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“VIOLENCIA EN HIJOS E HIJAS PRODUCTO DEL CONFLICTO

INTERPARENTAL. UNA VISIÓN DESDE LO JURISDICCIONAL”.


Yumildre del Valle Castillo Herdé*

“Pero yo me peleo con mis amigos y


al día siguiente ya volvemos a ser amigos.
¿Por qué papá y mamá no pueden hacer
las paces como lo hacemos nosotros?
Cynthia MacGregor

“Habrá paz (…y no violencia!) cuando cada ser humano


esté preparado para compartir y comprender.
Por eso, crear condiciones para la paz es educar para la solidaridad.
Lo demás vendrá por añadidura. ”
Tomado de la “Declaración de Principios” de la
Comisión Venezolana “Año Internacional de la Paz”

I. INTRODUCCIÓN

Y dice la canción:…”El amor es una magia…una dulce fantasía…es como


un sueño…y al fin lo encontré…”, sin duda y como muchos otros ya, por ejemplo
San Pablo (El Apóstol), Erich Fromm, Paul Tillich, etc. por citar solo algunos, el
joven cantante boricua ha intentado a su manera definir un concepto que a todas
luces no resulta sencillo de delimitar, nos referimos por supuesto al <<amor>>,
sentimiento nada fácil para nadie, independientemente de su grado de madurez.

Sin vacilación podemos afirmar que todos anhelamos amor, fantaseamos


con él, su ausencia nos desilusiona y cuando se evapora nos encolerizamos. De
hecho, el amor se ha transformado en el análogo profano del Santo Grial, el tesoro
prodigioso que debería preservarnos de los avatares de la vida. Especulamos en
torno al amor, si acaso lo hacemos, como en un viento cálido que se supone que
llega secretamente de alguna parte acarreando el sempiterno florecimiento a
nuestro gélido corazón…Pero, ¿qué es el amor? ¿Cómo se define? ¿Cuánto se

* Abogada. Egresada de la UCV, Especialista en Derecho Procesal de la UCV. Docente de Pre-Grado de la UCAB y de
Post-Grado de la USM. Jueza de Juicio del Circuito Judicial de Protección del Niño, Niña y Adolescente del Área
Metropolitana de Caracas.

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ama? ¿Cómo se puede medir? Si descubrimos que no somos unas personas que
amen demasiado, ¿de qué forma se puede aumentar nuestra capacidad de amar?
¿Se puede aprender el amor? ¿Se puede enseñar? En caso afirmativo, ¿quién
puede hacerlo? (Keen, 1998, p. 19)

Para ahondar un poco más en el tema, resulta necesario que indaguemos


acerca del significado atribuido a éste término tan polémico, para ello echemos un
vistazo al Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española en su Vigésima
Primera Edición (Espasa-1998), el cual señala la existencia de al menos catorce
acepciones para éste vocablo, los cuales detallamos a continuación:

“Amor.

(Del lat. amor, -ōris).

1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su


propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con
otro ser.

2. m. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y


que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa,
alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.

3. m. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.

4. m. Tendencia a la unión sexual.

5. m. Blandura, suavidad. Cuidar el jardín con amor

6. m. Persona amada. U. t. en pl. con el mismo significado que en sing.


Para llevarle un don a sus amores

7. m. Esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella.

8. m. p. us. Apetito sexual de los animales.

9. m. ant. Voluntad, consentimiento.

10. m. ant. Convenio o ajuste.

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11. m. pl. Relaciones amorosas.

12. m. pl. Objeto de cariño especial para alguien.

13. m. pl. Expresiones de amor, caricias, requiebros.

14. m. pl. Cadillo (‖ planta umbelífera).” (Negritas y subrayado


añadidos)

Por su parte, la Enciclopedia Familiar de Psicología Infantil y Desarrollo


(Trillas, 1995, p. 23) precisa como tal al sentimiento intenso de devoción, afecto, o
apego hacia otra persona en las relaciones humanas. Se complementa lo anterior,
puntualizándose que:

“…la palabra amor es rica en asociaciones y connotaciones; por


consiguiente, no se tiene la pretensión de darle una definición precisa y
que por ello es factible distinguir también varias clases de amor. Los
antiguos griegos establecieron una distinción entre ágape y amor
erótico. El ágape se caracteriza por un afecto desinteresado y es
asexual por naturaleza. El amor erótico se caracteriza por el deseo
sexual. En la cultura occidental se habla con frecuencia del amor
paterno, el amor romántico y el amor de un infante por sus padres. El
amor paterno tiene un gran componente de ágape; las personas se
inclinan a pensar en él como un amor desinteresado, generoso. Esto no
es del todo exacto. Los estudios sobre la bidireccionalidad de la
influencia han demostrado que las respuestas de un infante a sus
padres, a su vez, conforman las actitudes y respuestas afectivas de
éstos…Ómissis… El amor de un infante por sus padres es un amor
egoísta, si es que se le puede llamar amor. El infante es egocéntrico y
ve a los padres como fuentes de alimentación psicológica y emocional.
Esta clase de amor, o apego, parece representar un papel importante
en la capacidad del infante para progresar y desarrollar un sentido de
confianza.” (Subrayado añadidos)

Tal parece que en tanto el amor a los padres se compone de necesidad,


sentimientos simbióticos y deseo sensual (según Sigmund Freud) y dado que un
niño no diferencia su yo del de su padre o su madre, evolucionará hacia la plenitud
del amor mutuo a medida que se vaya haciendo adulto. Vemos por otro lado, que
el amor a los hijos implica una gran disparidad de conocimiento, poder,
experiencia y dedicación. En el mejor de los casos, el amor parental combina la

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atención, la empatía, la compasión, el compromiso, la aceptación incondicional y
el resto de los elementos en proporciones adecuadas, incluyendo el placer
sensual y algunos ecos de deseo sexual. Pero la expresión sexual es
absolutamente tabú, porque el incesto destruye la inocencia, que es el sine qua
non de la infancia (Keen, p.41).

Por su parte, en lo que respecta a la locución in comento, Erich Fromm


asegura que no se trata de que la gente piense que el amor carece de
importancia, pues en realidad todos estamos sedientos de amor y sin embargo,
casi nadie piensa que haya algo que aprender acerca de dicho sentimiento, pues,
para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste fundamentalmente en
ser amado y no en amar, es decir, que no se encuentra en la propia capacidad de
amar. Por ello, en estrecha relación con el desarrollo de la capacidad de amar está
la evolución del objeto amoroso (Paidós, 1980, p.11).

