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Creación autobiográfica y desdoblamientos del yo en Oscura palabra de José

Carlos Becerra
Israel Ramírez Montiel
Universidad Autónoma Metropolitana -Iztapalapa

Introducción

La poesía de José Carlos Becerra (1936-1970) es, muchas veces, autobiográfica. Octavio

Paz, por ejemplo, opina que en su libro central, Relación de los hechos –título que apela a

una escritura testimonial– el mundo no aparece, sino sólo el yo. Como todos los poetas

jóvenes –continúa Paz– Becerra más que atender al mundo externo, miraba y buscaba “su

sombra en el mundo”, la perseguía incansablemente, para finalmente tropezar con la

realidad. Relación de los hechos sería en buena parte la “narración de esa correría y ese

tropiezo” (554). Con frase concisa describe Paz la nostalgia que impregna el libro: “[…] el

poeta se vuelve hacia su pasado en busca de ese instante en que realmente fue (ibíd.).

Ahora bien, parafraseando a Paul de Man, podría decirse que toda la literatura es

vulnerable de levantar sospechas de relaciones autobiográficas. Empero, es factible decir

que dicha premisa también funciona a la inversa. Es decir, todo texto que se denomina

autobiográfico, puede, a su vez, crear escepticismo respecto de su veracidad (152). Este

traslape de ficción y autobiografía, según de Man, es prácticamente insalvable y hace

visible la inestabilidad de todo discurso tropológico. Es decir, el texto literario siempre

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estaría atrapado en el mecanismo que le configura: el lenguaje simbólico. Ya sea que el

autor quiera aparentar fidelidad máxima, como en el naturalismo decimonónico o la

autobiografía, o ya en los que asuma una propuesta puramente ficcional, el lenguaje, su

materia prima, siempre operará una desfiguración en sentido inverso al pacto de lectura.

Cómo puede observarse, se abre un problema que tiene que ver tanto con la recepción como

con el proceso creativo del texto.

El pacto de lectura consiste en un ajuste de verosimilitud que tiene que hacer el lector,

respecto del marco factual donde acaece su acto de lectura y la realidad propia que

establece la ficción literaria. Entrar en el juego de los géneros ficcionales y los no

ficcionales es entrar en una serie de símbolos consensuados a través de los cuales consume

información un determinado sector de la sociedad. Este pacto es el encargado de

predeterminar el tipo de especulación que deberá establecerse con una determinada lectura,

pero en última instancia sólo es un efecto de ilusión, en el que se plantea de antemano el

lugar, central o no, que ocupará el referente o metonimia en el discurso. Mientras que para

un texto de ficción, nos dice de Man, la metonimia sólo es soporte de la metáfora, es decir

de la función tropológica y epidíctica del lenguaje, en el texto autobiográfico la metonimia

es el fin y el sentido del texto, y las metáforas y tropos se le subordinan, de alguna manera

representan mero constructo hacia la figuración del referente.

Sin embargo, atiéndase al hecho de que la apelación a un referente no es nunca una

realidad concreta, fidedigna o cosa objetiva que exista en el mundo. Puede funcionar como

subordinante o como subordinado, como ya dijimos, empero, el referente siempre es sólo el

efecto de un contrato de lectura. Incluso el autor, si quisiera él mismo leerse, se daría

cuenta que ese contrato es una especie de pantalla interpuesta entre él y el lenguaje, que

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todo el intercambio entre ambos lados es irremediablemente desfiguración y borramiento,

pero que gracias a esa pantalla, a esa estructura ilusoria, él puede asumir una actitud de

auto-reflexión, más o menos ordenada y sin contratiempos.

La autobiografía –nos dice Paul de Man- no es un “[…] género ni un modo, sino una

figura de la lectura o de la comprensión que tiene lugar, en algún grado, en todos los

textos” (149). Éste, según veo, es el primer momento en todo texto autobiográfico: el

contrato de lectura del que habla Pilippe Lejeune. Pero al mismo tiempo es el último,

porque este tiene que recubrir de tal forma todo el texto para que éste mantenga su

credibilidad de principio a fin. Ya lo dice Ricardo Piglia: “Como ningún otro texto, la

autobiografía necesita del lector para completar el círculo de su expresividad: cerrada en sí

mismo esa subjetividad se ciega, es el lector quien rompe el monólogo, quien le otorga

sentidos que no estaban visibles” (cit. por Link 128).

