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CABEZA DE SERPIENTE

Sergio Bufano
- ¿Cómo dijiste que se llamaba…?
- Alberto Almada. Acordate de alma… Almada…
- ¿Y la mujer…?
- No sé, no la conozco
- ¿Estoy linda…?
- Muy linda
Noche de verano, ventanillas abiertas y el taxi que se estremece por el
empedrado. El aire está grueso y húmedo, casi tan palpable como la mano de Alicia que
desciende sobre su pierna y trata de arreglarle la raya del pantalón.
- Tenés que comprarte otro traje
- Sí, a fin de mes. Ya casi no tengo ropa.
- ¡Ay… pobrecito…! - Alicia se ríe. Está contenta
- Claro, esta noche vamos a tener buenas noticias.
- ¿Cuánto apostás a que te da un aumento?
- Sí, yo también me imagino eso. Pero no quiero ilusionarme demasiado.
- Si no fuera así no te habría invitado a comer a su casa… Vas a ver que tengo razón…
Alicia se toca el pelo y sube el vidrio de la ventanilla. Hay aire de lluvia.
- En la esquina, por favor…- El taxi se detiene y cesan los ruidos de su antigua carrocería…
- ¡Mirá que casa tiene…! - Alicia desciende y se arregla el vestido, acomoda su cartera y
nuevamente se toca el peinado. Toma del brazo a su esposo y cruzan el gran jardín hasta
la puerta de aldabas doradas. Esta se abre y la criada los hace pasar a la sala decorada con
muebles modernos.
Almada, con su traje oscuro, baja en ese momento por la escalera.
- ¡Mi estimado Guillermo Torres, usted es tan puntual que pone en un aprieto a mi señora…
¡Todavía no ha terminado de maquillarse! Lo felicito, tiene una esposa muy linda… ¡Pero
por favor, tomen asiento y vayan pensando en qué beber…!
Se sientan en los blancos sillones y el ruido de los cubitos de hielo en los
vasos interrumpe durante unos instantes el silencio de la conversación.
-Lo felicito- retribuye Guillermo mientras recibe su copa y cruza la piernas- Su casa es muy
hermosa.
Todos miran a la escalera.
- ¡Por fin, querida, pensé que no ibas a atender a nuestros invitados! - La dueña de la casa
baja ahora con la sonrisa en los labios y extiende los brazos para saludar a Guillermo que
se ha puesto de pie. Se acerca a Alicia y ambas se besan en la mejilla.
- Mucho gusto, querida…. Te voy a tutear porque veo que sos muy joven – Luego voltea
hacia su marido y lo recrimina: - No me habías dicho que la señora de Torres era tan joven
¡A mí me encanta la juventud!
- Bueno… en realidad no podía imaginármelo… usted debe andar por mi edad, más o
menos…
- Tengo exactamente cincuenta años, señor Almada y le llevo veinte a Alicia
- ¡Acabo de descubrirlo… usted es un corruptor de menores! – dice el dueño de la casa
mientras palmea a Guillermo y lo invita a sentarse nuevamente – Querida, Torres es el
ingeniero electrónico más brillante que tengo en la compañía. En un año se ha destacado
como un ejecutivo de excelente preparación… ¡Lo digo sinceramente, Torres!
- Muchas gracias, señor. - Guillermo mira al suelo, esboza una sonrisa y trata de ocultarse
detrás de su vaso de whisky. Alicia tenía razón. Esta noche vendrá el ascenso y un aumento
de sueldo.
Almada se recuesta sobre el sillón, prende un cigarrillo y su rostro se pone serio:
- Sabe que hemos aumentado la producción.
- Ah, no – la esposa lo interrumpe - No van a hablar de trabajo ahora. Ya tendrán tiempo
después de comer. Antes quiero conocer a mis invitados… ¿ustedes tienen niños?
- Sí – responde Alicia, ahora un poco más segura – Dos varones. Uno de cuatro años y el
otro de dos…
- Ay, pero que chiquitos… ¿entonces hace poco que están casados?
- Cinco años…
- ¡Qué bien…! ¿Y usted es ingeniero de Buenos Aires…?
