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ANTERIOR LAS GUERRAS MÉDICAS SIGUIENTE

En 480 murieron Pitágoras y Heráclito. Unos años antes, Pitágoras había sido expulsado de Crotona. En efecto, su
escuela no sólo tenía intereses científicos, sino también políticos. Los crotonenses se dieron cuenta con espanto de que
los hombres más influyentes de la ciudad eran pitagóricos, serios y autoritarios, aburridos y eficientes. Un movimiento
antioligárquico obligó a huir a muchos miembros de la academia, entre ellos el maestro, pero el pitagorismo político
continuó influyendo en la ciudad durante algún tiempo. Las malas lenguas dicen que Pitágoras, en su huida, fue a dar en
un campo de habas y, dado el odio que les tenía, se negó a esconderse en él y fue asesinado por sus perseguidores, pero
lo cierto es que Pitágoras sobrevivió y se trasladó a la ciudad de Metaponte, donde permaneció hasta su muerte.

La muerte de Heráclito fue más pintoresca. Su dieta de eremita no debía de ser muy saludable, pues acabó enfermando
de hidropesía. Si el sabio hubiera sido fiel a su doctrina, debería haber aceptado su enfermedad como parte del devenir,
como mal necesario para que pudiera concebirse la salud, pero no fue así, sino que abandonó su retiro y fue desesperado
de ciudad en ciudad y de médico en médico hasta que le llegó la muerte.

Por esta época llegó a Atenas un joven de unos veinte años llamado Anaxágoras. Había nacido en la ciudad jonia de
Clazómenas y había estudiado con Anaxímenes. Debía de tener cierta fama, pues un almirante ateniense llamado
Jántipo lo había llamado para educar a su hijo Pericles. Allí abrió una escuela de filosofía de la que salieron muchas de
las grandes figuras que iba a producir la ciudad en los años siguientes. Anaxágoras creía que los cuerpos celestes no eran
diferentes a los de la Tierra. Afirmaba que estaban compuestos de las mismas sustancias y obedecían a las mismas leyes.
Las estrellas eran rocas en llamas. El Sol era una roca caliente al rojo blanco, por lo menos del tamaño de Peloponeso.
Fue el primero en explicar los eclipses solares y lunares. Practicó la disección de animales, descubrió que los peces
respiran por las branquias. También estaba convencido de que los otros planetas estaban habitados por seres similares a
los hombres, al igual que la Tierra.

Pero el acontecimiento más notable del año


fue sin duda el enfrentamiento entre griegos
y persas, que los primeros contaron como la
Segunda Guerra Médica. (Los griegos
identificaban a los persas con los medos. La
Primera Guerra Médica fue la que se resolvió
con la victoria de Maratón.) Jerjes I dirigió
su flota hasta Tracia, donde desembarcó y se
internó en Macedonia y el rey Alejandro I
tuvo que confirmar el sometimiento del país
al dominio persa que había aceptado su padre
ante Darío I, aunque parece ser que las
simpatías del rey macedonio estaban con los
griegos. Desde allí, Jerjes I avanzó hacia el
sur. Los tesalios solicitaron ayuda de las
otras ciudades que habían participado en el
congreso de Corinto el año anterior. Éstas
enviaron una expedición, pero el rey
Alejandro I les aconsejó que se retiraran,
pues el ejército persa era demasiado poderoso. Los griegos siguieron el consejo y Tesalia fue ocupada por Jerjes.

Para que el pequeño ejército griego pudiera enfrentarse con éxito a los persas era necesario hacerlo en un lugar estrecho,
donde el contacto real involucrara necesariamente a pocos hombres. Un lugar adecuado era el desfiladero de las
Termópilas, unos 160 kilómetros al noroeste de Atenas. Allí acudieron 7.000 hombres bajo el mando del rey espartano
Leónidas. Con los persas estaba Demarato, el rey espartano exiliado por Cleómenes I, quien advirtió a Jerjes I de que los
espartanos combatirían duramente.

Así fue, los espartanos resistieron tenazmente al ejército persa, pero éste encontró finalmente un estrecho camino por las
montañas que conducía hasta la retaguardia griega. Jerjes I envió un destacamento y los griegos se dieron cuenta de que
iban a ser rodeados. Leónidas ordenó la retirada, pero él mismo y sus 300 mejores hombres decidieron quedarse (la
retirada hubiera sido deshonrosa). Con ellos se quedaron unos 1.000 beocios, parte de los cuales se rindieron al siguiente
combate, mientras que el resto resistió con Leónidas luchando mientras pudieron hacerlo, y al final murieron todos.
Plistarco, el hijo de Leónidas, era menor de edad, así que Pausanias, primo del rey fallecido, actuó como regente.

