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Quintín Lame muestra en su libro “Los pensamientos del indio que se educó
en las selvas colombianas” cómo un pensamiento fundamentalmente
indígena, planteado con base en la naturaleza y en la relación del hombre
con la naturaleza, puede persistir, puede ser claro, bajo el ropaje, por un
lado, de la religión católica y de la filosofía tomista y, por el otro, de la
política tradicional de los partidos en Colombia. El trabajo de Fernando
Romero: Manuel Quintín Lame: El indígena ilustrado, el pensador
indigenista. Pereira: Editorial Papiro, 2005) expone la validez del
planteamiento de Quintín Lame no solamente para los indígenas, sino
también para la sociedad nacional, en lo que tiene que ver con la relación
educación-naturaleza.
Desde la zona de Silvia su padre avanza más hacia el sur, hasta llegar a los
alrededores de Popayán, a la hacienda Polindara, allí se establece esta
familia en calidad de terrajeros. Este es un nuevo elemento de
interculturalidad, mediante el cual los españoles adaptaron las relaciones
sociales que en Europa eran las de servidumbre feudal a las condiciones de
la vida de las sociedades indígenas del Cauca; esa relación feudal toma en el
Cauca y en otras zonas del país donde había indígenas la característica del
terraje. El terraje se da cuando, por diversos mecanismos, ninguno de ellos
legal, personas prestantes de las clases dominantes de Popayán se
apoderan de las tierras de los resguardos indígenas, que habían sido
creados durante la colonia, con engaños, con amenazas, con sobornos...
Una vez apoderados de la tierra se encontraban con que esta no produce
por sí sola, sino que es necesario disponer también de una mano de obra
que mediante su trabajo la haga productiva; entonces, en lugar de
simplemente expulsar a los indios de las tierras de las cuales se habían
apoderado, con lo cual se hubieran quedado sin mano de obra, los
terratenientes mantuvieron a los indios dentro de las haciendas,
permitiéndoles cultivar un pequeño terreno, que se llamaba fundo o
encierro, en el cual no se podían sembrar cultivos permanentes ni se podía
tener ganado, pero en el cual el indio con su familia construía su vivienda y
tenía un mínimo de producción agrícola que le permitía subsistir, no morir.
Sin embargo, como se suponía que esa tierra era del hacendado y que este
la entregaba al indio en “arriendo”, los indios tenían que trabajar gratis en la
tierra del terrateniente varios días a la semana, generalmente 4 ó 5, para
pagar el valor del arriendo. Entonces, a la familia indígena, porque todos sus
miembros pagaban terraje, solamente le quedaban dos o tres días para
cultivar su pequeña parcela y sobrevivir con lo que produjera. Los hombres
trabajaban para el amo en la producción de trigo o en el manejo de ganado
y las mujeres como sirvientas en la casa de la hacienda. Los niños, si ya
eran crecidos, trabajaban al lado de sus padres, si eran menores, realizaban
también labores de servicio en la casa de la hacienda, todo lo cual constituía
pago del terraje, aunque por el trabajo de los menores solamente se
descontaba medio día del terraje por cada día trabajado.
El final del siglo XIX encontró a Quintín Lame enrolado en uno de los
ejércitos que participaban en las guerras civiles. Estando un día en la plaza
de mercado de Inzá, llegó un grupo de soldados, retuvo y encerró a todos
los jóvenes y los reclutó “voluntarios”. Tal sistema de reclutamiento todavía
existe y no solamente con los indios sino también en el campo colombiano:
un día de mercado o de ferias o de otra actividad que aglutine a la gente,
llega el ejército, aísla, encierra, separa a los jóvenes, les piden la libreta
militar y a los que no la tienen, sin tener en cuenta ninguno de los otros
criterios que establece la ley, se los recluta, aunque ahora no se dice que
son voluntarios.
Todo esto con el apoyo legal de la policía, las alcaldías, las inspecciones de
policía, los jueces y, por supuesto, las distintas autoridades del
departamento; el argumento era siempre que el no pago del terraje era
ilegal, que quebrantaba la ley. Quintín Lame llegó a un segundo
convencimiento, más amplio que el anterior y que expresó en una forma
muy clara, pero también muy propia del pensamiento indio americano: que
las leyes colombianas eran subversivas porque subvertían el orden natural
de las cosas, y este orden era que las tierras debían ser de quienes las
habían ocupado y trabajado desde siempre. Este criterio fue muy
importante para el trabajo de concientización con su gente, porque a esta
le habían inculcado durante 500 años de dominación que la ley era justa,
que la justicia estaba para defender la ley y que la ley protegía la propiedad
de los terratenientes, y mientras tal convencimiento estuviera arraigado, los
indios no se iban a movilizar para luchar por el no pago del terraje, pues lo
consideraban legal. Se hacía necesario socavar ese convencimiento, esa idea
de que tomarse las tierras de las haciendas era un robo, idea que todavía
existía en 1960, cuando comenzó la etapa más reciente de lucha indígena
en el Cauca. También el adoctrinamiento católico jugaba un papel al afirmar
que la tierra era de los terratenientes, que tomarla era un robo y robar era
pecado.
