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El príncipe de miel.

Alguna vez existió un reino pintado por frescos días de primavera y naranjas atardeceres.
En este mágico lugar la población estaba predominada por mujeres, quienes llevaban a cabo
todo lo necesario para mantener el pequeño reino en pie, como amazonas, donde los
machos de la colonia eran casi inútiles. Únicamente servían para dar sus corazones que eran
fundamentales para el nacimiento de más hembras. El cuerpo de la reina era tan listo y
evolucionado que cuando no se contaban con machos para producir aldeanas era capaz de
continuar con la reproducción de varones. Aun así era rara
la ocasión en que se veía el nacimiento de un hijo varón,
pues todos los habitantes eran sus descendientes debido a
esto ninguna otra mujer podía dar vida. La emperatriz no
permitiría mientras ella siguiera en pie y fértil que alguien
más si quiera se atreviese, y si fuera poco ni aunque se
quisiera llevar a cabo la hazaña sería posible, pues eran
todas infértiles. Aquel bello pero triste lugar era como una
sola mente unitaria, pues nadie era libre, peor aún, ni
siquiera eran capaces de saber que no lo eran.

El pueblo vivía del oro, la minería. Las campesinas trabajaban como obreras día tras día
buscando minas perfectas para extraer el tan ansioso y dulce material. Este mismo metal en
cuestión a pesar de ser el sustento total de la comunidad había creado antes problemas y era
casi seguro que los seguiría causando pues muchas veces reinos ajenos habían ostentado
aquellas riquezas, por esto cada vez que la majestad veía el nacimiento de una nueva hija la
bendecía con un arma única para cuidado del colectivo, la parte maldita de este curioso don
era que solo podría utilizarse una única vez y está sería mortal para quien lo hiciese. Sin
embargo, para cualquier aldeana que se sentía insignificante era un total honor morir por su
soberana.

Un día de lluvia primaveral la reina murió, justo en plena temporada de fertilidad pero no
estaba todo perdido, pues había algo que hacían cada vez que una tragedia similar sucedía.
Tomaron al nacimiento más reciente, llevaba por nombre Ámbar. Se debía tener en ella el
proceso de un elixir vital durante tres semanas para que pudiera ser reina, pero era
importante que la pequeña estuviera lista lo más pronto posible, entonces solo pudo estar en
el elixir una semana. Físicamente cumplía las expectativas, era fértil, su cabello y piel
dorados eran ideales pero había un inconveniente que los demás desconocían, pues entre
una obrera y una reina hay una delgada línea donde no eres esclava ni esclavista. Aunque
claro esto no fue evidente de manera inmediata.
Habían pasado dos semanas de continua
excavación en las minas y partos sin descanso por
Ámbar. Los machos continúan llegando y dando su
corazón para nuevas habitantes pero hubo uno que
llamó inmediatamente la atención pues su corazón
brillaba y cada vez que intentaba abrirse el pecho
destellos de luz salían, él estaba avergonzado. Se
sentía pésimo fracasar en lo que naciste para hacer.
La reinita estaba tan emocionada con el
acontecimiento que mintió, dijo que ella le daría
sentencia luego, al terminar la inseminación
mientras el sol iba apareciendo, fue
desesperadamente a donde el misterioso hombre.
La luz entraba, desde una ventana hexagonal,
cuando le daba directo, a pesar de que sus ojos no
eran precisamente claros y su cabello era castaño, el sol enfocado lo hacía ver de un tono
miel, un hermoso tono miel que de solo mirarlo te empalaga la garganta.

-¿Cuál es tu nombre?-le dijo Ámbar.

-No tengo el honor de contar con uno, majestad-le contesto.

-¡Qué atrocidad! Que un aspecto tan pulcro y un porte tan único carezcan de nombre. ¿A
qué se debe tal abominación?-dijo indignada.

-Pero, su alteza. Perdóneme usted pero ¿será que usted se burla de un pobre “Don Nadie”
como yo?-contestó intrigado.

-No entiendo, no me burlo. Mi corazón estás últimas semanas y las primeras de mi vida han
sufrido total agonía pues he encontrado absoluta banalidad en lo que estoy condenada a
hacer. Ahora compadezco a tu alma y me exhortó por el egoísmo que he enmarcado-.

-Pero reina, no hay nadie en este pueblo que no desee ser usted. Desde el inicio de nuestra
forma de vida, de nuestra comunidad, hemos estado como varones reprimidos por las
obreras debido a que no contamos con su pensamiento de trabajo en conjunto. Antes
pensaba que estábamos en lo más bajo de las clases sociales, que nuestros cuerpos, nuestros
corazones, nuestra existencia estaba solamente reducida a ser utilizada, pero ahora puedo
ver, no lo hubiera entendido con la soberana anterior, pero tú. Tú también vives siendo
presa de lo que no elegiste ser, porque eres la reina y tu ser está destinado a reproducir otras
vidas mientras la tuya se va-contestó el joven.

