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Economía Política de la Globalización

capitalista
Antonio Romero Reyes[1]
Rebelión

Presentación

El paradigma del desarrollo dominante descansa en el crecimiento


incesante de la producción de bienes y servicios cuya finalidad última es
el consumo, y cuya amplitud y profundización a través del juego de las
fuerzas “invisibles” (“libres”) del mercado, se espera que irradien a toda
la sociedad (estándares de consumo y niveles de ingreso superiores a
las necesidades básicas). Este tipo de desarrollo ha producido una
realidad muy diferente a la postulada por el modelo: desigualdad social
y entre los géneros, violencia, destrucción del ambiente y contaminación
son algunas de sus características.

Es innegable que la llamada «globalización» tiene como principales


beneficiarios a los grupos económicos y las grandes corporaciones,
siendo dirigida u orientada desde la cúspide del poder internacional. En
otros términos, el fenómeno como tal tiene una dimensión tanto
económica como política, ambas inseparables.

El ensayo comprende 4 partes. Las dos primeras abordan las


dimensiones económica y política de la globalización, en este orden. La
tercera incorpora la problemática latinoamericana y en la última se
plantean algunos elementos para alimentar el debate sobre las
alternativas, en términos de las respuestas que van surgiendo y
madurando desde lo local.

I.La dimensión económica de la globalización

La globalización por la que atraviesa actualmente el sistema-mundo-


capitalista (Wallerstein) es el resultado -para ponerlo en términos de la
economía política de Marx- principalmente de la revolución de las
fuerzas productivas, que desde los años setenta vienen operando desde
determinados nichos vinculados a la generación de conocimientos,
información y tecnologías. Este proceso repercutió profundamente sobre
la división del trabajo, tanto al interior de los ámbitos nacionales de los
países más desarrollados, como sobre las relaciones económicas
internacionales. La consecuencia más palpable de todo esto es el
agrandamiento de la brecha entre países ricos y países pobres, que es
medida mediante distintos indicadores del reparto desigual de la riqueza
que genera el sistema-mundo dominante. Si en la división del trabajo
clásica industrial lo que se valoraba era la fuerza física del obrero, hoy
en cambio, con la globalización, son las capacidades mentales y las
habilidades técnicas los ejes o referentes principales de la valoración de
cualquier tipo de trabajador que se ponga al servicio del capital, ya se
trate de un simple operario de máquina, un campesino, profesional
técnico o un director de empresa. Una de las fuentes de la ganancia en
el capitalismo consiste en que el valor de uso de las capacidades reales
del ser humano son infravaloradas, por lo que el nivel real de la
valoración, medido por ejemplo en el salario, está condicionado por el
conflicto capital-trabajo que la globalización no ha suprimido.[2] Frente
al discurso apologético que ensalza a la nueva economía proveniente de
la revolución científico tecnológica, el grado de conocimiento, así como
el manejo técnico y el dominio de información, entre otros, se han
convertido en elementos que actúan detrás de los procesos de
segregación y exclusión de trabajadores de los mercados de trabajo y
de los procesos productivos más modernos.

1.1 Acumulación de capital a escala global

Al exponer sobre la «Tendencia histórica de la acumulación


capitalista» [3] Marx daba a entender que mientras no cesara el proceso
de concentración de la producción junto a la de los medios técnicos y la
propiedad, la humanidad se mantendrá bajo la férula de la prehistoria
del capital. En los tiempos previos a la primera revolución industrial y
posteriormente, ese proceso se caracterizó por métodos violentos e
infames de despojo; pero es a partir del surgimiento del capitalismo
monopólico y de la era imperialista (desde fines del XIX y principios del
XX) que la concentración de los capitales se fue realizando mediante
métodos más racionales y “técnicos”, liderados por el capital financiero.

¿Con la globalización estaría llegando a su fin la «prehistoria del


capital»? Aníbal Quijano escribió hace varios años: «El capitalismo, la
Historia del Capital, avanza ahora más rápida e irreversiblemente en la
dirección de su última realización. Cuanto más exitoso y más
plenamente realizado y gracias exactamente a su éxito, se despide de sí
mismo.» [4]

Considerando entonces el argumento anterior, uno se sentiría tentado a


concluir que la tan mentada globalización representaría nada más y
nada menos que el «Fin de la Historia», pero de ese proceso, como el
anuncio de la gran victoria del capital. Sin embargo, conviene preguntar
también si será el siglo de la decadencia del capitalismo, aunque no
necesariamente el de su derrota.

Hay quienes sostienen que el capitalismo no enfrenta actualmente una


“crisis económica estructural” sino social (tesis de Göran Therbon). Ello,
sin embargo, no supone negar la existencia de elementos que ya se
hallan incubados y que con toda probabilidad llevarán al sistema a una
próxima crisis, la cual, más que coyuntural o cíclica, debe interpretarse
como una crisis sistémica que vendría dada por la incapacidad del
capitalismo para renovar en el futuro las condiciones de acumulación,
reproducción y crecimiento. Esos factores estarían asociados al progreso
técnico y a la centralización del capital. Para ponerlo en forma de
pregunta: ¿qué pasará si las fuerzas productivas ya no puedan ser más
revolucionadas (es decir, cuando cese la innovación tecno-científica) y la
centralización de la propiedad y los recursos lleguen al límite? ¿En qué
condiciones la humanidad y el planeta alcanzarán ese punto? Mientras
eso suceda es obvio que el sistema continuará generando crisis sociales,
lo cual se ha vuelto “habitual” reconocer en todos los diagnósticos
socioeconómicos. La cuestión es preguntarse hasta cuándo es todo eso
política y socialmente tolerable, y quiénes están dispuestos a implantar
una política de detente al mismo tiempo que de cambios estructurales
del sistema.

1.2 Con la globalización el capitalismo no volverá a ser lo que era


antes

La revolución tecnológica ha hecho de la biotecnología, la investigación


genética, el conocimiento científico-tecnológico, la capacidad de
innovación y los servicios, entre otros, los nuevos nichos de generación
de valor y plusvalor; repotenciando la capacidad de reproducción del
sistema a niveles y escalas nunca antes imaginadas. Esos avances han
puesto al capital globalizado, entendido como una relación estratégica
entre los estados (¿nacionales?) y las grandes corporaciones, en
condiciones de ejercer su dominación sobre las vidas, mentes y cuerpos;
y esta es la gran diferencia con la época del capitalismo industrial clásico
y luego monopólico a nivel mundial (la era imperialista) donde lo vital
era la explotación del trabajo asalariado.

Como ya han señalado algunos autores y autoras occidentales (Ulrich


Beck, Viviane Forrester, André Gorz, Jeremy Rifkin) el mundo del
trabajo ha empezado “virtualmente” a desaparecer. El trabajo
excedente sobre el trabajo socialmente necesario, es decir, tiempo de
trabajo no retribuido por el capitalista al trabajador, que era la principal
fuente del plusvalor, tiende a ser desplazado por un tipo de trabajo
altamente calificado orientado sobre todo a la producción de
conocimientos y medios técnicos para el desarrollo a su vez de nuevos
procesos (microelectrónica, biotecnología, informática, nanotecnología,
etc).[5] El tiempo de trabajo invertido efectivamente en la producción es
progresivamente sustituido por el trabajo sin tiempo ni espacio: el
mundo de la virtualidad. Se trata de un proceso inexorable e
irreversible. Ser considerado competitivo, hoy en día, significa ser capaz
de brindar una corriente de servicios intangibles altamente valorados
por el capital, es decir conocimientos, creatividad e innovación, como
condiciones para añadir “valor agregado” a lo que se produce.