- Sí, claro.
- Porque tiene un acento extraño, como si hubiera nacido en el interior…
-Es que viví muchos años fuera del país.
Alicia mira fugazmente a Guillermo, pero solo ella advierte que sus ojos están
un poco más opacos.
- Cuénteme… porque a mí me encanta viajar…
- Cuando me recibí, viajé a Suiza para realizar un curso de perfeccionamiento. Y me quedé
a vivir allí durante quince años.
- No me diga… quince años… ¡tan lejos! ¿Y siempre solo?
- Bueno… Yo estuve casado… pero mi primera esposa falleció después de que yo me
recibiera, por esa razón me fui de viaje.
Le ha colocado un almohadón bajo la cabeza, se está muriendo y
Guillermo le besa las manos, le aparta el pelo y le besa la frente.
- ¡Querida, esto parece un interrogatorio! ¡No se deje, Torres… rebélese! – Almada se pone
de pie y hace un gesto cordial de impaciencia.
- Y bueno… Yo pregunto, si a usted le molesta, ingeniero, dígamelo con confianza…
- No por favor, señora… - Guillermo mira a Alicia y se sonríe. La mirada opaca, se dice Alicia
que también sonríe y todos se miran en silencio sonrientes.
Guillermo decide culminar con el mismo interrogatorio y cuenta que
regresó a Buenos Aires seis años atrás, que conoció a Alicia y se casaron, que nacieron los
dos varones y que ahora, afortunadamente, hace un año que está en la empresa de Almada
y se siente muy a gusto con su trabajo.
Pero esa mujer no da por satisfecha y pregunta si no le costó adaptarse
al país después de tantos años de ausencia: y el responde que sí, que al principio le costó
un poco porque la vida es un poco diferente, pero que añoraba mucho la ciudad y decidió
regresar. Que ya no piensa salir nunca más porque está muy cómodo aquí y que en realidad
en Suiza nunca logró integrarse.
- La mesa está servida, señora- La empleada por fin interrumpe el tema y todos se levantan
y pasan al comedor. Alicia alaba nuevamente la casa y felicita a la señora de Almada por el
buen gusto en la decoración. Ella le responde que también viajaron a Europa en varias
ocasiones y tuvieron la oportunidad de traer cosas lindas.
Sólo el ruido de los cubiertos interrumpe la charla de Almada, quien cuenta que la
empresa se inició con un pequeño capital reunido a costa de trabajo y que poco a poco
aumentó la demanda y con ello la producción. Que en ese entonces no había competencia
y que cuando comenzaron a surgir nuevas empresas él ya estaba afianzado y su marca tenía
prestigio en el mercado electrónico.
Guillermo se siente inquieto, pero escucha con atención. Le corresponde
hablar a él y narra los adelantos técnicos que conoció en Suiza y dice que habrá que estudiar
la posibilidad de importar algunas máquinas, aunque desconoce los actuales sistemas de
aduana y la posible rentabilidad del negocio en caso de que los impuestos sean muy altos.
Y ahora todos se levantan de la mesa y pasan a la sala de toma
café. Almada sirve coñac para los hombres y a las mujeres les recomienda un licor de
naranja francés que acaba de regalarle el gerente de una empresa.
Guillermo está turbado, pero sigue la conversación de su jefe y le sugiere
algunas ideas para que la organización administrativa pueda responder con eficacia al
crecimiento de la empresa. Escucha a su lado la voz de la dueña de la casa que le cuenta a
Alicia los vestidos que compró en París el año pasado y que están proyectando un viaje a
Nueva York el año próximo.
Le ha colocado un almohadón bajo la cabeza, se está muriendo y Guillermo
le toma las manos y las besa, le aparta el pelo de la frente y quisiera besarla en la boca, pero teme
que deje de respirar y le apoya los labios contra la mejilla, Le sonríe, pero ella apenas respira
y la está mirando con miedo.
- ¿Le gusta jugar al billar? – Almada se ha puesto de pie
- Sí, claro, pero hace mucho que no juego.
- Acompáñame… y que vengan las señoras también ¡Que cada uno traiga su copa!
