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Neil MacGregor: "Occidente todavía no

ha encontrado un sustituto a la religión"


El historiador del arte y exdirector del Museo Británico y la National Gallery
publica Vivir con los dioses (Debate), un recorrido por las creencias que han ido
modelando a las sociedades e individuos a lo largo de la historia.

Neil MacGregor

Hace 40.000 años, en una cueva del sur de Alemania, escultores anónimos tallaban en
un colmillo de mamut la figura que conocemos como el hombre león, una de las
representaciones más antiguas hechas por la mano del hombre. "Ésta es la primera
prueba física que tenemos de personas que hacen una imagen física de algo que no
puede existir, algo enormemente importante en el desarrollo de la humanidad", afirma
el historiador del arte Neil MacGregor (Glasgow, 1946), que dirigió durante 15 años la
National Gallery de Londres y durante más de una década el Museo Británico. Esta
escultura, "creada por la comunidad y para la comunidad" marca el inicio de su libro
Vivir con los dioses (Debate), un recorrido por la historia de las creencias que
muestra a las religiones como historias compartidas que generan un sentido de
comunidad y otorgan un papel al individuo en ella.

Y es que para MacGregor, religión y fe no tiene por qué caminar de la mano. "Las
religiones son simplemente historias y rituales relacionados con la articulación de
las comunidades, con cómo las comunidades se sitúan en el cosmos y con cómo la
persona adopta su puesto en la comunidad mucho más allá de una vida individual". De
este modo, toda esa pléyade de creencias que acompañan al hombre desde la noche de
los tiempos, "y que siempre lo harán", responde a que "el mundo es mucho más grande
de lo que una comunidad puede abarcar y está más allá de nuestra idea del
entendimiento, del tiempo y del lugar. Por eso el punto central es dar significado".
"A medida que las comunidades fueron evolucionando, de cazadores-recolectores a
agricultores o de nómadas a urbanitas, surgen centros políticos ordenados y Estados
que necesitan diferentes modelos de ritual para articular el significado de uno
mismo en estas diferentes sociedades", explica el historiador. Y entonces surge el
monoteísmo, uno de los aspectos más decisivos a la hora de configurar, aún de forma
inconsciente, nuestra visión del mundo.

Intolerancia innata
"Uno de los principales debates del libro es el problema que tenemos los occidentales, y
todos aquellos que hemos crecido bajo el monoteísmo, para apartarnos de esa visión del
mundo", explica MacGregor, que reconoce que al hablar de Europa, rápidamente se
reclama la herencia grecolatina pero a menudo se olvida la judeocristiana. "Incluso
quienes nos consideramos laicos o agnósticos, hemos crecido pensando que el
monoteísmo es lo mejor, el resultado de una paulatina evolución. Pero, por supuesto,
eso no es lo que todo el mundo piensa. Uno de los peligros de convivencia pacífica en
el mundo de hoy radica en que los monoteístas caemos en el mayor peligro de esta
doctrina: la intolerancia. Si tenemos una verdad que es completa y además única, es
muy difícil ver de igual a igual lo diferente".

Religión y política siempre han sido dos formas de responder a las mismas preguntas:
¿quiénes somos y quiénes queremos ser?"

Como elemento de reflexión comparativa, el historiador compara nuestra religiosidad


con la del Imperio romano, "que tenía muchos dioses y era absolutamente tolerante,
lo que les permitió desde el punto de vista político integrar perfectamente a los
extranjeros en su sociedad". Por el contrario, recuerda que los sucesivos estados
cristianos, de cualquier época, nunca pudieron reconocer los dioses de los pueblos a los
que vencieron. "Esta reflexión es muy importante hoy en día porque nos plantea graves
problemas de corte político", afirma MacGregor, que defiende que "religión y política
siempre han sido dos formas de responder a las mismas preguntas: ¿quiénes somos y
quiénes queremos ser?"

¿Comunidad sin religión?


En esta intersección entre religión y política pone el acento el historiador al recordar los
últimos siglos de historia occidental. "A partir del siglo XVIII, con la Ilustración y la
Revolución francesa, la nación sustituyó a la religión paulatinamente y el Estado adoptó
los rituales que antes se reservaban a la Iglesia. El ejemplo perfecto fue la Unión
Soviética, como demuestra el cartel del astronauta Yuri Gargarin diciendo que no hay
Dios tras su vuelo por el espacio, o la voladura por parte de Stalin de la catedral de
Moscú, hoy reconstruida", pone como ejemplos. "El estado soviético intentó ocupar el
lugar de la religión con una idea de sociedad racional, científica y económica, muy
parecida a la que promulgaba la Revolución francesa, pero en ambos casos no ha
sido suficiente. Todos los intentos de vivir en sociedad sin alguna especie de idea
religiosa han fracasado".
Hombre león de Ulm y cartel de Yuri Gagarin con el lema "¡No hay Dios!"