¿Cuál sería el correlato de un proceso de trabajo que se vuelve cada vez


más virtual? La gran rentabilidad, así como el potencial crecimiento y
expansión de los nuevos núcleos productivos, donde está el corazón de
la revolución en las tecnologías, ha atraído ingentes capitales porque se
ha visto en ello la nueva piedra de toque de la acumulación, sustento a
su vez del dinamismo de los mercados financieros: la inversión en
acciones y valores de empresas, grandes firmas y corporaciones
vinculadas a las ramas “de punta”, son también objeto del juego de la
mera especulación financiera y del interés de los capitales de riesgo.
Empresas como CiscoSystems, Yahoo!, Amazon y la misma Microsoft
están estrechamente vinculadas con estos capitales y mercados.

Sin embargo, se ha identificado la globalización con el “éxodo del


capital” (Gorz 1998), para dar a entender que la base de la acumulación
actual está constituida por los mercados financieros y bursátiles donde
el capital es dinero acumulado que se reproduce a-sí-mismo,
aparentemente con una autonomía, dinámica y racionalidad propias, lo
cual es parcialmente cierto, pues parte importante de ese dinero que se
acumula y se va capitalizando alimenta el funcionamiento de los nuevos
núcleos productivos, altamente rentables; es decir, no todo ese capital
está desprovisto de algún contacto con la esfera de la producción. En
cambio, parte del capital-dinero que se ve incrementado por la
distribución de jugosos dividendos, participación en los beneficios o por
atractivos intereses, que por tanto no retorna a la producción y que más
bien se desvía hacia la especulación, ha ido generando una “economía
casino” o de carrusel a nivel mundial, siendo la expresión plus ultra del
“éxodo” al que se refiere Gorz; es decir, dinero que engendra dinero
mediante las cotizaciones en bolsa y la presión de una tecla, porque son
billones de dólares los que se mueven todos los días de un lugar a otro
del globo en fracción de segundos, pero cuyo respaldo y garantía son los
depósitos y ahorros de toda la vida de la gente, así como las reservas y
fondos de encaje de los bancos centrales.

Ese es el fantástico mundo del nirvana capitalista, la realización


suprema del capital-dinero, donde solo en cuestión de un parpadeo de
ojos se gana o se pierde millones de millones de dólares. [6] Las locuras
especulativas (burbujas financieras) acaban arrastrando (cuando
explotan) a las economías de los países que se adiccionan de ellos.
Véase sino lo que ocurrió en 1997-1998 con los “tigres” asiáticos
(Tailandia, Malasia, Indonesia), después en Rusia y Brasil; antes con
México y Japón a comienzos de los noventa.

Mientras que el desarrollo tecnológico y de punta está produciéndose en


los principales nichos de valor y cadenas de valorización, aguzando la
mayor concentración del capital y de la propiedad, así como procesos de
segregación / exclusión de la fuerza de trabajo; en su fuga hacia el
mundo de la virtualidad y la especulación, el capital-dinero de
naturaleza propiamente financiera, causa estragos en las relaciones
económicas internas, sea en los ámbitos sectorial, regional y aun local.
Uno y otro proceso llevan necesariamente al agudizamiento de las
contradicciones del capitalismo imperialista en el largo plazo, frente a lo
cual se está respondiendo con la globalización política desde los grandes
centros, liderados por Estados Unidos, consistente en un nuevo
ordenamiento de las relaciones de poder entre los estados en función de
la mundialización de la economía.[7]

En países como los latinoamericanos, para aquellos emprendimientos


que no hayan logrado modernizarse lo suficiente para poder competir
(léase: exportar), o no se hayan acoplado adecuadamente en alguna
parte de la cadena de valorización global de alguna gran corporación,
solo les queda el apoyo estatal, su absorción por (fusión con) otra
empresa financieramente más solvente, o la simple sobrevivencia.

En este proceso de mutación el capital ha ido dejando a su paso muchos


ejércitos de excluidos, desempleados y subempleados, recursos y
capacidades de trabajo que “no le sirven”. Masas de gente desesperadas
y famélicas recorren las ciudades buscando emplearse en cualquier cosa
u ofreciendo lo que tiene / sabe hacer. El autoempleo es un fenómeno
social cotidiano en países como el Perú, una estrategia de los pobres y
aun de las capas medias para agenciarse de dinero y poder vivir.

1.3 Relativización del trabajo y crisis del Keynesianismo

Podemos abordar esta cuestión mediante las siguientes preguntas:


¿cómo y en qué sentido el sistema económico "tiende a relativizar el rol
del empleo"? Si el empleo está perdiendo importancia relativa en la
economía (sea por la tecnología ahorradora de mano de obra, o por la
menor demanda laboral y/o aumento de la informalidad), entonces
¿para quiénes va dejando de ser relevante la consideración del empleo
"como mecanismo de acceso a recursos monetarios"?. Obviamente, no
para los más pobres quienes solamente poseen su propia fuerza de
trabajo y la de sus familias.

En el marco de una economía con pleno empleo se asume que toda la


población en edad de trabajar (la PEA) está incorporada en el aparato
productivo (la informalidad no existe); empleo y ocupación son además
conceptos equivalentes porque hablamos de trabajo contratado y
remunerado, sea por la empresa privada o por el Estado. El valor del
producto social que se genera con la fuerza laboral existente (dado un
stock de capital) corresponde con la cantidad de dinero que se echa a la
circulación (emisión monetaria), haciendo equiparables oferta y
demanda. Bajo este contexto de equilibrio macroeconómico (donde el
Estado mantiene un presupuesto equilibrado) el empleo sí es un
mecanismo válido de acceso a los recursos monetarios (léase: ingresos,
salarios y remuneraciones en general), que permiten cubrir
exactamente las necesidades del trabajador y su familia (los
trabajadores no ahorran). Esta es, en síntesis, la versión de la
macroeconomía estándar.

Sin embargo, cuando el empleo es "relativizado" por el sistema entonces


estamos operando en una realidad no solamente con desequilibrios
macroeconómicos, sino también con dualismos y brechas sociales, que
es la realidad latinoamericana: empleo/desempleo, moderno/tradicional,
formal/informal, riqueza vis-a-vis pobreza, inclusión de pocos/exclusión
de muchos, etc. En un contexto así la macroeconomía (keynesiana o
neoclásica) deja de ser el marco apropiado para diagnosticar, analizar y
evaluar la realidad. Para diseñar alternativas se necesita en estos casos
construir escenarios más complejos o realizar un análisis estratégico
donde la economía es solamente una de las dimensiones del desarrollo.

En la actual etapa histórica esa postura teórica y epistemológica implica


al argumento sobre el agotamiento del pensamiento keynesiano,
reconocido sin embargo por pocos. Si se pasa revista a los
planteamientos con enfoque macro surgidos sobre política social en la
región (pobreza y necesidades básicas, gasto y seguridad social,
desarrollo urbano y otros) aparecen al menos dos elementos comunes:
el primero (a nivel teórico) lo constituyen los fundamentos keynesianos
alrededor sobre todo de la política fiscal redistributiva (particularmente:
impuestos, subsidios y reorientación del gasto); el segundo, en estrecha
correspondencia con el anterior, se refiere al rol activo y promotor que
se le asigna al Estado, lo cual es mal visto por quienes han hecho de la
oposición entre mercado y Estado una disyuntiva falaz (o una imagen
maniquea).

Desde hace más de una década existe en América Latina una disputa
ideológica y política sobre el nuevo rol del Estado, pero que aún no
concluye. Bajo el contexto de las reformas estructurales y los procesos
de ajuste, impuestos por el Banco Mundial y el FMI, la reducción del
tamaño del Estado iba frecuentemente acompañada por la menor
asignación de recursos para los llamados "sectores sociales" (educación,
salud, vivienda, seguridad social). Cualquier intento de propugnar una
gestión pública del presupuesto más sensible hacia las necesidades
sociales urgentes, era y es vista como sinónimo de intervencionismo
estatal y rebrote inflacionario. Por eso, mantener a raya el déficit fiscal
ha sido desde entonces el caballo de batalla de los tecnócratas,
cualquiera fuese el régimen político, que más bien oculta una
preocupación central (la cara oculta de la moneda): asegurar para el
capital una tasa de ganancia y brindar condiciones favorables para la
inversión, como mecanismo sine qua non de la ansiada integración de
los estados latinoamericanos en la globalización.

