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La consecuencia de la doctrina expuesta en el

Capítulo anterior acerca de la Revolución y de su sín-


^sis y fórmula, el pacto, es que, según la teoría de éste>
ha desaparecido y hay que eliminar del Derecho pohtico
la materia y cuestiones referentes á la concreción
^e la soberanía en un sujeto determinado. La razón de
ello es que toda la sociedad civil es, por naturaleza y no
^di^aliter et formaliter tan solo, como afirmaban los es-
Colásticos, sino por modo inmanente é inaUenabley colec-
^lvidad soberana. Porque la soberanía de la nación, del
Pueblo, resulta del hecho de ser nativamente soberanos
^0s individuos de que se compone la comunidad, siendo
en ella la soberanía el atributo colectivo procedente de
Una facultad y derecho de todas y cada una de las parj^
s, esto es, de ser igualmente libres é independientes
as personas físicas de que la sociedad consta.

En ella queda, pues, la soberanía, (inmanet), siendo,


por lo tanto, también irrepresentable) porque su representación
es, de hecho y con otro nombre, una enagenación
verdadera, es la cesión de la soberanía á otro ú
otros que no son toda la comunidad.

Redúcese así de
hecho la soberanía nacional á la elección de esos representantes,
mandatarios, diputados, etc., elegidos por el
voto de todos, por el sufragio que llaman universal

El gobierno, es según ésto, el producto de la voluntad


de todos, no en cuanto todos lo ejercitan, ni en
cuanto se ejercita con arreglo á los acuerdos y á las
reglas procedentes de la soberana resolución nacional,
sino solo por la circunstancia de que todos han elegido
^0s mandatarios diputados, para que lo desempeñen
como lo tengan por conveniente en representación del
Pueblo.

si los hombres,iguales en especie, son desiguales


por razón de la concreción individual, y aun las personas
suijuris tienen legítimamente diversidad de derechos
adventicios; si es uno de estos la soberanía, la
cual supone y exige una superioridad suprema y compleja,
que per se y por regla general, se muestra y determina
mediante hechos ágenos á la voluntad y á la elección
de los inferiores; en una palabra, si toda la doctrina
minuciosamente expuesta y fundamentada en anteriores
capítulos es cierta, falsa será,<i conlrario,\'á que deriva
del concepto liberal, revolucionario é idealista de
la sociedad, de la igualdad y de la soberanía.
^ero como la realidad no consiente tales y tan di-
Solventes extremos de aberración, y no puede confor-
^rse con el estado anárquico y antisocial, procedente
niando de todos los asociados v de la obediencia
e ninguno, que tal es, en puridad, la soberanía nació-
. inmanente, Rousseau acudió al subterfugio de distlriguir
eritre soberanía y gobierno, para dejar aquélla
^ pueblo, y atribuir su ejercicio, en representación, á
08 Mandatarios por el pueblo elegidos. Que es tanto
Como decir que un derecho nativo no puede ejercerse
erii mugún caso por la persona cuyo es, ó lo que es lo
rrusmo» que lo natural es la imposibilidad de que una
Persona actúe por sí misma su natural derecho, el cual,
Atándose de una persona moral tan amplia, como es
todala sociedad civil, ni siquiera por imposibilidad cir-
CUristancial puede dejar de ejercitarse por la persona
Queda pues reducida la soberanía al mero derecho
electoral, 6 sea de designación del soberano de hecho
y de derecho, es decir, á cosa tan distinta como es
el gobernar por sí mismo, ó nombrar á quien á uno le
gobierne; con lo cual se confiesa que son otras personas
distintas de la comunidad las que tienen las prendas
y excelencias propias de la soberanía, y las del gobierno
que no es otra cosa que el desempeño y actuación
de ella. Muéstrase un cambio tan radical de tésis
como el que implican los términos pueblo soberano y
pueblo elector, y por consiguiente, derecho nativo de
gobernar y derecho nativo de elegir el gobernante.

Mientras que Locke no se cuidó


de considerar la relación que hay entre pueblo, factor de laley,
y pueblo que nunca puede hacerla sino por medio de representante,
Rousseau declaró sincera y noblemente que la
soberanía es per se irrepresentable, y que darla en representación
y enagenarla es una misma cosa., porque de hecho el
soberano se convierte en súbdito, y desaparece la igualdad
de las independencias y libertades. Según Rousseau, el pueblo
inglés, que se cree libre, solo lo es mientras elige sus representantes;
después de elegidos, se esclaviza, se anula.