El segundo momento importante en la configuración de la lectura autobiográfica,

radica en reconocer la ficcionalidad de toda memoria, y, por consiguiente, la

referencialidad de toda ficción. Una vez que hemos aceptado el pacto, entramos en el

torniquete de la indeterminación perenne entre ficción y referente “real”, como lo ilustra de

Man. La propuesta del presente trabajo es que en ese torniquete de indeterminación, en el

cual también se mantiene el autor, en tanto su labor escritural desfigura, tiene lugar una

serie de interacciones entre lo referencial y lo ficcional, entre el acto de recordar y lo que

realmente fue. Al mismo tiempo el acto de recordar implica un desdoblamiento del yo y una

interacción particular con la escritura autobiográfica. Mi propósito es mostrar ambos

momentos de la configuración autobiográfica, el pacto y la indeterminación, para después

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centrarme en el acto de evocar como eje primordial de la creación del texto autobiográfico

y, por ende, de su interpretación.

Dos consideraciones más me llevan a plantear el análisis autobiográfico en los poemas

de José Carlos Becerra. Primero, según el esquema que he esbozado, todo parece indicar

que la configuración del texto autobiográfico y, por ende, su identificación, no es producto

de su forma, sino del pacto que entabla la lectura. En su canónica definición de la

autobiografía, Philippe Lejeune afirma lo contrario: sólo existirían estrictamente textos

autobiográficos en prosa. Es decir, que estaría asumiendo la forma (verso / prosa) como

criterio de configuración de un texto autobiográfico. El mismo Lejeune años después

corregirá su aseveración aclarando que en realidad la configuración del texto autobiográfico

no depende necesariamente de una forma o género particular (Miraux 130). Esto trataré de

mostrarlo mediante mi esquema de análisis, en que el pacto es, ante todo, el articulador

fundamental de la configuración autobiográfica. Y digo configuración, porque decir pacto

de lectura es excluir al autor y al proceso constructivo del texto, que también están

inmersos en la ilusión del convenio. De manera que, estimo, los textos poéticos de Becerra

no deben estar exentos de una aproximación autobiográfica.

La poesía como autobiografía

En realidad, José Carlos Becerra sólo tiene dos libros de poesía publicados en vida. El

primero se lo publica Juan José Arreola en 1965, Oscura palabra; el segundo, Relación de

los hechos, se publica dos años después, luego de haber recibido premios de poesía en

Villahermosa y Aguascalientes. Mientras escribe su obra próxima, financiado por la beca

de la Fundación Guggenheim, hace un viaje por Europa y antes de dejar Italia para pasar a

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Grecia lo sorprende la muerte en Brindisi a bordo de un Volkswagen destartalado. Tenía

treinta y tres años cuando muere. A aquellos dos poemarios, se agregaran algunos textos

más para conformar el tomo de sus obras, que en 1973 editan José Emilio Pacheco y

Gabriel Zaid. Pero ahora el que me interesa es el libro primero de Becerra, Oscura palabra,

por cuanto contiene evidentes marcas autobiográficas que lo convierten en un texto único

dentro de la producción poética del tabasqueño.

Publicado en 1965, el libro está constituido por un único poema, por lo que contiene

sólo 15 páginas, empero de una calidad poética y una elocuencia emotiva sorprendentes.

Está dividido en siete partes con numeración románica. Quizá si el autor no hubiera

utilizado esta numeración, su texto bien hubiera aparentado un diario poético, puesto que

cada apartado está antecedido por una fecha concisa –día, mes, año– y por el nombre de la

ciudad en que fue escrito. En este sentido, dos ciudades se alternan: México y

Villahermosa. También se alternan dos formas poéticas: el poema en prosa y el verso libre.

No obstante esta estructura tendiente a lo narrativo, casi no hay narración, ésta se reduce a

pequeños detalles deícticos temporales y espaciales. Aun en los casos en que el lenguaje

poético se vacía en párrafos, el poema está dominado por el recurso a la imagen, no al

relato:

Hoy llueve, es tu primera lluvia, el abismo deshace su rostro, Cosas que caen por nada.
Vacilaciones, pasos de prisa, atropellamientos, crujido de muebles que cambian de
sitio, collares rotos de súbito; todo forma parte de este ruido terco de la lluvia.

El poema tiene una dedicatoria postmortem a la madre del poeta Mélida Ramos de

Becerra (6 de septiembre de 1964). Ésta sería la experiencia personal en que se basa el

poema. Pero no es una elegía. Los versos larguísimos y el hecho de que no hay un repaso a

la vida de la madre ni consolación alguna, descartan esa posible hipótesis. En cambio, hay

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una cascada de imágenes poéticas que no están dirigidas a loar o ensalzar cosa externa al

poeta, sino a tratar de entender, ontológicamente, la dura experiencia del duelo. Quizá por

ello la mirada ensimismada de Becerra impregna el poema ante todo de abandono,

separación, vulnerabilidad y temor:

Esta noche hay algo tuyo sin mí aquí presente,

Y tus manos están abiertas donde no me conoces.

