lo idílico, lo sentimental. Una literatura
crítica de la realidad presente no era « oportuna ». El alma nacional
tenía desgarraduras profundas necesitadas de urgente cura, se ha
dicho, como para poder atender a dolores actuales. Además, los
dolores de antes eran los de hoy. Por esta razón, un relato que
glorificara a un héroe del pasado — el mariscal López o los mártires
de Humaitá — ; un relato cargado de exaltación romántica que
ofreciera una imagen consoladora por el esplendor de su grandeza moral,
iba a interesar más que el actual « dolor paraguayo ».

(1) En un trabajo en preparación, estudio este interesante fenómeno


estableciendo tres etapas de su manifestación en las dos sociedades.
LA NARRATIVA PARAGUAYA DEL SIGLO XX 53

Pasemos ahora a bosquejar la comparación entre el Paraguay y la


ex Confederación del Sur. ¿ Qué aconteció en esta última tras la
rendición del General Lee en Appomattox en 1865 ? « Durante
treinta años » — escribe Richard M. Weaver — « la atmósfera
estaba tan llena de sentido de tragedia y de frustración, que al
sudista le era imposible tener una visión normal de ninguna
cosa » (2). El Sur vivía con los ojos fijos en el pasado, la guerra y la
derrota, obseso por el espectro de los caídos por « la Causa Perdida ».
Surgió entonces el culto de los héroes, y la llamada ancestor
worship consistió en un como ponerse de espaldas al futuro, de hinojos
ante el pasado. El hoy era el ayer y el ayer el hoy en la vasta tierra
vencida, aún al llegar el nuevo siglo, a treinta y cinco años de la
debacle. Un gran novelista cuya niñez transcurre en esa atmósfera
de obsesiones — Thomas Wolfe — pinta un vivido cuadro de la
época. En The Web and the Rock, George Webber y un grupo de
amigos van a Richmond, antigua capital de la Confederación, en los
primeros años del siglo. El motivo de la visita es un partido de
fútbol. Los personajes de Wolfe pasean por las calles de la ciudad y,
simultaneamente, no ven una sino dos ciudades : la de 1864 y la
de 1900. El general Grant está a las puertas de Richmond; el general
Lee se atrinchera a veinte millas de distancia, en Petersburg;
Lincoln, que ha venido de Washington ansioso de noticias, las espera
en City Point...
En otro escritor sudista, William Faulkner, se nos presenta
también esta extraña manera de sentir el tiempo, en virtud de la cual
el pasado no muere nunca. En rigor, el pasado ni siquiera es pasado
porque el ayer y el hoy, inextricablemente entretejidos, constituyen
algo como una sola dimensión temporal. Now is then, and then is
now : ahora es entonces, y entonces es ahora (3). Faulkner nos
hace ver algo aún más revelador acerca de la actitud del alma
sudista, a los efectos de la comparación que nos ocupa : el pasado
heroico convierte el presente en algo desagradable. De aquí que en
el Sur, de los dos componentes inextricables que constituyen la
intuición del tiempo, se prefiera el primero.
¿ No sucedía en el Paraguay algo semejante ? ¿ No obsesionaba el
pasado heroico hasta el punto de no ser pasado sino uno de los
componentes del hoy novecentista ? ¿ No había también en el
Paraguay una ancestor worship, un culto de los héroes, que debía

(2) Ver « Agrarianism in Exile », Sewanee Review, LVIII, 1950, pág. 587.
(3) Ver Louis D. Rubin, « Southern Literature : The Historical Image », en
el libro South. Modern Southern Literature in Its Cultural Setting (New York,
1961), págs. 29-47.
54 C. de CARAVELLE

persistir con fervor no disminuido hasta nuestros días, los del


centenario de la Epopeya ?
En el Sur el culto de los héroes se concentraba en dos grandes
figuras : Lee y Jackson. Y en casi todas las casas sudistas, en marcos
dorados, los retratos de estos muertos venerados miraban desde su
gloria la melancolía de los vivos. (El general Lee murió en 1870, el
mismo año que el mariscal López). « Durante cincuenta años » —
afirma Douglas Freeman — « la tradición confederada fue la más
poderosa influencia política y social en el Sur » (4) .
En el Paraguay el impacto de la gloriosa derrota ha sido y es acaso
más traumático y profundo. Hoy, en 1969 se leen como noticias de
actualidad, digamos, las crónicas que día a día publica en La
Tribuna el gran historiador Efraím Cardozo, acerca de los sucesos de
1869...

Hay otra similitud importante que merece ser meditada con las
reservas mentales del caso : los vencedores del Sur proclamaron
que la guerra de 1861 a 1865 había sido un conflicto entre libertad
y esclavitud. Contra esta tajante afirmación se irguieron con
energía, en prolongada polémica, los vencidos. Frank Lawrence Owsley
(1890-1956), por ejemplo, la rechaza, a mucha distancia en el
tiempo, como simplista y errónea. El Norte, arguye Owsley, cuyos
motivos eran en rigor otros que el abolicionismo, utilizó con fines
políticos un shibboleth de origen no político y con él dio
justificación de prestigio universal a la cruzada de liberación. Pero en el
fondo, la guerra fue una lucha no por el noble fin a todos los
vientos proclamado, sino por el equilibrio de poder entre las dos
secciones de la nación (5) .
Los revisionistas paraguayos — insistamos en la similitud de
actitudes y demos por sobreentendida toda diferencia — desde 1900,
dicen algo parejo : la guerra de la Triple Alianza no fue una cruzada,
no fue para liberar de un tirano a un pobre pueblo bárbaro. Fue
cosa distinta. Ese tirano, por otra parte, era un patriota sublime;
ese pueblo era el más feliz, el más próspero, el más progresista de
la América Latina.
La paz que siguió a la guerra de 1861 a 1865 fue una paz cruel en
que el Norte emprendió la conquista intelectual del Sur pugnando
por imponerle sus ideas de vencedor. Este tenía el dominio de la

(4) L. D. Rubin, op. cit., págs. 32-33.


(5) « The Irrepressible Conflict » en el libro I'll Take My Stand (New York,
1962), pág. 84.
LA NARRATIVA PARAGUAYA DEL SIGLO XX 55

ex Confederación empobrecida y desmoralizada. Los niños de las


escuelas sudistas tenían que aprender ahora que la guerra de sus
padres con el Norte había sido un conflicto entre la luz y las tinieblas,
la verdad y la mentira, la libertad y el despotismo. De igual manera,
la historia de la guerra de 1864 a 1870, la escribieron primero los
vencedores.
Y al Paraguay vencido le tocó reaccionar, como al Sur vencido,
en protesta contra una interpretación enemiga de su historia. Demos
la palabra al citado historiador sudista para que nos hable como en
nombre de los dos pueblos derrotados : « Pero un pueblo no puede
vivir bajo la condenación y sobre la filosofía de sus vencedores.
O deberá finalmente despreciar la condenación y la filosofía de los
que fulminan aquélla o imponen ésta, o su alma habrá de
perecer » (6).
El Sur tomó, en defensa de su ser, el primer partido. A la
condenación del Norte respondió con una afirmación exaltada de sus
valores. El Sur era la tierra de la caballerosidad y de la galantería,
de la civilización más refinada — de la mejor tradición romana, la
simbolizada en Cincinato, y de la mejor de Inglaterra — opuesta
a la del duro Norte, industrial y deshumanizado.
Leamos ahora en W.J. Cash esta descripción de la literatura
sudista de la Reconstruction :
... lo que realmente hallamos en la literatura de la era de la
Reconstrucción es, en su aspecto dominante, una propaganda. Sus novelas, sus
estampas y cuentos, son esencialmente panfletos; sus poemas son hojas
sueltas relativas principalmente al Viejo Sur, enderezados primariamente
al propósito de glorificar aquel Viejo Sur — ala elaboración de la leyenda,
y a la convicción tanto del pueblo sudista como del resto del mundo de
la verdad de aquella leyenda en su totalidad. Su tono es definidamente
polémico y forense... (The Mind of the South, New York, 1942, pág. 146.)
¿ No parece W.J. Cash estar describiendo no sólo la literatura
sudista de la era de la Reconstrucción sino también la literatura
nacionalista paraguaya de las primeras décadas del siglo ? Ese tono
polémico, forense, de los vindicadores del Sur, ¿ no es el de, por
ejemplo, Manuel Domínguez en sus « Causas del heroísmo
paraguayo » o en El Paraguay : sus grandezas g sus glorias ?
¿ Podía entusiasmar, en el Paraguay de a comienzos del siglo, una
literatura de crítica social, de denuncia de injusticias y miserias
de la hora presente ? Si esta literatura no podía entusiasmar ni
influir en aquel tiempo, ¿ era ello debido a una actitud conserva-
durista de lo político-social — como se ha afirmado — o a una nece-

(6) Ibid., pág. 66.


