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EN LA CIUDAD DE DIOS
I:--.ITRODUCCIÓN
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que sea cierta en parte la siguiente afirmación de van der Meer: "No
Agustin, sino Mausbach o Roland-Gosselin han establecido, en la medi-
da de lo posible, la ética agustiniana» 1.
En la actualidad, estas lecturas y organizaciones del pensamiento
agustiniano, hechas dentro de una concepción moral pre-vaticana,
necesitan un trabajo de actualización estudiando, entre otras cosas, el
lugar del pensamiento moral agustiniano dentro del cuerpo de la teo-
logía. Tarea difícil donde las haya por la amplitud de su pensamien-
to, por el peligro real de la deturpación y de la pérdida de las
dimensiones globales de su doctrina al realizar un salto de paradigma
desde el siglo XXI hasta el siglo v. Igualmente hay tener en cuenta la
evolución importante que ha sufrido el pensamiento de Agustín a lo
largo de sus muchos años de vida tal y como lo expresa H. Arendt:
«Después de su conversión, y en el curso de un largo proceso reconstrui-
ble sobre la base de datos biográficos, los planteamientos cristianos y
los artículos de la fe religiosa ejercieron una creciente influencia sobre
él. El retórico antiguo y el escritor de talento se transformó cada vez más
en el 'Padre de la Iglesia' que ha pasado a la Historia y ha tenido en ella
prolongada influencia, hasta el punto que al final de sus días, en las
Retractaciones, sometió la totalidad de su obra escrita a revisión expre-
sa. Ignorar esta evolución, como nuestros análisis hacen, parece a pri-
mera vista una completa irresponsabilidad» 2. Un modo posible de
hacer dicha tarea evitando, al mismo tiempo, las trampas de la evolu-
ción agustiniana es fijarse en alguna obra cumbre del pensamiento
del de Hipona. Y qué mejor obra para hacerlo que la Ciudad de Dios.
Aunque fue redactada a lo largo de varios años, sin embargo, la ter-
minó poco antes de su muerte con lo que en ella se encuentra el pen-
samiento del Santo en plena madurez, sin temor a matizaciones
posteriores. Esta estrategia permite, además, acudir, si es preciso, a
obras paralelas del mismo periodo de madurez para profundizar el
pensamiento que aparece en la Ciudad de Dios.
Agustín en la Ciudad de Dios hizo una propuesta moral para una
época decadente en la que intuyó la ineludible inclusión de lo divino
en un momento en el que lo humano se desmoronaba por la acción
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8 Ibid., VIII, 8.
9 Cfr. Ibid., X, 3.
10 Ibid., XI, 26.
11 Cfr. A. CATURELLI, »EI principio del orden moral desde la perspecti-
va agustiniana», en Anuario jurídico escurialense XIX-XX (1987-1988), vol.
I, 131-137.
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perarla por la virtud moral. La bondad del ser atrae a la buena con-
ducta para recuperar la forma perdida por el pecado. En este sentido,
Carney habla que la interpretación teleológica (relacional) de la vir-
tud y su interpretación deontológica de la obligación están bien inte-
gradas en la visión global del obispo de Hipona. En esa visión se
mezclan el criterio cognitivo de la búsqueda de la verdad y el conati-
vo del amor, mezclando así la trinidad de la existencia, del amor y de
la verdadl-. Es una visión arriesgada el extraer los deberes éticos de
los ontológicos. Pero al comprenderlo así salva la autonomía moral
del hombre, puesto que es dentro de sí donde encuentra las leyes de
la belleza y la atracción, que se convierte en deber y obligación moral.
«Al poner Agustín en el hombre a la vez un amor natural al Bien supre-
mo como Bien-para-mí y una ley natural que manda amar el Bien
supremo como Bien-en-sí, armoniza en una síntesis coherente el aspec-
to subjetivo y el aspecto objetivo de la ética, la moral de la felicidad y la
moral del deber» 13.
