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SOBRE EL CONCEPTO
DE LA DOCTRINA DE LA CIENCIA
T r a d u c c ió n :
B e r n a b é N a v a r r o B.
Título original:
Über den Begriff der Wissenschaftslehre
(Im Verlag des Industrie-Comptoirs. Weimar, 1794)
Primera edición en español: 1963
D.R. © 1963, Universidad Nacional Autónoma de México
Primera reimpresión: 15 de diciembre de 2009
D.R. (c) 2009 Universidad Nacional Autónoma de México
DE LA LLAMADA FILOSOFÍA
como
Programa para sus lecciones
sobre esta ciencia
por
JU A N T E Ó F IL O F IC H T E
designado Profesor ordinario de Filosofía
en la Universidad de Jena.
Weimar
En la Im prenta del Industrie-Comptoir
i 794
PREFACIO
afectante—, sino el
térm ino Gefühl, con el cu al acen tú a lo in te rn o de la ope
ración. En castellano p u ed e servir p ara la in telig en cia e l térm in o sentim iento.
{ u e consultarse la clara ex posición d e H . H e im s o e th , F ich te . M iinchen,
,9 3- Pp-
2 123 ss.)
^ a la designación como profesor en la Universidad de Jena, lo
cual se indica en la portada de la o b ía .
Alta Escuela: Universidad de Jena. lb id .
arrastró tan poderosamente el juicio filosófico desde la situa
ción en que él lo encontró hacia su última meta. - Él está
también íntimamente convencido de que después del genial
espíritu de Kant, no se pudo hacer otro más alto dón a la fi
losofía que mediante el espíritu sistemático de Reinhold, y
cree conocer el honroso puesto que la Filosofía elemental6
del último siempre mantendrá a pesar de todo en los ulterio
res progresos que la filosofía, esté ello en manos de quien
fuere, necesariamente debe hacer. No está en su manera de
pensar el desconocer intencionadamente cualquier mérito o
querer empequeñecerlo; él cree entender que cada pelda
ño que la ciencia ha ascendido necesitó ser ascendido prime
ro, antes de que pudiera ella subir a uno más alto;(él no con
sidera en verdad como mérito personal ser llamado al trabajo
por una feliz casualidad después de eminentes trabajadores,
y sabe que | todo mérito que pudiera tal vez en ello realizarse
no estriba en la fortuna del hallazgo, sino en la probidad de
la búsqueda, acerca de la cual sólo cada uno puede juzgarse
a sí mismo y recompensarse.)Él dijo esto no por aquellos
grandes hombres, ni por causa de los que les son semejantes,
sino para otros no del todo tan grandes hombres. Quien en
cuentre superfluo que él haya dicho esto, el tal no figura
entre aquellos para quienes lo dijo.
Además de aquellos varones graves, los hay también bro
mistas, que previenen al filósofo para que no se ponga en
ridículo mediante exageradas esperanzas de su ciencia. Yo
no voy a decidir si todos ríen rectamente por motivos since
ros, porque la jovialidad les es simplemente innata; o si hay
algunos entre ellos que se esfuerzan por reír solamente, a fin
de quitar al investigador no experimentado el gusto de una
empresa que ellos por comprensibles razones no miran con
agrado.* Puesto que yo, en cuanto me es consciente, no he
dado hasta ahora todavía ningún pasto a su humor mediante
exteriorización de tales altas esperanzas: por eso me es per-
• Malis rident alienis.7
* No se trata propiamente del título de una obra, sino de la denominación
del sistema de dicho filósofo. Las obras principales en que fue expuesto son:
Beitrage zur Berichtigung bisheriger Mipverstándnisse der Philosophte 1,
1790; II,1704, Jena. —Ueber das Fundament des philosophischen Wissens,
Jena, .
1791 — Versuch einer neuen Theorie des menschlichen Vorstellungs -
vermógens, Tena, 1789. . . . ».
7 Cita ligeramente modificada del verso Horaciano: cum raptes 1n tus malts
ridentem alienis. Sat. II, 3 » 72,
mitido quizá prim eram ente pedirles, no por bien de los filó
sofos y aun menos de la filosofía, sino de ellos mismos, que
aguanten la risa hasta que la em presa esté | formalmente
fracasada y abandonada. Q u e se b u rlen entonces ellos de
nuestra confianza en la hum anidad, a la q u e ellos mismos
pertenecen, y de nuestras esperanzas en las grandes aptitudes
de la misma; que repitan entonces su sentencia consolatoria:
la humanidad es algo que ya no tiene rem edio; así fue y será
siempre — cuantas veces necesiten de consuelo.
PR IM E R A SECCIÓN
SO BR E
EL C O N C E P T O DE L A D O C T R IN A DE L A C IE N C IA
EN G E N E R A L
• Contra una posible objeción, la que sin embargo sólo podría hacer un
filósofo vulgar. - Las tareas propias del espíritu humano son en verdad,
tanto por su núm ero, como por su extensión, infinitas; su solución sería
posible sólo m ediante una perfecta aproximación a lo infinito, la cual en sí
es imposible: pero ellas lo son, porque son dadas desde un p n n a p o como
infinitas. Son infinitam ente muchos los radios de un círculo infinito cuyo
centro ha sido dado; y asi como el centro ha sido dado, ha sidc. d ato ciert^
mente el circulo infinito entero y los infinitamente muc os r
Uno de lo, extremos de ésto, se halla sin duda en e .nfim.o. pero * •
e ,ti en el centro, y el mi,m o es comün a todo,. H - » ^
dirección de las líneas está también dad . p crure el número
luego todo, los radios están dados pItsionM del No-Yo. como
infinito de los mismos, son determ inados P , , P Jtaban ¡uiuamente con el
realmente por trazarse; pero no son dados, ^ infinito, pero en cuanto
centro). El saber hum ano, en cuanto a los gr ’ permite ser agotado
al m odo está completam ente determinado por
totalmente.
mer lugar, que se pueda mostrar que el principio fundamental
establecido ha sido agotado; y luego, que no es posible ningún
otro principio fundamental que el establecido.
Un principio fundamental está agotado, cuando se ha cons
truido sobre él un sistema perfecto, esto es, cuando el princi
pio fundamental conduce necesariamente a todos los principios
36 establecidos, y todos los principios establecidos | se reducen a
su vez necesariamente a él. Si en el sistema entero no se pre
senta ningún principio que pueda ser verdadero, cuando el
principio fundamental es falso, o falso cuando el principio
fundamental es verdadero, esto es la prueba negativa de que
ningún principio de más fue acogido en el sistema; pues
aquel que no perteneciese al sistema podría ser verdadero
cuando el principio fundamental fuera falso, o falso cuando
a su vez el principio fundamental fuera verdadero. Si el prin
cipio fundamental está dado, entonces tienen que estar dados
todos los principios; en él y por él está dado cada principio
singular. De lo que arriba dijimos sobre el eslabonamiento de
cada uno de los principios de la doctrina de la ciencia, resulta
claro que esta ciencia suministra inmediatamente en sí misma
y por sí misma la prueba negativa señalada. Mediante ella se
demuestra que la ciencia es sistemática, que todas sus partes
están enlazadas en un único principio fundamental. — La cien
cia es un sistema, o está completa, cuando ningún principio
más puede ser deducido: y esto da la prueba positiva de que
ningún principio de más fue acogido en el sistema. La cuestión
es sólo ésta: cuándo y bajo qué condiciones no puede ningún
principio más ser deducido; pues es claro que la característica
puramente relativa y negativa: yo no veo qué más pueda se
guirse, no prueba nada. Bien podría venir después de mí otro
que viera algo ahí donde yo no vi nada. Necesitamos una ca
racterística positiva de que absoluta e incondicionadamente
no pueda deducirse nada más; y ésta no podría ser ninguna
otra, sino que el principio fundamental, del que hubiéramos
partido, sea el último resultado. Entonces sería claro que no
podríamos ir más adelante, sin hacer otra vez el camino que
37 ya una vez habíamos | hecho. En una futura formulación de
a ciencia se mostrará que ella consuma realmente este círcu-
o, y que deja al investigador exactamente en el punto del
que partió juntamente con él; que ella, por tanto, ofrece
igualmente la segunda p ru eb a positiva en sí misma y por sí
misma.*
Pero, aun cuando el p rin cip io fundam ental establecido ha
ya sido agotado y se haya construido sobre él un sistema per
fecto, aún no se sigue de ello en absoluto que con su agota
miento ha sido agotado el saber hum ano en general; a no ser
que se presuponga ya lo qu e debía probarse: que aquel prin
cipio fundamental es el prin cipio fundam ental del saber hu
mano en general. A aquel consum ado sistema no se le puede
evidentemente hacer nada más, ni añadir, ni quitar; sin em
bargo, ¿qué impide, pues, que quizá en el futuro, aunque
hasta ahora no se haya podido m anifestar ningún indicio de
ello, a través de la experiencia acum ulada no debieran llegar
a la conciencia humana principios que no se funden en aquel
principio fundam ental, que presupongan, por tanto, uno o
varios otros principios fundam entales: brevemente, por qué
no habían de poder existir ju n to a aquel consumado sistema
38 además uno o | varios otros sistemas en el espíritu humano?
