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Lección
El extrañamiento
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte
sube en ángulo recto con el primer plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a ese
plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebra-
da hasta alturas sumamente variables. (...)
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómo-
das.(...)
LA PERCEPCIÓN ESTÉTICA
Para mirar así a las cosas y gentes, lo primero, hay que no estar de vuelta
de nada. Es preciso dejarse sorprender y pararse ante cualquier mínima
cosa que se haya atrevido a hechizarnos el ánimo. Porque lo cierto es que nos
habituamos, sin pensar, a todo, y que entonces ya no hay nada de particular en
nada.
autor afirma que se encuentra más bien emparentada con las fábulas morales
del siglo XVIII.
El modo de narrar resulta extraño, desde luego, ya desde el primer repaso
superficial. Y, sin embargo, la escritura es coloquial, sencilla, ágil, y la lectura se
hace amena y divertida.
Es extraño este modo de contar, desde el momento en que el texto entero se
encuentra traspasado por la mirada asombrada del narrador —uno de los
dos extraterrestres que nos visitan—: una mirada fundada en el desconcierto y
carente de intenciones críticas, a pesar de que desmenuza grano a grano cada
uno de los actos habituales de los seres humanos, tantos de ellos abiertamente
absurdos.
El argumento de la historia es mínimo. Los dos extraterrestres llegan aquí, a
bordo de su nave: llegan a la Barcelona expectante y ruidosa, vuelta patas arri-
ba, que prepara los Juegos Olímpicos. Los dos personajes son Gurb y su jefe, y
éste segundo es el extraterrestre protagonista, quien narrará la historia entera,
en primera persona y en presente, paso por paso.
Gurb debe tomar toma forma de ser humano para salir de la nave a realizar
su examen sin llamar la atención de la «fauna autóctona». Después de consul-
tar el Catálogo Astral Terrestre Indicativo de Formas Asimilables (CATIFA), su
jefe elige para Gurb nada menos que la apariencia de Marta Sánchez. Gurb sale
de la nave y comienza su andadura por la tierra terrestre de la ciudad de
Barcelona.
Éstas son las primeras noticias que el narrador recibe de Gurb, seis minutos
después de abandonar la nave...
Primer contacto con habitante de la zona. Datos recibidos de Gurb: Tamaño del ente indivi-
dualizado, 170 centímetros; perímetro craneal, 57 centímetros; número de ojos, dos; longitud del
rabo, 0,00 centímetros (carece de él). El ente se comunica mediante un lenguaje de gran simplici-
dad estructural, pero de muy compleja sonorización, pues debe articularse mediante el uso de órga-
nos internos. Conceptualización escasísima. Denominación del ente, Lluc Puig i Roig (probable
recepción defectuosa o incompleta). Función biológica del ente: profesor encargado de cátedra
(dedicación exclusiva) en la Universidad Autónoma de Bellaterra. Nivel de mansedumbre, bajo.
Dispone de medio de transporte de gran simplicidad estructural, pero de muy complicado mane-
jo denominado Ford Fiesta.
Eduardo Mendoza
Ante la falta de noticias de Gurb, su jefe decide salir en su busca. Antes de hacer-
lo, oculta la nave transformándola en un adosado y, después de consultar su curio-
so catálogo, se le ocurre elegir para sí la apariencia del conde-duque de Olivares.
Imaginaos..., dejando a un lado las consecuencias propias de las pintas que los
dos llevan —aunque el jefe cambiará de apariencia a menudo—. Imaginaos al extra-
terrestre —el narrador—, buscando a Gurb en la Barcelona preolímpica, si hasta a
nosotros mismos nos sorprenden las cosas y las actitudes de los habitantes de cual-
quier lugar medio desconocido... Pues así transcurre la historia entera: entre las
peripecias del extraterretre, para quien tan extraño resulta un palillero como las
cuestas de las calles.