Con estos presupuestos éticos, felicitantes y eudemonistas, Agus-
tín analiza en la primera parte de la Ciudad de Dios, de claro interés
apologético, cuáles han sido las diversas respuestas que se han dado
a la pregunta por el sumo bien. Al hacerlo descubre que los filósofos,
epicúreos, estoicos y platónicos, han buscado por caminos desacerta-
dos el sumo bien, y por lo tanto se han equivocado en sus plantea-
mientos morales. Para alcanzar el sumo bien -aquello que se busca
por sí mismo y que lleva a la felicidad plena-, sea cual sea la respues-
ta dada, se hace necesario aceptar que no es posible conseguirlo en
esta vida y que hace falta abrirse a la dimensión futura de la inmor-
talidad-+. Tanto si se considera el placer como ese sumo bien, o el
controlar las pasiones y el dominio de sí, o la integración con la natu-
raleza, todo tiene su fin y no es posible alcanzarlo con la máxima ple-
nitud en esta vida.
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23 Ench. 114.
24 Civ. Dei XVIII, 4l.
25 Cit en G. ARMAS, La moral de San Agustín, Madrid 1954, p. 43.
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2' Ibid.
29 N. CIPRIANI - G.W. SCHLABACH, «Ética», en A. D. FITZGERALD (Ed.),
!Y cionario de San Agustin, p. 527.
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nificado e indican que la vida de los individuos, en este caso del Santo de
Hipona, tiene una gran carga ética. La vida de Agustín es un texto vivo que
recoge la herencia clásica en decadencia y la orienta hacia una nueva etapa
de la historia.
31 S. ÁLVAREZ TURIENZO, «La Edad Media», p. 353.
32 A. M. JÉRUMANIS, «Dimension esthétique de la théologie morale de
saint Augustin», en Augustiniana 50 (2000) 197-234.
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2. b. Dios Padre-'?
Una de las afirmaciones con más hondura moral que hace Agustín
es la de creer que Dios es creador y ordenador al mismo tiempo, e
hizo la creación ordenando todas las criaturas. Eso es posible porque
domina las leyes de la semejanza y la desemejanza de las partes para
formar en el momento de la creación las hermosuras del universo+".
Creó, por el soplo vital que todo lo vivifica, el cuerpo, y el espíritu+I.
Es autor ordenando las partes de los bellos cuerpos de las criaturas,
y es creador al ordenar también las voluntades. Dió forma a los cuer-
pos y a los espíritus.
Dios repartió, asimismo, todo poder a las criaturas, y creó desde el
interior, dando forma a los seres desde dentro y no desde fuera, como
haría un alfarero+'. Dios distribuyó, conforme una ordenación, las
cosas y la sucesión de los tiempos. Esa ordenación, siendo oculta para
los mortales, es clara para Él. Como moderador, ordena, y como
Señor, rige+'. Él regula los avatares de la historia según sus criterios
que no pierden nunca su justicia, aunque puedan ser ocultos+'. Es
verdadero dueño y gobernador de los acontecírnientos't> y, en virtud
de eso, dispersó los dones de esta vida, entre los que está el poder y el
gobierno+".
Siguiendo este razonamiento, cuando se intenta buscar al autor de
las criaturas, elevándose desde ellas, investigando los medios que uti-
lizó para creadas y el motivo de su creación, Dios aparece en la res-
puesta. Dios, creador de todas las cosas que conoce dónde y cuándo
conviene crear algo, posibilitó con su modo de hacer que el ser huma-
no pudiera volver ascendiendo hacia él desde sus criaturas. Le dió las
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2. c. Dios Hijo
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2. e. Balance provisorio
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3. a. El recurso a la Escritura
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número y medida (Sab 11, 20) él redimensiona esa noticia para esta-
blecer su reflexión a respecto de la creación encauzando el mal hacia
una explicación ordenada y estética.
Es consciente de la importancia de la Escritura en la reflexión e
identidad de la Iglesia y la sigue porque «nos hace cristianosw", y, al
mismo tiempo, sabe que no puede renunciar a la razón bajo pena de
correr riesgos que invalidarían las conclusiones a las que llegase: «Lo
haré apoyándome no solo en la autoridad divina, sino también utilizan-
do en lo posible argumentos racionales» (con vistas a los infieles), pero
anteponiéndola a la razón'". El privilegio de la Escritura le viene por-
que proporciona identidad a lo cristiano y porque su verdad, al ser
una, es más fiable que la verdad de los filósofos cuya desunión les
resta credibilidad. La autoridad de la Escritura destaca por el acuer-
do admirable y asombroso de ambos testamentos'<. señal de la ver-
dad que contienen.