Ellos no tendrían evidentem ente el más exiguo nexo, el mí
nimo punto común ni con aquel primero, ni entre sí mismos:
pero esto no lo deben tener tampoco, si es que no deben for
mar un único, sino muchos sistemas. Luego, si debiera ser
probada satisfactoriamente la imposibilidad de tales nuevos
descubrimientos, tendría que demostrarse que sólo puede ha
ber un único sistema en el saber humano. — Como este prin
cipio, de que el sistema es uno solo, debería ser precisamente
una parte integrante del saber humano, por eso no podría él
fundarse sobre otra cosa que sobre el principio fundamental
de todo saber hum ano, y no ser demostrado por ningún medio
que por él mismo. Con esto, pues, por lo pronto al menos, se
habría ganado tanto, que otro principio fundamental que lle
gara quizá alguna vez a la conciencia humana tendría que
ser, no sim plemente otro y diverso del principio fundamenta
establecido, sino además uno directamente opuesto al mismo.
Pues bajo el supuesto anterior, en el principio fun amen^
establecido tendría que estar contenido el principio, en
* La doctrina de la ciencia tiene, por tanto, ‘otahdad üa^ lu¿*ncia que
conduce uno a todo y todo a uno. Ella es, con . car¡jcter distintivo,
puede ser consumada; consumación es, según e o, ^ scr ^sum adas.
Todas las otras ciencias son Infinitas, y no p»e| doctrina de la
porque no retornan a su vez a su principio fun • (o
ciencia ha de demostrar esto para todas y dar la r
ber humano existe un único sistema. T o d o principio, pues,
que no debiera pertenecer a este ú n ico sistema, sería no sim
plemente diverso de este sistema, sino además, en cuanto que
aquel sistema debería ser el único, opuesto a él, y tendría
que basarse sobre un principio fundam ental, en el cual se
hallara el principio: el saber hum ano no es un único sistema.
Se tendría que llegar, mediante una deducción inversa ulte
rior, a un principio fundam ental directam ente opuesto al
primer principio fundamental; y si el primero, por ejemplo,
fuera: Yo soy Yo, el otro tendría que ser: Y o soy No-Yo.
De esta contradicción, pues bien, no debe ni puede infe
rirse directamente la im posibilidad de un tal segundo princi
pio fundamental. Si en el primer principio fundamental se
halla el principio: el sistema del saber humano es único, en
tonces se halla evidentemente también ahí el de que a este
sistema único no tiene que oponerse nada; pero ambos prin
cipios son tan sólo consecuencias de él mismo, y así como es
admitida la validez absoluta de todo aquello que se sigue de
él, así es admitido ya que él es principio fundamental absolu-
tamente-primero y único, y que domina absolutamente en el
saber humano. Luego hay aquí un círculo del que el espíritu
humano no puede salir jamás, y se hace muy bien en confesar
expresamente este círculo, para que no se caiga quizá alguna
vez en confusión a propósito del inesperado descubrimiento
del mismo. Es el siguiente: Si el principio X es primer prin
cipio fundamental supremo y absoluto del saber humano, en
tonces existe en el saber humano un único sistema: pues lo
último se sigue del principio X; ahora bien, puesto que en el
saber humano debe existir un único sistema, por tanto el prin
cipio X , que es el que realmente (al tono de la ciencia esta
blecida) funda un sistema, es el principio fundamental del
saber humano en general, y el sistema fundado sobre él es
aquel único sistema del saber humano.
Ahora bien, no se tiene razón en haber pasado por sobre
este círculo. Exigir que sea suprimido, significa exigir que el
saber humano sea totalmente infundado, que no deba darse
nada absolutamente cierto, sino que todo saber humano deba
ser sólo condicionado, y que ningún principio deba valer en
) sí, sino cada uno | sólo bajo la condición de que valga aquél,
del que él se sigue. Quien tenga aliento para ello, que inves-
tigue siempre qué sabría él, si su Y o no fuera Yo, esto es, si
él no existiera, y n in gú n N o-Yo pudiera distinguirse de su Yo.
7
§ - ¿Cómo se relaciona la doctrina de la ciencia, como
ciencia, con su objeto?
Todo principio en la doctrina de la ciencia tiene forma y
50 contenido: se sabe algo; y existe algo, de lo que | se sabe
eso. Ahora bien, la doctrina misma de la ciencia es sin duda
la ciencia de algo; pero no ese algo mismo. Según esto sería
ella en general, juntamente con todos sus p r in c ip io s , forma de
un cierto contenido existente antes de la misma. ¿Cómo se re
laciona ella con este contenido, y qué se sigue de esta re a
ción? ,
El objeto de la doctrina de la ciencia es desP“ * emente
el sistema del saber humano. Éste existe m epen rorma
de la ciencia del mismo, pero es constituido por e U e n forma
sistemática. ¿Qué es, pues, esta nueva forma, cómo
diferenciada de la forma que tiene que existir previamente
a la ciencia; y cómo está diferenciada en general la ciencia
respecto de su objeto?
L o q u e existe en el esp íritu hu m an o independientemente
de la ciencia, lo podem os nosotros llam ar también las ope
raciones d el m ism o. Éstas son el q u e, q u e existe; ellas se ve
rifican de u n a cierta m anera determ inada; m ediante esta ma
nera d eterm in ad a se diferen cia la una de la otra; y esto es el
cómo. E n el espíritu hum ano existen, por tanto, originaria
m ente, con an teriorid ad a nuestro saber, contenido y forma,
y ambos están inseparablem ente ligados; cada operación se
verifica de un a determ inada m anera según una ley, y esta ley
determ ina la operación. C u an d o todas estas operaciones están
enlazadas entre sí y se m antienen bajo leyes generales, espe
ciales y particulares, existe para el eventual observador tam
bién un sistema,
i Pero no es absolutam ente necesario que estas | operaciones
se presenten en nuestro espíritu realm ente, en cuanto a la su
cesión, en aquella forma sistemática, una después de la otra;
que la que com prende a todas bajo de sí y da la más alta y
general ley se presente en prim er lugar; luego la que com
prende menos bajo de sí, y así en adelante; además, tampoco
es la consecuencia en absoluto que todas ellas ocurran pura
y no mezcladamente, de tal modo que varias, que por m edio
de un eventual observador m uy bien serían distinguibles, no
debieran aparecer como una sola. Por ejemplo, sea la ope
ración suprema del espíritu hum ano la de poner su propia
existencia; en tal caso no es absolutamente necesario que esta
operación sea según el tiempo la primera que llegue a hacerse
conciencia clara; ni es necesario tampoco que llegue ella
hacerse alguna vez conciencia pura de que el espíritu huma
no nunca es capaz de pensar simplemente: Yo soy, sin pen
al mismo tiempo que algo cualquiera no es Yo.
Pues bien, aquí se halla toda la materia de una posi ^
doctrina de la ciencia, pero no la ciencia misma. Para rea i
ésta se requiere aún una operación del espíritu humano
contenida entre todas aquellas operaciones, a saber, la
elevar en general a la conciencia su modo de operaci
Puesto que ella no debe estar contenida entre aquellas ope
raciones, las cuales todas son necesarias, y las necesarias est* ^
todas, luego tiene que ser una operación de la libertad. —
doctrina de la ciencia, por consiguiente, en cuanto que debe
ser una ciencia sistemática, se origina exactamente como todas
las ciencias posibles, en cuanto que deben ser sistemáticas,
52 mediante una determ inación de la libertad; | ésta última está
aquí especialmente destinada a elevar en general a la con
ciencia el modo de operación del espíritu humano; y la doc
trina de la ciencia está diferenciada de otras ciencias sólo por
el hecho de que el objeto de las últimas es precisamente
una operación libre, el objeto de la primera, por el contrario,
son operaciones necesarias.
Algo, que ya en sí es forma, [a saber]15 la operación nece
saria del espíritu humano, es acogido mediante esa libre ope
ración como contenido en una nueva forma, la forma del
saber o de la conciencia, y por consiguiente, tal opera
ción es una operación de la reflexión. Aquellas operaciones
necesarias son separadas de la serie en la que tal vez puedan
presentarse de por sí, y establecidas puras de toda mezcla;
con esto, aquella operación es también una operación de la
abstracción. Es imposible reflexionar sin haber abstraído.