129.

No repugna, sin embargo, á la razón, y la historia


muestra en todo tiempo, formaciones nacionales verificadas
por sociedades privadas ó públicas (públicas
principalmente) que se unieron mediante libre consentimiento,
expresado en pacto explícito ó bien implícitamente
contenido en tácita, pero notoria aquiescencia,
con la correspondiente sumisión á un supremo y autónomo
poder común. Por esto, no carece de fundamento
y no parece muy aventurado reducir también á
dos los modos del origen formal de las naciones: uno
mediato, necesario y obligatorio;otro inmediato, voluntario
y libre. E l uno es por lo tanto independiente del
consentimiento y éste debe prestarse por racional necesidad;
en el otro el consentimiento es el hecho originario
y el título de existencia nacional de idéntica formal
manera que acontece en las convenciones de derecho
privado entre personas independientes en la materia
y en el respecto en que contratan.
suponen que las diversas
clases de personas componentes de la comunidad nacional
son siempre independientes cuando menos en
lo que concierne al vínculo de sociedad pública, pudiendo
ó no formarla á su arbitrio, que esto es lo que
significa y encierra consentimiento libre, expreso ó tácito;
lo cual es error que contradicen la experiencia, el
raciocinio y la misma declaración de la necesidad de la
sociedad pública que los escolásticos sostienen decidida
y sabiamente y que los pactisas protestantes y racionalistas
confiesan, aunque sea manifiesta la inconciliable
juxtaposición de tales declaraciones con el principio
y esencia de la teoría.
La que nos parece calificación, cuando menos peligrosa
por lo equívoco de los términos, es la de sociedad mediatamente
natural que se aplica á la nación ó sociedad
civil por el hecho de tener en su formación mayor libertad
la voluntad humana que en la sociedad doméstica, que
llama Costa Rossetti inmediatamente natural en cuanto
depende menos del arbitrio libre. Aun suponiendo lo pri
mero, (que ya se ha visto y seguirá viendo que es muy
cuestionable) más valdría llamar á la primera voluntaria,
y necesaria á la segunda, porque tan mediata es ésta como
aquélla en cuanto Dios no es causa próxima de ninguna,
y tan hecho intermedio entre Dios, primera causa,
y la institución natural, es el consentimiento tácito como
la generación ú otro que origine la existencia de una sociedad
cualquiera. Todas, incluso las que empiezan por
convención, son naturales, y todas lo son mediatamente
cuando no sea Dios el principio inmediato y mediato á la
vez de ellas. Aun la distinción de voluntaria y necesaria,
necesita explicación, por ser también los términos poco
precisos; y ya se ha expuesto y confirmará más adelante
que algunas naciones, no todas, son voluntarias, porque
solo algunas, no todas, se originan por libre consentimiento.

Si tal sucediera
no habría más sociedad necesaria que la doméstica, y en
tohees salvando siempre la intención, ortodoxia y la eminente
ciencia de los tratadistas escolásticos, no discreparían
en este punto de algunos autores protestantes de derecho
natural que no llevan el pacto hasta las últimas
consecuencias de suponer nacida del contrato la misma
sociedad doméstica, ni extreman la supuesta igualdad humana más allá de la que suponen falsamente y en
todo
respecto social entre los paterfamilias.

225.
Ya se ha visto en los anteriores capítulos de este l i bro
(I y ÍI) cual es la esencia del naturalismo filosófico y jurídico:
razón independiente, voluntad autónoma, derecho
de origen absoluta y exclusivamente humano, ó sea liberalismo.
La libertad, seg"un el naturalismo, no tiene, pues,
otra norma que la que le traza la voluntad del hombre
(moral independiente), sin que pueda afirmarse que esta
norma sea racional, porque para serlo necesitaba conformarse
eon una razón objetiva de bien y de orden, y
fuera de Dios no hay bien íntegramente propio de la naturaleza
humana, al cual se dispongan los actos humanos
y que sea razonable motivo de movimiento para las
potencias específicas del hombre. Resulta que la libertad
naturalista ó liberal es puro arbitrio, ó mejor dicho, arbitrariedad
notoria, gobernada por motivos prácticos, sensibles,
desordenados, no humanos (pragmatismo lalo el
¿trteto $ensu{l).