Por otro lado, ya desde los paratextos ha comenzado a fraguarse el pacto

autobiográfico. El poema está dividido en siete partes. El primer fragmento es del once de

septiembre de 1964 y el último es del 22 de mayo de 1965. Atendiendo a esto, el poema

empezaría a producirse luego de cinco días del deceso y se terminaría al término de casi

nueve meses. Para cerrar el círculo de veracidad, se ofrece al lector una dedicatoria más: “A

mis hermanas”.

Según Puertas Moya “…los rasgos morfo-sintácticos o estructurales que caracterizan a

un texto autobiográfico son dos”: primero, el carácter de suceso pasado de la narración o de

la evocación poética, y segundo, la apariencia de suceso real y creíble que adquiere lo

escrito, en el pacto de lectura entablado (23). Cabe observar que la esencia retrospectiva de

todo texto autobiográfico no sólo opera mediante la morfosintaxis de un discurso pretérito,

sino que también puede reforzarse con una de las articulaciones más esenciales de la

tradición autobiográfica: el “movimiento cronológico”.

En efecto, el aspecto de fechar los escritos autobiográficos es de gran relevancia para la

configuración del pacto de lectura que históricamente se establece con este tipo de textos.

Las memorias, los diarios y las cartas serían en buena medida ininteligibles sin las marcas

temporales que les imprimen su carácter de verosimilitud, contingencia, continuidad y

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unidad. De manera que las fechas anotadas por Becerra en su poema, además de ejercer

como marcas mnemotécnicas, funcionan evidentemente como soportes del pacto de

verosimilitud y empatía, en que busca insertarse todo texto surgido bajo la sombra directa

de lo vivencial. El segundo momento en la configuración del texto autobiográfico

empezaría a construirse aquí. Habíamos anotado que ese momento corresponde al traslape

continuo entre ficción y vivencia efectiva, a la indeterminación. Desde el instante mismo en

que el poeta confía su experiencia al texto autobiográfico y su desfiguración, ha comenzado

ese traslape.

De inicio pudiera preguntarse ¿Por qué se escribe sobre algo totalmente íntimo y que

“debiera” ser de puertas adentro al seno familiar? La respuesta es que, en efecto, también el

autor ha entrado en el juego hermenéutico del pacto autobiográfico. Él mismo asume su

escribir como un cuestionamiento interior e íntimo, que pese a la desfiguración del lenguaje

puede conservar, material y artísticamente, ése acontecimiento decisivo en su vida. Es

decir, con plena conciencia de que la escritura ha de transfigurar la vivencia, el pacto

autobiográfico es asumido por él como ilusión del lenguaje que le permite un análisis

introspectivo.

Paso ahora al asunto sobre el proceso ontológico y el acto de recordar. Hay que decir, de

inmediato, que ese yo que rastrea, que rememora, no existe como ente fijo y ya

predeterminado, sino que en su constante existir sólo es reconocible como devenir. Como

una sucesión de momentos que le configuran en un jet zei (ahora) particular. Es decir, ese

yo no es reconocible ni analizable sino sólo a través de instantáneas del pasado, de

imágenes del yo que fue. He llegado al punto central de mi análisis: la autobiografía en la

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expresión poética sólo es practicable mediante imágenes de momentos pasados en los que

el yo opera un desdoblamiento.

Recordar es vivirse: la autobiografía y la multiplicación del yo

En todo proceso de reflexión sobre sí mismo se opera una especie de desdoblamiento del

yo. Así, en el momento de auto-evocarse participan por lo menos dos distintos yo: el que

hace de sujeto reflexivo y el otro yo que participa de objeto para el primero. “Cuando se

juzga mirando al pasado –nos dice Carlos Castilla del Pino (254)– se juzga a otro yo, al yo

de aquella actuación, al que uno fue”. Queda claro que en el momento de evocar y juzgar el

pasado de sí mismo, participan dos yoes. Un yo cognoscible y un yo conocedor. Aunque en

apariencia distantes, ambos yoes se retroalimentan y condicionan. Así, el yo de antes no

puede ser sino un yo construido a la luz del presente, el acto del lenguaje y el tiempo mismo

lo han desfigurado y modificado respecto del yo que fue.

