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ROBERT L. TRIVERS1
Introducción
El tratamiento que le dio Charles Darwin (1871) a la selección sexual fue por
momentos confuso ya que carecía de un marco general dentro del cual
relacionar las variables que consideraba importantes: la herencia ligada al
sexo, la proporción de los sexos en el momento de la concepción, la mortalidad
diferencial entre sexos, el cuidado parental y la forma del sistema de
reproducción (monogamia, poliginia, poliandria o promiscuidad). Este abordaje
confuso llevó a que otros intentaran demostrar que la terminología de Darwin
era imprecisa, que malinterpretó la función de algunas estructuras y que la
influencia atribuida a la selección sexual estaba muy sobrevaluada. Huxley
(1938), por ejemplo, descarta, sin presentar evidencias ni argumentos teóricos,
la importancia de la elección femenina. Cuestiona el predominio de
adaptaciones en los machos que disminuyan sus posibilidades de
supervivencia, pero que hayan sido seleccionadas por conducir a un alto éxito
reproductivo. Sin embargo, se han logrado avances significativos desde el
trabajo de Darwin. A estas alturas ya se ha clarificado la genética del sexo, y
1 Reimpreso con el permiso de Bernard Campbell: Sexual Selection and the Descent of Man (Chicago: Aldine
Publishing Company), 1972, Aldine Publishing Company.
Fisher (1958) elaboró un modelo para explicar la proporción de sexos en la
concepción, un modelo recientemente ampliado para incluir mecanismos
especiales que operan en condiciones de endogamia (Hamilton, 1967). Los
datos de laboratorio y de campo han confirmado que las hembras son capaces
de realizar elecciones muy sutiles (por ejemplo, Petit y Ehrman, 1969), y
Bateman (1948) ha propuesto una base general para la elección femenina y
para la competencia entre machos. Asimismo, ha elaborado datos precisos
sobre una especie para respaldar su argumento.
Este artículo presenta un marco general dentro del cual considerar la selección
sexual. Intento aquí definir e interrelacionar las variables clave. No se hace
ningún intento de reseñar la vasta literatura dispersa relevante acerca de la
selección sexual. En cambio, se presentan argumentos sobre cómo se puede
esperar que la selección natural actúe sobre los sexos y algunos datos para
respaldar estos argumentos.
Darwin definió la selección sexual como (1) competencia dentro de un sexo por
miembros del sexo opuesto y (2) elección diferencial por parte de miembros de
un sexo de miembros del sexo opuesto, y señaló que esto usualmente significa
que los machos compiten entre sí por hembras y las hembras eligen algunos
machos por encima de otros. Para estudiar estos fenómenos se necesitan
datos precisos sobre el diferencial en el éxito reproductivo analizados por
sexo. Se dispone de datos precisos sobre el éxito reproductivo femenino de
muchas especies, pero es muy difícil recopilar datos similares sobre los
machos, incluso en aquellas especies que tienden a la monogamia. La especie
humana ilustra este punto. En cualquier sociedad es relativamente fácil asignar
con precisión a los niños a sus madres biológicas, pero suele existir un
componente de incertidumbre a la hora de asignarlos a sus padres
biológicos. Por ejemplo, Henry Harpending (comunicación personal) ha reunido
datos bioquímicos sobre los bosquimanos de Kalahari que demuestran que
aproximadamente el 2 % de los niños en esa sociedad no son hijos biológicos
del padre que comúnmente se considera como tal. Y los datos sobre la especie
humana son, por supuesto, mucho más detallados que los datos similares de
otras especies.
Para recopilar datos precisos sobre ambos sexos, Bateman (1948) estudió a
una única especie, la Drosophila melanogaster2, en condiciones de
laboratorio. Usando un individuo marcado cromosómicamente en competencia
con individuos que tenían diferentes marcadores, y buscando esos marcadores
en la descendencia, pudo medir el éxito reproductivo de cada individuo, ya sea
hembra o macho. Su método consistía en introducir cinco machos adultos a
cinco hembras vírgenes, de modo que cada hembra podía elegir entre cinco
machos y cada macho competía con otros cuatro.