La Biblia impregna toda la teología de Agustín y da contenido a su
ética por medio de los dos grandes mandamientos del amor de Dios
y del prójimo. El amor a Dios y al prójimo son dimensiones esencia-
les de la moral cristiana='. Son los mandamientos supremos de la ley
de Dios y se convierten en la piedra de toque del compromiso vital
cristiano. No las virtudes paganas clásicas, sino la caridad orientada
por la fe y bañada por la esperanza.
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99 Ibid., XI, 4, 2.
100 tua.,
Cfr. XII, 19.
101 Cfr. Ibid., XI, 18.
102 Cfr. Ibid., IV, 33.
103 Cfr. Ibid., X, 15; IV, 27.
104 Cfr. V. CAPÁNAGA,«Introducción», en Obras completas de San Agus-
:ÍI1, vol. XVI, pp. 3Y-38'·'.
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126 Cfr. Civ. Dei XVIII, 49. Cfr. V. CAPÁNAGA, en: Obras completas de San
Agustín, vol. XVII, p. 523, nota 111.
127 Civ. Dei XXII, 24, 1.
128 Cfr. Ibid.,XIV, 26.
129 Cfr. Ibid., XIV, 27; XVIII, 49.
130 Ibid., XIX, 4, 5.
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nos es uno de los elementos en los que se basan para afirmar que Agustín
revisó la ética clásica. Cfr. E. CAVALCANTI,
La revisione dell'etica classica nel
De civitate Dei, pp. 292-323.
133 Civ. Dei XII, 7.
134 Cfr. Ibid., XII, 6.
135 Cfr. Ibid., XIV,5.
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142 Cfr.tu«, V, 9, 3.
143 Cfr. V. CAPÁNAGA,en Obras completas de San Agustín, vol. XVI, p.
839, nota complementaria 65.
144 Cfr. Civ. Dei XXI, 16.
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147 Cfr. M. VIDAL, Nueva moral fundamental, pp. 699-718; ID., «La
«rnundanidad»de la moral cristiana. En las huellas de la Constitución Pas-
toral Gaudium et spes», en Moralia 23 (2000) 173-192.
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negativa del actuar humano, como ha dicho uno de los mayores estu-
diosos de la moral agustiniana: «De esta metafísica optimista se des-
prende una disciplina de la acción, que no atrofia la razón en provecho
de la sensibilidad, al modo epicúreo, ni la sensibilidad en provecho de
la razón, al modo estoico, sino que hace justicia a la una y a la otra,
bajo el control de una ley superior-V+, Tal vez no lo ha expresado de
manera explícita en la Ciudad de Dios, pero sí lo ha hecho en otros
escritos, por ejemplo: Sobre el trabajo de los monjes. Tanto el trabajo
intelectual-mental como el moral o espiritual son necesarios para la
construcción de la ciudad de Dios comenzando en esta vida. Los dos
tipos de tareas, pero especialmente esta última, tienen influencia
directa en el orden temporal y en las realidades terrestres-Y.
En la realización de esas labores, la esperanza es clave en el ciuda-
dano que aspira la Ciudad celestial. Sin esperanza no es posible la
presencia de las virtudes morales. La esperanza garantiza la orienta-
ción hacia el fin, el marchamo que ordena y orienta la vida. Ya que no
es posible llegar a la plenitud de la felicidad en la ciudad terrena, si
no se hace presente la esperanza no habrá plenitud de felícídad->".
Ambas ciudades, la de Dios y las de los hombres, están mezcladas,
caminan juntas y hasta el final de los tiempos no serán separados sus
ciudadanos en el juicio final, conforme el tipo de amor que hayan
vivido. La virtud moral en la peregrinación terrena está orientada a
separar al ciudadano celeste del pecado, del que lo libra la gracia de
Dios. El recuerdo, la llamada de la primera bondad, heredada de
Dios, sirve de modelo para reformarse de la concupiscencia y alcan-
zar la forma que le corresponde, cuestión ésta que no se consigue sin
cierto sacrificio. El sacrificio en el campo moral es el esfuerzo del
alma por recuperar la forma ideal que Dios ha escogido para el ser
humano->". Extiende un puente a la dimensión ascética en el momen-
to que la vida moral supone un cierto esfuerzo y una purificación. Lo
ascético hace caminar hacia la plenitud de la contemplación y de la
unión con Dios en la Ciudad celestial en su dimensión mística.
