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¡Venga tu Reino!

Via Crucis con textos


de la Madre Anna Maria Canopi
Abadesa de la abadía benedictina
Mater Ecclesiae, Isola San Giulio (NO)

Quien preside: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu


Santo

Todos: Amén.

Guía: Oremos

Quien preside:

Oh Padre, que nos has amado


hasta sacrificar a tu Hijo amadísimo,
llénanos de tu Santo Espíritu:
Que Él nos haga verdaderos discípulos de Cristo,
experimentados en la sabiduría de la cruz
y alegres en la esperanza de la salvación eterna.
Por el mismo Cristo, Nuestro Señor.

Todos: Amén.
PRIMERA ESTACIÓN
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
“¡Sea crucificado!”.
Señor Jesús, este grito de condenación,
este griterío inhumano,
lo continúa alzando contra Ti
una multitud soliviantada, irresponsable,
sugestionada y cegada por el mal.
No a Ti, que ahora eres el Eterno Viviente,
sino a sí el hombre se condena a la muerte,
cuando no le importa que prevalga la injusticia,
cuando elige violencia y corrupción,
cuando pisotea al pequeño y al inocente,
y arroja la propia dignidad humana
como un deshecho en el basurero.

Quien preside:

Por tu silencio de humildad y de amor


y por la inmensa pena de María, tu Madre,
Señor Jesús, ¡ten piedad de nosotros!

Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...


SEGUNDA ESTACIÓN
JESÚS ES CARGADO CON LA CRUZ

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
Jesús, Señor nuestro,
toda tu existencia sobre la tierra
fue un camino de humillación y de cruz.
En Nazaret ya te adiestraste
con la fatiga diaria del trabajo
a llevar el madero del suplicio,
y luego caminando por las ciudades y pueblos
anunciando a los pobres el Reino de los cielos,
tu Reino que no es de este mundo.

Nosotros somos, Señor, tu carga;


nosotros, duros de corazón y lentos para entender;
nosotros, cuando cargamos sobre otros
el peso de nuestra mala conciencia,
cuando ante cualquier forma de pobreza
y ante cualquier grito de ayuda
permanecemos paralizados
en nuestra vileza y en nuestro desinterés.

Quien preside:

Oh Buen Pastor, que todavía llevas


sobre tus sagradas espaldas
toda la humanidad, oveja descarriada,
¡ten piedad de nosotros!
Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...

TERCERA ESTACIÓN
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
Tus caídas, Señor Jesús,
son un misterio de compasión hacia nosotros.
En efecto, es en nuestra debilidad humana
que Tú has querido sufrir.
“El espíritu está pronto -has dicho-, pero la carne es débil”.

Tú, el Dios Fuerte, has caído bajo la cruz


para que todo hombre sepa reconocer la propia fragilidad
y no ponga en sí mismo su confianza,
sino que encuentre en la gracia
la fuerza para levantarse y reemprender el camino
llevando tras de Ti su propia cruz.

Tú siempre estás allí donde un hombre cae;


te pones, piadoso, debajo de él
para que no caiga sobre las piedras del camino,
sino sobre Ti, Roca de salvación.

Quien preside:
Jesús, Hijo de Dios,
que has cargado sobre Ti toda la debilidad del hombre,
¡ten piedad de nosotros!
Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...

CUARTA ESTACIÓN
JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
Señor Jesús,
a lo largo del camino de la cruz,
en la hora de la soledad y del abandono,
no podía faltar Ella, tu Madre.
Desde tu infancia llevaba en su corazón
la profunda herida de aquella palabra -espada de dolor-
y la custodiaba en silencio,
porque para Ella también el dolor era virgen.

Que nunca falte a ningún hombre que sufre


un corazón de madre vigilante y piadoso,
una presencia de ternura y consolación.
Que todo hijo reconozca a su madre
y toda madre acompañe a su hijo
en el arduo camino de la vida
con fidelidad tal que no se detenga
ni siquiera ante el extremo sacrificio.

Quien preside:
Jesús, Hijo de la Bendita entre las mujeres,
por el amor y el dolor de tu Madre,
¡ten piedad de nosotros!
Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...

QUINTA ESTACIÓN
JESÚS ES AYUDADO POR SIMÓN DE CIRENE

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
¡Señor Jesús,
tu invitación es muy exigente!
¡Quisiéramos seguirte por el camino de la Vida,
pero tú nos haces pasar por el camino de la muerte!
Aquí es donde nos encontramos
con nuestras vilezas y nuestros miedos.
Para evitar el encuentro con la realidad de la cruz
nosotros, duros de corazón, desviamos el camino
y cerramos los ojos ante tus sufrimientos
que continúan en nuestros hermanos.