La batalla de las Termópilas fue recordada durante siglos como ejemplo del heroísmo griego e infundió gran valor a sus
soldados, pero lo cierto es que Jerjes I seguía avanzando. Llegó a la misma Atenas, la ocupó y la quemó, pero lo que el
rey persa se encontró fue una ciudad vacía. Todos los atenienses se habían refugiado en las islas vecinas y los barcos
griegos esperaban entre Salamina y el Ática. Aunque la flota era mayoritariamente ateniense, estaba bajo el mando de un
general espartano, Euribíades, pues en aquellos momentos los griegos sólo se sentían seguros bajo mando espartano,
pero los espartanos no se sentían cómodos en el mar, y a Euribíades sólo le interesaba defender Esparta. Su intención era
dirigirse hacia el sur para proteger el Peloponeso. Temístocles se opuso con tanta insistencia que en un momento dado
Euribíades perdió los estribos y levantó su bastón con ademán de golpearle. Temístocles gritó ¡Pega, pero escucha! El
general escuchó los argumentos del ateniense y sus amenazas de embarcar a todos los suyos y marcharse a Italia. Los
espartanos no podrían resistir mucho tiempo ellos solos sin una flota. Euribíades aceptó quedarse y hacer frente a los
persas, pero Temístocles temió que en cualquier momento cambiara de parecer, así que preparó una estratagema.

Envió un mensaje a Jerjes I proclamándose amigo de los persas y recomendándole que se apoderara de la flota griega
antes de que pudiera escapar. El rey persa confió en el consejo. Al fin y al cabo, Grecia estaba llena de traidores, había
sido un griego quien le reveló el camino alternativo en las Termópilas, igualmente Temístocles podía estar dispuesto a
salvarse a cambio de traicionar a los suyos. Durante la noche, los barcos persas bloquearon la salida al mar de la flota
griega. Esa misma noche llegó hasta la flota Arístides, procedente de Egina, donde había vivido desde su destierro. Al
parecer Temístocles había requerido su presencia. Arístides comunicó a los generales el bloqueo persa y, en efecto, al
amanecer vieron que no podían escaparse sin luchar. La situación era parecida a la de las Termópilas, pero en el mar. En
la estrecha manga de agua no cabía más que una pequeña parte de las naves persas, y los trirremes griegos eran mucho
más ágiles. Fingían embestir a los persas, pero en el último momento giraban y, rozando el barco enemigo, le arrancaban
los remos, con lo que lo dejaban indefensos. En la batalla de Salamina la flota persa fue completamente destruida.

Temístocles hizo llegar otro mensaje al rey persa, según el cual estaba convenciendo a los griegos de que no persiguieran
a los pocos restos de la flota persa, pero que si no huía rápidamente tal vez no pudiera contenerlos. Jerjes I le hizo caso y
marchó a Sardes con un tercio del ejército. El resto quedó bajo las órdenes de su cuñado Mardonio. Griegos y persas
acordaron una tregua durante el invierno, pues ambos necesitaban recuperar fuerzas. Los atenienses volvieron a ocupar
su ciudad.

Los griegos de Sicilia tuvieron que enfrentarse a los cartagineses. Las ciudades de Himera y Agrigento estaban en
guerra. Agrigento consiguió la victoria y expulsó a los oligarcas de Himera, que no dudaron en pedir ayuda a los
cartagineses. Cartago aceptó de buen grado. Los griegos del este estaban enfrentados a los persas, por lo que no podían
ayudar a los sicilianos. Amílcar transportó un ejército a las bases cartaginesas del oeste de la isla, y de allí partió hacia
Himera. Agrigento pidió ayuda a Siracusa, que envió un ejército. En vísperas de la batalla, Amílcar decidió hacer un
sacrificio a los dioses griegos, para persuadirlos de que retirasen el apoyo a su pueblo. Envió a buscar a sus aliados
griegos para que le indicaran el ritual adecuado, pero fueron interceptados por los siracusanos, que enviaron un grupo de
sus propios soldados haciéndose pasar por los que esperaba Amílcar. Se les permitió entrar en el templo y allí mataron al
general cartaginés. Pese a su muerte, la batalla se celebró igualmente, pero sin su general los cartagineses sufrieron una
derrota espectacular, con lo que su amenaza desapareció durante casi un siglo.

