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MODERNA1
En los cursos de educación primaria, se enseña a los escolares que el italiano Galileo
Galilei, al dejar caer dos cuerpos de distinta masa desde la cima de la torre de Pisa,
constató que ambos tocaban el suelo al mismo tiempo, proporcionando lo que parece
una prueba empírica a favor del desmonte de la física aristotélica. Si así hubiera
ocurrido, sería fácil concluir que la ciencia moderna, en general, y el método galileano,
en particular, se fundamentan en la observación detallada de los hechos, y que acaso su
diferencia con las nociones medievales radica en aquella miopía oscurantista, que
impidió a las mentes de ese tiempo mirar a la naturaleza. Pero si cualquier hombre
común se aventura a repetir el experimento de la torre desde una altura análoga,
poniendo a sus sentidos como únicos jueces, descubrirá, para desgracia de los manuales
de educación básica, que el objeto pesado cae primero.
1 Seminario: Fundamentos Filosóficos de la Ciencia Moderna. El texto trabaja los numerales 3 y 5 planteados en la
evaluación final del curso. Aunque ambos problemas están abordados de manera independiente, la importancia de
la representación matemática del mundo funciona como hilo conductor.
2 Estudiante de la Maestría en Filosofía, énfasis en epistemología y filosofía de la ciencia. Universidad de Caldas.
proyectar la observación a un espacio de comprensión científica; proyección que se
ejecuta a través de la medida. Precisamente, en oposición a la idea de la praxis como
característica definitoria de la ciencia moderna, Koyré señala el papel de la
matematización del mundo, seguida por una geometrización de la ciencia3, y resalta el
aspecto fundamentalmente matemático del pensamiento de Galileo y su carácter
Platónico, que aparece con toda claridad en el Diálogo Sobre los Principales Sistemas
del Mundo, donde el aristotélico Simplicio termina por aceptar que para entender a la
naturaleza hay que dominar el terreno de los números.
3 Koyre, A. (1977). Estudios de historia del pensamiento científico. México, siglo XXI.
4 Galileo (1984). El ensayador. Madrid, Sarpe. p 57.
5 Ibid p. 61.
parte, la preeminencia de la matemática como elemento imprescindible para el
desarrollo de los problemas de la filosofía natural, para definir lo que es científico y lo
que no lo es (sobre este punto volveremos más adelante, en algunas consideraciones
newtonianas) , y ejemplifica de nuevo la adherencia galileana a Platón, para quien la
ciencia de los números funciona, en palabras de Werner Jaeger, como la propaideia de
los regentes6, y el problema del conocimiento se materializa en la figura del matemático
Teeteto de Atenas.7 Pero si la matematización del mundo se ubica en el centro del
método de Galileo: ¿podemos decir que éste desdeña la experiencia sensible?, ¿está la
realidad al servicio de sus elucubraciones teóricas? Nada más injusto con el hombre que
apuntó su telescopio para escrutar las estrellas, y que con ello brindó la esperada
confirmación empírica del universo copernicano, que acusarlo de ciego dogmatismo.
Como queda dicho en el pasaje citado de Il saggiatore, para Galileo las matemáticas no
reemplazan el mundo, ni es el fin último de la ciencia investigar las verdades abstractas.
Así como los números para el ideal platónico no eran el objeto final de la formación
filosófica, sino que buscaban entrenar al elegido para acceder al terreno de la dialéctica,
así para Galileo son el lenguaje que permite traducir el jeroglífico en que está escrito el
libro que hay que leer, el del universo. Su método reduce los fenómenos sensibles a sus
cualidades primarias (concepto que prefigura, además, la noción cartesiana), y traslada
estos fenómenos al espacio ideal de la geometría de Euclides, que es homogéneo al
igual que el nuevo universo, desprovisto de la jerarquía del modelo medieval. Este
lugar, propicio para el experimento mental, reduce los objetos a puntos en el espacio
haciéndolos susceptibles de un abordaje matemático. Aquí podemos regresar al
principio, cuando dejamos a nuestro observador decepcionado frente al fallido
experimento de Pisa. El fenómeno descrito por Galileo no es nada parecido a una
falacia; efectivamente ambos objetos deben descender al mismo tiempo y a velocidad
uniforme, pero ello sólo ocurre cuando los llevamos a este escenario matematizado y los
dejamos caer en el vacío.
