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Movimiento feminista en Chile

Jeffrey Oyarzún Díaz

Este último tiempo hemos presenciado como sociedad, un empoderamiento cada vez mayor de la mujer en su
lucha constante por la igualdad en derechos. Los fuertes cambios que la sociedad ha experimentado, la evolución
histórica por la que ha pasado el rol de las mujeres, constituye un avance significativos, pues la mujer está
conquistando terrenos cada vez más amplios y exigiendo consistentemente una situación de igualdad con el
hombre en el plano político, judicial, laboral y cultural en general. Pero este movimiento ¿es solo algo actual o
algo de moda? ¿Cómo solucionamos algo que tenemos tan arraigado?

Como dice Norberto Bobbio jurista, filósofo y político italiano. "La emancipación de la mujer a la que asistimos
en estos años es una emancipación que debe abrirse camino también, a través de la crítica de muchos prejuicios,
es decir, de verdaderas y propias actitudes mentales que están radicadas en la costumbre, en las ideologías, en la
literatura, en el modo de pensar de la gente, tan radicadas que, habiéndose perdido la noción de su origen,
aquellos que continúan teniéndolas, consideran de buena fe que son juicios fundados sobre datos de hecho".

Las mujeres han luchado ferozmente en las últimas décadas para conseguir la equidad entre géneros, y el
movimiento feminista ha sido crucial para conseguir esto. En Chile por ejemplo se demoraron 134 años de
república para conseguir el derecho a votar, así el 14 de enero de 1949 es una fecha histórica para los
movimientos feministas, ya que ese día, en el diario oficial se promulgo la ley de voto universal, que luego de
duras batallas y enfrentamientos permitió que las mujeres pudieran ejercer este derecho, de esta manera concluyo
una lucha que tuvo sus orígenes en la década de los 20 y que cambió todo el escenario político de nuestro país.

Sin embargo, y a pesar de los avances que ha mostrado nuestro país en esta materia, hablar de la mujer en
América del sur, o específicamente en Chile, es introducirse en un mundo totalmente distinto al europeo, ya que
estamos a años luz a los avances que ellos han mostrado. Es además sumergirse en temas tan complejos como
pobreza y discriminación por género e indigenismo, y no puedo dejar de mencionar que la transición de un orden
autoritario a un orden democrático le ha llevado a Chile un largo proceso, ceñido por el modelo económico ya
consolidado y una situación social marcada por profundas desigualdades. El movimiento de mujeres así como
otros agentes fue importante en la recuperación de la democracia. La consigna “democracia en el país y en la
casa” da cuenta de su riqueza y lucidez, sin embargo, a corto andar, nos damos cuenta que en los gobiernos de la
transición fue casi imposible Incorporar temas de género en la agenda pública.

En la actualidad vemos que hay nuevamente un resurgimiento de este movimiento, centrado principalmente en el
profundo rechazo al acoso y violencia de género. Hemos visto como numerosas mujeres han salido por las calles
a marchar, conmovidas también con las muertes de tantas mujeres víctimas del maltrato y la violencia doméstica
y que antes eran invisibilizadas. En este sentido el movimiento argentino “ni una menos” vino a dar más fuerza a
lo que acontecía en nuestro país. A esto se sumó la pelea por despenalizar el aborto en tres causales, que dicho
sea de paso ya existía antes en nuestro país y que con la dictadura militar fue retirado unilateralmente y
prohibido en todas su formas. Y a todo esto, se suma los hechos de acoso en las universidades y de abusos
sexuales en el mundo del espectáculo.

Como vemos, son innumerables los acontecimientos que sustentan las desigualdades de género en un sistema de
valores estructurales e históricos que consideran a las mujeres inferiores a los hombres, las antiguas
concepciones religiosas respecto a la subvaloración de la mujer fueron sustituidas o complementadas por el
conocimiento biológico, manteniendo las concepciones preestablecidas de la superioridad masculina y la
inferioridad femenina. Esos valores sostienen la desigualdad que hoy en día se presentan en sus distintas
dimensiones, en los salarios, en el acceso al trabajo, a la educación, a los derechos reproductivos, al derecho de
propiedad, de herencia o a otros recursos económicos o de poder. Sobre estas desigualdades y desventajas se
asientan la violencia, la discriminación y la exclusión y se perpetúan las múltiples formas de pobreza que
padecen las mujeres. Es por todo lo he expuesto, que considero que lo que nos queda a las nuevas generaciones,
hombres y mujeres en su conjunto, es un desafío constante por romper con las exclusión, con estas estructuras de
patriarcado que a través de muchas generaciones ha imperado, reconocer esta multiplicidad de opiniones, valores
y experiencias en las que estamos insertos, y por sobre todo valorar el movimiento feminista como una propuesta
ética, política y de transformación al mundo contra toda lógica de dominio, segregación y discriminación.

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