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SERMÓN 78

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA LA TRANSFIGURACIÓN (MT 17, 1—9)

1. Amadísimos, debemos examinar y exponer esa visión que el Señor mostró en la montaña. En
efecto, a ella se había referido al decir: En verdad os digo que algunos de los que están aquí presentes
no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino 1. La lectura proclamada sigue a
esas palabras. Seis días después de haber dicho eso, tomó a tres discípulos, Pedro, Juan y Santiago,
y subió a la montaña2. Estos eran ciertamente los tres de quienes había dicho: Hay aquí algunos que
no gustarán la muerte hasta que no vean al Hijo del hombre en su reino. No es una cuestión sencilla.
En efecto, aquella montaña no era el reino aludido. ¿Qué es una montaña para quien posee el cielo?
De ese cielo habla la Escritura, y en cierto modo lo vemos también con los ojos del corazón. Llama
reino suyo a lo que en muchos pasajes denomina reino de los cielos. A su vez, el reino de los cielos
es el reino de los santos. Los cielos, en efecto, proclaman la gloria de Dios3. De esos cielos se dijo a
continuación en el salmo: No hay palabras ni discursos cuyas voces no se oigan. A toda la tierra
alcanza su pregón y sus palabras hasta los confines de la tierra4. ¿De quiénes, sino de los cielos? Por
tanto, de los apóstoles y de todos los fieles que anuncian la palabra de Dios. Los cielos reinarán con
el que hizo los cielos. Ved qué se hizo para manifestar esto.

2. El Señor Jesús mismo resplandeció como el sol; sus vestidos se volvieron blancos como la nieve y
hablaban con él Moisés y Elías5. Jesús mismo resplandeció como el sol para significar que él es la luz
que ilumina a todo hombre que viene a este mundo6. Lo que es este sol para los ojos de la carne, eso
es él para los del corazón; y lo que es este para la carne, lo es él para el corazón. A su vez, sus
vestidos son su Iglesia. En efecto, los vestidos, si no los sostiene el que los viste, caen al suelo. Pablo
fue algo así como la orla inferior de estos vestidos. El mismo dice: Pues yo soy el menor de los
Apóstoles7, y en otro lugar: Yo soy el último de los Apóstoles8. Ahora bien, la orla es la franja estrecha
en que acaba un vestido. Por eso, como la mujer que padecía flujo de sangre recibió la curación al
tocar la orla del vestido del Señor9, así la Iglesia procedente de los gentiles obtuvo la salvación por la
predicación de Pablo. Al que ha oído decir al profeta Isaías: Y aunque vuestros pecados sean como
escarlata, los dejaré blancos como la nieve10, ¿cómo puede extrañar ver simbolizada a la Iglesia en
los vestidos blancos? ¿Qué valor tienen Moisés y Elías, es decir, la Ley y los Profetas, si se deja de
lado su conversar con el Señor? Si no fuera por el testimonio que dan a favor del Señor, ¿quién leería
la Ley o los Profetas? Ved cuán concisamente afirma lo dicho el Apóstol: Por la ley, pues, se obtiene
el conocimiento del pecado; pero ahora sin la ley se ha manifestado la justicia de Dios 11: he aquí el
sol. Atestiguada por la ley y los profetas12: he aquí su resplandor.