De lo expresado por el escritor, creemos importante resaltar para el


desarrollo del presente trabajo lo siguiente: “…el amor no es esencialmente una
relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter
que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no
con un <objeto> amoroso…Ómissis…la mayoría de la gente supone que el amor
está constituido por el objeto, no por la facultad…Si amo realmente a una persona,
amo a todas las personas, amo al mundo, amo la vida. Si puedo decirle a alguien
<Te amo>, debo poder decir <Amo a todos en ti, a través de ti amo al mundo, en ti
me amo también a mí mismo>…” (Subrayado añadido)

Llegados a éste punto, seguramente muchos se estarán preguntando ¿qué


relación puede tener lo hasta ahora desarrollado con el tema de la violencia en
hijos e hijas?... curioso hecho es el que no podamos percibir fácilmente la
conexión… Sucede que en nuestra humilde experiencia práctica, hemos podido
evidenciar que en gran medida, son precisamente los padres quienes tienen

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mayores inconvenientes para identificar el nexo entre “su propia capacidad de
amar” y el desarrollo de su “objeto amoroso”.

A continuación intentaré explicarme mejor, pero para ello sugiero que nos
detengamos un instante a fin de llevar a cabo un breve ejercicio mental, cerremos
los ojos e imaginemos que somos aún niños, niñas (…o adolescentes!), nos
encontramos en la tarde de un tranquilo día, jugando o disfrutando en alguna de
las habitaciones del lugar donde vivimos. De pronto, justo en ese momento oímos
lo que ya se ha vuelto una desagradable costumbre en nuestras vidas… nuestros
padres han comenzado nuevamente a discutir… esta vez es en un tono más
fuerte que ayer… ambos se oyen alterados a tal punto que salimos corriendo
impresionados a ver qué pasa…los dos están muy molestos…se acusan
mutuamente de cosas que no logramos comprender muy bien. Se señalan con los
dedos censurándose y se insultan ignorando por completo nuestra presencia... es
realmente muy intimidante… nos sentimos de repente… agitados… temerosos de
lo que pueda pasar… experimentamos también algo de coraje y hastío… ¿por qué
siempre es igual?… ¿por qué mamá y papá pelean tanto?... ¿…ya no se
quieren?... ¿es por nuestra culpa?... ¿hicimos algo malo?... ¿acaso ya no nos
quieren?...

Sin duda, las imágenes descritas nos resultan terriblemente familiares ¿no
es cierto?, aunque nos cueste mucho admitirlo, resulta difícil pensar en un recinto
hogareño venezolano en el cual al menos alguna vez no se haya llevado a cabo
un episodio similar… y conste que cuando se dice similar se hace referencia a que
el escenario y los sujetos pudieron haber estado desempeñando otros roles y sin
embargo, lo usual es que cuando se plantea un asunto que molesta,
especialmente cuando de conflictos interparentales no resueltos se trata, la
dinámica elegida se mantenga incólume, es decir, que se elija (…por ser sin duda
mucho más fácil!) la hostilidad, la discusión, la pelea, la agresividad, la acusación,
la búsqueda de la responsabilidad fuera de nosotros, específicamente (…y mejor!)
si es en el otro… y ello es así por encima del uso de la herramienta del diálogo

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asertivo y la negociación, y lo que es peor, haciendo caso omiso a la presencia de
niños, niñas y/o adolescentes durante el desarrollo de la escena… Discúlpenme
pero… ¿acaso me dirán que cada vez que Uds. mis estimados lectores han tenido
un enfrentamiento verbal con el padre o la madre de sus hijos (o con cualquier otro
miembro de la familia), se han tomado la molestia de hacerlo en forma
reservada?...es decir, ¿han procurado ustedes preservar que sus hijos no
presencien las manifestaciones de agresividad, hostilidad y violencia?

Debe considerarse que dramas como el descrito son esperables en la


infancia. Aunque no se recuerde (…o se procure convenientemente no hacerlo
conscientemente!), toda persona cuando niña o adolescente alguna vez se ha
sentido incomprendida, inútil, malquerida, con temor a ser abandonada,
terriblemente culpable o mala.

Hasta hace muy poco tiempo esa angustia existencial se vivía en silencio.
Hoy en día, los niños, niñas y adolescentes expresan con más naturalidad sus
dificultades y sus miedos. Son muchos los integrantes de dicho grupo etáreo
afectados por situaciones como ésta. La misma ha dejado de ser excepcional para
convertirse en algo terriblemente habitual.

Si pide a un adulto -cuyos padres no tuvieron un matrimonio satisfactorio y


feliz- que describa los recuerdos de su niñez, resulta probable que se le escuche
narrar algunas historias de tristeza, confusión, falsas esperanzas y aflicción. Sus
padres pueden haberse divorciado, o haber preferido convertirse en ese tipo de
pareja que tan solo continuaba junta "por el bien de los niños".

Poco importa, en relación al tema que aquí se desarrolla, si una pareja se


encuentra casada, separada o divorciada; cuando una madre y un padre muestran
hostilidad y desprecio (…de cualquier manera posible!) el uno hacia el otro, sus
hijos indefectiblemente sufren las consecuencias de ello. Esto ocurre porque el
desarrollo de un matrimonio, concubinato, relación estable de hecho, etc., -y

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obviamente también un divorcio- crea una especie de "crisis afectiva-emocional"
en los niños.

Los niños, aquellos cuya niñez no les ha sido arrebatada por alguna
catástrofe natural, conflicto bélico en su país, por la orfandad, la explotación u
otras tragedias, quizás no vivan una vida de angustia y desesperación, pero tienen
sus propios dramas.

Suele suceder que cuando se habla de violencia, de inmediato se tienen


representaciones mentales de episodios deshonrosos y/o sangrientos, no resulta
frecuente que se piense en situaciones como la arriba descrita, es decir, en donde
hechos cotidianos constituidos por simples palabras o gestos, terminan siendo
amedrentadores.

Estimamos acertada la definición formulada por Sánchez (Citada por


Ramírez H., 2000, p. 39) según la cual: “Violencia (en el núcleo familiar) es
negarle al otro la posibilidad de ejercer sus derechos, es no permitirle el desarrollo
de su creatividad, ni de la expresión de sus pensamientos y acciones, es
aprovecharse de la impotencia de los otros para forzarlos o actuar con nuestro
criterio”. (Subrayado añadido)

Cuando se maneja una situación de determinada manera –al fijar límites


con ecuanimidad, al actuar en vez de reaccionar, al enfrentar calmadamente las
situaciones estresantes- se les está mostrando a los niños, niñas y/o adolescentes
cómo se controlan las emociones. Todo lo que sus adultos significativos hacen les
enseña algo a los niños, niñas y adolescentes, e incluso a veces, aprenden cosas
que nunca se quiso enseñarles. Y esto no sucede exclusivamente durante los
conflictos, también aprenden en las situaciones más mundanas. Si usted es
grosero o grosera con el dependiente de la tienda, o si maldice por el teléfono
porque no logra comunicarse, si usted y su pareja se gritan (como se intentó
ejemplificar supra!), su hijo observará estas escenas atentamente y con toda

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seguridad incorporará su comportamiento a su propio repertorio (Hogg, 2005, p.
183).

