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El sacramento de la penitencia es uno de los que más han interesado siempre a los
cristianos porque, de una manera o de otra, afecta a lo más íntimo de la conciencia. De hecho
nunca tuvo una existencia muy pacífica, ya desde los comienzos de la vida cristiana. Muy pronto
la teoría tuvo que hacer sus cuentas con la vida real de los cristianos, que experimentaban en sí
mismos el poder del pecado.
En la Edad Antigua, la Iglesia se resistía a pensar que el pecado fuera tan normal entre los
cristianos que fuese necesaria la práctica de la penitencia sacramental para todos los fieles.
Posteriormente resultó evidente que el cristiano puede pecar gravemente; pero aun así, se resistió
a que tuviera más de una opción de perdón sacramental. Finalmente se llegó, no sin dificultades, a
la práctica actual, es decir, al uso reiterado del sacramento.
Por otra parte, no han faltado intentos de buscar una distinción triple del pecado.
1. Algunos distinguen entre pecado venial o leve (entendido en el sentido
ordinario), pecado grave o mortal (que hace perder la gracia y rechaza la amistad con Dios y con
los demás, pero que no es una opción fundamental capaz de fijar definitivamente la orientación de
la persona) y pecado para la muerte (que es el pecado llamado de obstinación, esto es, una
verdadera opción radical de cerrazón total y definitiva a Dios y a los demás, imposible de
reformar; este pecado, sin embargo, no es muy frecuente).
2. Otros quieren distinguir entre pecado venial, pecado serio o grave y pecado
mortal. Solamente el pecado mortal es una verdadera oposición radical y (en su raíz) definitiva al
amor de Dios y de los demás hombres. El pecado serio, aunque sea, de suyo, grave, sería un
pecado de fragilidad, que no cambia la opción fundamentalmente buena y contra el cual reacciona
enseguida el sujeto bien dispuesto.
Todo esto nos puede ayudar a comprender mejor el valor de la penitencia o satisfacción
sacramental, entendida como esfuerzo por corregir estas consecuencias negativas del pecado; y la
utilidad y el valor de la confesión frecuente, aun cuando no haya pecados mortales
2. Crisis del sacramento de la penitencia.
La crisis del sacramento de la penitencia puede deberse, en parte, a ciertos defectos que
se vienen arrastrando en la práctica concreta de la confesión sacramental individual. Y los
principales son la realidad del pecado y la mediación de la Iglesia. Hoy parece haberse perdido en
muchos ámbitos la conciencia de pecado y de su repercusión en la vida tanto social como de la
Iglesia. Por otra parte, no es difícil oír en ciertos ámbitos que la confesión es algo tan íntimo que
debe hacerse sólo a Dios. Hay que profundizar, pues, en el concepto de pecado, teniendo en
cuenta no sólo su dimensión trascendente y su alcance en el ámbito de la responsabilidad personal
sino también su proyección social y eclesial.
Por otra parte, no hay que olvidar que el sacramento no sustituye a la “penitencia”, es
decir, al arrepentimiento del corazón y a la reforma de vida, sino que asume estas exigencias que
son naturales en la reconciliación. Dicho con otras palabras, el sacramento no suprime la obra de
Dios en el corazón del penitente, sino que se apoya en ella para celebrar el misterio de la
reconciliación cristiana.
Por eso la historia del sacramento de la penitencia fue siempre muy laboriosa. El Concilio
de Toledo (589) condenó la nueva práctica privada de este sacramento (que se convertiría más
tarde, como veremos, en praxis normal y única en la Iglesia occidental hasta nuestros días), en
contraste con la pública; lo cual es señal evidente de que las antiguas tradiciones canónicas no
eran ya respetadas. Y algo parecido podríamos decir de la severa estructura del catecumenado
como preparación para el bautismo, entre los siglos II y VI, es señal de una preocupación por
evitar los abusos que se derivaban de una concesión demasiado fácil de los sacramentos de la
iniciación cristiana.
Estos pocos y someros ejemplos son suficientes para poner en evidencia que la vida
sacramental de la Iglesia fue siempre muy trabajosa. Esto se explica, en parte, por el hecho que
los sacramentos expresan visiblemente la problemática histórica de los pueblos, continuamente
solicitados por la fidelidad y la infidelidad a la alianza con Dios. A esto que hay añadir que hoy,
además de las dificultades normales de todos los tiempos, la práctica sacramental se ve afectada
por los males típicos de nuestra época. El Episcopado italiano veía la raíz de estos males en la
disociación entre evangelización y sacramentos:
La influencia social y la tradición ininterrumpida de un país como el nuestro (Italia), en
el que casi todos los ciudadanos se declaran cristianos y de hecho están bautizados,
favorece aún la permanencia de una práctica sacramental. Pero no podríamos asegurar
1
JUAN PABLO II, "La Penitencia en la Iglesia. Audiencia general del 15 de abril" en
Ecclesia 2.579 (1992) 41.
que esa práctica sea de verdad y siempre una expresión consciente de la fe. (C.E.I.,
Evangelizzazione e sacramenti, 1973, n.12)
El nuevo Ritual de la Penitencia (1974), redactado a petición del Concilio Vaticano II,
presenta este sacramento como el sacramento de la reconciliación. El uso de esta palabra
reconciliación no es, de hecho, ninguna innovación sino una vuelta al uso más antiguo y original
de la Iglesia. Ya en la Iglesia de los primeros siglos, la palabra reconciliación designaba el acto
solemne mediante el cual el pecador penitente recibía el perdón de la Iglesia y era readmitido a la
comunión. Pero, de todas formas, tanto el término como el contenido adquirieron una
importancia mayor en la teología de los sacramentos y en el lenguaje ascético de los cristianos,
debido a la Exhortación apostólica de Juan Pablo II Reconciliación y penitencia (2 - XII - 1984).
Pero el término latino "paenitentia" viene del verbo "paenitere", que es como un "paenam
tenere", esto es, sentir dolor, disgusto, pena, e incluso remordimiento, de modo que no implica,
de manera directa, ninguna idea de mudanza, cambio de mentalidad o de espíritu. Como mucho,
de modo indirecto, podemos decir que el que hace penitencia es el que comprende que un cierto
hecho, del que se queja y le disgusta, proviene de una determinada actitud, y tiende a cambiar de
2
Tomado de: S. MARSILI, Los signos del misterio de Cristo. Teología litúrgica de los
sacramentos, (Bilbao, EGA, 1993), p. 262
actitud y de mentalidad3.
El nombre que damos a las distintas realidades expresa su identidad. Los nombres que se
han dado a este sacramento no siempre han expresado la esencia o sentido central del mismo
(penitencia pública, confesión,...). Para poder llegar a una denominación justa hemos de
descubrir primero cual es el sentido y contenido de este sacramento. Su contenido principal es
que se trata de un proceso de conversión, que implica la reconciliación, y culmina en el perdón.
Este proceso supone la intervención del hombre, de la Iglesia y de Dios. Mientras la conversión
apunta más a la participación del hombre; la reconciliación se refiere más a la mediación de la
Iglesia; y el perdón indica la acción de Dios.
3
Monet Lactant 6, 24 quum de dolore peccatorum apud christianos sermo est, aptius
graece metánoian, et latine resipiscentiam dici, quam poenitentiam: haec enim solum
respicit factum praeteritum, de quo dolet; metánoia et resipiscentia et praeteritum factum
dolet, et correctionem futurae vitae respicit, confirmans animum suum ad rectius
vivendum (FORCELLINI, Lexicon totius latinitatis, vol. III, voz poenitentia).