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La Fierecilla Domada 1

Personajes:
1. Catalina, la fiera, hija de Bautista
2. Bautista Minola, rico caballero
de Padua.
3. Petruchio, de Verona, galán de
Catalina.
4. Blanca, hija de Bautista, hermana
menor.
5. Lucencio, galán de Blanca.

Lugar:

Unas veces en Padua y otras en la quinta


de Petruchio en Verona.

Versión libre para El Galpón de San


Fidel, para espacios no
convencionales (Plazas, Aire libre,
halls, hospitales, colegios, liceos, etc)
con la finalidad de acercar al
espectador común de manera sencilla
al teatro universal. Proyecto
Shakespeare.

César Eduardo Rojas Márquez

De W. Shakespeare en Versión Libre de César Eduardo Rojas Márquez


La Fierecilla Domada 2

INTRODUCCIÓN MUSICAL EN LA QUE LOS ARTISTA INVITAN AL


ESPECTADOR A ACERCARSE.

ACTO PRIMERO.
CUADRO PRIMERO.
ENTRAN BAUTISTA, CATALINA Y BLANCA MIENTRAS VIENEN SEGUIDOS A
DISTANCIA DE LUCENCIO
BAUTISTA.- Que esos señores no me importunen más. Estoy decidido: no
concederé a nadie la mano de Blanca, que es mi hija menor, sin antes haber
encontrado marido para Catalina, que es la primogénita. Si alguien ama a
Catalina, pues lo autorizaré a cortejarla.
CATALINA.- (A BAUTISTA) Por favor, señor ¿es tu deseo convertirme en la
hazmerreír de mis pretendientes?
BLANCA.- ¡¿Pretendiente, hermana?! No habrá pretendiente para ti hasta que
no seas más amable, dulce y cariñosa.
LUCENCIO.- ¡Vaya! Catalina está loca de remate, o es asombrosamente mala.
En las pocas palabras de la otra adivino la conducta y la modestia de la virgen
BAUTISTA.- Que los hechos respondan pronto a lo que he dicho... Blanca,
enciérrate en la casa y no te molestes, que no por ello te amo menos, hija mía.
CATALINA.- ¡Linda niña mimada! Pínchale un ojo y ya verán cómo responde.
BLANCA.- Disfruta, hermana. Señor, me someto humildemente a tu voluntad.
Mis libros y enseres me servirán de compañía, en ello me ocuparé. (SALE)
BAUTISTA.- No quiero ser injusto como padre…y como sé que la mayor delicia
de mi hija Blanca la constituyen la música y la poesía, traeré a casa profesores
aptos para instruir su juventud y se distraiga mientras caso a esta otra.
Catalina, quédate, pues es con Blanca con quien deseo conversar (SALE)
CATALINA.- ¡¿Cómo?! Pues yo creo que puedo también marcharme. ¡Cómo si
yo no supiera lo que hay que tomar y lo que hay que dejar! (SALE)
LUCENCIO.- ¡Oh, sucumbo, si no consigo el amor de Blanca. ¡Todo lo que he
visto en ella era dulce y sagrado!. Su hermana mayor es tan mala, que hasta

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La Fierecilla Domada 3

que su padre se quiere deshacer de ella antes de permitir que Blanca se case;
Por eso la ha encerrado, a fin de que no lo importunen los pretendientes. Qué
padre tan cruel! Pero como buscaba profesores para instruirla, yo seré su
profesor en todo.

ACTO PRIMERO.
CUADRO SEGUNDO
PADUA. UNA PLAZA PÚBLICA., ANTE LA CASA DE LUCENCIO.
PETRUCHIO.- Según esta dirección es aquí la casa de LUCENCIO, si no me
engaño. ¡Ah de la casa!
LUCENCIO.- ¿Qué hay? ¿Qué ocurre? (LOS RECONOCE) ¡Mi buen amigo
Petruchio en Verona! Bienvenido. Y ahora dime, querido amigo, ¿que feliz
viento te ha traído a Padua, desde la antigua Verona?
PETRUCHIO.- El viento que dispersa a los jóvenes, a través el mundo a buscar
novedades lejos de su hogar, donde se adquiere poca experiencia. Antonio, mi
padre acaba de morir y he decidido casarme y probar fortuna. Poseo coronas
en mi bolsa y bienes en mi casa y así salí a ver el mundo, aunque todavía no
encuentro doncella
LUCENCIO.- ¿Petruchio, quisieras que te presentara a una mujer brava y mal
encarada? Puedo asegurarte que es rica. Pero eres mi amigo y mejor no.
PETRUCHIO.- Señor LUCENCIO, si conoces a una mujer lo bastante rica
como para convertirse en la esposa de Petruchio, sea fea, vieja, abominable o
brava, nada de eso embotará el filo de mi pasión. Vengo a casarme ricamente;
y si en Padua me caso, me habré casado con toda felicidad.
LUCENCIO.- Petruchio, pues si es de ese modo, continuaré lo que por burla he
comenzado. Puedo proporcionarte una mujer bastante opulenta, joven,
hermosa y educada como conviene a una dama de su calidad. Su único
defecto –y de consideración- consiste en ser una fierecilla indómita, retrechera
y voluntariosa, tan fuera de toda medida que aunque mi situación fuera peor de
lo que es, ni por una mina de oro me casaría con ella.
PETRUCHIO.- No conoces la virtud del oro. Dime el nombre de su padre, y
será suficiente. Yo la abordaré, así chille tan fuerte como el trueno.
LUCENCIO.- Su padre es Bautista Minola, un caballero afable y cortés. Ella se
llama Catalina Minola, célebre en Padua por su mal carácter y mala lengua.