Ahora bien, ¿por qué ocurre esto?... ¿por qué cuesta tanto controlar las
emociones en especial delante de los niños, niñas y adolescentes?... ¿de verdad
se cree que los niños, niñas y adolescentes tienen las suficientes herramientas y
fortalezas emocionales como para hacer frente solos a situaciones como la
relatada?...y en todo caso ¿quiénes son los llamados a controlar los factores que
causan estrés en ellos preparándolos para los cambios que seguramente habrán
de enfrentar, procurando que no sean muchos y ayudándolos a encontrar formas
de asumirlos con serenidad y tranquilidad?

Antes de probar responder a estas polémicas interrogantes, convendría sin


duda que habláramos un poco acerca de las relaciones interparentales, la
violencia entre los padres, y por supuesto, los efectos emocionales que generan
en los niños, niñas y adolescentes los conflictos de pareja no resueltos… Todo
ello, con el fin de lograr advertir cuál es su incidencia en el desarrollo integral de
niños, niñas y adolescentes!

La práctica forense nos ha permitido corroborar que durante el desarrollo de


un procedimiento judicial las partes en términos generales se muestran prestas a
reconocer y manifestar la magnitud de su afecto hacia sus hijos e
hijas…claro!...siempre y cuando esto no implique ceder (…a veces ni un ápice!) en
sus requerimientos y demandas respecto al otro progenitor. Sucede que cuando
se les formulan dos sencillas (aunque no por ello menos significativas!) preguntas
como son: ¿Quiere usted a su(s) hijo(s)?...¿Qué tanto es capaz de hacer por él (o
ellos)?...las respuestas no varían significativamente unas de otras: “Lo(s)
adoro…lo (s) amo…es (son) mi todo”…”Daría mi vida por él (ellos)”. Hasta aquí
todo pareciera ir muy bien, sin embargo, cuando se les inquiere a cualquiera de
éstos “amorosos padres” respecto a su disposición para utilizar un método menos

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hostil o traumático para dilucidar sus problemas interpersonales, éstos suelen ser
categóricos al afirmar: ”No…es imposible!...”No puedo!...”

La verdad es que resulta muy fácil renunciar a la responsabilidad que como


adultos protectores emocionales de nuestros niños, niñas y adolescentes
tenemos, perpetuando así lo que hasta ahora solo nos ha traído consecuencias
terribles, pues cada vez más se recurre a instancias administrativas y judiciales
“buscando la mágica solución” a una problemática que como veremos a
continuación, escapa de la esfera de lo gubernamental (tanto administrativa como
judicial) para situarse estrictamente en el ámbito de la toma de responsabilidad
personal-individual.

II. LAS RELACIONES INTERPARENTALES COMO GERMEN DE LA


SALUD EN LA FAMILIA

a. La Pareja:

El arte de convivir es aún más complejo que el arte de enamorar pero,


precisamente por ello, no existe mejor marco para la maduración personal que el
que facilita la convivencia en la pareja. Convivir ayuda a madurar y madurar ayuda
a convivir. Sin madurez personal es imposible una buena relación de pareja;
aunque la madurez, por sí sola, tampoco la garantiza. La madurez nos ayuda a
elegir mejor y nos capacita para mantener relaciones constructivas, pero eso no
supone un salvoconducto que permita superar todas las barreras que la pareja
encuentra durante el transcurso de su vida en común. La pareja es el ámbito
básico de convivencia y un laboratorio de aprendizaje vital, y cuanto mejor se
armonicen las dos funciones más se reforzará el beneficio que puede obtenerse
en ambos aspectos (Bolinches, 2006, p. 16).

Satir (1982, p. 126) explicó que ser capaz de formar una vida creativa
satisfactoria con alguien requiere gran compatibilidad en diversas áreas

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adicionales. La mayoría de las personas escogerán siempre lo conocido por más
incómodo que resulte, y no lo desconocido aunque sea mucho mejor. Para ella
(Satir), el amor es un sentimiento. No puede funcionar a base de leyes. O existe o
no existe. Aparece sin ninguna razón, pero para sobrevivir y crecer tiene que ser
estimulado. El amor es como una semilla que consigue germinar y brotar del
suelo. Pero si no se le nutre adecuadamente y se le brinda la luz y la humedad
que necesita, morirá. Los sentimientos amorosos y las atenciones que se
manifiestan durante el noviazgo, se realizan durante la convivencia (…en el
matrimonio o fuera de él), sólo si la pareja entiende que su amor debe ser
alimentado cada día. Una nutrición efectiva se relaciona con el proceso que la
pareja logra establecer entre los dos. El proceso se refiere al cómo de la
convivencia cotidiana (unión estable de hecho, concubinato, matrimonio, etc.). El
proceso consiste en las decisiones que ambos toman y la forma de actuar de
acuerdo a esas decisiones (Ídem, p.127).

Muchos solteros se aferran a fantasías sobre el amor, la pareja y el


matrimonio. Pero las fantasías son devastadoras, tanto individual como
socialmente. Los solteros confusos e infelices se convierten en casados confusos
e infelices, sólo que los problemas de dos personas constituyen algo más que una
simple duplicación de los problemas, y las apuestas son más altas. Esto último es
algo que debe preocupar mucho, en especial si hay niños, niñas y adolescentes
de por medio, pues el daño que se genera con el desarrollo de éste tipo de
relaciones se transmite a ellos como víctimas inocentes. Sabemos que el tejido
social de una sociedad moderna se despliega ante nuestros ojos y la
desintegración se remonta directamente a la crisis de la familia y específicamente
a la calidad de la relación de pareja (…dentro o fuera del matrimonio!), el nido del
que surgen los niños, niñas y adolescentes. Por debajo de la crisis existe un hecho
crítico que a menudo se pasa por alto: la institución del matrimonio, estancada
desde hace mucho tiempo, ha experimentado una revolución durante el último
siglo (Hendrix, 1998, p. 37).

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Lo que debe sin duda comprenderse es que la convivencia en común de la
pareja (…con o sin las formalidades del matrimonio!) ya no es definitivamente una
entidad de naturaleza rígida, sino que se trata de un proceso psicológico que se
correlaciona con la evolución de la psique humana colectiva. Necesitamos
entender que los cambios ocurridos en el seno de la pareja y nuestras propias
expectativas ante la misma, tienen que ver con las modificaciones evolutivas que
se han producido en nosotros mismos, en nuestra cultura y nuestra especie (Ídem,
p. 38).

De acuerdo a como se han venido desarrollando las cosas en nuestro


modelo de sociedad, hablar de pareja (…y de matrimonio!) estable parece casi
una contradicción, porque cuanto más estable es más se debilita su estabilidad.
Enamoramientos alternativos, rutina, aburrimiento, desencanto sentimental…, son
tantas las dificultades que debe vencer la pareja para mantenerse vinculada que
muchas son las que fracasan en el intento. Parejas que se unen, parejas que se
separan y personas separadas que se unen en una nueva pareja. Esa es la
realidad del siglo XXI. (Bolinches, p. 20).

