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Kuta era una tortuga macho que tenía su hogar en una pradera de África. El reptil,
de carácter tranquilo y conformista, siempre se había sentido muy orgulloso de
vivir en ese hermoso lugar hasta que las cosas cambiaron y empezó a plantearse
emigrar para no volver. La razón era que por culpa de la sequía de los últimos
meses casi no crecía hierba fresca y apenas se encontraban bichitos entre las
piedras. Debido a la escasez de comida, Kuta pasaba hambre.
Una mañana que caminaba cabizbajo y con el ánimo por los suelos se cruzó con Wolo,
un pájaro que solía anidar por los alrededores. El ave levantó la cabeza y saludó
muy amablemente.
– Buenas tardes, señor Kuta, ¡cuánto tiempo sin saber de usted! ¿Qué tal le va la
vida? Me da la sensación de que está más flaco y ojeroso… ¿Se encuentra bien?
Kuta se sentía débil y no tenía muchas ganas de ponerse a charlar, pero respondió
con su habitual cortesía.
– Buenas tardes, señor Wolo. La verdad es que estoy pasando una mala racha. ¿Se
puede creer que por más que busco no encuentro ni un mísero gusano que llevarme a
la boca? … Como no llueva me temo que muchos animales acabaremos yéndonos de estas
tierras.
– ¿Semillas?
– Sé que para una tortuga como usted no son un manjar, pero al menos llenará la
tripa con algo de alimento.
Wolo tenía toda la razón: las semillas no eran ni de lejos su comida favorita, pero
sopesó la oferta y le pareció una oportunidad que no podía rechazar.
– ¡Ah, pues muchas gracias, menos es nada! Y dígame, ¿a dónde tenemos que ir?
– Detrás de esos árboles hay una finca enorme y el granjero ha plantado un montón
de grano. ¡Podremos comer hasta reventar!
– No, no, no, ahí no quiero ir. Ese hombre se pasa horas vigilando con una
escopeta y si me descubre estoy perdido. Tenga en cuenta que yo camino, como es
obvio, a paso de tortuga, y que no tengo alas para salir volando en caso de
peligro.
Kuta no acababa de fiarse y temía que la cosa acabara mal para él.
– No sé, no sé… El tipo del que hablamos no se anda con tonterías y a la mínima nos
mete un cartucho a cada uno en el trasero.
– ¡Calle, calle, no sea agorero! Venga, hombre, sea usted un poco más valiente. Son
las mejores semillas de la zona y le van a encantar, se lo aseguro.
El pobre Kuta tenía tanta hambre que empezó a salivar y se dejó convencer.
———
– ¡Oh, señor Wolo, estoy disfrutando de lo lindo! ¡Están tan ricas que creo que me
voy a hacer vegetariano!
Sin pararse a pensar que dejaba a su amigo tirado en la finca, Wolo salió volando a
la velocidad del rayo y desapareció del mapa en un santiamén. Por el contrario el
pobre Kuta se quedó quieto como una estatua, observando estupefacto cómo su
supuesto colega defensor se largaba a la primera de cambio.
– ¡Ajajá! ¡¿Con que tú eres el bribón que me roba las semillas cada día?!… ¡Pues
al saco vas! Esta noche mi mujer y yo cenaremos una riquísima sopa de tortuga
macho.
Sin decir nada más, agarró a Kuta por el cogote y lo metió en una bolsa de tela que
llevaba colgada en el cinturón. El pobre animal, absolutamente horrorizado, empezó
a patalear mientras gritaba:
Ignorando las súplicas del animal el granjero puso rumbo a casa mientras Kuta,
dentro del saco, empezó a maquinar algo para salvar el pellejo y evitar un final
atroz: la cazuela.
– Solo dispongo de unos minutos para idear un plan… ¡Ay, creo que no tengo
escapatoria!
Estaba a punto de rendirse cuando la bombilla de las ideas que tenía dentro de su
cabecita se iluminó. Sin perder tiempo, desde el interior del saco, gritó lo más
alto que pudo:
– ¡Señor, atiéndame un momento, por favor! Usted no lo sabe, pero soy un gran
cantante. ¿Quiere escuchar mi dulce voz?
Kuta tenía mucha imaginación e inventó en rápidamente una simpática canción que le
permitió sacar a relucir todo su talento.
Un pajarraco me engañó
en un campo de centeno
y tirado me dejó
¡Acabar en la barriga
– ¡Ja, ja, ja! ¡Ay, qué gracioso eres! No se puede negar que tienes ingenio y
cantas estupendamente.
– Por la hora que es debe estar en el río haciendo la colada… ¡Iré a enseñarle el
botín!
El granjero abrió la bolsa y Kuta asomó la carita para respirar un poco de aire
fresco.
– ¡Oh, qué suerte, una tortuga! En cuanto termine nos iremos a casa y prepararemos
un caldo especial.
Él le respondió.
– ¿He oído bien?… ¿Esta tortuga sabe cantar y quiere que yo la escuche?
– ¡Es toda una artista, ahora lo verás! Tortuguita, demuéstrale a mi mujer lo que
sabes hacer.
– Señora, será un placer actuar para usted, pero aquí dentro hace tanto calor que
estoy a puntito de desmayarme. Déjenme en el suelo junto a la orilla para que se
me pase el sofoco y me pondré a cantar. Después yo mismo regresaré al saco sin
rechistar.
A ambos les pareció que no había inconveniente porque sabían que un animal tan
lento jamás podría escapar. Confiado, el granjero colocó a Kuta en la orilla del
río.
– Oxigénate un poco aquí fuera y canta la dichosa canción de una vez que se está
haciendo tarde.
Un pajarraco me engañó
en un campo de centeno,
y tirado me dejó
¡Acabar en la barriga
– ¡Ja, ja, ja!! No sabía que existían tortugas capaces de inventar canciones tan
divertidas.
– ¿A que es increíble?… ¡Sin duda estamos ante una tortuga extremadamente lista!
– ¡Por favor, cántala de nuevo para que mi esposo y yo podamos bailar! Hace tanto
que no lo hacemos…
La tortuga empezó a repetir la tonadilla, que era de lo más pegadiza, y los esposos
se pusieron a dar palmas y a danzar alborozados.
Un pajarraco me engañó
en un campo de centeno,
y tirado me dejó
Se lo estaban pasando tan bien que ni se fijaron que, mientras cantaba, Kuta iba
dando pasitos hacia atrás hasta casi tocar el agua con las patas traseras.
Acabar en la barriga,
Según entonó el último verso, se tiró al río de espaldas y se dejó arrastrar por
la corriente, utilizando su caparazón como si fuera el casco de un barco. Mientras
se alejaba vio cómo el granjero y su mujer dejaban de bailotear y se ponían a hacer
aspavientos con los brazos, rabiosos por haber sido engañados por una simple
tortuga macho.
Cuando los perdió de vista, la inteligente Kuta salió del agua y, sin dejar de
tararear la cancioncilla gracias a la cual se había salvado de una muerte segura,
buscó un lugar confortable donde pasar la noche.
Un pajarraco me engañó
en un campo de centeno,
y tirado me dejó
Acabar en la barriga,