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EL HOMBRE EN SU TIEMPO
Su ausencia
No era ella la única que jugaba a observar. El psicólogo, cuyo nombre era Clement
Stackpole, estaba encorvado en su asiento, tomándose una rodilla con las manos
grandes y feas, y adelantaba su rostro inteligente y simiesco para contemplar mejor a
su nuevo Paciente, Jack Westermark.
Sus manos, puestas sobre el regazo, permanecían inmóviles, pero estaba inquieto,
aunque esa inquietud Parecía controlada. Era como si estuviese en otro cuarto, con
otras personas, según la impresión de Janet. En un momento en que no lo miraba
directamente, él pareció volverse a mirarla; cuando ella le devolvió la mirada, ya
estaba lejos, perdido.
El administrador le decía:
-No dejaremos de hacerlo, por supuesto -dijo Westermark, juntando las manos con
una ligera inclinación de cabeza.
-Sé que el señor Stackpole es demasiado modesto para decirlo, pero es grandioso en
el trabajo con la gente.
-Si usted lo cree necesario -dijo Westermark-, aunque por el momento ya he utilizado
bastante su equipo.
El lápiz se movió, la voz suave prosiguió, diciendo:
-Bien. Grandioso en el trabajo con la gente; sin duda, usted y el señor Westermark os
alegraréis muy pronto de contar con él. Recordad que estará allí para ayudaros.
Janet sonrió; desde la isla de su silla, trató de dirigir esa sonrisa al administrador y a
Stackpole, diciendo:
La interrumpió su esposo, que se levantó dejando caer las manos. Volviéndose apenas
y dirigiéndose al aire, dijo:
Su voz ya no vacilaba
Empezó a levantar una mano hacia la frente (o tal vez hacia el corazón, se preguntó
Janet), pero la dejó caer, agregando:
Se volvió sonriendo levemente hacia otro espacio vacío, con un pequeño ademán de la
cabeza, como si dijera, halagador: «Te gustaría, ¿verdad, Janet?».
Ella trató, instintivamente, de atrapar su mirada, en tanto replicaba vagamente:
La luz del sol entraba hasta un rincón del cuarto, a través de las ventanas de un
mirador que daba al exterior. Al levantarse, ella vio por un momento el perfil de su
esposo a contraluz. Era delgado e introvertido. Inteligente: ella siempre había pensado
que había en él una sobrecarga de inteligencia, pero actualmente su expresión era
ausente. Pensó en lo que le dijera un psiquiatra consultado hacía poco: «Es necesario
comprender que la mente despierta está constantemente envuelta por el
inconsciente».
Tratando de olvidar esas palabras, se volvió hacia la sonrisa del administrador (esa
sonrisa que tanto debía haberlo ayudado en su carrera).
-Me ha ayudado mucho -le dijo-. No sé qué habría hecho sin usted durante esos
meses. Ahora será mejor que nos vayamos.
Se oyó hablar con frases entrecortadas, como si temiera que Westermark replicara
entre ellas. Y así fue:
-Sin duda.
-En cuanto a usted, Jack, nos gustaría que viniera a visitarnos una vez al mes, para
una revisión. Ya que tenemos un equipo tan caro, queremos darle buen uso, y usted es
nuestra estrell..., ejem, nuestro paciente.
Al decirlo esbozó una sonrisa algo tensa, y echó un vistazo al papel que estaba sobre
el escritorio, para verificar la respuesta de Westermark.
Janet, sin poder evitarlo, miró desolada al administrador y a Stackpole. Odiaba ese
profesionalismo que los hacía tomar nota de la conducta aparentemente equívoca de
su esposo. El psicólogo devolvió con amabilidad su mirada, siempre simiesco, y la
tornó por el brazo con una de sus gruesas manos.
Asintió, sin decir nada; sólo pensaba, sin que le hicieran falta las notas del
administrador para ello: «Oh, sí, esto fue cuando él dijo: "¿Me permitirían despedirme
de la enfermera ... ?" ¿Cómo se llama ... ? ¿Simpson?».
Comenzaba a aprender cómo seguir las huellas de su esposo por ese resquebrajado
sendero que era su conversación. Él ya había salido al corredor, cerrando la puerta tras
sí, y el administrador decía al aire:
Sintió la mano aferrada a su brazo, y apartó cortésmente los dedos de aquel horrible
Stackpole, tratando de recordar lo que había pasado cuatro minutos antes. Jack le
había dicho algo, pero no podía recordarlo. Sin decir nada, esquivó su mirada y
extendió la mano para estrechar la del administrador.
-Gracias -dijo.