No obstante Cartago siguió prosperando. Una expedición cartaginesa al mando de un almirante llamado Hannón cruzó
el estrecho de Gibraltar y llegó hasta las Canarias. Parece ser que continuó bordeando la costa de África hacia el sur y
luego hacia el este, esperando llegar al mar Rojo, pero cuando llegó a Camerún y vio que la costa continuaba de nuevo
hacia el sur, decidió volver a Cartago. Otra flota cartaginesa conducida por Himilcón exploró la costa atlántica de
España.

En 479 murió Confucio. Pocos años antes había regresado a Lu, su país, donde estuvo enseñando hasta su muerte. Se le
atribuye el Chunqiu (Anales de las primaveras y los otoños), la primera crónica china fechada de que se dispone, que
abarca el periodo comprendido entre 722 y 481, de un laconismo extremo.

Mardonio envió a Atenas al rey Alejandro I de Macedonia garantizándoles la independencia si permanecían neutrales en
la guerra. Los atenienses se negaron y trataron de convencer a Esparta de que se dispusiera al combate. Esparta siempre
fue lenta de reflejos. Cuando estuvo dispuesta Mardonio ya había hecho una incursión por el Ática e incendiado Atenas.
El rey Pausanias se encaminó al norte con un ejército de 20.000 hombres del Peloponeso, de los cuales 5.000 eran
espartanos. Se les unieron contingentes de otras ciudades, entre ellos 8.000 atenienses dirigidos por Arístides. En total
los griegos disponían de casi 100.000 hombres. Los persas contaban con más de 150.000. Las tropas se encontraron en
Platea. Fue una batalla difícil, pero tras muchas adversidades su armamento pesado les dio la supremacía. En un
momento dado, Mardonio realizó una carga al frente de 1.000 hombres, pero murió alcanzado por una lanza. Los persas
se desmoralizaron y trataron de huir. Los que lo consiguieron se marcharon a Asia.

Los griegos avanzaron sobre Tebas, que en ningún momento había dudado en alinearse con los persas. La ciudad fue
incendiada, sus oligarcas fueron expulsados y se instituyó una democracia. La isla de Samos envió una petición de
auxilio. Estaba siendo amenazada por los pocos barcos con los que Jerjes I había regresado de Grecia después de
Salamina. La flota griega, bajo el rey espartano Leotíquidas, navegó hacia el este, pero los persas no estaban dispuestos
a librar otra batalla naval. Desembarcaron en Micala y esperaron a los griegos. Éstos también desembarcaron y atacaron
el campamento persa. Tan pronto como se vio que la batalla era favorable a los griegos, se rebelaron las tropas jónicas
obligadas por los persas a combatir a su lado, lo cual decidió la contienda. Los persas huyeron y así, tras la batalla de
Micala, las ciudades jónicas recuperaron su independencia.

En 478 la flota avanzó bajo conducción ateniense para despejar el Helesponto y el Bósforo, con lo que terminó la
Segunda Guerra Médica. Ese mismo año murió el tirano Gelón de Siracusa. Fue sucedido por su hermano Hierón I, que
había luchado valerosamente en Himera. Bajo su gobierno la ciudad siguió prosperando y ganando poder. Recibió en su
corte a los artistas más afamados, como Píndaro y Esquilo. Fue en las dos décadas siguientes cuando Píndaro compuso el
grueso de su obra. Su poesía era brillante en estilo y muy espiritual y emotiva en cuanto a su contenido. Los temas eran
principalmente religiosos.

Las ciudades jonias consideraron que necesitaban la flota ateniense para protegerse de la amenaza persa, así que
decidieron formar una alianza con Atenas destinada a presentar un frente único contra Persia. Se estableció que cada
ciudad debía contribuir con barcos para una flota común o con dinero para un tesoro central. El número de barcos o la
suma de dinero fue establecida por Arístides según el tamaño y la prosperidad de las ciudades, y lo hizo tan bien que
ninguna ciudad se quejó de que se le exigiera demasiado o de que a sus vecinas se les exigiera demasiado poco. El tesoro
de la alianza fue depositado en la pequeña isla de Delos, por lo que el grupo de ciudades que conformaban la alianza fue
conocido como la Confederación de Delos.