56 C. de CARAVELLE

sidad de embellecer la imagen de lo paraguayo ? No demos una


respuesta tajante porque rara vez las cosas humanas son sencillas
y transparentes. Digamos, sí, que en aquella época — y después —
fue una vital necesidad exaltar lo nacional merced a una glorificación
del pasado.
... Queremos — decía Domínguez — que el Paraguay abatido se levante,
se enderece y camine, recordándole lo que fue y lo que en realidad es...
Y hemos de evitar el escollo en que se estrelló la psicología etnológica,
guiados [nosotros] por un criterio infalible. Este criterio infalible es
la historia... Conste, en fin, que con la antorcha de la historia,
intentaremos alumbrar el abismo de nuestra alma colectiva (7).
Pero, se argüirá ¿ y el presente ? Pues el presente y el pasado
estaban tan inextricablemente entretejidos que, si había que hacer
literatura sobre « la realidad nacional », el pasado, parte actual de
ésta, resultaba más grato. Y no sólo más grato : parecía más útil.
De aquí que entre Cerro Corá y los Yerbales como temas de
literatura, se prefiriera Cerro Corá. Era mucho más hermoso. ¡ A preferir
entonces lo hermoso y cerrar los ojos para lo deprimente, pues para
levantar el sentimiento nacional era ante todo menester « sepultar
las mentiras » de los vencedores !
Y así como en el Sur se glorificó la civilización confederada, su
refinada aristocracia, la superioridad humana del sudista como
hombre de estirpe ilustre y de modales y conducta caballerescos, en
el Paraguay, Domínguez, en subtítulos de los escritos citados arriba,
nos sintetiza su prédica exaltadora : « La más alta nobleza de
España en el Paraguay... El Paraguayo era superior al porteño, al
criollo y al español »; « El paraguayo es astuto... La naturaleza :
el aire, el agua, la luz »; « El país más sano del mundo »; « El
Paraguay era superior a los aliados en todo sentido » ; « El Paraguay
guerrero : caso único en la historia universal. » (8) ¿ Era Domínguez
sincero o insincero, veraz o inverecundo, candoroso o ladino ? No
viene al caso averiguarlo aquí. Más interesa, sí, comprender que el
pueblo que lo escuchaba tenía la necesidad de sentirse ahora capaz
de levantarse, enderezarse y caminar.
La evocación del heroísmo sublime de Estero Bellaco, Curupaity,
Lomas Valentinas, Cerro Corá, tal como la hacían los nacionalistas
del 900, lo deslumbro. Detrás de ese deslumbramiento había otras
cosas. Había un « mecanismo defensivo ». No se quería mirar en
torno a sí, ni acaso dentro de sí, sino sólo hacia ese pasado que

(7) El Paraguay : sus grandezas g sus glorias (Buenos Aires, 1946), pág.
116-117.
(8) Véanse los escritos « Causas del heroísmo paraguayo », en El alma de la
raza (Buenos Aires : 1946), págs. 17-39, y el libro citado en la nota n° 7,
págs. 49-231.
LA NARRATIVA PARAGUAYA DEL SIGLO XX 57

embellecía el presente con fulgores de gloria. El pasado, visto con


pupila vindicativamente idealizadora y con voluntad de superar el
dolor recóndito, debía llenar la pantalla de las almas como, en un
teatro oscuro, el haz de luz sostenido del proyector suscita sobre el
cuadrángulo blanco las fantasmagorías de un film de fascinadora
tensión dramática. No se veía más que eso. La realidad circundante
perdía interés para aquellos ojos ávidos del épico espectáculo.
De aquí que la Historia devorara a la literatura, para usar una
expresión de Josefina Pía.

LOS INICIADORES.

Los iniciadores de la narrativa paraguaya fueron tres


extranjeros : José Rodríguez Alcalá, argentino, (1883-1958); Martín de
Goycoechea Menéndez, otro argentino, cordobés de origen (1877-
1906) y un español, Rafael Barrett (1874-1910). El hecho es por sí
significativo.
Cuando el primero de los nombrados publica Ignacia, en 1905,
la primera novela conocida escrita en el país, un crítico imbuido en
el ambiente historicista de la época, aconseja al aprendiz de escritor
que se inspire, no en lo contemporáneo, sino en el pasado.
Rafael Barrett protesta contra el consejo : « Lucio Orfilio se
lamenta de que Alcalá lo vea todo tan negro; saca en consecuencia
que el joven escritor debe haber sufrido mucho, y le dice :
abandona esa horrible realidad, fielmente retratada en tu novela.
Dedícate a la historia : nobles figuras encontrarás en el pasado dignas
de tu jugoso y hábil pincel. Haznos sonreír y soñar, en vez de
darnos tristeza y miedo » (9).
Y vale la pena transcribir lo que Barrett agrega más adelante :
Resulta injusto echar en cara a Rodríguez Alcalá que le interesen los
dolores actuales. Resulta excesivo declarar la realidad asunto sin
importancia. ¿ Se teme ver la poesía convertida en procedimiento fotográfico ?
No. La realidad y la belleza son íntimamente enemigas... El artista,
esclavo a veces de la realidad en la lucha por la conquista del pan, es
siempre soberano de ella por el pensamiento... Lejos de copiar, rompe
con altivo desdén el tosco modelo, y su cincel orgulloso, empujado por
la idea, hiere infatigablemente el bloque bárbaro. Zola, el gran romántico,
no es grande por haber calcado la verdad, sino por haberla desfigurado,
haciendo de ella lo que jamás es : un poema... > (10) .
En la página siguiente, Barrett insiste en su rechazo de la
historia como tema literario :

(9) « A propósito de Ignacia », Obras completas de Rafael Barrett (Buenos


Aires, 1943), pág. 579.
(10) Ibid.
58 C. de CARAVELLE

El comentador de Alberdi [Mariano L. Oleros], hábil casamentero,


guiña el ojo a Alcalá y le muestra los apergaminados encantos de Doña
Historia. Alcalá mira a la vieja empolvada, pasada de moda por
definición; adivina bajo el miriñaque de los siglos el vientre arrugado;
escucha la boca sin dientes chochear interminables disparates
candidatos a certidumbres, y protesta : Esta hembra no es para mi. Quiero
cuerpos y no sombras, gritos y no ecos, esperanzas y no recuerdos, hijos
y no padres. Quiero lágrimas y sudor auténtico, cóleras y angustias que
claven en mis entrañas sus garras vivas. No quiero sacar novelas de la
historia, sino hacer historia con mis novelas. ¿ Por qué ? ¿ Por qué el
peral se empeña en dar peras, aunque le supliquemos que dé manzanas ?
Alcalá es hombre del minuto que corre, y no hay medio de hacerle
volver la cabeza hacia atrás. Periodista honrado, cree igenuamente que
la literatura moraliza. Le urge redimir el mundo. Hay que dejarle, señor
Olleros. Soportemos sus hermosas páginas, empapadas en el fugitivo y
formidable hoy » (H).
La defensa de Barrett es como un manifiesto literario; es un
verdadero documento histórico que nos ilumina el espíritu de la época.
He aquí, en efecto al escritor del hoy paraguayo del Novecientos;
al autor de « El dolor paraguayo » de la primera década del siglo,
predicando que la realidad actual y no la de ayer debe ser tema de
los que piensan y escriben. Y he aquí a un escritor de veintidós
años que en 1905 realiza su primero — y último — ensayo de ficción
novelesca.
A este escritor, sin embargo, de nada le valió el estímulo de
Barrett, el lúcido y veraz narrador que vivió entre paraguayos
algunos años dolorosa y heroicamente creadores.
El otro argentino, Martín de Goycoechea Menéndez, por el
contrario, atinó espontáneamente con el tema generacional del 900 al
entrar en la órbita intelectual del grupo. Goycoechea, recién llegado
al Paraguay en 1901, estuvo desde un comienzo a tono con la época
y fue más papista que el Papa en el seno de una generación de hero
worshippers.
O'Leary nos cuenta la historia de la aparición de Goycoechea en
Asunción, y cómo éste se convirtió en su discípulo para dominar
mejor el tema : « Primero se devoró todos mis libros y papeles
sobre la guerra inicua » — cuenta O'Leary — « y después oyó de
mis labios todo cuanto necesitaba saber, los detalles íntimos, los
hechos aislados que escapan a la historia, las explicaciones que
aclaran los misterios... » (12).