-Su esposo ya ha salido, señora Westermark -dijo, con más suavidad, acompañándola
hasta la puerta-. Usted ha sido muy valiente; en verdad, pienso (todos pensamos así)
que debe seguir así. Con el tiempo será más fácil; como dice Shakespeare en Hamlet:
«La costumbre puede alterar el molde de la naturaleza». Le sugiero que haga como
Stackpole y yo: anote todo en un cuadernito y mantenga un registro exacto del
tiempo.
Los dos hombres notaron que vacilaba un poco. Eran dos, y ella era una mujer de
mucha personalidad, no del todo desprovista de atractivo. Stackpole, aclarándose la
garganta, dijo, sonriente:
-Es muy fácil que ahora se sienta separado de usted, ¿comprende? Será indispensable
que usted, más que nadie, conteste a todas sus preguntas. De lo contrario se sentirá
aislado.
-Es preferible esperar a que usted y Jack pasen juntos unas dos semanas -dijo el
administrador-, antes de llevar de nuevo a los niños para que lo vean.
-Así será mejor para ellos y para Jack -agregó Stackpole-; y también para usted,
Janet.,
«No seas falso -pensó ella-, Dios sabe que necesito consuelo, pero ése es demasiado
fácil.»
Ella respondió con una sonrisa y se alejó rápidamente, seguida por Stackpole.
Él no respondió.
Stackpole no había salido aún del edificio; tal vez cambiaba una última palabra con el
administrador. Janet aprovechó el momento para inclinarse a besar la mejilla de su
esposo, consciente, al hacerlo, de que una esposa, fantasmagórica lo había hecho un
instante antes, desde el punto de vista en que él estaba situado. Y para ella, a su vez,
la reacción del marido fue otra fantasmagoría:
-El campo se ha puesto verde -dijo, mientras su mirada revoloteaba por sobre el
edificio de cemento.
-Sí.
Sus teorías
Era importante escoger entre las dos teorías, porque tendría que vivir según una de
ellas. Esperaba probar que la teoría de la permeabilidad era la correcta. así, él sería
sólo uno de los factores comprendidos en el universo en funcionamiento, junto con el
resto de la humanidad. Según la teoría del resplandor, él estaba aislado, no sólo del
resto de los hombres, sino del cosmos entero (excepto de Marte, quizás). Recién
comenzaba; todavía tenía mucho que pensar. Tras larga meditación, tras repetidas
observaciones, surgirían, indudablemente, nuevas ideas. La emoción no debía decidir
el tema; tenía que mostrarse imparcial. Bien podían surgir ideas revolucionarias de
ese... sufrimiento.
Notó que su esposa, junto a él, se mantenía algo apartada, como tratando de evitar un
mutuo tropezón, que podía resultar embarazoso o molesto. Él le dirigió una fría
sonrisa, a través del resplandor que la envolvía.
Se dirigió hacia la casa, sintiendo el resbalar de la grava, que no se movería bajo sus
pies hasta que el mundo lo alcanzara.
-El Guardián merece todo mi respeto, pero preferiría no hacer declaraciones, por el
momento.
-Vive adelantado en el tiempo, ¿no es así? ¿Me concede un minuto para contarme
cómo se siente usted, ahora que ha pasado el primer impacto?
- O sea que es, al mismo tiempo, culto y oportuno. Algo muy loable, y no muy común
entre los hombres de su tipo. Tuve la impresión (igual que tú, por lo visto) de que
estaba tan interesado en su trabajo corno en el adelantamiento. Creo que hasta se
podría decir que es agradable. Pero usted, Stackpole, que lo conoce mejor, ¿qué
opinión tiene de él?
-Oh, no sé --dijo, para ganar tiempo, con una disimulada mirada al reloj-; en realidad,
es difícil dar una opinión.
-Sí, tiene aspecto de ser un lanzador lento –dijo Westermark, con la entonación de
quien concuerda con algo que se ha dicho.
_¡Oh, él! --exclamó Stackpole-. Sí, es una persona bastante agradable, en todos los
aspectos.
-No he tratado mucho con él -continuó Stackpole-, pero hemos jugado un par de veces
al criquet. Es bueno como lanzador lento.
_Por mi parte, soy bateador -dijo Stackpole, como si perforara el nuevo silencio con
una taladradora.
Más tarde, lo encontró en el rellano superior. Ella llevaba dos almohadas, y Stackpole
se interpuso en su camino con un cigarro entre los labios.
-Él prefiere pasar solo una o dos noches, señor Stackpole. Por el momento, dormiré en
el cuarto de los niños.
-Permítame entonces que le lleve las almohadas. Y dígame Clem, como me llaman
todos mis amigos.
