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BELTANE- (extracto y resumen)

La noche del 30 de abril del calendario gregoriano, es la fecha en la que más habitualmente se
celebra la festividad de “Beltane”. Si bien, como ocurre con las otras celebraciones mayores
celtas, muchos druídicos y personas solidarias con el Druidismo, prefieren festejarla en la
primera luna llena, creciente o nueva, según zonas y sus circunstancias tribales, tras pasar
cuarenta días desde el punto vernal del propio equinoccio de primavera.
El nombre de esta tercera fiesta lunar celta, Beltane, es el que más ha trascendido. Proviene de
la palabra gaélica irlandesa "Bealtaine” o de la palabra gaélica de Escocia "Bealtuinn".
Otros nombres destacados son “Calan Mai”, “Belotenia” (Calendario de coligny) “Boaldyn” y
“Kala Mae”, así como otros más antiguos; Kentu-saminos o cét-sam-sin, del cual deriva el
“Ceitein”, nombre actual gaélico escocés.
Entre tribus de la Galia meridional, se apunta el nombre de Giamonia, derivado del mes del
calendario de Coligny, Giamonios, (fin del Invierno). Entre los grupos celtíberos de España y
Portugal, de culto céltico se usa, por reconstrucción, la palabra Bellidouia.
La palabra Beltane, está compuesta de dos vocablos; “tane” que puede significar fuego y con la
unión de ambas podríamos obtener “buen fuego”, “fuego luminoso” o “hermoso fuego”. El
vocablo Bel hace referencia directa al dios Belenos, Bel o Bilé, por lo que se puede transcribir
también como “Fuego de Bel”.
Al comenzar Beltane, los días apagados y más sombríos ya pasaron, y son ya un recuerdo y un
aprendizaje asimilado para ampliar nuestra experiencia en la Vida.
La luminosidad renace en el tiempo de más fuerza y es la tercera festividad mayor del ciclo,
donde el fuego de nuevo es protagonista, ya que es el festival del fuego por excelencia.
La celebración comienza en la víspera, en el anochecer y se prolonga con el día, que son los
momentos en los que, según la primera partición primaria del ciclo (Samos-Giamos), empieza
el período Luminoso de Samos. Así pues comienza el verano celta, inicio de la mitad lumínica
de la Rueda Anual y acaba el período Oscuro druídico.
Esta celebración es igual de trascendental que la de Samhain, pues ambas tienen una función
de pasaje en la mentalidad druídica: Beltane es un paso hacia Samos, hacia la Iluminación, la
Inspiración, la Expansión personal y Samhain, hacia Giamos, hacia la Introspección, la
Reflexión íntima y la Concentración individual.

Los Tuatha Dé Danaan, pusieron sus pies en Erin, también en un remoto Beltane, quemando
sus naves a continuación y expresando de aquella manera la intención férrea de establecerse
en la Tierra Esmeralda.
Al realizar la ceremonia y el ritual, previamente se habrán apagado todos los fuegos existentes
en la congregación, comunidad u hogar, como una forma simbólica que representa la ausencia
de éste.
Al amanecer cuando el alba empiece a despuntar sobre la primera mañana del verano celta y
sobre la primera jornada del período cíclico de Samos, será el momento de encender
ritualmente de nuevo ese fuego que estimula simbólicamente a regenerar la propia vitalidad
espiritual.
Para ser plenamente conscientes de este acto, es básico comprender todo el simbolismo que
encierra la manifestación de este ritual de la hoguera y su fuego, en lo que se refiere a la
purificación y a la regeneración, para percibir en toda su dimensión espiritual, la importancia
que tuvo y puede tener.