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La Fierecilla Domada 4

PETRUCHIO.- Aunque no la conozco, tengo noticias de su padre, que conocía


bien a mi difunto. LUCENCIO, no dormiré hasta que la haya visto. Así que te
dejo, a menos que quieras acompañarme hasta allá.
LUCENCIO.- Iré contigo, Petruchio, porque mi tesoro está bajo la guarda de
Bautista. Tiene la joya de mi vida en custodia, su hija menor la bella Blanca, Y
él me la oculta, así como a otros más que la cortejan y son mis rivales, hasta
que la fiera Catalina sea pedida en matrimonio.
GRUMIO.- ¡Catalina, la fiera! Lindo título para una doncella. ¡El peor de todos!
LUCENCIO.- Déjame ir contigo disfrazado de profesor de música, para ofrecer
instruir a Blanca. Gracias a esta estratagema, tendré el placer de enamorarla,
sin despertar sospechas.

ACTO SEGUNDO.

PADUA. APOSENTO EN CASA DE BAUTISTA


BLANCA.- Buena hermana, no sigas cometiendo la injuria de tratarme como
una criada o una esclava.
CATALINA.- De todos tus pretendientes, dime: ¿cuál te agrada más?
BLANCA.- Entre todos los hombres vivientes, todavía no he visto un rostro
especial que prefiera a otro.
CATALINA.- Mientes, preciosa. ¿No es LUCENCIO?
BLANCA.- Si tú lo amas, hermana, juro aquí interceder en tu favor para que lo
obtengas.
CATALINA.- Entonces lo prefieres más rico.
BLANCA.- Veo que tan sólo quieres saber para burlarte de mí.
CATALINA.- Si tomas mis preguntas en broma, toma en chanza todo lo demás.
LA GOLPEA. LLEGA BAUTISTA.
BAUTISTA.- ¿Qué sucede? ¡Muchacha! ¿Qué insolencia es esta? Blanca
retírate. ¡Pobre criatura! ¡No te da vergüenza, bribona de espíritu endiablado?
¿Por qué la maltratas, si jamás te ha hecho daño alguno?
CATALINA.- Su silencio me insulta, y me vengaré (SIGUE A BLANCA)
BAUTISTA.-¿Cómo? ¿En mi presencia? ¡Vete dentro, Blanca! (SALE BLANCA)
CATALINA.- Ahora lo veo. Ella es tu tesoro. ¡No hables! ¡Voy a encerrarme y a
llorar hasta que encuentre ocasión de vengarme! (SALE)

