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Pierre Bourdieu
Normalmente no me siento cómodo con los homenajes, ya sea yo el objeto, como me sucede cada vez más a menudo
con la edad, o ya sea como hoy, con este tema. ¿Qué puedo hacer en un caso que, como aquí, me llaman, junto con
otros a quienes valoro mucho, a celebrar la memoria de un pensador al que respeto infinitamente? Un pensador que
considero que no ha tenido, a pesar de todo, el reconocimiento que se merece y esto, hay que decirlo, aunque la
posteridad, académica o de otro tipo, ha sido infinitamente menos injusta para él—y estoy seguro de que lo habría
lamentado—que para su maestro y tío tan admirado Emile Durkheim, este paria que la filosofía y la ciencia francesas, la
filosofía sobre todo, han tratado y tratan aún como «perro muerto», como decía Marx a propósito de Spinoza. Recuerdo
el éxito en otros tiempos del libro Los hechos sociales no son cosas, celebrado recientemente por la revista Critique, cuyo
autor, Jules Monnerot, es miembro del consejo científico del Frente Nacional, que da para reflexionar sobre lo que a
menudo significa el odio a la sociología.
«Citar, dicen los kabyles, es resucitar.» Así que pensé en proponerles, en lugar de testimoniar sobre mi relación con
Marcel Mauss, género probado en el que la autocelebración se oculta a menudo bajo una celebración anexionista o en
lugar de un comentario más o menos académico sobre tal o cual aspecto de la obra de Mauss, la lectura de una serie de
frases o párrafos de Marcel Mauss, a veces sin comentarios, a veces acompañados de un breve discurso. Sé que este
proyecto puede parecer una evasión o una dimisión -lo que sin duda sería excusable, ya que es difícil estar a la altura de
una obra tan inmensa-, y esto aunque el ejercicio al que voy a dedicarme pueda autorizarse con ejemplos literarios
gloriosos, comenzando por el de Montaigne.
Soy consciente de la arbitrariedad de la elección de textos que he hecho, y que hace que se junten pensamientos que he
conservado y ordenado desde hace tiempo, junto a resplandores y destellos de grandes moralistas o memoristas, como
una parte de mi tesoro personal, y textos más triviales, más prosaicos, pero ajustados directamente al mundo que es
nuestro y que debemos tratar de reactivar. Al aislar frases, quisiera convocar a una lectura que se da muy a menudo a
los filósofos y muy raramente a los sociólogos. Si leemos a Mauss como voy a tratar de hacer hoy, es decir, como leemos
a Wittgenstein o a Heidegger, quizás se descubriría una profundidad en los autores de ciencias sociales que se concede
ridículamente a los autores de filosofía que no siempre la merecen.
«Todo fenómeno social tiene, en efecto, un atributo esencial; ya sea un símbolo, una palabra, un instrumento, una
institución, ya sea la lengua, ya sea incluso la ciencia mejor hecha, el instrumento mejor adaptado a los mejores y a los
numerosos fines, el más racional posible, el más humano: sigue siendo arbitrario» (Mauss, 1929 [1968], p. 244).
«Todo en ella [la sociedad] no es más que relación. Todo en la sociedad, incluso las cosas más especiales, es ante todo
función y funcionamiento. Nada es comprensible sino en relación con el todo.» No necesito enfatizar la modernidad y el
rigor de esta fórmula. «Una institución no es una unidad indivisible distinta de los hechos que la manifiestan, es sólo su
sistema» (Mauss, 1909 [1968], p. 401).
Otra fórmula: «Lo personal sólo se concibe en relación con lo impersonal» (Mauss, 1906 [1968], p. 34).
Y aquí un texto que encuentro absolutamente espléndido y que voy a leer lentamente: «Este carácter de penetración
íntima y de separación, de inmanencia y trascendencia es, en el más alto grado, distintivo de las cosas sociales. También
existen, tanto desde el punto de vista del individuo como fuera de él» (Hubert y Mauss, 1899 [1968], p. 306, tomo 1, p.
66). Es un punto sobre el que, a mi juicio, Mauss se ha librado de las dificultades en las que se ha encerrado Durkheim, y
que Durkheim ha tratado de resolver con conceptos como el de conciencia colectiva, etc. Creo que una fórmula como
esta, en la que la institución se describe en su doble inscripción en las cosas y en los cuerpos, es extremadamente
moderna y, se podría decir, poststructuralista.
Y para terminar con este preámbulo sobre el método, es decir, sobre lo que es normalmente más conocido de la obra de
los durkheimnianos, una frase que les entregaré sin comentarios: «En realidad, todo lo social es a la vez simple y
complejo» (Mauss, 1909 [1968], p. 358).
Los durkheimnianos no recibieron la lectura que merecían. Al igual que los marxistas, no han sido mimados por la
historia (ni, para Marx, por los marxistas), si se hubiera leído a Mauss como se leyó a Bergson -en esta casa se celebra su
culto- es probable que la ciencia y la filosofía francesas hubieran escapado a una serie de errores. Pero también fueron
víctimas de su escritura, incluso Mauss, que tuvo un destino póstumo más favorable por el hecho de que -en la mayoría
de los casos- escapaba a la pesadez del estilo durkheimniano (estilo que, sin duda, fue impuesto a Durkheim por su
trabajo y su condición de fundador de una escuela), no escapa por completo a la vieja moda. (Dicho esto, si Mauss
hubiera escrito en alemán, si tuviéramos traducciones de Mauss con palabras alemanas entre paréntesis, es probable
que hubiera sido mejor leído.) La lectura que voy a hacer, aunque sea contraria a lo que yo pido de una lectura de
textos, a saber, que recupere la historia, está hecha, creo, para pedir otra comprensión de la sociología, incluso si, para
actualizar, para mantener vivos y activos los textos de Mauss, esta lectura deshistoriza deliberadamente por el simple
hecho de destacar, de extraer de la obra y de aislar frases y fórmulas.