-Tengo que decirle algo, aunque resulte un poco embarazoso --dijo, mientras ella le
arrimaba un cenicero y permanecía de pie a su lado-. Creemos que la salud mental de
su esposo puede estar en peligro, aunque le aseguro que no presenta ningún síntoma
de alteración mental, aparte de lo que se puede denominar una excepcional absorción
de los fenómenos. Aun en ese aspecto, no se puede decir que su absorción sea mayor
de lo que cabe esperar. Es decir, exceptuando estas circunstancias, que no tienen
precedentes. En los próximos días hablaremos más a fondo de todo esto.
Ella esperó que prosiguiera, entreteniéndose en observar los movimientos del cigarro.
Finalmente, él levantó los ojos para mirarla.
-Francamente, señora -dijo-, creemos que sería de gran ayuda para su esposo que
usted mantuviera relaciones sexuales con él.
Descansaba en la cama de Peter con la luz apagada. Deseaba a Jack por cierto; y
mucho, puesto que ahora se permitía pensar en ello. Durante los largos meses que
duró la expedición a Marte, mientras ella permanecía en casa y él se aventuraba muy
lejos, en aquel otro planeta, se había conservado casta. Cuidaba de los chicos,
paseaba en coche por el campo y disfrutaba de los artículos que debía escribir para las
revistas femeninas, o de las entrevistas por televisión, una vez que la nave emprendió
el regreso a la Tierra. En parte, había permanecido en estado latente.
Después se supo que había cierta confusión en las comunicaciones con la nave. Al
principio se lo oculta
ron, pero un periódico sensacionalista quebró el secreto al declarar que los nueve
hombres de la tripulación estaban dementes. Y la nave había sobrepasado la zona de
aterrizaje para estrellarse en el Atlántico. Su primera reacción había sido totalmente
egoísta; o tal vez, sólo egocéntrica: «Jamás volverá a acostarse conmigo». Un infinito
amor, y mucha pena.
Si lo resolvían intelectualmente
Tras un par de días cayeron en la rutina. Era como si el buen tiempo, al perpetuar su
benignidad, los ayudara. Debían tener cuidado al atravesar las puertas, conservando
siempre la izquierda para no chocar; así lo acordaron después de echar al suelo una
bandeja llena de bebidas. Idearon distintos modos de llamar a la puerta antes de
utilizar el baño. La conversación era una especie de boletín, en donde no entraban más
preguntas que las indispensables. Caminaban a cierta distancia. En resumen, cada uno
daba un rodeo para no rozar la vida de los otros.
-En realidad -decía a Janet la anciana señora Westermark-, no es difícil, si uno anda
con cuidado. ¡Y Jack es tan paciente!
-Ya lo sé.
-Así me gusta.
Vio a Jack, que caminaba por el jardín. En ese momento, él levantó la vista, sonrió, y
dijo algo para sí; extendió una mano, la recogió y continuó caminando, sonriente aún,
hasta uno de los asientos que había en el césped; allí se sentó en un extremo.
Conmovida, Janet corrió hacia la puerta ventana, para unirse con él
Pero se detuvo. Ya había visto la secuencia futura de sus propios actos: cuanto ella iba
a hacer estaba ya cumplido en lo que a Jack concernía; puesto que la mente de él se
adelantaba al tiempo. Pero si ella no salía, si se declaraba en rebelión y seguía
discutiendo con su suegra las tareas de la jornada... Eso dejaría a Jack hablando solo,
como un tonto, enfrascado en una fantasía imposible de penetrar. Que así fuera;
entonces Stackpole tendría que descartar su teoría de que Jack estaba adelantado al
tiempo, y tendría que tratarlo por una demencia alucinatoria más normal. En manos de
Clem estaría bien atendido.
Pero los actos de Jack probaban que ella saldría. Sería una locura no salir. ¿Locura?
Desobedecer una ley del universo era algo imposible, pero no una locura. Jack no
desobedecía; simplemente, había tropezado con una ley de la que nadie sabía antes de
la primera expedición a Marte. Por cierto' habían descubierto algo más trascendente
que cuanto se esperaba, y más imprevisto. Y ella había perdido... ¡No, aún no! Salió
corriendo para llamarlo, dejando que la acción calmara su desconcierto.
Y en el hecho repetido vino implícita cierta frescura, porque recordó que la sonrisa de
él, entrevista por la ventana, había expresado una calidez especial, como si tratara de
inspirarle nueva confianza. ¿Qué había dicho? No había modo de saberlo. Se encaminó
hasta el banco y se sentó junto a él.
-Podríamos estar separados por un día entero. Al menos, con 3,3077 minutos gozamos
de cierta comunicación.
