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Freud empieza diciendo que los síntomas patológicos de ciertos neuróticos tienen

un sentido.
Freud se interesa por lo sueños, ya que le nació la sospecha de que también los
sueños poseen un sentido debido que los pacientes neuróticos en vez de presentar
síntomas, presentaron sus sueños también, dice pues que el sueño mismo es
también un síntoma neurótico y, por cierto, de tal índole que posee para nosotros la
inapreciable ventaja de presentarse en todas las personas sanas.

Así pues, el sueño pasa a ser objeto de la investigación psicoanalítica. Se trata, de


nuevo, de un fenómeno habitual, menospreciado, en apariencia de tan nulo valor
práctico como las operaciones fallidas, con las que tiene en común el hecho de
presentarse en las personas sanas. Ya que el mecanismo de la neurosis es el
mismo mecanismo de los sueños. En cambio, el ocuparse del sueño no es sólo
poco práctico y superfluo, sino directamente desdoroso; atrae la acusación de falta
de cientificidad y despierta la sospecha de una inclinación personal al misticismo.
Así Freud nos habla de la naturaleza del sueño, el cual tiene ciertas dificultades:
como lo son el olvido, la alteración de los sueños al momento de recordarlos etc;
incluso hasta se podría caer en el misticismo…
Más todavía: su naturaleza misma desafía todas las exigencias de una investigación
exacta. Es que en la investigación del sueño no estamos ciertos ni siquiera del
objeto.

La mayoría de los sueños no pueden siquiera recordarse, se los ha olvidado hasta


en sus pequeños fragmentos. Dijimos entonces que grandes cosas pueden
exteriorizarse también en pequeños indicios. Por lo que toca a la imprecisión del
sueño, ese es un rasgo cómo cualquier otro; Sabemos por experiencia propia que
el talante con que despertamos de un sueño puede proseguir durante todo el día;

Freud, llegado a este punto se pregunta: ¿De dónde proviene, en verdad, el


desprecio que los círculos científicos muestran por el sueño? Y comienza dándole
una posible respuesta mirando este aspecto desde un punto de vista, primero,
histórico. Opina pues, que es la reacción a la sobreestimación de que fue objeto en
épocas anteriores. Ya nuestros antepasados, hace 3000 o más años, soñaban
como lo hacemos nosotros. Sabemos que los pueblos antiguos concedieron gran
importancia a los sueños y los juzgaron susceptibles de aplicación en la vida real.
Extrajeron de ellos indicios para el porvenir, y los examinaron en busca de
presagios. Por ejemplo, cuando Alejandro Magno emprendió su campaña de
conquista, en sus leales se contaban los más famosos intérpretes de sueños. Un
día él soñó con un sátiro, cuando expuso este sueño ante sus intérpretes, estos le
respondieron que le había sido anunciada la victoria sobre la ciudad de Tiro.
En fin, la interpretación de los sueños fue habitual y muy estimada en la época
helenístico romana. No se sabe porque razones el arte de la interpretación de los
sueños declino y el sueño cayo en descredito. El hecho es que el interés por el
sueño poco a poco se degradó a superstición y solo pudo persistir en las personas
incultas.
En segundo lugar, Los médicos juzgan al sueño, desde luego, como un acto no
psíquico, como la exteriorización de estímulos somáticos en la vida anímica. Es
decir, la exteriorización de estímulos sintomáticos.
Por último, los filósofos más recientes; peyorativamente, se limitan a enumerar las
desviaciones que la vida onírica presenta respecto del pensamiento de vigilia:
destacan la destrucción de las asociaciones, la supresión de la crítica, la cesación
de todo saber y otros signos de una operación disminuida.

Freud nos invita a conocer los sueños desde la experiencia. Pues si las operaciones
fallidas pudieron tener un sentido, tal vez ocurra lo mismo con el sueño.

En primer lugar, ¿Qué es un sueño?, no solo basta con alguna definición.


Deberíamos de buscar lo esencial, ¿Dónde hallarlo?; lo esencial será lo que
podamos descubrir cómo común a todos los sueños. Y así el primer rasgo común a
todos los sueños es que soñamos mientras dormimos (Definición de Aristóteles).
Soñar es, evidentemente, la vida que es propia del alma mientras duerme. El sueño
parece ser entonces un estado intermedio entre el dormir y la vigilia.
Así nos vemos remitidos al dormir. Ahora bien, ¿Qué es el dormir?, por un lado, se
trata de buscar una característica psicológica del dormir. Este es un estado en que
yo no quiero saber nada del mundo exterior y me pongo a dormir cuando me retiro
del mundo y mantengo lejos mis estímulos. Por otro lado, la tendencia biológica del
dormir parece ser entonces la reparación de fuerzas. Y su carácter psicológico, la
suspensión del interés por el mundo. Freud nos explica por qué algunos de nosotros
nos enroscamos como un apretado paquete y adoptamos para dormir una postura
corporal parecida a las que tuvimos en el vientre materno; ya que no resistimos
ininterrumpidamente nuestra relación con el mundo, por eso de vez en cuando nos
retiramos al estado pre mundano, o sea, a la existencia en el vientre materno.

