Nº 3 / 5 de mayo de 2018

El Alcázar
…educación, historia, literatura, arte, música y más

La experiencia del mundo

Por

GASTÓN H. GUEVARA

En este número:

Nostalgia de Dios:
cuando la Belleza hiere y educa

Por

ANA C. GALIANO MOYANO


La experiencia del mundo
El poder conquistar el
mundo y sumergirse en él, no
es cuestión de palabras, sino de
cosas. No hay lecturas, por
muchas, profundas, excelentes
y variadas que sean que puedan
enseñarme el mundo. O sí
enseñar, en el sentido de
mostrar, pero no vivirlo,
aprehenderlo, si no lo
experimento. Somos seres
enraizados en la experiencia. Y
sólo a través de ella el niño
puede asir el “mundo”,
introducirse en el “mundo”.
Así vemos que si los personajes
de Lewis no se internaban en el
ropero no hubieran conocido
Narnia. Tuvieron la experiencia
y quedaron prendados. Esto
porque justamente en la
experiencia es cuando la
inteligencia infantil queda
atrapada, inmersa en el
contenido que se le presenta.
Toda conducta humana parte
del conocimiento y éste de la
experiencia, por el contacto
con las cosas que establecemos
por medio de nuestros
sentidos. No hay conocimiento
sin experiencia, la cual es
intransferible –de seguro en el
ámbito estético, no así en el
técnico-. Suponiendo que el
maestro hable al alumno de un
árbol, supongamos de un
ciruelo, sin hacer que los
alumnos observen y tengan la
experiencia de tocarlo, de
olerlo, de conocer –y comer- su
fruto, de ver los pájaros que en
El experiencia del mundo
GASTÓN H. GUEVARA
él anidan, las hormigas que le
juegan una mala pasada a sus
hojas, etc., no atinarán a
imaginarse ni un poco lo que es
un ciruelo. O, por poner otro
ejemplo, les muestra una
lámina con el dibujo de un
zorzal y les dice que su canto es
melodioso, dulce, encantador;
no podrán ni siquiera
reconocer un zorzal cuando
cante porque no han tenido la
experiencia del armonioso
canto auroral de este pajarito.
La experiencia en los niños –y
diría, en todas las edades- es
fundamental. Será por eso que
Fray Petit de Murat pedía que
los jardines de infantes fueran
al aire libre1. Y no se
equivocaba. En esta época de
plástico y cemento, el sabor de
la tierra entre los dientes, que
demandaba Claudel, es
reemplazado por un suave
sabor a menta artificial.
Cuántos niños han perdido
esta insustituible experiencia;
¿por qué insustituible se
preguntará el lector? Es
sencillo, se conoce por lo real;
sin experiencia no puede haber
abstracción. El niño de hoy –el
hombre de hoy- se ha quedado
1
Capítulo aparte merecería el hablar
sobre los edificios escolares, que lejos
de ser “escuelas” –lugar de ocio y de
juego-, son espacios asépticos y
esterilizados de toda naturaleza. El
espíritu moderno de la fábrica
campea en ellos.
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sin experiencia, vuelve a la
noche a su casa extenuado por
un fárrago de acontecimientos
sin que ninguno de ellos se 2
haya convertido en experiencia.
La vivencia directa de las cosas
está mediada, en muchos casos,
por aparatos tecnológicos. La
realidad no se le hace presente
pues está filtrada por los juegos
electrónicos, la televisión, el
celular. Hoy tener “amigos” es
obtener muchos “seguidores”
en las redes sociales, y las
“charlas” se dan por medio de
wapp. Esto revela la pobreza
espiritual de ciertas personas,
han virtualizado una de las
experiencias más vitales del
hombre. Esto está muy lejos de
ser amistad. El misterio de la
amistad no se puede asir hasta
que no se ha tenido la
experiencia vital del amor
amical:
“Han confundido la fórmula que
es sombra plana del cedro con el
cedro en su volumen, su peso, su
color, su carga de pájaros, y su
follaje, que no sabrían expresarse o
afianzarse en el débil viento de las
palabras”2.
Podemos decir,
analógicamente, que los niños
son como los árboles, necesitan
del aire, de la tierra, del agua y
de la luz del sol. Sus manitas
tienen que ser como las raíces
2
SAINT EXUPÉRY, A. Ciudadela.
En: Obras completas. Plaza & Janés,