También nosotros, como Simón de Cirene, tenemos


necesidad
de que alguien nos empuje insistentemente
a cargar sobre nosotros, con amor, la cruz de los demás.
Así podremos experimentar la grande fuerza
que nace de sostener juntos, con fe invencible,
las múltiples pruebas de la vida.

Quien preside:
Jesús, Dios fuerte, que te has hecho débil
hasta tener necesidad de la ayuda del hombre,
¡ten piedad de nosotros!

Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...

SEXTA ESTACIÓN
LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
Ningún rostro es tan bello como el tuyo, Señor Jesús,
que has venido a mostrarnos el esplendor
de la gloria del Padre.
Con todo, en el camino de la cruz
desfigurado por la fealdad de nuestros pecados,
no tenías siquiera el aspecto de hombre.
Fue ella, entonces, que te vio con la mirada del corazón,
fue ella, la piadosa Verónica, que te enjugó el rostro
ensangrentado.
Y Tú se lo regalaste, impreso en el velo,
lleno de atractivo en el silente misterio.
Este gesto de ánimo viril y de delicadeza femenina
fue como el desvelamiento de tu identidad,
¡oh Cristo, Hijo de Dios!

En nuestra sociedad, en la que todo sentimiento puro y


delicado
es pisoteado y hecho objeto de vulgaridad y de desprecio,
la mujer, oh Señor, sea ahora y siempre
un suplemento de gracia y de bondad,
un icono sagrado del que irradia
tu belleza consoladora, divina.

Quien preside:
Señor, dulce Rostro del Siervo sufriente,
¡ten piedad de nosotros!

Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...

SÉPTIMA ESTACIÓN
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
La primera caída de un hombre
puede suscitar sentimientos de pena y compasión;
la recaída, al contrario, suscita con frecuencia escándalo e
indignación.
¿Quién podrá jamás conocer el misterio de humildad
escondido en tu repetido desfallecimiento a lo largo del
camino,
oh Jesús, varón de dolores?
De veras has querido ser probado en todo,
como nosotros, menos en el pecado.
Por el amor que te ha movido
a revestirte de nuestra debilidad
has venido a ser para nosotros fortaleza y escudo
contra los asaltos frecuentes del mal.
Caeremos, sí, caeremos quizás muchas veces todavía
bajo el látigo de la tentación,
pero Tú nos sostendrás, Señor,
y nos harás caminar de nuevo con la cabeza alta,
partícipes de tu regia dignidad.

Quien preside:
Oh Cristo, Buen Samaritano,
piadosamente inclinado sobre nuestras heridas,
¡ten piedad de nosotros!

Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...

OCTAVA ESTACIÓN
JESÚS ENCUENTRA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
Una mujer había derramado sobre tus pies, oh Jesús,
lágrimas de amor y de arrepentimiento.
También una mujer -y se llamaba María-
había derramado sobre tu cabeza,
durante una última cena,
el perfume de nardo purísimo...
Ahora salen a tu encuentro, llorosas,
las “hijas de Jerusalén”,
las mujeres de la estirpe de Raquel,
para lamentarse doloridamente de Ti.
Sí, es justo que lloren por Ti
como por un hijo primogénito, el más querido, destinado a
la muerte.
Pero Tú les invitas a llorar sobre su suerte
de madres desoladas, de madres despojadas
como árboles frutales sacudidos por la ventisca.

Estas mujeres son una multitud sobre la tierra...


Lloran, sí, lloran las madres
por esta hora trágica de nuestra historia.
Que derramen el río de sus lágrimas
en tu seno y en el de tu Madre
para que todo dolor tenga su compasión,
y la gracia del amor redentor.

Quien preside:
Señor Jesús, Primogénito entre muchos hermanos,
¡ten piedad de nosotros!

Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...


NOVENA ESTACIÓN
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
Señor Jesús, en el quebranto de la tercera caída
reconocemos el derrumbamiento de nuestras presunciones.
Quieres enseñarnos a esperar la salvación
únicamente de Dios, nuestro Padre.
Tu silencio de humildad y tu manso sufrir
nos hacen intuir el secreto de la fuerza interior
que te hace avanzar en tu camino de filial obediencia.

Que esta fuerza de amor


se comunique al corazón de todo hombre
abatido por los golpes de la prueba;
se comunique al corazón de todo joven
recaído en el abismo de la enajenación...
Que se rompa el yugo de toda esclavitud
y, alentados por tu perdón,
puedan todos los hombres
apagar su sed en la fuente de tu eterno Amor.

Quien preside:
Jesús, nuestra fuerza y nuestra salvación,
¡ten piedad de nosotros!

Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...