Pasa a la sala de juegos donde hay una mesa de billar, otra de póker y una barra con
vasos y botellas. Amplias ventanas muestran el jardín trasero iluminado con tenues luces
de colores.
- ¿Qué les parece…?
- ¡Fantástico…! – responde Guillermo, asombrado por el magnífico salón. Acaricia el paño
verde y recoge la bola de marfil para lanzarla suavemente sobre la banda contraria y
comprobar el perfecto rebote de la esfera que regresa en silencio.
- Pero si juegan al billar… ¿nosotras qué hacemos? – protesta la dueña de la casa y Alicia se
ríe, aunque en realidad mira a Guillermo con uno de los mejores tacos y una tiza que no ha
sido usada. Este se inclina sobre la bola que abre el juego y el delgado bastón de fina
madera se desliza bajo el índice hasta golpear la superficie pulida. Un dócil toque a la roja,
banda izquierda, banda derecha y finalmente carambola.
Está cavando con sus manos bajo el sol de Ecuador, ha dejado la pala a su lado y sigue
extrayendo tierra cuidadosamente mientras se quema su espalda descubierta. Siente que los
dedos golpean una cosa dura que no es piedra y se detiene. Limpia cuidadosamente la tierra
que lo cubre y aparece nítido el color morado brillante. Restrega el polvo sobre el objeto y palpa
su redondez y también un relieve. Ahora el pozo es bastante profundo y debe acostarse sobre
el suelo para hundir los brazos y continuar excavando con las manos. No quiere hacer presión
porque el objeto puede romperse y entonces araña aún más la tierra para ampliar el hoyo.
- ¿Sabe una cosa, Torres? He estado pensando en usted los últimos días – Almada apoya la
cintura sobre el borde de la mesa y la mano izquierda toca el paño junto a la bola. Va
taquear, pero se interrumpe. – He estado pensando porque yo sé reconocer a las personas
que hacen bien su trabajo. Y creo que usted es una de ellas.
Un suave toque y la pelota se aleja para golpear, casi simultáneamente, a sus dos
compañeras. Restrega la tiza azul y busca un nuevo ángulo alrededor de la mesa.
Guillermo lo escucha y sabe que en pocos minutos más oirá la oferta: será un
ascenso importante pero no logra concentrarse. Siente los dedos transpirados y una aguda
tensión en su estómago: camina hacia la barra y se sirve un whisky. Al pasar junto a la mesa
de póker, oye la voz de Alicia.
-…hasta que me casé viví en Constitución…-
- ¿Usted de que barrio es, ingeniero? – la pregunta de la dueña de la casa lo sorprende en
la mitad del trayecto y se detiene. Gira hacia las mujeres y las mira, sentadas con las cartas
en la mano.
-de Almagro… viví en Almagro hasta que me fui de viaje.
Le ha colocado un almohadón bajo la cabeza, se está muriendo y Guillermo le acaricia
las mejillas. No se atreve a levantarla del suelo porque teme lastimarla: apenas respira. Los
golpes de la puerta y el estallido de los vidrios parecen asustarla, aunque no habla.
Insinúa una sonrisa y retorna al billar; le toca jugar a él y mientras busca una
posición sus oídos registran la voz de Almada que prosigue con su charla. Necesita un
hombre responsable, dice, que pueda asumir un nivel de gerencia.
De gerencia, piensa Guillermo, casi acostado sobre el tapete verde, dirigiendo su
taco hacia la izquierda inferior de la esfera. De gerencia, la punta pifia con un inaudible
chasquido, la bola apenas se mueve uno centímetros.
- ¡Se lo dije a propósito para ponerlo nervioso! - Almada se ríe a carcajadas y palmotea el
hombro de Guillermo que sonríe nuevamente, ahora erguido, casi disculpándose por haber
fallado.
Almada interrumpe el juego.
- Quiero que usted se haga cargo de la gerencia de producción… - se detiene, estudia el
rostro del otro, y dice en voz baja: - Por supuesto las utilidades están de acuerdo con la
responsabilidad que asumirá. Mi deseo es que usted progrese económicamente…
Guillermo hace un esfuerzo, respira hondo y se apoya en el taco: - No sé cómo
agradecerle… no esperaba una cosa así…
- No me agradezca nada. Yo he observado su trabajo desde que entró a la empresa y estoy
muy satisfecho por su dedicación.
