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EL SEMBRADOR DE ARBOLES

“EL HOMBRE QUE PLANTABA ARBOLES”

Una historia ambiental de la vida real


Un relato lleno de sensibilidad que es un canto al desinterés y a la generosidad y que exalta el
enorme valor que hay en un acto tan sencillo como es plantar un árbol.

Por Jean Giono

Compilado, revisado y preparado por: Ing. Agrónomo: Julio Cesar Aguilar Morán, M.Sc. Ciencias Agropecuarias y
de los Recursos Naturales Renovables Especialidad en Manejo Integrado de Cuencas Hidrográficas, Diplomado en
Regencia y Evaluación Ambiental. Choluteca, 31/07/2019

Tomado del boletín de AHE (1984), el cual fue tomado a su vez de la revista Foro del Desarrollo de las
Naciones Unidas. Honduras. Diciembre de 1999.
EL SEMBRADOR DE ARBOLES
“EL HOMBRE QUE PLANTABA ARBOLES”

Una historia ambiental de la vida real

PROLOGO
La historia que se presenta a continuación merece contarse e imitarse por todas las
generaciones. Está tomada de la vida real, las fechas en las que sucedieron los
hechos, los nombres de los lugares y las especies de los árboles, no es lo importante,
sino las cualidades del personaje central y su gran obra.

Hoy que las poblaciones crecen aceleradamente y aceleradamente desaparecen los


bosques. Hoy más que nunca en que las poblaciones demandan bosques para leña
para cocinar sus alimentos, para la construcción de viviendas y otras infraestructuras
y para la generación de energía. Hoy que los bosques naturales de nuestro país
desaparecen y retroceden por la irresponsabilidad de quienes solo han sabido
aprovecharse para sus propios intereses y no han cumplido con DIOS en reponer lo
tomado. Hoy más que nunca se requiere como una necesidad impostergable sembrar
árboles para el presente y futuro, cuando la necesidad de los mismos (beneficios)
será cada vez mayor.

Tratemos de imitar la labor del personaje de la historia que nos narra Jean Giono,
imitando esa labor de sembrar árboles en nuestro propio tiempo y lugar, y
seguramente gozaremos y disfrutaremos de los mismos beneficios y felicidad, del
“ARTESANO DE DIOS” como lo define el autor Jean Giono al campesino pastor que
encontró su felicidad sembrando árboles.

Disfrute la corta lectura que seguramente le inspirará a usted y, a aquellos con


quienes usted deseen compartir esta historia ambiental en favor de la calidad de vida
de todo ser viviente.

En caso de que se decida a sembrar árboles, piense en las especies nativas algunas de
las cuales se encuentran en peligro de extinción, provocado por la tala inmisericorde,
los incendios forestales y de otra índole y las plagas que se han vuelto más voraces
por el cambio climático. También otras especies que son consideradas como madera
de segunda, malezas, y no se aprovechan ni se siembran. Las semillas las puede
recolectar usted mismo y seleccionarlas y sembrarlas tal como lo hizo el personaje de
la historia; o bien algunas que se pueden adquirir y comprar en centros
especializados como bancos de semilla.

Hace unos cuarenta años, hice un largo recorrido a pie por las montañas prácticamente
desconocidas por los turistas, una antigua región en donde los Alpes penetran en la región de

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Provence, en Francia. En la época en la que emprendí mi largo recorrido por aquellas regiones
desiertas, todo era tierra desolada e incolora, nada crecía allí, excepto el monte silvestre.

Cruzaba yo por la parte más amplia y al cabo de tres días de caminar me encontré en
medio de una desolación sin igual. Acampe cerca de las ruinas de una aldea
abandonada. Se me había agotado el agua el día anterior, y tenía que buscar cómo
restablecerme. Un grupo de casas, casi en ruinas, como un viejo nido de avispas,
sugería que alguna vez debió haber habido allí, vida y hasta un manantial. De hecho
hubo un manantial, pero estaba seco. Las cinco a seis casas, destechadas y dañadas
por el viento y la lluvia, y la pequeña capilla con su torre en ruinas se erigían como las
casas y capillas en las aldeas pobladas, pero aquí todo ser viviente había desaparecido.

