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Derecho, Justicia, Realidad – por Yeshayahu Leibowitz

“Es el derecho del pueblo judío el que impera sobre esta tierra,
nuestro derecho, por sobre el derecho del pueblo árabe-palestino”.
Estas frases y otras semejantes, ocupan un amplio lugar dentro del
discurso propagandístico, e incluso político, que mantenemos al
interior de nuestra sociedad y transmitimos hacia el mundo exterior,
discurso que se vuelve ideología y, a su vez, programa político.

Este discurso no tiene ninguna justificación y se erige en su totalidad


sobre aquello que los lógicos denominan “error categórico” (category
mistake). Ningún pueblo tiene ningún derecho sobre ninguna
tierra. La tierra es un dato objetivo y, en cambio, “derecho” y
“pueblo” son construcciones de la conciencia humana. “Derecho” es
una categoría legal y no vale más que respecto a la realidad
institucional que a su vez fue definida por la ley y fijada por los
hombres. Es un término que carece de significado respecto a la
realidad natural o respecto a cualquier realidad histórica dada.

¿Cuál es el derecho que tengo sobre el reloj que llevo abrochado en


mi muñeca? ¿Por qué razón tengo “derecho” justamente yo sobre
este reloj y no nadie más? Existen varias razones para que ello sea
así y el hecho de que están todas presentes, es condición necesaria
para que sea vigente este derecho.

1) Yo y otras personas -entre las cuales impera un protocolo


determinado en cuestiones relativas a este derecho- existimos juntos
dentro del marco de una sociedad que fijó la institución jurídica de la
propiedad privada o personal y que regula las relaciones entre los
hombres en lo que atañe a los bienes y las posesiones.

2) El “yo” es un ente definido desde el punto de vista objetivo como


“personalidad”, es decir, como unidad jurídica definida en el marco
del mismo sistema legal.

3) Mi derecho a mi reloj como parte de mi propiedad está basado en


criterios de propiedad elaborados por aquel sistema: lo compré en
forma legal y pagué dinero por él, o lo recibi de regalo o como
herencia, etc.

4) Sí se despertaran dudas respecto a este derecho mío o hubieran


aquellos que lo reclamen, existe una autoridad institucional, aceptada
y reconocida, para decidir la disputa: el juez, quien dictamina de
acuerdo a su entender o en función de la ley vigente.

Todos estos factores, los cuales fundamentan el Derecho, están


ausentes en lo que se refiere a la relación de un pueblo con otro, o de
un pueblo con su tierra. El “pueblo” no es un ente natural, que
admita definiciones objetivas; “pueblo” es un fenómeno de la
conciencia, existe en la medida en que se tiene la conciencia de su
existencia, y no la tiene fuera de ella. ¿Acaso hay un pueblo británico
o más bien hay un pueblo inglés, un pueblo escocés, un pueblo galés,
etc.? ¿Existe una respuesta objetiva a tal pregunta? ¿Qué es el
pueblo alemán, unicamente la población de las dos Alemanias o se
incluyen ocho millones de austriacos y cuatro millones de suizos-
alemanes, que hablan la misma lengua, tienen la misma literatura y
tradición cultural y que incluso vivieron bajo el mismo marco político
la mayor parte de su historia? Los hindúes, quienes nunca tuvieron
una lengua en común, ¿son acaso un “pueblo”? ¿Quiénes conforman
el pueblo árabe, toda la población que va desde el Océano Atlántico
hasta el Golfo Pérsico o, más bien, debemos hablar de un pueblo
marroquí, un pueblo egipcio, sirio, iraquí etc.? ¿Acaso los dos
millones de residentes árabes en la Tierra de Israel son el “pueblo
palestino” o sólamente un fragmento del pueblo árabe? ¿Existe el
pueblo judío? Desde la perspectiva de muchos judíos (no de todos)
existe el pueblo desde hace 3 500 años hasta hoy. Por otra parte,
desde el punto de vista de la mayoría de los historiadores y de los
teóricos sociales y políticos, del siglo XIX y XX, liberales y también
marxistas, el pueblo judío cesó de existir ya. A todas estas preguntas
y otras semejantes no hay respuesta objetiva. La única respuesta
puede establecerse sólo en base a la conciencia.