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La Fierecilla Domada 5

BAUTISTA.- ¿Ha existido jamás un caballero tan desdichado como yo? Pero
¿quién viene aquí?
ENTRA PETRUCHIO CON LUCENCIO DISFRAZADO DE MÚSICO.
PETRUCHIO.- Buen día caballero, vengo a responderte por lo que veo.
BAUTISTA.- ¿A que te refieres, hidalgo?
PETRUCHIO.- ¿No tienes una hija llamada Catalina, bella y virtuosa?
BAUTISTA.- Tengo una hija llamada Catalina.
LUCENCIO.- Creo que comienzas con demasiada brusquedad, Petruchio.
PETRUCHIO.- ¡No me fastidies, maestro! Déjame hacer. Señor, soy un
caballero de Verona y he oído hablar de tal modo de su hermosura e ingenio,
de su afabilidad y extrema modestia, de sus raras cualidades y de la dulzura de
sus modales que tengo la osadía de presentarme aquí, en su hogar, como un
huésped descarado, para que mis ojos sean testigos de lo que he escuchado.
Y como introducción a mi acomodo, me presento ante ti, señor, con uno de mis
servidores (PRESENTANDO A LUCENCIO) versado en música y en
matemáticas, quien instruirá a tu hija en estas ciencias. Acéptalo, o, de otro
modo, me ofenderás. Su nombre es Licio, nacido en Mantua.
BAUTISTA.- Sed bienvenido, señor, y él también, por respeto a ti. En cuanto a
mi hija Catalina, estoy seguro que no te convendrá y eso me aflige.
PETRUCHIO.- Veo que tu intención entonces es no separarte de ella, a menos
que mi compañía te degrade.
BAUTISTA.- No cambies mis palabras. Digo lo que siento ¿De donde eres,
señor? ¿Qué nombre debo darte?
PETRUCHIO.- Petruchio es mi nombre, hijo de Antonio.
BAUTISTA.- Le conozco mucho. Sé bienvenido en consideración a su persona.
(A LUCENCIO) Toma tu instrumento y pasa a aquel recinto pues vas a ver
inmediatamente a las discípulas. (LUCENCIO ENTRA) Vamos a pasear un
poco por el jardín, y después comeremos. Eres bienvenido.
PETRUCHIO.- Signior Bautista, mis asuntos no admiten dilación, y yo no puedo
venir todos los días a hacer mi corte. Conociste a mi padre. Soy el único
heredero de sus tierras y de sus bienes, y, menos de menospreciarlos, los he
hecho valer. En estas condiciones, si me hago amar de tu hija, dime: ¿qué dote
me corresponderá al tomarla por mujer?

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La Fierecilla Domada 6

BAUTISTA.- La mitad de mis tierras a mi fallecimiento y veinte mil coronas al


presente.
PETRUCHIO.- Pues a cambio de esta dote, yo te aseguraré, si quedara viuda,
todas mis tierras y arrendamientos. Redactaremos pues, las cláusulas del
contrato, a fin de que nuestras estipulaciones sean observadas por una y otra
parte.
BAUTISTA.- Bueno; cuando se consigue lo más principal: es decir, que ella
consienta en amarte. Todo consiste en esto.
PETRUCHIO.- Bah, eso es nada. Porque te aseguro, suegro, que yo soy tan
testarudo como ella altanera; y cuando dos fuegos se encuentran, consumen
pronto el objeto que nutre su furia. Así obraré con ella, y así ella cederá
conmigo; porque soy de natural rudo y no cortejo a lo niño.
BAUTISTA.- Que le hagas bien la corte y tengas feliz éxito. ¡Pero prepárate a
recibir alguna palabra inconveniente!
PETRUCHIO.- Estoy hecho a toda prueba.
VUELVE A ENTRAR LUCENCIO CON LA CABEZA DESCALABRADA.
BAUTISTA.- ¿Qué hay, amigo? ¿Qué te ha puesto tan pálido?
LUCENCIO.- Si estoy tan pálido es de miedo, se lo aseguro.
BAUTISTA.- ¿Carecerá mi hija de disposición para la música?
LUCENCIO.- Creo que haría mejor de soldado.
BAUTISTA.- ¿Qué? ¿No has podido hacer que toque el instrumento?
LUCENCIO.- La señorita Catalina casi me lo rompe cuando intenté que me lo
tocara. Le dije que se había equivocado de traste y le tomé la mano para
corregir su digitación, cuando me dio un golpe en la cabeza con furia.
PETRUCHIO.- ¡Voto a...! ¡Por el mundo! ¡Garrida moza! ¡La amo ahora diez
veces más! ¡Oh! ¡Cómo estoy deseando tener una conversación con ella!
BAUTISTA.- (A LUCENCIO) Ven conmigo y no te inquietes. Ejercerás el
ejercicio de tu profesión con mi hija más joven. Signior Petruchio ¿vienes con
nosotros o prefieres que te envíe a mi hija Cata?
PETRUCHIO.- Envíamela, te lo ruego; la esperaré aquí (SALEN Y QUEDA
SOLO PETRUCHIO) Y cuando llegue yo le haré la corte a mi manera. Pero
aquí llega. Y ahora, habla, Petruchio.
PETRUCHIO.- Buenos días, Cata.
CATALINA.- Los que hablan de mí me llaman Catalina.,