La hoguera, como hacían nuestros antepasados, se forma con nueve maderas sagradas de
nueve árboles diferentes que serán portadas por nueve personas hasta su ubicación.
Cuando queme, se obtendrán ascuas para encender otros pequeños fuegos en el amanecer de
Beltane, en oposición a Samhain, donde los fuegos arden en el crepúsculo.
El fuego era y es símbolo divino, brincar sobre él era un rito que alentaba el desarrollo de las
cosechas, pues con el esfuerzo y el retumbar del suelo al caer los saltadores, se pensaba que
las espigas despertaban, creciendo tan alto como los saltos que se efectuaban y proyectando
hacia la fogata todas las ilusiones anheladas, para que el fuego y el humo las transportaran
hacia las alturas, hacia las divinidades.
Sobre el fuego, cuando este ya decrecía en intensidad, saltaban las parejas de novios y futuros
compañeros en la Vida dándose un baño ígneo. Con su salto iluminaban y fortalecían el crisol
de sus ilusiones, en un nuevo inicio para ambos, con el afán dispuesto para crear un futuro
conjunto y compartido en el marco de la tribu.
Momentos mágicos de un amanecer estival, eran también aquellos cuando nuestros
antepasados atravesaban tanto ellos como su ganado, por entre la cortina de humo de la
hoguera y sobre las ascuas aun candentes, en un rito de limpieza y purificación.
Esta fogata y su fuego se encomendaban al patronazgo del Dios Belenos o Bilé (el brillante)
manifestación, por otra parte, del Señor del Verano, asociado a los poderes sanadores el Sol.
Pero nuestros antepasados tenían más formas de saludar este amanecer maravilloso estival y
participar de la energía sanadora del astro-dios.
Otra de sus costumbres consistía en levantarse antes de que el sol apareciese, después de
una vigilia en los bosques sagrados, donde habían participado en los ritos sexuales de Beltane,
para acudir a alguna colina cercana para observar la salida del Astro-Luz y bañarse en sus
vivificadores rayos.
Dicho baño podía tomarse también de una forma más alegórica, mojándose en fuentes
sagradas y manantiales en los que los rayos del Sol habían quedado atrapados en sus aguas,
o bebiendo el chorro de estos caños o bien tomando el agua de pozos también sagrados,
donde igualmente la irradiación del crepúsculo matutino había quedado retenida en sus gotas.
Sin embargo, los druidas aconsejaban que se bebiera el agua de esos manantiales antes de la
salida del sol o a primera luz y proponían que al alba se lavaran con el rocío de la mañana
porque retenía la belleza facial.
Este rocío que se recogía en las alboradas de las celebraciones de Beltane, también se
almacenaba, guardándolo con el propósito de utilizarlo en posteriores rituales, ya que el rocío,
en su concepto mágico, era considerado una esencia destilada de la Tierra por medio del fuego
(el sol).
Una alquimia de la naturaleza espiritual de la Madre Tierra, cuyo seno, era entendido como los
órganos reproductores de ella y los manantiales y arroyos representaban, los flujos, efusiones y
secreciones de su lubricidad, sexualidad y fecundidad con sus propiedades beneficiosas,
curativas, higiénicas y fértiles, en su exuberancia.
Los druidas también alentaban a que los campesinos y la tribu en general, se adornaran con
flores, hilando guirnaldas y diademas para adornar sus cabellos, para danzar en torno al árbol o
arbusto de mayo, dejándose llevar por el encantamiento y embeleso de la festividad estacional.
Los celtas de esas épocas y posteriores, escogían a una “Doncella de la Flor” (en las
celebraciones actuales, algo más sincréticas siguiendo el calendario gregoriano, denominada
“Reina de Mayo”) que era la representante simbólica de la Diosa Brigitt, aún doncella núbil, en
uno de sus triples aspectos de transformación, que pronto dejaría de serlo, evolucionando de
Adolescente a Madre.
La diosa de la Tierra (Madre Tierra), simbolizada con el segundo atributo y función de Brigitt e
incluso representada en Dana que sería uno de los tres aspectos o advocaciones de la triple
Divinidad, ya en su aspecto de adulta, está presta a convertirse en la consorte del Sol,
simbolizado por Belenos (Bilé) siendo ambas deidades fértiles, fecundas y donadoras de vida.
Éste es el momento en el que la aún núbil y joven Belisama, “la más brillante” y el dios Belenos
se enlazan para emprender el Gran Rito de la Unión Sexual Sagrada, que es un vínculo de
armonía y euritmia entre las energías fértiles de ambas Divinidades.
Brigitt pronto renunciará a su función anterior, para transformarse en la Diosa de la Naturaleza,
en Dana.; La Gran Dama. Y Bilé (Belenos) es su copartícipe y cómplice, el cual, representado
como un fálico Roble y “Axis Mundi”, será impregnado por las Aguas Primordiales y enérgicas
de Dana.
De la fructífera e inagotable simiente, en la parte del Mundo donde esto acaece, volverán a
regenerarse las plantas y los árboles, así como a nacer o renacer toda suerte de animales
silvestres, alentando con sus Rayos el espíritu de todas las formas de vida, incluida la humana.
Éste es el comienzo efectivo del Verano celta, de la estación creciente, puesto que el clima no
cambiaba real y sustancialmente en los solsticios o equinoccios, sino a partir de momentos
como los que marcaba Beltane y otras festividades lunares.
En España hay aldeas y localidades rurales donde en este período natural, persiste aun alguna
que otra ceremonia bucólica, reminiscencia de antiguas costumbres pre-cristianas. Así se
conserva la tradición de elegir a una niña o joven, a la que atavían de blanco y coronan con
diademas de flores como alegoría de la latina Maia.
En la mitología romana, Maia fue también llamada Fauna, Bona Dea y Ops (abundancia). En la
antigua Roma se celebraban las calendas de mayo, en las que se reverenciaba a la primitiva
Maia, que entronca en similar simbología con la divinidad helénica Koré. De la diosa Maia
deriva la palabra del mes gregoriano Mayo.
Esta divinidad latina era la diosa de la primavera, esposa de Vulcano, dios del fuego, madre de
Mercurio e hija de Fauno. También festejaban la llamada Florialia, una celebración festiva con
tres días de sexualidad sin restricciones que comenzaban el 28 de abril y alcanzaba su punto
máximo el 1 de mayo.
En Aragón, “Mairalesa o Mayoralesa” es el nombre que reciben aún hoy las reinas de las
fiestas de primavera y verano.
Ante todo esto, la jerarquía católica, alarmada desde siempre por las apostasías o blasfemias
del vulgo y ante el florecimiento y retorno a prácticas consideradas pecaminosas o heréticas,
optó, ayudada por el poder civil, por reprimirlas. Muchos de estos ritos fueron prohibidos en
España, bajo el reinado del rey Carlos III. Este rey español, además de proscribir los
carnavales por mandato real, allá por el año 1777 E.C., prohibió por norma, todo lo que tuviera
ciertos efluvios de lo que consideraban pagano.
Sin embargo, fiel al dogma cristiano y mediante santos decretos, permitió, expandió y favoreció,
que el Belén se extendiera por España e Italia.