Conviene plantear: ¿por qué el keynesianismo como estrategia de


política económica cayó en desgracia en los años setenta (segunda
mitad)? Más que por una debilidad intrínseca, la economía keynesiana
reveló su crisis bajo los nuevos cambios y necesidades que
experimentaba el capitalismo, siendo este el contexto histórico en el que
tiene que ser explicado. La gestión keynesiana del Estado de Bienestar
en Europa y Norteamérica con sus controles, reglamentaciones, pero
sobre todo con sus políticas económicas interventoras, junto a la rigidez
del sistema monetario internacional y del comercio exterior, resultaba
una camisa de fuerza y una traba para la creciente movilidad del capital
-especialmente financiero o en la forma de inversión extranjera directa-,
que tendía a rebasar los marcos de los estados nacionales. El “triunfo
neoliberal” [8] en la década de los ochenta tiene una doble lectura. De
un lado, la apertura total del comercio así como la libre flotación de las
monedas que requerían los capitales en expansión, encontraron en el
recetario neoliberal la respuesta “científica” que necesitaban para
justificarse. De otro lado, los neoliberales tuvieron la audacia de
presentarse como una solución en el momento preciso, con un discurso
económico que le daba en la yema del gusto a los intereses del capital,
es decir, que el nuevo “modelo” prescindía del Estado e inclinaba la
balanza de la economía hacia las fuerzas más dominantes del mercado
(las grandes empresas, corporaciones y banca internacional).

II.La dimensión política de la globalización


Si la globalización es un proceso inevitable y autónomo, la pregunta es:
¿hasta qué punto? Esto nos lleva a la cuestión de los límites, que son
nítidamente dos: 1) los límites ambientales o la soportabilidad del
planeta frente a los impactos a escala del capitalismo globalizado sobre
los espacios naturales y sociales nacionalmente considerados; 2) los
límites políticos o la “capacidad de aguante” de la humanidad afectada
(clases, grupos, estratos, capas y sectores sociales; comunidades
étnicas, naciones, tribus) por los estragos de la globalización y las
miserias que produce. Desde este punto de vista, la globalización
capitalista solo puede dejar de ser inevitable políticamente,
contraponiendo al poder global del capital un contrapoder societal
liderado por un conjunto de actores, entre los cuales deberán estar los
trabajadores. En ausencia de ese contrapoder será entonces la
Naturaleza la encargada de fijar tales límites, solo que cuando estos se
manifiesten con toda su fuerza podría ser demasiado tarde para la
supervivencia humana en el planeta. Estas son las cartas sobre la mesa
que desde hace un buen rato el capital ha lanzado a toda la humanidad,
y no es ningún tremendismo ni fatalismo decir que nuestra suerte está
echada: en cualquier caso está en juego la supervivencia o la extinción,
y es hasta estos límites adonde hemos llegado o el capital nos ha
llevado a todos.

2.1 La globalización es la contrarrevolución política del capital

¿Qué es lo que permite entender cabalmente el “fenómeno” de la


globalización? ¿Por qué apareció y hacia dónde nos lleva? Para empezar,
el movimiento cíclico del capital como sistema económico siempre viene
acompañado de su respectivo ciclo político, es decir, por la alternancia
entre revolución y contrarrevolución. La globalización no es un suceso
aislado (un epifenómeno) sino el resultado de muchos factores a la vez
y por eso es multidimensional. Cierta literatura atribuye la globalización
a lo que se podrían llamar acuerdos económicos interestatales de los
países más poderosos, materializados en políticas de liberación
financiera y desregulación comercial, como consecuencia del “auge” de
regímenes neoliberales. Aunque aquí se esgrime un contenido político no
es necesariamente la explicación política. La explicación política es otra.
Conviene aclarar que la globalización es mucho más que la expansión de
los mercados a lo largo y ancho del planeta, como es la opinión
recurrente que ha sido masificada en el “sentido común” por los medios
que producen “opinión pública”. Significa, ante todo y sobre todo, el
nuevo ordenamiento del poder hegemónico del capitalismo, lo cual
exigió previamente -y aquí viene lo decisivo- la derrota histórica de
todos los movimientos revolucionarios tanto en el Norte como en el Sur,
pero también la del “despotismo burocrático” que rigió en Rusia y los
países del este cuyo sistema político se conoció luego con el nombre de
«socialismo realmente existente» (Rudolf Bahro).

Estamos hablando de dos siglos de enfrentamientos, que vienen desde


el XIX y cubren casi todo el XX, a lo largo del cual el capitalismo lidió su
supremacía contra todo lo que se le opuso al frente. El periodo entre
1965 y 1975 fue la etapa más reciente de esos enfrentamientos, la que
decidió il nuovo corso de la globalización y el “auge” neoliberal. Los
movimientos por una globalización alternativa, tienen como su más
inmediato antecedente la lucha de ese periodo que puso en cuestión a la
cultura burguesa y el poder de la burocracia.

Allí tomaron parte no solo los trabajadores sino también otros


explotados y oprimidos, capas medias, juventud universitaria, víctimas
de la colonialidad, movimientos “antisistema”, guerras de liberación,
luchas anticoloniales, y guerrillas en América Latina; pero el escenario
donde el conflicto era estratégico y en donde el capital dirimió su poder
hegemónico fue toda Europa (el conflicto este-oeste). Algunos hitos:
mayo del 68 en Francia y Alemania; la revolución cultural china; el fin
de la “primavera de Praga” con la invasión de tanques soviéticos; guerra
de Vietnam y Woodstock; la masacre de Tlatelolco (México) y el
“cordobazo” argentino; aniquilamiento militar del proyecto político
guerrillero del che Guevara; instauración del fascismo en Chile luego del
sangriento derrocamiento de Salvador Allende.

¿Dónde radicó el fracaso de esos movimientos e intentos, o por qué


fueron todos ellos derrotados? ¿Acaso el capitalismo no fue
suficientemente cuestionado? ¿Los revolucionarios y contestatarios no
estaban prisioneros de la racionalidad capitalista proveniente de la
colonialidad del poder? Aníbal Quijano propuso una explicación:

«La cuestión apenas comienza a ser abierta. Con todo, es probable que
eso se deba, en lo fundamental, a que en especial desde el fin del siglo
XIX hasta entrados los años 60 del actual, entre esos movimientos y en
particular entre sus grupos más exitosos, la hegemonía del
eurocentrismo -el patrón fundamental de la racionalidad capitalista-
permaneció incontestada. Es decir, no solo no alcanzaron a liberarse de
ella, sino que nunca la pusieron realmente en cuestión, ni en su teoría ni
en su práctica.

«Dicho de otro modo, toda la historia del siglo XX, incluidas las
revoluciones, transcurrió dentro de y como parte del desarrollo del
capitalismo. Y las revoluciones sociales, triunfantes sobre todo, pero no
mucho menos las derrotadas, sirvieron a la plena y final realización y
universalización de las principales tendencias y virtualidades del capital
y de su orden de dominación.»[9]

La derrota política de los sesentas y setentas fue entonces lo que


permitió dar luz verde a la contra-revolución neoliberal, contribuyendo -
aun sin quererlo- al reordenamiento del poder capitalista en el mundo
(la mentada globalización). Esta es la historia que está por acabar y el
capitalismo no volverá a ser lo que era antes. No existe ningún
fatalismo, al contrario, una nueva historia ya empezó. Como sostiene
Quijano: «en tabla alguna está escrito que seremos siempre derrotados.
Es, por el contrario, el momento de romper con las rejas del
eurocentrismo y de preparar la otra Historia, la que resultará de las
grandes luchas que ya están a la vista. ¡Esa nueva Historia puede ser la
nuestra!».