Es difícil encontrar buenos datos de campo sobre el éxito reproductivo, pero los
datos existentes, junto con el supuesto de que el éxito reproductivo masculino
varía en función del número de copulaciones 3, respaldan la opinión de que, en
todas las especies, excepto en las que se mencionan a continuación –en las
que el cuidado parental masculino puede ser un recurso limitante para las
hembras– el éxito reproductivo masculino varía más que el éxito reproductivo
femenino. Esto se ve apoyado, por ejemplo, por los datos de libélulas (Jacobs,
1955), babuinos (DeVore, 1965), ranas comunes (Savage, 1961), pollos de la
pradera (Robel 1966), urogallos (Scott, 1942), urogallos negros (Koivisto,
1965), elefantes marinos (LeBoeuf y Peterson, 1969), moscas del estiércol
(Parker, 1970a) y algunos lagartos anolis (Rand, 1967 y Trivers, en
preparación, discutidos a continuación). Existe evidencia circunstancial para
3 La selección debería favorecer a los machos que producen tal abundancia de esperma que les permite fertilizar todos
los huevos disponibles de una hembra con una sola copulación. Además, para disminuir la competencia entre los
descendientes, la selección natural puede favorecer a las hembras que prefieran una paternidad individual para cada
lote de huevos (ver Hamilton, 1964). La tendencia de las hembras a copular solo una o dos veces por lote de huevos
se sustenta en datos de muchas especies (véase, por ejemplo, Bateman, 1948, Savage, 1961, Burns, 1968 y también
Parker, 1970b).
otras lagartijas (por ejemplo, Blair, 1960 y Harris, 1964) y para muchos
mamíferos (ver Eisenberg, 1965). En las especies monogámicas, se esperaría
que el éxito reproductivo masculino varíe del mismo modo que el éxito
reproductivo femenino, pero siempre existe la posibilidad de adulterio y
mortalidad diferencial femenina (que se analiza a continuación). Estos factores
deberían aumentar la varianza del éxito reproductivo masculino sin alterar
significativamente el de la hembra.
Cada cría puede verse como una inversión independiente de otra cría. Una
inversión mayor en una cría tiende a disminuir la inversión en otras. Mido la
magnitud de una inversión parental en relación con su efecto negativo en la
capacidad de los padres para invertir en otras crías: una gran inversión parental
es aquella en la que disminuye fuertemente la capacidad de los padres para
producir otras crías. No existe una correlación necesaria entre la magnitud de
la inversión parental en una cría y el beneficio para esta. De hecho, se puede
demostrar que, durante una temporada de reproducción, el beneficio de una
inversión parental dada debe disminuir en algún momento o, de lo contrario, las
especies no tenderían a producir ningún número fijo de crías por temporada. La
disminución en el éxito reproductivo resultante del efecto negativo de la
inversión parental en formas no parentales de esfuerzo reproductivo (como la
competencia sexual para conseguir parejas) se excluye de la medición de la
inversión parental.
4 En particular, supongo una proporción de sexos en el momento del nacimiento de aproximadamente 50/50 y la
ausencia de mortalidad diferencial por sexo, ya que más tarde derivo la mortalidad diferencial como función de
estrategias reproductivas determinadas por selección sexual. (Maduración diferenciada, la cual no afecta la proporción
de sexos adultos también puede considerarse como una función de la selección sexual). En la mayoría de las especies
la disparidad en la inversión parental entre los sexos es tan grande de modo que los supuestos que se usan aquí
pueden atenuarse con creces.
puede medir calculando la proporción de la cantidad de crías que ese sexo
produce de manera óptima (como una función de la inversión parental
solamente, suponiendo que el valor de la inversión del otro sexo se encuentra
fijado en su valor óptimo) en relación con la cantidad de crías que produce el
sexo limitante de modo óptimo (L/M en la Fig. 1).
En muchas aves, los machos defienden un territorio que la hembra también usa
para alimentarse antes de la puesta de huevos, pero el costo de esta inversión
por parte del macho es difícil de evaluar. En algunas especies, como se
describió anteriormente, el macho puede aprovisionar a la hembra antes de
que ella produzca las crías, pero este aprovisionamiento es generalmente
pequeño en comparación con el costo de los huevos. En cualquier caso, el
costo de la cópula en sí es siempre trivial para el macho, y en teoría, el macho
no necesita invertir nada más para copular. Si existe alguna posibilidad de que
la hembra pueda criar a las crías, ya sea sola o con la ayuda de otros, sería
una ventaja para el macho copular con ella. Por este razonamiento, uno
esperaría que los machos de especies monógamas retengan rasgos
psicológicos consistentes con los hábitos promiscuos. La selección favorecería
que los machos logren diferenciar entre una hembra a la que solo dejarán
preñada y una con la que también criarán a la descendencia en común. Hacia
la primera, el macho debería estar más ávido de sexo y ser menos selectivo
que la hembra hacia él, pero hacia la segunda el macho debería ser más o
menos igual de selectivo que ella hacia él.