Barcelona, 1967, p. 671.
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del árbol: enraizadas en la
tierra. En nuestro mundo de
plástico, de ciudades de
cemento, de edificios carentes
de patios, y de la artificialidad
de la televisión, el celular y la
computadora, es imposible que
crezca cualquier planta, y
parece imposible que crezca un
niño con ojos cargados de
admiración, pues no hay nada
que suscite despertar el anhelo
por la belleza. Para que esto
último acontezca, para que los
niños sean un verdadero fruto
fecundo necesitan la
experiencia directa y cotidiana
de los campos y sus dorados
trigales, de los bosques y su
tierra húmeda, de los arroyos y
______________________________________________________
Nostalgia de Dios:
cuando la Belleza hiere y educa
Vivo para otra cosa, no sé bien para qué, no
podría decirlo, pero vivo a la espera de algo de
belleza inefable, algo que quizá suceda algún
día.3
3
VAN DER MEER DE
WALCHEREN, P., Nostalgia de Dios;
Ed. Lohlé-Lumen, Bs. As, 1995, p. 38.
Resumen de la ponencia presentada,
bajo el mismo título, en las VII
Jornadas de Cultura y Cristianismo,
organizadas por la Academia de
Humanidades, FFyL, UNCuyo. Se
reproduce con permiso de la autora.
El experiencia del mundo
su agua cristalina, de los pájaros
y sus melodiosos cantos.
Los niños deben acampar
bajo las estrellas, jugar en el
barro, construir sus casitas de
maderas. Deben salir al
encuentro de dragones y
centauros, de princesas y de
caballeros que luchan por la
justa causa del bien. Así la vida,
su vida, su existencia, será
preciosa, será una aventura y
nacerán en el asombro y serán
humildes, porque se sabrán
pequeños, y esta humildad los
hará alabar:
Los cielos atestiguan la gloria de
Dios; y el firmamento predica las
obras que Él ha hecho (Sal. 18, 2)
Por
ANA C. GALIANO MOYANO
Esta sentencia del holandés
Pieter Van der Meer de
Walcheren -autor del diario
Nostalgia de Dios- da origen y
sentido al presente escrito.
Desde la infancia, Van der
Meer, estuvo atrapado en las
tinieblas del protestantismo; sin
embargo, cuando un alma es
bastante amada por Dios como
para concebir el deseo de
conocerle, le buscará por todas
partes, excepto en el lugar
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En la Creación, tanto en el
día como en la noche, podrán
escuchar, en el misterioso
lenguaje de su silencio, el
mensaje que todas las cosas
creadas se trasmiten unas a
otras. Y tendrán un corazón
bien puesto que los hará
diestros para el misterio y
capaces de develar algo de lo
que tras las cosas se oculta. En
última instancia, un corazón 3
bien puesto es un corazón
puro, y lo propio del corazón
puro, que hay que cultivar toda
la vida, es ver a Dios.
donde Él se encuentra: en la
Iglesia de Cristo, que guarda la
llave de todos los misterios.
Nostalgia y Belleza conforman
el corazón del relato simple y
profundo, en el cual devela su
camino de conversión: la
peregrinación de un alma que
nada sabe de Dios, que ignora
su Rostro, pero que comprende
que su existencia es necesaria.
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Sus lágrimas, sus suspiros,
los latidos de su corazón le han
enseñado que la Belleza está en
alguna parte, y que buscándola
bien, la encontraría. Nostalgia y
Belleza se funden, en cuanto
que el alma sabe que ha perdido
el Paraíso y desea regresar a Él
con la más impetuosa
vehemencia. Nostalgia de
Belleza es, entonces, nostalgia
de Dios.
Cuando la belleza hiere
Al ser religioso por
naturaleza, todo hombre tiene
cierta conciencia de su origen y
destino último; y, en su corazón
posee ansias de regresar a la
Casa del Padre. Este es el
fundamento de la condición
religada del hombre. Al decir de
Bloy, hablando de Pieter:
“Es un alma que nada sabe de Dios,
que ignora su Rostro, pero que
comprende que su existencia es necesaria,
y comprende asimismo que no pudiendo
ser huérfana de la Nada, sea Él quien la
haya concebido y dado a luz.”4
Teniendo en cuenta los