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La Fierecilla Domada 7

PETRUCHIO.,- Mentís. Te llamas sencillamente Cata, la buena Cata y a veces


Cata la mala; pero Cata, la más bonita, Cata de la cristiandad; mi Cata de
miel... por consiguiente, Cata, mi consuelo; cátate que habiendo oído elogiar en
toda la ciudad tu dulzura, tus virtudes, tu recomendada belleza –no tanto como
mereces-, me he sentido movido a hacerte la corte como a futura esposa.
CATALINA.- ¡Movido! ¡No está mal! Sigue el movimiento y como has venido
vete; muévete. Desde el primer instante he visto que eres un mueble.
PETRUCHIO.- ¿Un mueble?
CATALINA.- Un taburete.
PETRUCHIO.- ¡Lo has adivinado! ¡Ven y siéntate sobre mí!
CATALINA.- Los asnos como tú se hicieron para la carga.
PETRUCHIO.- Las mujeres son las que se han hecho para la carga.
CATALINA.- Pero no seré yo la que soportará tu peso, si a mí te refieres.
PETRUCHIO.- ¡Ay, buena Cata! Yo no te seré pesado porque eres joven y
ligera-
CATALINA.- Demasiado ligera para dejarme cazar por un zángano. Y tan
pesada como conviene que sea.
PETRUCHIO.- ¡Como a mí me conviene! Vamos, avispa, te picas demasiado.
CATALINA.- Sí soy avispa y cuídate de mi aguijón.
PETRUCHIO.- ¿Quién no sabe dónde lleva una avispa su aguijón? En la cola.
CATALINA.- En la lengua.
PETRUCHIO.- ¿En la lengua de quién?
CATALINA.- En la tuya, y si no tienes mejor historia que contar, adiós.
PETRUCHIO.- ¿Me mandas a paseo? Vuelve. Soy un caballero, buena Cata.
CATALINA.- Voy a probarlo (LO GOLPEA)
PETRUCHIO.- Te juro que te daré una paliza si lo vuelves a hacer.
CATALINA.- Pederías tus brazos. Si me pegas, no serás caballero. ¿Cuál es tu
plumero? ¿Una cresta?
PETRUCHIO.- Un gallo sin cresta, si Cata fuera mi gallina (CANTA COMO
GALLO)
CATALINA.- Jamás serás mi gallo. Cantas como un gallo vencido.
PETRUCHIO.- Vamos, Cata. No me mires tan desabrida.
CATALINA.- Es mi costumbre cuando contemplo a un conejo.
PETRUCHIO.- Aquí no hay ninguno. No hay motivo para que estés tan irritada.

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La Fierecilla Domada 8

CATALINA.- La hay... la hay...


PETRUCHIO.- Muéstramelo entonces.
CATALINA.- Si tuviera un espejo.
PETRUCHIO.- ¿Te refieres a mi figura?
CATALINA.- Lo adivinas, a pesar de ser tan joven.
PETRUCHIO.- ¡Por San Jorge! Soy demasiado joven para ti.
CATALINA.- Y, sin embargo, estás ajado.
PETRUCHIO.- ¡El alcohol y las penas! Oye, Cata. No te vayas así.
CATALINA.- Voy a golpearte si me quedo. Déjame partir.
PETRUCHIO.- No, en modo alguno. Te hallo extremadamente gentil. Se me
había afirmado que eras brusca, una fierecilla indómita, desagradable. Y ahora
advierto que eran groseras mentiras. Te encuentro deliciosa, jovial, sumamente
cortés. Sólo es lenta tu palabra, pero dulce como las flores en primavera. No
sabes mostrar ceño, ni mirar de reojo, ni morderte los labios, como las
muchachas coléricas. Lejos de recrearte en decir palabras injuriosas, recibes a
tus adoradores con benevolencia y afabilidad. ¿Por que el mundo cuenta que
Cata es coja? ¡Oh, mundo calumniador! Cata es lista y esbelta como el mimbre
y el avellano, dulce como la nuez y más exquisita que la almendra ¡Oh! ¡Vete
para verte andar! ¡No estás coja!
CATALINA.- ¡Estúpido! ¡Ve y ordena a tus criados!
PETRUCHIO.- ¿Adornó nunca Diana un bosquecillo como Cata este aposento
con la majestad de su porte?
CATALINA.- ¿Dónde has estudiado todos esos bellos discursos?
PETRUCHIO.- Los improviso, ayudado por el ingenio de mi madre.
CATALINA.- ¡Madre ingeniosa! Aunque sacó al hijo necio.
PETRUCHIO.- ¿No soy listo?
CATALINA.- Sí; consérvate caliente.
POETRUCHIO.- Tal es mi intención, dulce Catalina, pero en tu lecho. Por
consiguiente, seré claro: tu padre accede a que seas mi esposa. Tú dote se
haya estipulada y, quieras o no, me casaré contigo. Yo soy el marido que te
conviene ya que he nacido para domarte y transformar una Cata salvaje en una
fierecilla domada. Aquí viene tu padre ¡Nada de negativas! ¡Debo y quiero tener
a Catalina por mujer!
REGRESA BAUTISTA

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La Fierecilla Domada 9

BAUTISTA.- ¿Señor Petruchio, cómo te va con mi hija?


