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Breve historia de la psicoterapia

Desde la antigüedad, el método más parecido a la psicoterapia, tal y como la conocemos


hoy en día, ha venido siendo el de la dialéctica hermenéutica. Más que una forma de terapia
era una suerte de diálogo en el que, por medio de argumentos, unas ideas prevalecían sobre
las otras hasta el punto de llegar a una conclusión lógica que invalidase las teorías
secundarias. Estaba basado en el raciocinio y la retórica, sin tomar en consideración ningún
aspecto psicológico, propiamente dicho, de los participantes.

No sería hasta los primeros años del siglo XX que se consolidarían los rudimentos de una
relación médico-paciente que tuviera en cuenta el sufrimiento o malestar del interesado y
en respuesta al cual existiera un especialista con un protocolo de actuación. Sigmund Freud
y su psicoanálisis serían pues la primera respuesta a unos de los primeros problemas
psicológicos descritos, los de las neurosis. Propuso un método, el de la asociación libre de
ideas, por el cual los pacientes fueran ligando sus ideas sin presión por parte del analista.
Las intervenciones de éste serían mínimas e irían destinadas a señalar, apuntar
observaciones para que el mismo paciente fuera consciente de sus conflictos internos.
Describiría tres instancias psicológicas constituyentes del armazón del yo, luchando
impulsos inconscientes y aspiraciones ideales con la mediación de una instancia reguladora.
La libido o energía sexual constituiría una pieza clave de su investigación al analizar cómo
ésta se ligaba a determinados objetos o eventos para entender así el desarrollo de la
personalidad. Aunque partía de presupuestos biológicos, sus aportaciones al desarrollo de la
psicoterapia fueron notables y prevalecieron durante medio siglo como casi el único
método válido de intervención. Desarrollos posteriores aportarían asimismo la noción de
encuadre, que delimitaba el psicoanálisis a un tiempo y un lugar determinado, facilitando el
distanciamiento del analista de los problemas en la consulta.

Como todo, con el paso de los años, se puede analizar las aportaciones habidas y ver sus
luces y sus sombras. Aunque dotada todavía en la actualidad de cierto prestigio, a pesar de
ser más minoritaria de lo que lo era antes, se ha podido demostrar la inconsistencia de
muchas de sus ideas constituyentes, a pesar de haber dejado un marco general para la
terapia innovador. En la actualidad, son muy variadas las corrientes que ha originado. Se
clasifican en función del país de origen, Francia, Alemania, EEUU, Reino Unido,
Argentina, etc., de las argumentaciones sociopolíticas que subyacen, así se habla de una
izquierda y una derecha post-freudiana o de los líderes a los que siguen: Freud, Lacan,
Jung, Adler, Rank, Klein, etc.. Para Karl Popper, uno de los más prestigiosos filósofos de la
ciencia, se trata de una pseudociencia, por no estar sometida al principio de la falsabilidad,
aunque interesante. Similares argumentaciones sigue el epistemólogo Mario Bunge, al
considerarla aislada del resto de las ciencias y no tomar en cuenta, por ejemplo, los avances
de la neurociencia. Para otros, sencillamente es falsa, normalmente bajo la argumentación
de la excesiva importancia otorgada a la sexualidad en el desarrollo infantil y adulto.
También los hay que opinan que es un método basado en la sospecha, al acecho de errores
en el lenguaje para extraer improvisadas interpretaciones. Por último, también hay quien
opina que toma cierta forma de secta, al seguir ciegamente postulados no demostrables
elaborados por sus líderes, entrar de lleno en el terreno de la interpretación subjetiva y
conformar un lobby de poder acomodado que vela antes por sus propias creencias y
bienestar que por el bienestar de la persona.

Cercano a las fechas en que Freud publicaría sus primeras obras, el fisiólogo Wilhelm
Wundt, crearía su primer laboratorio de psicología experimental. Unos años después,
Watson y Pavlov desarrollarían las ideas básicas de lo que vendría a conformar el
conductismo. Se investigarían las relaciones entre estímulos físicos y respuestas
conductuales para extraer conclusiones sobre el aprendizaje animal, el cual sería
extrapolado al humano al mostrar ciertas consistencias y estar basado en la teoría de la
evolución de Darwin. Se investigarían también las consecuencias que tienen determinadas
conductas que desarrollamos los humanos en interacción con el ambiente y que, por medio
del ensayo y error, derivarían en nuevas formas de aprendizaje. De este modo, a mediados
del siglo XX, eclosionarían las técnicas de modificación y terapia de conducta como
métodos científicamente comprobados de psicoterapia. Posteriormente, las investigaciones
de distintos autores y grupos, como Skinner, Hull, Tolman, Staats, Eysenck o Wolpe,
darían origen a distintas corrientes de pensamiento que aún perduran con fuerza en la
actualidad.