Este hecho acabó por desbaratar toda resistencia que la gente tenía para
vincularse a la lucha que se estaba empezando a organizar, ya no solamente
se planteaba que la ley no era legal porque rompía con el orden natural de
las cosas, sino que, inclusive, esa ley que les quitaba las tierras estaba en
contra de una ley más antigua y de más peso, porque era dictada por el Rey
de España, que establecía que esas tierras eran de los indios. A finales de
los años 60 del siglo pasado, fue así y con idéntica pedagogía como se
movilizó a la gente del Cauca para crear el Consejo Regional Indígena del
Cauca y para lanzar las luchas por la recuperación de las tierras; de casa en
casa, familia por familia, durante años, caminando y hablando con los títulos
de propiedad de los resguardos. De esa manera se venció el respeto a la ley
civil y a la “ley de dios” que prohibía robar, que estaban muy sembradas en
la mente de los indígenas. Esa forma de trabajo organizativo alrededor del
fogón, muy indígena, fue absolutamente clave en el proceso de clarificación
y movilización de la gente.
Fue por entonces que Quintín Lame empezó a plantear de otra manera los
objetivos de su lucha, subvirtiendo de nuevo la situación. Este es un
elemento característico del pensamiento andino, no solamente en Colombia,
sino sobre todo en Ecuador, Perú, Bolivia; se trata del concepto de
Pachacute, es la idea de voltear el mundo al revés, es un terremoto que gira
el mundo. Quintín Lame lo expresaba diciendo: “llegará el momento en que
el indio de nuevo se sentará en su trono y los blancos se convertirán en los
terrajeros de los indios, es decir, se trataba de invertir la situación que
reinaba por entonces: los que estaba abajo pasaban arriba, los que estaban
arriba quedaban abajo. Pero, para eso, era necesario, y él lo había aprendido
en sus viajes a Bogotá y en sus experiencias en Popayán, establecer un
poder alternativo, al que se refirió así: estoy creando mi gobierno chiquito
con el que enfrentaré al gobierno grande de los blancos.
Pero Quintín Lame no era un indio de comunidad, era un terrajero. La
experiencia de vida de sus primeros años fue la de un indio aislado de otros
indios, con la excepción de su familia, y enfrentado a la autoridad del
terrateniente. De ahí que su proceso de organización, en lo fundamental, se
orientara a que todas las comunidades indígenas lo reconocieran como el
jefe supremo, como el comandante que iba a dirigirlas para crear un
gobierno propio y enfrentarlo al de los blancos, ideal que probablemente
había tomado de su vida como soldado. Cuentan que en muchas de sus
acciones, Quintín se ponía el uniforme militar que le había regalado el
ministro de guerra. Su visión era la de un caudillo que mandaba sobre gente
a la cual había que darle órdenes. Se reunía con las comunidades, pero era
él quien tomaba las decisiones sobre lo que había que hacer y cómo, y daba
las órdenes correspondientes.
Como escribía con dificultad, aunque con letra muy clara y con una firma
que nadie ha podido imitar; como sus guías, regaladas por el abogado de
Popayán eran, por un lado, el Código Penal Colombiano, y por otro, una
especie de manual del abogado; como utilizaba formatos para los
memoriales y los documentos que hacía en cada caso; como guardaba un
archivo con la gran cantidad de memoriales enviados a toda suerte de
autoridades en el país, entonces, así como él había sido ordenanza del
general Albán, a su alrededor se movían varios secretarios que escribían
bien y su segunda mujer, la primera había muerto al dar a luz a su segundo
hijo. Secretarios y mujer iban tras él a todas partes, cargando la papelería,
los libros, los códigos, las actas, las copias de los memoriales, además,
debían entrar primero a todos los lugares a donde iba para detectar si había
peligro de que lo detuvieran; en caso contrario, Quintín entraba
posteriormente. Eran sus “ordenanzas”.
