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de Huesca
Seminario
Memoria y
desacuerdo:
políticas del archivo,
registro y
álbum familiar
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Programa
de la imagen
de Huesca
Seminario
Memoria y
desacuerdo:
políticas del archivo,
registro y
álbum familiar
Huesca / 2016
Memoria y desacuerdo: políticas del archivo, registro y álbum familiar
Seminario de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo
Sede Pirineos. Huesca, del 20 al 22 de octubre de 2016
Organiza:
Universidad Internacional Menéndez Pelayo
Diputación Provincial de Huesca
Directores:
Pedro Vicente. Director del Programa ViSiONA. Diputación Provincial de Huesca.
Universidad Politécnica de Valencia
Víctor del Río, profesor de la Universidad de Salamanca
ISBN: 978-84-92749-62-1
Edita:
Diputación Provincial de Huesca
Dirección editorial:
Pedro Vicente
Víctor del Río
Textos:
Rocío Abellán Muñoz
Sara Álvarez Sarrat
Simón Arrebola Parras
Clara Isabel Arribas Cerezo
Ester Barón
Ruth Barranco Raimundo
Marta Belmonte Castellanos
María Antonia Blanco Arroyo
María Blasco Cubas
Johanna Caplliure
Antonio Cardiel
Juan Antonio Cerezuela Zaplana
Teresa Chafer Bixquert
Araceli Corbo
Irene Covaleda Vicente
Lourdes Delgado Fernández
Mar García Ranedo
Juan Gil Segovia
Natalia Juan García
Sergio Luna Lozano
Ana Martí Testón
Carlota Marzo
Natividad Navalón Blesa
Pedro Nogales
Maite Ortega
José Luis Panea
Asís Pérez Casas
Antonio Pérez-Portabella
Ana Pol Colmenares
Vicente Ponce Ferrer
Víctor del Río
Rita Sixto Cesteros
Belén Sola
José Carlos Suárez
Soledad de Val
Arola Valls
Pedro Vicente
Milagros María Vicente Sáez
Las imágenes en
el ejercicio de
la memoria.
Representaciones
del pasado
ÍNDICE
Resumen
Palabras clave
Abstract
This communication deals with the use and creation of images in the memory
exercise. It considers two cinematographic works: Shoah, by Lanzmann, and
S-21. La machine de mort Khmère rouge, by Rithy Panh, to observe the use or
rejection of archive images, the staging of body memory (following the conception
of memory according to Bergson) and the use of pictorial representation.
Keywords
1.
2.
Lanzmann trabajó durante más de diez años hasta estrenar Shoah, más de
nueve horas de testimonios de los supervivientes que habían estado en el centro
del exterminio de los judíos europeos durante el Tercer Reich. Durante el proceso,
fue inventando tanto el método como su objeto (Chevrie, 2009: 63 y 69). Una de
las primeras decisiones metodológicas —y que mayor polémica ha generado—
fue el rechazo a utilizar imágenes de archivo, ni fotográficas ni cinematográficas.
Cuenta Lanzmann (2011: 412 y ss.) en sus memorias la visita que hizo a Kissel,
“un judío alucinado, obsesivo y enérgico, que […] había tapizado todas las
habitaciones del piso donde vivía con fotografías […] tomadas básicamente
en el gueto de Varsovia. […] Los tres días que pasé a su lado me curaron
para siempre de las imágenes de archivo”. Algunas eran fotos atroces y otras
—fruto de las campañas de propaganda nazi— mostraban una vida tan feliz
como artificiosa. Eran las imágenes que, cada vez con distintos comentarios,
aparecían en los documentales sobre los guetos. La visión que de esa “valiosa
leonera macabra” ofrece, da algunas pistas sobre los motivos de la decisión:
la falta de precisión para fichar documentalmente cada imagen, la duda sobre
la procedencia de los documentos, incluso la posibilidad de “falsificación de la
historia” (Torner, 2005: 52) al poder tomar el punto de vista del verdugo como
irrefutable documento. Pero estas imágenes además solo estarían rodeando lo
Rita Sixto Cesteros ı 237
que Lanzmann perfila como objeto del proyecto: el exterminio en sí mismo; sin
reconstrucción cronológica, ni relato de causas; únicamente Shoah: catástrofe.
Y “sobre el exterminio propiamente dicho no hay nada” (Chevrie, 2009: 64).