6 Jaeger, W. (2008). Paideia: los ideales de la cultura griega. Mexico, Fondo de Cultura Económica. p. 702 - 723
7 Platón (1983). Diálogos. Bogotá, Biblioteca Clásicos Universales. p 33- 132
euclidiano pudieran reproducirse en el mundo material, los resultados coincidirían
seguramente con lo predicho; es decir, el modelo matemático no funciona como recurso
para “salvar los fenómenos”, sino que se propone dar cuenta de la realidad. Galileo se
sirve de un alto grado de abstracción, pero no subvierte los fenómenos a su
representación numérica. Pero, aunque los postulados de esta nueva física son
susceptibles de comprobación empírica, si las principales características del fenómeno a
estudiar fueron reducidas exitosamente a un lenguaje matemático, el problema y sus
consecuencias podrán estudiarse en el futuro sin recurrir a la experiencia por los
sentidos. Este nuevo carácter de la física abre las puertas para la formulación de la
estructura moderna de la ciencia, donde el universo abierto se gobierna por las leyes
predichas por el modelo.
EL TRIÁNGULO CARTESIANO
El método de Descartes busca no sólo satisfacer el rigor lógico, sino ser un instrumento
para la investigación de la verdad. El primer paso de la herramienta cartesiana, según su
Discurso del Método, constituye la duda racional, que enfrenta la realidad con una
buena dosis de escepticismo, hasta que llegue a las verdades que no son refutadas por la
razón8. En este proceso de deconstrucción, Descartes describe cómo, sabiéndose
potencialmente engañado por sus sentidos, se da a la tarea de buscar una saber distinto a
la ilusión del mundo sensible, que la mente huidiza llega incluso a confundir con los
sueños. Así concluye su primera certeza, a partir de la cual emprende la cruzada por la
recuperación de una realizad que parta desde el pensamiento hacia las cosas exteriores.
Este principio se resume en la máxima cogito ergo sum, declaración del estatuto
ontológico del ser humano, entendido como cosa pensante y derivado del hecho de que
dudamos y por lo tanto poseemos (o somos) pensamiento. Pero esta empresa por
recuperar las certezas del mundo, se ejecuta a través de una cuestión adicional; se trata
de la existencia de Dios, cuya realidad es intuida por la razón y que funciona como
garante de la autenticidad de los elementos asidos por ella. Sin embargo, hay un
componente faltante, que opino es imprescindible no sólo para la elaboración de un
universo físico, sino para todo el edificio de la metafísica cartesiana, que ostentaría una
base triangular. A la mitad de la cuarta parte del Discurso, y tras elegir a Dios como el
encargado de sembrar en la mente humana la idea de la perfección, Descartes agrega
Una conclusión de esta envergadura, planteada como está, sugiere dos cuestiones
fundamentales: que la confianza en la verdad de las consideraciones geométricas fue
previa, cronológicamente, a una confianza análoga en la existencia de un ser superior, y
que Descartes utiliza a la ciencia matemática como una garantía de verdad con tal nivel
de evidencia, que sirve para medir la certeza o no de otros presupuestos, incluso los de
orden teológico. La primera afirmación se sugiere además por el relato que Descartes
hace de la búsqueda de su propia verdad, cuando nos plantea su deleite juvenil por el
estudio de los números, la pasión que despiertan sus “cimientos firmes y sólidos” y su
deseo de encontrar para ellos más que una función instrumental.
No hace falta decir que la realización cimera de este nuevo pensamiento matemático es
la unificación de la física terrestre y celeste en manos de Isaac Newton. La familiaridad
que el hombre de ciencia, e incluso el individuo promedio, refiere a los postulados de la
física newtoniana, con frecuencia hace difícil entender que los seres humanos “hayamos
pensado de otra forma”. La ciencia tiene de nuevo lo que era esquivo desde el modelo
de Aristóteles, y es un corpus conceptual coherente que ahora da cuenta de lo que ocurre
allá arriba, con los mismos principios matemáticos que rigen lo que pasa aquí abajo,
precisamente porque la diferencia entre esos dos lugares imaginarios, antes dotados de
estatutos ontológicos irreconciliables, ha desaparecido. Ningún método justifica mejor
la importancia del abordaje matemático de los problemas para resolver cuestiones en
física, ni el valor que adquiere para la ciencia el carácter numérico de la
experimentación, entendida como pregunta ordenada a la naturaleza, que el método de
los Principia. Esto nos lleva a analizar, como habíamos anunciado, esa manera en que
las matemáticas permiten distinguir con claridad entre una teoría científica y un
postulado no científico, y otorgan estatuto de verdad axiomática a los primeros,
11 Burt, E. (1960). Los fundamentos metafísicos de la ciencia moderna. Buenos Aires, Sudamericana. p 128.
mientras que los segundos aparecen como mera especulación. Cómo se construye esta
diferencia explica también el propósito mismo del pensamiento científico, como se
entiende desde la síntesis newtoniana.
Creo que el siguiente problema histórico puede ilustrar satisfactoriamente este asunto.