Pero, cuando se emplea el término sin estas explicaciones,


significa una de las irracionales é injustas libertades
que proscribe la sana filosofía y anatematiza
la Iglesia; porque entonces la libertad de pensamiento
es el supuesto derecho de emitir cualesquiera ideas y opiniones
sin sujccción á otro criterio de verdad y de moralidad
que la razón individual solo limitada y regida por
la ley civil; y por lo tanto-cosa muy distinta de la libertad
cristiana que consiste en el derecho de emitir las
ideas y opiniones lícitas con sujeción á iodos los crilerios
de verdad y de rectitud y por cotisigííiente ante todo a l
magisterio y autoridad de la Iglesia y no solo a l imperip
de la ley civil.

……..

La razón es que la autoridad no depende del


libre consentimiento actual explícito ó implícito de los
asociados ni en cuanto al origen, ni en cuanto al ejercicio
de aquélla, como se probará en los capítulos que
tratan, por varios respectos, de la legitimidad de la soberanía.

…políticas, suponen que las diversas


clases de personas componentes de la comunidad nacional
son siempre independientes cuando menos en
lo que concierne al vínculo de sociedad pública, pudiendo
ó no formarla á su arbitrio, que esto es lo que
significa y encierra consentimiento libre, expreso ó tácito;
lo cual es error que contradicen la experiencia, el
raciocinio y la misma declaración de la necesidad de la
sociedad pública que los escolásticos sostienen decidida
y sabiamente y que los pactisas protestantes y racionalistas
confiesan, aunque sea manifiesta la inconciliable
juxtaposición de tales declaraciones con el principio
y esencia de la teoría. La experiencia histórica, por
doquiera y en todo tiempo, presenta origen consolidación
y aumento de naciones, no solo sin traza de consentimiento
anterior de las diversas clases de personas
de que consta la comunidad, sino contra la voluntad
manifiesta y declarada que solo cede á la violencia, sin
que por esto sea la sumisión injusta é indebida, antes
de obligatorio consentimiento, esto es, de conformidad
y aquiescencia racional y necesaria como es el consentimiento
de pertenecer á la familia. La razón lo confirma,
porque las personas alieni juris, aun suponiendo
que no tuvieran directa necesidad de pertenecer á la
nación, (que sí la tienen) estarían ligadas á ellas por el
medio y conducto del jefe de la familia (marido, padre,
señor) de quien dependen; y en cuanto á éste, su estado
de persona sui juris no implica absoluta igualdad
é independencia en todos los respectos sociales y jurídicos,
antes bien en los públicos es de condición desigual é inferior y depende necesariamente de la
nación
y es subdito de su autoridad soberana. De lo contrario
resultaría, que después de reconocer terminante ó tímidamente,
por sistema ó por confesión forzosa, que
arrancan la verdad y la realidad, que la nación es sociedad
natural, dependería cuando menos de los paterfamilias
mantenerse en el mero estado de sociedad
doméstica, y del libre arbitrio de los solo privadamente
sui juris la existencia de las naciones y por tanto la forma
y actuación más perfectas de la sociabilidad.

Así es que no cabe


determinar el origen formal sino por el acto último de generación
de la sociedad independiente que no es otro que
el hecho en virtud del cual el núcicp de la comunidad queda
sometido á una autoridad superior común absolutamente
autónoma, lo cual se verifica materialmente por
modos varios que no soy capaz ahora de reducir á gene
ralización científica; (2) formalmente por necesidad racional
y por lo tanto justa, la cual exige consentimiento de.
bido, ó por sumisión voluntaria y libre, cuyo título y expresión
es el consentimiento inicial implícito ó explícito,
tácito ó expreso, idéntico al de cualquiera otra convención.

Con el reverente temor que es natural nos apartamos


de la teoría no solo escolástica, sino de la más remota
antigüedad clásica y en la cual coinciden San Agustín
y Santo Tomás con Cicerón. Creemos, no obstante tales
y tan abrumadoras autoridades, que el término consentimiento
libre, de suyo equívoco, es no pocas veces usado
en sentido de mero consentimiento racional, no de consentimiento
que pueda ó nó prestarse, es decir, sin que la
voluntad esté ligada por la necesidad del deber. Así, por
ejemplo, arguyendo el P. Costa-Rossetti (ob. cit; pág, 542)
en pro de la teoría del consentimiento y conforme también
con el P. Suarez, escribe: «Ad statum qusestionis ac-
»curatius intelligendum adverte i . non quaeri utrum in for-
»matione soeietatis civilis consensus líber locum habuerit,
»quod negari nequit, quin affirmetur societatem civ. ab
*kominibús sottmiantibus atit rationis usu carentibiis
»C(t't:o instiiictu ductis fonnatam csse. .•>•> donde se ve que
consentimiento libré parece indicar consentimiento racional
ó sea no ciego instinto de brutos ni delirio del sueño,
Y más adelante y en la misma página, añade... «adverte 3
^hunc consensum, physice Vfoex\xm,potuisse moraliter m
»cessartuM esse.* Pues si puede ser moralmente necesario,
esto es debido, no siempre la causa inmediata, origen
de la nación será el consentimiento libre. Si tal sucediera
no habría más sociedad necesaria que la doméstica, …