2.2 ¿Globalización versus intereses “nacionales”?

¿América Latina está integrada en la globalización capitalista? La


respuesta es afirmativa si se considera que la región vive la
globalización de los impactos de políticas macroeconómicas que deciden
e imponen los centros de poder con EE.UU. a la cabeza. La misma
pregunta se responde negativamente al constatar que los centros no son
consecuentes con el discurso sobre los beneficios que supuestamente
trae la apertura comercial para todos los países, cuando ellos mismos
cierran su mercado interno a las exportaciones latinoamericanas (por lo
menos algunas) mediante medidas para-arancelarias. Desde este punto
de vista, la globalización para AL tendría más de ficción que de realidad.

En contrapartida, los beneficiarios directos de esa globalización, así


entendida, se hallan en los países del Norte. En el primer caso, dado que
las políticas neoliberales operan a favor del capital financiero-
especulativo, los beneficiarios son los bancos, grupos financieros,
inversionistas y grandes trusts. En el segundo, el proteccionismo
favorece a las empresas y productores de bienes no-transables (es
decir, no-exportables) del Norte, particularmente de la agricultura y
algunas manufacturas (v. gr. textiles). Viendo las cosas de esta manera,
la globalización bloquea el desarrollo económico “nacional” en el Sur al
tiempo que desestabiliza el manejo macroeconómico por déficits
comerciales y endeudamiento público externo, reforzando por esto
mismo la dependencia de capitales foráneos.

Eso lleva a plantear algo similar a lo que en su momento se debatió en


torno a la tesis del intercambio desigual, que suscitó Arghiri Emmanuel
(1980) en los años sesenta y setenta. Este autor, utilizando los
esquemas de reproducción de Marx, llega a mostrar que la desigualdad
en el intercambio comercial de mercancías surgía esencialmente por las
diferencias de salario entre los países, lo que ponía en entredicho el
principio socialista de la solidaridad internacional del proletariado. Su
tratamiento del salario como una variable independiente o exógena a la
empresa capitalista con sede nacional, determinada por las condiciones
sociales e históricas de cada país, llevó también a un debate aparte,
como el que mantuvo con Christian Palloix para quien el salario estaba
determinado por la productividad del trabajo (tesis de la economía
neoclásica). La cuestión fue que la discusión sobre el intercambio
desigual, llevada a la arena de la política, suscitó posiciones encontradas
en torno de si la naturaleza del conflicto radicaba en el enfrentamiento
entre países “ricos” y países “pobres” (conflicto Norte-Sur) o en una
alianza “solidaria” del proletariado y los dominados de todos los países
contra la burguesía mundial (propuesta hecha por Charles Bettelheim).
La primera implica posturas nacionalistas en el sur (y oportunistas en el
norte) en virtud de las cuales se instiga a la “clase obrera” para apoyar
los intereses económicos, supuestamente “nacionales”, de las
“burguesías” de los países subdesarrollados. [10]

Pareciera entonces que la globalización estimula el resurgimiento, en los


países del sur, de un nacionalismo renovado en la política, desde el
centro hacia la izquierda, más aun si se aprecia que entre capital y
trabajo está nada menos que el Estado. De aquí a defender el estado de
bienestar en la política y la intervención del estado en la economía (o
defendiendo las empresas públicas de las privatizaciones) solo hay un
paso. ¿Significa esto una suerte de neopopulismo? En todo caso, ¿dónde
estaría la continuidad y dónde la ruptura con respecto al populismo, el
estatismo y el nacionalismo?

2.3 Las nuevas condiciones del enfrentamiento

El problema para la crítica de la economía política del capitalismo, en su


etapa actual de globalización, es que, a diferencia de los siglos XIX y XX,
la generación del plusvalor ya no descansa solamente en la explotación
del trabajo asalariado. Como ya se ha señalado, el conocimiento técnico
y científico tiende a desplazar a la fuerza física del obrero del proceso de
valoración del capital, como viene sucediendo en las ramas e industrias
de punta que lideran y experimentan con mayor intensidad la revolución
tecnológica; la producción en tiempo real tiende a ser el sucedáneo de la
producción según el clásico “tiempo de trabajo“. El desplazamiento del
trabajo asalariado, como tendencia, también debe quedar reflejado en la
composición orgánica del capital pues la nueva tecnología, plasmada en
los equipos y maquinaria moderna, exige para su manejo una capacidad
de trabajo altamente calificada, entrenada y capacitada (además de
convenientemente disciplinada y “educada”). Los trabajadores que no
tengan la suerte ni el privilegio de reunir estos requisitos de calificación
para ser empleados como fuerza de trabajo del capital en las nuevas
condiciones, son irremediablemente condenados a vegetar en el
mercado laboral como mano de obra temporal, subocupada,
autoempleada, o lanzados al abismo del “cuarto” mundo del
lumpenproletariado, indigentes y pobres extremos.

Aquella es la base estructural del retorno del desempleo en Europa y los


Estados Unidos, de la ampliación de la masa de marginados y
desplazados en el Sur, así como de la masificación del «ejército
industrial de reserva» en todo el sistema.[11] La globalización obliga
además a replantearse el contenido de (y la utilidad práctica de seguir
utilizando) las categorías económicas tradicionales como trabajo,
empleo y producción, exigencia igualmente válida para esquemas de
interpretación distintos como los análisis neoclásico y keynesiano.

Cabe preguntar: ¿es relevante seguir planteando el conflicto político en


términos de capital y trabajo, o de «lucha de clases»? Si dos de las tres
“novedades” que la globalización nos trae consisten en la escala
planetaria con que ahora opera el capital, más la dominación en todo
sentido mediante la “homogeneización cultural”, entonces es toda la
sociedad la afectada y no son únicamente los trabajadores. Pero hay
una “novedad” adicional a tomar en cuenta y que abona a favor de esta
posición, a saber: El capitalismo creció y se desarrolló más de la cuenta,
favoreció a algunos países, culturas, territorios y clases sociales más
que a otros, pero nos ha comprometido a todos en la crisis ambiental.
Entonces, el nuevo escenario del conflicto es el de la aldea global donde
el centro y la periferia se han entremezclado (ya no son claramente
distinguibles ni separables).

Sostener que es “toda la sociedad” la afectada corre el riesgo de llevar a


posiciones nacionalistas y proestatistas de nuevo cuño, que ponen el
acento en la confrontación entre estados fuertes y estados débiles o sus
equivalentes (conflicto Norte / Sur, países “ricos”/ países “pobres”), tal
como sostendría cualquier postura política a la usanza de la antigua
balanza de poder del siglo XIX (Polanyi 1992). Esta cuestión así
planteada nos lleva necesariamente a debatir la naturaleza real del
Estado en la globalización.

La globalización, sea mediante las políticas de desregulación de los


mercados nacionales, o las modernas tecnologías y las comunicaciones
en tiempo real, ha abolido prácticamente las fronteras entre los países
para la libre circulación de capitales y mercancías. En una palabra:
fronteras para los pueblos, libertad para el capital. Pero al mismo tiempo
el concepto de sociedad civil, adscrito a la primera modernidad, ha
dejado de ser tal para ser sustituido por el de la sociedad civil
transnacional, esto es, la pérdida del carácter “nacional” que encerraba
el concepto de sociedad en la sociología clásica. Por tanto, la
globalización hace desaparecer virtualmente la soberanía nacional del
Estado en materia económica y socava los fundamentos del
«nacionalismo metodológico» de la primera modernidad donde sociedad
y estado aparecían integrando una misma arquitectura (marco
referencial) con base en el territorio (Ulrich Beck 1998).