trascendentales del ser -a
diferencia del bien y la verdad-
la belleza no despierta deseo de
posesión sino más bien de
trascendencia. De modo que
cuando el dardo de la belleza
nos toca, deja una herida abierta
hacia el infinito, hacia un todo
que, aunque no abarque, sin
embargo vislumbra. Es así que
lo bello brilla sin ser buscado, se
entrega, aparece a modo de
regalo, y deja abierta la puerta a
lo eterno:
“Siento intensamente que todo lo que me
rodea es misterio. (…) No son las
estrellas del cielo ni las profundidades del
4 7
BLOY, L. En: VAN DER MEER DE
WALCHEREN, P., op. cit., p 11.
El experiencia del mundo
mar lo que anhela mi alma. Todo esto se
puede medir, es demasiado pequeño.
Siento que mi alma es en mí mayor que
lo más grande y nada de lo que ven mis
ojos, nada de lo que conozco es capaz de
saciarla. Sollozando está en mí a causa
de una indecible nostalgia.”5
Ese movimiento del alma,
esa “incomodidad” ante lo
incomprensible racional y tenía con la expresión de lo
humanamente, es provocado
por la flecha de lo bello que deja
una herida en lo más profundo
de nuestro ser; puesto que la
función esencial de la verdadera
belleza consiste en provocar en
el hombre una suerte de
“sacudida”, que lo hace salir de sí
mismo, lo arranca de la resignación,
de la comodidad de lo cotidiano, lo
hace sufrir6, lo hiere al mismo
tiempo que lo “despierta”,
empujándolo hacia lo alto,
noble y profundo.
Cuando un alma –como la de
Pieter- es movida por esa
exquisita percepción de aquello
que todo lo trasciende, no
puede desatender esa herida que
necesita ser curada: “Más de
pronto, en el momento más
inesperado, enciende en mí una luz
extraña -¿De dónde procede esa
absurda luz gloriosa, es luz inefable
de sosegado brillo y extasiante
claridad?”7 Al dar el primer paso
todas las lámparas se apagan, y
es necesario seguir adelante,
porque ya es imposible el
retorno.
5
Ibídem, p. 52.
6
BENEDICTO XVI a los artistas: “La
belleza camino hacia Dios”; 2009,
Ciudad del Vaticano.
VAN DER MEER DE
WALCHEREN, P., op. cit., p. 16.
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Via pulchritudinis o itinerario
de fe
Comienza entonces, sin
saberlo, una búsqueda
incansable movido por su
exquisita percepción de lo
trascendental. De a poco, el
contacto que Van der Meer
bello iba produciendo en su
alma efectos incalculables,
convirtiéndose en una via 4
pulchritudinis, y en un itinerario
de fe. Temor y temblor se
producía en él al escuchar una
bella melodía, contemplar
absorto un paisaje, descubrir un
nuevo conocimiento, disfrutar
de las obras de arte, vislumbrar
la simpleza y hermosura de
alguna persona; puesto que la
belleza estremece y coloca
irrevocablemente ante Dios.
Comprendió que el arte era
trascendente, y llevaba en sí el
profundo pensamiento de
donde ha brotado la Iglesia,
porque el objeto de ésta es
hablarnos en todo momento de
Dios del modo más hermoso.
Algo similar le ocurrió ante la
belleza de la liturgia. Todo iba
allanando el camino para
comprender el gran misterio y
así lo expresa luego de escuchar
misa en un Convento de
Benedictinas: “Siento la profunda
belleza de estos signos y es casi
imposible que no sean los símbolos de
la verdad.”8
De manera ardua y noble
recorre entonces un camino de
belleza, puesto que, a través de
la belleza de la creación y de las
artes llega a las puertas de la
Iglesia, en donde encontrará la
Belleza de Cristo, modelo y
8
Ibídem, p. 133.
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prototipo de la santidad
cristiana.
Cuando la belleza educa
En tanto indigente y falible,
todo hombre necesita del
auxilio de la educación, para
alcanzar la plenitud dinámica en
vistas a la Bienaventuranza
Eterna. Ahora bien, Dios que
nos conoce y sabe cómo
tratarnos recurre
inevitablemente al misterio;
porque la vida es misterio -
realidad profunda y oculta- a la
que no se accede por la sola
operación de la razón. Dios se
muestra, se esconde, se revela y
se vuelve a velar; porque