Aunque tenga mucha razón el P. Suarez al afirmar


que no basta la mera vecindad para constituir nación,
puede muy bien, supuesta la propinquitas como material
elemento común, darse los hechos que engendren la sociedad
civil por causas independientes de la mera voluntad
libre que supone ser la única y próxima causa de la
existencia nacional. Y una vez determinada ésta, la justicia
que tradicionalmente se viene llamando, con término
muy ocasionado á error, justicia legal, se concreta también
por los mismos hechos y causas, consentidos ó no l i bremente,
que dieron origen á la nación (1). También con
el término consentimiento tácito suelen á veces expresar
los autores citados casos de consentimiento necesario, es
decir obligatorio, el cual, en efecto, casi nunca por no decir
nunca se manifiesta de un modo expreso.

En los tratados escolásticos de Derecho natural se


Prueba esto al tratar de la autoridad como propiedad
esencial de la sociedad, (de razón formal de ella), puesto
Sl^e sin autoridad no puede existir la unión moral en
^ue la sociedad consiste, como quiera que sin este
principio superior de unión no se podría unificar especulativa
ni prácticamente los juicios sociales, ni ligar
la diversidad de voliciones con el vínculo del deber, ni
prevenirse y defenderse contra los abusos de la libertad
infractora del orden. En esto se emplea la superioridad
de la autoridad: no en poner todo principio y
elemento de unión social, porque también lo son las
inteligencias y voluntades de los asociados en cuanto
facultades y tendencias naturalmente inclinadas á sus
respectivos bienes, á la verdad la una, al bien istricto
semu) la otra; sino en suplir la natural deficiencia unitiva
de estas potencias que es lo que indica la misma
derivación etimológica del término autoridad, (de augeo,
porque aumenta y realiza la más perfecta unión
social que los otros órganos sociales por sí solos no consiguen).

De que la soberanía es, per se, inelegible se concluye


que si el previo consentimiento libre, explícito ó
implícito, no es el hecho generador de ella, serán, por
regla general, algunos otros hechos más naturales, ordinarios
y corrientes los que determinen ó concreten,
los que originen el supremo poder en un sujeto; y que,
una vez así determinado por variedad y multiplicidad
íie causas necesarias y libres, mediatas ó inmediatas,
hay obligación moral, social y jurídica de reconocer y
acatar esa soberanía, ó, lo que es lo mismo, prestar á
su existencia y ejercicio el consentimiento, que en tal
caso no es otra cosa que una conformidad ó aquiescencia
debidas, no de distinto fundamento y naturaleza
que los que implica y exige cualquiera otro deber.

De donde se sigue que cuanto más


lmportancia y trascendencia tenga la elección, mayor
conocimiento especulativo y práctico y mayor virtud
electorales requiere; y en tanto que para asuntos sencillos
y triviales de la vida bastan la luz natural y la justificación
ordinaria que alcanza la mayor parte de los hombres, para cosa de tanto interés como la
designación
de soberano son menester cualidades insignes de
entendimiento y voluntad, que, aun en las sociedades y
tiempos de más cultura y virtud, son patrimonio no solo
de los menos, sino de los pocos.

Además,
este reducido cuerpo electoral ha de contar con
d poder social suficiente para defender la decisión adoptada,
imponerla y mantenerla contra cualesquiera voluntades
y actos contrarios á la elección y á la persona
elegida; en resumen, la elección del soberano supone
ya en ese reducido cuerpo electoral una superioridad,
no discernida por otros electores, sino determinada por
^a naturaleza y la historia, ó lo que es igual, una aristocracia,
una soberanía de forma poliárquica, que en las
dotes de la elección tiene ya las de la soberanía, que
con el mismo título que elegir puede gobernar, y que,
si en vez de esto, hace aquéllo, es para constituir una
forma de gobierno más perfecta y conveniente al procomún.

