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Quisiera comenzar este artículo poniendo como cimiento en él, el mandato dado
por Jesús a sus discípulos de ir a todo el mundo y anunciar el evangelio:
Cuando Jesús resucitó, se presentó a sus seguidores y les recordó a todos, su gran
misión dentro del mundo, aquello que les posibilitaría también en sus propias vidas
experimentarlo a él como el salvador, una misión que ellos encarnarían siendo en
medio de las comunidades otros Cristos para las personas, hombres que con su
vida vivieran la donación completa y la entrega generosa a los hermanos sin esperar
nada a cambio. Ser discípulo es tarea de todo hombre que decide en su vida darse
la oportunidad de encontrar en Jesucristo sentido a su existencia y que desea
sentirse enviado por él no sin antes haber descubierto en Jesús la voluntad para su
vida.
La etapa discipular es el tiempo propicio dentro del camino formativo para estar en
profundidad con el maestro, nos dice la misma palabra que Jesús llamó a sus
discípulos para que estuvieran con él, para instruirlos y luego enviarlos. Es por eso
entonces, que este momento de la formación es propicio también para entrar con la
ayuda de la oración (lectio divina, liturgia de las horas, oración personal) en los
llamados “secretos del reino”, aquello que sólo Jesús y la experiencia con él va
revelando a quienes se lo permiten y que se va convirtiendo en claridades para
afrontar la vida cristiana desde la libertad, la verdad, el dominio de sí y la
misericordia.