Ahora bien, José Carlos Becerra entra de lleno en el “pacto autobiográfico” y se

abandona al acto de la evocación. Lo que se ha perdido no es algo secundario, sino algo

fundamental, algo que secretamente se confunde con el mito del origen: la madre. Por ello

la mirada que evoca no puede sino remontarse hasta la infancia, hasta el origen. Pero ese yo

que fue está transformado por la experiencia desgarradora del presente, desde el que juzga

el yo conocedor:

Y allá, abajo, más abajo,

Allá donde mi mirada se vuelve un niño oscuro,

Debajo de mi nombre, está ella sin levantar la cara para verme.

Esa mirada, que es el recuerdo, ha encontrado a un yo distinto del que fue, y la infancia no

puede ser recordada sino como oscura y desamparada. Estamos frente a un yo que

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construye otros yoes para auto-comprenderse. Aceptar estas construcciones del yo, “supone

saber de sí”, aceptar la contingencia del sujeto y su constante heterogeneidad (Castillo del

Pino 273). Y es que incluso las imágenes que se cuelan al recuerdo, como la de la madre,

no son sino también un desdoblamiento del yo. Nótese, por ejemplo, la confusión de

destinatarios en que incurre el diálogo siguiente:

Y ahora, me digo yo abriendo tu ropero, mirando tus vestidos;

¿ahora qué les voy a decir a las rosas que te gustaban tanto, qué le voy a decir a
tu cuarto, mamá?

Ese interrogar la realidad y la intersubjetividad desde el recuerdo no es sino una

duplicación de ese yo. Por ello el poeta en vez de encontrar respuestas no observa sino un

juego de imágenes duplicadas: “ya nada nos une a los tres, / a ti, a mí, a ese niño”. Por eso

la introspección del poeta termina en la incomprensión, porque José Carlos Becerra no ha

querido ofrecernos en el poema la imagen de la madre, sino específicamente su experiencia

personal y subjetiva del acontecimiento. No le ha interesado reconstruir la vida feliz junto a

su madre, el ensalzamiento común del pasado, sino evocarlo desde la tesitura del dolor,

desde la plena interioridad. Por eso el juego de espejismos en que se enfrasca su recuerdo

termina desvaneciéndose, no sólo porque se trata de una multiplicación de yoes, sino

porque el secreto que intenta conocerse es por sí mismo una aporía: la muerte. El

significado profundo de esta Oscura palabra, que no deja abordarse ni mediante el logos,

es la que termina condicionando el poema a la no comprensión:

Y querer acercarse a los muertos es caminar a ciegas y caerse

Y no entender nada

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Conclusiones

Sin duda alguna el recuerdo de Becerra se ha logrado filtrar hasta los recintos más

recónditos de la vida pasada. Están ahí los ámbitos cerrados de la casa materna, el juego

entre el interior y el exterior en términos de resguardo-intemperie. Pero lo radical de la

evocación autobiográfica es que la vivencia como tal es meramente accesoria telón de

fondo, lo central que sucede ahí es el desdoblamiento, en que distintos yoes se involucran

simultáneamente en el acto de comprender. Este desdoblamiento ha sido posible sólo desde

el pacto autobiográfico, al cual desde el inicio se apega el poeta con marcas paratextuales y,

principalmente con su actitud auto-reflexiva en la construcción el poema.

Bibliografía de obras citadas

Becerra, José Carlos. El otoño recorre las islas [Obra Poética: 1961-
1970), pról. de Octavio Paz, ed. José Emilio Pacheco y Gabriel
Zaid, México, Era, 1973.

Castilla del Pino, Carlos. Teoría de los sentimientos, México,


Tusquets, 2000.

De Man, Paul. “La autobiografía como des-figuración”, en La retórica


del Romanticismo, trad. Julián Jiménez Heffernan, Madrid,
Akal, 2007.

Link, Daniel. “Qué se yo. Testimonio, experiencia y subjetividad”, en


Crítica del testimonio: Ensayos sobre las relaciones entre
memoria y relato, Argentina, Beatriz Viterbo, 2009.

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Miraux, Jean Phillipe. La autobiografía: las escrituras del yo, Buenos
Aires, Nueva Visión, 1996.

Paz, Octavio. “Los dedos en la llama” en Generaciones y semblanzas:


Escritores y letras de México, México en la Obra de Octavio
Paz II, ed. Octavio Paz y Luis Mario Schneider, Madrid, Fondo
de Cultura Económica-España, 1987.

Puertas Moya, Francisco Ernesto. Aproximación semiótica a los rasgos


generales de la escritura autobiográfica, España, Universidad
de la Rioja, 2004.

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