pareciera que el hombre está
hecho para conocer y amar de
esa manera, mediante signos
que revelan, pero que a la vez
ocultan.
Pero, para acercarse al
misterio es necesario estar
atento; es preciso contemplar
los rastros, las señales de esa
realidad mística, que están
presentes en las cosas visibles.
Es aquí en donde la Belleza -
expresión visible de la verdad y
el bien- atrae y viene a ocupar
suerte de linterna que alumbra
el camino, es decir, ese lugar
esencial en la educación,
auxiliando al hombre,
intentando curar su herida,
elevándolo hacia su fin superior
que es la Plenitud Estable.
Dice el entonces Card.
Ratzinger: “La belleza lastima,
pero así es exactamente como impulsa
al hombre a su destino supremo”9. La
9
RATZINGER, J., Herido por la flecha
de la belleza. La Cruz y la Nueva
Estética de la Fe. En: Caminos de
Jesucristo, Ed. Cristiandad, 2004.
El experiencia del mundo
auténtica belleza hiere, pero por
ello mueve al hombre, lo pone
en marcha, lo llena de nueva
esperanza, abre el corazón
humano a la nostalgia, al deseo
profundo de conocer, de amar,
de perfeccionarse, de salir más
allá de sí mismo. De aquí se
desprende que esa misma
belleza que atraviesa al hombre
y lo hiere, es también la que lo
exalta, lo eleva y lo educa,
porque es capaz de despertar en
él el deseo de Dios. Esto es
justamente lo que la belleza hizo
en Pieter:
“En un momento dado tengo la
seguridad absoluta, (…) que Dios, de
un modo u otro, en el inmenso abismo de
los mundos, (…) existe; lo siento
efectivamente con profunda convicción
cuando la belleza de los sueños del arte
me hacen sollozar; cuando las sombras de
la noche me hacen estremecer de emoción
(…), cuando un suave viento hace
susurrar el follaje de los árboles, lo siento
cuando miro a Cristina (su esposa) a
los ojos; cuando contemplo el cielo
tachonado de estrellas, cuando veo una
flor, cuando considero la vida entera.”10
No podemos desestimar que,
así como se puede estar delante
de la verdad y negarla, así
también se puede estar frente a
la belleza y cerrar el corazón a
ella. Pero si aceptamos que la
belleza nos toque íntimamente,
nos abra los ojos, entonces
redescubriremos la alegría de la
visión, de la capacidad de
comprender el sentido
profundo de nuestro existir, el
misterio del cual somos parte y
del cual podemos obtener la
plenitud, la felicidad.
Conclusión
La experiencia de lo
auténticamente bello conduce a
10
VAN DER MEER DE
WALCHEREN, P., op. cit., p. 89-90.
Nº 3 / 5 de mayo de 2018
afrontar de lleno la vida para
liberarla de la oscuridad y
transfigurarla, para hacerla
luminosa. Esto es lo que la
belleza hizo en Pieter, a través
de “los que con su arte, un poema,
una pieza musical, la escultura o la
pintura, despiertan la nostalgia por la
belleza”11. En este noble y arduo
camino de búsqueda, el autor, a
través de la belleza de la
creación y de las artes llega a las
puertas de la Iglesia, en donde 5
encontrará la Belleza de Cristo,
que llama suavemente y, a poco
de acercarse, lo hinca de
rodillas. En esto consiste la vía
pulchritudinis: un recorrido
artístico, estético y un itinerario
de fe; un camino hacia el
misterio último, hacia Dios. De
aquí se desprende que esa
misma belleza que atraviesa al
hombre y lo hiere, es también la
que lo exalta, lo eleva y lo
impulsa al deseo de ser
conducido a su destino
supremo.
Es un recorrido de vuelta a la
Casa del Padre, a través de la
belleza que hiere y educa, y
constituye un camino de
conversión constante, puesto
que la herida sólo se cura en el
Cielo, donde el alma
contemplará cara a cara al Dios
Bello y gozará del resplandor de
la Gloria.
León Bloy –padrino de Van
der Meer- lo caracteriza
diciendo: “es un verdadero hombre,
que no ha recibido su alma en
vano”12, y tenía razón. Incapaz
de saciarse de otra cosa que de
Infinito, vivió con nostalgia de
Belleza, nostalgia de Dios.
11
Ibídem, p. 20-21.
12
BLOY, L. En: Ibídem, p. 7.
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