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El País

CRETA, 1941
Una novela sobre la invasión de la isla por los paracaidistas alemanes recuerda la
presencia de republicanos catalanes entre las tropas británicas

JACINTO ANTÓN, 7 NOV 2015

Paracaidistas alemanes negociando la rendición de Heraklion con su alcalde en 1941. /GETTY


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Los catalanes estamos de moda, a veces de manera asombrosa. Imaginen mi sorpresa


cuando en medio de la lectura de las aventuras de un oficial de la Wehrmacht en la
Creta de la primavera de 1941 recién invadida por los paracaidistas alemanes leo:
"Atureu!" (sic). Es lo que le gritan, en catalán, al soldado en las despiadadas
montañas del centro de la isla unos hombres salvajes y de uniformes mugrientos que
aparecen de repente amenazándole con sus armas y hablándole de Durruti, que ya es
susto. El libro es El camino a Ítaca,de Ben Pastor (Alianza), la nueva entrega de la
serie policiaca protagonizada por el joven capitán de caballería y agente de la Abwehr
—el servicio secreto del ejército— Martin Von Bora, un militar íntegro en lo posible,
que ha de lidiar con lo que significa para la conciencia ser parte de la maquinaria
bélica del III Reich.

En la novela, Bora viaja a Creta en los días siguientes a la sangrienta conquista


(Operación Merkur) y recibe el complicado encargo de investigar el asesinato de
unos civiles que parece ser obra de los paracaidistas, unas tropas de élite muy duras
que andan con el gatillo suelto y muy malas pulgas después de la escabechina que
han sufrido para tomar la isla. En el curso de la pesquisa nuestro hombre ha de buscar
a un testigo en las montañas y se topa con los catalanes, un grupo de antiguos
miembros de la FAI que tras la Guerra Civil —le explican a Bora después de
capturarlo— pasaron a Francia y se enrolaron en la Legión Extranjera. Luego se
fugaron en Siria para evitar luchar a favor de la Francia de Vichy y fueron
transferidos a Creta por los británicos desde Oriente Próximo como parte de la
amalgama de tropas enviadas para parar la invasión alemana y, al resultar eso ya
imposible, proteger la evacuación. Martin Bora, que ha luchado en España en el 37
como teniente de la Legión Cóndor —eso se explica en otra de sus aventuras, The
horseman song—convence a los catalanes de que es un inglés ex combatiente
antifascista en el frente de Aragón, cita a Orwell e incluso usa él mismo algunas
palabras en catalán.

“Ah, los catalanes, hay un lugar en mi corazón para ellos y para Cataluña”, me dice
Verbena (Ben) Pastor, escritora estadounidense de origen italiano, al preguntarle por
la escena. Como somos amigos me regocijo secretamente con la idea de que a lo
mejor un pelín he influido en ese cameo de los catalanes en la novela. En fin, en
realidad preferiría haber sido el modelo de Martin Bora, alto, guapo, elegante y de
ojos verdes; pero para él Ben se ha basado en Von Stauffenberg.

La escritora, por supuesto, no se ha inventado completamente el episodio de los


catalanes: leyó, como hemos hecho todos, sobre la presencia de combatientes
republicanos españoles en las filas británicas en el canónico Creta, la batalla y la
resistencia, de Antony Beevor (Crítica). Esos soldados formaban parte de la
Layforce, la fuerza de comandos desembarcada en Creta, y protagonizaron algunas
acciones casi suicidas luchando codo a codo con tropas maoríes (!) en la retaguardia
británica. La mayoría fueron hechos prisioneros y se hicieron pasar por gibraltareños
para evitar que los alemanes se los enviaran a Franco. Otros escaparon por mar a
Egipto. Algunos se quedarían en la isla ocupada uniéndose a los grupos de la guerrilla
local.

Yo siempre he tenido, desde niño, una fijación por Creta en la que se confunden la
mitología, la arqueología y la II Guerra Mundial. Los Fallschirmjägger de Student
cayendo hacia su muerte (los diezmaron en el aire) envueltos en las alas de seda de
sus paracaídas me parecen avatares de Ícaro y el cruel general Müller, lanzando
ciegas y brutales represalias —como la liquidación del pueblo de Anoyia— un
Minotauro atrapado en el laberinto de la Resistencia cretense, a la que une el audaz
correo Psychoundakis como un mercurial pastor. No es difícil que en Creta, cuna de
Zeus, se te mezclen las cosas. A Martin Bora también le pasa: los vieux
briscards catalanes surgiendo broncos entre los riscos le parecen lestrigones, los
gigantes antropófagos de la Odisea.

El tuerto John Pendlebury, arqueólogo sucesor de Evans en Cnossos (e implicado en


los servicios de Inteligencia británicos), cayó luchando contra los paracaidistas, que
se dice que le enviaron a Hitler su ojo de cristal de cíclope heroico. Villa Ariadna, la
casa de Evans y sede de la misión arqueológica, en cuyos jardines de hibiscos
Pendlebury practicaba la esgrima, se convirtió en el cuartel general alemán. La
sombra de Pendlebury planea sobre la novela de Ben Pastor. “Me enamoré de él y de
sus amigos arqueólogos leyendo su libro y viendo sus fotos”, suspira la escritora.
"¡Qué generación única de hombres inteligentes, bellos e idealistas! Siento que
Europa ya no sea capaz de producirlos”. Le pregunto, claro, por Patrick Leigh
Fermor, que luchó junto a los partisanos cretenses y secuestró al general Kreipe (su
relato póstumo de la operación, Secuestrar a un general, lo va a publicar ahora en
castellano Berenice) sin dejar de vestirse como Lord Byron, beber raki y recitar a
Horacio. "Fermor siempre me ha conmovido por su eterna juventud, todo que hizo,
en la guerra y fuera, fue wild and wonderful".

Creta, henchida de leyenda y guerra es para mí también una isla de amigos: el viejo
Paddy, Beevor, María Belmonte, Toni Sagarra. María y Toni han recorrido la isla
siguiendo los pasos del mito y de la historia en los senderos, los museos, los
cementerios y las tabernas. María incluso me ha traído una piedra del Monte Ida.
Ahora Ben y Martin, y los montaraces catalanes, se suman al círculo de la isla, lugar
mágico y áspero que, como dijo Seferis en un hermoso poema cretense, nos ofrece
ese consuelo del corazón que es levantar jardines en el aire.

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