(11) Ibid., págs. 679-580.


(12) Ver el prólogo al libro de Goycoecha Menéndez, Guaraníes, edición de la
Revista Americana de Buenos Aires, Afio XVI, n°* 183-184, julio-agosto 1939,
pág. 17.
LA NARRATIVA PARAGUAYA DEL SIGLO XX 59

El éxito del poeta argentino, metido a narrador paraguayo, fue


inmenso. Nadie en el Paraguay lo ha leído sin estremecerse — nadie
lo lee hoy ni acaso lo lea mañana y siempre sin estremecerse —
cuando nos relata la última noche del mariscal López en Cerro Corá :
— .../ Soldados del Í4 / — dijo el mariscal. — / Cuatro pasos al
frente !
Y avanzaron quince hombres, semidesnudos, con el fusil terciado, la
frente altiva.
El guerrero los contempló un momento, y luego ordenó :
— / Soldados del 43, a revistarse !
Cuatro soldados se destacaron de la línea. No quedaban más. Los
cuatrocientos que faltaban al regimiento, dormían el buen sueño de la
calma infinita en el fondo de los esteros, bajo las ruinas de los pueblos
entre los fosos de las trincheras.
Aquellos cuatro hombres se perfilaron entre la noche, firmes, solemnes,
rígidos.
— / Soldados del 46 ! •— continuó el mariscal.
Y avanzó una sola sombra. Algo de inmenso flotaba sobre ella. Ese
hombre llevaba la bandera.
— / Soldados del 40, a la orden de revista I — mandó aquel amo de
pueblos.
Y sólo le respondió la noche, con los vagos sollozos de la selva... O3).
Goycoechea Menéndez hará escuela. Nadie entonces lo supera en
el tema épico. Pero él no sólo cultiva el relato épico sino también el
de contenido costumbrista, de personajes campesinos idealizados
en el escenario de una naturaleza esplendorosa. En « Guaraní »,
María es hermosa, casta, limpia, hacendosa. Sus pretendientes son
dos mocetones no menos admirables. Cirilo la ama con deliquios
románticos y Mateo, no menos apasionado que su rival, es un
heroico cazador de tigres... Salpicada de palabras guaraníes y de
pintorescos detalles folklóricos, la historia de María, Cirilo y Mateo
deleita al lector de 1900 — y de después.
Y esto no sólo — repitamos — por asincronismo en materia de
sensibilidad literaria; no sólo porque los paraguayos del 900 sigan
siendo románticos. Esto también sucede porque los héroes ficticios
de Goycoechea halagan el prurito de dignificación nacional en el
pueblo vencido.
Ahora bien, cuando Rafael Barrett, que sin duda es más artista
que Goycoechea, narra cuentos de miseria, de luto y de dolor
actuales y presenta un cuadro verídico pero deprimente de la vida
paraguaya, la reacción de sus lectores es muy distinta. Y no sólo la del
hombre de la calle, sino muy principalmente la de los mayores
talentos de la época. En el parangón que establecen O'Leary y

(13) Op. cit., pág. 68.


60 C. de CARAVELLE

Domínguez entre Goycoechea y Barrett, la palma se la lleva el


primero. Para Barrett « no existía nuestra leyenda » ; le faltaba « la
facultad evocadora del pasado », dirá Domínguez (14). « Barrett era
un puro cerebral » — dirá O'Leary... « [que] veía nuestras cosas
con ojos huraños de europeo y de enfermo », al paso que Goycoechea
escribió « páginas maravillosas... evocaciones magníficas de nuestra
historia... páginas de un sano optimismo, que han de fortificar
siempre nuestra fe en los destinos de nuestra raza. » En suma : «
Goycoechea era la salud triunfante, la juventud avasalladora, un canto
viviente a la esperanza. Barrett era la tristeza reconcentrada, la
amargura vencedora, la derrota de las más caras ilusiones... »
etc. (»5).
Barrett, cuya reputación de cuentista se funda hoy en sus treinta
y seis Cuentos breves, hizo excelente « narrativa » aun cuando se
proponía hacer periodismo o ensayo y no otra cosa. Sus dotes de
narrador eran, en efecto, notables. Demos un ejemplo. Entre los
artículos de « El dolor paraguayo » figura una pieza digna de
consideración. Se titula « Magdalena. » Este artículo es, en rigor, un
cuento; un cuento fantástico con un fondo de superstición popular
y con la presencia sobrenatural de la Magdalena bíblica. La cual,
más de una vez, se aparece a unos músicos y los interroga en
guaraní : « ¡ Yo soy ! ¿ Qué necesitáis de mí ?» Y los músicos
intérpretes de la canción entonces famosa — « Magdalena » —
aterrorizados por el fantasma, suprimen la canción de su repertorio.
El publicista ruso Rodolfo Ritter (1864-1946), radicado en el
Paraguay desde 1902, negó — dato interesante — que en el país
existiese cuestión social. Barrett, a quien esta cuestión preocupa
más que ninguna, le salió al paso :
A las costureras de blanco se las paga en Asunción tres pesos papel
por una docena de camisas de hombre. El comercio lucra el 500 o 600
por ciento. Harto estoy de escandalizarme del sueldo de los peones de
estancia, condenados a la ruda faena del rodeo y del lazo, pasándose días
en ayunas y al sol : ¡ veinte pesos, ocho francos al mes ! Y los obrajes,
los quebrachales, los yerbales... He denunciado al público, en 1908, que
15 000 paraguayos son esclavizados, saqueados, torturados y asesinados
en los yerbales del Paraguay, de la Argentina y del Brasil. Nadie
manifestó el menor afán de verificar los hechos y remediar tanta infamia.
Ni el gobierno cívico ni el radical se ocuparon del asunto. El único
ciudadano — / ironías de la suerte ! — que se dirigia a las autoridades
— vanamente — reclamando ayuda para los parias del Alto Paraná...

(14) « Rafael Barrett », en Estudios históricos y literarios (Asunción, 1956),


págs. 193-194.
(15) El citado prólogo, pág. 13.
LA NARRATIVA PARAGUAYA DEL SIGLO XX 61

era Monseñor Bogaría, a quien oí decir en broma una vez : « Lo que


necesitan aquellos infelices es que les visiten unos cuantos
anarquistas » 06).
Barrett, empero, predicaba en el desierto. ¿ Por qué —
insistamos por última vez — sus contemporáneos del 900 tuvieron oídos
sordos a sus denuncias y por qué la literatura barrettiana no
interesó al paso que la de Goycoechea Menéndez tuvo entonces y después
una prolongada influencia, directa o indirecta ?
Josefina Plá ha ofrecido una descripción, digamos, de la actitud
novecentista. El medio estaba — según la ilustre escritora — «
extasiado en la autocontemplación conservadurista. » (17) Nos parece
exacto eso de la autocontemplación extática. En cuanto a lo del
conservadurismo de esa actitud espiritual, a la luz de la ya dicho,
sin rechazarlo de plano, nos parece que es sólo un aspecto de la
compleja situación vital de la época.
No olvidemos lo que acontecía en el Sur norteamericano : a los
sudistas les era imposible una visión normal de las cosas. Algo
parejo debió de suceder a la generación de 1900, incluso a los
hombres a quienes disgustaba el nacionalismo agresivo de la época, por
juzgarlo dispuesto a comulgar con ruedas de molino, y nocivo para
la cabal regeneración del Paraguay. Lo que resulta evidente, sí, es
que los hombres de la época, en tanto que ciudadanos, cerraron los
ojos a la realidad sórdida de su tiempo y en tanto que hombres de
letras (al menos dos de los más influyentes) prefirieron a Goycoechea,
no a Barrett, como mejor intérprete de lo paraguayo. La cuestión
social no era « el tema del tiempo, » o, mejor dicho, la crítica de lo
paraguayo no era viable, ya como « objetiva » revisión histórica
nacional, ya como escrutinio severo de los males actuales.
Debían pasar los años para que fructificara la semilla barrettiana.
En 1922 — a doce años de la muerte de Barrett — Domínguez dicta
cuatro conferencias sobre problemas nacionales. En ellas señala
aspectos crueles de la cuestión social del Paraguay, de « este país
que se está muriendo desde hace rato ». Esto constituye una
verdadera evolución en el campeón de la causa nacionalista. ¿ Qué le
acontece al Paraguay ? ¿ Por qué ha decaído ? La historia nos dice lo que
fue cuando estuvo en forma. A la luz de la historia — siempre la
historia, se entiende — hay que buscar los medios de devolverle la

(16) Obras completas..., págs. 360-361.