-Ahora todo es claro, ahora puedo entender porque al intentar salir de tu pecho tu corazón
brillo con tanto candor. Desde ahora te llamaré Príncipe de Miel, pues mereces
conmemoración de príncipe al ser hijo de mi sucesora y el color del interior de tu pecho, tus
ojos, tu misma alma me recuerdan a dulce miel. En más no quiero que me llames con
formalidades que nunca he pedido me llamo Ámbar y si he contado con la suerte de poseer
un nombre quiero ser llamada por tal-dijo la reina

-Pero entonces Ámbar, no me queda más que agradecerte y sé que es atrevido pero quiero
saber que será de nosotros-contestó el entonces príncipe.

-¿Por qué hemos de ser nosotros quienes piensen diferente y qué acaso no ha sucedido
antes? Y sí es así ¿por qué las cosas siguen igual?-se cuestionó a sí misma la monarca.

-Porque somos lo que somos, no estamos hechos para sus pensamientos fuera de la
comunidad, trabajamos como una sola mente, somos uno solo, paren ya de contaminar con
su pensamiento-interrumpió la capataz, líder de las obreras.

-Pues no me interesa, tal absurdo sistema-contestó.

-Entonces no veo porque deberías seguir viva.

-¡Alto, ha sido mi culpa! Yo, género vil e insignificante, he


contaminado el pensamiento de nuestra soberana y es por ello que
no debe ser en lo más mínimo castigada, sino yo, castigadme pues-
interrumpió el príncipe.

-Que así sea-amenazó la capataz al joven con una lanza.

-Para nada. No sé cómo se siente el amor, ni que pasa por mi mente, pero sé que lo que
siento por el Príncipe no es cualquier cosa y es por ello que no dejaré que lo mates.

-No es necesario que lo haga yo-arremetió y llegaron detrás de ellas todas las obreras con
un simple zumbido.

-Acérquese, yo la cuidaré, no puede morir por lo arraigado que es mi corazón a mi pecho,


no la dejaré.

Ámbar y Miel se miraron directamente, sintieron lo que sienten las flores con la brisa, lo
que sienten los marineros con las sirenas, las obreras con el oro. Encontraron su oro, eran
los ojos del otro y como ave al viento alas de las espaldas de ambos finalmente
funcionaron, se elevaron huyendo del pequeño palacio, abandonando la región.

Pero no era posible dejarlos huir, ya que contaminaría a futuras generaciones, así que las
mujeres se abalanzaron sobre ellos con el deseo de hacer prevalecer el sistema que tanto les
había funcionado. Entonces arrojaron por los cielos lanzas y cuanto pudieron todo con el
objetivo de derrumbar a la pareja. Una flecha dio en el ala derecha del Príncipe e
inevitablemente este calló directo al suelo y aunque la reina era más grande e intento
levantarlo no pudo. Llego el espontaneo batallón, Ámbar miro a Miel sufrir ante sus ojos
pero sin duda podría sobrevivir. Entonces la nueva emperatriz sin dudar un segundo liberó
aquel don que le fue dado como defensa y que los varones carecen. Como esparció el
veneno hacía las aldeanas no parecía predecible la muerte de ninguna, sin embargo se
desvanecieron. Ella sonrió al percibir que él podría huir pero el apenas móvil sufrió más
que con cualquier herida al ver a su primer y único amor tumbado en el suelo agonizando.

-¿Es el amor siempre un asunto tan fatal de tragedia?-le susurró Ámbar.

-Quizás es por eso que nos formaron para vivir así, de una manera en la que los
sentimientos no nos afectan-dijo triste y con gotitas en los bonitos ojos.

-No digas eso sí ambos sabemos que no estás de acuerdo. Sé lo que piensas y sabes lo que
pienso. Puedo sentir en tu respiración cada sueño que alguna vez tuviste y sacar de tus
expresiones las más exigentes oraciones de libertad. Que yo estoy feliz de haberte amado
aunque fueran segundos, fue lo más emocionante en esta vida monótona-dijo la reina.

-¿Sabes que también voy a morir?-le dijo el príncipe.

-Lo sé y eso me impulso a terminar con mi vida antes, pues no quiero verte morir.

-Sigues siendo egoísta, ahora yo sufriré tu partida-dijo bromeando.

Entonces Ámbar sonrió y finalmente murió. Y sin nombrar a Romeo & Julieta, Miel tomo
la misma flecha que lo había tirado y con ayuda de ella se abrió finalmente el pecho. Tomo
su dorado corazón y lo puso junto al de su amada, muriendo consecutivamente. Algunos
dicen que del corazón de este zángano y de esta abeja reina salió una avispa para así poder
ir lejos y ser libre.

-Daniela Ruiz Olivo

Fin

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