La idea de la gravedad, analizada superficialmente, revela el tratamiento de una cuestión
enunciada con antelación: la atracción a distancia. Inaugurando el siglo XVII, el médico
inglés William Gilbert, publicaba en Londres el texto conocido como De Magnete, y
cuyo título completo traduce “Sobre el imán y los cuerpos magnéticos y sobre el gran
imán la Tierra”. Gilbert trabaja las propiedades atribuidas por entonces a la piedra imán
y la posibilidad de una atracción mutua en el espacio vacío, concepto que extrapola al
movimiento planetario, como la causa de las revoluciones terrestres. Este
planteamiento, que no pasó de la consideración hipotética (en el sentido newtoniano de
la palabra), condujo también a interpretaciones de orden casi mágico, como las
derivadas del magnetismo animal de Franz Anton Mesmer, que llevó a un presunto uso
médico de los objetos imantados, por supuesto sin ningún resultado meritorio. El mismo
Galileo criticó a Gilbert resaltando, justamente, su pobre formación matemática y
geométrica que lo invalidaba a aventurarse en el terreno de la cosmología, armado sólo
de la especulación. Adicionalmente, la idea de una fuerza que actúa a distancia,
recordaba a los filósofos la noción del anima mundi, que parte de la heterodoxia
alquimista medieval. El rechazo manifiesto a los componentes mágicos y especulativos
tras el concepto, condujo a que los científicos del nuevo siglo abandonaran la
posibilidad de la atracción a distancia entendida como un hecho físico, y que un
racionalista como Descartes construyera su plenum corpusucular: el universo de los
vórtices donde nada sucede en el vacío. Todo esto, unido a diversos trabajos que
resaltan la vinculación de Newton con el hermetismo de su tiempo12, nos plantea una
pregunta fundamental acerca de dónde trazar la línea divisoria entre estas nociones y un
postulado científico como es la ley de gravedad; cuestión fundamental para entender la
diferencia palmaria entre la actitud de, por ejemplo, Johannes Kepler, y la de Newton,
que aunque coincide con él en la aplicación de sus leyes y la intuición de una atracción
12La revisión de esa literatura excede los objetivos de este texto; enuncio solamente dos trabajos destacados. Una
de las publicaciones pioneras en la materia: Westfall, R. (1972). "Newton and the Hermetic Tradition." Science,
Medicine and Society II: 183 . 198. Un examen reciente de las filiaciones alquimistas en Newton puede encontrarse
en Figala, K. (2004). Newton´s Alchemy. The Cambridge Companion to Newton. I. Cohem, Smith, G. Cambridge,
Cambridge University Press: 370 - 38
planetaria, se aparta del misticismo kepleriano tipificando, por el contrario, el modelo
de hombre de ciencia.
Cuando, en las primeras páginas de los Principia13 aparecen las definiciones de masa y
peso, estas no sólo cumplen la función de uniformizar un lenguaje, hasta entonces
bastante variopinto, sino que busca dos efectos fundamentales: primero, permite reducir
las formas sensibles a conceptos abordables matemáticamente, producto de ecuaciones
que relacionan variables conocidas para resolver los interrogantes. Así, el tratamiento de
un cuerpo, entendido ahora como la medida de su masa, permite el abordaje numérico
de todo el fenómeno del movimiento, y así llegar al concepto de fuerza, entendida como
un producto de valores mesurables, cuyos efectos son predecibles, y que se distingue así
del uso Kepleriano de la palabra, pues, como analiza Koestler, nunca queda claro si el
autor del Mysterium cosmographicum se refiere al término como un concepto de
naturaleza física o mística14. Este mismo elemento es el que marca la diferencia entre
las premoniciones de la atracción a distancia y la fuerza de gravedad, pues el hecho de
que esta última aumente de acuerdo a la masa del objeto y decrezca en proporción
inversa al cuadrado de la distancia, añade varios años luz de camino entre el ánima
mundi y el movimiento gravitatorio.
A esta altura ya está clara la implicación del concepto de “ley natural” que hemos
venido esbozando, posible sólo por la conversión del mundo a figuraciones matemáticas
y vehiculada ahora por el instrumento del cálculo infinitesimal. El método newtoniano,
tras simplificar los fenómenos en sus cualidades fundamentales y elaborar fórmulas para
la solución de los problemas, es capaz de hacer lo que se exige a una verdadera teoría
científica: predecir los fenómenos que aun no ocurren. Así, al trabajar sobre valores
calculables, la ciencia se ocupa exclusivamente de hallar aquellas fuerzas que explican
los fenómenos, las causas inmediatas de los cambios del mundo físico, y finalmente
prescinde de la búsqueda de una causa primera. Este es el fondo de la cientificidad
newtoniana, exhibida en su Hypotheses non fingo. Pero, ¿qué es la gravedad, por qué y
para qué existe? Las cualidades ocultas ya no importan, si tenemos matemática.
Julián Bohórquez C.