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A pesar de los desatinos y torpezas de las decisiones del gobierno federal, como el
desabasto de gasolina en varios estados del país y sus “explicaciones” a nombre del
combate al robo de combustibles, cuyas consecuencias e impacto económico sobre las
industrias y el consumo, la inflación y el crecimiento no se harán esperar, la prensa ha
documentado a través de varias encuestas el respaldo a estas medidas por parte de la
gente (en alguna de ellas 86 de cada 100 personas apoyaban las medidas).
Uno se pregunta por qué la gente, no obstante este panorama desolador y crítico en
varios ámbitos como el de Pemex y sus fatídicas decisiones, continúa apoyando estas
medidas tan controvertidas. Una de las posibles respuestas parece estar en el papel que
la decepción juega actualmente y que fue factor determinante en la contienda
constitucional del año pasado.
Seguir con éxito este despertar de la “esperanza de México” requiere un fino manejo de
los poderes hacendarios, políticos, técnicos, ideológicos y discursivos. La respuesta
organizativa que ofrece el gobierno es lo que llamo la gestión de la decepción. Así, en el
fondo subyace una constante empresa de mantenimiento y reproducción de esta
decepción, la cual se busca evitar que opere bajo otras circunstancias que no sean los
designios de la “cuarta transformación”.
Una primera variable es la concentración del poder en sus manos, en las manos
presidenciales, no sólo como titular del poder ejecutivo, el jefe de Estado, el jefe de la
burocracia que ahora se ufana en mostrar como curada de corrupción, sino como
armonizador de las decisiones del gabinete, presentador y orador eterno, como vértice
del poder, como principal accionista del gobierno federal.
Otra variable está en la entrega de manera personal y simbólica los recursos a quienes
resultan beneficiarios del gasto público (ahora personas de la tercera edad y jóvenes),
en los anuncios de medidas concretas, en ir cubriendo la brecha entre lo que se
prometió y lo que quiere cumplir.
Un cuarto factor está constituido por los representantes delegacionales en los estados
y la presencia en los distritos electorales, cuyo esquema organizacional, más allá de las
atribuciones y facultades que la ley les confiere a los funcionarios, está en el céfiro
proveniente del “maestro” presidente, de la disposición política presidencial, del centro
donde emana el dicho y la frase coloquial.
También está un orden castrense que se buscó fraguado bajo un manto militar a través
de la propuesta de integración de la guardia nacional, propuesta que ha sido rechazada
por diversas voces por considerarla atentatoria al régimen federal mexicano y antesala
del virtual fortalecimiento político del poder militar mexicano que, aunque
históricamente ha mostrado un desempeño institucional y obediencia a la autoridad
civil, esta circunstancia no impediría su fortalecimiento real y efectivo, por lo menos
merced a su capacidad de influencia en decisiones estratégicas.
Otro elemento es el mitin, la plaza pública, el paseo y la fiesta, cuya función es mantener
un estilo propagandístico permanente que evite la decepción, que si no desaparece la
realidad de las decisiones y el peso de la realidad, al menos mantiene la “esperanza”, el
dicho popular de un gobierno que ideologiza y convierte cada climas y manifestación
en un bestiario de indirectas, adjetivos, responsos y oraciones políticas.
En todo 2019 veremos cómo se va orquestando esta administración de la decepción,
tendiente a que la resaca aún patente no se pierda en los laberintos de una propuesta
política diferente a la cuarta transformación.