(17) « La narrativa en el Paraguay de 1900 a la fecha », Cuadernos
Hispanoamericanos (Madrid, n° 231, marzo 1969), pág. 641. Los conceptos de «
conservadurista », « conservadurismo », tienen en el Diccionario de la Academia a un
sentido español-peninsular estricto. Aquí los tomamos en sentido no
nacionalmente español sino en otro más amplio, aún más que los conceptos ingleses
conservative y conservatism.
62 C. de CARAVELLE

salud. Entre los que señala como más eficaces, subrayemos dos : la
reforma agraria y el trabajo obligatorio. Y es entonces cuando
concibe un nuevo tipo de héroe, un héroe moderno, actual, « que
después de realizar el gran programa agrario, lo llamara a O'Leary, por
ejemplo, y le dijese : « Cantor de las glorias nacionales, podemos
entendernos. Patria es recuerdo ciertamente, pero también es
esperanza. Y si tú, con haber escrito nuestra Epopeya, eres el evocador
de los recuerdos nacionales, yo, con haber elevado el número de los
propietarios de 20.000 a 200.000, personifico su esperanza. No hay
patria sin gloria — convenido — pero tampoco hay patria sin
hogar » (i»).
¡ Por fin la realidad actual se convierte en cuestión palpitante para
un hombre del 900 extasiado en la contemplación de las glorias del
pasado !
Pero han transcurrido ya doce años desde la muerte de Barrett y
veintidós desde la polémica entre O'Leary y Báez.
En suma : a comienzos del siglo la narrativa paraguaya se inicia
con dos corrientes o tendencias dispares : la nacionalista,
romántica e idealizadora, con Goycoechea; y la critica y de denuncia social,
con Rafael Barrett.

Las dos corrientes de la narrativa.

No creo que se haya subrayado con claridad suficiente el hecho de


que la literatura narrativa fundada por Goycoechea tiene una
evolución a lo largo de la cual vemos surgir escritores de afinidades muy
marcadas aunque estas afinidades acaso resulten inadvertibles para
muchos de ellos. Casi todos estos escritores son topistas, es decir, su
nacionalismo finca su máximo orgullo histórico en la figura del
mariscal López, el héroe máximo. Pero no todos son topistas. No lo
ha sido nunca Teresa Lamas de Rodríguez Alcalá. Su familia, sin
embargo, no es « legionaria. » Todo lo contrario : sus dos abuelos
murieron juntos, a poca distancia el uno del otro — pura
casualidad — el mismo día de una gran batalla de la Epopeya, en defensa de
su patria. Pero ella y J. Natalicio González — glorificador del
mariscal — y Concepción Leyes de Chaves, no menos entusiasta del caído
en Cerro Corá, hacen una literatura de signo similar. Un prurito
idealizador de cariz afín embellece a sus personajes y el ambiente en que
éstos se mueven.

(18) La traición a la patria y otros ensayos (Asunción, 1959), pág. 10.


LA NARRATIVA PARAGUAYA DEL SIGLO XX 63

Teresa Lamas de Rodríguez Alcalá (1887- ) gana el primer


premio del concurso de cuentos de El Diario en 1919. El relato
premiado se titula « Vengadora. » Su escenario son las trincheras de
Curupaity; su heroina, la señora de Bazarás, madre de un oficial a
las órdenes del General Días, el vencedor de la gran batalla. Pero la
heroina es también madre de un « legionario » a quien ésta descubre
entre los atacantes. La madre, de un tiro de fusil, mata al hijo
traidor. He aquí en síntesis el argumento, sin mención de circunstancias
atenuantes.
Otro cuento premiado de la misma autora se titula « Combate
singular en Curupaity. » Es también de 1919. La atmósfera épica,
la exaltación romántica, la tendencia idealizadora en ambos relatos
son de muy clara filiación. En sus Tradiciones del hogar — dos tomos
uno de 1921 y otro de 1928 — y en La casa y su sombra (1954) la
« tradición » familiar y el relato de fondo histórico o de cariz
folklórico, manifiestan la persistencia de una sensibilidad, de una
mentalidad afines a la de Goycoechea.
En J. Natalicio González (1897-1966), discípulo de O'Leary y
heredero del culto del mariscal López, la afinidad con la tradición
heroica, folklórica y costumbrista de Goycoechea es palmaria. Sus
narraciones juveniles, Cuentos y parábolas (1922), y su novela, La
raiz errante (1951), lo revelan.
En la novela Taua-i (1941) de Concepción Leyes de Chaves
(1889- ) la dama patricia Da. Juana de Espínola, guarda en su
arcón o carameguá, con más orgullo que los pergaminos de su
rancio linaje, un documento con la firma del mariscal López en que el
caudillo agradece a su esposo ya difunto, « su espontánea
contribución a los gastos de la guerra... » (19).
La dama linajuda de Tava-i tiene las virtudes ejemplares y el
orgullo nacional (y de estirpe) muy semejantes al de las matronas
de Tradiciones del hogar. En Elisa Lynch (1957), cuya protagonista
es la compañera del mariscal, el culto topista convertido en
apostolado patriótico a comienzos del siglo, se hace vasta e interesante
novela histórica.
La tradición nacionalista continúa en Historia de una familia,
novela escrita por la hija de la recién nombrada autora. Ana Iris
Chaves de Ferreiro divide su novela en cuatro partes. La acción
transcurre a lo largo de ochenta años. Las nombradas partes se
titulan respectivamente : « Joao. 1870-1885 »; « Reinaldo. Hasta 1912 »;
« Alcide. Hasta 1932 » y « Juan José. Hasta 1950. » Esta familia la
funda una pareja brasileña llegada a Asunción a la terminación de la

(19) Véase Tava-i (Buenos Aires, 1954), pág. 19.


64 C. de CARAVELLE

guerra de 1864-1870. La primera generación es antilopista. Luego


la familia crece en dos ramas, una paraguaya y otra argentina. Un
como leitmotiv de la novela es la figura del mariscal López y el sobre-
cogedor episodio de su muerte con el grito de « ¡ Muero con mi
patria ! ».
En la novela hay tres escenarios : un pueblecito, en el Brasil;
Asunción, en el Paraguay; y, en la Argentina, Buenos Aires. El único
escenario que falta es el uruguayo. La novela está escrita con la
persistente obsesión de la guerra de la Triple Alianza, y es expresión de
un inveterado nacionalismo (20).
Esta narrativa que llamamos nacionalista, dando al término
suficientemente expresivo de por sí el sentido específicamente paraguayo
que hemos tratado de definir más arriba, ha evolucionado intraf
Tonteras, según locución favorecida por Josefina Plá. Y lo ha hecho como
una especie vegetal en un clima que le fuera propicio — demasiado
propicio — y excluyente de otra u otras variedades. En efecto :
el ambiente del país es nacionalista en exceso o, mejor dicho,
el nacionalismo se concibe en el Paraguay de una manera
estrecha, que no tolera formas de patriotismo diferentes de
la imperante, aunque en aquéllas el amor a la patria pueda ser tanto
o más intenso, en ciertos casos, que el que se expresa en exaltados
panegíricos de la raza, de su tradición, de sus costumbres, de su
paisaje, etc.
Creo haber ofrecido una justificación histórica que hace bien
plausible el nacionalismo paraguayo en la época de su formulación. Pero
también creo que, al cambiar las circunstancias históricas, y cuando
el país derrotado pero glorioso de 1870 es el país victorioso de 1935,
la necesidad del nacionalismo intransigente del 900 se vuelve
cuestionable. El « mecanismo de defensa » resulta ya extemporáneo : la
segunda Epopeya ha demostrado que las reivindicadas virtudes de
la primera no sólo fueron verdaderas — contra la opinión de
adversarios de antaño — sino que han permanecido intactas a medio
siglo del desastre.
Una prolongación indefinida del tipo de nacionalismo plenamente
justificable en 1900 equivaldría, ahora sí, a una suerte de nocivo
conservadurismo, porque ahogaría la expresión de otras formas de amor
a lo nacional en su obstinado apego a una sola forma.
Ahora bien, acaso por la persistencia del tipo de nacionalismo que
juzgamos ya extemporáneo, la narrativa de crítica social — la
narrativa internacionalmente prestigiosa — surge extrafronteras y
sólo tras mediar el siglo.