PETRUCHIO.- ¿Cómo sino bien, mi señor? ¿Cómo sino bien? ¡Era imposible
que sucediera de otra manera!
BAUTISTA.- ¿Qué hay, hija Catalina? ¿Siempre malhumorada?
CATALINA.- ¿Me llamas hija? Me das buena prueba de cariño paterno casarme
con un loco, un rufián, un bufón que cree imponerse con juramentos.
PETRUCHIO.- Suegro, así tú cuando me hablaste de ella, fuiste injusto. Si es
mordaz, es por política y casta. Y estamos en tan buenas relaciones, que
fijamos el próximo domingo para día de nuestras bodas.
CATALINA.- ¡Primero te veré ahorcar el domingo!
BAUTISTA.- ¡¿Es ese tu éxito?!
PETRUCHIO.- ¡Ten paciencia, suegro! Yo la he escogido para mí. Si ella y yo
estaremos contentos ¿qué importa lo demás? Cuando estábamos solos hemos
convenido que ella continúe mostrándose áspera en sociedad. No imaginas
hasta qué extremo me adora. ¡Oh, carísima Cata! Se colgaba de mi cuello, y
beso a beso, me excedía rápidamente, protestando, juramento tras juramento,
que, en un abrir y cerrar de ojos se había prendado de mí. ¡Dame tu mano,
Cata! Voy a Venecia a comprar el aderezo de bodas. Prepara el festín, suegro,
has tus invitaciones, Estoy seguro que mi Catalina estará encantadora.
BAUTISTA.- No sé qué decir, pero dadme vuestras manos. Dios te envíe
alegría. Casamiento hecho, Petruchio.
PETRUCHIO.- Adiós suegro y esposa. Parto para Venecia. El domingo está
próximo. Tendremos sortijas, casa y lucido cortejo. Y ahora bésame, Cata. El
domingo estaremos casados (SALEN PETRUCHIO Y CATALINA POR
DIVERSOS LADOS)
BAUTISTA.- No pido otro beneficio que tranquilidad en el matrimonio.
Música de cambio.
ACTO TERCERO
LLEGAN BAUTISTA, CATALINA, BLANCA, LUCENCIO.
BAUTISTA.- He aquí el día señalado en que deben casarse Catalina y
Petruchio, y todavía nada sé de mi yerno.
CATALINA.- Yo te dije que era un demente, que disimulaba sus punzantes
bromas bajo modales bruscos; y que, a fin de pasar por un hombre simpático,
haría la corte a mil mujeres, fijaría la fecha del matrimonio, reuniría a los

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La Fierecilla Domada 10

amigos y proclamaría las amonestaciones sin haber tenido jamás la intención


de cumplir la promesa. Ahora el mundo señala a la pobre Catalina y dice: “Mira,
he ahí la mujer de Petruchio, el loco, si le place venir a casarse con ella”. ¡Ojalá
Catalina no le hubiera visto nunca! (SALE LLORANDO SEGUIDA DE BLANCA)
BAUTISTA.- Pobre, no puedo reprobar su llanto.
LLEGA PETRUCHIO MUY MAL VESTIDO.
PETRUCHIO.-¡Vamos! ¿Dónde están esos galanes? ¿Quién hay en la casa?
BAUTISTA.- Bienvenido, señor. No vienes vestido como hubiera deseado
PETRUCHIO.- Habría sido mejor de no haber influido la rapidez. Pero ¿dónde
está Catalina? ¿Dónde está mi linda novia? ¿Cómo se halla mi suegro? Se
diría que está de mal humor.
BAUTISTA.- ¿Dime cómo llegas ahora tan descosido?
PETRUCHIO.- Fuera enojoso de contar y desagradable de oír. Baste saber que
he venido a cumplir mi palabra. Sobre ellos te daré mis excusas y mis
explicaciones te satisfarán. Pero ¿dónde está Cata? Se hace esperar
demasiado. La mañana avanza. A esta hora debíamos estar en la iglesia.
BAUTISTA.- Vete a cambiar.
PETRUCHIO.- No, es así como quiero verla.
BAUTISTA.- Pero supongo que no es así como quieres casarte con ella.
PETRUCHIO Tal y como estoy. Pero no hablemos más. Es conmigo con quien
se casa, no con mis ropas. Pero voy a saludarla con un tierno beso. (SALE)
BAUTISTA.- Sus razones tendrá para vestirse así. Ya le persuadiremos para
que se vista mejor para ir a la iglesia. Voy a seguirlo quiero ver en que para
todo esto y este va en dirección a la iglesia.
REGRESAN PETRUCHIO CATALINA, BLANCA, LUCENCIO.
PETRUCHIO.- Caballeros y amigos, les doy las gracias a la honrada compañía
que ha asistido a mi unión con la paciente, la más dulce y más virtuosa mujer y
adiós.
BAUTISTA.- (LLEGANDO) ¿Es posible que? Te vas esta noche
PETRUCHIO.- Debo partir hoy
TRANIO.- Permanece, por lo menos hasta después del banquete.
PETRUCHIO.- No puedo. Como sé que esperan sentarse con nosotros a la
mesa, les invito que coman con mi suegro y beban a mi salud, porque debo
partir inmediatamente.