Si eso es el dormir, entonces el sueño en modo alguno está en sus planes, parece
más bien un intruso inoportuno. Ya que, dice Freud, el dormir sin soñar es el mejor,
el único correcto, pues mientras se duerme no debe haber actividad anímica
ninguna. (Si lo hay, es porque no hemos logrado evitar todo resto de actividad
anímica), esos restos, eso sería el soñar.

Llegados a este punto, se expone una dificultad debido a que al parecer los sueños
no poseen un sentido ya que en las operaciones fallidas eran sin duda actividades
de vigilia. Si yo duermo, si la actividad anímica cesa por completo y solo no he
podido sofocar ciertos restos de ella, no es necesario en absoluto que esos restos
posean un sentido. En realidad, no puede tratarse sino de reacciones del tipo de las
contracciones espasmódicas: de fenómenos anímicas que son resultado directo de
una estimulación somática. Los sueños serían entonces los restos de la actividad
anímica de la vigilia, perturbadores del dormir… Pero, por más que el sueño sea
superfluo, no obstante, existe; y podemos intentar dar razón de su existencia.

¿Existe algún otro rasgo común? Sí, es un rasgo inequívoco, pero mucho más difícil
de aprehender y de describir. Los procesos anímicos que se producen mientras se
duerme tienen un carácter totalmente diverso de los de la vigilia. En el sueño se
vivencian muchas cosas y se cree vivenciarlas, cuando en verdad nada se vivencia,
salvo, quizás, el estímulo que perturba al soñante. Se vivencia predominantemente
en imágenes visuales; ahí pueden colarse también sentimientos, pensamientos,
además de los otros sentidos. Pero fundamentalmente se trata de imágenes.
De aquí tropezamos con una dificultad, la de contar el sueño, de la necesidad de
traducir estas imágenes en palabras, (podría dibujarlo, pero no sé cómo decirlo).
Pondremos cuidado en tener presente este segundo rasgo común a todos los
sueños, por más que pueda haber quedado incomprendido.

¿Existen todavía otros rasgos comunes? No hallo ninguno; veo por doquier sólo
diferencias, y por cierto en todos los respectos. Tanto por lo que toca a la duración
aparente cuanto a la nitidez, a la participación de los afectos, a la permanencia, etc.
Asimismo, también hay sueños muy breves, u otros que tienen una enorme riqueza
de contenido, escenifican novelas enteras y parecen durar largo tiempo. Hay sueños
que son nítidos como la vivencia, tan nítidos que después de despertar, durante un
rato, todavía no lo reconocemos como sueños. Algunos sueños pueden poseer
sentido pleno o al menos ser coherentes, otros en cambio, son confusos, absurdos
y muchas veces locos.

Los sueños se olvidan más de las veces enseguida después de despertar, o se


conservan a lo largo del día e incluso años.

En suma, este pedacito de actividad anímica nocturna dispone un repertorio


gigantesco, puede seguir creando todo lo que el alma crea durante el día, pero
nunca es lo mismo.

Renunciemos provisionalmente al «sentido» de los sueños e intentemos, en


cambio, abrirnos paso hacia una mejor comprensión de ellos partiendo de sus
rasgos comunes. Como ya vimos, del vínculo del sueño con estado del dormir
hemos inferido que el sueño es la reacción frente a un estímulo que perturba a
aquel. Ello prueba que estímulos administrados mientras se duerme aparecen en el
sueño. Un ejemplo de esto lo realizo Maury en 1878 consigo misma. Se le dio a oler
una colonia mientras dormía y soñó que se encontraba en el Cairo; la pellizcaron y
soñó que le habían colocado una cataplasma; le vertieron unas gotas sobre la frente
y se soñó en Italia sudando copiosamente y tomando vino blanco.
Otro experimento, el de Hildebrandt en 1875, sobre reacciones frente a la
campanilla de un reloj despertador. En el primer sueño, el soñante sueña que se
encuentra junto a una capilla y ve que alguien sube a tocar las campanas; al
momento de tocarlas, despierta al soñante ya que estas campanadas fueron
intensas y penetrantes que ponen fin a su dormir. Pero las campanadas venían del
despertador. En un segundo sueño, el soñante se sueña que está a punto de partir
de un trineo halado por bestias; al momento de ponerse en marcha, hacen sonar
sus cascabeles con tanta fuerza que desgarran la telaraña del sueño. Otra vez, no
es sino el estridente sonar del despertador.

Estos sueños son muy bonitos, provistos en un todo de sentido, en modo alguno
tan incoherentes como suelen serlo los sueños. Lo común a ellos es que la situación
en cada caso desemboca en un ruido que, tras despertar, se individualiza como el
del despertador. Entonces aquí vemos que el sueño no reconoce al despertador, y
tampoco este aparece en el sueño, sino que sustituye el ruido del despertador por
otro; interpreta el estímulo que pone fin al dormir, pero en cada caso lo interpreta de
manera diversa. Pero comprender el sueño equivaldría a poder indicar la razón por
la cual ha escogido precisamente este ruido y no otro para interpretar el estímulo
que ofició de despertador.