La pareja como relación está en crisis, pero la pareja como institución


todavía funciona, por la sencilla razón de que no hemos encontrado otra forma
mejor de organizar la sociedad. Por tanto, si la sociedad no ha encontrado mejor
forma de articularse pero, a la vez, sabemos que la pareja no funciona, quizás
deberíamos pensar que la solución a los problemas de la pareja no deba buscarse
por la vía social, sino por la vía personal. Probablemente la solución no consista
en cuestionar por sistema a la pareja, sino en encontrar un sistema que permita
funcionar adecuadamente a la misma, entendiendo por adecuado, lo sano, lo
armónico (Ídem, p. 20).

La pareja, en términos de mínima exigencia, implica la convivencia


continuada por un tiempo lo suficientemente largo como para que tanto el hombre
como la mujer intervengan, compartiendo funciones y responsabilidades, en la

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crianza de los hijos comunes a ambos. La pareja además cumple con la finalidad
de satisfacer las necesidades básicas, económicas, sociales, afectivas, etc., de
uno y otro miembro. Estos miembros pueden cambiar a lo largo del tiempo una o
varias veces; no será eso probablemente lo ideal, pero para que exista la pareja
como institución cultural, es suficiente que el hombre y la mujer se auto perciban
como orientados a vivir en común y pongan en esa forma de vida lo esencial de su
realización como seres humanos (Moreno O., 2007, p. 9).

Al fin y al cabo, todos los seres humanos tenemos problemas y eso es


precisamente lo que nos caracteriza como individuos, pero también cada uno tiene
sus propias formas de resolverlos y eso es justamente lo que nos diferencia como
personas. Soluciones personales a los problemas generales; ésa es exactamente
la mejor manera en la que podría pensarse para facilitar un equilibrio personal que
pueda favorecer la estabilidad emocional del individuo, la pareja y en especial la
de los niños, niñas y adolescentes.

Todas las personas nos distinguimos más que por el tipo de problemas que
tenemos, por el tipo de soluciones que aportamos a los mismos. De allí que no
sea equiparable el afrontar un conflicto desde la madurez que desde la neurosis.
La persona madura tiende a analizar objetivamente lo sucedido y se plantea
estrategias de solución que se adaptan a sus fuerzas, a la magnitud del problema
y al resultado que desea obtener. Por el contrario, la persona neurótica tiende a
desenfocar el problema, adjudica la responsabilidad a los demás y espera que se
resuelva según a él le conviene. Por ello, afrontar un problema o conflicto desde el
carácter maduro o desde el carácter neurótico, genera resultados realmente
diferentes tanto en la solución del conflicto como en la personalidad de quien lo
resuelve. En definitiva hacemos las cosas en función de cómo somos, pero
también somos una consecuencia directa de lo que hacemos, por eso unas
personas hacen crónico su perfil neurótico, a medida que resuelven mal sus
conflictos, al contrario de otras que progresan en su madurez, a medida que
resuelven bien los suyos (Ídem, p. 47).

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L.F.Katz & Gottman (citados por Papalia, 2001, p. 563), aseguran que la
manera como las parejas resuelven sus desavenencias es otro aspecto de la
atmósfera familiar, algo que también influye en el ajuste de los hijos. En un
estudio, niños de cinco años cuyos papás demostraron su enojo al no expresar
sus emociones durante los conflictos con la madre, tres años más tarde fueron
considerados por sus maestros como individuos que se culpaban a sí mismos, se
mostraban angustiados y se sentían avergonzados. Niños de cinco años cuyos
padres se insultaban, burlaban y despreciaban mutuamente, a los ocho años
tendieron a ser desobedientes, renuentes a obedecer las reglas e incapaces de
esperar su turno. Estos patrones fueron válidos aunque los padres se hubieran
separado o no, para ésa época. Los problemas de comportamiento de los niños
pueden haberse activado al ver modelos de una solución deficiente de los
conflictos o por la preocupación de que sus padres pudieran separarse, o quizá
estos padres se comportaron en forma negativa con sus hijos, así como entre ellos
mismos.

Lo más significativo de lo anteriormente descrito es sin lugar a dudas que


podamos identificar cuán importante es asumir el compromiso de optar por vías de
solución a nuestros conflictos interpersonales (como pareja, como padres, etc.)
diferentes a la jurisdiccional y a la administrativa, pues resulta usual que en el
desarrollo de éste tipo de procedimientos los problemas que nos aquejan se
profundicen, fracturando irremediablemente el espacio de seguridad y estabilidad
tan necesario como advertiremos a continuación en el proceso de formación y
evolución de niños, niñas y adolescentes.

b. La Familia:

En el Diccionario de la Real Academia se define a la familia como “…grupo


de personas emparentadas entre sí que viven juntas bajo la autoridad de una de
ellas”. Se tiene en consecuencia, un grupo que se integra bajo la autoridad de uno
de ellos. Al menos uno se sitúa en un plano tal, en relación con el grupo, que

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permite que este se cohesione. Este miembro está, a la vez, dentro y fuera del
grupo.

Para Moreno O. (2007, págs. 6 y 7), el modelo familiar-cultural popular


venezolano es, pues, el de una familia matricentrada, o matrifocal, o matricéntrica.
Prefiriendo el investigador venezolano el término <matricentrada>, señala de ésta
que no significa de ninguna manera familia matriarcal. El matriarcado lleva, en la
misma etimología de la palabra, el poder de dominio como contenido definitorio.
Considera que si bien el poder de la madre es una realidad presente en la familia
matricentrada, no la define. En todo caso no es un poder de gobierno femenino
sobre la comunidad. Bajo un patriarcado formalmente fuerte, y realmente débil,
funciona un matriarcado totalizador de puertas adentro.

Refiere el mismo autor (Moreno O., 2007, p. 28), que en un artículo del año
1982, pero publicado en el año 1983, Vethencourt enfoca la familia como centro
fundamental en la formación de la persona, punto mediador entre el individuo y las
relaciones socio-económicas. Según éste último, los contenidos éticos que guían a
la persona en su vida se adquieren en la familia pero unos provienen,
preponderantemente, de la madre y otros del padre.

En tal sentido, cabe destacar que el desarrollo no es algo privativo de niños


y jóvenes, sino que se produce a lo largo de la vida del ser humano, desde que
nace hasta la vejez. El desarrollo es un proceso movido por contradicciones
internas, (y en este sentido es espontáneo), las cuales se originan en el propio
proceso de interacción e interrelación del niño con su medio. En el proceso de
desarrollo se produce la conjugación de factores externos e internos.