FRAGMENTACIÓN Y ANÁLISIS
Igual que sucedía con la escalera de Cortázar, la mirada asombrada e inquisi-
tiva del extraterrestre actúa sobre cada objeto de su interés de un modo tan
intensamente analítico que descompone el todo en los pequeños trocitos que lo
forman. Como afectado por una enérgica exigencia de la química, el todo se
fracciona en sus partes para poder ser comprendido y explicado.
Y el objeto queda solo, aislado del resto del mundo, y disperso en sus partes;
diseccionado sobre la mesa de operaciones, dispuesto a someterse al exhausti-
vo análisis. Y más grande que nunca sobre un fondo de nada.
Éste es el efecto de la mirada del extraterrestre sobre las cosas y sobre las per-
sonas, y así es como todo cuanto él fracciona y analiza —todo cuanto somete a la
prueba— recupera su esencia estética perdida.
No hay en todo el Universo chapuza más grande ni trasto peor hecho que el cuerpo humano.
Sólo las orejas, pegadas al cráneo de cualquier modo, ya bastarían para descalificarlo.
Los pies son ridículos; las tripas, asquerosas. Todas las calaveras tienen una cara de risa que no
viene a cuento.
De todo ello los seres humanos sólo son culpables hasta cierto punto. La verdad es que tuvie-
ron mala suerte con la evolución.
Los seres humanos son cosas de tamaño variable. Los más pequeños de entre ellos lo son tanto
que si otros seres humanos más altos no los llevaran en un cochecito, no tardarían en ser pisados (y
tal vez perderían la cabeza) por los de mayor estatura. Los más altos raramente sobrepasan los 200
centímetros de longitud. Un dato sorprendente es que cuando yacen estirados continúan midiendo
exactamente lo mismo.
Algunos llevan bigote; otros barba y bigote. Casi todos tienen dos ojos, que pueden estar situa-
dos en la parte anterior o posterior de la cara, según se les mire. Al andar se desplazan de atrás a
delante, para lo cual deben contrarrestar el movimiento de las piernas con un vigoroso braceo. Los
más apremiados refuerzan el braceo por mediación de carteras de piel o plástico o de unos maleti-
nes denominados Samsonite, hechos de un material procedente de otro planeta. El sistema de des-
plazamiento de los automóviles (cuatro ruedas pareadas rellenas de aire fétido) es más racional, y per-
mite alcanzar mayores velocidades. No debo volar ni andar sobre la coronilla si no quiero ser tenido
por excéntrico.
Nota: mantener siempre en contacto con el suelo un pie — cualquiera de los dos sirve— o el
órgano externo denominado culo.
Aprovecho la proximidad para calibrar las medidas corporales de mi vecina. Estatuta de mi veci-
na (de pie), 173 centímetros; longitud del pelo más largo (zona occipital), 47 centímetros; del más
corto (zona supralabial), 0,0002 centímetros; distancia del codo izquierdo al codo derecho, 36 centí-
metros (en posición de firmes), 126 centímetros (con los brazos en jarras).
Todos esos datos, que el extraterrestre tiene por norma tomar, los percibe él
de forma sencillísima, en un examen superficial.
Su costumbre adquirida es, por tanto, la de desautomatizar, la de no dar
nada por hecho, la de nunca tomar lo más simple.
Y se para en detalles que para nosotros resultarían —además de lentísimos
de tomar— impensables. Porque todo es nuevo ante su mirada.
Su conducta es la más excéntrica de las posibles, y aún lo es más por tratar-
se de un extraterrestre —en misión especial, no lo olvidemos—, empezando por
las borracheras de órdago que engancha casi a diario; y la cosa va a más según
la historia avanza...
Así que el personaje mismo tiene dotes de personaje, ante nuestros terrestres
ojos lectores: su imagen, sin ir más lejos, es también una imagen estética.