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La Fierecilla Domada 11

CATALINA.- ¿Te place quedarte?


PETRUCHIO.- Me place que me pidas que permanezca; pero no puede ser.
CATALINA.- Quédate si me amas.
PETRUCHIO.- Licio, mis caballos.
LUCENCIO.- En seguida, señor.
CATALINA.- Pues has lo que quieras. Yo no partiré hoy, no; ni mañana, hasta
que me venga en gana. La puerta está abierta, señor: Ahí está tu camino. En
cuanto a mí, no marcharé hasta que me plazca. Así probarás tu ración de
recién casado.
PETRUCHIO.- ¡Oh, Cata! Cálmate, por favor.
CATALINA.-¡Tranquilo padre que se quedará! Vamos al festín nupcial.
PETRUCHIO.- Irán a comer, si tú lo exiges, Cata. Vaya suegro, festeja,
atráquese. Beba sin límites en nombre de su virginidad. En cuanto a mi buena
Cata, debe seguirme. Quiero ser dueño de lo que me pertenece. Ella constituye
mis bienes; ella es mi hogar, mi campo, mi granja, mi caballo, mi buey, mi asno,
mi todo. Hela aquí. ¡Y cuidado quien ose tocarla! ¡Mostraré quién soy al
atrevido que ose detenerme en mi camino a Padua! ¡Licio, la espada! ¡Estamos
rodeados! No tengas miedo, nadie te tocará, Cata. Yo te serviré de broquel ante
un millón de adversarios.
SALEN PETRUCHIO, CATALINA Y LUCIO SE ACERCA A BAUTISTA
BAUTISTA.- He allí una pareja que vivirá tranquila.

ACTO CUARTO.
SALÓN DE LA CASA DE PETRUCHIO. ENTRAN CATALINA.
CATALINA.- Cuanto peor me trata, más finge quererme. ¿Se ha casado
conmigo para hacerme morir de hambre? Y yo, que nunca he necesitado nada,
que jamás me ha faltado nada, estoy privada de alimento y falta de sueño. Y lo
que más me enfurece es la manera de hacerlo, todo bajo el pretexto de que me
ama. Se diría, escuchándolo, que el alimento y el sueño me van a causar una
enfermedad mortal o una muerte repentina. Por favor, buscadme algo de
comer; cualquier cosa, siempre que sea conveniente.
ENTRA PETRUCHIO
PETRUCHIO.- ¿Cómo se encuentra mi Cata?
CATALINA.- A fe, tan fría como conviene.

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La Fierecilla Domada 12

PETRUCHIO.- En seguida, mi miel adorada, volveremos a la casa de tu padre.


¿Has comido ya?
CATALINA.- ¡¡Noo!!
PETRUCHIO.- Bien, si esa es tu prisa, iremos a casa de tu padre con estos
sencillos y decentes vestidos.
CATALINA.- Pero estos son prácticamente harapos, señor.
PETRUCHIO.- Lo que enriquece el cuerpo es el espíritu. Alégrate. Es temprano
y llegaremos a la hora de la cena.
CATALINA.- Te aseguro, señor, que la cena terminará antes de que lleguemos.
PETRUCHIO.- Adelante, en nombre de Dios Volvamos de nuevo a casa de tu
padre. ¡Gran Dios! ¡Qué resplandeciente y clara brilla la Luna!
CATALINA ¡La Luna! El Sol, no hay Luna a esta hora
PETRUCHIO.- Digo que es la Luna la que brilla tan resplandecientemente.
CATALINA.- Y yo digo que es el Sol.
PETRUCHIO.- ¡Cómo! ¡Por el hijo de mi madre, que será la Luna las estrellas o
lo que se me antoje, antes de que prosiga la ruta a casa de tu padre. ¡Siempre
cuestionando! ¡Sin otra cosa que contradecir!
CATALINA.- Prosigamos nuestra ruta, te lo suplico. Será la Luna o el Sol, lo
que tú quieras. Si te place que sea el Sol una lamparita juro que no otra cosa
será para mí.
PETRUCHIO.- Digo que es la Luna.
CATALINA.- Reconozco que es la Luna.
PETRUCHIO.- ¡Mientes entonces! ¡Es el Sol bendito!
CATALINA.- ¡Bendito, pues, sea Dios! ¡Es el Sol bendito! Y no será el Sol si
dices que no lo es, y cambiará a Luna cuando se te antoje que cambie, y por lo
tanto, lo que quieras que sea, será para Catalina.
GRUMIO.- ¡Señor Petruchio, el campo de batalla se ha pronunciado a tu favor!
PETRUCHIO.- ¡Bien! ¡Entonces adelante! ¡A la casa de mi suegro Bautista!
SALEN.