-Es maravilloso ver la filosofía con que lo tomas -replicó ella, y el sarcasmo de su
propia voz la alarmó.
¿Yo?
Las altas hayas que protegían el jardín por el lado norte estaban tan inmóviles que ella
pensó: «Él debe de verlas exactamente igual que yo».
Jack pasó uno de los boletines acostumbrados, mirando el reloj. Tenía las muñecas
muy delgadas; parecía más frágil en ese momento que al salir del hospital.
-Comprendo, querida, que esto debe de serie muy doloroso. Estamos aislados el uno
del otro por esta sorprendente alteración de la función temporal, pero al menos yo
tengo el consuelo de experimentar con este nuevo fenómeno. Tú, en cambio...
-Iba a decirte que estás clavada en el viejo mundo que la humanidad conoce desde
siempre, pero supongo que tú no lo ves desde ese punto de vista.
Janet iba a decir algo, pero él la interrumpió, levantando un dedo con irritación.
-Haz el favor de medir el tiempo antes de decir algo, para que podamos entendernos.
Trata de decir nada más que lo esencial. Realmente, querida, me sorprende que no
hagas lo que sugiere Clem; debe' tomar notas de lo que se dice, y apuntar la hora.
Él, que estaba llevando la cuenta del tiempo, respondió casi de inmediato:
Se detuvo, y ella pensó: «Según mi reloj, ahora son las 11.03, y yo quisiera decir
muchísimas cosas. Pero para él son las 11.06 y fracción, y ya sabe que yo no puedo
responder. Cuesta un esfuerzo tan grande hablar a través de estos tres minutos y
fracción... Es lo mismo que hablar a través de una distancia interestelar.
Él también pareció haber perdido el hilo, pues sonrió y extendió una mano,
manteniéndola en el aire. Janet miró en su torno. Clem Stackpole se aproximaba con
una bandeja llena de bebidas. Se sentó cautelosamente en el césped y tomó un
martini, poniendo la copa entre los dedos de Jack.
Había traído una botella de cerveza blanca para sí, Y el gin con agua tónica que Janet
solía tomar. Se lo entregó, diciendo:
-Ésta iba a ser una conversación privada, señor Stackpole, entre mi esposo y yo.
-Lo siento. Eso significa que no os estáis llevando muy bien. Tal vez pueda ayudaros
un poquito. Sé que es difícil.
3,3077
Destapó con energía su botella de cerveza y vertió el líquido en el vaso. Tras el primer
sorbo, dijo:
-Perfectamente..
-Completamente. Pero aún no comprendo por qué este efecto, si es como usted dice...
-No es lo que yo diga, Janet, sino la conclusión a la que han llegado hombres mucho
más inteligentes que yo.
-Aunque todos los días desarrollamos nuestras conclusiones, y a veces las alteramos.
-¿Y bien, por qué no se notó un efecto similar cuando los rusos y norteamericanos
volvieron de la Luna?
-No se sabe. Hay muchas cosas que no se saben. Suponemos que se debe a que la
Luna es satélite de la Tierra, y por lo tanto, al estar dentro de su campo gravitatorio,
no guarda discrepancia cronológica. Pero mientras no tengamos más datos, mientras
no podarnos explorar más a fondo, sabemos muy poco, y sólo podemos hacer
especulaciones. Es como tratar de calcular. Es como estimar los tantos de un turno
entero cuando recién se ha arrojado uno. Cuando acabe la expedición a Venus,
estaremos en una posición más cómoda para armar teorías.
-Tal vez tarde un año en salir, pero están apresurando el programa. Eso aportará
datos invalorables.
Pero se interrumpió. Pensó en Peter, que decía: «Yo también voy a ser astronauta.
¡Quiero ser el primer hombre que llegue a Saturno!».
Los dos hombres miraron sus relojes. En seguida,',,, Westermark bajó la vista hacia la
grava y dijo:
-Sin duda, la cifra de 3,3077 no es una constante universal. Puede variar (lo doy por
seguro) de un cuerpo planetario a otro. Mi opinión personal es que debe guardar
relación, de algún modo, con la actividad solar. En ese caso, es posible que los
hombres enviados a Venus denoten, al volver, un leve adelanto con el tiempo
terráqueo.
Jack la siguió. Según su reloj, que indicaba la hora terráquea, eran las once horas,
dieciocho minutos Y doce segundos. Pensó nuevamente en la posibilidad de comprar
otro reloj, para ponérselo en la muñeca derecha, ajustado a la hora marciana. No;
puesto que regía su vida por la hora marciana, seria mejor llevarla en la muñeca
izquierda, para consultarla más cómodamente. La utilizaba hasta cuando debía
comunicarse con la raza humana, tan atada a la Tierra.