En cuanto a la estrategia de conquista de la vecina, primero piensa en com-
prarle algún regalo; probablemente a ella le gustarán las flores y los animales
domésticos, piensa... «Podría enviarle una rosa y dos docenas de dobermans».
Por fortuna para la vecina, no se decide por estos regalos; pero urde un plan
para contactar con ella, una estrategia que indica un desconocimiento absoluto
de las costumbres humanas y que merece la pena que leáis...
20.30 Voy a casa de mi vecina, llamo quedamente a su puerta con los nudillos, me abre mi veci-
na en persona. Me disculpo por importunarla a estas horas y le digo (pero es mentira) que a medio
cocinar me he dado cuenta de que no tengo ni un grano de arroz, ¿Tendría ella la amabilidad de pres-
tarme una tacita de arroz, añado, que le devolveré sin falta mañana por la mañana, tan pronto abran
Mercabarna (a las 5 de la mañana)? No faltaría más. Me da la tacita de arroz y me dice que no hace
falta que le devuelva el arroz, ni mañana, ni nunca, que para estas emergencias están los vecinos. Le
doy las gracias. Nos despedimos. cierra la puerta. Subo corriendo a casa y tiro el arroz a la basura. El
plan está funcionando mejor de lo que yo mismo había previsto.
20.35 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido dos cucha-
radas de aceite.
20.39 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido una cabeza
de ajos.
20.42 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido cuatro toma-
tes pelados, sin pepitas.
20.44 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido sal, pimien-
ta, perejil, azafrán.
20.46 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido doscientos
gramos de alcachofas (ya hervidas), guisantes, judías tiernas.
20.47 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido medio kilo
de gambas peladas, cien gramos de rape, doscientos gramos de almejas vivas. Me da dos mil pelas y
me dice que me vaya a cenar al restaurante y que la deje en paz.
21.00 Tan deprimido que ni siquiera tengo ganas de comerme los doce kilos de churros que me
he hecho traer por un mensajero. Sal de fruta Eno, pijama y dientes. Antes de acostarme entono las
letanías a voz en cuello. Todavía sin noticias de Gurb.
ADIVINA, ADIVINANZA...
Decíamos antes que la finalidad de la imagen artística es la de crear una per-
cepción particular del objeto, la de conseguir su visión directa y subrayar su
intensidad, su originalidad, su existencia singular y libre.
Un caso muy claro es el objeto erótico, que se presenta a menudo como
una cosa jamás vista. En Sin noticias de Gurb no tenemos ningún ejemplo de
ello, pero puede servirnos éste, de la novela Hambre, de Knut Hamsun...
Distribuyo por la barra las cajas de servilletas de papel y unos cilindros semitransparentes llenos
de pajitas, que pueden extraerse, no sin esfuerzo, a través de un orificio practicado en el extremo
superior del aparato.(...)
(...) a diferencia de andar, que permite dejar una pierna muerta mientras se avanza la otra. A este
gesto o fracción de gesto (según se mire) se da el nombre de pisar. Si al andar se va colocando el pie
izquierdo a la derecha del pie derecho y, luego, en el gesto o fracción de gesto siguiente, se procede
del modo inverso, esto es, colocando el pie derecho a la izquierda del pie izquierdo, la resultante se
llama pisar con garbo.
LA PIEDRA ES PIEDRA
Muchos teóricos han defendido el llamado principio de economía de las
fuerzas creadoras como ley y finalidad misma de la creación, alegando que
siempre se trata de alcanzar el máximo de percepción —de resultado— a través
del mínimo de medios, con el menor esfuerzo posible. Y es verdad que este prin-
cipio sirve para encauzar el discurrir de la lengua cotidiana, pero no sirve para
acoger la complejidad de la lengua literaria ni sus intenciones, como sabemos.
