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KANT Y SU ANTÍDOTO CONTRA LA OBLIGACIÓN POSMODERNA DE SER FELIZ

1 Febrero 2018 ESTIMULANTE

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La obligación cultural de ser feliz podría ser una ruta casi segura a la infelicidad.

Immanuel Kant

Retrato de Immanuel Kant

Actualmente la felicidad está por todos lados —al menos discursivamente. Algunos nos dicen
que la felicidad se encuentra en una lata de refresco y otros que llega sólo cuando hacemos
caso a nuestra intuición. Hay quienes rescatan tradiciones antiquísimas y casi olvidadas para
extraer un sumario de consejos útiles para ser feliz.

Hace unos meses publicamos una crítica contra la actual política del be happy como un credo
existencial contemporáneo: "Sobre la triste obligación de tener que ser feliz". Y es que
extrañamente, en esta atmósfera, hay un rostro de la felicidad contemporánea que tiene los
rasgos del imperativo. Nuestra época nos ha acostumbrado a perseguir la felicidad. Pero, al
emprender dicha persecución, ¿no aceptamos tácitamente que el objetivo puede ser
inalcanzable?

En el magazine Big Think, uno de sus colaborares más asiduos y agudos, Steven Mazie, publicó
un breve texto a propósito de un fragmento de Kant sobre la felicidad. Como sabemos, Kant es
el gran filósofo de la moralidad, un ámbito de la filosofía que inevitablemente se cruza con la
exploración de la felicidad si pensamos que esta ocurre en el territorio de lo compartido.

En Fundamentación de la metafísica de las costumbres, un trabajo de 1785, Kant dedica varias


páginas a este asunto, visto sobre todo a la luz de la razón. Para el legendario caminante de
Königsberg, la felicidad forma parte de una ecuación no tan sencilla en la que están
involucradas la racionalidad, la moralidad y una categoría necesaria para encaminarse hacia la
solución que el filósofo entiende como “sagacidad”: “la habilidad al elegir los medios para
conseguir la mayor cantidad posible de bienestar propio”.

Chris BarbalisPor Chris Barbalis

Hasta este punto, el sistema podría funcionar y, como si se tratase de un mecanismo perfecto,
ofrecernos un resultado claro sobre qué significa ser feliz, qué se necesita para conseguirlo.
Sólo que no es tan fácil, no por un último ingrediente: la experiencia, uno de los nombres de la
subjetividad. La experiencia personal determina si encontraremos la felicidad en un auto
nuevo o en nuestro platillo favorito, si al observar un atardecer o en el abrazo de alguien a
quien queremos y que también nos quiere. Experiencia que además se transforma y cambia al
ritmo de nuestra propia vida. Por eso, por la experiencia, es tan complicado decir con
seguridad qué nos haría felices en este momento. Al respecto, escribe Kant:

"Ahora bien, es imposible que un ser, por muy perspicaz y poderoso que sea, siendo finito, se
haga un concepto determinado de lo que propiamente quiere en este sentido. Si quiere
riqueza ¡cuántas preocupaciones, cuánta envidia, cuántas asechanzas no podrá atraerse con
ella! ¿Quiere conocimiento y saber? Pero quizá esto no haga sino darle una visión más aguda
que le mostrará más terribles aún los males que ahora están ocultos para él y que no puede
evitar, o impondrá a sus deseos, que ya bastante le dan que hacer, necesidades nuevas.
¿Quiere una larga vida? ¿Quién le asegura que no ha de ser una larga miseria? ¿Quiere al
menos tener salud? Pero ¿no ha sucedido muchas veces que la flaqueza del cuerpo le ha
evitado caer en excesos que habría cometido de haber tenido una salud perfecta?, etcétera.
En suma, nadie es capaz de determinar con plena certeza mediante un principio cualquiera
qué es lo que le haría verdaderamente feliz, porque para eso se necesitaría una sabiduría
absoluta."

Yue Minjun

Óleo de Yue Minjun


La idea de felicidad de Kant es un poco como una matriz matemática en la que la totalidad es
un meta-valor que la hace funcionar. No está ahí entre sus elementos, pero es necesario. Una
totalidad que implica conocer todos los factores posibles de una situación para poder prever
su resultado. Sólo que, en cuestiones humanas, morales, esto es imposible. Por eso, nos dice
Kant, nadie puede decir con qué sería feliz totalmente.

Al glosar este y otros pasajes en que el filósofo se ocupa del asunto, Mazie nos guía por los
razonamientos kantianos para hacernos ver que la felicidad puede no entenderse como una
búsqueda, sino como apenas el corolario de una tesis mucho más amplia. Una de las
enunciaciones del imperativo categórico —clave de la filosofía kantiana, formulado por
primera vez en esta Fundamentación…—, dice:

Obra de tal modo que te relaciones con la humanidad, tanto en tu persona como en la de
cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio.

Según Mazie, este “imperativo práctico” nos hace considerar a las personas con quienes
tratamos a diario como eso, personas, no sujetos que están ahí para complacernos o que
sirven a nuestros propios fines, sino como personas “con una dignidad en común que merecen
nuestro respeto”. El hombre o la mujer a quien le compramos un café todas las mañanas es un
ser humano con una existencia singular, con sus cualidades, sus problemas, su propia historia
que por una coincidencia improbable llegó a coincidir con la de ese cliente que a las 8:35
ordena un café americano.

¿Y qué tiene que ver eso con la felicidad? En el ámbito de la ética kantiana, que la única forma
de comportarse con esa persona que prepara tu café de camino al trabajo es como si
supusieras que esa acción se convertirá en ley universal, dicho de otro modo, como si cada uno
de tus actos se convirtiera ipso facto en una norma que el mundo entero estaría obligado a
cumplir. ¿Te gustaría que, de esa mañana en adelante, todos estuviéramos obligados a ser
descorteses con quien prepara nuestro café?

Ahora sí tiene sentido el imperativo categórico de Kant, ¿no? Como vemos, se trata menos de
una obligación hueca como la contemporánea —un “Sé feliz” que se agota en el imperativo de
la consigna— y más de una actitud coherente con un sistema más amplio en donde la felicidad
es apenas un engranaje, un elemento de una vida mucho más plena: la vida en el mundo que
es, al mismo tiempo, filosofía y praxis.

Por Juan Pablo Cahz

via pijama surf

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