Comprendió que, según sus cálculos, caminaba delante de Janet. Sería interesante que
hubiese alguien cuyas percepciones estuvieran más adelantadas que las suyas. Por
cierto, eso lo privaría de la sensación de ser constantemente el primero en el universo,
el primero en cualquier par-te, viéndolo todo bañado en esa extraña luz. ¡La luz
marciana! Así la llamarla hasta que le encontrara clasificación. Era la visión romántica
que precede al juicio científico, y tenía un toque de la grandeza permisible antes de
que la disciplina, al estabilizarse, se cerrara. O también podía suponerse que las
teorías estaban cerradas, y que el efecto perceptivo era un efecto del mismo viaje
espacial; suponiendo que el tiempo fuera cuantálico ... Suponiendo que todos los
tiempos fueran cuantálicos ... Después de todo, el envejecimiento no era un proceso
lento, sino cuestión de etapas, tanto para el mundo orgánico como para gran parte del
inorgánico.
Se había detenido sobre el césped, casi inmóvil. El resplandor pasaba a través del
pasto, dándole una apariencia de fragilidad, casi matizada en cada hoja con un
diminuto espectro de luz. Si su tiempo perceptivo estuviera aún más adelantado,
¿seria más potente la luz marciana, y más traslúcida la terráquea? ¡Qué hermosura
tendría todo! Tras un viaje estelar Más prolongado, uno retornaría a la telaraña de un
Inundo que había dejado atrás en su tiempo perceptivo; una mera corporeización de
luz, un prisma. Lo imaginó con avidez. Pero hacía falta saber más.
Ni siquiera notó que Stackpole le tocaba el brazo' en un gesto cordial, al pasar hacia la
casa. Siguió allí, mirando al suelo; a través de él veía los valles pedregosos de Marte y
los impredictibles paisajes venusianos.
Janet había aceptado ir a la ciudad con Stackpole, para retirar los zapatos de criquet
que éste había llevado a reclavar. Tal vez conviniera comprar un rollo de película para
su cámara. A los niños les gustaría recibir fotos donde estuvieran juntos, ella y el
papá.
El coche pasaba entre los árboles, que arrojaban sombras parpadeantes en rojo y
verde. Stackpole asía el volante con pericia, silbando bajito. Ese hábito solía fastidiar a
Janet, pero en esa oportunidad no fue así; lo tomó como una señal de que él no estaba
completamente a sus anchas.
-Tengo la horrible sensación de que ahora usted entiende a mi esposo mejor que yo --
dijo.
Él no lo negó.
Hacia ya una semana que Westermark había vuelto a su casa. Janet veía que se
apartaba más y más con cada día que pasaba; le hablaba cada vez menos, y solía
quedarse inmóvil, como una estatua, con la vista clavada en el suelo. Recordó algo que
no se había atrevido a expresar frente a su suegra; con Clem sería más fácil.
-Usted sabe cómo hacemos para vivir en una relativa armonía -dijo.
-Sólo podemos convivir eliminando todas las sorpresas de nuestra existencia, los
niños, las estaciones del año. De otro modo, tendríamos que enfrentarnos a cada
instante con la certeza de que somos extraños.
-Ya hemos interferido mucho con el tiempo; me refiero a todos. El tiempo es una
invención europea. Dios sabe en qué embrollos nos meteremos si... Buerio, si
continuamos así.
-El tiempo es invento de Dios -dijo-, si usted cree en Dios, como yo. Nosotros lo
observamos, lo domesticamos y hasta lo explotamos cuando es posible.
-¡Explotarlo!
-No piense en el futuro como si fuera un río de melaza en el que todos debemos andar,
metidos hasta la rodilla --dijo él, apoyando las manos en el volante con una breve risa-
. ¡Qué tiempo maravilloso! Estaba pensando... El domingo voy a jugar al criquet en la
ciudad. ¿Le gustaría venir a ver el partido? Después podríamos tomar el té en
cualquier parte.
A la mañana siguiente recibió una carta de su hija Jane, que tenía cinco años. Decía,
tan sólo: «Querida mamá: gracias por las muñequitas. Cariños de Jane»., " Pero ella
sabía el esfuerzo que habían costado esas le tras enormes. ¿Por cuánto tiempo sena
capaz de tener a los chicos lejos de la casa, de sus cuidados?