Europa ya ha sufrido los devastadores efectos de un nacionalismo que no es una


alternativa para crear comunidad"

Además de a la paradigmática URSS, MacGregor incluye en este fracaso a los Estados


europeos incapaces de evitar las dos guerras mundiales. "Europa ya ha sufrido los
devastadores efectos del nacionalismo en el siglo XX, y por esos estamos todos tan
nerviosos ante su repunte actual". Pero si el nacionalismo no es la solución, ¿qué puede
ayudarnos a articular la comunidad como hacían las religiones? "No lo sabemos.
Nuestra sociedad está buscando en cualquier parte rituales que hablen de
comunidad y que nos otorguen esa idea de qué es y hacia dónde va nuestra sociedad,
pero hoy en día ya no los tenemos. Todavía no hemos encontrado un sustituto
satisfactorio para la religión", se lamenta.

¿El fin de la religión?


Pero además hay otro problema. Este deambular sin religión es algo que nos aísla de un
mundo donde el repunte religioso se siente en las últimas décadas, lo que nos impide
comprender muchos factores. "Por ejemplo, es difícil para los europeos laicos entender
lo que ocurre en Oriente Medio. Nosotros hablamos de ello en términos teológicos, pero
los problemas allí se miden en términos de sociedad, pues no hay diferencia", explica
MacGregor. "En los años 50 y 60, con el auge global del comunismo y el socialismo,
todo el mundo asumió que la religión desaparecería o se convertiría en una
cuestión privada dando un resultado real a la combinación entre la Ilustración y Marx
que todos hemos heredado. Pero no ha sido así", afirma el historiador.

La Revolución iraní de 1979 fue la primera vez que un país no europeo articuló su
propia visión del mundo"
El ejemplo más evidente, y el más preocupante, es el islam, que "en aquellas décadas
centrales del siglo XX parecía a punto de desaparecer, de forma similar al cristianismo
en Europa. Pero ahora ha vuelto con fuerza, y ello se debe a esta sensación que aporta
de confianza en una comunidad, en su pasado, pero sobre todo en su futuro". Un futuro
que, apoyadándose en la religión, amplias partes del mundo empiezan a ver
separado del relato occidental que ha primado durante siglos. Como hito de esto,
MacGregor señala un evento al que quizá no hemos concedido la importancia necesaria,
la Revolución iraní de 1979.

"Este levantamiento fue el punto de inflexión claro de la sociedad moderna. En


Occidente solemos pensar en 1989 y el final de la URSS y la caída del Muro de Berlín",
reconoce el historiador, "pero lo que ocurre en Irán en 1979 es más extraordinario,
porque fue la primera vez que un país no europeo articuló su propia visión del
mundo frente a todas las tradiciones seculares de Occidente. Irán reclamó su propia
historia, única e individual, y eso demostró que hay otra tradición posible".

Una nueva alternativa


Lo mismo sucede por ejemplo en la India, "donde el primer ministro Modi está
intentando contar un relato diferente del país centrado únicamente en su religión",
apunta MacGregor. "Nuevamente se trata de contar una narrativa, un relato, que le
pertenece a uno mismo, y la dificultad para nosotros los occidentales es salirnos de
esa narrativa del mundo que nos apropiamos y construimos en base a nuestros
propios parámetros". Es decir, asumir que la nuestra sólo es una historia más, que hay
otras igual de válidas.

Pero además de esta reeducación histórica, todavía persiste el problema de encontrar


"una forma de expresar la comunidad en palabras, rituales e imágenes, una alternativa
que no sea el nacionalismo y su poder destructivo". Quizás, apunta MacGregor, la
solución pueda estar en mirar todavía más atrás y abrazar algo similar al movimiento
ecologista. "Puede que encontremos eso que buscamos si volvemos los ojos hacia las
tradiciones religiosas que no tiene textos, las que ven el conjunto del mundo en el
que vivimos como algo sagrado. Quizás en esa narrativa de resacralizar el entorno del
que dependemos, algo ciertamente más grande que nosotros mismos y que está en
peligro, podamos encontrar una gran verdad común, atemporal, que puede ser
ritualizada para construir un sentido comunitario", concluye.

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