Las acciones que son habituales se acaban transformando en automáticas,
y también las palabras, y las imágenes con las que a menudo quedan expresa-
das. De ahí que en nuestro discurso prosaico empleemos constantemente frases
inacabadas y pronunciemos las palabras a medias... De algún modo, los objetos
son reemplazados por símbolos, bajo la inspiración del método algebraico de
pensar. Y no llegan a verse, sino sólo a reconocerse a partir de algunos de sus
rasgos. Igual que las imágenes prosaicas, casi inmóviles, que sirven sólo para
recordar, sólo para reconocer —y no para hacer ver— aquello con lo que de
manera automática se identifican. Así lo explica Shklovski...
El objeto pasa junto a nosotros como dentro de un paquete; sabemos que él existe a través del
lugar que ocupa, pero no vemos más que su superficie. Bajo la influencia de una percepción de este
tipo, el objeto se debilita, primero como percepción y luego en su reproducción. Esta percepción de
la palabra prosaica explica su audición incompleta (...). En el proceso de algebraización del objeto,
obtenemos la economía máxima de las fuerzas perceptivas: los objetos están dados por uno solo de
sus rasgos, por ejemplo el número, o bien son reproducidos como siguiendo una fórmula sin que
aparezca siquiera en la conciencia.
«Yo estaba limpiando la pieza, al dar la vuelta, me acerqué al diván y no podía acordarme si lo
había limpiado o no. Como esos movimientos son habituales e inconscientes no podía acordarme y
tenía la impresión de que ya era imposible hacerlo.(...)
Nota del diario de L. Tolstoi del 28 de febrero de 1897.
Este automatismo, que repugna a cualquier ser civilizado y que consigno aquí por razones pura-
mente científicas, lo aplican los humanos no sólo a la respiración sino a muchas funciones corpora-
les, como la circulación de la sangre, la digestión, el parpadeo —que, a diferencia de las dos funcio-
nes antes citadas, puede ser controlado a voluntad, en cuyo caso se llama guiño—, el crecimiento de
las uñas, etcétera. Hasta tal punto dependen los humanos del funcionamiento automático de sus
órganos (y organismos), que se harían encima cosas feas si de niños no se les enseñara a subordinar
la naturaleza al decoro.
Desde el momento en que la nave del extraterrestre sufre una avería que él
no consigue arreglar y debe buscar alojamiento en la ciudad, notamos una pro-
gresiva adaptación a las costumbres humanas. Desde sus hábitos de comida,
siempre excesivos, eso sí —los churros se los come por kilos—, hasta sus relacio-
nes con los nuevos vecinos y con los dueños de bar en el que para casi siempre.
Su contacto con las cosas se va haciendo más natural; su mirada va liman-
do asperezas, desencuentros... El extraterrestre comienza a llamar a algunas
cosas por sus nombres: las simplifica porque ya las conoce, porque se siente
cerca de ellas, como nosotros.
Y el abanico que antes se desplegaba, comienza a replegarse, paulatina-
mente.
19.30 Me despierto de la siesta a tiempo para ver la semifinal de baloncesto en TV2. El Barça
juega mal, con muchos nervios, pero acaba ganando por los pelos en el último minuto. Acción de
gracias. Temperatura, 22 grados centígrados; cielos despejados; humedad relativa, 75 por ciento; vien-
tos suaves de componente sur; estado de la mar, llana.
23.00 Salgo de bares, a tantear el terreno. Si se presenta la ocasión, no la dejaré escapar. Antes de
salir adopto la apariencia de Frascuelo Segundo. Si lo que quieren es marcha, la tendrán.
Gurb expresa la opinión (a mi juicio equivocada) de que soy un imbécil. Si no me hubiera gasta-
do la última peseta en hacer regalos a quisque para fardar, dice, ahora podríamos llamar un taxi y aho-
rrarnos la caminata. Añade que él con la falda de tubo anda fatal. En el futuro, agrega, de los asun-
tos de dinero se ocupará él. Antes de que pueda recordarle que aunque estemos fuera de la nave (y
de la ley) sigo siendo su superior jerárquico, pasa un coche por nuestro lado, Gurb hace señas y el
coche se detiene. Gurb se arremanga la falda y corre hacia el coche. Sin atender mis órdenes impe-
riosas, sube al coche. El coche arranca.