(20) Ver Historia de una familia (Asunción, 1966).


LA NARRATIVA PARAGUAYA DEL SIGLO XX 65

Refuerza nuestra hipótesis el hecho de que la ficción de Gabriel


Casaccia — escrita en Buenos Aires — haya sido tachada de
antipatriótica. Algo semejante ocurrió con la de Augusto Roa Bastos,
que también reside y publica en Buenos Aires.
Ya no hay por qué temer que una literatura critica de las
condiciones intelectuales, sociales, económicas y políticas del país lleve hoy
día « a la derrota de las más caras ilusiones. » (Se recordará que fue
O'Leary quien trazó esta frase entre comillas con respecto a la
literatura de Rafael Barrett cuando hizo el elogio de la de Goycoe-
chea Menéndez). Hoy por hoy, el proscribir la crítica llevaría, por
lo contrario, a vivir de vanas ilusiones.

La narrativa critica reaparece a dos décadas de la muerte de


Barrett. « Al llegar 1930, un escritor autodidacta, Julio Correa » —
escribe Josefina Plá — « parece recoger el desafío realista-crítico de
Barrett en varios cuentos donde la intención denunciatoria se hace
sentir en el enfoque irónico de personajes y situaciones. Pero estos
cuentos fueron pocos : simples muestras de lo que el autor pudo
haber hecho de haber perseverado en esta línea. » (21)
Durante la guerra del Chaco (1932-1935), ocasión muy propicia
para un examen a fondo de la realidad nacional precisamente
porque la gravedad del conflicto obligaba a una toma de conciencia
enérgica capaz de trascender las inhibiciones suscitadas por una
prolongada presión colectiva sobre el escritor, sólo Arnaldo Val-
dovinos (1908) y José Villarejo (1908) publican novelas sobre la
guerra. El primero, Bajo las botas de una bestia rubia (1933) y
Cruces de quebracho (1934). En estas dos obras el elemento crítico
es limitado. El escritor mira la realidad menos « hermosa », tal
como un desfile de reclutas que, enfermos o no, habrán de ir al
frente; pero no se decide a hacer un escrutinio sistemático.
Hasta en ciertos detalles lingüísticos Valdovinos se muestra
respetuoso en exceso de las convenciones literarias : sus
personajes, por ejemplo, emplean el tú y no el vos rioplatense, lo cual
priva de resonancia auténtica a sus diálogos, por este hecho al
parecer mínimo. Vilíarejo, autor de Ocho hombres (1934), acierta
a darnos una visión más realista no en esta novela sino en los relatos
cortos de Hoohh lo saigoby (1935).

(21) Op. cit., pág. 642.


66 C. de CARAVELLE

Vicente Lamas (1900- ) concibe en los años de la guerra un


relato excelente, « El abogado », pero su intención no es « crítica »
ni « realista »; o, mejor dicho, es más « mágico-realista » que
realista-mágica. El protagonista tiene fe absoluta en su escapulario;
cree que éste lo hace inmune contra la metralla. La creencia
supersticiosa llena todo el cuento como una atmósfera fantástica.
Pero la contienda victoriosa con toda su crueldad, su tragedia y
su heroísmo iba a acelerar el proceso de autoencuentro nacional,
pese a las perplejidades y altibajos del Paraguay de la post-guerra.
Un nuevo teatro, una nueva poesía y una narrativa de mayores
exigencias se incuban durante y después del conflicto a lo largo de
la cuarta década del siglo.
Gabriel Casaccia (1907- ) publica su novela Mario Pereda
en 1940; sus libros de cuentos, El Guajhû y El pozo en 1938
y 1947, respectivamente. El escritor reside en Buenos Aires, como
se dijo. Y en esa metrópoli puede concebir, a la distancia y libre de
coacción ambiental, la obra que le otorgará merecida fama : La
babosa, dada a la estampa en 1952.
Augusto Roa Bastos (1917- ), que desde los treinta años vive
en Buenos Aires en expatriación forzosa tras la guerra civil de 1947,
publica El trueno entre las hojas en 1953. Siete años después,
también en Buenos Aires, su obra maestra : Hijo de hombre.
Algo parejo acontece en el caso de José María Rivarola Matto
(1917- ) que en 1952 publica El follaje en los ojos, novela que
tiene por escenario los yerbales y el río Paraná.
Vale la pena concentrar la atención sobre los dos primeros
escritores porque en ellos se advierte con mayor claridad la reacción
contra el espíritu que informaba la literatura de su patria. Muy
diferentes en cuanto a sensibilidad y estilo, Casaccia y Roa Bastos
tienen en común algo decisivo : son ambos entrañablemente
paraguayos y coinciden en la repulsa del afán idealizador de la realidad
paraguaya. Ambos viven sólo físicamente en el extranjero; su obra
es, por ello, como un prurito de convertir una residencia parcial en
la tierra nativa, en residencia completa.
¿ Puede establecerse una comparación entre la literatura crítica
del Paraguay de los años cincuenta y la de los sudistas de los años
veinte ? Si esto es posible, se verá la persistencia de fenómenos
humanos semejantes en sociedades afectadas por una experiencia
histórica similar.
W.J. Cash, en su ya citado libro The Mind of the South, nos
describe la reacción producida en el Sur contra la literatura de defensa
y glorificación « seccionales » hasta entonces dominante. Un grupo
LA NARRATIVA PARAGUAYA DEL SIGLO XX 67

de escritores entre los que figuran Thomas Wolfe, Caldwell y


Faulkner encarna esta reacción iconoclasta llevando las cosas hasta el
extremo de profesar algo como un odio al Sur. « En realidad » —
arguye Cash — « odiaban al Sur mucho menos de lo que decían y
pensaban. » (22) Esto es fácilmente comprensible a la luz de lo que
fue « el amor amargo > de los hombres del 98 español, para verificar
un fenómeno afín en el mundo hispánico. « Más bien » — prosigue
Cash — « lo odiaban con el odio exasperado de un amante que no
puede persuadir según sus deseos al objeto de su amor. » (23)
En rigor, los escritores sudistas de los años veinte « siguieron
siendo sudistas en sus emociones básicas. En la niñez les habían
inculcado una creencia profunda en la leyenda sudista, y un amor
igualmente profundo. » Por ello no les fue fácil deshacerse, con la
mera reflexión, de algo tan hondamente entrañado. De aquí el
conflicto entre lo que percibían en su contorno y las reflexiones
propias sobre este contorno, por una parte; y, por otra, el viejo
amor y la inveterada creencia en la leyenda. Esto explica el que
« su odio y su ira contra el Sur fuera a la par un mecanismo de
defensa contra la intima desazón creada por ese conflicto y una
especie de encarnación, al revés, del viejo sentimentalismo. » í24)
Sobre ellos, pues, gravita siempre la herencia sudista perceptible
hasta en la persistencia de la vieja retórica cuyo ímpetu, claro está,
asume formas nuevas. Estos antirrománticos del Sur quisieran
suprimir todo sentimiento o emoción en su repulsa de los excesos
sentimentales de sus predecesores. Y el resultado de este afán
demuestra que no han escapado del círculo mágico : « siguen siendo
de alguna manera muy curiosa romantics of the appalling,
románticos de lo espantoso. » Han de guardarse las debidas distancias
teniendo muy en cuenta que la comparación aquí establecida sólo
aspira señalar una similitud básica explicable por circunstancias
cuya afinidad ha sido ya señalada.

Gabriel Casaccia es un artista de sensibilidad exquisita obseso por


el recuerdo de su niñez y adolescencia. Niño y adolescente pasó
largas temporadas en un pueblecito situado a treinta kilómetros
de Asunción. Este es un lugar apacible a orillas de un lago hermoso,
el lago Ipacarai. Las casas, de amplias galerías, con patios y jardi-

(22) Ibid., pág. 386.