Paulatinamente, Quintín Lame comenzó a darse cuenta que tenía que ir más
allá, que el poder de los blancos no estaba solamente en la hacienda y en el
terraje, que se encontraba también en los pueblos y en la ciudades. De ahí
que comenzara a organizar a la gente para atacar las haciendas y los
principales pueblos de la región, que en esa época no estaban militarizados
como hoy, al menos los documentos históricos, esos que al decir de los
historiadores producen la “verdad objetiva”, mencionan que en Inzá,
Belalcázar, Puracé, Coconuco no había armas, entonces cuando los
indígenas llegaban armados en montonera (como decía Piñacué) con
regatones, con machetes, con palos, es decir con sus instrumentos de
trabajo convertidos en armas, los pueblos no pudieron resistir y fueron
tomados y abandonados rápidamente, pues los indios no esperaron a que
llegara el ejército desde Popayán. Los lamistas desocuparon algunas tiendas
para tener alimentos, incendiaron los edificios públicos y salieron.
Con las tomas de las haciendas, con las palizas a terratenientes, con las
tomas de los pueblos, más las acciones que se imaginaron en su pánico los
terratenientes y las autoridades de las ciudades, había insistentes llamados
para que se acudiera al ejército con el fin de dominar a las huestes de
Quintín. A Popayán llegaban telegramas de alcaldes o inspectores del Cauca
que pedían auxilio porque: “en este momento estamos siendo atacados por
Manuel Quintín Lame al frente de 200 indios”, mientras otro clamaba que,
en ese mismo momento, Quintín atacaba con 150 indios un pueblo que
estaba a 100 kilómetros de distancia del anterior. O que avisaban que
Quintín y su gente estaban reunidos en cierto lugar, y los enviados a
investigar no encontraban nada. Finalmente, ante el aumento de las
presiones de los terratenientes, las autoridades dieron orden de detener a
Quintín Lame. Y lo detuvieron. Los historiadores no se ponen de acuerdo si
fue en la vereda El Cofre, ubicada cruzando el río Palacé, al costado
izquierdo de la carretera que hoy conduce a Popayán, o si ocurrió en San
Isidro. En todo caso, lo llevaron a Popayán y allí estuvo 8 meses preso y,
como no pudieron probarle nada, fue dejado en libertad. Quintín no permitió
que le nombraran abogado y fue su propio defensor.
Castrillón Arboleda narra que en el último viaje que Quintín Lame hizo a
Bogotá se encontró con Guillermo Valencia en la calle, en cercanías del
Congreso, entonces el indio se bajó del andén, le cedió el paso y le dio la
mano y Valencia le contestó en buena forma. Casi lo mismo le pasó al taita
Lorenzo Muelas, quien fue terrajero de Aurelio Mosquera, terrateniente de
La Clara. En esa hacienda, como en las demás, se trataba a los terrajeros
con gritos, con patadas, con juete. Pero cuando el taita Lorenzo estaba en
la Asamblea Nacional Constituyente, se presentó un proyecto de
reordenamiento territorial que proponía desmembrar el Cauca para
repartirlo entre Nariño, Valle y Chocó; entonces los notables de Popayán
vinieron a hablar con Lorenzo Muelas para rogarle que, junto con Carlos
Lemos Simmons, por ser los únicos caucanos en la Constituyente, no
dejaran dividir el Cauca. Después, taita Lorenzo se encontró a Aurelio
Mosquera en el aeropuerto y ambos se miraban y se miraban de lejos;
luego, quedaron lado a lado en el avión mientras colocaban el equipaje en el
maletero; Mosquera lo saludo diciéndole: "padre de la patria" Y el taita le
respondió: "señor Mosquera". Ya el trato no era a patadas, pues las cosas
en el Cauca habían cambiado mucho desde cuando Lorenzo fue terrajero
hasta que llegó a la constituyente.
Quintín estuvo preso cuatro años. Cuando por fin se celebró el juicio,
Quintín fue otra vez su abogado defensor, pues nunca aceptó abogados; se
cuenta que su intervención se extendió durante quince horas, pero que
finalmente fue condenado a cuatro años y unos meses de cárcel; como ya
había estado cuatro años prisionero, al finalizar el año ya estaba libre, pero
todo lo que había organizado en el Cauca había desaparecido. Su principal
secretario del Cauca, José Gonzalo Sánchez, se había ido al Tolima a
trabajar con otro de sus secretarios de cuando había estado en esa región,
Eutiquio Timote, un indígena del resguardo de Ortega y Chaparral.