Hay otro efecto que se da a medida que pasa el tiempo, y con esto, crece la
inversión de ambos padres en las crías. A medida que aumentan sendas
inversiones, la selección natural puede favorecer que cualquiera de los socios
deserte, incluso si uno ha invertido más en las crías que el otro. Esto se debe a
que la deserción puede poner al compañero abandonado frente a una situación
fuerte: ha invertido tanto que pierde considerablemente si también abandona a
las crías, aunque, lo cual no debería hacer ninguna diferencia para él, su
compañero perdería aún más. La posibilidad de tales situaciones se puede
ilustrar mediante una situación análoga descrita por Rowley (1965). Sucedió
que las crías de dos parejas vecinas de chochines emplumaron
simultáneamente, de modo que no pudieron diferenciarlas, así que ambas
parejas alimentaron a las seis crías indiscriminadamente, hasta que una pareja
"desertó" para criar otra nidada, dejando que sus vecinos alimentaran a las seis
crías, lo cual hicieron, a pesar de que esto significaba que, en efecto, se
estaban aprovechando de ellos.
Las aves deben mostrar adaptaciones para evitar ser abandonadas. Las
hembras, en particular, deben poder protegerse de machos que solo copularán
y no invertirán el esfuerzo parental posterior. Un ejemplo de tal adaptación se
puede encontrar en el falaropo de cuello rojo, Phalaropus lobatus. En los
falaropos, el macho incuba los huevos en soledad y en soledad también cuida
a las crías después de la eclosión (Höhn, 1967; Johns, 1969), de modo que
una gráfica de la inversión parental acumulativa mostraría una inversión inicial
mayor por parte de la hembra que luego permanece igual a lo largo del tiempo,
mientras que la inversión masculina inicial es nula y aumenta de manera
constante, probablemente hasta superar la inversión femenina. Solo la hembra
es vulnerable a ser abandonada, y esto, inmediatamente después de la
copulación, ya que cualquier deserción posterior por parte del macho le cuesta
su inversión en la incubación, quedando las crías con una posibilidad casi
cierta de perecer.
La hipótesis cromosómica
3. Los datos meticulosos acerca de los humanos demuestran que los machos
castrados (que siguen siendo heterogaméticos, por supuesto) sobreviven en
gran medida a un grupo de control de humanos macho similares en otros
aspectos y cuanto más temprana la castración, mayor es la supervivencia
(Hamilton y Mestler, 1969). Lo mismo ocurre con los gatos domésticos
(Hamilton, Hamilton y Mestler 1969), pero no en una especie (la polilla de la
comida), para la que no existe evidencia de que las gónadas estén implicadas
en la diferenciación sexual (Hamilton y Johansson, 1965).
Fig. 5. Igual que en la Fig. 4, excepto que está graficado para el macho en
lugar de para la hembra. En el punto m el éxito reproductivo neto alcanza un
máximo.
El análisis aquí se aplica a especies en las que los machos invierten menos
cuidado parental que las hembras, pero probablemente más de la mitad de lo
que invierten ellas. Asumo que la mayoría de las aves monogámicas cumplen
con esta característica, y he enumerado anteriormente las razones y algunos
datos que apoyan este supuesto. Las razones se pueden resumir diciendo que,
debido a su gran inversión inicial, las hembras parecen estar atrapadas en una
situación en la que no pueden forzar una mayor inversión parental por parte de
los machos y se verían fuertemente apartadas por la selección si redujeran
unilateralmente su propia inversión parental.
Esfuerzo reproductivo
Puede parecer irónico, pero al pasar de una vida promiscua a una monógama,
es decir, al pasar a una mayor inversión parental en sus crías, el macho tiende
a aumentar sus posibilidades de sobrevivir en relación con la hembra. Esta
tendencia se produce porque la inversión parental incrementada disminuye de
manera desproporcionada el esfuerzo reproductivo invertido masculino en la
competencia entre machos para inseminar a las hembras.