Cuando tal sucede, los organismos infrasoberanos de inmediata


jerarquía resultan soberanos de hecho y de derecho,
por falta de superior común, y están en el caso y
en el deber de designar persona, con arreglo á la constitución
escrita, consuetudinaria, ó aunque no sea más
que á la interna y no formulada ley fundamental de
la nación.
O la soberanía
carece de títulos y modos ordinarios y esenciales
de concreción, lo cual es absurdo, ó han de ser
estos independientes, la mayor parte de las veces, de
« inmediata voluntad libre de los subditos y ciudadanos.
Lo segundo, lo del acatamiento debido, ó sea
lo del consentimiento necesario, no de distinta índole
del que los hijos están obligados á prestar á la autoridad
del padre y á su ordenación, es consecuencia inmediata
del derecho y aun deber de soberanía que tiene
el superior, y deducción mediata de la necesidad de
^ sociedad civil ó nación y de la autoridad, sin la cual
no puede aquella existir.

Si solo se designa y elige la persona del soberano en las accidentales y extraordinarias


circunstancias de
originaria indeterminación de la soberanía, ó de ulterior
extinción de la dinastía ó de la aristocracia gobernantes,
se concluye también que, una vez concretada la autoridad
en una persona física ó moral, su derecho es
vitalicio.
Para que no lo fuera, sería preciso que en
toda la nación, ó en parte de ella, residiera por naturaleza
el derecho de elegir soberano, cosa contraria
á la esencia de la soberanía y á los requisitos
que exige su elección.

Además, (y esta razón que va á


exponerse es un nuevo argumento en pro de la inelegibilidad
esencial del poder civil), soberanía amovible
no es soberanía, puesto que/por conceptos varios, es naturalmente
menos apta para la suprema ordenación y
menos capaz de sus oficios, fines y virtudes. Soberanía
es independencia en todos los respectos posibles en lo
humano; y de ella carece la persona cuya continuación
en el poder depende del arbitrio ageno, siendo más
soberano, y pudiendo de hecho serlo, aquel cuerpo electoral
que, al designar al soberano, lo hace, y, al sustituirlo,
lo destituye. Por esto puede decirse que el que
fuere naturalmente elector podría, por razón de la superioridad
que el discernimiento electoral requiere, ser
soberano, y que, si no es naturalmente soberano, tampoco
puede ser elector.
El más elevadamensuperior,
el independiente en todos los conceptos
que implica la independencia humana en lo temporal,
está mucho menos expuesto á la ambición y á la envida
que son los principales estímulos y factores de la
iniquidad y de la opresión.

Lo
que no debe omitirse, aunque también sea acaso un
tanto prematuro, es la insinuación de que la acción de
la naturaleza, ó sea, de causas independientes de la acción
humana en la concreción de la soberanía, tiene
Preferente influjo en el primer origen de aquélla, esto
es» en la determinación del primer soberano; en la de
los sucesores son más bien la acción del hombre y de
la ley, pero no el libre arbitrio y consentimiento prévio,
los que confieren el derecho al supremo imperante.

La mayor parte, y acaso la más autorizada de los


tratadistas, en razón de su mérito y fama, y de la no interrumpida
continuidad con que, desde remota fecha, se
ta profesado la doctrina, conviene en que es el cousen-
^miento libre de la comunidad, esto es, de la nación, manifestado
expresa ó tácita, implícita ó explícitamente el
Que origina la autoridad ó poder civil {soberanía) en la
Persona física ó moral, que por traslación lo recibe. No
hay, pues, según ellos, más qne un hecho, y por ende
un título y un modo de soberanía legítimamente coneretada:
el consentimiento traslaticio, ó la traslación con-
**niida% es igual, de la soberanía desde la comunidad á
^ persona á quien se lo trasfiere.
De aquí el que la soberanía
inherente á la nación, y de que Dios es autor,
como de la sociedad civil ó nacional, resida radicaliter,
formdlitey y virtualiter en la colectividad misma, que
es el natural sujeto del poder supremo, y que nadie
pueda tenerlo ni ejercitarlo sino en virtud del consentimiento
social, que lo traslada á un imperante ó á varios.
En suma, la soberanía, por derecho divino naiural,
está en la colectividad; y, por derecho de gentes^ ó sea
natural mediato, en una monarquía ó poliarquía, que la
reciben en virtud y por el título de un solo y único hecho,
el consentimiento que se la trasfiere ó traslada.