Beltane era y es también un tiempo de celebraciones, de fiesta, alegría, casamientos y magia


sexual, con los que se trataba y trata de alentar y perpetuar la estación. Antaño, en medio de
un ritual de música se danzaba de una forma extática, con unos movimientos creados para
liberar el alma, que no eran otra cosa que una práctica de meditación en movimiento.
Así como danza cada parte de la Madre Naturaleza, igual como lo hacen los animales, los
árboles, las flores, las nubes y el aire, de igual manera, danzaban los que celebraban y aun
hoy, festejan Beltane.
En el Universo todo es una danza cósmica, al son de una divina y eurítmica melodía
interpretada desde una Fuente Suprema.
En el Microcosmos de este planeta nuestro, la Madre Naturaleza danza sin cesar, porque la
vida es acción y movimiento, donde todo es en esencia cíclico, resurge y se regenera
constantemente, muere y revive a cada instante.

Antaño, mientras se danzaba, se simulaba la cópula de la diosa con el árbol de Beltane, que
según las áreas de ubicación de las tribus celtas, podía ser un tronco de abedul como en
Gales, un espino como en ciertas partes de Bretaña, o un acebo como en Eire, además del
sauce.
Todos esos árboles venían a alegorizar dos cuestiones:
• Por un lado, un atributo fálico, como miembro fertilizador.
• Por otro, “El árbol de la Vida, el “Axis Mundi”, como representación de la fusión entre los
Cielos y La Tierra.

Como fiesta que era de fertilidad y de beneplácito sexual, estaba dedicada también a la unión
entre parejas y casamientos, aunque efectivamente los matrimonios se celebraban en los
templos, y los templos de los druidas eran por antonomasia los bosques.
La pareja recién unida consumaba esa unión en algún lugar del bosque, con la aprobación de
la tribu entera, que en diversas ocasiones se sumaba a la celebración, cada cual con sus
parejas respectivas.
En algunas tribus celtas se disponía en este tiempo de unos días de soltura sexual, en los
cuales se formaban parejas nuevas a prueba, que duraban hasta el siguiente Beltane, fecha en
la cual se renovaban los votos o terminaban separándose.
Uno de los aspectos peor comprendidos hoy, de la festividad de Beltane es justamente lo que
se considera una costumbre libertina de aquella sociedad: La liberación y emancipación sexual
como parte del festejo, favorecida y potenciada por los druidas. Pero si aceptamos la premisa
por la cual en tiempos pasados, la sexualidad no era vista ni comprendida como nada negativo,
ni peyorativo, y por supuesto, mucho menos un pecado o algo de lo que avergonzarse, se
entienden un poco mejor estas licencias sexuales.
Hoy en día, estamos tan condicionados por los puritanismos eclesiásticos que derivan ya en lo
considerado como buenas y decentes costumbres sociales, que hemos olvidado nuestras
raíces, relegando la libre y consciente sexualidad, a las connotaciones obscenas y escabrosas
que se le atribuyen.
Hemos dejado de comprender lo sagrado que tiene la sexualidad en sí, y la potencialidad que
representa para fluir con y hacia lo divino. Además de su casi ineludible intervención en la
formación y continuación de la Vida.