Distribución espacial
Los cérvidos se caracterizan por el hecho de que las hembras pueden hallarse
agrupadas o dispersas aleatoriamente, (deVos, Broky y Geist, 1967) al igual
que en el caso de los antílopes (Eisenberg, 1965). Estas diferencias –su
agrupamiento o dispersión– se correlacionan de manera predecible con
diferencias en los atributos masculinos. En general, la agresión entre machos
será más feroz cuanto mayor sea el número de hembras por las que dos
machos luchan en un momento dado. El comportamiento de búsqueda debería,
en cambio, ser más significativo entre las especies altamente dispersas,
especialmente si la dispersión se combina con la imprevisibilidad de su
ubicación.
Distribución temporal
Predictibilidad
Una de las razones por las que los machos en el caso de algunas libélulas
(Jacobs, 1955) pueden competir entre sí por los sitios de oviposición femenina
es que estos son lugares altamente predecibles para encontrar hembras
receptivas. De hecho, los machos muestran varios comportamientos
particulares como probar el agua con las puntas de su abdomen, lo cual
aparentemente les ayuda a predecir sitios de oviposición especialmente
buenos. Estos sitios pueden permitir un éxito reproductivo masculino muy alto
(Jacobs, 1955). En el caso de la avispa asesina (Sphecius spheciosus), los
machos establecen territorios de apareamiento alrededor de los orificios de
emergencia de las colonias, presumiblemente porque este es el lugar más
predecible para encontrar hembras receptivas (Lin, 1963).
Los tres parámetros descritos interactúan, por supuesto, fuertemente, como
cuando una aglomeración temporal muy alta puede reducir drásticamente los
efectos predichos de un fuerte agrupamiento espacial. Sería bienvenida una
clasificación mucho más detallada de las especies con predicciones no obvias,
pero en ausencia de tales modelos presento una lista parcial de factores que
deberían afectar el éxito reproductivo masculino y que pueden correlacionarse
con una alta mortalidad masculina.
Tamaño
Hay muy pocos datos que muestren la relación entre el tamaño masculino y el
éxito reproductivo, pero se cuentan con datos abundantes que muestran la
relación entre el predominio masculino y el éxito reproductivo: por ejemplo,
entre los elefantes marinos (LeBoeuf y Peterson, 1969), los orogallos negros
(Koivisto, 1965; Scott, 1942) los babuinos (DeVore, 1965), y los lagartos
arcoíris (Harris, 1964). Dado que el predominio se establece en gran medida a
través de la agresión, y un tamaño mayor suele ser útil en los encuentros
agresivos, es probable que estos datos revelen en parte la relación entre el
tamaño y el éxito reproductivo. (También es probable que reflejen la relación
entre la experiencia y el éxito reproductivo).
Los mamíferos y las aves también tienden a tener tamaños de camadas fijos y
bajos, lo que puede favorecer a hembras relativamente más pequeñas, ya que
el tamaño de las hembras grandes puede ser relativamente poco importante
para su éxito reproductivo. Entre muchos peces, lagartos y salamandras, se
sabe que el éxito reproductivo de las hembras, medido por el tamaño de sus
puestas, se correlaciona fuertemente dentro de especies con tamaño (Tinkle,
Wilbur y Tilley, 1970; Tilley, 1968).
En forma consistente con esta tendencia, los machos crecen más rápido en
todos los tamaños que las hembras, (Fig. 10) y alcanzan un peso adulto dos
veces y media mayor al de las hembras adultas. La proporción de sexos de
todos los animales está desequilibrada en favor de las hembras, lo que parece
indicar una mortalidad diferencial, pero los factores que podrían producir esa
diferencia no se conocen. Los machos son altamente agresivos y territoriales, y
los machos grandes defienden correspondientemente territorios también
grandes con muchas hembras residentes. No existen datos disponibles sobre
la relación entre el tamaño y el éxito en los encuentros agresivos, pero en el
caso estrechamente relacionado (y conductualmente muy similar) del A.
lineatopus, el 85% de las 182 disputas observadas en campo fueron ganadas
por el animal más grande (Rand, 1967). Las hembras ponen solo un huevo a la
vez, pero es probable que las hembras adultas más grandes pongan huevos
con una frecuencia algo mayor que las más pequeñas, y esto puede deberse
en parte a las ventajas en su alimentación en virtud de una agresividad
dependiente del tamaño. Es que las hembras más grandes recorren un
territorio significativamente más amplio que las adultas más pequeñas. Se ha
propuesto una interpretación alternativa (basada en la competencia ecológica
entre los sexos) para el dimorfismo sexual en el tamaño de los animales
(Selander, 1966), y esa interpretación puede aplicarse al Anolis (Schoener,
1967).