¿Qué fuerza política puede tener el propugnar un Estado “nacional” en


medio de un capitalismo globalizado que literalmente destruye el empleo
y expulsa a los trabajadores hacia la precariedad (lo que se llama un
capitalismo sin trabajo) y, a consecuencia de esto, “resquebraja también
la alianza histórica entre capitalismo, Estado del Bienestar y
democracia”? (Beck 1998, p. 97)

III.América Latina y la Globalización

3.1 La nueva dependencia

América Latina vivió un proceso de desarrollo que podría caracterizarse


como de capitalismo nacional, desde -digamos- 1945 hasta mediados de
los 80 con intervalos de políticas económicas más o menos liberales.
Dornbush y Edwards (1992) llaman “populismo económico” a todas las
experiencias que tuvieron lugar en dicho periodo, donde incluyen desde
las variedades de nacionalismo estatal hasta los experimentos de
socialismo y las políticas heterodoxas. La justificación teórica y política -
para ellos- es que todas esas modalidades compartieron el
intervencionismo estatal, que distorsionaba el libre desempeño de la
economía y el cual vendría a ser el origen de todas nuestras desgracias
según la reacción neoliberal de los 80.

Sin embargo, el desarrollo del capitalismo en América Latina no hubiera


tenido lugar sin la participación / intervención del Estado, tal como
aconteció en aquel periodo. El Estado latinoamericano fue una instancia
privilegiada porque allí se definían y regulaban (políticamente) las
grandes orientaciones del desarrollo, y es la dirección económica de esa
instancia la que fue decididamente disputada por los neoliberales. Hoy
en día las políticas económicas son gobernadas y monitoreadas desde
afuera por una tecnocracia internacional y desde los centros de poder
económico financiero.
La alianza que había entre capital estatal y capitalismo privado, que
rigió con el modelo de sustitución de importaciones para desarrollar los
mercados internos, fue quebrada y reemplazada por una nueva fórmula:
la del minimax, que significa menos Estado y más Mercado. Con una
gran diferencia: las economías de los países dependen, de ahora en
adelante, sola y exclusivamente de los mercados mundiales respecto de
los cuales las consignas son: ¡Exportad o morir! y ¡¡creced, creced,
creced!! El Estado fue reducido y refuncionalizado para resguardar las
fronteras, mantener el orden interno y asegurar condiciones irrestrictas
a la libre entrada / colocación / circulación de capitales en cada
territorio.

La adicción a las divisas sea bajo las modalidades de inversión


extranjera, fondos de cooperación o colocaciones de corto plazo,
constituye uno de los mecanismos de la nueva dependencia de muchas
economías en desarrollo, entre ellas particularmente las de América
Latina, porque las políticas económicas de los países compiten entre si a
través del manejo de las tasas de interés y el tipo de cambio en procura
de atraer esos capitales para resolver crisis coyunturales (léase: de
balanza en cuenta corriente, déficit fiscal o stock de reservas
internacionales).

Lo que dichas políticas evidencian es la articulación entre el Estado y el


capital financiero internacional, la cual tiene su concreción orgánica en
los acuerdos con el FMI y el Banco Mundial (Cartas de Intención) o en
estrategias más globales (Consenso de Washington). Las políticas
económicas, al menos en América Latina y el Tercer Mundo, han dejado
de ser soberanas desde hace mucho tiempo. La adhesión a los
equilibrios macroeconómicos y al fomento de una “economía sana” de
libre mercado, son los principales argumentos de un discurso
supuestamente moderno y técnico, realista y pragmático, para encubrir
con un velo ideológico la alianza estratégica de las élites empresariales,
políticas y tecnocráticas con el gran capital. En realidad, oculta también
la incapacidad (política) del Estado (que en América Latina es histórica)
para tomar decisiones económicas que consideren los intereses y
necesidades de las mayorías postergadas y empobrecidas. Es necesario,
pues, introducir en los países pobres la demanda por democratización en
el manejo de los asuntos económicos de interés público, que ya tienen
un apoyo mundial con lo de Seattle y el Foro Social Mundial.

3.2 El Consenso de Washington (CW)

Antes del CW América Latina ya había pasado por experiencias de


políticas macroeconómicas populistas (Dornbush y Edwards 1992) y de
estabilización de corte ortodoxo, ninguna de las cuales consiguió
resolver la «crisis fiscal del Estado» (Bresser Pereira 1991) que, en
cambio, en el lenguaje del consenso, está codificado como un problema
de estatismo / populismo.

El CW se puede entender como la gestión macroeconómica del capital


en la globalización. Fue concebido para remover la ingerencia del Estado
en la economía, especialmente en los países del Sur, y lo logró en las
cuestiones que se propuso hacer (privatizaciones, reducción del aparato
público, desregulaciones, apertura y libre entrada de capitales,
“flexibilidad” laboral).[12] Paradójicamente, el Estado recibió la
responsabilidad de realizar con aplicación el mismo recetario en todas
partes, y por eso es también un gran perdedor. Esto permite revelar la
incapacidad de la clase política que se turnó en el poder para defender
los intereses de cada país. Dado que la sociedad siempre ha dependido
del Estado en América Latina, al perder el Estado perdió también la
sociedad (exceptuando a las élites económicas) y la clase política se
desprestigió.

El CW y otros instrumentos similares tradujeron la voluntad política del


Norte de querer gobernar a las economías latinoamericanas con el
mismo rasero. Los países experimentaron la enajenación de sus políticas
económicas, lo que equivalió a una pérdida de auto-determinación.

El CW impuso a los estados latinoamericanos una doctrina económica


cerrada que bajo el manto de un “consenso” ocultaba los intereses del
gran capital. La revolución económica -mediante la cual las economías
de la región son desestatalizadas- significó también la sistemática
desestructuración del sistema de estados-nación en la región y de los
esfuerzos relativamente autónomos de integración que se habían dado,
condición sine qua non para pasar hacia el reinado del mercado (léase
de las grandes transnacionales).

Las políticas económicas inspiradas en el CW y consensos similares


privilegian las variables monetarias (déficit fiscal, tasas de interés, tipo
de cambio, encaje bancario, circulante) sobre las variables reales
(producción, empleo, ingresos), lo que expresa la preeminencia del
capital-dinero sobre las otras formas del capital en el manejo de la
economía de un país. La gestión macroeconómica que impone una
estrategia como la del CW se posesiona en dos áreas claves, en torno de
las cuales hace girar todo lo demás: pago de la deuda y gasto público, lo
cual hace que toda gestión macroeconómica sea convertida en asunto
de fondos: cuando hay crisis es por el factor NHP (“NO HAY PLATA”), tal
como se mostró patéticamente en Argentina.

El CW creó entonces un recetario homogéneo y estandarizado que se


aplicó por igual a todas las economías de la región, independientemente
de su nivel de desarrollo; las políticas económicas perdieron no
solamente márgenes de autonomía sino que también les enajenaron su
nacionalidad, en el sentido que las decisiones fundamentales se toman
fuera de nuestros países. Se ha implantado la costumbre de que, antes
que un nuevo gobierno se instale, la “comunidad internacional” tiene
que saber qué va hacer con la economía y cuál el rumbo que piensa
seguir, y esto se conoce primero en cónclaves y reuniones especiales;
pero lo que se difunde públicamente son generalidades y lugares
comunes. El secretismo es lo que rodea a las decisiones claves de la
política económica.

EL CW equivale a hablar de política macroeconómica estandarizada, que


fue consensuada entre todos los organismos internacionales, los países
más desarrollados y las grandes multinacionales, para “gobernar” sobre
nuestras enflaquecidas y famélicas economías. Es decir, para gobernar
también a los pobres. En tanto que consenso, impuso un lenguaje y
forma de pensar que se ha legitimado en la opinión de políticos,
banqueros, empresarios y de muchos economistas locales. Los medios
masivos de comunicación lo convirtieron en un lenguaje de sentido
común que se habla y se repite todos los días, aunque muchas veces sin
que la gente entienda bien los contenidos y el sentido que se da al usar
términos técnicos (reducir el déficit fiscal, equilibrar el presupuesto,
devaluar la moneda, etc.) con las consecuencias que encierran para sus
condiciones de existencia.

