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En primer lugar, debemos advertir que en este libro partimos de dos premisas fundamentales: la

primera es que asumimos que la ciencia forma parte de la cultura construida por las mujeres y los
hombres al paso de los siglos; por lo tanto, concebimos a la ciencia como una actividad humana
que conlleva una serie de valores asociados a ella. La segunda es que al escribir sobre educación
en ciencias nos referimos a un nuevo conocimiento científico, al que consideramos “la ciencia del
profesor de ciencias” (Estany e Izquierdo, 2001). El objeto de estudio de esta “ciencia del aula” es
más amplio que el que se otorga de manera tradicional a la “didáctica”, que supuestamente se
ocupa sólo de las estrategias de enseñanza. Particularmente en nuestro país, la didáctica de las
ciencias ha sido hasta ahora sinónimo de * Conceptos que a lo largo del texto se escribirán en
minúsculas. 13 metodologías de enseñanza y, por ello, nuestra intención de superar esta
conceptualización y destacar la importancia de diseñar la actividad científica con un objetivo
educativo explícito (¿por qué y para qué enseñar?); sin embargo, sólo una adecuada selección de
lo que se enseña permitirá alcanzarlo; por eso es tan importante reflexionar sobre cómo hacerlo a
la vez que intentamos aportar elementos para dar respuesta a estas dos preguntas. La educación
en ciencias, como campo de investigación, servirá de fundamento para responder a dichas
preguntas, así como a las de los demás capítulos: ¿Desde dónde y con qué perspectiva enseñar
ciencias? ¿Cómo enseñar ciencias? ¿Qué se necesita para enseñar ciencias? En resumen, forman
parte de este campo, denominado educación en ciencias, los estudios que: Permitan, en
perspectiva, mejorar la enseñanza de las ciencias naturales –física, química, biología– y su
aprendizaje en individuos –estudiantes, futuros docentes– y grupos escolares y en diversos niveles
educativos, a partir de considerar los procesos cognitivos de representación de los estudiantes
relativos a la adquisición y desarrollo de conceptos, habilidades y actitudes. Y su repercusión en
distintos aspectos de la educación –currículo: como estructura y proceso, formación y
actualización de profesores, gestión escolar, tecnología educativa, evaluación del aprendizaje,
diferencias étnicas y de género, entre otros aspectos–, desde perspectivas teóricas y
metodológicas diversas que se nutren de tradiciones identificadas de investigación (López y Mota,
2003:363). Al ser casi evidente que toda la población debería recibir formación en ciencias, esas
preguntas iniciales deben obtener una respuesta pertinente en todos y cada uno de los niveles
educativos. De esta afirmación fundacional se deduce que las ciencias se han de enseñar desde la
educación preescolar –en el campo 14 formativo de Exploración y comprensión del mundo natural
y social–1 y a lo largo de la educación primaria y secundaria, contribuyendo así a la educación
básica para la ciudadanía. Con ello estamos brindando una perspectiva progresista, aunque a la
vez problemática y, vale la pena tener en cuenta que no es fácil enseñar ciencias a toda la
población, sobre todo si consideramos que las ciencias se desarrollaron en círculos restringidos
con objetivos específicos y nunca –hasta ahora– se había pensado que éstas pudieran ser
“educativas”. Defendemos apasionadamente esta nueva función de las ciencias: la educabilidad en
ellas.2 Aunque la comunidad científica haya sido –y sea– relativamente pequeña, se ha financiado
con el esfuerzo de toda la sociedad y a ella deben revertirse los conocimientos que ha construido.
Pero, al mismo tiempo, nos damos cuenta de que debemos evitar que la “ciencia para todos” sea
una simplificación de la ciencia de los científicos. Es difícil que la mayoría de estudiantes se
interese por la imagen del mundo que presentan las ciencias y que llegue a incorporar sus
lenguajes y símbolos. Se requiere de una profunda reflexión desde la cual identificar sus
contenidos y sus finalidades para que “la ciencia para todos” llegue a interesar a los estudiantes,
los incorpore de manera significativa y, así, contribuya a su educación y a mejorar su calidad de
vida. La ciencia para todos debe proporcionar a los alumnos la experiencia del gozo de
comprender y explicar lo que ocurre a su alrededor; es decir, “leerlo” con ojos de científicos. Este
“disfrutar con el conocimiento” ha de ser el resultado de una actividad humana racional la cual
construye un conocimiento a partir de la experimentación, por lo que requiere intervención en la
naturaleza, que toma sentido en función de sus finalidades, y éstas deben fundamentarse en
valores sociales y sintonizar siempre con los valores humanos básicos. Si bien puede haber
discrepancias respecto a cómo combinar los diferentes sistemas de valores 1 Véase el Mapa
Curricular de la Educación Básica (SEP, 2009). 2 De ahí la posibilidad de aparición de la “educación
en ciencias”. 15 que orientan la actividad científica de una sociedad concreta, el profesorado
debería estar atento a la formación en valores desde la ciencia, desarrollando una actitud crítica
frente a propuestas que utilizan las ciencias y las tecnologías de manera reduccionista. Así, las
ciencias deben proporcionar recursos para tomar decisiones fundamentadas, sin predeterminar el
comportamiento humano ni reducir las capacidades de las personas a lo que las disciplinas
científicas pueden decir de ellas (Fourez y otros, 1996; Izquierdo, 2006). Si se tiene claro que la
ciencia está al servicio de la educación y

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