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Paulo Leminski
1. El legado
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2. La narración y la experiencia
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tado valor del interior de las casas para la arquitectura, dado que la casa
se convierte en un refugio contra el mundo hostil y anónimo. El individuo
burgués sufre una despersonalización generalizada e intenta remediar
esta situación apropiándose personalmente de todo lo que le pertenece
en la esfera privada: su familia, sus objetos personales, sus muebles, sus
fotografías enmarcadas, sus pinturas escogidas y colgadas en la pared5.
Al ser desposeído el individuo de su vida pública, que no puede ya
ser objeto de apropiación por haber perdido el sentido tradicional (recha-
zo de la “experiencia”), intenta dejar su marca en los objetos personales,
como en las iniciales bordadas en el pañuelo. La figura del coleccionista es
también representativa de la filosofía de Benjamin, ya que es quien intenta
establecer un orden, una lógica en los objetos, sacándolos de su singulari-
dad y de la desconexión en que se encuentran en la modernidad. “Habitar
es dejar rastros”, dice Benjamin en su París, capital del siglo XIX6. Y no es
casual que el terciopelo sea uno de los materiales preferidos en esta época
(siglo XIX): los dedos del propietario dejan en él su marca con facilidad7.
5 Ibíd., p. 68.
6 En Gagnebin, op. cit., p. 68.
7 Ibíd.
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toriográfico se divorcia cada vez más del pasado sobre el que se quiere
centrar, elaborando un estudio que no es sino un “clon” del presente, ati-
borrado de valores políticos e ideológicos propios de este presente.
Evidentemente, esto no significa defender una postura de neutrali-
dad axiológica del conocimiento histórico: significa solamente manifestar
el “pecado” del historiador que, por ejemplo, intenta comprender la época
medieval o la antigua pensando que el hombre de este periodo compartía
los mismos principios y valores que el hombre contemporáneo. Tal dis-
torsión –propia tanto de mucha historiografía calificada de “reaccionaria”
como de la “revolucionaria”– se da, por ejemplo, cuando se ve en una in-
surrección de esclavos ocurrida hace dos mil años la típica manifestación
primitiva de revolución proletaria.
Y esta forma aparentemente lógica, coherente, lineal y armónica de
encararse a la temporalidad –que es en realidad profundamente aleatoria,
ya que opta, por motivos a veces ocultos, por determinadas conexiones y
no por otras que podrían ser posibles– tiene como consecuencia natural
ser excluyente. En la medida en que el escenario histórico, por utilizar una
expresión de Benjamin, se considera uno y único, en la medida en que el
pasado se presenta como un cuadro ya listo y definitivamente pintado,
se excluyen cualesquiera otras perspectivas históricas imaginables que
acabarán por no imponerse, caminos que podrían haberse proyectado e
incluso otras conexiones que podrían haberse hecho con esa misma lógica
del encadenamiento de los hechos. La temporalidad lineal representa un
tiempo vacío y homogéneo donde solo hay lugar para la suma (encadena-
da) de hechos, como si el tiempo fuese un receptáculo de forma y tamaño
bien definidos. Se eliminan todas las virtualidades históricas y todas las
experiencias pasadas que no fueron registradas o que se frustraron, y, en
dicha historiografía, solamente hay espacio para los éxitos históricos.
Es decir, el efecto básico del discurso armónico y lineal es ser ex-
cluyente, y es excluyente precisamente porque es armónico y lineal. Con
ello, prácticamente todo el pasado real y efectivo se oculta y se esconde,
y aun así todo él acaba por salir a la luz, ya que el discurso historiográfico
opta por una determinada línea de explicación que excluye infinidad de
otras. En el caso del “positivismo/historicismo”, como es sabido, se optó
por los hechos políticos, militares y diplomáticos.
Y esa exclusión realizada en el conocimiento histórico por el dis-
curso historiográfico refleja en realidad la exclusión que existe en la pro-
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Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. Representa un ángel que parece que-
rer apartarse de algo que mira fijamente. Sus ojos están bien abiertos, su boca agrandada,
sus alas abiertas. El ángel de la historia debe tener este aspecto. Su rosto se vuelve hacia el
pasado. Donde nosotros vemos una cadena de acontecimentos, él ve una catástrofe única
que acumula incansablemente ruinas sobre ruinas y las esparce a sus pies. Le gustaría
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detenerse para despertar a los muertos y juntar los fragmentos. Pero una tempestad sopla
desde el paraíso y sostiene sus alas con tal fuerza que ya no puede cerrarlas. Esa tempestad
le impele irresistiblemente hacia el futuro, al que vuelve la espalda, mientras los montones
de ruinas crecen hasta el cielo. Esa tempestad es lo que llamamos progreso13.
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tud revolucionaria por tanto, con vistas al futuro. Es una teoría historio-
gráfica revolucionaria, definida como recuperación y recuerdo salvadores
de un pasado olvidado, perdido, reprimido o negado23, que enfatiza la in-
tensidad del tiempo histórico con su virtualidad de poder hacer estallar el
tiempo cronológico propio de la perspectiva de los dominadores24.
4. Historia y derecho
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5. Conclusión
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