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Años atrás era muy común ver la desigualdad existente entre los hombres y las

mujeres en cuanto al cumplimiento de sus derechos, la participación en la sociedad


y en su desarrollo integro como persona, ya que éstas eran tratadas como
individuos sin valor, siendo esclavas de trabajos no dignos para un ser humano.
Esta desigualdad ha provocado muchos años de guerra y dolor, pero también se ha
visto como este paradigma se ha ido destruyendo gracias a las protestas de mujeres
decididas y capaces de luchar por sus derechos.
No obstante, algunos países aun recriminan, señalan y excluyen a la mujer, tal como
es el caso de la sociedad Afgana presentada en el documental ELLA ES MI HIJO,
donde toda chica es privada de sus libertades personales, provocando que estas o
sus familias decidan convertirlas en Bachapuch: niñas que son disfrazadas de
niños, tal como es el caso de una de las hijas de Mohamed, quien se mudó con su
familia a casa de su hermano para escapar y proteger a sus 7 hijas de la curiosidad
de los asesinos y de la cruel y machista sociedad en la que les ha tocado nacer y
vivir, aquella donde solo reciben desprecio y burlas, hasta tal punto que estas
pequeñas no crean que existe el amor, tal como lo dijo Asia: otra de las chicas
Bachapuch del documental “ el amor es solo una palabra, el amor no existe, el amor
no es nada”
Ahora bien, es tiempo de reflexionar acerca de lo insensible que es nuestra sociedad
y lo indiferentes que somos cada uno de nosotros con aquellas personas que nos
rodean, tanto que les hacemos dudar que existe un sentimiento tan bonito como el
amor, les hacemos creer que no pueden ser felices, pero si somos capaces de
asegurarles que siempre deben ir disfrazados ¿no es esto un acto de cobardía del
mundo y de las personas que habitamos en él? Claro que lo es, porque no es solo
la sociedad afgana la que acusa y hace daño, sino también nosotros, con nuestros
actos y nuestras palabras que han ofendido y herido a los demás, por lo tanto, para
sembrar la esperanza en la vida del otro, debo respetarlo y aceptarlo tal y como es,
darle su lugar en mi vida, en mi casa y en la sociedad, así como yo lo tengo y nadie
me lo ha negado.

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