Era un hermoso día de junio, bañado por un sol brillante; pero sobre esa tierra
desprotegida y, a gran altura el viento soplaba con ferocidad insoportable. Gruñía

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sobre los esqueletos de las casas como un león cuya comida hubiera sido
interrumpida. Por ello, decidí trasladar mi campamento a otro lugar.

Después de cinco horas de caminar aún no había encontrado agua, y no existía nada
que me diera esperanzas de encontrarla. Todo a mi alrededor estaba completamente
seco, la misma hierba leñosa. Me pareció distinguir a lo lejos una silueta humana,
erguida, y la tomé por un tronco de un árbol solitario. De todas maneras me dirigí
hacia ella. Era la silueta de un pastor y sus treinta ovejas echadas a su alrededor sobre
la tierra calcinada.

Me dio de beber de su calabazo y un poco mas tarde me llevó a su casa en una


hondonada en la llanura. Extraía su agua, un agua excelente, de un pozo natural muy
profundo sobre el cual había construido un primitivo malacate.

El hombre hablaba poco, lo cual es frecuente entre quienes viven solos, pero uno sentía que él
estaba seguro de sí mismo y confiaba en su seguridad. Esto resultó inesperado en este lugar
desértico. Vivía, no en una choza, sino en una verdadera casa de piedra, que indicaba
claramente como con sus propios esfuerzos había construido la casa en ruinas que había
encontrado allí a su llegada. Su techo era fuerte y sólido. El viento producía contra las tejas, el
sonido del mar contra sus playas.

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El lugar estaba en orden, los platos lavados, el piso barrido, su rifle lubricado, la sopa
hirviendo sobre el fuego. Noté que estaba recientemente rasurado, que todos sus
botones estaban firmemente cosidos, que sus ropas habían sido remendados con
meticuloso cuidado, lo cual hacia que los remiendos fueran casi invisibles. Compartió
su sopa conmigo y después, cuando le ofrecí mi bolsa de tabaco, me dijo que no
fumaba. Su perro tan silencioso como él, era amistoso pero sin ser servil.

Quedamos de acuerdo en que yo debía pasar la noche allí; la aldea más cercana estaba
a más de un día y medio de camino. Yo conocía perfectamente la naturaleza de las
escasas aldeas de la región. Habían cuatro o cinco de ellas, dispersas, muy alejadas
una de otras, y sobre las laderas de esas montañas, entre espesura de roble blanco en
los extremos de los caminos. Estas aldeas estaban habitadas por carboneros y las
condiciones de vida eran excesivamente duras, tanto en invierno como en verano, sin
encontrar escapatoria del creciente conflicto de personalidades.

Las ambiciones irracionales alcanzaban proporciones exorbitantes ante el constante deseo de


escapar. Los hombres llevaban sus cargamentos de carbón a la población y regresaban. Los
caracteres más firmes cedían ante la perpetua opresión de la época. Las mujeres y los hombres
fomentaban sus resentimientos. Había rivalidades en todo; en el precio del carbón vegetal y
hasta por un asiento en la iglesia. Y sobre todo ello estaba el viento y el polvo, también
incesante, como para alterar los nervios. Había epidemia de suicidios y frecuentes casos de
locura, que habitualmente llevaban a la muerte.

El pastor fue a traer un pequeño saco y derramo sobre la mesa un montón de bellotas de
roble. Empezó a inspeccionarlas, una por una, con gran concentración separando las buenas
de las malas, mientras yo fumaba una pipa y lo observaba. Ofrecí ayudarlo, pero me dijo que
era su tarea y, al observar cómo se dedicaba a la tarea, no insistí. Esta fue toda nuestra
conversación. Después de haber puesto a un lado un número suficientemente grande de
bellotas buenas, las contó por docenas, mientras tanto eliminaba las pequeñas o las que
parecían ligeramente agrietadas, porque ahora las examinaba con mayor atención. Una vez
seleccionado un centenar de bellotas perfectas, dejó su labor y se fue a la cama.