La forma de la conciencia, en la que debe ser acogido el
modo de operación necesario del espíritu humano en general,
pertenece sin duda alguna también a los modos de operación
necesarios del mismo; su modo de operación es acogido en
ella, sin duda alguna, exactamente igual como todo lo que
ahí es acogido. No tendría en sí, por tanto, ninguna dificultad
contestar la pregunta: ¿de dónde, pues, debería venir esta for
ma para efecto de una posible doctrina de la ciencia? Pero
si se dispensa uno de la pregunta sobre la forma, toda la di
ficultad cae en la pregunta sobre la materia. — Si el modo
53 de operación necesario | del espíritu humano debe ser aco
gido de por sí en la forma de la conciencia, entonces tendría
aquél que ser conocido ya como tal, tendría, por consiguiente,
que estar acogido ya en esa forma; y nosotros estaríamos en
cerrados en un círculo.
Este modo de operación en general debe, según lo anterior,
ser separado de todo lo que no es él por medio de una abs
tracción reflexiva. Esta abstracción se verifica mediante liber
tad, y el espíritu humano no es conducido en ella en absoluto
mediante coacción ciega. T oda la dificultad está, por tanto,
contenida en la pregunta: ¿Según qué reglas procede la li-
le La expresión entre corchetes es para facilitar la lectura.
bertad en aquella separación? ¿Cómo sabe el espíritu humano
qué debe tomar y dejar?
Ahora bien, esto no lo puede él simplemente saber, a menos
que tal vez aquello que él debe elevar antes a la conciencia
esté ya elevado ahí; lo cual se contradice. Luego para esta
empresa no se da absolutamente ninguna regla, y no puede
darse ninguna. El espíritu humano hace intentos de toda cla
se; a través de un ciego andar a tientas llega él al crepúsculo
y pasa sólo desde éste al claro día. Es guiado al principio por
oscuras sensaciones* (cuyo origen y realidad debe exponer
la doctrina de la ciencia); y nosotros no tendríamos aún hoy
ningún concepto claro y seríamos siempre aún la gleba que
iba elevándose del | suelo, si no hubiéramos empezado a sentir
oscuramente lo que sólo más tarde conoceríamos con clari
dad. — ¡Ésta es, pues, también la historia de la filosofía!, y
nosotros hemos indicado ahora la verdadera razón por qué
aquello que sin duda se halla ahí abierto en cada espíritu
humano, y que cada uno puede coger con las manos, si le es
claramente expuesto, sólo después de mucho andar errando
llegó a la conciencia de algunos pocos. Todos los filósofos han
perseguido la meta propuesta, todos han querido mediante
reflexión separar el modo de operación necesario del espíritu
humano de las eventuales condiciones del mismo; todos lo
han separado realmente, sólo que más o menos pura, y más
o menos completamente; en conjunto, sin embargo, el juicio
filosófico ha avanzado siempre hacia adelante y llegado más
cerca de su meta.
Pero como aquella reflexión —no en cuanto que es en ge
neral efectuada o no, pues en este aspecto es libre, sino en
cuanto que es efectuada según leyes, en cuanto que el modo
de la misma está determinado bajo la condición de que se
realice absolutamente— pertenece también a las operaciones
necesarias del espíritu humano, por eso las leyes de la misma
tienen que presentarse en el sistema del espíritu humano; y se
puede más tarde, después del perfeccionamiento de la cien
cia, comprender ciertamente si se satisfizo al mismo o no.
Se podría creer, en consecuencia, que por lo menos más tarde
1
« i gUI1 T ° aUn Cn 13 su P rem a u n id ad del sistema, lo cual
es la c o n d ic io n n eg a tiv a d e su rectitu d , queda aún siempre
a lg ú n resto q u e n u n ca p u ed e ser estrictam ente demostrado,
sin o solo c o n c e d id o com o vero sím il, a saber, que esta misma
u n id a d n o se o rig in ó p o r casualidad m ediante incorrecta de-
UCC1 .JV e p u e d en a p lica r varios m edios para elevar esta ve
r o sim ilitu d ; se p u ed e exam in ar m inuciosam ente varias veces
la serie d e los prin cip ios, si es q u e no están presentes ya en
n u estra m em oria; se puede hacer el cam ino inverso, y volver
d e l resu lta d o al p rin cip io fundam ental; sobre su reflexión
m ism a se p u ed e a su vez reflexionar, y así sucesivamente; la
v e ro sim ilitu d resu lta cada vez mayor, pero no se vuelve cer
teza lo q u e era p u ra verosim ilitud. Si al menos se es consciente
de h a b e r | in vestigado con honradez,* y de no haberse pre
fijad o ya los resultados, entonces se puede muy bien conten
tar con esa vero sim ilitu d , y es lícito exigir de todo el que
p o n ga en dud a la fidelidad de nuestro sistema, que nos | de
m uestre las faltas en nuestras deducciones; pero nunca es
líc ito p reten d er in falibilid ad . — El sistema del espíritu hu
m ano, cu ya exposición ha de ser la doctrina de la ciencia, es
h it st:
Y
« s M ft
t o c a r í a ----- * " ,odoi ,0’ p
« G uiones añadidos
absolutamente cierto e infalible; todo lo que está fundado
en él es simplemente verdadero; él no yerra nunca, y lo que
alguna vez ha sucedido o sucederá en un alma humana es
verdadero. Si los hombres erraron, la falta estuvo no en lo
necesario, sino que el ju icio reflexionante la cometió en su
libertad, en cuanto que confundió una ley con otra. Si nuestra
doctrina de la ciencia es una acertada exposición de este sis
tema, entonces es absolutamente cierta e infalible, como
aquél; pero la cuestión es precisamente sobre si y hasta dónde
nuestra exposición es acertada; y sobre ello no podemos nos
otros jamás suministrar una estricta demostración, sino sólo
una que funda verosimilitud. Aquélla tiene verdad sólo bajo
la condición y sólo en tanto que sea acertada. Nosotros no
somos los legisladores del espíritu humano, sino sus historió
grafos; evidentemente no periodistas, sino historiadores prag
máticos.
A esto se añade aún la circunstancia de que un sistema
puede ser realmente correcto en el todo, sin que cada una de
las partes del mismo tengan la completa evidencia. Puede
aquí y allá haberse concluido incorrectamente, pueden haber
sido saltados principios intermedios, principios demostrables
pueden haberse establecido sin demostración o haberse de
mostrado incorrectamente, y sin embargo, los más importan
tes resultados son correctos. Esto parece imposible, parece que
una pequeñísima desviación de la línea recta | tiene que con
ducir necesariamente a una desviación que se agranda hasta
el infinito; y así sería por cierto, si el hombre fuera mera
mente un ser pensante, y no también uno que siente; y si
la sensación no rectificara con frecuencia los antiguos extra
víos mediante la producción de un nuevo extravío respecto
de la vía recta del razonamiento, y no lo volviera nuevamente
ahí adonde él, mediante correcta deducción, nunca hubiera
regresado de nuevo.
Por tanto, aun cuando debiera ser establecida una doctri
na de la ciencia generalmente válida, el juicio filosófico a r
de trabajar siempre de nuevo, aun en este campo, en su con-
tinua perfectibilidad, siempre de nuevo habrá de llenar la
gunas, de aguzar pruebas, de precisar delimitaciones todav
más de cerca.
Aún tengo dos advertencias que añadir: reflexión
La doctrina de la ciencia presupone las reg a
y abstracción com o conocidas y válidas; ella tiene que hacei
esto necesariam ente, y no tiene por qué avergonzarse de ello
o hacer de ello un secreto y ocultarlo. A ella le es permitido
expresarse y hacer deducciones, exactam ente com o a toda
otra ciencia; le es lícito presuponer todas las reglas lógicas
y em plear todos los conceptos que ella necesite. Estos presu
puestos tienen lugar, sin em bargo, sólo con el fin de hacerse
com prensible; por lo tanto, sin sacar de ahí la m ínim a conse
cuencia. T o d o lo dem ostrable tiene que ser demostrado; ex
cepto aquel prim ero y suprem o principio fundamental, todos
los principios tienen que ser | deducidos. Así por ejemplo,
ni el principio lógico de oposición (de contradicción, que
funda todo análisis), ni el de razón (nada es opuesto, que no
sea igual a un tercero, y nada es igual, que no sea opuesto
a un tercero, el cual funda toda síntesis) están sacados del
principio fundam ental absolutamente-primero: sí en cambio
de los dos principios fundamentales que se basan en él. Los
dos últim os son ciertam ente tam bién principios fundamen
tales, pero no absolutos; sólo hay en ellos algo absoluto. Estos
principios, por tanto, así como los principios lógicos que se
basan en ellos, no necesitan en verdad ser demostrados, sino
deducidos. — M e voy a hacer más explícito: lo que la doctrina
de la ciencia establece es un principio pensado y formulado
en palabra; aquello del espíritu humano a lo que corresponde
este principio es una operación cualquiera del mismo, que
de por sí no tendría en absoluto que ser necesariamente pen
sada. A esta operación no tiene que presuponerse nada, salvo
aquello sin lo cual sería imposible como operación; y esto
no es presupuesto tácitamente, sino que el negocio de la oc
trina de la ciencia es establecerlo distinta y d e te r m in a d a m e n
te como aquello sin lo cual la operación sería imposi e.