Al igual que le sucediera al psicoanálisis, ha tenido sus seguidores y detractores. Muchas de


las críticas vienen de la fuerte oposición entre ambas. Quizás la más predominante fuera
que no otorgan un papel a los estados mentales, no ya sólo las emociones y el inconsciente,
sino ni siquiera la cognición, considerando al individuo como un mero receptor pasivo de
influencias, simple y mecánico. No se consideran tampoco las coyunturas socio históricas,
por lo que adolece de una comprensión global de la persona. Además, también hay quien le
acusa de interesado, al mostrar una posición acomodada en relación al poder.

A mediados del siglo XX, surgiría, ahondando sus raíces en la antigüedad, lo que
podríamos considerar un contramovimiento en su época, al contraponer al análisis del
inconsciente del psicoanálisis el análisis del material consciente y al cientificismo en el
estudio del comportamiento humano a la relación auténtica, comprensiva y humana. De la
mano de Carl Rogers y Abraham Maslow, comenzaría pues el humanismo como nueva
fuerza regeneradora. Otorgando una mayor importancia al poder decisorio de la persona
que busca ayuda psicológica, la terapia centrada en el cliente desarrollaría el concepto de
si-mismo como forma de entender la responsabilidad del paciente en sus propias
elecciones. En este enfoque, el cliente es el que lleva el peso de la terapia al marcar la
dirección de la misma. No son consideradas las patologías como tales, sino más bien como
disfunciones en las formas de relacionarse y vivir. De este modo, se puede señalar que son
tres las características fundamentales de la relación terapéutica: autenticidad en la relación,
aceptación incondicional del cliente y empatía. Daría lugar a distintas corrientes de alcance
hasta la actualidad, tales como el análisis transaccional, la terapia gestalt o la terapia
sistémica y a autores tan influyentes como Berne, Perls o Erickson.

Fueron loables sus esfuerzos por otorgar un papel relevante al paciente-cliente en el entorno
terapéutico, sin embargo adoleció del principal problema de falta de rigor teórico y
metodológico, al priorizar el método del aprendizaje basado en la experiencia, sobre el
académico clásico y pasar a ser quizás los terapeutas demasiado protagonistas en
situaciones que reclamaban una mayor objetividad. Asimismo, el papel otorgado a la
racionalidad humana fue excesivo, lo que se tradujo en una menor producción de materiales
de investigación. Por último, hay también quien considera que muestran una actitud
excesivamente ingenua en sus planteamientos de base, si bien los desarrollos posteriores
han mostrado una mayor consistencia.

En la segunda mitad del siglo XX y, como sucede con el resto, hasta la actualidad, surgiría
el cognitivismo. Atendiendo a procesos internos como el razonamiento, hablaría más bien
de procesos automáticos en vez de inconscientes como lo hacía el psicoanálisis, introduciría
la variable organismo en el esquema estímulo-respuesta del conductismo y entraría de lleno
en la investigación científica y de laboratorio como no solía hacer el humanismo. Aunque
planta cara a las anteriores corrientes mayoritarias, podríamos decir que surge
principalmente como reacción al rígido esquema de aprendizaje del conductismo,
introduciendo la capacidad mediadora de los individuos en el esquema básico que asociaba
la presencia de un estímulo con la reacción automática al mismo. Aunque estos procesos
internos ya eran considerados a su vez en las corrientes psicoanalítica y humanista, la
novedad residiría en realizar aportaciones teóricas y metodológicas mesurables y
operativas, de modo que era posible su estudio científico, sus réplicas y sus aplicaciones
prácticas al ámbito de la psicoterapia. Tras las primeras conceptualizaciones de Neisser y
Broadbent, autores como Baddeley, Bartlett, Bruner, Ebbinghaus, Simon, Kelly, Bandura,
Piaget, Beck o Vygotski, entre muchos otros, le darían continuidad, estudiando no ya sólo
el aprendizaje y los razonamientos, sino también la memoria, la atención, la percepción y la
conceptualización.