El punto débil de la Confederación de Delos era la propia Atenas. La flota podía proteger las islas y las ciudades jónicas,
pero era fácil atacar a Atenas por tierra. Temístocles decidió construir una muralla alrededor de la ciudad. Naturalmente,
Esparta se opuso. La misma Esparta no tenía murallas, e incluso pidió que todas las ciudades derribaran las suyas. Pero
los espartanos eran tan lentos de reflejos como rápidos eran los atenienses. Mientras Temístocles los tuvo entretenidos
discutiendo, las murallas empezaron a construirse, y cuando por fin los espartanos se decidieron a actuar, el muro era lo
suficientemente alto como para disuadirlos del intento. Además se reforzaron las fortificaciones que ya Temístocles
había dispuesto en la costa antes de Maratón, convertidas ahora en el Pireo, el puerto de Atenas.

Tras la guerra contra los persas, Esparta y Atenas eran las ciudades con mayor prestigio y poder en toda Grecia. Esparta
receló de la expansión de Atenas, pero no pudo hacer gran cosa en un principio debido a varias crisis internas. En 477 el
regente Pausanias marchó a la conquista de Bizancio. Allí tuvo ocasión de comparar la austera vida espartana con la
lujosa vida oriental, y parece ser que juzgó más interesante la segunda. Los espartanos recibieron con desagrado las
noticias de que Pausanias se había entregado al lujo y a las riquezas. Le ordenaron volver a Esparta y una vez de regreso
le acusaron de negociar no se sabe qué con Jerjes I. Fue juzgado por traición y absuelto por falta de pruebas. Sin
embargo no se le permitió conducir más ejércitos espartanos. Pausanias no se resigno y organizó expediciones privadas
al Helesponto, pero la flota ateniense, bajo el mando de Cimón, el hijo de Milcíades, le arrebató Bizancio.

En 476 el rey Leotíquidas fue hallado culpable de aceptar sobornos y fue desterrado. Fue sucedido por su joven nieto
Arquidamo II. Estos sucesos fueron minando el prestigio espartano. Si los héroes de Platea y Micala eran unos traidores
corruptos, difícilmente se podía pensar que hubiera espartanos dignos de confianza. Atenas, en cambio, cada día parecía
más admirable.

En 474 Hierón I envió una flota en auxilio de la ciudad de Cumas, amenazada por los etruscos. Se libró una batalla que
terminó en una victoria completa para los griegos. Los etruscos nunca se recuperaron de esta derrota. Tuvieron que
abandonar la Campania y contentarse con evitar que los galos descendieran más allá del valle del Po. Etruria también
perdió su influencia sobre el Lacio. Por ejemplo, hasta esta fecha era frecuente encontrar nombres etruscos en las listas
de cónsules romanos, pero a partir de la derrota de Cumas ya no aparece ninguno. A largo plazo, esto debió de favorecer
a Roma, pero a corto plazo la decadencia etrusca supuso también un periodo de recesión para Roma.

La decadencia de Esparta fue inmediatamente aprovechada por Argos, ya recuperada de sus pasadas derrotas. Se apoderó
de Micenas y Tirinto (que entonces ya no eran sino pequeñas aldeas). No obstante, pronto se le unieron otras ciudades
del Peloponeso, incluso Tegea, que hasta entonces había sido firmemente proespartana. En 473 Arquidamo II derrotó a
Argos y sus aliados en Tegea. Argos se retiró de la guerra, pero sus aliados continuaron, con Tegea a la cabeza.

Cimón iba ganando a Temístocles en popularidad. Había destinado gran parte de su riqueza a construir parques y
edificios públicos, era un brillante general y carecía del arrogante orgullo de Temístocles, justificado sin duda, pero
desagradable a los ojos de los atenienses. Además Temístocles no era exactamente un modelo de honradez. Parece ser
que aprovechó su poder para enriquecerse y aceptó sobornos. En 472 fue desterrado por una votación de ostracismo. Se
fue a Egina y desde allí continuó confabulando contra Esparta. Por su parte, Cimón llevó adelante una política
proespartana. Su opinión era que la alianza entre Esparta y Atenas que se había producido durante la guerra debía
prolongarse para hacer frente a los persas. Cimón obligó a las islas del norte del Egeo a incorporarse en la Confederación
de Delos.
Los éforos llamaron a Pausanias de nuevo a Esparta. Disgustado con esta orden, Pausanias tramó el peor complot que
podía tramarse en Esparta: organizó una revuelta de ilotas. La conspiración fue descubierta en el último momento.
Pausanias se refugió en un templo, donde no se le podía ejecutar. Los espartanos aguardaron a que le venciera el hambre,
lo sacaron cuando estuvo lo suficientemente debilitado y, una vez fuera del templo, lo ejecutaron. Esto sucedió en 471.

La revuelta jónica Índice La Atenas de Pericles

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