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Carlos Becerra
Israel Ramírez Montiel
Universidad Autónoma Metropolitana -Iztapalapa
Introducción
La poesía de José Carlos Becerra (1936-1970) es, muchas veces, autobiográfica. Octavio
Paz, por ejemplo, opina que en su libro central, Relación de los hechos –título que apela a
una escritura testimonial– el mundo no aparece, sino sólo el yo. Como todos los poetas
jóvenes –continúa Paz– Becerra más que atender al mundo externo, miraba y buscaba “su
realidad. Relación de los hechos sería en buena parte la “narración de esa correría y ese
tropiezo” (554). Con frase concisa describe Paz la nostalgia que impregna el libro: “[…] el
poeta se vuelve hacia su pasado en busca de ese instante en que realmente fue (ibíd.).
Ahora bien, parafraseando a Paul de Man, podría decirse que toda la literatura es
que dicha premisa también funciona a la inversa. Es decir, todo texto que se denomina
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estaría atrapado en el mecanismo que le configura: el lenguaje simbólico. Ya sea que el
materia prima, siempre operará una desfiguración en sentido inverso al pacto de lectura.
Cómo puede observarse, se abre un problema que tiene que ver tanto con la recepción como
El pacto de lectura consiste en un ajuste de verosimilitud que tiene que hacer el lector,
respecto del marco factual donde acaece su acto de lectura y la realidad propia que
ficcionales es entrar en una serie de símbolos consensuados a través de los cuales consume
predeterminar el tipo de especulación que deberá establecerse con una determinada lectura,
lugar, central o no, que ocupará el referente o metonimia en el discurso. Mientras que para
un texto de ficción, nos dice de Man, la metonimia sólo es soporte de la metáfora, es decir
es el fin y el sentido del texto, y las metáforas y tropos se le subordinan, de alguna manera
realidad concreta, fidedigna o cosa objetiva que exista en el mundo. Puede funcionar como
cuenta que ese contrato es una especie de pantalla interpuesta entre él y el lenguaje, que
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todo el intercambio entre ambos lados es irremediablemente desfiguración y borramiento,
pero que gracias a esa pantalla, a esa estructura ilusoria, él puede asumir una actitud de
La autobiografía –nos dice Paul de Man- no es un “[…] género ni un modo, sino una
figura de la lectura o de la comprensión que tiene lugar, en algún grado, en todos los
textos” (149). Éste, según veo, es el primer momento en todo texto autobiográfico: el
contrato de lectura del que habla Pilippe Lejeune. Pero al mismo tiempo es el último,
porque este tiene que recubrir de tal forma todo el texto para que éste mantenga su
credibilidad de principio a fin. Ya lo dice Ricardo Piglia: “Como ningún otro texto, la
mismo esa subjetividad se ciega, es el lector quien rompe el monólogo, quien le otorga
referencialidad de toda ficción. Una vez que hemos aceptado el pacto, entramos en el
cual también se mantiene el autor, en tanto su labor escritural desfigura, tiene lugar una
realmente fue. Al mismo tiempo el acto de recordar implica un desdoblamiento del yo y una
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centrarme en el acto de evocar como eje primordial de la creación del texto autobiográfico
de José Carlos Becerra. Primero, según el esquema que he esbozado, todo parece indicar
autobiográficos en prosa. Es decir, que estaría asumiendo la forma (verso / prosa) como
no depende necesariamente de una forma o género particular (Miraux 130). Esto trataré de
mostrarlo mediante mi esquema de análisis, en que el pacto es, ante todo, el articulador
de lectura es excluir al autor y al proceso constructivo del texto, que también están
inmersos en la ilusión del convenio. De manera que, estimo, los textos poéticos de Becerra
En realidad, José Carlos Becerra sólo tiene dos libros de poesía publicados en vida. El
primero se lo publica Juan José Arreola en 1965, Oscura palabra; el segundo, Relación de
los hechos, se publica dos años después, luego de haber recibido premios de poesía en
de la Fundación Guggenheim, hace un viaje por Europa y antes de dejar Italia para pasar a
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Grecia lo sorprende la muerte en Brindisi a bordo de un Volkswagen destartalado. Tenía
treinta y tres años cuando muere. A aquellos dos poemarios, se agregaran algunos textos
más para conformar el tomo de sus obras, que en 1973 editan José Emilio Pacheco y
Gabriel Zaid. Pero ahora el que me interesa es el libro primero de Becerra, Oscura palabra,
por cuanto contiene evidentes marcas autobiográficas que lo convierten en un texto único
Publicado en 1965, el libro está constituido por un único poema, por lo que contiene
sólo 15 páginas, empero de una calidad poética y una elocuencia emotiva sorprendentes.
Está dividido en siete partes con numeración románica. Quizá si el autor no hubiera
utilizado esta numeración, su texto bien hubiera aparentado un diario poético, puesto que
cada apartado está antecedido por una fecha concisa –día, mes, año– y por el nombre de la
ciudad en que fue escrito. En este sentido, dos ciudades se alternan: México y
Villahermosa. También se alternan dos formas poéticas: el poema en prosa y el verso libre.
No obstante esta estructura tendiente a lo narrativo, casi no hay narración, ésta se reduce a
pequeños detalles deícticos temporales y espaciales. Aun en los casos en que el lenguaje
relato:
Hoy llueve, es tu primera lluvia, el abismo deshace su rostro, Cosas que caen por nada.