La terapia cognitiva o cognitivo-conductual posee muchos seguidores en la actualidad. Son


conocidas las aportaciones desde el aprendizaje social, la reestructuración cognitiva o la
terapia racional-emotiva. Aunque los puntos de vista particulares varían en función del
paradigma concreto de partida, a grandes rasgos podemos decir que son aplicaciones
científicas de los conocimientos adquiridos y abordan el estudio y tratamiento de los
pensamientos automáticos y distorsionados, los sesgos cognitivos y las creencias
irracionales. Su método es el análisis funcional, por el cual se tratan de hallar las relaciones
entre antecedentes, pensamientos y comportamientos y ha sido aplicado con relativo éxito
sobre todo a la depresión, la ansiedad, el estrés y las fobias.
Como decíamos, es el paradigma teórico y aplicado más prolífico y seguido de la
actualidad, aunque no está exento de críticas. Las más generales hacen referencia a que, en
su origen, venía a ser un planteamiento que sustituyese al conductismo y no que se
fusionara con él. También se le ha criticado su excesivo racionalismo, quizás como
excesiva oposición al nicho de pulsiones que representaba el ello psicoanalítico, y por
extensión, haber dejado a un lado el estudio de las emociones en su papel interviniente en
las manifestaciones conductuales. Aunque ha dotado de numerosas técnicas aplicadas a la
psicoterapia, aportando recursos específicos para problemas concretos y la creación de un
protocolo de actuación tal que ha sido asumido como paradigma de referencia en la
investigación y la práctica, el modelo biopsicosocial, sus métodos son en ocasiones
excesivamente rígidos y específicos, quedando por fuera mucha de la variabilidad y
diversidad de las experiencias humanas y careciendo de la necesaria flexibilidad en sus
aplicaciones.

Finalmente, a lo largo de las últimas décadas del siglo XX y hasta la actualidad, el


constructivismo surgiría principalmente en oposición al rígido modelo cognitivo-
conductual clásico, que situaba el papel de la mediación cognitiva en la de simple receptor
pasivo de estimulación con poco margen de maniobra, al plantear que el ser humano es
capaz de elaborar su propia realidad y experiencias de manera activa y autónoma. Aunque
valora la subjetividad como lo haría el psicoanálisis, no otorga una importancia tan crucial
a la energía libidinosa. Aunque admite la importancia del entorno en el desarrollo de los
comportamientos como haría el conductismo, le otorga un papel más relevante a los
procesos activos de elaboración de la información. Aunque admite la importancia de la
responsabilidad en la toma de decisiones por parte del sujeto que busca ayuda como haría el
humanismo, también se preocupa de aportar metodología para su estudio e investigación y
herramientas para su vertiente aplicada.

Apoyándose en las contribuciones de Piaget, Mahoney, Kelly o Guidano, autores como


Mead, Maturana, Varela, Watzlawick, Bateson o Lewin desarrollarían la que hoy en día
puede ser considerada la revisión más importante de las corrientes precedentes en
psicología. Algunas de las contribuciones a la psicoterapia de este modelo ayudan a los
pacientes a relacionar sus vivencias y darles significado y flexibilidad para su adaptación a
un mundo cambiante. Frente al modelo del procesamiento de la información, no trata al
paciente como un mero receptor pasivo de información que procesa de modo automático
siguiendo determinados silogismos, sino que enfatiza en que son construcciones semióticas
no sujetas a un determinismo lógico. Según esto, parece querer introducir el libre albedrío
como variable a ser tomada en consideración en los esquemas teórico y aplicado.

Debido a que este último modelo está en auge en la actualidad y está en proceso de aportar
resultados, todavía no han surgido notables detractores ni críticas relevantes. En mi
opinión, tal y como sucede en la actualidad en otros muchos campos, se está tratando de
desechar lo inválido de anteriores modelos, fusionar sus más relevantes contribuciones y
realizar sus propias aportaciones. Como siempre, las nuevas generaciones tratan de abrirse
paso entre las anteriores, tomando lo que les es útil y obviando lo que no, para construir su
modo único de pensar y actuar.

Si resumimos brevemente las aportaciones más generales de las distintas formas de


psicoterapia existentes desde hace ya siglo y medio, podríamos decir que el psicoanálisis es
útil para comprender el papel de las emociones en el comportamiento, el conductismo para
valorar la importancia del medio ambiente en el mismo, el humanismo para otorgar un
papel destacado al ser humano entre la técnica y los animales, el cognitivismo para conocer
mejor nuestras formas de razonar y percibir el entorno y el constructivismo para no
olvidarnos de que la libertad nos diferencia de máquinas y nos permite ser dueños de
nuestro propio destino.

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