Observaréis que en este último párrafo —el final de la novela— no hay hue-
llas de la mirada propia del extrañamiento... Y es que se ha ido difuminando de
modo tal que no resulta imposible imaginarles a los dos, quizás no mucho tiem-
po después, utilizando la sauna para lo que verdaderamente es, montando un
Tolstoi escribiendo
Comprendí muy bien lo que decían acerca de los azotes y del cristianismo. Pero quedó completa-
mente oscura para mí, por aquel entonces, la palabra su, por la que pude deducir que la gente esta-
blecía un vínculo entre el jefe de caballerizas y yo. Entonces no pude comprender de modo alguno
en qué consistía aquel vínculo. Sólo mucho después, cuando me separaron de los demás caballos, me
expliqué lo que significaba aquello. En esa época no era capaz de entender lo que significaba el que
yo fuera propiedad de un hombre. Las palabras mi caballo, que se referían a mí, a un caballo vivo, me
resultaban tan extrañas como las palabras mi tierra, mi aire, mi agua. Sin embargo, ejercieron una
enorme influencia sobre mí. Sin cesar, pensaba en ellas; y sólo después de un largo trato con los seres
humanos me expliqué, por fin, la significación que les atribuyen. Quieren decir lo siguiente: los hom-
bres no gobiernan en la vida con hechos, sino con palabras. No les preocupa tanto la posibilidad de
hacer o dejar de hacer algo, como la de hablar de distintos objetos, mediante palabras convenciona-
les. Tales palabras, que consideran muy importantes, son, sobre todo: mío o mía; tuyo o tuya. Las
aplican a toda clase de cosas y de seres. Incluso a la tierra, a sus semejantes y a los caballos.
Además, han convenido en que uno solo puede decir mío a una cosa determinada. Y aquel que
puede aplicar el término mío a un número mayor de cosas, según el juego convenido, se considera la
persona más feliz. (...)
Muchas personas de las que me llamaban su caballo, ni me montaban siquiera; y, en cambio, lo
hacían otros. No eran ellos lo que me daban de comer, sino otros extraños. Tampoco eran ellos los
que me hacían bien, sino los cocheros, los herreros y, por lo general, personas ajenas. Posteriormente,
cuando hube ensanchado el círculo de mis observaciones, me convencí de que no sólo respecto de
nosotros, los caballos, el concepto mío no tiene ningún otro fundamento que un bajo instinto ani-
mal, que los hombres llaman sentimiento o derecho de propiedad.
(...) La actividad de los hombres, al menos de los hombres con quienes tuve trato yo, se traduce
en palabras, mientras que la nuestra se manifiesta en hechos.
El cuerpo de Serpujovskoy, que había andado, comido y bebido por el mundo, muerto en vida,
fue sepultado mucho después. Su piel, su carne y sus huesos no sirvieron para nada. Lo mismo que,
desde hace veinte años, su cuerpo muerto en vida, había sido un grandísimo estorbo para la gente, el
entierro fue una complicación más. Hacía mucho que nadie lo necesitaba; hacía mucho que consti-
tuía una carga para todos. Sin embargo, otros muertos en vida como él juzgaron conveniente, al ente-
rrarlo, vestir su obeso cuerpo, que no tardó en descomponerse, con un buen uniforme, calzarlo con
buenas botas, depositarlo en un féretro nuevo, con borlas en las cuatro esquinas. También creyeron
oportuno colocar el féretro en una caja de plomo, trasladar sus restos a Moscú, donde desenterrarí-
an otros restos humanos para dar sepultura a ese cuerpo putrefacto, cubierto de gusanos, con su uni-
forme nuevo y sus botas lustrosas.