(23) Ibid., págs. 386-387.
(24) Ibid., pág. 387.
68 C. de CARAVELLE

nés poblados de árboles frondosos, se yerguen en el silencio como


invitando a una vida sosegada y sedante. ¿ Cómo va a evocar a este
pueblo — Areguá — el autor expatriado de La babosa ? ¿ Será un
lugar idílico al que la nostalgia le preste un agregado encanto, una
mayor hermosura rústica y apacible ?
Nada de esto. Acaso por un sentimentalismo al revés, Casaccia
lo convertirá en el escenario de lo que más odia y no de lo que más
ama. Allí pululan, inquietas y groseras, unas criaturas mezquinas,
de pasiones bajas, que hozan en la banalidad de una existencia
sórdida, vacía, inautêntica. Los siete pecados capitales han encarnado
en Areguá la más potente versión paraguaya de sus esencias
universales.
« Al escribir La babosa » — cuenta Casaccia en una carta
personal del 15 de julio de 1969 — « leía mucho a Baroja y a Proust. Hubo
dos críticos que sin tener nunguna referencia mía... señalaron la
influencia de uno y otro autor. »
Sin duda hay esas influencias y otras. Lo decisivo es, sin embargo,
que esas influencias operan sobre un paraguayo en que preexistia la
necesidad de una visión de la realidad opuesta a la de una tradición
de sentimentalismo idealizador y convencional.
Un crítico paraguayo, alarmado por el hecho de que esta visión
negativa del país se difundiría por el mundo — la Editorial Losada
se encargaría de ello —, juzgó a la novela como algo peor que
antipatriótico : « Se trata de algo mucho más grave, que el engaste de
una que otra expresión injuriosa al sentimiento patrio; se trata
nada menos que del clima total de la novela; clima antiparaguayo
y antipopular y agregaríase antihumano de depravación. Ni siquiera
el suave paisaje de Areguá con el lago a sus pies para zambullir la
luna, con su dulce loma subiendo de rodillas hasta la iglesia, que
alza al cielo refulgente su torre como manos que se unen sobre el
pecho en la oración; ni el aire triste de jardín abandonado de sus
calles y arboledas montando guardia frente a los chalets
desiertos... » (25)
Este crítico no dejaba de tenar alguna razón : el Areguá real no
es horrible como la pinta Casaccia. Pero, precisamente merced al
hecho de no ser real sino inventado, el escenario de la novela asume
su enorme poder de sugestión. Necesitaba el artista dramatizar su
odio a los vicios de su país y, como ni aún en Buenos Aires podía
escapar de su obsesivo Areguá, lo transformó en caldeado
purgatorio para que allí hirviera la gusanera de las bajas pasiones objeto
de su sátira.

(25) La Tribuna, Asunción, 28 de julio de 1953.


LA NARRATIVA PARAGUAYA DEL SIGLO XX 69

¿ No será Casaccia, como los sudistas de Cash, un antirromántico


que debe ejercer por reacción dialéctica muy explicable en la
dinámica del espíritu, un « romanticismo » si no de lo espantoso, de lo
sórdido ?
En la patria del culto de los héroes, en efecto, surgen con La
babosa los antihéroes. Se alegará que Casaccia vive en una época
literaria de proliferación de antihéroes; que en sus autores
favoritos, — Mauriac o Dostoyevski, por ejemplo — pudo haber
aprendido a mirar las zonas sombrías del alma humana. Concedido. Pero
siempre que no se excluya de estas alegaciones el dato fundamental
antes indicado : en nuestro autor es innegable una reacción contra
una manera de sentir y de expresar la vida de su nación, y esta
reacción adquiere en sus circunstancias concretas un sentido de
carácter propio y original. En suma, ese furor antiidealizador y
antisentimental responde concretamente a una « manía »
idealizadora y sentimentalizadora a la que hay que arrancarle la máscara.
El blanco favorito de los más furiosos dardos de Casaccia en
La babosa, en La llaga y en Los exiliados es el coyguá. No existe
un estudio del coyguá como, por ejemplo, del pachuco mexicano o
del roto chileno. El coyguá es algo distinto. Puede encontrárselo en
la universidad, en el foro, en las altas esferas políticas. Es el
campesino que nunca pierde el pelo de la dehesa. Avecindado en la
ciudad, educado por ella, aspira al ascenso social. Acaso deba
agregarse que, dentro del tipo campesino, es una variedad especial,
porque huye del campo quién sabe si por carecer a nativitate de las
virtudes esenciales de éste más que por laudable afán de superación.
Por lo menos, en Casaccia, el Ramón Fleitas de La babosa y el
Gilberto Torres de La Haga (que reaparece en Los exiliados), son
individuos groseros, abúlicos que, incapaces de tesón e idealidad, aspiran
torpemente al éxito, literario el uno, pictórico el otro. Los dos
sueñan su sueño de gloria desde su incurable pereza raigal mientras
esperan, parasitariamente, que otros — el suegro o la querida —
les den la « oportunidad, » merced a la cual despertarán sus
talentos aún no apreciados por el vulgo...
La prosa de Casaccia, como bien la caracteriza Josefina Plá, es
« opaca, sin chispeo ni atractivo formal; una prosa funcional, en la
que el diálogo, reducido a sus módulos escuetos, se inserta sin
embargo, exacto y anatómico, como el pie en la propia huella. » (26)
Este aserto es tan atinado que lleva en sí más de una implicación
digna de subrayarse. He aquí, a mi juicio, la más importante : la
prosa narrativa de Casaccia es así no porque él sea incapaz de otra

(26) Op. cit., pág. 647.


70 C. de CARAVELLE

menos opaca o, si se quiere, de una elocución positivamente «


brillante. » En su juventud, bajo la influencia de Valle Inclán, probó,
en El bandolero (1932), que un tipo de prosa muy distinto del de
su madurez le era accesible. Debió de sentir más tarde, por
consiguiente, la necesidad de cambiar de estilo para ajustarlo a la índole
de los personajes que iba a satirizar.
Sus coyguás, en efecto, y el mundo coyguá en que estos viven
inescapablemente inmersos, exigían esa prosa « opaca, sin chispeo
ni atractivo formal. » Esta prosa en sí, ya se exprese en ella el
narrador, ya sus personajes, constituye en ambos casos un factor de
sugestión poderoso, una como tela deslucida en que se ha de arropar
el alma coyguá, radicalmente exenta de toda elegancia y
refinamiento. Hay, pues, un arte sui generis en esta prosa no artística.
Moralista, nuestro autor no vacila en « herir el sentimiento
nacional » aun en zonas más protegidas por la patriotería ambiente. Cosas
que se dicen en el Paraguay desde hace tiempo, no por escrito, sino
de viva voz — porque la patriotería es severísima con la « expresión
literaria » pero tolerante con las opiniones orales y privadas —
Casaccia las grita por boca de sus personajes. En el capítulo XV
de Los exiliados hallamos un diálogo muy sugestivo entre dos
actitudes paraguayas : la de los que creen que la verdad desnuda sobre
lo nacional hay que decirla aunque duela, y la de los que prefieren
callarla, evitarla o vestirla con atavíos patrióticos. La primera
actitud podría simbolizarse en Cecilio Báez y Justo P. Prieto; la segunda,
se identifica con el nacionalismo ya tantas veces aludido.
« ... nosotros los paraguayos somos sumisos por herencia a las
autoridades prepotentes y mandonas. Esa parte de indio que tenemos nos ha
hecho obedientes y respetuosos a las órdenes y al látigo. Desde el
dictador Francia hasta ahora siempre nos han estado gobernando con
riendas y dándonos patadas en el... »
Uno de los interlocutores, alarmado, reprocha a quien así se
expresa :
— ¿ Por qué hablas así, Seca ?... Ne tenes que decir eso de nosotros
aquí en la plaza, donde cualquier argentino puede oírte.