Por un lado, la eficacia nazi en la cadena de muerte y en su silenciamiento, el
empeño en el borrado sistemático de cualquier tipo de huella. Por otro lado, la
imposibilidad material del registro visual de los acontecimientos claves: la muerte
en el interior de las cámaras y los camiones de gas. Lo irrepresentable (Sánchez-
Biosca, 2006: 87); “la falla geológica, el punto ciego: no hay imágenes de nada
de lo que hablamos” (Torner, 2005: 25). Y si existieran habría que destruirlas
(Lanzmann, 2011: 466), ya que ninguna podría dar cuenta de la magnitud del
suceso; así, sobre un brevísimo film que documenta una ejecución de judíos en
Letonia, afirma: “este film no quiere decir nada, en cierto modo todos los días
vemos algo así. A eso lo llamo imágenes sin imaginación. Solo son imágenes,
no tiene fuerza” (Chevrie, 2009: 64). Porque aunque hubiera dispuesto de más
material, continúa:
Srebnik camina ahora por una pista de tierra, se para, y dice: “Difícil de reconocer,
pero era aquí. Aquí quemaban gente. […] Sí, este es el lugar”. El reconocimiento
se confirma y surge la imagen-recuerdo. La imagen ha sido elegida, convocada
por el presente, se ha deslizado en la percepción actual. Toda percepción atenta
—explica Bergson— provoca un circuito de ida y vuelta en el que las imágenes-
recuerdo se conducen al encuentro de la percepción (op. cit. pág. 117). La
totalidad de la memoria entra en el circuito, puesto que la memoria está siempre
presente. Una vez que Srebnik confirma el lugar, la cámara en rotación descubre
el paisaje; es “[l]a tierra que gira en torno al presente inmóvil del superviviente.
[…] una apuesta temible formulada con claridad: Lanzmann se niega a declarar
que la Shoah pertenece al pasado” (Torner, 2005: 24). Srebnik recuerda en voz
alta los camiones, los hornos, los cuerpos, “las llamas subían hasta el cielo”;
imágenes de su memoria que convocan a nuestro imaginario. Se adentra en el
lugar vacío, la cámara le sigue: “No se puede contar. […] Ni yo mismo, hoy”.
Rita Sixto Cesteros ı 239
La primera vez que trató de hablar con Srebnik, Lanzmann (2011: 433-437) no
consiguió comprender casi nada de lo que le decía. Tuvo que viajar él mismo a
Chelmno para conocer el lugar, y volver después provisto de lápiz y papel, para
que cada uno pudiera dibujar su recuerdo del lugar y corrigiéndose mutuamente
iniciara Srebnik la puesta en marcha de su memoria. Juntos volverán al lugar
no para representar el pasado, sino para propiciar que este actúe: el cuerpo
(percepción y afección) es “el plano último de nuestra memoria […] la punta
moviente que en todo momento nuestro pasado impulsa hacia nuestro
porvenir” (Bergson, 2006: 250). Lanzmann ubica al sujeto —ahora actor— “en
una situación de gestos idénticos”, “la verdad se encarna y él revive la escena;
de pronto, el saber se encarna. En realidad —concluye Lanzmann— es una
película sobre la encarnación” (Chevrie, 2009: 65).
3.
para someter todo un pueblo a una ideología única, para eliminar toda
resistencia, todo pensamiento individual, toda veleidad de libertad, hay que
pasar por la abolición de la memoria. Lo que explica en parte el fenómeno de
amnesia que sigue al crimen. Y esto impide el duelo (Panh, 2009: 65).
Mientras hablan, los rostros de los verdugos entran en relación con los retratos
de sus líderes, cuyas fotos cuelgan de las paredes que la cámara encuadra.
Sobre la mesa las fotos de las víctimas (Bophana2 se hace presente). Aparecen
también otras fotos utilizadas por el régimen como método de análisis; cualquier
incidente (suicidios de presos, muertos en interrogatorio) debía ser fotografiado
para ser convenientemente informado: sobre la fotografía se analizaban
gráficamente las causas para no repetir errores. A pesar de declararse víctimas
ellos mismos —adoctrinados y atemorizados— con las fotos en sus manos, los
verdugos no pueden no recordar; aun tratando de esquivar su responsabilidad,
no pueden —al cerrar el sentido de cada foto— dejar de reconocer sus actos.