Los resultados alcanzados por el Consenso de Washington son, en


resumen los siguientes:

1) En términos sociales (educación, salud, seguridad social, pobreza,


empleo, distribución del ingreso) los resultados obtenidos por las
políticas económicas del CW fueron contraproducentes en América
Latina. Se profundizaron y ensancharon la desigualdad social y la
inequidad, afectando la gobernabilidad de los países. Los perdedores de
esas políticas fueron y siguen siendo los trabajadores de la ciudad y del
campo, los desempleados, los habitantes que viven en la periferia de las
ciudades, los nuevos pobres (sectores medios urbanos), las mujeres, los
jubilados y los niños.

2) En términos económicos el CW favoreció con creces -y en primer


lugar- a la banca internacional, inversionistas extranjeros, grandes
compañías, financistas y especuladores; en segundo lugar a los grupos
empresariales con mayor poder económico de cada país, esto es, a los
principales exportadores y grandes banqueros, seguidos por los
capitales privados que producen para el mercado interno y que en
algunos casos son socios menores de empresas extranjeras. El
crecimiento económico -cuando se dio- se produjo en función de las
decisiones y los intereses corporativos de estos sectores, que fueron los
grandes ganadores y destinatarios del consenso.

IV.Elementos para construir alternativas desde los espacios


locales

Desde hace un buen tiempo, en realidad a lo largo de los años noventa,


los ideólogos del capital y del pensamiento único han insistido
machaconamente que fuera de las políticas económicas por ellos
promovidas, "no existen alternativas". ¿Es cierto? Lo único cierto es de
que, desde América Latina, no ha logrado constituirse un pensamiento
crítico que cuestione los fundamentos teóricos y filosóficos de la
economía dominante, pero que al mismo tiempo vaya en procura de
brindar las bases maestras para la construcción de una nueva economía.
Esto último pasa necesariamente por una práctica junto a los sectores
populares y de todos aquellos que buscan el cambio, experimentando
modalidades heterodoxas de intercambio, organización de la producción,
valorización de recursos y capacidades, distribución del trabajo, es decir,
poniendo a prueba y aprendiendo por ensayo y error. La Nueva
Economía, si es que se da, tendrá que venir asociada necesariamente a
la cuestión del empoderamiento desde los espacios locales.

Resulta importante que el énfasis del desarrollo, puesto actualmente


sobre el crecimiento de la producción material y el consumismo, se
desplace hacia una mayor atención por el ser humano en el sentido de
potenciar y liberar sus capacidades creativas. En este nuevo contexto,
que debe ser socialmente construido, categorías como producción, valor
y reproducción tendrán probablemente que ser liberadas de sus
connotaciones productivista, economicista y de apropiación que tienen
bajo el capitalismo.

Sin embargo, la economía política no ha desarrollado una crítica de la


razón instrumental ni del poder capitalista sino un discurso de la
subalternidad,[13] con ingredientes neoliberales sobre la “efectividad”
del gasto social y eslóganes sobre la eficiencia de los pobres. El
problema de la construcción del discurso político y de una propuesta de
poder societal, corre varios riesgos como quedar encerrados dentro del
paradigma de la “onda larga” capitalista (v. gr. “consensos” de Buenos
Aires y Santiago); pero también se abren las compuertas al retorno de
posturas políticas aparentemente clausuradas como los variados
nacionalismos y populismos. De allí la importancia de actualizar la crítica
del capitalismo en un mundo globalizado, sin dejar de tentar salidas
alternativas que la situación exige sean igualmente globales.

4.1.¿Qué tipo de sociedad emerge tras el «diluvio neoliberal»?

En los países de AL, donde sobre todo se han aplicado con dureza el
mismo recetario, lo que han emergido son sociedades de sobrevivencia
o fracturadas en su tejido social ya que los impactos del ajuste
agravaron y aun comprometieron las condiciones de reproducción de la
misma existencia. A diferencia del famoso relato bíblico, quienes
pudieron salvarse de ese diluvio no han sido precisamente los
trabajadores de la ciudad y del campo, ni los más pobres y necesitados.

En cambio, suponiendo que la pregunta se refiera a una sociedad que


está siendo reconstruida, es necesario hacer explícita su premisa
principal (sobre el Estado). Al respecto, ese proceso pasaría primero por
la conformación de una coalición de fuerzas políticas progresistas,
“desde el centro hacia la izquierda”, que haciéndose cargo de la reforma
del Estado conduzca hacia la democratización sustantiva de la sociedad.
En esto consistiría el “nuevo curso” de la política democrática en
América Latina para los próximos años.[14]

Debemos considerar que, si lo que ha emergido tras el diluvio neoliberal


es una sociedad de sobrevivencia con masas de excluidos, como lo es
efectivamente en no pocos países de América Latina, las tareas de
democratización no pueden ser dejadas para después de que las
cuestiones económicas hayan sido atendidas. La propia reforma del
estado y la reforma democrática de las instituciones no pueden marchar
junto con una sociedad debilitada por tanto ajuste macroeconómico y
desprovista por eso de capacidad de organización y conciencia
ciudadana para involucrarse en los asuntos públicos, lo cual deja al
régimen democrático relativamente aislado y expuesto a los grupos de
poder económico, las empresas transnacionales y los organismos
internacionales que influyen sobre las finanzas públicas.

4.2.Democratizar los mercados

Los mercados se pueden democratizar de distintas maneras. Si abrimos


el concepto de “mercado” para incluir relaciones y prácticas más allá del
mero intercambio, la democratización de los mercados implica apostar -
en el largo plazo- por un proyecto de transformación de las relaciones
económicas. Si además tenemos en cuenta que el mercado es la
institución fundamental del capitalismo, lo que debemos responder al
plantearnos una consigna como aquella (democratizar los mercados) es
si queremos mantenernos en la sociedad de mercado o superarla. Se
trata pues de una apuesta estratégica y no de cualquier cosa porque
detrás se halla la construcción de un poder alternativo.

La perspectiva de democratización de los mercados tiene que quedar


inscrita en un proceso de transición, cuya posibilidad depende de
muchos factores como los sgtes: el interés y la voluntad que pongan los
actores que se involucren, los propósitos y objetivos que se quieran
alcanzar; las relaciones de producción, de propiedad y de organización
económica que se busquen innovar; la tecnología necesaria; los
recursos humanos, materiales y monetarios que se pongan a
disposición; la capacidad para generar nuevas ideas e inventiva,
improvisación; las capacidades y experiencias personales, de grupo e
institucionales que concurren; las actividades económicas, los territorios
y espacios donde tengan lugar, etc. No menos importante es que la
política y la economía deben marchar juntas, ya que los mercados
realmente existentes no son entelequias y están conformados por
actores con poder económico y político, incluyendo al propio Estado.
Además en esta “aventura” se deben tomar decisiones, ejercer liderazgo
y direccionar / desencadenar procesos así como efectos multiplicadores.

Hasta no hace mucho se había vuelto vox populi postular una economía
de mercado “con rostro humano”. En los hechos significaba combinar el
recetario neoliberal con un nuevo contenido de la política social: mayor
asignación del gasto gubernamental para salud, educación y seguridad
social en el presupuesto + programas de lucha contra la pobreza y el
desempleo. Es lo que recomiendan tecnócratas sensibilizados por la
cuestión social como Nancy Birdsall y Augusto de la Torre (2001). Se
trata de una política social que a fin de cuentas permita poner un poco
más de dinero en el bolsillo de los pobres para que puedan consumir y
participar en el mercado, pretendiendo reducir así los niveles de pobreza
crítica y salir paulatinamente de la exclusión (si es que salen). Si esta
política reactiva la demanda agregada lo hará pero con un breve plazo
de duración, ya que entre otras limitantes depende del dinero del Estado
y los fondos de ayuda (no reembolsables) que se puedan conseguir en el
exterior, además de someter a los pobres a esta (nueva) dependencia.