Sabía que Westermark estaba en su estudio. Era un día frío, demasiado frío y húmedo
para que él hiciera su diario paseo por el jardín. Sabía que él se iba hundiendo más y
más en el aislamiento, y ansiaba ayudar, temía sacrificarse a ese aislamiento, ansiaba
mantenerse aparte, vivir.. Dejó caer la carta y se tomó la cabeza entre las manos,
cerrando los ojos, como si en el hueso curvo de su cráneo pudiera oír todas las
decisiones posibles entremezcladas, futuras líneas de la vida que se aniquilaban
mutuamente.
-Mamá, la gente siempre trata de ocultar ante los otros sus sufrimientos. ¿Es que todo
el mundo lo hace?
-No hace falta que me los ocultes a mí.... sobre todo porque no puedes, supongo.
-Pero no sé si usted sufre, y esto debería ser recíproco. ¿Por qué este horrible
dísimulo? ¿Qué es lo que nos da miedo? ¿La compasión o la burla?
-No.
Habría querido hablar más. Quizás hubiese podido hacerlo con cualquier desconocido,
en un tren. Pero allí le era imposible. La señora Westermark, viendo que el tema se
había agotado, dijo:
-Quería decirte, Janet, que tal vez sería mejor que los niños no volvieran mientras las
cosas no cambien. Si quieres ir a verlos y quedarte con ellos en la casa de tus padres,
yo puedo cuidar de Jack y del señor Stackpole por una semana. No creo que Jack
quiera por ahora verlos
-Es usted muy gentil, mamá. Lo pensaré. Le prometí a Clem... Bueno, le dije al señor
Stackpole que quizá vaya a verlo jugar al críquet mañana por la tarde. No es nada de
importancia, por supuesto, pero como ya le dije... De cualquier modo, podría ir a ver a
los niños el lunes, si usted puede arreglarse con la casa.
-Si tienes ganas de ir hoy, tienes tiempo de sobra. Y el señor Stackpole no dejará de
comprender tus sentimientos maternales.
Mientras meditaba sobre esas conclusiones, podía descansar del esfuerzo que le
costaba leer libros terráqueos. Stackpole estaba sentado junto al fuego, fumando un
cigarro, mientras esperaba el dictado de Westermark. La simple lectura de una revista
representaba una proeza en el espacio-tiempo, una colaboración, una conspiración.
Stackpole volvía las páginas a intervalos fijos, para que Westermark pudiera leer. Para
él era imposible volverlas en el momento en que, dentro del limitado continuo
terráqueo, debían permanecer quietas; sus dedos no las encontraban entre aquel
resplandor gelatinoso, aquella alucinación visual que representaba una inercia cósmica
incosquitable.
El escritor del artículo comenzaba con una consideración de los hechos, observando
que apuntaban hacia la existencia de «tiempos locales» en todo el universo; y que, de
ser así, podía surgir una nueva explicación para el receso de las galaxias y los
diferentes cálculos efectuados en cuanto a la edad del universo (sin olvidar, por
supuesto, el tema de su complejidad). A continuación, enfocaba el problema que
sacaba de quicio a tantos otros escritores especializados; concretamente, por qué, si
Westermark había perdido el tiempo terráqueo al llegar a Marte, no había perdido
recíprocamente el tiempo marciano al volver a la Tierra. Esto, más que ningún otro
argumento, sugería que los «tiempos locales» no eran puramente mecánicos, sino una
función psico-biológica, al menos hasta cieno punto.
Westermark se vio a sí mismo en el reflejo de la esa; le pedían que volviera a viajar a
Marte, que formara parte de una segunda expedición hacia esos continentes de arenas
bermejas, donde la elaboración del espacio-tiempo estaba, por una razón misteriosa e
y inextricable, 3,3077 minutos adelantado a las normas terráqueas. ¿Volvería a saltar
hacia adelante su reloj interior? ¿Y qué pasaría entonces con el brillo de las, cosas
terrestres? ¿Qué se experimentaría al alejarse gradualmente de las férreas leyes que
habían regido la. vida humana, desde su fugaz infancia pleistocena?
Impaciente, se dio a imaginar el día en que la Tierra albergara muchas horas locales,
recogidas en viajes a través del vacío espacial; esos vacíos cruzaban también el
tiempo, y ese concepto difícilmente comprendido (McTaggart había negado su realidad
externa, ¿verdad?) quedaría al alcance del entendimiento humano. ¿No era ése el
secreto último, que permitiría, comprender el flujo en donde juega la existencia, asi
como un sueño juega en las capas primitivas de la mente?