Evidentemente, para actualizar, para reactivar, es inevitable, aunque no se haga, apelar al presente y apelar a sí mismo,
tender a ello. Es evidente que si las frases que voy a citar me han parecido no sólo interesantes, sino eminentes,
extraordinarias, es que, evidentemente, estaban muy cerca de lo que creo que es la verdad sobre la cuestión
considerada, como verán en un pasaje que voy a citar y que podría haber puesto de relieve en alguno de mis trabajos.
«Estos principios de juicio y razonamiento sin los cuales no serían posibles, se denominan en filosofía categorías.
Constantemente presentes en el lenguaje, sin ninguna necesidad explícita, existen normalmente en forma de hábitos
rectores de la conciencia, ellos mismos inconscientes.» Sin comentarios.
Sobre el lenguaje, una frase que debería haberse utilizado de modo preventivo en el período de semiología aguda, por la
cual la ciencia francesa pasó: «La gente habla principalmente “para actuar” y no sólo para comunicarse» (Mauss, 1925b
[1969], pág. 260).
EL HOMO ACADEMICUS
Por último, siguiendo la referencia a los niños marroquíes, una frase que me parece una anticipación casi explícita de los
análisis de Austin, que he prolongado, sobre la ilusión escolástica: «Uno de los errores comunes de la sociología es creer
en la uniformidad de una mentalidad que uno se imagina, en resumen, a partir de una mentalidad— yo diría
académica—del género de la nuestra» (Mauss, 1924a [1966], p. 306). En otras palabras, Mauss para mí, en esta frase,
señala con el dedo, sin analizarla realmente, esta forma radical de etnocentrismo que es el epistemocentrismo, la
ilusión que consiste en aplicar a los demás no sólo las categorías de pensamiento que debemos a nuestra nación, a
nuestra clase, a nuestra etnia, etc., sino también las categorías de pensamiento que son constitutivas de nuestra
«mentalidad» académica. Y se podría encontrar en esta frase una incitación a una sociología del homo academicus como
condición previa a cualquier sociología. Mauss no era un hombre polémico. Somos tan buenos en la academia, cuando
eres un homo academicus, que si no estás de mal humor, no tenemos nada que decir al respecto. Los pueblos felices no
tienen historia, los académicos felices no tienen sociología de la universidad.
Mauss, que fue un catedrático feliz, aunque sufrió mucho para causas externas, esbozó sin embargo una sociología del
homo academicus (Durkheim, como fundador, hizo mucho más y si yo hubiese tenido que hacer este ejercicio con
Durkheim, habría sido mucho más fácil encontrar citas porque dijo muchas cosas, y cosas muy duras, sobre los límites de
la comprensión académica). Mauss, pues, dice muy rápidamente, como de paso (como una mención de muertos y
desaparecidos) algo que para mí es absolutamente capital: "Sin mencionar que mostraremos que se puede, incluso en
nuestro país, tan poco acostumbrado al trabajo en común, ser una sociedad de jóvenes científicos animados del sincero
deseo de cooperar" (Mauss, 1925c [1969], p. 474). En un inciso, Mauss evoca esta reticencia particular y especial del
mundo francés para el trabajo en común. Y en el caso de Durkheim, encontramos elementos de explicación histórica
basados en la comparación entre Francia y Alemania por ejemplo, donde frecuentaba Durkheim. Francia es una nación
literaria, que, debido a que coloca por encima de todo la literatura, rechaza particularmente el trabajo colectivo,
antinómico de la representación del creador inspirado, el único aceptable, etc. que hace que la misma existencia de una
escuela, de un colectivo, sea difícil. Marcel Fournier se refirió al coraje de ser discípulo; hace falta un coraje particular
para ser discípulo en Francia porque hay que abdicar su singularidad y su originalidad, valor de los valores. Hubo, en los
años 1960, unos textos de Lazarsfeld, gran fundador de imperio científico, páginas absolutamente terribles sobre los
durkheimnianos que volvía a describir a Durkheim como una especie de líder de banda que configura, en cierto modo, la
Francia erudita a través de los profesores militantes del durkheimnismo. Esta imagen es permanente, y todos estos
textos son muy actuales.
Otra fórmula, que es también una forma de describir en negativo la tradición francesa: «Los realmente grandes
etnólogos han sido tan eclécticos en la elección de sus problemas como en la de sus métodos (...)» (Mauss, 1929 [1968],
p. 457). Otro defecto imperdonable desde el punto de vista de la tradición nacional: el eclecticismo es el lío lamentable
de los profesores, los lectores. Los auctores, los creadores, los escritores son singulares y sólo se prestan a sí mismos,
son hijos de sus obras, etc. Se ve hasta qué punto el elogio del eclecticismo es también un elogio de la ciencia. En los
elogios que Mauss hace de Durkheim, insiste siempre en el hecho de que Durkheim tomó de todas partes y de todo el
mundo, y sólo porque tomó de todos es que fue único, especialmente en un país como Francia donde, con la esperanza
de ser único, no se toma ninguna parte, lo que a menudo hace que uno sea muy ignorante.
«Nuestro país jamás supo utilizar bien a sus hombres» (Mauss, 1925c [1969], p. 485). Es una frase sobre Durkheim. Aquí
Mauss alude a la vieja moda francesa de decir que no es posible hacer ciencia del hombre y concluye: «La resistencia
continúa» (Mauss, 1927 [1969], p. 290), esa resistencia a la ciencia que los durkheimnianos han experimentado de
manera particularmente aguda.