Ese tipo de neopopulismo económico (y político) -si se le puede llamar


así- significa más de lo mismo, donde los mercados se democratizan
para los pobres en tanto consumidores, pero no toca (ni siquiera roza)
el poder de los oligopolios y “todos felices” porque el mercado tiene
ahora “rostro humano”.

Existen al menos dos maneras de entender la consigna de


«democratizar los mercados». Una, que sea asumida desde el Estado
por una suerte de coalición “progresista” que cubre desde el centro
hacia la izquierda (aunque no tan a la izquierda).[15]

La otra manera de entender el asunto consiste en democratizar y aun


recrear los mercados desde abajo, es decir, por (o con) la propia
participación de los sectores populares. Una cuestión previa a resolver
es quiénes son los “sectores populares”.

4.3.Las experiencias de economía popular

En muchos países de la región estas experiencias surgieron como


respuestas frente al problema del desempleo y el subempleo. Por
ejemplo, los clubes de trueque en Argentina a partir de mayo 1995, de
los que tratamos a continuación.

Lo interesante es observar como se dio el proceso de desarrollo de dicha


experiencia. Empezó en una localidad próxima a Buenos Aires (Bernal)
entre 20 personas, luego se propaló a todo el barrio, de aquí se
expandió hacia la ciudad dando lugar a clubes de trueque que luego se
denominaron nodos, cuando la “red” empezó a desarrollarse. El efecto
demostración permitió multiplicar la experiencia, reproduciéndola desde
la gran ciudad hacia los municipios y las provincias del interior. De esta
manera, el fenómeno fue emergiendo a partir de la periferia urbana
para ir conquistando sucesivamente nuevos espacios (la ciudad, lo local,
la provincia). En su mejor momento, llegó a estimarse en medio millón
de personas los participantes regulares en toda la Argentina,
denominados «prosumidores», con un movimiento que valorado a
precios de mercado fluctuaba entre 400 y 600 millones de dólares al
año.[16]

La difusión y marketing de la experiencia argentina se esparció


rápidamente por la región. Así, en Brasil, en la ciudad de Río de Janeiro
y en el estado de Fortaleza/Ceara; está también presente en Montevideo
y Chile, en ciudades como Santiago, Valparaíso y Aconcagua. En la
subregión andina la experiencia argentina inspiró los casos de
Rumihuaico y Toctiuco, en Quito - Ecuador, y al Centro de Servicios de
San Marcos en el departamento de Cajamarca, sierra norte del Perú.

En el mundo existen muchas otras experiencias de intercambio con


moneda social, que utilizan distintas estrategias económicas,
organizativas y metodologías de trabajo. Estos mercados “heterodoxos”
constituyen al mismo tiempo una suerte de laboratorios para ensayar
instrumentos y técnicas de gestión para economías locales (con
proyección hacia lo regional), pero son también espacios de
experimentación social para reconstruir relaciones de ciudadanía,
institucionalidad y poder locales.[17]

Como toda experiencia novedosa, la de trueque con moneda social no


está exenta de riesgos, uno de los cuales es que su desarrollo no pueda
sobrepasar de lo local y se queden en prácticas que redunden en nuevas
modalidades de sobrevivencia.[18] En este punto, la capacidad para
consolidar una base de acumulación es un factor crítico o estratégico, ya
que supone al menos dos tipos de articulación: uno al nivel de
actividades, entre consumidores y productores (unidades familiares,
comunidades, micro empresas, talleres artesanales), y otro al nivel
territorial entre distintos espacios mercantiles que se articulan, integran
y logran complementarse. Sobre las posibilidades y los potenciales
límites que enfrentan las experiencias de trueque, José Luis Coraggio
(1998) ha tenido un interesante debate con los líderes de la Red Global
de Trueque.

Otro tipo de riesgo -a manera de tendencia externa- es que esas


experiencias, a medida que van adquiriendo notoriedad pública e
importancia, puede que sean cooptadas y formalizadas por el Estado,
pues predomina el enfoque tradicional de verlas como actividades
“informales”. Asimismo, tarde o temprano, la necesidad de mantener la
supervivencia de la experiencia o de desarrollarla a otros niveles, lleva a
buscar el apoyo del gobierno central y/o de las agencias del estado
(ministerios, secretarías técnicas, proyectos especiales, gobiernos
provinciales). Sea como fuere, el acercamiento desde / hacia el Estado
requiere de mucha claridad política acerca de lo que se quiere conseguir
en tiempo y lugar, en términos de costos y beneficios, de relaciones con
el poder, de vinculación con otros actores socioeconómicos, de
aprendizaje y maduración, entre otros muchos elementos que deben ser
evaluados concienzudamente.

La democratización de los mercados basándose en el trueque con


moneda social no es la única posibilidad. Existen otras experiencias
como las que se orientan mediante principios de solidaridad, abarcando
actividades de producción, comercio, consumo y finanzas “solidarias”.
En estos casos, como en los de la moneda social, los criterios
económicos convencionales son subvertidos y la economía se rige con
una racionalidad “social” donde la calidad importa tanto o más que la
cantidad. Véase por ejemplo las formas que asume la economía de
solidaridad en el Brasil, relatado por Paul Singer (1998)

Existen además muchos proyectos, actividades y estrategias


institucionales, que asumen la perspectiva del desarrollo humano del
PNUD, a través de los cuales se busca igualmente democratizar a los
mercados (sin ser necesariamente un objetivo explícito), aunque en el
fondo no modifican ninguna estructura de poder. Se hace alusión
particularmente a los proyectos de las ONGs, organizaciones
comunitarias y otras formas de asociación sin fines de lucro, que
trabajan en espacios locales, en las periferias de las ciudades, en
ámbitos regionales mayores, con comunidades campesinas o indígenas,
con grupos de jóvenes y mujeres, con desempleados y excluidos.
Muchos de estos proyectos reciben fondos del exterior y hasta forman
parte de programas sociales del Estado; en no pocos casos -si son
proyectos de desarrollo productivo- se les exige resultados tangibles,
económicamente medibles en términos del usual costo-beneficio privado
o de costo-efectividad si son de naturaleza social. Por eso y con razón -
ha sostenido J.L. Coraggio (1999)- el paradigma neoliberal se mantiene
«vivito y coleando», su eficacia se debe a que ha sabido imponerse
como parte del sentido común, incorporándose en las prácticas de los
supuestos agentes del cambio o de quienes lo cuestionan,
“introyectando sus valores y criterios en el campo democrático”,
sirviendo al mismo tiempo de “argamasa ideológica que pretende dar
unidad a una sociedad que se fragmenta materialmente”.

En conclusión, la democratización efectiva y real de los mercados


involucra también un cambio de paradigma, una revolución en el
pensamiento, en los hábitos y maneras de pensar, observar, investigar,
conceptualizar. ¿Podremos hacerlo desde las ciencias sociales
latinoamericanas?

4.4 La propuesta del Ingreso Ciudadano (IC) [19]

¿Cuáles son los roles que en la economía y la sociedad tendría que


cumplir el Estado para volver aplicable (viable) el IC?, ¿quiénes (qué
actores sociales y políticos) deberán definir esos roles y de qué manera
(condiciones de democracia y gobernabilidad)?; el IC ¿financiarlo con
recursos del exterior (endeudamiento, donaciones, préstamos no
reembolsables) o con una política redistributiva (impuestos a la riqueza,
transferencias, contribuciones de solidaridad)? La primera opción
(fuentes externas) conlleva el riesgo de manejar los recursos con
criterios populistas y de clientelismo político; la segunda, en cambio,
conduce a la negociación con los grupos de poder económico y la
concertación entre actores (partidos, organizaciones sociales, gremios
empresariales), cuyas premisas básicas son: transacción entre derechos
y compromisos, apertura democrática y disposición a los cambios.