por ejem plo la operación D — la cuarta en la serie, ^nt0”
tiene que precederla la operación C y ser demostra a
exclusiva condición de su posibilidad, y a ésta a oPe^ 1
La operación A por el contrario es posible absolutamente es
del todo incondicionada, y por eso no pue e m e¡, lota|.
supuesto nada. — El pensar la operación , pe Suponed
i mente otra operación, | que presupone 111l*c establecer;
que ella sea D en la se'rie de las ^ " .^ e n q t ser
entonces es claro que a propósito d * m e presup uestas,
presupuestas A B C, y por cieito
ya que a q u e l p en sar d e b e ser el p rim e r n ego cio de la doctrina
de la cien cia. S ó lo en el p r in c ip io D serán dem ostrados los
presupuestos d el p rim e ro ; m as en ton ces se habrá presupuesto
de n uevo a lg o m ás. L a fo rm a de la cien cia, según ello, se ade
lanta con stan tem en te a su m ateria; y ésta es la razón señalada
arriba, de p o r q u é la cien cia , com o tal, posee sólo verosim i
litu d . L o e x p u esto y la ex p o sició n están en dos series diferen
tes. E n la p rim era n o se p resu p on e nada indem ostrado; para
la p o sib ilid ad de la segu n d a tien e q u e ser presupuesto nece
sariam ente lo q u e só lo m ás tarde se pu ed e demostrar.
L a reflex ió n q u e d o m in a en toda la d octrin a de la ciencia,
en tanto q u e es cien cia , es un representar; de ahí, sin em
bargo, no se sigu e en abso lu to q u e todo aqu ello sobre lo
q ue se reflexion a será tam bién sólo un representar. En la
doctrina de la cien cia es representado el Yo; pero no se sigue
q u e sea representad o sólo com o representante, sólo com o in
teligencia: b ien pu ed en dejarse descubrir ahí aún otras de
term inaciones. E l Y o , com o sujeto que filosofa, es de modo
incontestable sólo representante; el Yo, com o objeto del filo
sofar, b ien pod ría ser aú n algo más. El representar es la ope
ración suprem a y absolutam ente-prim era del filósofo, en
cuan to tal; la op eración absolutam ente-prim era del espíritu
hum ano b ien podría ser otra. Q u e esto será | así, es ya vero
sím il p reviam en te a toda experiencia, por el hecho de que la
representación se p u ed e agotar perfectam ente y su proceder
es totalm en te necesario; y porque, consiguientem ente, tiene
q u e tener un ú ltim o fundam ento de su necesidad, que como
ú ltim o fun dam en to n o puede tener ninguno superior Bajo
este presupuesto, una ciencia que esté construí a so re e
concepto de la representación podría ser sin du a una[ pro
p ed éutica sum am ente ú til para la ciencia, pero no P
la d octrin a m ism a de la ciencia. — Sin em a^ ° ’ Jos
sigue seguram ente d e los cuales debe
m odos de operación del « p ír ^ forma de la repre-
agotar la doctrin a de la ciencia, re p re s e n ta d o s -
sentación - s ó l o en cuanto y así com o son P
logran llegar a la conciencia.
§ »•
E l p r i n c i p i o fundam ental absolutamente-primero, puesto
que debe fundar no solamente una parte del saber humano,
sino el saber total, tiene que ser común a toda la doctrina de
la ciencia. División es posible sólo mediante oposición, cuyos
miembros, sin embargo, tienen que ser por cierto iguales a
un tercero.
Suponed que el Y o sea el concepto supremo, y al Yo le sea
opuesto un No-Yo; es claro entonces que el últim o no puede
ser opuesto, sin estar puesto, y precisamente en el supremo
concebido, el Yo. Por tanto, el Y o debería ser considerado en
dos | aspectos distintos: como aquello en lo que el No-Yo es
puesto, y como aquello que estaría opuesto al No-Yo, y por
ello mismo puesto en el Y o absoluto. El segundo Yo, por cuan
to ambos están puestos en el Yo absoluto, debería ser ahí
igual al No-Yo, y debería también estarle opuesto en el mis
mo aspecto. Esto se podría pensar sólo bajo la condición de
un tercero en el Yo, en el cual ambos fueran iguales y
este tercero sería el concepto de la cantidad. Ambos tendrían
una cantidad determ inable por medio de su opuesto.* O el
Yo es determinado (en cuanto a su cantidad) por el No-Yo.
En este sentido es él dependiente; se llama inteligencia, y la
parte de la doctrina de la ciencia que trata de ella es su parte
teorética. Ésta es fundada sobre el concepto de la represen
tación en general, el cual ha de deducirse de los principios
fundamentales y ser demostrado mediante ellos.
• Sólo el concepto d el Y o. del No-Yo y de la cantidad (de los límites) son
absolutam ente a priori. D e ellos deben deducirse m ediante contraposición
e igualam iento todos los restantes conceptos puros.
Pero el Yo debería ser absoluto y estar determinado sim
plemente por sí mismo: si él es determinado por el No-Yo
entonces no se determina él a sí mismo, y se contradice el
supremo y absolutamente-primer principio fundamental. Para
evitar esta contradicción, tenemos que admitir que el No-Yo
mismo, que debe determinar a la inteligencia, es determi-
65 nado por el Yo, | que en este oficio no sería representante
sino que tendría una causalidad absoluta. - Pero como una
tal causalidad suprimiría enteramente el opuesto No-Yo y
con él la representación dependiente de él —con lo que la
aceptación de la misma contradice el segundo y tercer princi
pios fundamentales—, por eso tiene que ser representada aqué
lla como contradiciendo a la representación, como irreprc-
sentable, como una causalidad que no es causalidad. Pero el
concepto de una causalidad que no es causalidad es el con
cepto de una tendencia. La causalidad es pensable sólo bajo
la condición de una terminada aproximación a lo infinito,
misma que no es pensable. — Este concepto de la tendencia,
que ha de demostrarse como necesario, es puesto como fun
damento de la segunda parte de la doctrina de la ciencia, que
es la práctica.
Esta segunda parte es en sí con mucho la más importante;
la primera es sin duda no menos importante, pero sólo como
base de la segunda, y porque ésta sin aquélla es simplemente
ininteligible. Sólo en la segunda recibe la parte teorética su
segura delimitación y su sólida base en tanto que desde la
tendencia necesaria establecida son contestadas las preguntas:
Por qué tenemos nosotros en general que representar bajo la
condición de que exista una afección; con qué derecho rela
cionamos la representación a algo fuera de nosotros como
a su causa; con qué derecho admitimos en general una facul
tad representativa determinada enteramente por leyes (leyes
que son representadas no como innatas en la facultad repre
sentativa, sino como leyes del Yo que tiende, cuya aplica-
66 ción I es condicionada por el influjo del No-Yo que tiende
en contra sobre la sensación). En ella es fundada una nueva
teoría, totalmente determinada, de lo agradable, de lo bello
y sublime, de la regularidad de la naturaleza en su libertad,
de la teología, del llamado sentido común o del sentido na
tural de la verdad, y finalmente un derecho natural y una
doctrina moral, cuyos principios básicos no son puramente
formales, sino materiales. T o d o mediante el establecimiento
de tres absolutos: de un Yo absoluto bajo leyes repte-
s e n ta b le s dadas por sí mismo, bajo condición de un influjo
del No-Yo; de un No-Yo absoluto representable, indepen
diente de todas nuestras leyes y libre, bajo la condición de
que exprese las mismas positiva o negativamente, pero siem
pre en un grado finito; y de una facultad absoluta en nosotros,
representable, bajo la condición de que distinga un influjo
del No-Yo de un influjo del Yo o de una ley, [facilitad]18
de determinarnos absolutamente según medida del influjo de
ambos. Más allá de estos tres absolutos no va ninguna filo
sofía.19
§ >•
P e rm íta n o s e l lector, con el cual hem os de p o n e m o s en
conform idad de pensam iento, d irig irle la palabra, y tratarlo
con el confiado tú.
1. T ú puedes, sin duda alguna pensar: Y o , y al pensar tú
esto, encuentras interiorm ente tu concien cia determ inada en
una cierta form a; tú piensas sólo algo, precisam ente a q u e llo
que abarcas bajo aqu el concepto | del Y o , y eres con scien te
del mismo; y no piensas entonces otra cosa, la q u e tú po r
otra parte bien puedes tam bién pensar, y puedes h a b e r ya
pensado. — Por el m om ento no m e interesa si tú has ab arcad o
más, o menos que yo m ismo, en el concepto: Y o . L o q u e a m í
me im porta sin duda lo tienes tú tam bién ahí con seg u rid a d ,
y eso me basta.
