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PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE CHIQUINQUIRÁ

“AL ENCUENTRO CON EL MAESTRO”


ENCUENTRO N° 1

Texto bíblico: Jeremías, 18, 1-6


Todos ustedes están aquí, no tanto por la invitación de la Parroquia, del amigo, el pariente o la
esposa/o que les habló de las maravillas de Dios. Fue Jesús mismo, el que murió en la cruz y luego
resucitó, quien los invitó de una manera personal y se interesó en cada uno; es por eso que están aquí.
Él los llamó a cada uno por su nombre.
Ustedes no le están haciendo ningún favor a Dios con estar aquí. Al contrario, es Él quien les está
haciendo a ustedes el favor de traerlos para manifestarles su gracia y su poder, lo que Él va a darle a
cada uno sobrepasa, con mucho, lo que se puedan imaginar. Él tiene un plan maravilloso y se los va a
mostrar paulatinamente.
Lo único que Él espera es una actitud de apertura total. Que lo dejemos actuar, que le abramos el
corazón y le creamos. Fiel es el que nos ha llamado y es Él quien lo hará. Hoy se abre una nueva puerta
en la vida de nosotros. Es la gran oportunidad. Vamos a experimentar lo que antes sólo sabíamos en
teoría: que somos hijos de Dios y que Cristo nos ha enviado su Espíritu Santo para que vivamos una
Vida Nueva. Verán el cielo abierto y un puente que comunica el cielo con la tierra: Cristo Jesús, para
hacernos vivir el cielo aquí en la tierra. Jesús ya nos ganó la Nueva Vida. Hoy es el día de aprovecharlo.
El panadero español
Durante la guerra civil española, muchos españoles emigraron a México. Entre ellos vino un jovencito
de 18 años, Venancio Fernández. El único problema que no tuvo durante la penosa travesía era tener
que pagar exceso de equipaje. Sólo traía dos camisas y un pantalón remendado. Llegó a Veracruz,
donde comenzó a trabajar en una tienda de ultramarinos de un tío suyo. Años después se casó y puso
una panadería en la ciudad de Puebla. Con mucho sacrificio, esfuerzo y ahorro logró reunir cierto
capital y se trasladó a la ciudad de México con toda su familia, donde continuó en su trabajo de
panadero. Ahora la gente ya no le llamaba "Venancio". Ahora era "don" Venancio. Persona honorable y
respetable que fumaba un grueso puro y ahorraba lo más que podía.
Al cumplirse veinte años de su llegada a México, una agencia de viajes le habló de lo económico que
le resultaría llevar a toda su familia a España, en un viaje por barco. Había un boleto familiar especial
y no debía dejar pasar la oportunidad. La esposa de don Venancio, que aprovechaba todas las ofertas,
convenció a su marido para que gastara sus ahorros en un plácido viaje por España. Don Venancio
accedió.
Sin embargo, don Venancio, queriendo ahorrar lo más que pudiera en el trayecto marítimo, antes de
embarcarse en Veracruz, hizo en su panadería unos panes especialmente grandes, compró 15 kilos de
queso, y se embarcó rumbo a la tierra de sus antepasados.
El primer día comieron gustosos el fresco pan con una suave rebanada de queso. Al día siguiente
estaban todavía tan emocionados que no tuvieron reparo en repetir el mismo menú de pan con queso.
Luego comieron queso con pan y después pan con queso. El quinto día tomaron pan, queso y pan, el
otro día queso, pan y queso. A la semana, su rostro tenía el color amarillento del queso. Para entonces
ya nadie se les acercaba, creyendo que tenían hepatitis.
Por fin, el día que llegaban a puerto español se dio cuenta que el esfuerzo por morder aquel pan, era
más lo que los debilitaba que lo que los fortalecía. La esposa de don Venancio lo volvió a convencer
de que había que celebrar la llegada a España con una abundante y rica comida en el restaurante de
primera del barco. De lo único que estaban ciertos, era que esa tarde no probarían ni pan, ni queso.
— ¿Dónde está el restaurante de primera?, preguntó don Venancio a un comandante de la tripulación.
— Permítame ver su boleto, dijo el oficial. — ¡Caramba!, contestó don Venancio. Yo voy a pagar, que
para esto me he matado trabajando veinte años. — Perdón, respondió el oficial, pero al restaurante
de primera, sólo pueden entrar los pasajeros con boleto de primera.
Con el característico mal humor de un vasco cuando se le contradice, y con el rostro aún más
amarillento de coraje, sacó un boleto todo arrugado, el cual al ser desdoblado despidió un penetrante
olor a queso.
El oficial lo leyó lentamente: "Venancio Fernández". Y después, con cara de asombro, añadió:
¡Caramba!, don Venancio, ¡Su familia tiene un boleto maravilloso! ¡Su boleto incluye las tres comidas
en el restaurante de primera durante toda la travesía!
Lo mismo nos pasa a nosotros. Cristo ya pagó para que tuviéramos derecho a una Vida Nueva. Tenemos
el boleto del Bautismo bien guardado y no vivimos como reyes, sacerdotes y profetas, que es a lo que
nos da derecho. En cambio, hemos hecho de nuestra vida, la mezcla del pan duro de la tristeza con el
queso de la amargura y la monotonía, desaprovechando que Cristo ya pagó por nosotros con su Sangre
preciosa. Y, lo peor. Eso le damos a nuestra familia y a todos los que nos rodean, ignorando nuestro
formidable boleto.

Taller
1. ¿Qué lo motivó a venir a este encuentro?
2. ¿Qué espera de este itinerario que hoy comenzamos?
3. ¿Cree que le hace usted un favor a Dios asistiendo a este encuentro? ¿Gana Él o, más bien, gana
usted?
4. ¿Qué le dice a usted la historia de don Venancio? ¿Siente que puede ser también su propia
historia? Explique.

NB/ Es importante traer a cada encuentro un cuaderno de apuntes, un lapicero, una carpeta para ir
recopilando las hojas que se irán entregando y la Biblia (si la tiene).
Sobre todo, traer muy buena disposición y ponerse, como barro en manos del alfarero. Dios hará de ti
una obra maravillosa, la que siempre ha soñado desde que te pensó.

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