Y aun tengan ustedes en cuenta que los sueños de despertar son los que ofrecen
las mejores posibilidades de comprobar la influencia de estímulos externos
perturbadores del dormir. Puesto que el estímulo ya no es más comprobable, no
puede obtenerse certidumbre alguna. Pero aun sin considerar eso, desistimos de
ponderar los estímulos externos perturbadores del dormir, puesto que sabemos que
pueden explicarnos sólo un pequeño fragmento del sueño y no la reacción onírica
entera.

Mas no por eso hemos de desechar por completo esa teoría. Si no en todos los
casos puede estar en juego un estímulo que venga del exterior, quizá lo remplace
uno de los llamados estímulos corporales, provenientes de los órganos internos. la
tesis de que los sueños derivan de un estímulo corporal es apoyada por un número
considerable de buenas experiencias. Es en general indudable que el estado de los
órganos internos puede influir sobre el sueño. El vínculo entre el contenido de
muchos sueños y la repleción de la vejiga o un estado de excitación de los órganos
sexuales es nítido e inequívoco.

Schemer (1861), estudioso de los sueños, ha sostenido con particular vigor que el
sueño deriva de estímulos de órgano, aduciendo en favor de su tesis algunos bellos
ejemplos. En el sueño aparecen pasadizos largos, estrechos y tortuosos, como de
estímulo intestinal, o sobre los dientes al soñar con una hilera de muchachos. Y ello
corrobora la tesis de Scherner según la cual el sueño busca sobre todo figurar el
órgano que envía el estímulo mediante objetos que se le parecen.

Consiguientemente, tenemos que estar dispuestos a admitir que estímulos internos


pueden desempeñar para el sueño el mismo papel que los externos.
Pero el estímulo corporal interno es tan incapaz como el estímulo sensorial externo
de explicar el sueño algo más que lo relativo a la reacción directa frente al estímulo.

El sueño no devuelve simplemente el estímulo, sino que lo procesa, alude a él, lo


inserta dentro de una concatenación, lo sustituye por algo diverso. Es un aspecto
del trabajo del sueño que da de interesarnos, porque quizá nos acerque más a la
esencia del sueño. Quizá también los estímulos e internos y externos que afectan
al durmiente no sean sino los incitadores del sueño, de cuya esencia no nos delatan
nada.

El otro rasgo común de los sueños, su particularidad psíquica, es por una parte difícil
de aprehender y, por la otra, no ofrece asideros para una ulterior pesquisa. En la
mayoría de las veces, en el sueño vivenciamos algo en formas visuales.
Si los rasgos comunes de los sueños no nos permiten avanzar, hagamos el ensayo
con sus diferencias. Es cierto que a menudo los sueños carecen de sentido, son
confusos, absurdos; pero los hay plenos de sentido, sobrios, racionales.
Examinemos estos últimos, los provistos de sentido, para ver si pueden aclararnos
algo sobre los disparatados. Hay unas partes en el sueño es una reminiscencia
directa de algún evento ocurrido durante el día, la otra parte del sueño, que solo
tiene cierto parecido con una vivencia anterior. Únicamente nos enseñan que
hallamos en ellos repeticiones de la vida diurna o anudamientos con ella; pero esto
es solo valido únicamente para una minoría; en los sueños no hallamos
anudamiento alguno a la víspera y a partir de esto no echamos ninguna luz sobre
los sueños disparatados y absurdos.

Inesperadamente nos llega un indicio de un lado al que hasta ahora no habíamos


atendido. El uso lingüístico, que nada tiene de contingente, sino que es la
sedimentación de una vieja sabiduría, aunque no pueda empleársela sin
precaución; nuestro lenguaje, entonces, conoce algo que extrañamente llama
sueños diurnos. Los sueños diurnos son fantasías, son fenómenos muy difundidos,
que también se han observado tanto en los sanos como en los enfermos, y se
prestan con facilidad para ser estudiados en la persona propia. en ellos no se
vivencia ni se alucina nada, sino que es representado algo; se sabe que se está
fantaseando, no se ve, sino que se piensa. El contenido de estas fantasías está
presidido por una motivación muy trasparente. Son escenas o circunstancias en que
encuentran satisfacción los afanes de ambición o de poder, o los deseos eróticos
de la persona. En los hombres jóvenes prevalecen casi siempre las fantasías de
ambición, y en las mujeres, que han puesto su ambición en el éxito amoroso, las
eróticas. Por lo demás, estos sueños diurnos son muy variados y sufren cambiantes
destinos.
Son la materia prima de la producción literaria, pues el artista, tras ciertos arreglos,
disfraces y omisiones deliberadas, crea a partir de sus sueños diurnos las
situaciones que introduce en sus novelas o sus piezas teatrales.

Quizá los sueños diurnos lleven este nombre a causa de una idéntica relación con
la realidad: para indicar que su contenido ha de juzgarse tan poco real como el de
los sueños.

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