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161 Muchos de ellos harían reír hoya los mismos niños en período esco-
lar. Realmente resulta difícil entender cómo Agustín acepta, por ejemplo,
los milagros del libro XXII, cap. 8, pero en eso claramente indica que es
hijo de su tiempo. Los aprovecha para resaltar la fe en Cristo. Cfr. F. VAN
DER MEER, San Agustín, pastor de almas. Vida y obra de un padre de la Igle-
sia, Barcelona 1965,pp. 670-708.
162 Ep. 138,2, 15.
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había unido anteriormente, pero sí que hay que reconocer sus dife-
rencias al referirse a ella. Por ejemplo, Tertuliano en su concepción
teológica no sale del quiliasmo y considera el mundo como algo
detestable que le lleva a desear huir a la ciudad celestial, en cuanto
que el Hiponense separa ambas realidades y no aniquila la ciudad
terrena, sino que ofrece pautas para su rescate y regeneración ya
desde el prólogo de su obra. En el paso de la ciudad terrena a la celes-
tial tiene lugar el renacimiento de Roma, de la mano de los empera-
dores junto con los ciudadanos cristianos. Al usar la figura de la
ciudad adquiere una perspectiva realista que supera la concepción de
Diogneto, como se ve también en el sermón 32, escrito antes de
comenzar la Ciudad de Dios. En él critica el enriquecimiento de los
ricos frente a los pobres, la explotación de las casas rurales, la ambi-
ción por los honores y títulos y la inmoralidad de los espectáculosl ":
denunció el evergetismo-V y las diversiones y distracciones ciudada-
nas que vaciaban las iglesias. En aquellos años de conversiones masi-
vas de bárbaros, en los que surgió la ilusión de la instauración de un
imperio cristiano, él no cayó en la falsa ilusión de considerar cristia-
nas las ciudades que permanecían en el paganismo, ni pensadas
como el prototipo de estado terrestre sabiendo que la conversión de
los emperadores no iba a traer una ruptura radical en las costumbres
del pueblol='.
5. CONCLUSIONES FINALES
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que la persona tiene que ser ella misma, formando parte de una fami-
lia, en contacto con los demás con los que tiene que convivir
-entre ellos los excluidos-, bajo un sistema político, unas institucio-
nes sociales y económicas que mantienen el orden que debe garanti-
zar las condiciones de vida mínimas para su dignidad. «Es evidente
que el bienestar de la ciudad no procede de una fuente distinta que el
bienestar del individuo, puesto que la ciudad no es otra cosa que una
multitud de hombres en mutua armoniaw'V', En esta línea, ya se han
hecho algunos intentos de una lectura agustiniana, buscando el ros-
tro más humano de las ciudades y la integración de los ciudadanos en
estructuras más ecológicas y respetuosas de la persona y de la natu-
raleza. N. Bernex afirmó hace unos años: «La vocación de la ciudad
debe ser la de construir comunión entre sus habitantes y esta comunión
debe darse no solamente en las personas, familias, comunidades sino
también en un reencuentro de las persona consigo mismo, preludio de
su reencuentro con los demás y con el espacio» 188. E incluso se ha podi-
do hablar de una ciudad internacional buscando un nuevo orden
ético internacionalts".
Su esquema de pensamiento potencia una visión esperanzada de
la vida al comprender que los males de este mundo son como la ciza-
ña que crece junto al trigo pero que acabará siendo apartada de la
ciudad humana. El pecado y el mal son un desorden social-?? que no
lograrán imponerse a las leyes del orden. Al ser una respuesta para un
momento tan delicado como era la decadencia del Imperio romano,
tiempos convulsos y de desorientación, es posible mantener su valor
para otros tiempos que, siendo muy diferentes, estén necesitados de
un impulso vital para la elevación moral de las personas y de las
sociedades.
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