Producía una sensación de paz estar con este hombre. Al día siguiente le pregunté si podría
descansar allí durante el día. Lo encontró bastante natural, o para ser más exacto me dio la
impresión de que nada podría asombrarlo. El descanso me era absolutamente necesario pero
yo estaba interesado y deseaba saber más respecto a este pastor.

HABIA PLANTADO 100,000 SEMILLAS Y DE ELLAS 20,000 HABIAN GERMINADO, ESTABA


PLANTANDO ARBOLES..... PLANTANDO UN BOSQUE.

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Abrió el corral y condujo el rebaño de ovejas a los pastos. Antes de partir, sumergió el saco que
contenía las bellotas cuidadosamente seleccionadas en un balde con agua. Observé que
llevaba como bastón una barra de hierro del grueso de mi pulgar y como de un metro y medio
de largo. Le seguí por un sendero paralelo al suyo. Los pastos se encontraban en el valle. Dejó
el rebaño a cargo de su perro y subió donde yo me encontraba. Temí que me reprendiera por
mi indiscreción de haberlo seguido, pero no fue así. Al contrario, me invitó a acompañarlo a la
parte alta de la colina, como a unos cien (100) metros de distancia. Allí empezó a meter la
barra de hierro en la tierra haciendo un agujero en el cual plantaba una bellota; rellenando
después el agujero. Estaba sembrando arboles, plantando un bosque.

Le pregunté si la tierra le pertenecía y me respondió que no. Tampoco sabía de quien era, pero
suponía que era de propiedad comunal, o quizás pertenecía a personas que no se ocupaban de
ella. No estaba interesado en averiguar quiénes eran los propietarios. Plantó su centenar de
bellotas con el mayor cuidado. Terminada su comida del medio día, reanudó la plantación.
Supongo que debo haber sido muy insistente en mis preguntas porque me contestó que
durante tres (3) años había estado plantando árboles en esa desolada región. Había plantado
100,000 semillas y de ellas 20,000 habían germinado. De las 20,000 suponía que perdería la
mitad por el ataque de roedores o de los designios imprevisibles de la providencia. Aun
quedarían 10,000 robles para crecer donde antes nada crecía. Fue entonces cuando empecé a
preguntarme cual sería la edad de este hombre. Me dijo que tenía cincuenta y cinco años. Su
nombre era Elzéard Bouffier. Había tenido en una ocasión una finca en las tierras bajas en la
que había pasado su vida y había perdido su único hijo y después a su esposa. Se había
retirado a la soledad, donde su placer era vivir descansada mente con sus ovejas y su perro.
Pensaba que esta tierra se moría por falta de arboles. Agregó que, por no
tener asuntos urgentes propios, había resuelto remediar esta situación.

Como en aquel tiempo a pesar de mi juventud, llevaba una vida solitaria, sabia como tratar
delicadamente a los Espíritus Solitarios. Le dije que en treinta (30) años sus 10,000 robles
serian magníficos. Me respondió simplemente, que si Dios le concedía vida, en treinta (30)
años habría plantado mucho más que esos 10,000 robles, pero que ello tan solo sería como
una gota de agua en el océano. Además, estaba estudiando ahora la reproducción de otra
especie local y tenía cerca de su cabaña un semillero de plantitas nacidas de semillas de
encinos. Las plantitas, que protegía de sus ovejas con una cerca de alambre, eran muy
hermosas. Pensaba también sembrar más árboles en los valles en donde, según dijo, había
humedad a unos cuantos metros por abajo de la superficie del suelo.

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Al día siguiente nos separamos. El año siguiente estalló la guerra, era 1914, una guerra
que habría de tocarme durante los siguientes cinco (5) años. Un soldado de infantería
difícilmente hubiera tenido el tiempo para reflexionar sobre la importancia de sembrar
árboles. A decir verdad, la siembra de árboles en sí misma no me había causado
impresión; lo consideraba para mí como un pasatiempo, algo así como coleccionar
estampillas, y entonces lo olvidé. Al terminar la guerra, me encontré en posesión de
una pequeña bonificación de desmovilización y un enorme deseo de respirar aire
fresco por algún tiempo. Sin ningún otro motivo me dirigí de nuevo hacia aquellas
tierras solitarias del pastor sembrador de árboles y sus 10,000 robles.