DÉCIMA ESTACIÓN
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
Has entrado en el mundo despojándote de tu gloria de Hijo
de Dios,
para nacer hijo del hombre.
En esta hora decisiva de toda la historia
también tu humanidad es despojada por manos profanas...
Tu cuerpo, ese cuerpo virgen
formado en el seno inmaculado de la Virgen,
es desnudado y hecho objeto de irreverencia y de
vulgaridad.
¡Y, sin embargo, Tu eres Rey!. ¡Tú eres el único Señor del
mundo!
Verte a Ti es ver la luz.
Tocarte a Ti es tocar el fuego.

¿Cómo nos atreveremos a mirarte,


nosotros, que te hemos arrojado encima
el fango de nuestro pecado?
Llevando sobre Ti nuestra vergüenza,
Tú nos revistes de tu santidad.
Tu túnica inconsútil es el vestido nupcial
que donas a tu amadísima Iglesia.

Quien preside:
Por todas nuestras divisiones,
Señor Jesús,
¡ten piedad de nosotros!
Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...

UNDÉCIMA ESTACIÓN
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
Como una vid exuberante
que la ventisca ha despojado de sus verdes pámpanos,
así Tu, colgado del madero de la cruz,
has venido a ser espectáculo para el cielo y la tierra.
Tu cuerpo extendido en dimensiones cósmicas
es todo don y todo acogida.
Y el antiguo enemigo está todavía ahí, puntualmente,
para intentar el último ataque desesperado:
“¡Baja!...¡Sálvate a ti mismo!”.

Señor Jesús, si Tu hubieses bajado de la cruz


todos nosotros estaríamos perdidos.
Si Tu hubieses mostrado tu potencia divina,
no habría manado sobre el mundo el río de gracia
que regenera a los creyentes con vida nueva.
¡Bendito ese madero por medio del cual
Tu mismo te has clavado al querer del Padre
para salvación de todos nosotros!

Quien preside:
De todas nuestras vilezas y desobediencias,
Señor, ¡ten piedad de nosotros!

Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...

DUODÉCIMA ESTACIÓN
JESÚS MUERE EN LA CRUZ

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
El poder de las tinieblas parece prevalecer:
Tú, Hombre-Dios, trágicamente solo,
suspendido entre el cielo y la tierra,
eres el árbitro de la historia.
Ésta es la hora “cero”.
Tu grito de moribundo
lacera el gris espesor del tiempo
y nos abre las puertas radiantes
del eterno reino de los vivientes.

Tu gemido al morir
poniéndote en las manos del Padre,
se hace grito de gozo en el corazón de la Madre Iglesia
por el nacimiento del hombre nuevo.
¡Grande es este misterio!
Y María, tu Madre y la nuestra, está en pie junto a tu cruz,
en reflexivo silencio.

Quien preside:
Cordero de Dios que lavas los pecados del mundo,
¡ten piedad de nosotros!

Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...

DÉCIMOTERCERA ESTACIÓN
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
Bajo la cruz, pronta a recogerte,
como racimo maduro cortado de la vid,
está tu Madre: cáliz desbordante de amor y de dolor.
Pero también otras mujeres -las más fieles-
se quedan contemplándote,
con el corazón lleno de empatía para con tu muerte
y para con el silencioso dolor de María.

En ellas te están presentes todas las madres,


todas las hijas, las esposas, las hermanas,
todas las mujeres, ministras de caridad y de consolación.
Tú siempre tienes necesidad de ellas
en la persona de quien sufre, de quien muere.

Continúa suscitando, Señor Jesús,


mujeres de la talla de María,
iconos vivientes de tu tierna piedad,
para que, de la cuna a la tumba y más allá,
toda creatura humana se sienta amada y custodiada,
en tu santo Nombre,
en el seno de la Madre Iglesia.

Quien preside:
Oh Cristo, cáliz de salvación,
¡ten piedad de nosotros!

Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...

DÉCIMOCUARTA ESTACIÓN
JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO

Quien preside: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector:
Sobre el monte Calvario ha caído, al atardecer, un gran
silencio.
El dolor ya no tiene lágrimas, ni palabras,
mientras, envuelto en el blanco lienzo,
el cuerpo del más bello entre los hijos de los hombres
es depuesto en la roca excavada para sepulcro.
José de Arimatea, discípulo bueno,
lleva a cabo para su dulce Maestro
los últimos gestos de humana piedad
y de religiosa devoción.
Ahora el rey duerme, vigilado por los guardias,
pero no ha sido sepultada con Él la intrépida esperanza.
Sí, porque tras su íntimo tormento
Él verá la luz;
después de haberse ofrecido en expiación,
le será dada una grande descendencia (cf. Is 53,10-11).

En el corazón de la noche
la semilla se prepara para germinar.
El aire se va ya perfumando con la nueva primavera:
lo presienten, quedándose allí, en el huerto,
la ardiente María Magdalena y la otra María...

Quien preside:
Jesús, Vida y Resurrección nuestra,
¡ten piedad de nosotros!
Padrenuestro...

Todos: Que estás en los cielos...

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