A lo que responde el aludido con ira :


— No me da vergüenza, porque es la pura verdad. Siempre nos han
estado mandando dictadores y tiranuelos, y nosotros, como « güeyes »,
mansamente agachamos la cabeza y arrastramos la carreta, desde donde
nos picanean. Dejan el Gobieno ellos y sus compinches, y se pasean por
las calles de Asunción como si tal cosa, y hasta saludan sonrientes a sus
victimas... Y a nadie se le revuelve la sangre, no digo para sacar el
revólver y pegarles un tiro, sino para escupirles en la cara...
IA NARRATIVA PARAGUAYA DEL SIGLO XX 71

Más adelante, el mismo personaje crítico del carácter nacional,


declara :
— Nosotros los paraguayos somos todos unos envidiosos, cuanto más
']... está uno más se alegran los otros.
Y veamos cómo reacciona quien poco antes le había reprochado :
— Vos, Secú — saltó Belisario — , siempre hablando mal de los
compatriotas. No pareces paraguayo... Sin darte cuenta te estás volviendo un
legionario.
(Adviértase lo significativo de la acusación : criticar a los
paraguayos es ser traidor, porque los legionarios que combatieron en
las filas enemigas durante la guerra de 1864-1870 enriquecieron el
léxico nacional con el odioso sinónimo.)
Y no menos significativa es la indignación del increpado. Todo lo
va a tolerar éste en lo que mira a « bromas » de un amigo, excepto
que se niegue su patriotismo, el cual patriotismo es sentido en
íntima relación con el viejo « complejo de derrota » que hemos
señalado tanto en el Sur de los Estados Unidos como en el
Paraguay :
— No vuelvas a decir eso, Beli, porque me voy a enojar de verdad.
No hay en todo el Paraguayo más lopizta que yo. Si apareciese un nuevo
mariscal López para conducirnos a una guerra revanchista, yo sería el
primero en ponerme a sus órdenes. De modo que no soy ni argentinista
ni legionario... Haceme bromas de cualquier cosa, Beli, menos sobre mi
paraguayidad (págs. 226-28-29).
La discusión sobre qué sea el patriotismo — el verdadero y el
falso, el bien entendido y el mal entendido — es, como bien se sabe,
secular en todas partes. En la literatura inglesa, el Dr. Samuel
Johnson, según nos cuenta su incomparable biógrafo, ha hecho una
declaración muy citada : Patriotism is the last refuge of a scoundrel, « el
patriotismo es el último refugio del picaro. » Y Boswell se apresura
a explicar la aparente paradoja. La famosa frase es del 7 de abril
de 1775. En la literatura española del 98, el patriotismo de un Una-
muno, de un Baroja, de un Azorin, etc., no se ha entendido siempre
bien. Así lo dice — y muy bien — Pedro Lain Entralgo en el
capítulo V de La generación del noventa y ocho (Buenos Aires, 1947) :
La miopía de los que se obstinan en hacer interpretaciones gruesas del
pasado ha construido... una inducción tan rápida como errónea : tan
agria repulsa de vida española — piensan y dicen — no puede poceder
sino de una... hostilidad contra España misma. A esa burda o maligna
tesis polémica conviene oponer otra, menos tosca y más acorde con la
verdad : los mozos del 98 critican con literaria ferocidad la vida española
circunstante, pero esa critica feroz — el adjetivo es del propio Azorin —
tiene como supuesto su entrañable amor a España (pág. 91).
72 C. de CARAVELLE

Esto debería aplicarse en verdad a los sudistas de los años veinte


y a cuantos grupos generacionales o a individuos aislados, surgidos
en circunstancias afines, y con voluntad de verdad y perfección,
reaccionan contra un Establishment intelectual, social y político en
sus respectivas patrias, siempre que no nos hallemos en presencia de
evidentes — y esporádicas — perversiones de sentimiento humano
tan entrañable como es el de la patria.
La « crítica feroz » del autor de La babosa y de Los exiliados
arraiga en ese « amor amargo » que Lain Entralgo estudia
pormenorizadamente en el quinto capítulo de su libro.
A Casaccia, moralista a quien le duele el Paraguay como a Una-
muno España, le obsede escarmentar los vicios y corruptelas de su
país tales como se manifiestan en la vida privada — en La babosa — ,
principalmente. En las dos novelas posteriores, La llaga y Los
exiliados, se advierte este mismo prurito, aunque ahora la sátira se
endereza también contra la vida pública, es decir, contra las
corruptelas políticas. No hay en nuestro autor la pasión del hombre de
partido, afiliado a esta o aquella bandería. Como moralista de
amplias miras, ve el mal esté donde esté, y lo denuncia.

En Augusto Roa Bastos la preocupación paraguaya se pone de


manifiesto de una manera exasperada. Roa es un humanitarista de
izquierda, no un moralista puro. La exacerbación de ese
humanitarismo le hace ver el Paraguay como un vasto campo de
concentración en que la sevicia de los guardias se cebase en los prisioneros.
(Uno de sus personajes describe a su país como « una vasta y lóbrega
zanja en la que sólo pululaba la gusanera de las conjuras; una grieta
pequeña y estéril en la corteza del mundo, en la que nada podía
fructificar : ni la vida ni la muerte. ») (Ver « El pájaro mosca »,
en Moriencia, Caracas, 1969, pág. 148.)
Casaccia es un anti-retórico, como su admirado Baroja. Abomina
de los escritores de « bien cortada pluma, » que profesan un
casticismo artificial. (« No sé a qué venía lo de pluma bien cortada » —
dice barojianamente irónico en una carta — « cuando ya se usaba
la máquina de escribir. ») Roa ha ido torciéndole el cuello al cisne
hasta lograr una expresión cada vez más sobria; pero al revés que
Casaccia, trabaja su prosa con una decidida y triunfante voluntad
de pulimento. El poeta se venga del prosista que lo ha sustituido con
un contrabando de metáforas del que, felizmente, el prosista se
incauta sin destruir.
LA NARRATIVA PARAGUAYA DEL SIGLO XX 73

Casaccia no escribe relatos como « La excavación » o « La


rebelión. » Elige las formas cosuetudinarias, diríamos, de manifestarse
los vicios que censura. Roa prefiere situaciones extremas. De aquí
la truculencia de sus ficciones. Agreguemos que, al multiplicarse las
situaciones extremas en la sucesión de sus relatos, parecen
consuetudinarias.
¿ Es más exagerado Roa que Casaccia ? A primera vista, sí. Pero
sólo a primera vista. Téngase en cuenta que el humanitarismo de
izquierda de Roa impulsa a nuestro escritor al maniqueísmo. Los de
arriba son opresores y malos; los de abajo, oprimidos y buenos.
Ahora bien : la ira de Roa se atempera, en cierto modo, al hablar
de los buenos. Se hace compasión. En Casaccia, por el contrario,
nadie o casi nadie se escapa de la sátira. Hay compasión en el autor
de La babosa; pero lo que más se ve es la censura. Por esto podemos
decir que ambos son igualmente exagerados bien que cada uno tenga
su peculiar manera de serlo.
Casaccia analiza la psicología de personajes sólo ejemplares por
su peculiar manera de no ser ejemplares. En el hombre abúlico,
vanidoso, resentido y frustrado, hombre sin ninguna altura moral,
el moralista estudia las zonas inferiores del alma de su pueblo,
precisamente porque lo que más quiere escarmentar es lo que a este
nivel encuentra su crítica aniquilante. Roa es ante todo un poeta
para quien todo suceso se le convierte en símbolo, y en quien —
insistamos — el arte tiende a expresar el contraste entre el bien y el
mal, o mejor, entre el mal y el bien, con violenta acentuación de
aquél y patética y dolorosa presentación de éste. Ejemplo de esta
tendencia se observa en Hijo de hombre, en que mandones y
negreros son de una crueldad atroz, al paso que los Macario, los Gaspar
Mora, los Casiano y los Cristóbal Jara llevan su cruz con un heroísmo
y una magnanimidad extraordinarias.
Solía Eliseo Vivas disertar a menudo sobre la función binaria del
arte. Desde su cátedra de Wisconsin repetía que el arte debe ser
gozado como arte y usado normativamente en cuanto exprese, por
contraste del bien el mal, o por mera acentuación de este último, el
mundo mejor en que queramos vivir. Pues bien : esa acentuación del
mal la hallamos casi sin contraste en Casaccia; pero en Roa existe
ese contraste, maniqueísticamente logrado. Por ello he dicho que
la « ira » de ambos, diversamente expresada — diferente el tono,
diferente la perspectiva y diferente el énfasis — , resulta, bien
mirada, parejamente « feroz. » Y es que de formación y de
promociones distintas, a estos dos expatriados del Paraguay les duele su país
y reaccionan contra lo que en él odian con un « romanticismo de lo
espantoso » suscitado por más de un motivo común.
74 C. de CARAVELLE