El panorama no había cambiado. Sin embargo, más allá de la aldea abandonada


distinguí en la distancia una especie de niebla que cubría como una alfombra, la
cumbre de la montaña. Desde el día anterior había empezado a pensar nuevamente
en el pastor sembrador de árboles “Diez mil robles”, pensé, “realmente ocupan
bastante espacio”. Había visto a muchos hombres morir durante esos cinco (5) años de
guerra para creer fácilmente que el pastor de ovejas Elzéard Bouffier no estuviera
muerto, especialmente cuando se tiene veinte años, se considera a los hombres de

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cincuenta (50) como viejos sin nada más que hacer que morir. Pero el pastor no había
muerto. De hecho, se conservaba extremadamente ágil. Había cambiado de tarea;
ahora sólo tenía cuatro (4) ovejas en vez de las treinta (30), y en cambio poseía un
centenar de colmenas. Se había deshecho de las ovejas porque constituían una
amenaza contra sus árboles jóvenes. Porque, según me dijo (y esto lo presencie yo
mismo), la guerra no le había molestado de ningún modo y había continuado
sembrando árboles en forma imperturbable durante esos cinco (5) años.

Los robles de 1910, ahora con diez (10) años eran más altos que cualquiera de
nosotros dos y constituían un espectáculo impresionante. Quedé literalmente mudo y
como él no habló, pasamos el día entero, caminando en silencio a través de su bosque.
Eran tres (3) secciones. El bosque media unos once (11) kilómetros de largo y unos tres
(3) kilómetros en su mayor anchura. Cuando me recordaba que todo esto había
surgido de las manos y el alma de este hombre único, sin recursos técnicos, comprendí
que los hombres pueden ser tan efectivos cuando DIOS está en su corazón, en
terrenos distintos al de la destrucción.

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Había seguido su plan y los arboles nos llegaban a la altura del hombro, y se extendían
hasta donde alcanzaba la vista. Me mostró hermosos grupos de árboles plantados
cinco años antes, es decir, en 1915, cuando yo había estado peleando en la guerra. Los
había plantado en todos los valles donde había supuesto y correctamente, que había
humedad casi en la superficie del suelo. Los arboles eran tan delicados como
muchachas jóvenes y muy bien establecidos. La creación de DIOS parecía haber
llegado en una especie de reacción en cadena en este joven bosque. El pastor de
ovejas Bouffier no se ponía a pensar ni se preocupaba de ello; estaba decidido a
continuar su tarea con toda simplicidad.

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HABIA AGUA CORRIENDO EN ARROYUELOS QUE ANTES HABIAN ESTADO SECOS

Cuando regresamos hacia la aldea vi agua corriendo en arroyuelos que habían estado secos
desde tiempo inmemorial. Este era el más impresionante resultado de la reacción en cadena
que había visto. Algunas de las aldeas deprimentes que antes vi, habían sido construidas en
los sitios de los antiguos asentamientos romanos, restos de los cuales aún existían. Los
arqueólogos que exploraron allí, habían encontrado anzuelos. Ahora en el siglo XX era
necesario cavar pozos de malacate para lograr un poco de agua.

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El viento dispersaba las semillas y ayudaba en la reforestación de manera natural. A medida
que el agua reapareció, reaparecieron también otros árboles como los sauces, los cipreses, los
encinos, los juncos los prados y las flores, y había cierto propósito en la vida de ese sitio y en
estar vivo. Pero la transformación ocurrió tan gradualmente que no causó ningún asombro.

Los cazadores que trepaban la montaña desde tierras bajas persiguiendo a las liebres o a los
jabalíes, habían observado el repentino crecimiento de pequeños árboles, pero lo habían
atribuido a algún capricho de la naturaleza. Esa es la razón por la cual nadie interfirió en el
trabajo de Elzéard Bouffier. Si hubiera sido descubierto habría encontrado oposición, pero
¿Quién en las aldeas o en la administración podría haber soñado que existiera tal
perseverancia y una generosidad tan magnifica en un viejo campesino pastor de ovejas?