Tasa metabólica
Sellers et al. (1950) han demostrado que las ratas macho segregan cuatro
veces más proteínas que las hembras. Esta diferencia se elimina con la
castración. Dado que los machos sufren más las dietas deficientes en proteínas
que las hembras (ganan menos peso y sobreviven con más dificultad), la
proteinuria ligada al sexo, aparentemente no relacionada con el tamaño, puede
ser un factor causante de una menor supervivencia masculina entre ratas
salvajes (Schein, 1950). (La conexión entre la proteinuria y el éxito reproductivo
masculino es aún poco clara).
Experiencia
Movilidad
A pesar de que Darwin (1971) pensaba que la elección femenina era una
fuerza evolutiva importante, la mayoría de los escritores desde él la han
relegado a un papel trivial (Huxley, 1938; Lack, 1968; pero véase Fisher, 1958 y
Orians, 1969). Con notables excepciones, el estudio de la elección femenina se
ha limitado a demostrar que las hembras son seleccionadas para decidir si una
pareja potencial es de la especie correcta, del sexo correcto y sexualmente
madura. Si bien el valor adaptativo de tales elecciones es obvio, el valor
adaptativo de discriminaciones más sutiles entre los machos apropiados es
mucho más difícil de visualizar o documentar. Uno necesita tanto argumentos
teóricos para el valor adaptativo de tal elección femenina, así como datos
detallados sobre cómo eligen las hembras. No cumplen ninguno de estos
criterios aquellos que aventuradamente atribuyen a la elección femenina (o
masculina) la evolución de rasgos tales como la relativa falta de bello corporal
en ambos sexos humanos (Hershkovitz, 1966) o el gran tamaño de los senos
femeninos humanos (Morris, 1967). Se repasan aquí las consideraciones
teóricas sobre cómo se espera que las hembras elijan entre los machos
disponibles, junto con algunos datos sobre cómo ellas de hecho eligen.
Existen al menos dos condiciones bajo las que se podría esperar que las
hembras fueron seleccionadas para preferir el extremo masculino de una
muestra. Cuando dos especies, recientemente especiadas, se juntan, la
selección favorece rápidamente a las hembras que pueden discriminar entre
esas dos especies de machos. Esta selección puede favorecer a las hembras
que prefieran el extremo apropiado de una muestra disponible, ya que tal
mecanismo minimizaría los errores de apareamiento. La selección natural de
hembras con un mecanismo de elección de este tipo iniciaría entonces la
selección sexual en la misma dirección, lo que en ausencia de una selección
contraria movería a los dos fenotipos masculinos más allá de lo necesario para
evitar errores de apareamiento.
1. Especie correcta
2. Sexo correcto
3. Madurez
Buenos genes
Del mismo modo, Robel (1970) ha demostrado que una hembra dominante
evita que individuos menos dominantes se apareen hasta que ella se haya
apareado, probablemente para acortar su espera y copular mientras que el
macho dominante aún pueda hacerlo. Una segunda razón por la que la
elección de los machos más dominantes puede ser adaptativa es que la
hembra asocia sus genes con los de un macho que, por su capacidad de
dominar a otros machos, ha demostrado su capacidad reproductiva. Es una
observación común entre los cérvidos que las hembras esperen plácidamente
el resultado de la lucha masculina para ir con el vencedor. DeVore (1965) ha
6 N. del T.: El lek (del sueco lek) se refiere a actividades lúdicas placenteras o poco regladas. Frecuentemente se
denomina así al ruedo o sitio de combate, donde un grupo de machos compiten por el apareamiento con hembras.
cuantificado la importancia de la dominancia en el éxito sexual masculino de
babuinos, enfatizando la alta frecuencia de interferencia por parte de otros
machos en la cópula y la tendencia de la elección femenina, que se ejerce a
favor de los machos dominantes. Ese éxito previo puede aumentar la habilidad
con la que los machos cortejan a las hembras, como lo sugiere el trabajo sobre
el urogallo negro (Kruijt, Bossema y de Voss, en prensa), y las hembras pueden
preferir a los machos hábiles para cortejar en parte porque su habilidad se
correlaciona con un éxito anterior.