Ha logrado liberarla de la tierra y extrae la cerámica con mucho cuidado, es una vasija
que representa la figura de un dios. Las asas simulan dos brazos apoyados en la cintura,
alrededor de su cuerpo, subiendo desde los pies hasta la cabeza, el relieve de una serpiente
manchada con azules y rojos culmina en una boca que se abre dispuesta para morder. Es una
pieza única del siglo XV, apogeo de esa civilización.
- Ud.… me halaga… señor Almada… - dice mientras se apoya en la mesa. Aprovecha la
conversación para detener el juego porque sabe que no podrá mantener el pulso firme.
- Mi propósito es mejorar la calidad del producto: quiero ofrecer lo mejor en el mercado
porque mucho me temo que el año próximo tengamos una competencia. Debemos
adelantarlo, entonces, para afianzar la compra y crear un hábito de compra…
Asiente con la cabeza, pero no lo escucha; mira las luces del jardín y quisiera salir
para dejarse caer en el pasto y que el frío de la humedad lo penetre. Necesita aire, viento
helado, para despegarse del sopor de salón que le oprime el pecho. Desde la mesa de
póker, Alicia lo observa intranquila.
Le ha colocado un almohadón bajo la cabeza. Tirada en el suelo se está muriendo y
Guillermo le acaricia las mejillas. La onda expansiva de un explosivo lo arroja lejos de ella y
desde el piso ve entrar por el agujero de la pared a un oficial que busca con sus ojos mientras
dispara con la ametralladora.
- ¿Te sentís mal, Guillermo? – Alicia se ha levantado y camina hacia él
- Está un poco pálido, ingeniero… ¡Es que aquí hace mucho calor! ¿Por qué no abrís las
ventanas, querido?
Almada corre los cristales y Guillermo se sienta junto al jardín: está incómodo y pide
disculpas.
- Es una baja de presión. En verano es frecuente… tómese este whisky – Almada le alcanza
la copa y él bebe.
Desde el piso ve entrar al oficial del ejército que mueve su ametralladora y dispara
contra las sombras. Hay mucho polvo y humo y ella ya está lejos, casi a los pies del oficial que
sigue avanzando sobre los escombros.
- ¿Se siente mejor…?
- Sí, gracias… no se preocupen…
- En esta época es frecuente la baja de presión.
El oficial todavía no lo ha visto. Guillermo se levanta del suelo y se tambalea por el
dormitorio. Atropella la escultura inca que cae y se quiebra la cabeza de serpiente. Sin saber
por qué, levanta la reliquia obtenida en su adolescencia y la deja en la repisa. Como un
sonámbulo se dirige al patio trasero. Escala el muro y se dirige al otro lado. El oficial todavía
no lo había visto.
- Yo tengo un remedio para subir la presión, pero no conviene que lo tome porque con el
alcohol le puede hacer mal… - Almada se sienta junto a él y lo anima - ¡Por favor…! Le
ofrezco un buen puesto y Ud. se enferma…
Todos se ríen, festejan la broma, y la dueña de la casa disimula sorpresa: - ¡No me
habías dicho nada…! ¿Cuál puesto…?
- A partir de mañana, el ingeniero Torres será gerente de producción…
Las manos se alzan con las copas, chocan los vasos y Alicia se acerca a su esposo y
los besa en la frente.
- Te felicito…
Pero Guillermo está serio. Se levanta con gesto brusco y todos quedan en silencio,
cruza el salón de juego, inseguro, y camina hacia el comedor. Se detiene en la entrada y
necesita apoyarse en la pared para recuperar el aliento.
Allí sobre la repisa, tal como creyó ver durante la cena, está la escultura inca con la
cabeza prolijamente pegada. Sobre la pared a pocos metros de la figura de cerámica, el
diploma luce en su marco de oro:
Alberto Almada, círculo de Oficiales Retirados. Ejército Argentino.

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