Para tener una idea precisa de este carácter excepcional en un hombre, no deberíamos
de olvidar que trabajó en soledad absoluta; tan absoluta que, hacia el fin de su vida,
perdió el hábito de hablar, o quizás comprobó que no había necesidad de hacerlo.

ORDEN DE NO QUEMAR

En 1933, Elzéard Bouffier, recibió la visita de un guarda forestal que le comunicó una orden
advirtiéndole de no encender fuegos en el exterior del bosque por temor a poner en peligro el
crecimiento de este “Bosque Natural”. Fue la primera vez, le dijo ingenuamente el guardia,
que había visto crecer un bosque por sí sólo.

En esa época Bouffier estaba a punto de plantar más árboles de otra especie en otro lugar, a
unos veinte (20) kilómetros de su cabaña. A fin de evitar los viajes de ida y vuelta, porque
entonces tenía ya setenta y cinco (75) años, planeo construir una cabaña de piedra en la
plantación misma, cosa que hizo al año siguiente. En 1935 una delegación del gobierno vino
para examinar el “Bosque Natural”. La integraba un alto funcionario del servicio forestal, un
diputado y varios técnicos. Hubo demasiada palabrería. Se decidió que había que hacer algo, y
afortunadamente, nada se hizo excepto lo único útil; el bosque integro fue puesto bajo
protección del Estado y se prohibió la producción de carbón vegetal. Todos quedaron
cautivados por ese encanto natural. Era imposible no quedar cautivados por la belleza de esos
jóvenes árboles y el “Bosque Natural” surgido por sí sólo.

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Uno de los funcionarios forestales de la delegación, era amigo mío y, a él le expliqué el
misterio del “Bosque Natural”. A la siguiente semana fuimos juntos a ver a Elzéard Bouffier. Lo
encontramos trabajando duramente, a unos diez (10) kilómetros de donde la inspección había
tenido lugar. El forestal amigo mío, se daba cuenta de los valores y sabía cómo guardar
silencio. Entregué a Elzéard los huevos que le había llevado como regalo y los tres (3)
compartimos nuestro almuerzo y pasamos varias horas extasiados ante el paisaje.

ARTESANO DE DIOS: SEMBRANDO ARBOLES

En la dirección de donde habíamos venido las laderas estaban cubiertas de árboles de


seis (6) a siete (7) metros de alto. Recordé como se veía la tierra en 1913... Un
desierto..., la tarea constante y pacífica, el vigoroso aire de montaña, la frugalidad y,
sobre todo, la serenidad de espíritu, habían dotado a este viejo hombre de una salud
que causaba asombro. Era uno de los ARTESANOS DE DIOS SEMBRANDO ARBOLES.
Me preguntaba yo, cuantas hectáreas más cubriría de árboles este hombre antes de
morir.

Antes de partir mi amigo hizo una pequeña sugerencia respecto a ciertas especies de
árboles para las cuales el suelo allí parecía especialmente apropiado. No insistió sobre
el asunto, “por una muy buena razón”, me dijo mi amigo más tarde, “Bouffier sabe
más respecto a árboles que yo mismo”. Al final de una hora de camino, habiéndole
dado la vuelta a la idea en su mente, mi amigo agregó. “Bouffier sabe mucho más
respecto a ello que cualquiera”. Ha descubierto una asombrosa forma de ser feliz,
¡sembrando árboles!”.

Fue gracias a este funcionario que no sólo el bosque sino también la felicidad del
sembrador de árboles fueron protegidos. Encomendó a tres (3) guardias forestales la
tarea de protección y les instruyó de tal manera que quedaron inmunes a todas las
botellas de vino que los carboneros pudieran ofrecerles para sobornarles. El único
problema grave para el trabajo de sembrar árboles ocurrió durante la guerra de 1939.
Como empezaron a operar ferrocarriles y motores de caldera que quemaban leña, que
nunca había suficiente de ella. Los cortes de leña se iniciaron entre los robles de
Elzéard Bouffier en 1910, pero estaban tan alejados de cualquier ferrocarril que la
empresa resultó financieramente inaceptable. El pastor de ovejas no se enteró de
nada de esto. Estaba a treinta (30) kilómetros de distancia y continuaba pacíficamente
su trabajo, de sembrar árboles sin cesar, sin hacer caso de la guerra de 1939, como no
lo había hecho también a la guerra de 1914.