Recuérdese, ante todo, como fundamento y punto


de partida, lo expuesto acerca de la inelegibilidad natural de la soberanía y de la natural
consecuencia de
ser la elección, esto es, el verdadero propio y rigoroso
consentimiento libre y previo, solo forma y medio accidentales,
anormales y extraordinarios de originar y
concretar el poder civil, que es, per se, inelegible, aunque,
per accidens, sea alguna vez elegido.

porque, para
que éste residiera en la colectividad, recibiéndolo
por derecho divino natural de Dios, causa primera del
ser social y de las propiedades consiguientes, era preciso
que todas las personas tuvieran la soberanía como
derecho nativo, error sustentado por Rousseau,…

Ni Dios, por
derecho divino natural, la comunica, á quien naturalmente
no puede ser sujeto de ella, ni quien no tiene ese derecho pùede cederlo a otro: nemo dat quod
non habet.
Y entonces en los que, por razón y título de la capacidad
de que en el anterior capítulo se ha tratado, son
sujetos potenciales de la autoridad civil, debe concretarse
y tenderá á concretarse ésta, fuera y aparte de
toda traslación de la sociedad, debiendo ser el consentimiento
de ésta consentimiento debido y necesario, no
libre, á la manera que tampoco lo es la conformidad y
aquiescencia con que los hijos deben, (necesitan), consentir
en la autoridad del padre; y el consentimiento así
de los ciudadanos como de los hijos, subditos unos y
otros de las autoridades respectivas, es sinónimo de reconocimiento
y acatamiento de ellas.

De donde se deduce una confirmación y prueba


más de la doctrina expuesta en el capítulo precedente,
de que todo lo más que puede concederse es que ese
consentimiento sea el acto con que los inferiores, no
trasladan el derecho que no tienen, sino que inquieren
y buscan entre varios al que, por juzgar superior, quieren,
porque deben, someterse, no discerniéndole la soberanía,
antes sometiéndose á ella luego que juzgan haberla
hallado.
Pero no es conforme al orden regular y providencial
con que Dios dispone las cosas, á la acción, eficacia
y enlace de las causas y al curso normal de los sucesos
el que, por modo tan imperfecto, deficiente y peligroso, '
se concrete la soberanía, y tengan los inferiores, en todo
caso, que indagar y proclamar quien es el soberano, en
lugar de que los hechos vayan, á través de la historia determinando el sujeto del poder civil, y
mostrando los
títulos, cada vez más sólidos y fuertes con que tiene y
ejerce la autoridad soberana; por el contrario, sólo en
accidentales y excepcionales circunstancias dejará la
naturaleza de ser tan patente y explícita como es preciso,
y quedará la sociedad tan vacilante y confusa respecto
de esta capital necesidad y primordial deber, teniendo
entonces que ser la elección, no un acto de soberanía
constituyente, en que una poliarquía numerosa
Mejorará la forma de gobierno, sino una efectiva designación
del soberano verificada, nunca por todos los
asociados, pero sí por más número de personas suijuris
de las que son capaces de elegir (i).
es por el mismo derecho natural', porque la repílblica (na- .
ción) no puede por sí misma ejercer esta potestad; luego
no puede menos {íetietur) de trasferirla en uno ó en pocos
{in aliquem unum vel aliquos pancos); y de esta manera
la potestad de los príncipes, considerada genéricamente,
es también de derecho natural y divino; y no puede el género
humano, aunque todo él lo conviniera simultánea,^
mente, establecer lo contrario, esto es, que no hubiese príncipes
ni gobernantes (Cardenal Bellarmino).
¿qué derecho natural de la comunidad es ese que naturalmente
no conviene que la comunidad tenga, ó que
naturalmente de ninguna manera puede retener, y que,
también por derecho natural, debe, (tenetur), trasmitir?

Esa traslación de la soberanía no se concibe como


posible sin incurrir en el absurdo de la existencia de la
sociedad sin la autoridad correspondiente. En efecto; la
traslación supone la previa determinación del ser social
in acfu primo et secundo', y en el supuesto de esta doctrina
escolástica, en que no hay autoridad civil hasta
que la sociedad la trasfiere por libre consentimiento,
^ntes existió la nación que su soberanía, la cual, como
propiedad esencial y forma de la nación, necesita determinarse
al mismo tiempo que ella, como le sucede
á todo lo que está contenido en la esencia y naturaleza
de los seres.
Lejos de eso, la dependencia natural que en el seno
de la familia tienen, por conceptos varios, los distintos
miembros de ella, subordinados al jefe, prosigue, se
acentúa y destaca á medida y en proporción que la sociedad
doméstica se desarrolla y convierte en sociedad
pública, sin que sean en ésta todos iguales, ni como
hombres, ni siquiera como patres familias y personas
suijuris.