2. T ú habrías podido pensar en lu gar de esto d e te rm in a d o
también otra cosa, por ejem plo, tu mesa, tus paredes, tus
ventanas, y piensas tam bién, por cierto, estos o b jeto s re a lm e n
te si yo te in vito a ello. T ú lo haces en v ir tu d de u n a in v ita
ción, en virtu d de u n concepto de lo q u e se ha de pensar, el
cual, conform e a tu aceptación, tam bién h a b ría p o d id o ser
otro, repito. T ú adviertes, por tanto, a ctiv id ad y lib e rta d en
este tu pensar, en este pasar del pensar d el Y o al pensar d e la
§ 2-
Nos vamos a trasladar a un punto de vista más alto de la
especulación.
g /. Piénsate, y observa cómo haces esto: fue mi primera
petición. T ú tuviste que observar, a fin de entenderme (pues
yo hablaba de algo que sólo en ti mismo podía estar), y a
fin de encontrar en tu propia experiencia como verdadero
lo que yo te decía. Esta atención sobre nosotros mismos en
aquel acto era lo subjetivo común a nosotros dos. T u pro
ceder en el pensar de ti mismo, el cual en mí tampoco era
diferente, era lo que tú observabas; ello era el objeto de nues
tra investigación, lo objetivo común a nosotros dos.
Mas ahora te digo: observa tu observar de tu auto-ponerte;
observa qué hacías tú mismo en la investigación efectuada
poco antes, y cómo hacías para observarte a ti mismo. Con
vierte lo que hasta ahora era lo subjetivo precisamente en ob
jeto de una nueva investigación que vamos a empezar ahora.
2. El punto por el cual tengo aquí interés no es fácilmente
acertado: pero si es fallado, entonces fallará todo, pues sobre
él descansa toda mi doctrina. Permítame por tanto el lector
que lo conduzca por una entrada y lo sitúe tan cerca como sea
posible de aquello que tiene que observar.
En tanto tú eres consciente de un objeto cualquiera —sea
el mismo la pared situada en frente—, eres consciente, como
9 poco antes reconociste, propiamente de tu | pensar de esta
pared, y sólo en cuanto que tú eres consciente de él, es posi
ble una conciencia de la pared. Mas para ser consciente de tu
pensar, tienes tú que ser consciente de ti mismo. — T ú eres
— consciente de ti, dices; tú distingues, por tanto, necesaria
mente tu Yo pensante del Yo pensado en el pensar de aquél.
Pero a fin de que tú puedas esto, tiene que ser de nuevo lo
pensante en aquel pensar objeto de un pensar más alto, para
poder ser objeto de la conciencia; y tú obtienes al mismo tiem
po un nuevo sujeto, el cual es a su vez consciente de lo que
era antes el j^r-consciente de sí mismo. A q u í argumento
ahora de nuevo, com o antes; y una vez que nosotros hein °
empezado a con clu ir conform e a esta ley, no puedes tú ind°S
carme en nin gun a parte un sitio donde debiéramos terminar"
por consiguiente, vamos a necesitar hasta el infinito para cada
conciencia una nueva conciencia, cuyo objeto sea la primera
y según esto, nunca llegaremos a poder adm itir una concien
cia real. — T ú eres consciente de ti, como del consciente
sólo en cuanto que eres consciente de ti, com o del que-es-cons-
ciente;23 pero entonces el que-es-consciente es de nuevo el
consciente, y tienes que hacerte de nuevo consciente del que-
es-consciente de este consciente y así hasta el infinito; y así
puedes tú ver cóm o llegas a una prim era conciencia.
En una palabra, de este modo no se puede absolutamente
explicar la conciencia. — U na vez más: ¿cuál | era la esencia
del razonam iento efectuado hace poco, y la verdadera razón
por q ué la conciencia era incaptable por este camino? Ésta:
todo objeto llega a la conciencia exclusivamente bajo la con
dición de que yo tam bién sea consciente de mí mismo, del
sujeto que-es-consciente. Este principio es irrefutable. — Pero
en esta autoconciencia de mí, se afirmó además, yo soy para
mí mismo objeto, y vale del sujeto relativo a este objeto a
su vez lo que del anterior valía; se vuelve objeto y n ecesita
de un nuevo sujeto, y así hasta el infinito. En cada conciencia,
por tanto, fueron separados uno de otro, sujeto y objeto y
cada uno considerado como algo aparte; ésta era la razón por
que nos resultó incaptable la conciencia.
A hora bien, a pesar de todo hay conciencia; con lo cual
aquella afirmación tiene que ser falsa. Q u e es falsa significa:
su contrario es válido; por lo tanto, el siguiente principio es
válido: hay una conciencia, en la cual lo subjetivo y lo obje
tivo no se pueden separar, sino que son absolutamente uno
y lo mismo. Una tal conciencia, por tanto, sería aquello que
nosotros necesitamos para explicar en general la conciencia.
Ahora volvemos nosotros, sin atender más a esto, despreocu
padamente a nuestra investigación.
3. En tanto tú pensabas, como nosotros pedimos de
ora objetos que debían existir fuera de ti, ora a ti | m ism o,
supiste sin duda alguna que y qué y cómo pensabas tú; puesto
*• Esta expresión pretende trasladar el intraducibie término aleniá
Bewuptseiendes, distinto d el ordinario bewupt: consciente.
ue fuimos capaces de conversar sobre ello el uno con el otro,
com o lo hicimos en lo anterior.
pues bien, ¿cómo llegaste a esta conciencia de tu pensar?
Tú vas a contestarme: lo supe inmediatamente. La concien
cia de mi pensar no es que sea para mí pensar algo accidental,
sólo más tarde añadido, y por ello vinculado, sino que es
inseparable de aquél. - Así vas a contestar, y tienes que
contestar; pues tú no eres capaz absolutamente de imaginarte
tu pensar sin una conciencia del mismo.
En primer lugar, pues, habríamos encontrado una concien
cia tal como la que poco antes buscábamos; una conciencia en
la que lo subjetivo y lo objetivo estén inmediatamente uni
dos. La conciencia de nuestro propio pensar es esta concien
cia. — En seguida, tú eres inmediatamente consciente de tu
pensar: ¿cómo te representas esto? Manifiestamente no de
otra manera que así: tu actividad interna, que se dirige hacia
algo fuera de ella (hacia el objeto del pensar), se dirige al mis
mo tiempo a sí misma y hacia sí misma. Pero, mediante una
actividad que retorna a sí misma nos resulta, según lo ante
rior, el Yo. T ú eras, por tanto, consciente de ti mismo en tu
pensar, y esta auto-conciencia justamente era aquella concien
cia inmediata de tu pensar; sea que haya sido pensado un ob
jeto o tú mismo. — Luego la autoconciencia es inmediata; en
ella lo subjetivo y lo objetivo están inseparablemente unidos
y son absolutamente uno.
i* Una tal conciencia inmediata es llamada con el térm ino
científico una intuición, y así vamos a llamarla también nos
otros. La intuición, de la que aquí se trata, es un ponerse a
si como poniendo (algo objetivo cualquiera, lo cual puede
ser aun yo mismo, como puro objeto), pero de ninguna ma
nera como un puro poner; pues con esto seríamos enredados
en la im posibilidad señalada hace poco de explicar la con
ciencia. T o d o mi empeño está en ser entendido y en conven
cer acerca de este punto, que constituye la fundam entación
de todo el sistema que aquí debe exponerse.
Toda conciencia posible, com o algo objetivo de un sujeto,
presupone una conciencia inm ediata, en la cual lo subjetivo
y lo objetivo sean absolutam ente uno; además, la conciencia
es simplemente incaptable. Se buscará siempre inútilm ente
un lazo entre sujeto y objeto, si no se los ha concebido ya ori
ginariamente en su unión. Por esto toda filosofía que no
parta del punto en el que están unidos, es necesariam
poco profunda e incompleta, y no es capaz de aclarar lo ^ ^
debe aclarar, y por lo tanto no es ninguna filosofía. ^Ue
Esta conciencia inmediata es la intuición del Yo des •
hace un momento; en ella se pone el Yo a sí mismo necesa*
13 riamente y es en consecuencia lo subjetivo y lo objetivo I *
uno. T od a otra conciencia es vinculada a ésta y proporcio
nada por la misma; exclusivamente mediante la vinculación
con ella se convierte en una conciencia; únicamente aquélla
no es proporcionada o condicionada por nada; ella es abso
lutamente posible y simplemente necesaria, si es que debe
tener lugar otra conciencia cualquiera. — El Yo no pue
de considerarse como puro sujeto, así como hasta ahora se
ha considerado casi sin excepción, sino como sujeto-objeto
en el sentido indicado.