Vi por última vez a Elzéard Bouffier en junio de 1945. Tenía entonces ochenta y siete
(87) años de edad. Había yo empezado a seguir la ruta que atravesaba el desierto hacia
el bosque plantado por Bouffier pero ahora, a pesar del desorden en que la guerra
había dejado el país, había un autobús que hacia el recorrido entre el valle y las

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montañas. Atribuí el hecho de que ya no recorría los paisajes de mis viajes anteriores a
este medio de transporte relativamente rápido. Fue necesario que me enterara del
nombre de una aldea para convencerme que estaba de hecho en la región desértica
que yo había visto toda en ruinas y desolación en 1913.

Descendí del autobús en la aldea próxima a la montaña. En 1913, este caserío de diez o
doce casas, con menos de treinta (30) habitantes que habían sido criaturas salvajes
que se odiaban entre ellas, vivido de la caza con trampas, no muy alejados, física y
moralmente, de las condiciones del hombre prehistórico. A su alrededor los comejenes
consumían las casas abandonadas. Su condición había sido desesperada, no les
quedaba otra cosa que esperar la muerte, situación que raramente predispone a la
virtud de trabajar.

TODO HABIA CAMBIADO CON EL BOSQUE: LA VIDA Y LA ESPERANZA HABIAN RETORNADO.

Todo había cambiado, incluso el viento. En lugar de los duros vientos secos que
acostumbraban atacarme, soplaba una brisa suave cargada de esencias. Un sonido
como de agua provenía de las montañas, era producido por el viento en el bosque, lo
más asombroso de todo, es que escuché de hecho, el sonido de agua cayendo de un
estanque. Observé que habían construido una fuente que ahora corría libremente, y
me emocionó ver que alguien hubiera plantado una enredadera junto a ella, una
enredadera que debe haber tenido unos cuatro (4) años de edad, ya totalmente
cubierta de hojas, el símbolo indiscutible de la resurrección del suelo, del clima
agradable para las plantas y del agua en los pozos.

Además, la aldea mostraba pruebas de progreso, dedicada a un tipo de empresas para


lo cual se requería esperanza. Así que la esperanza había retornado. Las ruinas habían
sido eliminadas, los muros ruinosos estaban derribados y en su lugar cinco (5) casas
reconstruidas. Ahora se contaban veinte y ocho (28) habitantes, cuatro (4) de ellos,
dos (2) parejas de recién casados. Las nuevas casas, recientemente enlucidas estaban
rodeadas de huertos donde crecían legumbres y flores en ordenada confusión, coles y
rosas, apio y margaritas. Era ahora una aldea en que muchos desearían vivir.

De ahí en adelante seguí a pie hacia la montaña. La guerra acababa de terminar aun no
permitía el florecimiento total de la vida, pero “Lázaro había salido de la tumba”. En la
parte baja de las laderas de la montaña, observé pequeños campos cultivados de
cebada y centeno; en la parte más profunda del angosto valle reverdecían los prados,
había más vida.

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Se necesitaron treinta (30) años, para que todo aquel campo luciera saludable y
próspero. En las ruinas que vi en 1913, ahora hay pulcras granjas. Testigos de una vida
feliz y próspera. Por los viejos cauces de las quebradas, alimentadas por el agua de las
lluvias que los bosques conservan y producen, el agua corre nuevamente. En cada
granja, hay bosquecillos de roble, pinos y liquidámbar, el agua corre nuevamente y los
estanques de las fuentes se derraman sobre las alfombras de zacate fresco.