Vacilaciones, pasos de prisa, atropellamientos, crujido de muebles que cambian de
sitio, collares rotos de súbito; todo forma parte de este ruido terco de la lluvia.
El poema tiene una dedicatoria postmortem a la madre del poeta Mélida Ramos de
poema. Pero no es una elegía. Los versos larguísimos y el hecho de que no hay un repaso a
la vida de la madre ni consolación alguna, descartan esa posible hipótesis. En cambio, hay
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una cascada de imágenes poéticas que no están dirigidas a loar o ensalzar cosa externa al
poeta, sino a tratar de entender, ontológicamente, la dura experiencia del duelo. Quizá por
autobiográfico. El poema está dividido en siete partes. El primer fragmento es del once de
empezaría a producirse luego de cinco días del deceso y se terminaría al término de casi
nueve meses. Para cerrar el círculo de veracidad, se ofrece al lector una dedicatoria más: “A
mis hermanas”.
escrito, en el pacto de lectura entablado (23). Cabe observar que la esencia retrospectiva de
sino que también puede reforzarse con una de las articulaciones más esenciales de la
configuración del pacto de lectura que históricamente se establece con este tipo de textos.
Las memorias, los diarios y las cartas serían en buena medida ininteligibles sin las marcas
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unidad. De manera que las fechas anotadas por Becerra en su poema, además de ejercer
verosimilitud y empatía, en que busca insertarse todo texto surgido bajo la sombra directa
empezaría a construirse aquí. Habíamos anotado que ese momento corresponde al traslape
ese traslape.
De inicio pudiera preguntarse ¿Por qué se escribe sobre algo totalmente íntimo y que
“debiera” ser de puertas adentro al seno familiar? La respuesta es que, en efecto, también el
escribir como un cuestionamiento interior e íntimo, que pese a la desfiguración del lenguaje
autobiográfico es asumido por él como ilusión del lenguaje que le permite un análisis
introspectivo.
Paso ahora al asunto sobre el proceso ontológico y el acto de recordar. Hay que decir, de
inmediato, que ese yo que rastrea, que rememora, no existe como ente fijo y ya
predeterminado, sino que en su constante existir sólo es reconocible como devenir. Como
una sucesión de momentos que le configuran en un jet zei (ahora) particular. Es decir, ese
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expresión poética sólo es practicable mediante imágenes de momentos pasados en los que
el yo opera un desdoblamiento.
En todo proceso de reflexión sobre sí mismo se opera una especie de desdoblamiento del
yo. Así, en el momento de auto-evocarse participan por lo menos dos distintos yo: el que
hace de sujeto reflexivo y el otro yo que participa de objeto para el primero. “Cuando se
juzga mirando al pasado –nos dice Carlos Castilla del Pino (254)– se juzga a otro yo, al yo
de aquella actuación, al que uno fue”. Queda claro que en el momento de evocar y juzgar el
puede ser sino un yo construido a la luz del presente, el acto del lenguaje y el tiempo mismo
fundamental, algo que secretamente se confunde con el mito del origen: la madre. Por ello
la mirada que evoca no puede sino remontarse hasta la infancia, hasta el origen. Pero ese yo
que fue está transformado por la experiencia desgarradora del presente, desde el que juzga
el yo conocedor:
Esa mirada, que es el recuerdo, ha encontrado a un yo distinto del que fue, y la infancia no
puede ser recordada sino como oscura y desamparada. Estamos frente a un yo que
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construye otros yoes para auto-comprenderse. Aceptar estas construcciones del yo, “supone
saber de sí”, aceptar la contingencia del sujeto y su constante heterogeneidad (Castillo del
Pino 273). Y es que incluso las imágenes que se cuelan al recuerdo, como la de la madre,
no son sino también un desdoblamiento del yo. Nótese, por ejemplo, la confusión de
¿ahora qué les voy a decir a las rosas que te gustaban tanto, qué le voy a decir a
tu cuarto, mamá?
duplicación de ese yo. Por ello el poeta en vez de encontrar respuestas no observa sino un
juego de imágenes duplicadas: “ya nada nos une a los tres, / a ti, a mí, a ese niño”. Por eso
su madre, el ensalzamiento común del pasado, sino evocarlo desde la tesitura del dolor,
desde la plena interioridad. Por eso el juego de espejismos en que se enfrasca su recuerdo
porque el secreto que intenta conocerse es por sí mismo una aporía: la muerte. El
significado profundo de esta Oscura palabra, que no deja abordarse ni mediante el logos,
Y no entender nada
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Conclusiones
Sin duda alguna el recuerdo de Becerra se ha logrado filtrar hasta los recintos más
recónditos de la vida pasada. Están ahí los ámbitos cerrados de la casa materna, el juego
fondo, lo central que sucede ahí es el desdoblamiento, en que distintos yoes se involucran
el pacto autobiográfico, al cual desde el inicio se apega el poeta con marcas paratextuales y,
Becerra, José Carlos. El otoño recorre las islas [Obra Poética: 1961-
1970), pról. de Octavio Paz, ed. José Emilio Pacheco y Gabriel
Zaid, México, Era, 1973.
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Miraux, Jean Phillipe. La autobiografía: las escrituras del yo, Buenos
Aires, Nueva Visión, 1996.
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