Buenos padres
No existen razones para suponer que los machos no compiten entre sí para
ponerse en pareja con hembras cuyo potencial de reproducción parece alto.
Darwin (1871) argumentó que las hembras de una especie que se reproducen
temprano por razones no genéticas (como lo es estar en una condición física
excelente) producirían más descendientes que las reproductoras posteriores.
La selección sexual, sostiene, favorecería a los machos que compiten entre sí
para formar parejas con tales hembras. Fisher (1968) ha resumido muy bien
este argumento, pero Lack (1968, p. 157) lo descarta por "poco convincente",
ya que "la fecha de reproducción de las aves ha evolucionado principalmente
en relación con dos factores diferentes, a saber, el suministro de alimentos para
las crías y la capacidad de las hembras de producir huevos. Estos hechos son,
por supuesto, totalmente consistentes con el argumento de Darwin, pues él
simplemente estaba suponiendo una plasticidad en el desarrollo que permite
que las hembras se reproduzcan antes si son capaces de producir huevos. Los
datos presentados también por parte de Lack (1968) apoyan el argumento de
que las hembras que se reproducen antes por razones no genéticas (como la
edad o la duración del vínculo de pareja) son más exitosas que las que se
reproducen más tarde (ver también, por ejemplo, Fisher, 1969 y Coulson,
1966). Goforth y Baskett (1971) han demostrado recientemente que los machos
dominantes en una población de palomas de luto se emparejan
preferentemente con hembras dominantes; estas parejas se reproducen antes
y producen más crías sobrevivientes que las parejas menos dominantes. Sería
interesante contar con datos detallados de otras especies sobre el grado en
que los machos compiten por las hembras con mayor potencial reproductivo.
Los machos son ciertamente a menudo inicialmente agresivos con las hembras
que invaden sus territorios, y esta agresividad puede actuar como un tamiz,
admitiendo solo aquellas hembras cuya alta motivación se correlaciona con la
generación temprana de células sexuales y un alto potencial reproductivo.
Resumen
La inversión parental relativa de los sexos en sus crías es la variable clave que
controla el funcionamiento de la selección sexual. En el caso de que uno de los
sexos invierta considerablemente más que el otro, los miembros de este último
competirán entre sí para aparearse con los miembros del primero. Cuando la
inversión es igual, la selección sexual debería operar de manera similar en
ambos sexos. El patrón de la inversión parental relativa en las especies parece
hoy fuertemente influenciado por la diferenciación evolutiva anterior en células
sexuales móviles que fecundan a las inmóviles, y la selección sexual actúa
para moldear el patrón de inversión parental relativa. La secuencia temporal de
la inversión parental analizada por sexo es un parámetro importante que afecta
a las especies en las que ambos sexos invierten un considerable cuidado
parental: el individuo que inicialmente invierte más (generalmente la hembra)
es vulnerable a la deserción del compañero. Por otro lado, en especies con
fertilización interna y fuerte inversión parental masculina, el macho siempre es
vulnerable al adulterio femenino. Cada vulnerabilidad ha conducido a la
evolución de adaptaciones para disminuirla y contrarrestarla.
Las hembras sufren usualmente de tasas de mortalidad más altas que los
machos entre las aves monógamas, pero en las aves no monógamas y en
todos los otros grupos, los machos suelen mostrar tasas más elevadas. La
hipótesis cromosómica no logra dar cuenta de estos hechos. En cambio, se
puede aventurar una interacción adaptativa basada en la inversión parental
relativa de los sexos. En las especies con poca o ninguna inversión parental
masculina, la selección generalmente favorece las adaptaciones masculinas
que conducen a un alto éxito reproductivo en una o más temporadas de
reproducción a costa de una mayor mortalidad. La competencia masculina en
tales especies solo puede analizarse en detalle cuando se encuentra
adecuadamente descrita la distribución espacial y temporal de las hembras.
Los datos de estudios de campo sugieren que, en algunas especies, el tamaño,
la movilidad, la experiencia y la tasa metabólica son relevantes para el éxito
reproductivo masculino.
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