Poco a poco las laderas fueron cobrando vida y han sido reconstruidas. La gente de las
llanuras en donde la tierra es costosa, se han establecido aquí trayendo consigo
juventud, movimiento y espíritu de aventura. A lo largo del camino se encuentra uno
con mujeres y hombres robustos, muchachos y muchachas campesinos que sonríen, y
han recuperado el gusto por vivir en el campo y por los almuerzos campestres. Sumada
a la población anterior, irreconocible ahora, viven prósperamente, más de 100,000
personas que deben su felicidad al pastor de ovejas sembrador de árboles Elzéard
Bouffier.

Cuando reflexiono, como un sólo hombre, armado sólo con sus propios recursos físicos
y morales, fue capaz de hacer que esta tierra fértil surgiera del desierto, me convenzo
de que a pesar de todo, la humanidad es admirable, pero cuando calculo la grandeza
de su espíritu, la tenacidad, paciencia y la benevolencia que fueron necesarias para
lograr este resultado, siento un inmenso respeto por aquel campesino
pastor de ovejas, quizás viejo e ignorante, que fue capaz de llevar a la
cima una tarea de DIOS.

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Elzéard Bouffier murió de edad en 1947, tranquilamente en un asilo para ancianos,


en la aldea de Banon, en Francia, a la edad de 89 años.

El carácter humano puede revelar cualidades realmente


excepcionales, y uno necesita tener la buena fortuna de poder
observar el desempeño de ese ser humano durante muchos años. Si
ese desempeño carece de egoísmo, si su motivación es de una
generosidad sin paralelo, si se está absolutamente seguro de que no
existen ideas de recompensa, y que además ha dejado su marca visible
sobre esta tierra, entonces no hay forma de equivocarse, al decir que
se está ante un ser humano especial. El campesino pastor de ovejas
Elzéard Bouffier, el pastor sembrador de arboles, es uno de esos seres
especiales, cuya historia merece contarse e imitarse.

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RESUMEN ANALITICO

EL SEMBRADOR DE ÁRBOLES
La historia cuenta acerca de un solitario viajero que pasaba por unas
pequeñas colinas y como en su destino estaba marcado, encontró a un
señor que más adelante le daría una lección de vida y de esfuerzo. Este
señor que no hablaba mucho era una persona de pocas palabras lo que
cautivo al viajero quien decidió conocer más al pastor de ovejas,
observando como el hombre le daba de pastar a sus ovejas de las cuales
se tuvo que deshacer para poder realizar su labor de sembrar semillas,
pues tenía el propósito de llenar de vida toda aquella zona desértica de la
cual el viajero fue testigo.

Este personaje estaba lejos de la envidia ya que no le importaba quien o


quienes iban a disfrutar lo que él estaba creando con su trabajo, su
objetivo era claro y muy sincero.

En la historia relatada, nos identifica como persona ya que nos da una


enseñanza de vida con respecto a la vida de un señor llamado Elzéard
Bouffier. Nos muestra cómo podemos aprovechar la vida, no
necesariamente porque tenemos todo podemos hacer todo. Algunas
personas nos quejamos a veces porque no resultan nuestros planes que
tenemos en cuenta para el futuro, por ejemplo el de un señor que quiera
poner un negocio pero por escasos recursos económicos no lo consigue,
ahora enfocándonos un poco en la historia podemos apreciar de cómo
este señor llego hacer un mejor mundo sin la necesidad de haberlo
planeado. Como a base de esfuerzo podemos llegar a realizar algo aunque
no sea reconocido nuestro esfuerzo. También se puede ver claramente
como de la tragedia se puede hacer algo bueno al involucrar varios
aspectos positivos como lo es el trabajo. También se menciona todas las
obras que el hombre puede llegar a construir con voluntad aun en contra
de mucha adversidad y enfrentarse día a día y sobre todo, nunca perder
la esperanza en cualquier momento de la vida y tener en claro, que para
llegar a tener todo lo que uno desea, se tiene que aprender a mantener la
fe, serenidad, paz interior y criterios sólidos para decidir entre lo bueno y
malo de la vida. Y, que a pesar de la soledad que algunas personas
manifiestan, son capaces de construir y realizar extraordinarias cosas
cuando cuentan con la guía de DIOS, iluminando su camino, su vida y sus
obras.

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En el evangelio según San Marcos JESUS nos habla de la


Parábola del Sembrador

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