El ser humano nace y es en la interacción social que desarrolla las


particularidades que lo distinguen como tal, “La naturaleza del desarrollo cambia
de lo biológico a lo sociocultural...”, (Vigotsky, 1998, p.28). Es así como el hombre

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vive relacionándose con diversos grupos que ejercen determinada influencia sobre
él, esta es mediatizada por las propias características psicológicas que
caracterizan a dicho individuo.

El proceso de Socialización consiste en la apropiación por parte del


individuo de toda la experiencia social, lo cual le proporciona la posibilidad de
integrarse a la vida en sociedad. Este proceso se da precisamente como resultado
de las interacciones que se producen entre los seres humanos e influye en el
desarrollo de su personalidad.

El proceso de socialización transcurre a lo largo de toda la vida y se


caracteriza por ser de carácter bidireccional, es decir, por un lado se encuentra
toda la influencia que ejercen los grupos y por otro, la recepción activa que realiza
el individuo. Esta afirmación remite al papel activo de la personalidad como
principal filtro que media la relación de los sujetos con su entorno. La
socialización, entonces se da mediante diferentes agentes socializadores como la
familia, la escuela, el grupo informal o grupo de amigos, el centro laboral, la
comunidad que son los más tradicionales.

Además de integrar al niño a la unidad familiar, los padres interpretan para


él la sociedad y su cultura. Desde edad temprana, le transmiten las tradiciones
religiosas y étnicas, así como los valores morales. La transmisión de la cultura no
es un proceso simple. Cuanto más diversa sea la estructura social, mayor presión
se impondrá al sistema familiar. Se vuelve más difícil transmitir los valores cuando
no son claros y se encuentran en fase de transición; esta dificultad tal vez sea el
principal desafío que enfrenta la familia moderna. Conviene tener presente que se
habla de una unidad familiar, de un ambiente social y de una cultura, pero no se
trata de entidades individuales ni fijas. El ambiente social de una persona, de por
sí complejo cuando nace, cambia de un modo constante y dinámico (Craig, 2001,
p. 113).

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El niño o niña que llega al mundo no tiene pasado ni experiencia de
comportamiento, y carece de una escala de comparación para valorarse a sí
mismo. Tiene que depender de las experiencias que adquiere con las personas
que lo rodean y de los mensajes que le comunican respecto a su valor como
persona. Durante los primeros cinco o seis años, la autoestima del niño o niña se
forma casi exclusivamente en la familia. Después, cuando empieza la escuela,
intervienen otras influencias, pero la familia sigue siendo importante durante toda
su adolescencia. Otras influencias tienden a reforzar los sentimientos de valor o
falta de él que haya aprendido en el hogar; el niño o niña de autoestima alta puede
sobrevivir muchos fracasos en la escuela o entre sus semejantes; el niño o niña de
autoestima baja puede tener muchos éxitos y seguirá sintiendo una duda
constante respecto a su propio valer, pues cada palabra, expresión facial, gesto o
acción de parte de los padres transmite algún mensaje al niño o niña en cuanto a
su valor. Lamentablemente, muchos padres no se percatan del gran efecto que
estos mensajes tienen en sus hijos y lo que es peor aún, con demasiada
frecuencia ni siquiera se dan cuenta respecto a cuáles son los mensajes que les
están comunicando (Satir, 1982, págs. 24 y 25)

Uno de los aspectos más importantes de la paternidad es la manera como


los padres enseñan a un hijo o hija a manejar sus sentimientos. En opinión de
Alice Miller, una psicoterapeuta suiza, gran parte del dolor en la vida de un adulto
surge de estas primeras “lecciones” que se transmiten de una generación a otra.
El autoconcepto o concepto de sí mismo se desarrolla (…como ya se dijo)
continuamente desde la infancia. El crecimiento cognoscitivo que tiene lugar
durante la niñez intermedia permite a los niños de menor edad desarrollar
conceptos más realistas y complejos de sí mismos y de su propio valor. En los
chicos también crece el entendimiento y control de sus emociones. Los factores de
influencia más importantes en el ambiente de la familia para el desarrollo de un
niño proceden del interior del hogar: si cuenta con apoyo o si el ambiente es
conflictivo, y si la familia tiene o no suficiente dinero (Papalia, 2001, págs. 442, 550
y 555).

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Las interacciones de los padres entre sí, influyen en las actitudes y logros
de sus hijos, la capacidad para regular sus emociones, para llevarse bien con los
demás. En general, cuando los padres se preocupan y se apoyan mutuamente, la
felicidad emocional aflora en los hijos. Pero los niños que están constantemente
expuestos a la hostilidad que existe entre sus padres, pueden toparse con riesgos
que ni siquiera son capaces de advertir.

No hay ninguna duda de que los niños se sienten afligidos cuando son
testigos de las peleas de los padres. Sus reacciones varían entre: el llanto,
quedarse inmóviles, tensionados, taparse los oídos, esconderse (o por lo menos
taparse los ojos, creyendo que así dejará de existir tan terrible escena).

Incluso los niños más pequeños, reaccionan ante las discusiones de los
adultos con cambios fisiológicos tales como el aumento del ritmo cardíaco y la
presión sanguínea. El estrés de vivir con el conflicto de los padres puede afectar el
desarrollo del sistema nervioso autónomo de un pequeño, el cual determina la
capacidad del niño para resolver problemas y por consiguiente aparecen los
síntomas en su proceso de aprendizaje, por más inteligente y madura que sea la
criatura.

Los hijos de las parejas muy conflictivas es muy probable que obtengan
calificaciones más bajas en la escuela. La gran tragedia educativa de nuestro
tiempo es que muchos niños están fracasando en la escuela, no por problemas
intelectuales o físicos, sino por sus "desequilibrios" emocionales, producto del
ejemplo emocional que reciben en el seno de sus hogares.

Los niños y niñas educados por padres cuyas relaciones de pareja se


caracterizan por la crítica, la posición defensiva y el desprecio, tienen muchas más

17
probabilidades de mostrar una conducta antisocial y agresiva hacia sus
compañeros de juego. Tienen mayores dificultades para regular sus emociones,
concentrar su atención y calmarse a sí mismos cuando se sienten perturbados.
También, el "maltrato emocional " recibido por un niño o niña puede manifestarse
en problemas de salud, que pueden ir desde tos y resfríos hasta llegar a cuadros
de estrés crónico.

La conflictividad entre los miembros de la familia parece ser más importante


en el pronóstico de conductas antisociales en los niños (drogadicción,
delincuencia, promiscuidad, etc.) que la estructura familiar por sí misma (intacta,
monoparental, reconstituida, etc.). El tipo de familia no es en nuestra humilde
opinión tan importante, lo verdaderamente trascendental es si esa familia muestra
conflictos recurrentes que inciden de lleno en el comportamiento del niño o niña.