Ahora bien, aquí no se habla de ningún otro ser del Yo
que de aquél en la autointuición descrita; o, aún más rigu
rosamente expresado, del ser de esta intuición misma. Yo soy
esta intuición y absolutamente nada más, y esa intuición mis
ma es Yo. Mediante este ponerse a sí mismo no debe preci
samente ser producida una existencia del Yo, como de una
cosa subsistente en sí independientemente de la conciencia;
afirmación que sin duda alguna sería la más grande de las
absurdidades. Tam poco es presupuesta a esta intuición una
existencia del Yo, como de cosa (intuitiva), independiente
de la conciencia; lo cual en mi parecer no es una absurdidad
menor, aunque ciertamente no se debe decir esto, por cuanto
los más famosos sabios de nuestro siglo filosófico son parti
darios de esa opinión. Una tal existencia no puede presupo
nerse, repito; porque, si vosotros no podéis hablar de nada
14 de lo que | no seáis conscientes, y en cambio, todo aquello de
lo que sois conscientes, es condicionado por la autoconciencia
señalada; entonces no podéis de nuevo hacer que algo deter
minado, de lo que vosotros sois conscientes, [a saber]24 la
existencia del Yo, la cual debe ser independiente de todo
intuir y pensar, condicione a aquella autoconciencia. O te
néis vosotros que reconocer que habláis de algo sin saber de
ello, lo cual haréis difícilmente, o tendríais que negar que la
autoconciencia señalada condiciona a toda otra conciencia»
lo cual os será simplemente imposible, con tal que me hayá,s
84 La adición entre corchetes es nuestra.
entendido. - Se aclara aquí, por tanto, también esto: que me
diante nuestro primer principio, no sólo para el caso aducido,
sino para todos los posibles, se es situado indefectiblemente
en el punto de vista del idealismo trascendental; y que es
enteramente uno entender aquél, y ser convencido de éste.
Así pues - la inteligencia se intuye a sí misma, simplemente
como inteligencia o como inteligencia pura, y en esta autoin-
tuición justamente consiste su esencia. Esta intuición, según
ello, es llamada con derecho, por si es que debiera darse otra
clase de intuición, para diferenciarla de esta últim a, intuición
intelectual. — Yo me sirvo preferentemente, en vez de la pa
labra inteligencia, de la denominación: Yoidad; porque ésta
designa del modo más inmediato, para todo el que sea capaz
| al menos de la más exigua atención, el retornar de la actividad
sobre sí misma.*
§ 3-
Aún hay que notar una circunstancia en la observación de la
actividad pedida por nosotros. Tóm ese esta advertencia en-
• Últimamente se sirven algunos con frecuencia, para expresar el mismo
concepto, de la palabra: Mismo. Si es que yo derivo correctam ente, la fam ilia
entera a la que pertenece esta palabra, por ejem plo, mismo, etcétera, el-
mismo,*8 etcétera, significa una relación a algo ya puesto: pero absolutam ente,
en cuanto que ha sido puesto mediante su puro concepto. Si yo soy eso
puesto, se forma entonces la palabra: mismo. Mismo presupone, p or consi
guiente, el concepto del Yo; y todo lo que ahí se piensa de absoluto está
tomado de este concepto. En una exposición p opular es quizá la p alabra
Mismo más cómoda por el hecho de que añade al concepto del Y o en general
pensado juntam ente ahí, aunque siempre en form a oscura, un énfasis especial,
del que el lector ordinario bien puede necesitar; en la exposición científica,
me parece a m í, el concepto tenía que ser llam ado por su in m ediato y
privativo signo. — Que este propósito, sin em bargo, deba ser logrado por
medio de que se coloque ambos conceptos, el d el M ism o y el del Y o, como
diferentes, el uno frente al otro, y del prim ero se deduzca un a doctrina
elevada, del segundo una digna de execración, como ha sucedido reciente
mente en un escrito destinado a un p úblico más amplio,** cuyo autor, sin
embargo, tenía que saber por lo menos históricam ente que la ú ltim a palabra
también es tomada aún en otra significación, y que sobre el concepto desig
nado mediante ella en esa significación es construido un sistema, el cu al de
ninguna m anera contiene aquella doctrina digna de execración: — qu e este
propósito deba ser logrado por ese m edio, no se p uede sim plem ente concebir,
«i no se quiere ni se puede adm itir uno hostil.
*• En castellano resulta im posible d ar a entender esa derivación, pues
simplemente no existe. En alem án el térm ino base es Selbst, y los dos adje
tivos aludidos son selbigcr y derselbe.
'• El escrito u obra aludida no ha podido ser identificado por la vaguedad
de la alusión del autor.
16 tretanto sólo como una incidental. Inmediatamente no I Se
va a s e g u ir construyendo sobre ella; sólo más abajo se mos
trará qué consecuencias tiene. Únicam ente que nosotros no
podemos dejar que se nos escape la oportunidad que tene
mos aquí de hacerla.
En el representar de un objeto, o de ti mismo, te encon
traste a ti activo. Observa una vez más muy íntimamente lo
que ocurrió en ti en esa representación de la actividad. -
Actividad es agilidad, interno m ovimiento; el espíritu se
arrebata a sí mismo más allá de lo absolutamente opuesto;
— descripción mediante la cual no es que deba ser hecho en
modo alguno concebible lo inconcebible, sino que sólo debe
ser evocada más vivamente la intuición necesariamente exis
tente en cada uno. Pero esta agilidad no se deja intuir de
otra manera, y no es intuida de otra manera que como un
soltarse la fuerza activa desde un reposo; y así la has intuido
tú de hecho, con tal que hayas efectuado realmente lo que
de ti exigimos.
T ú pensaste, conforme a mi invitación, tu mesa, tu pared,
etcétera, y después de que habías producido en ti activamente
17 los pensamientos de estos objetos, | quedaste en seguida ab
sorto en tranquila y fija contemplación de los mismos (obtu
tu haerebas fixus in illo ,27
como dice el poeta). Yo te decía:
ahora piénsate, y observa que este pensar es un hacer. Para
realizar lo exigido, tuviste que soltarte de aquel reposo de
la contemplación, de aquella determinación de tu pensar, y
determinar el mismo de otra manera; y sólo en cuanto que tú
observaste ese soltarse y ese modificar de la determinación,
te observaste a ti como activo. Y o me rem ito aquí en efecto
exclusivamente a tu propia intuición interna; demostrarte
desde fuera lo que sólo en ti mismo puede existir, yo no soy
capaz de ello.
El resultado de la advertencia hecha sería éste: se encuen
tra uno a sí activo, sólo en cuanto que uno opone a esta
actividad un reposo (un detenerse y estar fijo de la fuerza
interna). (El principio, lo cual nosotros recordamos aquí sólo
de paso, es también inversamente verdadero: no se hace uno
consciente de un reposo sin poner una actividad. Actividad
es nada sin reposo y al contrario. Sin duda el principio es
Expresión libremente citada del verso virgiliano: Durn stupet obtutuqve
naeret defixus ¡n uno. Eneida, I, 495.
universal mente verdadero, y en lo que sigue va a ser estable
cido en ésta su universal validez: Toda determinación, sea
cual fuere lo que sea determinado, se verifica mediante opo
sición. Aquí sólo atendemos al caso particular presente.)
18 ¿Qué especial determinación de tu I pensar era, pues, la
que, como reposo de aquella actividad por la cual te pensaste
a ti mismo, precedió inmediatamente; o expresado con más
exactitud, la que estaba inmediatamente unida con ella, tanto
que tú no podías percibir lo uno sin lo otro? — Yo te dije:
piénsate a ti mismo, con el fin de designar la operación que
debías realizar, y tú me entendiste sin más. T ú sabías, por
consiguiente, lo que significa: Yo. Pero no necesitaste saber,
y según mi presuposición no lo sabías, que este pensamiento
se lleva a efecto mediante un retornar de la actividad a sí
misma, sino que debiste primeramente aprenderlo. Pues bien,
el Yo, al tono de lo anterior, no es otra cosa que un obrar
que retorna a sí mismo; y un obrar que retorna a sí mismo
es el Yo. ¿Cómo pudiste, por consiguiente, conocer lo últim o
sin conocer la actividad mediante la cual se lleva a efecto?
No de otra manera que así: tú te encontraste, en tanto enten
diste el término: Yo, a ti, es decir, tu obrar como inteligencia,
determinado de una cierta manera; sin comprender empero
lo determinado precisamente como un obrar. T ú lo com pren
diste sólo como determinación, o reposo, sin saber propia
mente, ni investigar, de dónde viene aquella determ inación
de tu conciencia; en suma, así como tú me entendiste, esa
determinación estaba ahí inmediatamente. Por eso me en
tendiste, y pudiste dar a tu actividad, que yo exigía, la ade-
19 cuada | dirección. La determinación de tu pensar m ediante
el pensar de ti mismo era, por tanto, y tuvo necesariam ente
que ser, aquel reposo del que tú te soltaste para la actividad.