La vuelta al lugar actualiza la memoria. Si en Shoah son las víctimas las que
reviven las escenas (el canto de Srebnik, la peluquería de Bomba) para
que la verdad se encarne (según Lanzmann), en S-21 son los verdugos los que
sucumbirán ante la memoria corporal. Según cuenta Panh (2009: 68) uno de los
guardias solo conseguía dar testimonio a través de los eslóganes aprendidos
en el centro de formación: “Le costaba describir su trabajo sin gritar. […] como
si otra mecánica de la memoria se hubiera puesto en marcha: el automatismo
del gesto, la rutina del crimen”. Panh invita a los guardianes a recorrer de
nuevo las celdas, a inscribir de nuevo en el lugar “sus gestos de rutina”, lo
cual les conducirá a revivir las escenas “con una precisión alucinante y según
una cronología minuciosa” (ibíd.). Mientras suenan himnos de la Kampuchea
Quien facilita la voz de los verdugos, quien les interroga, es el pintor Vann Nath,
también él superviviente de la prisión, que fue durante diez años “el personaje
central” del trabajo de Panh (2009: 66) sobre la memoria. Nath cuenta su propia
detención mientras pinta un cuadro que representa la cuerda de presos —los
ojos vendados, la soga al cuello— entrando ya de noche al edificio. El pintor
continúa trazando (su autorretrato, quizá), al tiempo que la cámara oscila entre
su rostro, la paleta y el fragmento del cuadro que la voz refiere; toda la historia
está allí representada. Fue precisamente la pintura lo que salvó al pintor, quien
fue “retenido” para retratar al líder. Así construye ahora Panh la secuencia,
en la misma sala donde pintaba, terminando de nuevo con sumo cuidado la
efigie de Pol Pot, en un cuadro que reproduce la escena: el guardián le observa
mientras, según cuenta Nath, le hablaba de Van Gogh y Picasso, de quienes
él jamás había oído hablar. En otra secuencia han colocado un caballete con
un cuadro en el que se representa ese mismo lugar lleno de presos tumbados
en el suelo formando hileras, tal como les obligaban a permanecer. Al lado del
cuadro Nath narra su propia experiencia, ante cinco guardianes que asisten a
esta lección que el pintor imparte. Como en el colegio, Nath hace preguntas
muy difíciles de contestar, y la cámara recorre el lienzo: vemos las manos del
pintor detenerse abiertas en contacto con los prisioneros representados; no
comprendo la razón de tal salvajismo (S-21: 30:10) —le oímos decir—. Vann
Nath se muestra tranquilo, quizá porque ha hecho memoria a través de sus
pinturas. Representan diferentes escenas, algunas desde su propia experiencia
en S-21 y otras según se las han contado. Responden a lo que Gombrich (1987:
237 y ss.) denominaba el “principio del testigo ocular”, desarrollado por los
Rita Sixto Cesteros ı 243
El testigo ocular imaginario […] nos hace partícipes vicarios […] nos muestra
lo allí sucedido pero también, implícitamente, lo que nos sucedió o pudo
sucedernos a nosotros, tanto en lo físico como en lo emotivo. Comprendemos,
sin tener que pensar mucho […] No hay diferencia de principio entre la
imagen y esa foto entre un millón con la que sueña el reportero de guerra
fotográfico (Gombrich, 1987: 238).
3. El interior del museo Tuol Sleng Genocide Museum puede recorrerse desde la página de
Google Maps. Cabe observar tanto las pinturas de Nath, como las fotografías de prisioneros
o las realizadas por los vietnamitas al liberar la prisión.
244 ı Las imágenes en el ejercicio de la memoria. Representaciones del pasado
4.
Decía Panh (2009: 66) que “por una parte, está el saber teórico, fruto del
indispensable trabajo de los historiadores […] y, por otra, el estupor retrospectivo
de todo un pueblo”. Es ese estupor el que ha de procesar la memoria, que no
es un almacén, un receptáculo neutro, sino “un conjunto de prácticas, a través
de las cuales los sujetos van construyendo la propia identidad” (Cruz, 2002: 14).
La memoria no es la historia ni el archivo. “Debe seguir siendo humana” (Panh,
2009: 66), o sea, frágil, interesada, selectiva, más cualitativa que cuantitativa;
debe seguir estando “en nuestras manos” (Cruz, 2002: 25).
Los medios tecnológicos han venido modificando sin duda nuestra experiencia
del tiempo. Los soportes técnicos acumulan archivos tan propensos a la memoria
como al olvido. Quizá nunca antes haya sido tan necesaria la distancia estética:
la distancia capaz de abrir el pasado cerrado del documento para insertarle una
profundidad que, al activarlo, nos lo aproxime. La distancia estética construye
el relato, la escena, el lugar en que percepción, memoria e imaginación pueden
transformar la historia y el archivo en una experiencia compartida. La literatura,
el cine, la fotografía, el dibujo…, el arte en cualquiera de sus formas, son medios
privilegiados para —desde su saber hacer— procesar el pasado como una
cualidad temporal, y hacer de la memoria un ejercicio vital.
Referencias bibliográficas
Filmografía