en el supuesto
de que sea derecho nativo de todos, no hay sociedad
civil posible, puesto que todos son independientes en
el concepto de soberanos, y así, se incurre en la doctrina
del estado presocial, al menos en lo que á la sociedad
civil respecta;
impracticable
en sociedades civiles que no sean muy reducidas.
En este último supuesto, y en el de la soberanía co mo
derecho nativo de todos, se viene á parar al absurdo,
que más adelante notaremos, de soberanía que no pueda
en ningún caso ejercerse sino mediante representación
de la totalidad de sus funciones, siendo así que la
representación de toda la soberanía, lejos de ser de esencia
de ella, es un accidente de la forma monárquica.
La contradicción que encierra un derecho natural, que no
puede retener nunca ni ejercer el sujeto natural de este
derecho, queda señalada en la referencia hecha anteriormente
á la doctrina de Belarmino, de la cual se vió
que solo difiere la del P. Suárez en que la retención de
la soberanía, que, para aquél, es imposible, para éste no
es conveniente, y apenas puede ejercerse la autoridad
mientras no se traslade.
Suponiendo que fuera la soberanía derecho nativo
^e toda la comunidad, en cuanto de todas y cada una
de las personas componentes de ella, sería contra naturaleza
la enagenación perpétua ó temporal de ese derecho,
y dado caso que una generación lo trasfiriera.
Ja traslación no obligaría á las siguientes, ni en su perjuicio
adquirirían nunca la suprema autoridad ninguna
monarquía ni poliarquía.
El dilema es claro y concluyente: si los padres
de familia son los aptos, los capaces de ejercer la soberanía,
es esta deber y derecho de ellos, y la comunidad
poliárquica no puede ni debe trasferirlo; si lo trasfiere á
otros, por más aptos, es que estos son los soberanos
por derecho propio, y no por consentimiento ni trasferencia,
y que, por lo tanto, el cuerpo ó colectividad de
patres-familias no puede jurídicamente tener ni ejercer
la autoridad civil.
En su
sentido más amplio consentimiento es volición, es acto de la voluntad, no siempre libre, sino
debido, como ya se ha insinuado en los números precedentes. Solo en
esta acepción más extensa es como puede decirse que
U autoridad civil se tiene y se ejercita con, y no sin el
consentimiento, de la nación;
Otras veces, con el nombre de consentimiento tácito
é implícito, que bien puede ser libre y anterior á
las relaciones jurídicas que engendre, designan un consentimiento
necesario y posterior, una aquiescencia y
conformidad racionales y debidas con la posesión y
ejercicio de soberanía por otros hechos y de otros modos
concretada legítimamente, resultando esta confusi6n
de palabras una contradicción efectiva de dos
principios tan opuestos como el del origen de la autoridad
por libre trasferencia, y el de su determinación
P0r títulos justos independientes del consentimiento
social.
Pero, por antonomasia, y en sentido estricto, se llama derecho
divino, al derecho que pudiéramos en cierto modo llamar
más divino en cuanto establecido directa y personalmente
por Dios, como causa próxima, y no en cuanto autor de la
naturaleza, de sus inmediatas propiedades y de sus respectivos
órdenes y leyes, esto es, como causa primera y remota.
A su vez, antonomásticamente, y en acepción propia, se llama
derecho natural al derecho, en cuanto Dios no es autor
próximo, preter y sobrenaturalmente autor de él, sino únicamente
como causa primera, y por el concurso de los hechos
y de las causas segundas, justificándose esta acepción antonomástica,

***GENIAL

En el supuesto de la referida trasferencia en virtud de


propio, virtual, radical y formal derecho de la sociedad civil,
lo más natural hubiera sido lo más frecuente, ofreciéndonos
la historia más casos de consentimiento anterior expreso y explícito,
ó sea, de verdadero sufragio electivo del soberano,
que de consentimiento posterior, tácito y presunto; porque la
facultad de consentir supone y encierra la de designar por
elección, y hasta este término fuera más propio y menos equívoco
en la hipótesis que venimos refutando. La trasferencia,
en efecto, supone, como modo y medio lógico, la facultad de
determinar entre varios la persona ó persona á quienes se
traslada y confiere la soberanía social. Lejos de eso, lo que
más presenta la experiencia es el hecho contrario más general
y constante, es el consentimiento, esto es, la conformidad
ulterior al primer ocupante de la soberanía, ó al sucesor de
ella; y la generalidad y constancia del hecho arguyen, como
ley de naturaleza, la concreción de la soberanía, por derecho, ó por fuerza, antes del consentimiento, sin él y contra él.