Y.. Pero... ¿No sería aquello la aniquilación del: tiempo local terráqueo? Él había
comenzado todo,, aquello. Sólo podía significar que el «tiempo local» no era un
producto de elementos planetarios; el escritor del Americano Científico no se había
atrevido a' profundizar bastante: el tiempo local era puramente 1 un producto de la
psiquis. Ese algo penumbroso e íntimo, que podía mantener un adecuado registro del
tiempo aún cuando uno estaba inconsciente, aquello 1 era sólo autóctono; pero se lo
podía educar, para ser ciudadano del universo. Comprendió que, era el primer
individuo de una nueva raza, que pocos meses antes ni el cerebro más delirante se
había atrevido a imaginar. Estaba libre del enemigo que amenazaba a sus
contemporáneos más duramente que la muerte misma: el tiempo. Encerraba en él un
potencial totalmente nuevo. El Superhombre había llegado.
-Dictado -dijo.
Esperó impaciente a que su orden penetrara hacia atrás, hacia el limbo que ocupaba
Stackpole junto al fuego. Quería decir algo de tremenda importancia, pero debía
esperar a que esa gente...
Según su costumbre, se levantó para caminar en torno a la mesa, hablando con frases
cortas y rápidas. Ése había de ser el testamento de la nueva forma de vida.
-La conciencia no es prescindible, pero sí concurrente... Tal vez hubo muchos nódulos
temporales en los comienzos de la raza humana---. Con frecuencia, los trastornados
mentales retoman tiempos diferentes. Para algunos, el día parece prolongarse
eternamente. Sabemos por experiencia que los niño s ven el tiempo en el espejo
convexo de la conciencia, agrandado y distorsionado más allá del punto focal...
-... el punto focal... Sin embargo, el hombre, en su ignorancia, sigue fingiendo que el
tiempo es una especie de corriente monodireccional y homogénea..., a pesar de las
pruebas que demuestran lo contrario... Nuestra concepción de nosotros mismos.. No:
esta errónea concepción se ha convertido en un supuesto básico para nuestra vida...
-¿Sabes lo que pienso algunas veces? Jack es tan extraño que a la noche me pregunto
si los hombres y las mujeres no se están diferenciando más y más en el modo de
pensar y en el carácter, con cada generación que pasa. Casi como razas distintas, ¿me
entiendes? Mi generación hizo un gran esfuerzo para acercar los dos sexos en cuanto a
igualdad y todo eso, pero parece haber terminado en la nada.
-Bob se apasionaba por la velocidad, como sa bes. En realidad, fue eso lo que lo mató,
y no aquel tonto que salió a la ruta frente a él.
-Su esposo no tenía ninguna culpa -dijo Janet-. Deje de preocuparse por eso.
-Sin embargo, ¿ves el parecido? Este asunto del progreso. Bob, enloquecido por ser el
primero en doblar el recodo, y ahora Jack... Oh, bueno, las mujeres no podemos hacer
nada.
Cerró la puerta tras de sí. Janet, distraída, recogió el mensaje por la siguiente
generación de mujeres: «Gracias por las muñequitas».
Él era el padre. Tal vez sería mejor que Jane y Peter volvieran, a pesar de los riesgos
que eso involucraba. Janet tomó la súbita decisión de abordar a Jack. Estaba irritable,
inabordable, pero al menos iría a ver si estaba ocupado antes de interrumpirlo.
Al salir a la salita lateral, para dirigirse a la puerta del fondo, oyó que su suegra la
llamaba.
El sol se había abierto paso, absorbiendo la humedad del jardín empapado. Había
llegado el otoño, inconfundiblemente. Giró en la esquina de la casa, bordeando el
cantero de rosas, y miró por la ventana del estudio.
Sobresaltada, vio a su marido apoyado contra la mesa, con las manos sobre la cara;
entre los dedos corría la sangre, cayendo en gotas en una revista abierta sobre la
mesa. Stackpole, en tanto, permanecía sentado junto a la estufa, indiferente.
Janet soltó un pequeño grito y corrió otra vez hacia la puerta trasera, donde encontró
a la señora Westermark.
-¿No sería mejor que dejáramos todo en manos del señor Stackpole? Tengo miedo
de...
-Mamá, tenemos que hacer lo que se pueda. Sé que somos aficionadas, pero por favor,
déjeme...
-No, Janet, nosotras... Ellos viven en otro mundo. Tengo miedo. Si nos necesitan,
vendrán a buscarnos.
-Debo ir a ver.
Corrió por la sala y abrió de un empujón la puerta' del estudio. Su esposo estaba en el
otro extremo de la habitación, junto a la ventana, mientras la sangre seguía manando
de la nariz.
-iJack! -exclamó.