3. Ve esto Pedro y, juzgando lo humano al modo humano, dice: Señor, es bueno estarnos aquí13.
Hastiado de la muchedumbre, había encontrado la soledad de la montaña. Allí tenía a Cristo, pan para
el espíritu. ¿Para qué salir de allí hacia las fatigas y los dolores, si poseía amores santos cuyo objeto
era Dios y, por tanto, buenas costumbres? Quería que le fuera bien; por eso añadió Si quieres,
hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías 14. Nada respondió a esto el
Señor, pero Pedro recibió una respuesta. Pues,mientras decía esto, vino una nube refulgente y los
cubrió15. Él buscaba tres tiendas. La respuesta del cielo manifestó que para nosotros es una sola cosa
lo que el criterio humano quería separar. Cristo es la Palabra de Dios: Palabra de Dios en la ley,
Palabra de Dios en los profetas. ¿Por qué quieres separar, Pedro? Más te conviene unir. Buscas tres
tiendas: advierte también que es una.
4. Así, pues, al cubrirlos a todos la nube y haciendo en cierto modo una sola tienda para ellos, sonó
también desde la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado16. Allí estaba Moisés, allí Elías. No
se dijo: «Estos son mis hijos amados». Una cosa es, en efecto, el Hijo único, y otra los adoptados. Se
encarecía a aquel de quien se gloriaban la Ley y los Profetas. Este es —dice— mi hijo amado, en
quien me he complacido; escuchadle17, puesto que es él a quien habéis escuchado en los Profetas y
en la Ley. Y ¿dónde no 1e oísteis a él? Al oír esto, ellos cayeron a tierra18. Ya se nos manifiesta en la
Iglesia el reino de Dios. Aquí está el Señor, aquí la Ley y los Profetas; el Señor, en cuanto Señor; la
Ley, personificada en Moisés, la Profecía, personificada en Elías. Pero estos en condición de siervos,
de ministros. Ellos, como vasos; él, como fuente. Moisés y los profetas hablaban y escribían, pero
cuanto fluía de ellos, de él lo tomaban.
5. Pero el Señor extendió su mano y levantó a los caídos. A continuación no vieron a nadie más que
a Jesús solo19. ¿Qué significa esto? Cuando se leía al Apóstol, escuchasteis que ahora vemos en un
espejo, en enigma, pero entonces veremos cara a cara 20. Cuando venga lo que ahora esperamos y
creemos, cesarán hasta las lenguas21. Por tanto, el que ellos cayeran a tierra simbolizó nuestra
muerte, puesto que se dijo a la carne: Eres tierra y a la tierra irás22 . A su vez, el que el Señor los
levantase simbolizó nuestra resurrección. Una vez que esta haya tenido lugar, ¿de qué te sirve la Ley?
¿De qué te sirve la Profecía? Por esto no aparecen ya ni Elías ni Moisés. Te queda el que en el
principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios 23. Te queda el
que Dios es todo en todo24. Allí estará Moisés, pero no ya la Ley. Allí veremos también a Elías, pero
ya no al profeta. Pues la Ley y los Profetas dieron testimonio de Cristo, esto es, que convenía que
padeciese, resucitase al tercer día de entre los muertos y entrase en su gloria 25. Tras la resurrección
tendrá lugar lo que Dios prometió a los que lo aman: El que me ame será amado de mi Padre y yo
también lo amaré. Y como si le preguntase: «Dado que le amas, ¿qué le vas a dar?» Y me manifestaré
a él26. ¡Gran don, gran promesa! El premio que Dios te reserva no es algo suyo, sino él mismo. ¿Por
qué no te basta, ¡oh avaro!, lo que Cristo promete? Te crees rico; pero si no tienes a Dios, ¿qué tienes?
Otro es pobre pero, si tiene a Dios, ¿qué no tiene?

6. Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña: desciende, predica la palabra, insta a tiempo
y a destiempo, arguye, exhorta, reprende con toda longanimidad y doctrina 27. Fatígate, suda, sufre
algunos tormentos para poseer en la caridad, por la blancura y la belleza de las buenas obras, lo
simbolizado en las blancas vestiduras del Señor. En efecto, cuando se leyó al Apóstol, le oímos decir
en elogio de la caridad: No busca sus cosas28. No busca sus cosas, puesto que dona las que posee.
Lo mismo dice en otro lugar pero en términos más peligrosos, si no los entiendes bien. Pues, siempre
con referencia a la caridad misma, el Apóstol, dando órdenes a los fieles, los miembros de Cristo,
dice: Nadie busque lo suyo, sino lo del otro29. Efectivamente, nada más oír esto, el avaro, como
buscando lo ajeno en actitud de negociante, maquina fraudes para así embaucar a quien sea y buscar,
en vez de lo propio, lo ajeno. Eche el freno la avaricia y suéltelo la justicia; escuchemos y
comprendamos. Se dijo a la caridad: Nadie busque lo propio, sino lo del otro. Pero si tú, avaro, te
opones a este precepto y prefieres ampararte en él para desear lo ajeno, renuncia a lo tuyo. Mas como
te conozco, quieres poseer lo tuyo y lo ajeno. Cometes fraudes para obtener lo ajeno; sufre un robo
que te haga perder lo tuyo. No quieres buscar lo tuyo, sino que quitas lo ajeno. Si haces esto, no obras
bien. Oye, ¡oh avaro!; escucha. En otro pasaje te expone el Apóstol con más claridad el texto: Nadie
busque lo suyo, sino lo del otro. Dice de sí mismo: Pues no busco mi utilidad, sino la de muchos, para
que se salven30. Pedro aún no entendía esto cuando deseaba vivir con Cristo en el monte. Esto, ¡oh
Pedro!, te lo reservaba para después de su muerte. Lo que te dice ahora es: «Desciende a fatigarte
en la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la tierra. Descendió la vida para
encontrar la muerte; bajó el pan para sentir hambre; bajó el camino para cansarse en el trayecto;
descendió el manantial para tener sed, y ¿rehúsas fatigarte tú? No busques tus cosas. Ten caridad,
predica la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad».

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