También los adolescentes aprenden del ejemplo de sus padres, incluso


cuando se rebelan en su contra. Son en especial sensibles y críticos con respecto
a cualquier contradicción entre lo que se les dice y lo que se hace, y hasta podría
señalarse que disfrutan haciendo comentarios agudos en torno a las incoherencias
que descubran en el obrar de sus mayores o adultos significativos (…de las cuales
da la impresión llevan un riguroso control!). De igual forma, se muestran
prácticamente poco dispuestos a escuchar los sermones y discursos educativos
de sus padres, representantes o responsables, aunque les sean favorecedores.
De allí que no puede creerse que solo se les puedan transmitir valores y principios
únicamente con palabras, en especial debe aleccionárseles con el ejemplo a partir
del comportamiento de sus progenitores. Es decir, que el modelo que puede en
definitiva ofrecerse a los adolescentes es el mismo de sus adultos significativos,
ningún otro, pues la adolescencia es una época de transformaciones tanto para
los padres como para los jóvenes, así como para la relación entre unos y otros. No
debemos olvidar que el complicado periplo de la adolescencia cuestiona la
esencia de quien se es como persona, no sólo en tanto padre o madre, ni como

18
figura de autoridad, sino en general como ser humano. La forma que revisten las
reacciones a los ineludibles e imprevistos cambios y altibajos de la vida familiar
cotidiana demuestra a los adolescentes la naturaleza de la personalidad de sus
padres. Nadie más que sus propios adultos, son el mayor y mejor ejemplo que se
les puede ofrecer mientras se encuentran en el proceso de desarrollo de su
identidad personal (Law N.y Harris, 2005, p. 13).

En torno al efecto perdurable que tienen en los niños, niñas y adolescentes


las situaciones violentas de cualquier naturaleza se ha pronunciado en el año
2002 la Organización Padres de Familia y Maestros contra la Violencia en la
Educación (PTAVE por sus siglas en inglés) en los Estados Unidos de
Norteamérica (citado por Fernández, 2007, p. 143), en los términos siguientes:

“Algunos investigadores dicen que todo acto de violencia por parte de


un adulto contra un niño, sin tener en cuenta lo breve o leve que sea,
deja una cicatriz emocional que dura para toda la vida. Podemos
demostrar esto hasta cierto punto mediante nuestra experiencia
personal. La mayoría de nosotros admite que los recuerdos más vívidos
y más desagradables de la niñez son aquellos en los que fuimos
lastimados por nuestros padres. Para algunas personas el recuerdo es
tan desagradable que hacen como si fueran algo trivial o hasta
divertido. Notará que sonríen cuando describen lo que les han hecho,
es por vergüenza y no por placer que lo hacen. Como un medio de
protección contra el dolor que sienten en el presente, disfrazan el
recuerdo de los sentimientos del pasado…”

No podemos dejar de señalar que en nuestra praxis, observamos con


mucha preocupación que los problemas de los hijos de padres separados no
ocurren exclusivamente por la separación sino especialmente por la situación y
circunstancias negativas previas y posteriores a ella. Resulta demasiado usual que
los progenitores ocupen mucho de su tiempo en recriminarse, culparse y
procurarse obstáculos mutuamente (…o lo que es lo mismo, hacerse la vida de
cuadritos!), antes que en servir de contención y apoyo a sus hijos para hacer

19
frente a los cambios substanciales operados en el núcleo familiar a propósito de la
ruptura y los demás inconvenientes diarios.

III. LA EDUCACIÓN Y SU INFLUENCIA EN EL FORJAMIENTO DE UNA


CULTURA DE PAZ Y BUEN TRATO.

La contrapartida de la frase “los niños de hoy son los adultos del mañana”
es precisamente ésta otra “los niños de ayer son los adultos de hoy” y éste
desarrollo y crecimiento se realiza precisamente dentro de la familia. De allí que
podamos entender no sólo cuán ardua es la labor de enseñanza que llevan a cabo
los padres (representantes o responsables) dentro del núcleo familiar, sino
además el enorme peso de responsabilidad que ésta situación entraña para ellos,
ansiando siempre hacer lo mejor que puedan por su prole, aún cuando se
encuentren confundidos respecto a muchas cosas, sean insensibles a otras tantas
e ignoren las demás.

La escuela más exigente de todas es sin duda alguna la familia, pues allí
han de formarse “las personas, los seres humanos” que habrán de poblar éste
mundo. Por ello, se espera que los padres (…que son los primeros maestros y
profesores!) deban mostrar gran competencia y dominio sobre todas las materias
que involucren a la vida y al arte de vivirla, sin que pueda tenerse certeza alguna
respecto a su propia certificación (…¿dónde aprendieron a ser padres?...¿quién
les enseñó cómo tratar a niños, niñas y/o adolescentes?, etc.).

El proceso de formación de personas o seres humanos no tiene manual ni


garantías, tiene el mismo ritmo que aquella añeja canción “…un pasito pa’lante y
un pasito pa’trás…” y es que tal como afirma la ya antes citada terapeuta Virginia
Satir (1978, p. 197):

“…Son tantas las familias donde los padres carecen de madurez, que
muchas de ellas se encuentran en la posición de no haber aprendido la
cosas que necesitan enseñar a sus hijos. Por ejemplo, el padre que no

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ha aprendido a dominar su carácter, no está en posición de enseñar a
sus hijos a controlarse. No hay nada como criar hijos para resaltar las
deficiencias de los padres, y cuando esto sucede, el padre inteligente
sabrá convertirse en alumno junto con sus hijos.
La mejor preparación que conozco para la paternidad es la
madurez, franqueza, y conciencia en el adulto que emprende esta
monumental tarea. Si el adulto se lanza a formar una familia sin tener
madurez para ello, el proceso será infinitamente más complicado y
azaroso –no necesariamente imposible, sino simplemente bastante
difícil.
La mayoría de los padres quieren que sus hijos tengan cuando
menos una vida igual o mejor que la que ellos tuvieron y esperan ser el
medio para que esto suceda. Los hace sentirse útiles y optimistas. Tal
vez, los padres no estén conscientes de la influencia que ejercen las
expectativas que tuvieron durante su niñez respecto a la forma de criar
a los propios hijos. De hecho, estas experiencias significan la base para
la elaboración de muchos diseños familiares. Es fácil que repitas en tu
familia las mismas cosas que sucedieron cuando estabas creciendo.”
(Cursiva y subrayado añadidos)

De una u otra manera, todos hemos podido evidenciar cómo el


conocimiento es una valiosa herramienta para educar seres vivos en general. Sin
embargo, insistimos en la idea de que formar personas o seres humanos dentro
de una familia es posible con fundamento solo en el azar (…si Dios quiere!), en el
instinto (…tengo la corazonada de que eso debe ser así!) o en la intención (…él lo
va a hacer porque YO lo quiero y punto!), llegando incluso a creer que cualquier
persona puede ser un padre efectivo por el solo hecho de querer hacerlo o porque
accidentalmente ha concebido y dado a luz a una criatura. Ejercer de padres y
madres está revestido de mucha complejidad y dificultades, y solo por nombrar
una, baste decir que en términos generales todos carecemos de las herramientas
suficientes y necesarias para “…formar y guiar a una persona hacia un sentido de
integridad humana” (Satir, p. 201).