ACTO QUINTO
PRIMER CUADRO
CASA DE BAUTISTA LLEGA BAUTISTA ACOMPAÑADO DE PETRUCHIO,
CATALINA.

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La Fierecilla Domada 13

BAUTISTA.- He recibido esta carta en la que se me dice que mi dulce hija


Catalina, al parecer, viene con un poco de hambre por el viaje, pues, dice la
letra, que insistía en comer algunas ramas del camino... ¿Mi hija con hambre?
CATALINA.- ¿Ya está la cena lista, padre?
PETRUCHIO.- Tu padre va a pensar que no te doy alimento en mi morada... es
la felicidad por verte suegro, lo que le ha despertado un hambre atroz...
(APARTE)...Te suplico Cata que nos mantengamos aparte, Pues te he traído
para que estés presente en la tenaz controversia que está por iniciarse.
CATALINA.- Si, pero dame aunque sea un trozo del pan que llevas en la
mochila, o voy a morir de hambruna.
ENTRAN LUCENCIO Y BLANCA.
LUCENCIO.- (ARRODILLÁNDOSE ANTE BAUTISTA) ¡Perdón, querido padre!
BLANCA.- (ARRODILLÁNDOSE ANTE BAUTISTA) ¡Padre querido, perdón!
BAUTISTA.- ¿En qué me han ofendido?
LUCENCIO.- He aquí a Lucencio, el verdadero hijo del verdadero Vincencio,
que viene de casarse con tu hija.
BAUTISTA.- ¡Cómo! ¡No es ese el maestro de música?
BLANCA.- No, en realidad este es Lucencio.
LUCENCIO.- Por amor a Blanca he cambiado de personalidad y así he llegado
felizmente al puerto.
BAUTISTA.- (A LUCENCIO) Entonces, señor ¿Te casaste con mi hija sin mi
consentimiento?
LUCENCIO.- Mi bella Blanca y yo hemos invitado a nuestros hermanos para
que estén presentes en esta celebración, da la bienvenida, mientras me
deshago en explicaciones a nuestro padre Bautista para que celebre con
nosotros.
CATALINA.- ¿Y la comida?
BLANCA.- En la cocina, a punto para el festín. ¿Vamos?
CATALINA.- Sí, sí, vamos... Si tú me lo permites, amado Petruchio.
PETRUCHIO.- Te lo permito, amada mía... pero regresa pronto que no me hallo
sin ti.
BLANCA Y CATALINA SALEN.
BAUTISTA.- Bueno, qué puedo hacer, ya están casados. Padua siempre brinda
estas sorpresas y satisfacciones, yerno.

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La Fierecilla Domada 14

LUCENCIO.- Gracias Suegro, por su compresión.


PETRUCHIO.- Padua no brinda nada que no sea adorable.
BAUTISTA.- Hablando ahora en serio, hijo Petruchio, pienso que tienes la
fierecilla más difícil de todas.
PETRUCHIO.- Pues yo digo que no; y en prueba de ello, que cada uno envíe a
llamar a su mujer. Y aquella que sea más obediente y venga primero, ganará el
premio que hayamos convenido.
LUCENCIO.- Apuesto por Blanca veinte coronas.
BAUTISTA.- ¡¿Veinte coronas...?! ¡¿Veinte millones de bolívares?!
PETRUCHIO.- Apostadas.
BAUTISTA.- ¿Quién comenzará?
LUCENCIO.- Yo. Padre Bautista, ve y dile a tu hija Blanca de mi parte que
venga.
BAUTISTA.- Yerno, parto la mitad contigo. Blanca vendrá. (SALE)
LUCENCIO.- No quiero particiones. Llevo la apuesta solo.
BAUTISTA SALE Y REGRESA DE INMEDIATO.
LUCENCIO.- ¿Qué hay?
BAUTISTA.- Mi hija dice que está ocupada y que si es muy urgente que vayas
por ella.
PETRUCHIO.- ¡Hola! ¿Está ocupada y no puede venir? ¿Qué vaya por ella?
¿Es esa su respuesta? ¡Busca a mi señora y dile que la mando a que venga!.
BAUTISTA.- Yo ya sé la respuesta. (SALE)
PETRUCHIO.- ¿Cuál es?
LUCENCIO.- ¡Que no le da la gana!
PETRUCHIO.- Sería mi mayor desgracia. Eso es todo.
ENTRA CATALINA CON SU PADRE.
CATALINA.- ¿Qué deseas mi dueño que enviaste por mí?
PETRUCHIO.- ¿Dónde está tu hermana?
CATALINA.- Esperando por mí para continuar la charla al fuego de la cocina.
PETRUCHIO.- Anda y tráela. Y si se niega a venir tráela a la fuerza ante su
esposo. Anda, tráela de inmediato.
CATALINA SALE.
LUCENCIO.- ¡Es algo asombroso!
BAUTISTA.- ¡Algo asombroso!

