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Sofía tenía tres juegos favoritos:

Dibujar plantas, escuchar el canto de los


pájaros y pasear por el humedal junto a la
Abuela Rosa.
Lo que más le gustaba de salir junto a su
abuelita, era que podía llevar a cabo sus
estos tres juegos al mismo tiempo.
Sofía sentía que caminar por el humedal era
como estar metida en un cuento, con
árboles mágicos y coipos que, de vez en
cuando, salían a saludar.
.
Ambas esperaban con ansias las
tardes del fin de semana para ir a pasear
por el humedal, por un lado, la abuelita
Rosa llevaba su mate y Sofía guardaba en su
mochila su cuaderno y lápices de colores,
para dibujar todas las plantas que veía en el
camino.

Un día, al llegar al humedal, se dieron


cuenta que había un gran cerco que no les
permitía entrar: “¿qué es esto?”, exclamó
la abuela, Sofía, algo confundida, decidió
espiar por un pequeño hoyo que había
entre las paredes y le dijo: “¡abuela, hay
máquinas!, ¿por qué?, esto es parte de la
naturaleza, ¡no entiendo!”.
La abuela se quedó en silencio
durante unos segundos y le dijo a su nieta:
“vamos a casa”, Sofía no podía creer que
eso estuviera pasando y exclamó: “pero
abuela, tenemos que hacer algo, no
podemos permitir que dañen nuestro lugar
favorito en el mundo”, la Abuela Rosa la
miró y respondió: “así es, no dejaremos
que le hagan daño, pero vamos a la casa,
se me acaba de ocurrir una idea”.
Al volver a su hogar se sentaron en
el comedor, la abuela buscó dos cartulinas
grandes y le preguntó a la niña si le podía
prestar sus lápices: “por supuesto, abuela,
¡dibujemos juntas!”.
Sofía corrió a su pieza y buscó todos
los lápices que tenía, al volver, su abuela le
agradeció su gesto, tomó uno y escribió:
“SALVEMOS EL HUMEDAL”. Luego, le pidió
a su nieta que dibujara lo que más le
gustaba del humedal, Sofía pensó: “haré
miles de plantas”, luego de terminar sus
carteles, fueron a pegarlos afuera del
cerco del humedal.
Isabel, una vecina quien también
disfrutaba mucho de la naturaleza, las vio
dejando sus pancartas, por lo que les
preguntó qué estaban haciendo, la abuela
comenzó a contarle lo que sucedía, la joven
quedó muy sorprendida y dijo: “pero cómo,
si el humedal siempre ha estado aquí –
comentó Isabel preocupada-, allí viven
miles de especies que sólo se encuentran
en este lugar y es parte de nuestro hermoso
territorio, no puede ser que lo cierren ¿qué
podemos hacer para evitarlo?”.
La abuela invitó a Isabel a tomar mate a su
casa para que juntas pudieran pensar qué
hacer, ella propuso citar a una reunión a las
vecinas y vecinos: “pero en esta población
nadie se habla –comentó la Abuela Rosa
desanimada–, la gente pasa y ni siquiera
nos saludamos”, a lo que Isabel le
respondió con tristeza: “es verdad, quizás
sea difícil hacer algo…”
En medio del silencio que se produjo
por la tristeza de Isabel y la Abuela Rosa,
Sofía tuvo una brillante idea: “ya sé, voy a
invitar a la jugar a plaza a todas mis amigas
y amigos, para que dibujemos lo que más
nos gusta del humedal”.
Isabel se entusiasmó ante la propuesta de
Sofía: “me parece una excelente idea”, la
abuela la abrazó, diciéndole: “muy bien,
Sofi, además así las niñas y niños vuelven a
jugar en la plaza, porque hoy casi nadie la
ocupa, nosotras iremos contigo a dibujar y
cuando lleguen sus mamás y papás a
buscarlos, aprovecharemos de comentarles
lo que está pasando y hablar sobre este
importante tema.”
Llegada la tarde del sábado, Sofía
recorrió en bicicleta todas las cuadras de la
población, pasando casa por casa e
invitando a sus amigas y amigos a jugar en
la plaza. Después de eso se fue a los
columpios a esperar. “Ojalá llegue alguien”,
pensó.
Cuando ya habían transcurrido algunos
minutos, sintió que alguien le tocaba la
mano, era un perrito que se había acercado
a saludarla: “bueno, creo que seremos sólo
tú y yo”.
Pero de pronto, grande fue su
sorpresa cuando vio a su abuela e Isabel
con diez niñas y niños a su alrededor, junto
con una gran cantidad de vecinas y vecinos
conversando.
Fue en ese momento que la plaza se
convirtió en un lugar lleno de vida, donde
toda la gente hablaba y reía.
Mientras hacían sus dibujos, las niñas
y niños escuchaban lo que se decía: “¡Pero
si el humedal es muy importante para toda
la comunidad –comentaba una vecina–, no
pueden hacer algo ahí sin decirnos”, por lo
que otra respondía: “es verdad, no
podemos permitir que construyan en ese
lugar.”
Don Alejandro, el dueño de la
panadería de la esquina, exclamó: “¡ay, no
exageren, tal vez no sea tan malo lo que le
hagan al humedal!”.
La Abuela Rosa lo miró enojada y
sorprendida: “¿qué tiene de bueno que
cierren un lugar que siempre ha estado
abierto a todos?, ¿qué tiene de bueno que
pasen por encima de los seres que viven
ahí? Para que nuestros nietos y nuestras
nietas puedan seguir disfrutando del
humedal, hay que protegerlo y no nos
quedaremos de brazos cruzados”. Don
Alejandro no supo qué responderle, así se
fue del lugar.
Luego de ello, la abuela Rosa se
sentó en una de las bancas de la plaza,
preguntado: “¿qué haremos?”
Una vecina le respondió: “gracias por
juntarnos en la plaza, después de esta
conversación podremos pensar en cómo
cuidar el humedal que tanto queremos.”
Al día siguiente, todos los vecinos y
vecinas de la población comenzaron a
hablar sobre lo que estaba ocurriendo con
el humedal; las niñas y niños empezaron a
recrear obras de teatro en la cual
representaban la historia del lugar, Isabel
junto a otras amigas se pusieron de
acuerdo para ir a dar información a las
escuelas, radios y además hacer reuniones
en la plaza, y la Abuela Rosa junto a sus
amigas, tejieron un gran lienzo que decía
“El humedal se defiende”, entre hilos
rosados, celestes y violetas.
Unos meses más tarde, mientras
Sofía paseaba persiguiendo a una
mariposa, se dio cuenta que el cerco ya no
estaba, solo habían unas pocas tablas
botadas, pero ninguna máquina ni barrera.
Con una gran sonrisa, volvió muy rápido a
su casa y le contó entusiasmada a su abuela
lo que había visto.
Sofía la llevó al humedal para que ella
misma pudiera ver lo que ocurría. “¡lo
hicimos, abuelita, pudimos defender el
humedal!”
Y así fue como fueron muy felices a
contarles a toda la población la nueva y
gran noticia.
La gente se abrazaba y celebraba, habían
logrado salvar al humedal y así, cuidar la
tierra, el agua y la naturaleza.
No sólo ellas sonreían, el planeta también
lo hacía.
Concepción, Chile 2019.

-Cuento Libre-

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