Se corre el riesgo de confundir el IC con la noción de "ingreso mínimo


vital", que en el marco de las necesidades básicas es un ingreso para
pobres e indigentes. Otro riesgo es creer que el IC forme parte de una
política asistencial de nuevo cuño. Habría que empezar aclarando:
¿quiénes entran en la definición de ciudadanía/ciudadano? Decir "los
miembros de la sociedad" es demasiado genérico para la realidad
latinoamericana, especialmente en países donde lo étnico convive
dislocado de la ciudadanía, de la ciudad y de las políticas ciudadanas.
Una cuestión esencial: si el IC es un asunto de justicia distributiva su
rango debe ser un parámetro socialmente establecido, incentivando para
ello a la participación y diferenciando los espacios de aplicación en el
país que se trate (local, microcuenca, región, urbano y rural). De esta
manera quedaría descartada la imposición de valores únicos u
homogéneos de mínimos y máximos. El IC, si es bien entendido y
practicado, puede convertirse en un instrumento de educación
ciudadana, así como en un medio para recrear la institucionalidad desde
la base social, promoviendo además el poder local (y no me refiero a los
caudillismos locales).

Lima, Septiembre del 2003

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NOTAS

[1] Economista (Universidad Ricardo Palma, 1990). Consultor en


desarrollo económico local y economía regional.

[2] “Las luchas de clases moldean la división del trabajo nacional e


internacional y determinan las condiciones objetivas que se ocultan
detrás de la apariencia económica inmediata, la oferta y la demanda. A
su vez, la estructura de la oferta y la demanda constituye la base
objetiva sobre las que operan estas luchas”. (Samir Amin 1981, p. 109-
110). “La jerarquización de los salarios no tiene una base objetiva de
productividad o calificación. Deriva de la lucha de clases y, dentro de
ella, en gran medida de las estrategias del capital, no sólo a la escala de
la empresa sino también a la escala de la sociedad” (op. cit., p. 111).

[3] Cf. sección 7, capítulo XXIV de El Capital, Siglo XXI editores.

[4] Aníbal Quijano, «La historia recién comienza», La República, Lima, 8


de diciembre 1996, p.25.

[5] La «nanotecnología» hace referencia a las tecnologías convergentes


como nuevo campo de investigación. En relación a ellas están asociados
siglas y nombres como BANG (bit, átomo, neurona y gene); NBIC
(nano-bio-info-cogno) o convergencia tecnológica a nano escala;
Ingeniería memética; Socio-Tec. Véase el informe «La teoría del
pequeño BANG: la estrategia de las tecnologías convergentes» donde se
comenta y evalúan los resultados del Seminario: Converging
Technologies for Improving Human Performance" -Tecnologías
Convergentes para el Mejoramiento del Desempeño Humano, realizado
en Washington DC, el 3 y 4 de diciembre del 2001, organizado por la
Fundación Nacional de la Ciencia (NSF) del Gobierno de los Estados
Unidos y el Departamento de Comercio. (Revista La ONDA digital N°
132, www.uruguay.com/laonda 22-28 abril 2003).

[6] Por ejemplo, en la semana del 12 al 16 de marzo del 2001 se


produjeron caídas bursátiles en las principales plazas de Estados Unidos,
Europa y Japón, entre el 5 y 20%, ocasionando multimillonarias
pérdidas o fugas de capital. Cf. Humberto Campodónico, «En sólo una
semana se esfumaron 888,000 millones de dólares», La República, Lima
18 de marzo 2001, p. 36.

[7] Samir Amin (2001) entiende por mundialización al proceso de


polarización de la economía que, en su forma imperialista, se está dando
en torno de 5 grandes monopolios: 1) el monopolio de las nuevas
tecnologías, 2) el control de los flujos financieros, 3) el control del
acceso de los recursos naturales, 4) el control de los medios de
comunicación y 6) el monopolio de las armas de destrucción masiva. El
correlato político de este proceso es el nuevo “tablero mundial” en base
a la ley del valor mundializada.

[8] En un diálogo sobre el neoliberalismo, Göran Therbon (en Perry


Anderson et. al, 1997) lo define como “un conjunto particular de recetas
económicas y de programas políticos” que en términos de doctrina se
inspiraron en el pensamiento de Milton Friedman y Friedrich Hayek.

[9] “La historia recién comienza”, Ibíd.,

[10] En el Perú esa política estuvo encarnada a lo largo de los setentas


y los ochentas en el «reformismo obrero-burocrático», practicado por el
Partido Comunista Peruano “Unidad”, la Confederación General de
Trabajadores del Perú (CGTP), y los partidos socialistas velasquistas.

[11] La «marginalidad» como campo problemático de estudio se inscribe


en el marco de las relaciones entre el movimiento del capital y la
estructura de la población laboral. En este contexto, una sobrepoblación
es relativa con respecto a las necesidades de acumulación de capital, y
en tal sentido constituye un «Ejército Industrial de Reserva», en los
términos como lo estableció Marx en el tomo I de El Capital. Sin
embargo, en las condiciones del subdesarrollo latinoamericano, parte
importante de dicha sobrepoblación tendía a crecer en la periferia
urbana de las principales ciudades e independientemente del ciclo del
capital, lo cual implicaba un excedente permanente de mano de obra
que no lograba ser incorporada al aparato productivo y terminó
refugiándose en el comercio y diversos servicios, contribuyendo al
fenómeno de la “tercerización” de muchas economías latinoamericanas.
Originalmente, la cuestión estructural de la mano de obra
permanentemente excedentaria con respecto a las necesidades del
capital, buscaba ser rescatada y explicada mediante el concepto de
marginalidad, asunto que generó una de las más importantes
controversias y discusiones en el pensamiento social latinoamericano.

[12] John Williamson (1990) identifica 10 instrumentos de política


económica cuyo manejo “razonable” es apreciablemente valorado por
las instituciones de Bretton Woods (FMI y Banco Mundial) afincadas en
Washington. Dichos instrumentos están referidos al déficit fiscal, gasto
público, reforma tributaria, tasas de interés, tipo de cambio, política
comercial, inversión directa extranjera, privatizaciones, desregulaciones
y derechos de propiedad. De allí que se hablara del “Consenso de
Washington”.

[13] Aníbal Quijano, «La subalternización de los discursos sociales»


(Quijano 1998, 13-62).

[14] En el Perú eso es lo que estaría en trance de ocurrir en los


próximos años, tras la experiencia del «centrismo» y las ambigüedades
del toledismo.

[15] A finales de los 90 se llevó en Buenos Aires un cónclave de


intelectuales, líderes y dirigentes políticos de la centro-izquierda
latinoamericana, buscando hallar un consenso en torno de propuestas
que ayudaran a aliviar las consecuencias sociales de los ajustes
económicos. A los acuerdos tomados se les conoce como el «Consenso
de Buenos Aires» (cf. Castañeda et al, 1998).

[16] “Diez mil personas inauguraron ayer un mercado del trueque en


Quilmes”. Clarín, 2 de mayo 2001 (http://ar.clarin.com). Para la
evaluación de la experiencia argentina consúltese el documento de Ana
Luz Abramovich y Gonzalo Vázquez (2003).

[17] Los interesados en conocer experiencias en otros hemisferios


pueden visitar el website de Community Exchange Systems in Asia,
Africa and Latin America: http://ccdev.lets.net/index2.html

[18] En los hechos ocurrió que la capacidad de manejo fue desbordada


por la concurrencia masiva, hubo emisión descontrolada de los
“créditos” (uno de los nombres que se le dio al dinero alternativo), la
oferta mostraba limitaciones para atender la gran demanda, y algunas
dirigencias no fueron transparentes a la hora de rendir cuentas; fueron
algunos de los numerosos errores y dificultades. (Abramovich y Vázquez
2003).

[19] Este es un tema lanzado y discutido en la sección Debates N° 2 de


urbared (www.urbared.ungs.edu.ar) en el 2001. Se reproducen aquí
parte de los comentarios enviados por el autor (4 de junio del 2001).

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