Pero desde el común punto de vista, era esto una


visible y enorme contradicción para Rousseau. No
comprendía, y con razón, como, siendo la independencia
individual absoluta un derecho nativo, se pod
í a l o ya enagenar para-siempre, pero ni restringir siguiera
mediante sujeción alguna á persona física ó coactiva,
la cual, en el hecho de ser poder, era desigual á
^s otras personas, más libre é independiente que ellas,
cercenándoselas la libertad é independencia en pro-
Porción de las que tenía de más el soberano.
La sociedad, según la doctrina del pacto, es contarla,
en efecto, á la naturaleza, porque aquélla se
forma con fracciones, desprendimientos y mutilaciones
^c ésta; la autoridad se hace y sostiene á expensas de
^ libertad que, si no es plena é íntegra, no es libertad,
sino servidumbre. Así es'que, para salvar y conciliar
arnbas cosas, esto es, la integridad é inalienabilidad de
esos derechos nativos, y la existencia social, imaginó
Rousseau el siguiente burdo y pueril sofisma: para formar
la sociedad, mediante la autoridad, no hay que
en£*genar en una persona determinada una parte de
la independencia individual, sino toda ésta en toda la
Comunidad; todos y cada uno abdican en el conjunto,
^ n lo cual, recuperan, mejor sería decir que retienen,
Sln enagenarlo, ese su derecho nativo de independencia
libre é igual.
No hay que detenerse mucho en deshacer tan vano
juego de palabras sobre el que gira toda la fantasmagoría
del Contrato; porque desde luego se descubre
<lue por la abdicación total en toda la comunidad, d)
^ cada individuo recobra solo una parte de la indepen dencia que trasladó, y en tal caso queda
esta mutilada,
y enagenado un derecho que, ó es pleno, ó no es derecho;
¿^J ó si la recobra y retiene total, se vuelve al estado
de naturaleza y se declara imposible, inútil, insostenible
y estéril el pacto; es decir, ó la contradicción de
los tratadistas protestantes, ó la imposibilidad de la sociedad
mediante convenio, y de todas suertes, incompatibilidad
entre la sociedad, que es estado natural del
hombre, y la naturaleza que es contraria á la sociedad,
según se desprende de la doctrina rousseauniana.
LOS ANCAP SE DECIDEN POR LO SEGUNDO.
Al tenor de ella, todas las instituciones tradicionales
eran esencialmente viciosas, no defectuosas por accidente;
y esto, no solo porque las supuso contrarias á la naturaleza
humana, sino porque no habían sido libremente
estatuidas por pacto. De aquí ese idealismo que desprecia
y detesta á la tradición y á la historia, y el error
consiguiente de no considerar racional y buena sino
á la constitución jurídica nuevamente creada por el libre
arbitrio humano, según el criterio apriorístico de
la soberana razón del hombre. Entre lo actual y lo
precedente, entre lo nuevo y lo antiguo no hay otro nexo
que el del tiempo, no el de ese común contenido substancial
de los estados y leyes, que son conformes á la
naturaleza, y sobre cuyo fondo se van mejorando, por
obra de la tradición y del progreso, los defectos accidentales
y subalternos; por el contrario, las instituciones
de reciente creación son justas en la proporción
de contrarias á las antiguas, siendo tal oposición el
criterio y guía de las innovaciones y la garantía de su
bondad y rectitud.

derechos nativos de la nación, no puede enagenarlos,


esto es, trasladarlos á ninguna otra persona física ó moral,
sin atentar á la existencia misma de la sociedad civil.
En ella queda, pues, la soberanía, (inmanet), siendo,
por lo tanto, también irrepresentable) porque su representación
es, de hecho y con otro nombre, una enagenación
verdadera, es la cesión de la soberanía á otro ú
otros que no son toda la comunidad.
Pero la inmanencia de la soberanía en toda la sociedad
es la anarquía, porque es la vuelta al estado de naturaleza,
ó mejor dicho, la permanencia en una situación
en que todos tienen derecho á mandar, y ninguno
la obligación de obedecer, y todos el mismo derecho y
título sobre las cosas sin excepción, de lo cual se engendra
el desorden y la violencia perpetuos.

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