O para hacer la cosa más clara: — como yo te dije: piénsate,
y tú entendiste la última palabra, realizaste en el acto del
entender mismo la actividad que retorna a sí, m ediante la
cual se lleva a efecto el pensamiento del Yo, sólo que sin
saberlo, porque tú no estabas especialmente atento a ello; y
de ahí te vino lo que encontraste en tu conciencia. O bserva
cómo haces esto, te dije además; y entonces realizaste tú la
misma actividad que ya habías realizado, sólo que con aten
ción y conciencia.
A la actividad interna, concebida en su reposo, se la llam a
corrientem ente el concepto. Era, en consecuencia, el concep-
to del Yo, el qu e estaba u n id o necesariam ente con la intui
ción del mismo, y sin el cu al la con cien cia del Y o habría
perm anecido im posible; pues el concepto ante todo perfec
ciona y com prende a la conciencia.
El concepto es en todas partes no otra cosa qu e la actividad
del in tu ir mismo, sólo q u e no conceb id a com o agilidad, sino
com o reposo y determ inación; y así sucede tam bién con el
concepto del Yo. L a actividad q u e retorna a | sí, concebida co
m o in m ó vil y persistente, po r m ed io de la cual, por tanto,
coincid en ambos, Y o com o activo, y Y o com o ob jeto de mi
actividad, es el concepto del Yo.
En la conciencia com ún se presentan sólo conceptos, de
n in gu n a m anera intuicion es en cu an to tales; no obstante que
el concepto es producido sólo por la in tu ició n , aunque sin
nuestra conciencia. A la concien cia de la in tu ición se eleva
u n o sólo m ediante libertad , com o ha sucedido poco antes a
propósito del Yo; y toda in tu ició n con concien cia se relaciona
a un concepto, q u e señala a la lib erta d su dirección. De ahí
procede que en general, así com o en nuestro caso particular,
el o b jeto de la in tu ició n debe ex istir previam ente a la intui
ción. Este objeto es ju stam en te el concepto. C on form e a nues
tra presente exposición se ve q u e éste n o es otra cosa que la
in tu ició n misma, sólo q u e n o conceb id a en cuanto tal, en
cuan to actividad, sino com o reposo.
[P R E F A C IO A N T IC IP A D O DE U N A N U E V A
E X P O S IC IO N DE L A D O C T R IN A
D E L A C IE N C IA ]
D esd e h a c e
seis años se halla la doctrina de la ciencia ante el
público alemán.28 Ella ha encontrado en diferentes personas
una muy diferente acogida — en los más, violentos y apasiona
dos enemigos; en algunos, panegiristas no suficientemente
informados; en pocos, inteligentes partidarios y cultivadores.
— Desde hace cinco años se encuentra una nueva exposición
de la misma en mi atril, conforme a la cual acostumbré im
partir mis lecciones sobre esta ciencia.29 Este invierno estoy
ocupado en una reelaboración de esa nueva exposición y
espero poder presentarla impresa al público la primavera
próxima.30
Yo desearía mucho que el público por lo pronto, es decir,
hasta la oportunidad de la propia convicción, me creyera al
menos las dos siguientes aseveraciones, y con el presupuesto
de las mismas fuera a la lectura de esa nueva exposición. La
primera: que, descontados algunos pocos individuos (y mis
oyentes inmediatos, de quienes no se habla aquí), poco menos
que absolutamente ninguna noticia de la doctrina de la
ciencia existe aún en el público erudito. La segunda: que
esta ciencia es una ciencia del todo nuevamente descubierta,
cuya idea ni siquiera existió antes y que sólo puede ser sacada
de la doctrina misma de la ciencia y juzgada sólo desde ella
misma.
Por lo que toca a lo prim ero: el Fundamento de la doctri
na de la ciencia?1 aparecido hace seis años como texto para
S8 Se alude a la obra: Grundlage der gesamten W issenschaftslehre. Leip
zig. 1794-
Se trata de la obra: Wissenschaftslehre 1798 “ Nova M ethodo” . Permane
ció manuscrita hasta que fue publicada por Hans Jacob en el tomo II de sus
Nachgelassene Schriften, de Fichte. Berlín, 1937 .
10 Es la D arstellung der W issenschaftslehre aus dem Jahre 1S01. (Obras
completas, por I. H. Fichte, t. II, pp. 3 - 163 .)
11 Op cit. en la nota 28.
mis oyentes, no fue, según m i saber, casi en absoluto enten
dido, y no aprovechó casi a nadie, salvo a mis inmediatos
oyentes. Él parece no poder prescindir convenientemente de
una ayuda oral. En m i Derecho natural y en mi Doctrina
moral32 tuve, según creo, m ejor suerte en exponer claramen
te mis pensamientos aun sobre la filosofía en general; pero,
sobre si habitualm ente se ha saltado las introducciones y las
primeras secciones de aquellos escritos, o sobre si en general
no es muy posible dar a las consecuencias más lejanas de mi
sistema sin sus primeras premisas aquella evidencia que se
puede dar m uy fácilm ente a las premisas — según todas las
declaraciones que encontré después de la aparición de aque
llos libros y precisamente con m otivo de los mismos, parece
todavía a través de ellas no haber adelantado mucho el pú
blico en la comprensión del punto principal. Sólo las dos
Introducciones a la Doctrina de la ciencia, y el primer capi
tulo de una nueva Exposición de aquel sistema, que habían
sido impresos en el Diario filosófico,33 parecen haber sido
mejor entendidos y haber suscitado en algunas personas im
parciales más favorables esperanzas de la doctrina de la cien
cia. Pero mediante esos artículos, sin embargo, puede a lo
ia sumo | ser producido apenas un concepto provisional de mi
propósito; de ningún modo, empero, es realm ente llevado a
efecto y cum plido en ellos este propósito.
Hasta qué punto mi talentoso com pañero de trabajo, señor
profesor Schelling, en sus escritos de ciencias naturales y en
su Sistema del idealismo trascendental recién aparecido,34
tuvo m ejor éxito en proporcionar una entrada al punto de
vista trascendental, no voy a investigarlo aquí.
Yo he declarado ya hace tiem po en otro lu gar36 que, por lo
que a mí mismo toca, estoy dispuesto a tomar exclusivamente
8S Las obras aludidas son: G rundlage des Naturrechts, 1796 , y Das System
.
der Sittenlehre, 1798
••Cf. nota (ahí se reseñan las obras aludidas).
20
Los primeros escritos son sin duda los siguientes: Erster Entxvurf eines
Systems der N aturphilosophie. Jena und Leipzig, 1799. — E in leitu n g zu seinem
Entwurf eines Systems der N aturphilosophie. Oder: Ü ber den Begriff der
spekulativen Physik und die innere Organization eines Systems dieser Wissen-
schaft. Jena und Leipzig,
1799. _ Von der W eltseele. E in e H ypothesc der
° .f? zur E rkldm ng des allgem einen Organismus. Ham burg, 179®'
Se alude a lo dicho en la Prim era Introducción a la Doctrina de
F fch tó rerinnerung' l ’ 4’ ° <en la edición de las Obras com pletas por I. H-
sobre mí toda la culpa en relación al pasado por el casi ge
neral no-entendimiento, con tal de que m ediante esto pueda
yo mover al público a adentrarse de nuevo en el asunto puesto
a sugestión. A propósito de un sistema com pletam ente nuevo,
no descubierto por el camino de la evolución desde la ciencia
preexistente, sino por un cam ino totalm ente diverso, sólo
a través de un largo y dedicado ejercicio con los individuos
más heterogéneos adquirirá el descubridor la habilidad de
sacarlo de su propio espíritu y exponerlo para otros espíritus.
Yo desearía, por tanto, que, para procurarle un m ejor éxito
al estudio de la exposición anunciada, pusiera uno com ple
tamente aparte en el estudio de la nueva exposición, no sólo,
como de por sí se entiende, sus conceptos filosóficos sacados
de otros sistemas, sino también los conceptos originados por
la doctrina de la ciencia con base en los precedentes escritos
sobre ella; que se considerara por lo pronto aquellos escritos
como no existentes y se creyera invitado a una nueva inves
tigación no puesta a sugestión anteriorm ente en absoluto.
