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Los libros del AT contienen toda una doctrina sobre la penitencia, como actitud
espiritual del hombre ante Dios. Esta doctrina será perfeccionada en el NT a la luz de
Cristo y del acontecimiento redentor, pero la conservará en su núcleo esencial.
Encontramos, además, en las costumbres del pueblo israelita y del judaísmo posterior
al destierro ritos que proporcionarán al sacramento de la penitencia determinados
elementos de su estructura que ayudan a comprender su origen remoto.
En realidad Dios es el único que tiene poder sobre el pecado y el único que
puede restablecer finalmente los lazos rotos por el pecado. Es verdad que no deja nada
sin castigo, pero su bondad, su paciencia y su misericordia le llevan también muy lejos,
porque es un dios de ternura y de misericordia, lento a la cólera, rico en gracia y fidelidad (Ex
34,6-7; Nm 14,17-19; Dt 5,9). Sigue amando a sus criaturas pecadoras, como un padre a
sus hijos, que conoce sus debilidades y su inconstancia, y que jamás es riguroso con
ellos, interviniendo, por el contrario, para perdonarlos, con la fuerza de un amor
misericordioso, cuyo poder es comparable a la altura de los cielos sobre la tierra (Sal 103,8-
14).
Pero para Dios, perdonar no consiste en disimular e ignorar el mal, hacer como
si no existiese, sino en vencerlo: pisotea con su pie nuestras faltas y las arroja al fondo del
mar (Mi 7,18-19), aleja de nosotros nuestros pecados como dista el Oriente del Occidente (Sal
103,12).
A diferencia de lo que ocurre en las relaciones humanas, se trata de un
verdadero perdón del pecado, del perdón de la falta considerada en sí misma, que
Dios disipa como se disipa una nube, una niebla (Is 44,2), la quita de en medio, (Mi 7,18),
la borra (Sal 51,3; Is 43,25), blanquea al pecador (Is 1,18), lo lava (Sal 51,4), lo purifica (Jr
33,8; Ez 36,25), lo cura (Jr 33,6), creando en él un corazón nuevo, un espíritu nuevo (Ez 36,26;
Sal 51,12).
b) Ofrenda de sacrificios
Los sacrificios expiatorios, por los pecados personales o los del pueblo, tenían
mucha importancia en el pueblo judío. Son ofrecidos por el representante supremo del
pueblo (el juez y profeta Samuel, el rey Josafat, el sacerdote y escriba Esdras -1Sm 7,5-
9; 2Cr 20,3-13; Esd 8,35-). Estos sacrificios se ofrecen con ocasión de calamidades o
necesidades públicas y van acompañados de oraciones, ayunos y otras obras de
penitencia. El más importante de todos ellos era el Gran día de la expiación (Yom
Kippur), como una de las grandes festividades del pueblo. De él hablaremos más
adelante, cuando tratemos de la confesión de los pecados en el Antiguo Testamento.
c) Prácticas penitenciales
Pero además Jesús muestra que obra con autoridad, tanto en los milagros como
cuando perdona los pecados: ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: tus pecados te quedan
perdonados, o decir: levántate, toma tu camilla y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del
hombre tiene en la tierra poder de perdonar los pecados -dice al paralítico-, a ti te digo, levántate,
toma tu camilla y vete a tu casa (Mc 2,9-11; Mt 9,5-6; Lc 5,21-24).
El signo más claro de la condición divina de Jesús es su dominio sobre el
pecado y las fuerzas del mal , como lo demostró en las tentaciones en el desierto y en
la curación de algunos poseídos por estos espíritus (Mt 4,1-11; Mc 5,1-20; 9,14-28; Mt
8,28-34; 12,22-30; 17,14-21; Lc 8,26-39; 11,14-25; 13,16). Pero aún más que el poder de
expulsar los demonios o de curar enfermos causa sorpresa y hasta escándalo el hecho
de que Jesús perdone los pecados: tus pecados quedan perdonados (en casa de Simón, el
paralítico de Cafarnaún). En todos estos casos la reacción de la gente que lo rodea es
idéntica: ¿quién es éste que hasta perdona los pecados? (Lc 5,21; 7,49; Mt 9,3-4; Mc 2,7). Pero
para otro sector del pueblo, los escribas y fariseos, era una blasfemia: ¿Quién puede
perdonar los pecados sino solo Dios?
De hecho, una de las características principales de su mensaje y de su acción
personal es precisamente la misericordia para con los pecadores, como vimos
anteriormente: el hijo pródigo, la dracma perdida, la oveja perdida; pensemos también
en su manera de proceder con Zaqueo, con la Magdalena, con la mujer pública, con los
publicanos, con el buen ladrón. Nos asegura que vino a buscar y a salvar no a los
justos sino a los pecadores. Nos dice que su Padre celestial es bueno hasta con los
ingratos y malvados (Lc 6,35); quiere que sus discípulos perdonen siempre a sus
enemigos y considera este perdón como requisito indispensable para alcanzar el
perdón de los propios pecados (Mt 6,12; Mc 11,25; Lc 11,4 y 17,3-4). Declara que ha
sido enviado, no para juzgar (condenar) al mundo sino para salvarlo (Jn 3,17). Jesús,
por tanto, no se desentendió de los cristianos pecadores. Iría en contra del sentido de
toda su actividad apostólica y doctrinal. Pero ¿se contentó sin más con pedir un
arrepentimiento interior para reconciliarnos con Dios o ha dejado también ciertas
indicaciones para esa reconciliación?