Al correr hacia él, algo proveniente del vacío la golpeó en la frente; se tambaleó a un
lado y cayó contra una biblioteca; sobre ella y a su alrededor cayeron en lluvia los
libros pequeños del estante superior. Stackpole, con una exclamación, arrojó su
cuaderno y corrió a ayudarla. Pero al ir en su auxilio no dejó de mirar la hora: las diez
y veinticuatro minutos.
-¡Quédese donde está! -gritó Stackpole-. Que no haya más problemas. Janet, ya ve lo
que ha hecho. Salga de aquí, ¿quiere? Jack, en seguida estoy con usted. ¡Dios sabe
cómo se habrá sentido, sin nadie que le prestara ayuda por tres minutos y un tercio!
- Me siento en la obligación de preveniros --dijo- que otro accidente como éste puede
resultar fatal. Esta vez escapamos por muy poco. Si vuelve a pasar algo semejante,
me veré obligado a recomendar la internación del señor Westermark.
-Pero él no estaría de acuerdo -dijo Janet-. Además, lo que usted dice es absurdo. Ha
sido un accidente. Ahora voy a subir a ver cómo está.
-No habría entrado al cuarto de esa manera si no hubiera visto desde la ventana que
habría problemas.
-Al entrar corriendo, chocó contra el sitio en donde había estado su esposo 3,3077
minutos antes., Supongo que a esta altura habréis comprendido esta elemental noción
de inercia temporal.
Las dos empezaron a hablar al mismo tiempo. Él las miró fijamente; las mujeres
callaron.
-Será mejor que vayamos a la sala -dijo Stackpole-. Por mi parte, me gustaría tomar
algo.
-Y ahora, sin ánimo de daros una conferencia, señoras, es hora de que comprendáis
que ya no vivís en el viejo mundo seguro, cuya mecánica clásica estaba en manos de
un Dios inventado por el iluminismo del siglo xviii. Cuanto ha ocurrido aquí es
perfectamente racional, pero si vais a simular que supera vuestro entendimiento
femenino...
-No, no, esas cifras no son correctas. El lapso total es de 3,3077; cuando usted vio a
su esposo, él había recibido el golpe hacía 1,65385 minutos antes (la mitad del lapso)
y faltaban otros 1,65385 para que usted completara la acción, al entrar corriendo en la
habitación y chocar contra él.
-Ella chocó contra él a las 10.24 hora terrestre, que equivale a las 10.20 más unos
cuantos segundos en la hora marciana, la de él; que equivale a 9,59 o cualquiera sea
la hora de Neptuno, que equivale al 156 y medio en la hora de Sirio. ¡El universo es
grande, señora! Seguirá sin entender en tanto siga confundiendo los hechos con el
tiempo. Me atrevería a sugeriros que os sentéis y toméis algo.
-Dejando a un lado las cifras -dijo Janet, retomando el ataque (qué detestable
oportunista era ese hombre)-, ¿cómo puede decir que eso no fue un accidente? No
querrá insinuar que golpeé a mi esposo deliberada-mente, supongo. Según lo que
usted dice, yo no podía hacer otra cosa, desde el momento en que lo vi por la ventana.
-«Dejando a un lado las cifras ... » -remedó él-. Allí está su culpa. Lo que usted vio por
la ventana era el resultado, de su acción; para entonces, era inevitable que usted la
completara, porque ya había sido completada,
Brisas de tiempo entran por la ventana
-No, por supuesto. Usted ve el universo desde un punto de vista muy mecanicista.
¡Trate de lograr un acercamiento mental, trate de vivir en su propio siglo! Usted no
podía pensar lo que dice, porque no está en su temperamento, así como no está en su
temperamento consultar el reloj, así como deja siempre «las cifras a un lado», como
usted dice. No, no la estoy criticando: todo eso es muy femenino y atractivo, en cierto
sentido. Lo que quiero decir es que antes de mirar por la ventana, usted pudo haber
sido de la clase de personas que piensan: «No importa cómo vea a mi esposo ahora;
debo recordar que tiene una experiencia adicional de los próximos 3,3077 mínutos».
En ese caso, al mirar por la ventana, lo habría visto sano, y no habría entrado
corriendo como lo hizo.
-¡Dios, cómo odio a los hombres! -exclamó Janet-. Son tan repulsivamente lógicos y
presumidos. Él terminó su whisky y dejó el vaso sobre la mesa que estaba junto a ella,
para acercársele.
Luchó contra el deseo de llorar, de darle una bofetada. Se volvió hacia la madre de
Jack, y ella la tomó suavemente por la muñeca.
-¿Por qué no pasas el fin de semana con los niños, querida? Vuelve cuando te parezca.
Jack está bien, y yo puedo cuidarlo..., si es que quiere cuidados.