San José de Indias se mantuvo durante ocho años y Quintín Lame continuó
trabajando y organizando a la gente, pero ya no con la visión de
organización militar armada, sino con el manejo de las leyes vigentes; su
objetivo se buscaba a través de memoriales, peticiones, etc. y mediante la
posibilidad de elección de indígenas al Congreso Nacional para que éste
dictara una ley que devolviera todas las tierras a los indios. Por razones de
política electoral, por el temor que de todos modos se le tenía a Quintín
Lame, los terratenientes de esa región consiguieron que el ejército atacara
ese pueblo y lo arrasara. Hubo 17 indígenas muertos, más de treinta
heridos, muchos detenidos entre ellos, al cabo de un tiempo, el mismo
Quintín. Y allí terminó su lucha de liberación indígena librada durante más de
veinte años.
Pero, de la misma manera que los indígenas han creado esas formas
interculturales para conservar la existencia de muchos elementos de su
tradición y su vida, también pueden crearse formas interculturales para
producir el efecto contrario. En mi criterio, la educación intercultural
bilingüe es una de esas formas, es la nueva forma que ha revestido la
educación que se da a los indígenas para conseguir su integración a la
sociedad colombiana. Hoy, no podemos saber cómo funcionaban las
escuelas de Quintín Lame, ni qué enseñaban a los niños, pero sí sabemos
que la idea fue de una profesora blanca que quiso colaborar con él. Hoy, la
etnoeducación, intercultural y bilingüe, no es así, ahora los maestros son
indígenas, realizando con ello uno de los puntos del programa que
inicialmente planteó el CRIC en ese campo. Hay un refrán que tiene vigencia
para ese caso: “no hay cuña que más apriete que la del mismo palo”; ahora
la cultura y conocimientos de occidente se enseñan en las lenguas indígenas
y por esta razón la gente lo acepta, cuando antes se oponía; se trata de un
verdadero caballo de Troya.
En el norte del Cauca un grupo que se llama los nietos de Quintín Lame, “los
sin tierra”, ha empezado otra vez a recuperar las tierras, lucha debilitada y
casi desaparecida desde la constitución del 91, pues se había cambiado la
lucha por la tierra por la negociación. Y el CRIC los desautorizó diciendo que
esas tomas de tierras perjudican las negociaciones que se tienen con el
INCODER y con el gobierno para que entreguen las hectáreas que les
prometieron por la masacre del Nilo, ya hace 20 años. Y no se puede decir
que las condiciones han cambiado de tal manera que las luchas de Quintín
Lame y lo que él enseñó no tengan ya validez. La necesidad de la lucha por
las tierras sigue vigente; en los 16 años que lleva la Constitución se ha
comprobado que la concertación no es el camino para conseguirlas;
entonces, la lucha está a la orden del día.
La concepción de Quintín, con su crítica sobre la justicia y las leyes sigue
estando vigente; vivimos profundamente hundidos en el mundo de la
legalidad y nuestra acción acaba por orientarse a mejorar lo que las leyes
establecen, pero no nos proponemos subvertirlo. El término subversión se
ha vuelto peyorativo y negativo hasta para la gente que quiere hacer
cambios, y nadie quiere que lo denominen con él. Quintín Lame invierte la
concepción al afirmar que lo que es subversivo son las leyes vigentes, por lo
tanto, no son las leyes de la justicia, son las de la injusticia; por eso se debe
resaltar la importancia del pequeño cambio que han hecho a la inscripción
encima de su tumba.
Parece ser que Quintín planteó en algunas ocasiones que sus apellidos eran
Lame Estrella, y este “apellido”, Estrella, lo vincula con Juan Tama, del que
se dice que era hijo de la estrella, cosa que lo marcaba para ser el
conductor de la lucha de los indígenas del Cauca en esa época de la colonia,
siglo XVIII. Si Quintín Lame se reivindicó en ocasiones como Estrella, o
planteó que su padre era de apellido Estrella, esto lo enlaza directamente
con Juan Tama, equivale a decir: yo soy Juan Tama, porque la historia relata
que Juan Tama, después de haber cumplido toda su labor en pro de los
nasa, se convirtió en culebra y se sumergió en la laguna de Juan Tama, y
añade que va a salir de nuevo el día que su pueblo lo necesite para dirigirlo
en la lucha por liberarse de la dominación de los blancos. Entonces cuando
Quintín se denomina a sí mismo Quintín Estrella o hijo de estrella, lo que
quiere decir es: yo soy el jefe natural de los indígenas del Cauca y quien
debo encabezar la lucha; después de su muerte no se ha sabido de ninguna
concepción de que vaya a regresar. Ni siquiera en Nariño se plantea nada
semejante con ninguno de sus caciques o cacicas, pese a la gran influencia
de la historia andina del sur.