Tanto Casaccia como Roa se proponen, en efecto, descubrir la


realidad paraguaya y pintarla sin componendas con un mal
entendido nacionalismo idealizador que, como el avestruz, esconde la
cabeza bajo el ala. Los dos pugnan por mostrar lo real porque a
fuerza de idealizaciones la visión de sus compatriotas se había
vuelto irreal.
Oigamos a Roa hablar de los escritores de su país después de
1870 :
... Durante más de medio siglo, sobre [la] poesia nacional flotó la
funeraria atmósfera de las « nenias » que habían llenado de costumbre la
memoria de los poetas, más que de impulsos de una auténtica vivencia.
Algunos escapaban hacia el proferimiento épico o la celebración
amatoria, hacia la pintura de idílicos paisajes, de escenas bucólicas, no
menos inautênticas, imitados de tendencias y modos que llegaban con
un atraso de épocas enteras, si es que no se complacían en la
reconstrucción arqueológica y retórica de los mitos raciales y nacionales,
mistificándolos. Los poetas, la literatura paraguaya en general, habían perdido
el sentido de su realidad porque su contorno histórico y social se había
vuelto irreal.
Leamos ahora con especial cuidado el siguiente párrafo en que
sin duda Roa alude a sí mismo y a quienes como él sentían la repulsa
incoercible de la chatura y de la mistificación :
Y como sucede en estos tramos baldíos de ruptura o esterilidad, faltos
de apoyo de una viviente tradición, [otros] no tuvieron más remedio
que evadirse hacia lo exótico, en un doble exilio del propio ambiente
— que los rechazaba — y de sus esencias — que se habían vuelto
inaferrables — ; un doble exilio de su tierra misma, que no pocos
completaron trasponiendo sus fronteras, algunos para nunca volver (27).
¿ Qué debía hacer el hombre de letras una vez libre de las
presiones del medio ? Roa nos lo dice con meridiana claridad :
Había que reencontrar los módulos perdidos y restablecer las
condiciones esenciales excavando en la espesa capa de convencionalismos, de
falsedades, de tabúes, de la tierra muerta, en fin, que se habían acumulado
sobre sus manantiales. Y esto sólo se podía lograr mediante un lento,
arduo, tenaz empeño en reajustar el ritmo casi detenido de esa literatura
al ritmo del desarrollo de la literatura de América, sacándola de su
marasmo, reavivando sus atrofiadas fuentes de creación (28).
En la espléndida ficción de Roa se advierte el violentísimo prurito
de reencontrar la realidad. Su sátira tiene la furia de quien a golpes
de pico hiciese saltar una losa con inscripciones sacrilegas de sobre
una tumba sagrada.

(27) « La poesía de Josefina Pía », Revista Hispánica Moderna, Vol. XXXII,


1966, pág. 60.
(28) Ibid.
LA NARRATIVA PARAGUAYA DEL SIGLO XX 75

¿ Falsifica Roa Bastos la verdad ? Antes de responder a esta


pregunta volvamos una vez más la mirada hacia la ex-Confederación
del Sur. ¿ Cómo reaccionó la crítica — cierto sector de la crítica —
ante la obra de Faulkner y otros grandes escritores de los años
veinte ? Los que buscaban en esos artistas un trasunto fiel del Sur
y no lo encontraron, dijeron, en síntesis, lo siguiente : « No es que
no digan la verdad; la dicen. Pero la dicen tan detalladamente que
no aciertan a decirla en perspectiva adecuada. » Faulkner y sus
colegas producen por ello un efecto chocante. Se podría comparar este
efecto como el que obtiene un pintor que, habiéndose propuesto
pintar un retrato, pintara « sólo los lobanillos, verrugas y picaduras
de viruelas. » í29)
Roa no es que falsifique la verdad con la deshonestidad de quien
quiera hacernos pasar por buena moneda la moneda falsa. Roa
exagera, sí, pero esta exageración no responde, primariamente, a un
propósito de melodramatizar sus temas. Le ocurre a él algo muy
semejante a lo que acucia a los sudistas nombrados. Esto, por una
parte. Por otra, Roa no aspira a ser un realista. Mario Vargas Llosa
nos define la postura de nuestro autor. En rigor, Vargas Llosa cita
textualmente a Roa (o lo interpreta con sus propias palabras) :
« El novelista no busca reproducir las cosas sino representarlas; no
trata de duplicar lo visible sino, principalmente, de ayudar a ver
en la opacidad y ambigüedad del mundo : no sólo en la realidad
física, sino también en la realidad metafísica; eso que, siendo reflejo
de lo real, sólo un ojo límpido, educado en la visión interior, puede
percibir. » i30)
La posición estética del escritor está bien definida y es
perfectamente aceptable a nuestro juicio. Ahora bien : no se olvide un
hecho de importancia psicológica decisiva para la asunción de esa
postura que no es exclusiva de Roa ni muchos menos : Roa
reacciona contra una manera muy diversa de concebir la obra de ficción.
Y en esa reacción hay un ingrediente personal de rechazo y
polémica que sólo se explica cabalmente cuando tenemos en cuenta que
Roa es un paraguayo crítico de una manera paraguaya de mirar (o
de no mirar, según él) la realidad. En ese rechazo polémico
sorprendemos el verdadero sentido de su arte exasperado. Este artista que
no se propone duplicar lo visible y aspira, sí, a esclarecer lo opaco y
lo ambiguo, no podría nunca ser clasificado como un realista opuesto
a los irrealistas contra quienes se revuelve. Repitamos lo dicho
más arriba : es un romántico de lo espantoso, el cual, en lo espan-

(29) Op. cit., pág. 388.


(30) Ver Caretas, setiembre 11-23, 1966, pág. 36.
76 C. deCARAVELLE

toso, ve la clave de la realidad profunda de su pueblo. He aquí lo


más radical. El que exagere o no exagere es en cierto modo
secundario. La exageración, por otro lado, sería, antes que distorsión, un
método de conocimiento, si se quiere; pero no distorsión por el
mero gusto de desfigurar la realidad.
Debe agregarse que en Roa se advierte una abierta voluntad de
afirmar la libertad del artista creador en la representación de las
cosas. En Hijo de hombre, por ejemplo, hace pasar el tren por un
pueblo real, sí, pero que no está sobre la vía férrea. Detalles como
éstos indignan a algunos lectores que exigen de la ficción el mismo
tipo de verdad exigible a tratados de geografía, historia, sociología,
etc.
De todo lo dicho se infiere, en suma, que la narrativa que
representan Casaccia y Roa, cada uno según su temperamento y sus
preferencias, obedece primariamente, a un sentimiento de « amor
amargo » tras el cual descubrimos el repudio de una literatura
anterior y la pesadumbre que les inspiran modos de pensar, de vivir, y,
sobre todo, de convivir, en su tierra nativa.

Entre los narradores que se dan a conocer en los años cincuenta


y sesenta, además de los nombrados Ana Iris Chaves de Ferreiro y
José María Rivarola Matto, hay que mencionar a Josefina Pía
(1909- ), Jorge R.Ritter (1914- ), Carlos Garcete (1922- ),
Mario Halley Mora (1924- ) y a los poetas José Luis Appleyard
(1927- ), Rubén Bareiro Saguier (1930- ), Carlos Villagra
Marsall (1932- ) y Francisco Pérez Maricevich (1937- ).
Juan F. Bazán (1900- ) y Reinaldo Martínez (1908- ), por
otra parte, se han esforzado en presentar la vida campesina con
sensibilidad y estilo diversos de los antes nombrados, el primero ya
antes de 1950.

Lecturas : Además de los libros mencionados en el texto del


capítulo, se recomiendan a continuación los de los siguientes
autores : Carlos Zubizarreta, Los grillos de la duda (cuentos),
Asunción, 1966; Juan F. Bazán, Del surco guaraní (novela),
Buenos Aires, 1949; Carlos Garcete, La muerte tiene color
(cuentos), Buenos Aires, 1958; Reinaldo Martínez, Juan Bareiro
(novela), Asunción, 1957; José Luis Appleyard, Imágenes sin
tierra (novela), Asunción, 1965; Carlos Villagra Marsal, Man-
cuello y la perdiz (novela), Asunción, 1965; Juan R. Ritter,
LA NARRATIVA PARAGUAYA DEL SIGLO XX 77

El pecho y la espalda (novela), Buenos Aires, 1962; Josefina Pía,


La mano en la tierra (cuentos), Asunción, 1963; Mario Halley
Mora, La quema de judas, Asunción, 1965. El último libro de
Augusto Roa Bastos, especie de antología de sus relatos :
Moriencia, Caracas, 1969.

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