De W. Shakespeare en Versión Libre de César Eduardo Rojas Márquez


La Fierecilla Domada 15

PETRUCHIO.- Algo que presagia la paz y el amor y la vida tranquila, el respeto


de las conveniencias y la supremacía del esposo tan perdida en estos días con
el cuento de la liberación femenina. En una palabra, todas las dulzuras y todas
las prosperidades.
BAUTISTA.- ¡Sea contigo la felicidad, Petruchio! Has ganado la apuesta, y a la
suma perdida agrego veinte mil coronas.
LUCENCIO.- ¡Veinte mil de bolívares fuertes!
BAUTISTA.- Así es, un nuevo dote para una nueva hija, pues la hallo cambiada
y como nunca ha sido.
PETRUCHIO.- No; quiero ganar mejor aún la apuesta, hacer la demostración
más evidente de los nuevos cimientos sobre los que descansan su virtud y su
sumisión. ¡Mírenla! ¡Aquí trae a su hermana!
ENTRA CATALINA CON SU HEMANA A RASTRAS.
CATALINA.- Aquí estoy, mi señor, con tu petición cumplida.
PETRUCHIO.- Catalina, ese gorro que llevas no te sienta bien, mi amor,
quítatelo y arrójalo a los pies.
CATALINA OBEDECE.
BLANCA.- ¡Qué servilismo! ¿Cómo llamas a esto: obediencia, insensata?!
LUCENCIO.- Quisiera que tu obediencia pecara de esa insensatez. La dignidad
de la tuya, querida Blanca, me cuesta cien coronas desde la cena!
BLANCA.- Más insensato has sido tú por haber apostado por mi obediencia.
PETRUCHIO.- Catalina, te encargo que le des una lección a esta hermana de
mala cabeza sobre los deberes que la ligan a su esposo y señor.
BLANCA.- ¿Te burlas, cuñado? Yo no he pedido cuentos de ese tipo.
PETRUCHIO.- Comienza.
CATALINA.- ¡Avergüénzate! Despeja esa frente feroz y no lancen tus ojos esas
desdeñosas miradas, como si quisieras amenazar a tu señor. Eso empaña tu
hermosura, destruye tu reputación y no es prudente ni amable. Tu marido es tu
vida, tu guardián, tu cabeza, tu soberano; el que cuida de ti, el que se ocupa de
tu bienestar y si la te encuentra indómita, malhumorada, intratable, desabrida y
no obediente a sus legítimos órdenes ¿qué eres sino una rebelde, culpable del
delito de traición para con su bien amado? Vergüenza me produce ver a las
mujeres declarar, ingenuas, la guerra, cuando deberían implorar la paz;
¡Vamos! Yo también he tenido un carácter tan difícil como el tuyo, un corazón

De W. Shakespeare en Versión Libre de César Eduardo Rojas Márquez


La Fierecilla Domada 16

tan altanero. No te muestres orgullosa, que no servirá de nada y pon tus manos
a los pies de tu esposo en señal de obediencia. Si el mío lo manda, mis manos
están prontas para que en ello halle placer.
PETRUCHIO.- ¡Bravo! ¡Eso es lo que se llama una señora! ¡Ven acá y bésame,
Cata!
LUCENCIO.- Bien, pues sigue tu camino, camarada, pues has logrado tu fin.
PETRUCHIO.- Anda, Catalina, vamos al lecho. ¡En calidad de vencedor, ruego
a Dios nos conceda una feliz noche!
BAUTISTA.- Que así sea para siempre, pues mi hijo Petruchio ha domado a
una fiera.
CATALINA.- Y yo soy por él...
TODOS.- La fierecilla domada.
DESPEDIDA MUSICAL (FIN DE FIESTA)

Fin.
Versión libre de César Eduardo Rojas
Márquez Para
El Galpón de San Fidel.
Caracas, 21 de Octubre 2016.

De W. Shakespeare en Versión Libre de César Eduardo Rojas Márquez

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