El niño conoce y aprende de la alegría que le proporciona su propia


persona cuando inicia su disfrute a través de sus sentidos y las partes de su
cuerpo, manos, pies, piel (tocar, sentir), olores, sonidos, colores (oler, oír, ver), así
como de todo lo que se encuentra a su alrededor. Lamentablemente es poco lo
que hacemos sus adultos significativos durante el tiempo que lleva educarlos, para

21
favorecer su disfrute personal. Desafortunadamente la noción de adultez que
asimilamos desde pequeños es la de una marcada por la rigidez, extremadamente
seria y pesada (…una verdadera cruz!) y esto no necesariamente debe ser así.

Si ya hemos aceptado el hecho de que somos los adultos (…más con


nuestro ejemplo que con nuestras palabras!) quienes enseñamos a nuestros
niños, niñas y adolescentes (hijos, hermanos, sobrinos, nietos, etc.) cómo querer,
no debe extrañarnos que muchos de nuestros “chamos” manifiesten su deseo de
no crecer, por parecerles muy complicado y fastidioso hacerlo.

El niño y la niña habrán de aprender de forma progresiva (…de sus


adultos!) cómo han de tratarse a sí mismos, a los demás y al mundo de cosas que
encuentren a su alrededor. El profundo impacto de todo este aprendizaje es casi
inimaginable por cualquiera de nosotros, tanto más si somos padres. Si
tuviéramos conciencia clara respecto a la relación existente entre las acciones
realizadas por nosotros, aquello internalizado por ellos y la ardua labor que a éstos
les espera en el desarrollo de sus propias vidas, sin chistar nos preocuparíamos
más en encontrar maneras idóneas para coadyuvarles. Y es que “…debido a su
ignorancia, muchos padres (representantes y responsables!) no empiezan a tratar
a los hijos como personas sino hasta que llegan a la edad escolar, y a menudo
hasta que no dejan el hogar. (El tratar a un niño como una persona es una idea
novedosa para los adultos!)…Ómissis… Muchos padres se asombran de lo que
sus hijos interpretan a partir de simples o inocentes frases o situaciones con la que
ellos han tratado de enseñarles algo” (Satir, p. 220).

Lo anterior aplica perfectamente bien a los valores y principios que


pretendemos inculcarles a nuestros niños, niñas y adolescentes, si nosotros
mismos no tenemos conciencia clara de cuáles son esos valores o principios, muy
pobre será la labor a desarrollar, o lo que es mucho peor, el mensaje transmitido
puede ser muy vago y generar en ellos sensaciones de inseguridad, injusticia o
falsedad respecto a nosotros (…sus adultos significativos!).

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Y las consecuencias de lo anterior, es decir, de que un niño, niña o
adolescente comience a dudar de sus adultos significativos son definitivamente
muy desfavorables a su escalada en el camino a convertirse en un ser humano
integral, generándose actitudes o reacciones adversas, tendentes más al
aislamiento personal, el desequilibrio y la rebelión. Pues que los adultos no
reconozcamos y menos expresemos nuestro propio humanismo, negando además
el propio humanismo de los niños, niñas y adolescentes tiene como temible efecto
que en éstos sobrevengan sentimientos de aprensión y desasosiego. (Satir, p.
227).

Para Fernando Savater (2004, págs. 150 y 151) “…Que el mundo está
desordenado por la injusticia y la violencia, es una constatación inapelable de
cualquier conciencia sana; y que por lo visto debemos ser nosotros los nacidos
para remediarlo resulta una mala pasada del destino…Ómissis…la pregunta es:
¿qué podemos hacer?... El afamado profesor y filósofo español elige comenzar
precisamente por la educación y por ello, hemos querido culminar éste aparte con
una cita que nos parece muy apropiada:

“El individuo educado es aquel que reconoce la legitimidad de toda


ley que le impone un comportamiento admisible y aceptable por
todos, es decir un comportamiento racional y razonable. Pero es
también el individuo que captaría la ilegitimidad de toda ley que le
impusiera no respetar a la persona de otro como a sí mismo, que le
obligase por ejemplo a considerar tal o tal otra categoría de seres
humanos como a simples cosas.”
Patrice Canivez
IV. CONCLUSIONES.

Hemos visto a lo largo de éstas breves reflexiones y comentarios, cómo el


proceso de socialización de TODO individuo inicia (…en el mejor de los casos!)
dentro de un contexto familiar caracterizado por la desinformación en torno a las

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repercusiones o efectos que tendrán en el desarrollo ulterior de éste, las formas y
contenidos utilizados en su formación.

Indudablemente, no podemos esperar que las personas asuman la


paternidad siendo previamente acreedores de una vasta experiencia y múltiples
refrendaciones en ésta materia, pues dentro de las relaciones humanas y su
infinita complejidad encontramos elementos aleatorios e imprevistos que
eventualmente pueden llegar a desempeñar un rol significativo. Sin embargo, lo
que SI resulta válidamente esperable, es que una vez se esté consciente de que
se va a desempeñar dicho rol, se haga todo lo posible por disponer de mayores y
mejores herramientas tendentes a facilitar no solo el ejercicio del mismo, sino en
especial a garantizar la salud psico-emocional y física de los hijos e hijas.

En palabras un tanto más sencillas, podríamos decir que no se trata de


exigir perfección, ya que ésta no existe (…al menos en éste plano!) sino tan solo
un tanto de compromiso personal con la tarea que se llevará a cabo. En el
ejercicio de una sexualidad responsable, el adulto asume (… o al menos así
debería ser!) no solo el riesgo de un embarazo no planificado, sino también las
consecuencias que éste entrañaría, es decir, la acogida, el cuidado, el amor, la
protección y la formación de otro ser humano en vías de desarrollo.

No debemos olvidar que tener ante sí el desafío de “instruir” a un ser


humano para que en un futuro mediato se comporte como una <persona> NO
debe causar pánico, mucho menos debe generar hastío (fastidio) o ligereza
(desenfado), a lo sumo, y como es lógico imaginar, debe generar algo de
preocupación, por la envergadura de la tarea!.