El ser de la conciencia no posee derechos en el sentido jurídico, sus


derechos no existen mas que en su propia conciencia. La relación
entre un “pueblo” y una tierra determinada no se establece a partir
de una ley, y en ello se diferencia fundamentalmente de la relación
que hay entre una “persona” (como unidad jurídica reconocida) y su
propiedad. La relación entre un pueblo y una tierra no es ni siquiera
un hecho natural. Una tierra pertenece a algún pueblo específico
sólo desde la conciencia de dicho pueblo y no a partir de datos
objetivos. Bienaventurado es el pueblo cuya relación hacia la que él
percibe como su tierra, es reconocida también por los demás, pero si
acaso esta relación es puesta en duda por aquellos que no
pertenecen a este pueblo, resulta imposible fundamentarlo sobre
algún argumento de carácter legal. inclusive el hecho de que en un
momento histórico determinado un territorio específico se encuentra
poblado por un grupo determinado, no se considera una justificación
de dimensión jurídica. “Cualquier propiedad que no sea posible
justificar, no es propiedad” (en t‫י‬rminos jurídicos generales y hasta
racionales de la legislaci‫ף‬n de propiedad del Talmud), y no hay pueblo
en la historia, ni en el presente, cuya presencia en una tierra no haya
levantado reclamos de otros. Ninguna justificación “histórica” del
derecho de un pueblo sobre una tierra espec‫ם‬íica (que se fundamente
en “nuestros padres y los padres de nuestros padres”) puede
considerarse vigente en el ámbito de la argumentación legal, ya que
la historia, es decir, el pasado, no existe en el presente mas que en
la conciencia. (En este sentido sugerí la pregunta, en un programa
televisivo, de “¿cuál es el derecho del pueblo sueco sobre Suecia?”.
dicha pregunta provocó gran sorpresa y enojo entre muchos
espectadores).

La relación entre el pueblo y su tierra, existe en la conciencia del


pueblo como dato independiente que no admite objeción ni permite
tampoco ser sostenido a través de argumentaciones jurídicas, para
él, ello es parte de la realidad de su conciencia. Es en este sentido
que el “hecho” es aun más profundo que cualquier relación legal. Y a
pesar de ello, en la conciencia de los hombres que no forman parte
de este pueblo, el derecho sobre aquella tierra no existe, a menos,
que estén acostumbrados a una situación de facto existente, donde
no haya nadie que presente una objeción real sobre él. Este es el
significado del “derecho” que tiene el pueblo sueco sobre Suecia.

Israel-Palestina. Esta tierra, denominada Eretz Israel (Tierra de


Israel) por los judíos y Palestina para los árabes, fue la tierra del
pueblo de Israel en un sentido real. Con la destrucción del Templo y
el exilio que vino como consecuencia, el pueblo perdió la posesión de
esta tierra. Pero el pueblo continuó existiendo con una conciencia
nacional propia hasta el día de hoy. Para los judíos, quienes han
experimentado esto en su propia conciencia, esta tierra es del propio
pueblo, aun antes de cualquier reclamo de “derecho” y ningún
argumento contrario puede arrancar esta idea de sus corazones. Sin
embargo, en el transcurso de una controvertida historia -que no tiene
compostura- se desarrolló el mismo tipo de relación entre esta tierra
y otro pueblo, que desde su perspectiva la considera propia, bien si
su “derecho” es reconocido por otros, bien si no lo es. Respecto a
este conflicto, el argumento de “derecho” de las dos partes o la
afirmación de preferencia del “derecho” de una de ellas, carece de
significado. Consideraciones de “justicia” histórica se vuelven
irrelevantes. No se trata de un conflicto entre dos “derechos” -los
cuales no existen como no existe siquiera el “enfrentamiento entre la
justicia del uno y la del otro”- puesto que la categoría legal (e incluso
moral) de “justicia”, no vale en este caso. Este conflicto no tiene una
soluci‫ף‬n “justa” en base a criterios de carácter legal o de evaluación
de los “derechos” de las dos partes. De la situación creada como
producto de esta complicaci‫ף‬n histórica, no hay más que una única
salida posible, a pesar de que ninguno de los dos lados reconozca la
justicia de esta solución ni se sienta absolutamente conforme con
ella, a saber, la división de la tierra entre los dos pueblos. De
no ser así, la alternativa será una guerra total que como fin tendrá un
holocausto.

Es posible que las relaciones entre judíos y árabes durante la última


generación estén ya demasiado corrompidas y no tengan arreglo
posible. Ciertamente es así en la situación que se creó como producto
de la conquista de toda la tierra por parte de los judíos durante la
guerra de los seis días (1967) y dificilmente ambos pueblos aceptarán
voluntariamente la división de la tierra. Por ello, la única salida a la
cual debemos aspirar es, la división de la tierra a través de un
acuerdo impuesto a las dos partes, por medio de la fuerza de las
grandes potencias.

Traducción: Leonardo Cohen

Originalmente publicado em: http://judaismohumanista.ning.com

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