A pesar de que el cristianismo se entronizara hace siglos y su forma de matrimonio sincrética


se impusiera, reemplazando a las genuinas costumbres paganas, un número aún
considerables de parejas mantenían la vieja Tradición en los países catequizados y buena
cantidad de muchachas que asistían a estos ritos quedaban embarazadas.
Debido a estas relaciones en los bosques, los niños nacidos de estas uniones fueron llamados
los "alegremente obtenidos", pero su aceptación social fue nula en sociedades tan obtusas y
evangelizadas, ya que fueron condenados por los líderes y primates de las iglesias imperantes
de la época, especialmente por los llamados Puritanos.
Dichos puritanos además emprendieron sus “cazas de brujas” institucionalizadas, persiguiendo
y condenando a cualquier individuo que fuera sospechoso de celebrar la festividad de Beltane,
en la que hombres y mujeres vestidos de cielo, saltaban por encima de hogueras y donde
algunas mujeres, según incriminaban, frotaban sensualmente sus genitales con el conocido
posteriormente como “Palo de Mayo”, que según los pudibundos puritanos, era la simbolización
del falo del diablo cristiano.
Todos estos próceres y clérigos de la iglesia, no importa de qué variante cristiana, pues en este
tópico no difieren demasiado entre ellos, absolutamente nada comprendieron de la índole
humana.
Y tampoco, nada entendieron de equilibrio, de ecuanimidad o tolerancia, como nada
comprendieron de simbolismos donde el “Palo de Mayo”, además de un símbolo fálico, es
también el Árbol Sagrado de la Vida, es el “Bilios” druídico, que ya desde antaño hasta el
presente, ha venido siendo adornado con cintas coloreadas, metáforas que eran y son, de los
diferentes aspectos de la vida que se tejen en forma de red, mientras se baila a su alrededor.
Por otro lado, siendo, como somos, los seres mortales evidentemente sensoriales, y tanto si fue
el dios celoso de la Biblia, como si fueron otros procesos evolutivos los que nos otorgaron
nuestros cuerpos perecederos y limitados, lo que también se formó fue la capacidad sensitiva y
sensorial, para que justamente a través de las sensaciones y sensibilidades pudiéramos
también crecer espiritualmente y contemplar, sentir y participar de la Gran Obra en el Devenir
del Todo y de los Dioses.
Un organismo humano que aun siendo materia, ayuda a la esencia divina del hombre, coopera
a hacer crecer al alma a través de las sensaciones que recibe del entorno, siendo la sexualidad
una de las principales de entre ellas.
No es más legítimo, justificado o verídico, embelesarse ante un amanecer, lo cual es
estupendo, que extasiarse con el nexo sexual entre dos enamorados, lo cual también es
maravilloso y portentoso. De la misma manera que tenemos un alma, también se nos dotó de
un organismo y una mente, para con ellos poder florecer como humanos en tránsito hacia lo
Divino.
Pero las festividades celtas en general y Beltane en particular, además de todo lo expuesto,
tenían otros objetivos.
Propósitos tales como la intención básica por reforzar los vínculos de las tribus y de los clanes,
igual como en otras festividades sucede, pero durante estas celebraciones, los celtas y sus
druidas se reunían masivamente, lo cual servía para fomentar alianzas entre tribus y fortalecer
los lazos entre clanes y familias.
Mientras se celebraba la festividad, estaba desterrada cualquier refriega entre tribus, y las
armas estaban totalmente vedadas. A todo ello se sumaba el componente mágico de sus
liturgias rituales, lo que convertía a Beltane en una comunión que rebasaba la simple fiesta
profana.
La festividad de Beltane, en definitiva, es una celebración espiritual pero también alegre,
extrovertida, divertida, de ánimos, pues ambos conceptos no están reñidos si se realizan en el
marco adecuado y cada una dentro de su ámbito.
La energía que nos proporciona la celebración, es más activa que reflexiva, siendo la
expansión el rasgo distintivo de la fiesta de Beltane, que anidará en los corazones de los
copartícipes, a medida que el Verano Celta galope hacia su punto culminante.
Por otra parte, Beltane, también es la noche que se dedica al Dios Belenos.
Fuente: Iolair Faol

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