Por lo pronto, repito, es decir, hasta que se pueda tomar de
nuevo aquellos conceptos con m ejor com petencia y en otra
claridad, y se pueda mirar en una luz distinta aquellos escri
tos, que no por esto han de ser declarados en absoluto como
ineptos. Pues no se crea ciertamente que la preocupación, que
fue expresada ya muchas veces por personas circunspectas, a
las cuales no agrada ocuparse con el pensar a la buena de Dios:
de que bien podría yo nuevamente, después de haber im portu
nado al público con el fatigoso estudio de una doctrina abs
tracta, retirar la misma luego, tarde o temprano, y que ahora
todo el trabajo empleado está simplemente perdido, que esa
preocupación, repito, ahora va a cumplirse. Se retira sola
mente lo que se ha opinado; lo que una vez se supo realmente
no se puede retirar. L o que se puede saber es lo cierto per
manente, absoluta y eternamente; a quien se le revela esa
certeza una vez, le permanece tanto tiem po cuanto él mismo
permanezca. Si yo ahora m ediante el descubrim iento de la
doctrina de la ciencia he producido en mí un saber real,
como yo ciertamente lo afirmo, entonces bien puede el mis
mo ser expuesto más claramente a otros (no a mi), pero jamás
ser | retirado; y si uno cualquiera de mis lectores con motivo
de aquellos escritos produjo en sí un saber, entonces nunca le
puede ser arrebatado el mismo, aun cuando yo alguna vez
por enferm edad o edad h u b iera de caer en una tal flaqUe
mental q ue dejara de com prender lo que actualmente com
prendo, dejara de entender mis propios escritos y en esa inin.
teligencia los retirara.
V en go al segundo punto. L a doctrina de la ciencia, decía
yo, es una ciencia totalm ente nueva. A n tes de ella no existió
algo aun sim plem ente parecido a ella.
Hasta K ant — que éste cond u jo la filosofía a una altura que
nunca tuvo antes de él, es sin duda tan cierto, como el que su
escuela no avanzó más que él m ism o*—, hasta Kant la filo
sofía es un conocim iento de la razón por conceptos, y es
opuesta a la m atem ática precisamente en que la última debe
ser un conocim iento de la razón por intuiciones.
En esta concepción de la filosofía no se ha reflexionado en
varias cosas.
Prim eram ente, puesto que, con todo, debe darse también
un conocim iento de la razón por intuiciones, como se afirma
de la matemática, por eso —si ya no es que con aquel conoci
m iento todo conocer y pensar tiene un término; es más, si
aun la simple afirmación de que se da ün tal conocimiento
es posible36 — tiene que darse a su vez un conocimiento de
aquel conocim iento y, com o una intuición en cuanto tal en
definitiva precisamente sólo puede ser intuida, un conoci
miento por intuición. ¿Dónde está, pues, realizada esta ma-
thesis de la mathesis?
Después —así en efecto proseguiría yo hablando a aqué
llos—, un conocimiento de la razón (esto debe significar aquí,
sin duda alguna, exactamente como en la matemática, un
conocimiento por medio de la razón, com o algo cognoscente,
y por cierto como razón pura, sin ninguna asistencia de la
percepción), un tal conocim iento queréis vosotros realizarlo
con conceptos — conceptos que, sin duda alguna, tenéis pre
viamente al conocimiento que realizáis con ellos, los descom
ponéis, y separáis lo que en ellos se encuentra unido. Yo
• .40
E l últim o en su Clavis F ichtiana Esta llave bien puede no abrir: pu^
el autor de la misma no llegó a entrar.
•8 Probablem ente se alude al filósofo Johann Georg H am ann y a su obra
Metakritik über den Purismus der Vernunft, 1784 .
*9 En su obra Metakritik zur Kritik der reinen Vernunft, 1799-
;
40 Fue publicado este escrito en Erfurt, 1800 el titulo exacto es Cía**
Fichteana seu Leibgeberiana. E l final de la nota debe entenderse asi: t¡u
no llegó a entrar en la doctrina de la ciencia.
n u e v a e x p o s ic ió n d e l a d o c tr in a d e l a c ie n c ia 75
F ic h t e
A F O R IS M O S SO B R E L A E S E N C IA DE L A F IL O S O F ÍA
C O M O C IE N C IA
§ i-
Tod a filosofía, hasta antes de Kant, tuvo por su objeto el ser
(objectum, ens — en el dualismo, por ejemplo, la conciencia
misma, como espíritu consciente, alma, etcétera, se convirti
en ser). El fin de esta filosofía era captar la conexión de as
variadas determinaciones de este ser.
§ 2-
Todas perdían de vista, exclusivamente por falta de atención»
que ningún ser se presenta excepto en una conciencia, y
contrario, ninguna conciencia excepto en un ser; que por
esto, lo propiamente en-sí, como objeto de la filosofía, no
es ni el ser, como en toda la filosofía prekantiana, ni la con
ciencia, como en verdad ni siquiera una sola vez se intentó;
sino que tiene que ser: ser -f- conciencia, o conciencia -f- ser
= la absoluta unidad de ambos, más allá de su separación.
Kant fue el que hizo este gran descubrimiento y por ello vino
a ser el fundador de la filosofía trascendental. Corolario: Que
por consiguiente, aquellas singulares preguntas, de cómo llega
el ser a la conciencia, o la conciencia al ser, las cuales [debie
ron ser contestadas] mediante el Infiuxus physicus, el Systema
causarum occasionálium, la Harmonía praestabilita,49 son
resueltas, en tanto que ser y conciencia no están, en efecto,
originariamente separados, por lo mismo tampoco pueden
ser unidos, sino que son en sí uno y lo mismo. —
§ 3.
Adición: Se entiende de por sí que aun después de esta total
inversión del verdadero objeto, la filosofía conserva aún siem
pre su antigua tarea, de hacer comprensible la conexión de las
variadas determinaciones de aquel objeto fundamental.
§ 4-
En esta última empresa de la deducción se puede entonces:
O proceder, pues, de modo que se presuponga ciertas di
ferencias fundamentales, que sólo pueden haber sido encon
tradas en autoobservación empírica como no posibles ya de
unir, y se reduzca entonces a cada una de estas unidades-fun
damentales particulares lo que ha de deducirse de cada una;
lo cual daría en parte una filosofía incompleta, que en sí
misma no ha llegado hasta el fin, es decir, hasta la unidad
absoluta, en parte una fundada parcialmente sobre datos
empíricos, por tanto, no estrictamente científica, la cual no
obstante (por el § 2) permanece [una]50 trascendental. —
Una tal filosofía es la kantiana. —
IcmV/íÍT? C? trc “ «fretes es adidón del editor alemán. - Los artículos ante
8011 a d alemán.
Adición del editor
• • i J T . i atin0s id ó n nue« ra .
O se puede, pues, proceder de modo que se profundice
y exponga aquella originaria unidad del ser y la concien
cia (§ 2) en lo que ella es en si e independientemente de
su división en ser y conciencia. — (Yo llamo esta unidad ra
zón, o Aóyo?, ut in Evangelio Joannis, saber, que ciertamente no
hay que confundir con la conciencia, y que es un miembro
inferior de la disyunción, solamente situado frente al ser;
de ahí, el sistema Doctrina de la ciencia, XoyoXoyía. Para ex
ponerla a alguno realmente en forma íntima y hacérsela com
prensible, se requiere una larga preparación del mismo por
medio de la más abstracta especulación). — Si se la hubiere
expuesto, aquella unidad, correctamente, se entenderá al
mismo tiempo la razón por qué se divide en ser y conciencia;
se entenderá por qué en esta división se divide nuevamente
de una determinada manera: todo absolutamente a priori,
sin ninguna ayuda de la percepción empírica, debido a aque
lla inteligencia de la unidad; y por tanto se captará verdade
ramente el todo en lo uno, y lo uno en el todo; lo cual ha
sido desde siempre la tarea de la filosofía. Esta filosofía ahora
descrita es la
DOCTRINA DE LA CIENCIA
Adición aclaratoria
En lo que concierne a la segunda división ulterior del ser y
de la conciencia concebidos ya como uno, se muestra en la
doctrina de la ciencia que aquélla se verifica en virtud de la
conciencia y conforme a sus leyes inmanentes; que en conse
cuencia, el ser, en sí y por sí, y pensado separadamente de
la conciencia, es por ello uno, así como la razón misma, y que
él se divide sólo en su unión con la conciencia, porque la
última, en virtud de su propia esencia, se divide necesaria
mente; según esto, sólo en la conciencia se da un ser múltiple,
por ejemplo (así en efecto se muestra en la doctrina de la
ciencia) [aquélla]81 se divide primeramente en una concien
cia sensible y una suprasensible, lo cual, aplicado al ser, tiene
que dar un ser sensible y uno suprasensible. Lo suprasensi*
Advertencia 5
SOBRE EL C O N C E P T O DE L A D O C T R IN A DE L A
CIE N C IA O DE L A L L A M A D A F ILO SO FÍA
Prefacio ................................................................................. 9