Para probar explicarnos mejor, traeremos a colación lo que al respecto de


ser persona señala Jorge Bucay (2007, págs. 57 y 58):

“…Al nacer, sólo somos seres humanos. Este temperamento,


que al principio es idéntico o parecido a millones de otros, con la

24
experiencia, la historia personal, nos transforma en el individuo que
cada uno de nosotros va a ser…Ómissis…Este ser humano
discriminado y separado de los otros se llama individuo, pero no
alcanza con ser un individuo para ser una persona. Ser una persona es
más todavía…Ómissis… El proceso de convertirse en persona, como lo
llamaba Carl Rogers, es doloroso; implica ciertas renuncias, ciertas
adquisiciones y también mucho trabajo personal.” (Cursiva y subrayado
añadidos)

Imposible guiar apropiadamente a otro en el camino del


autodescubrimiento, si antes no hemos hecho nuestro particular intento. O como
diría el sabio hindú Krishnamurti, J. (2008, p. 41):

“¿Es diferente lo que sucede en el mundo exterior de lo que


sucede internamente? En el mundo hay violencia, gran confusión, una
crisis tras otra; hay guerras, divisiones por nacionalidades, diferencias
religiosas, raciales y comunitarias, una serie de conceptos
sistematizados en contra de otros, y ¿es todo esto diferente de lo que
sucede en nuestro interior? Nosotros también somos violentos, también
estamos llenos de vanidad, somos terriblemente falsos; utilizamos
distintas máscaras dependiendo de cada ocasión… Ómissis… a menos
que nosotros cambiemos, eso no cambiará. Después de los millones de
años que hemos vivido, estamos exactamente igual, no hemos
cambiado fundamentalmente y seguimos causando estragos en el
mundo.”

Compartimos la idea según la cual, impulsar el desarme es un paso en la


pesquisa por la paz. Es quitarles valor destructivo a dos adversarios, de manera
que el daño que se infieran sea menor. Pero detrás de las armas, sean éstas
flechas, cañones, misiles (… gestos o palabras!) hay una persona que las
dispara (…los realiza, las pronuncia!) y otra que las recibe, de modo que la paz es
una cualidad de esos personajes principales y no del medio que los relaciona. Es
un hecho social y no técnico. Los más resaltantes pacificadores de la humanidad
no sólo insistían en el no uso de las armas; iban mucho más allá. Propiciaban una
conducta de sus usuarios que les condujera a obtener el consenso sin ese medio
compulsivo. Es conversar sin el arma de por medio, que en definitiva es no
conversar (Undurraga, 1986, p.133).

25
Y es que al final de cuentas, edificar espacios de paz pasa por el proceso
de educar a todos los personajes que protagonicen la historia de que se trate
(…conyugal, familiar, comunitaria, nacional, etc.) con el objeto de que sean
apreciados y se dirijan a ellos con paso firme considerándolos como lo que en
definitiva son, la mayor conquista del ser humano. De allí que resulte inexacto
señalar que una persona ha finalizado su educación, que ha culminado el proceso
de llevar a los hechos todas sus capacidades. Seguramente podrá apuntarse que
dicha persona está educada hasta un punto mayor al mínimo que tenía al inicio de
su proceso, sin embargo, ello no implica que no exista todo un camino por recorrer
todavía, pues en la búsqueda de la perfección que nunca ha de alcanzarse,
instruirse, educarse, formarse es hacerlo continuamente y a cada instante (…el
loro viejo sí aprende a hablar…pero solo si quiere!), ya que todos somos alumnos,
aprendices en la clase de convivencia, asimilando el arte del diálogo constructivo,
paciente y tolerante de las posiciones ajenas, manteniendo nuestra sagrada
individualidad (Undurraga, p.134).

Ya para terminar y recapitulando sobre algunas de nuestras interrogantes


planteadas al inicio de éste trabajo, podríamos aventurarnos a expresar: ¿qué es
el amor? Se nos parece mucho en su contenido, al término africano Ubuntu, es
decir, al enlace universal de compartir que conecta a toda la humanidad. ¿Cómo
se define? Con la palabra compromiso. ¿Cuánto se ama? En proporción a nuestra
capacidad para comprometernos. ¿Cómo se puede medir? Aunque resulte
imposible hacerlo, existen indicadores a nuestro alrededor que pueden darnos una
pequeña idea de cuánto amor hay en nuestras vidas. Si descubrimos que no
somos unas personas que amen demasiado, ¿de qué forma se puede aumentar
nuestra capacidad de amar? Ejercitándonos constantemente. ¿Se puede aprender
el amor? Sí se puede, aunque no a través de teorías, sino con mucha, pero mucha
práctica. ¿Se puede enseñar? Sólo con el ejemplo. En caso afirmativo, ¿quién
puede hacerlo? Cualquiera que esté dispuesto a abrir su alma y permitir que se le
empape.

26
Curioso es que aspiramos a tener los mejores hijos del mundo, queremos
también la mejor familia de todas, una excelente comunidad, otra impecable
sociedad y por supuesto, un país ideal…sin embargo, perseguimos que todo ello
acontezca con un mínimo esfuerzo de nuestra parte, o dicho en otra forma,
pretendemos “el máximo beneficio, con el menor sacrificio”, cual si se tratare de
una actividad mercantil. Pero sucede, que NO podemos intentar atravesar el
caudaloso río de la dinámica familiar (…y social!), sin siquiera mojarnos los
pies…debemos con mucho, calarnos hasta los huesos, si en efecto ambicionamos
acercarnos a nuestro objetivo. No podemos permitir que nuestras familias sigan
convirtiéndose en verdaderos campos de batalla, donde nuestros niños, niñas y
adolescentes son mansos espectadores. Mucho menos, podemos darnos el lujo
de sentarnos de brazos cruzados a esperar que se designen jueces para cada
núcleo familiar… ¿acaso eso es lo que proyectamos para nuestro futuro
inmediato?... ¿de verdad creemos que la presencia de un tercero investido de
autoridad gubernamental es garantía suficiente de que nuestros problemas se
solucionarán?

Creemos firmemente, que la respuesta a nuestras inquietudes pasa por el


tamiz de la asunción de responsabilidades estrictamente personales, así como
también opinamos que desde el momento en que todos los venezolanos (…no
sólo los padres, representantes, responsables o integrantes del Sistema Rector
Nacional de Protección!) comprendamos de una vez y por todas que cualquier ser
humano, independientemente de su edad (…sea ésta de semanas de nacido,
meses o cuente con dos, catorce, cuarenta e inclusive con noventa años!) ES
UNA PERSONA y sus potencialidades son tan legítimas y válidas como las
nuestras (…autodenominados adultos contemporáneos!), entonces realmente
estaremos en mejor posición de contribuir con nuestro actuar en el desarrollo
integral del país…incluyendo por supuesto y en especial a niños, niñas y
adolescentes.

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Por último, estimamos prudente poner fin a estas breves consideraciones
con un extracto que creemos pone de manifiesto la complejidad del cambio de
pensamiento en los integrantes de ésta (nuestra singular!) sociedad:

“...Educar a la familia es un reto para la sociedad actual.


Para cumplir con este reto hay que formarse como padres con la
misma responsabilidad que nos formamos como profesionales...”

Nancy Angulo de Rodríguez

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