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Los desarrollos de la historia social contemporánea: ¿Hacia un nuevo giro social?

(Beatriz Moreyra)

La renovación de las temáticas y las problemáticas responde a una alquimia compleja


que asocia la agudeza de las cuestiones contemporáneas, la constelación intelectual y
los apremios específicos del campo disciplinar con su desarrollo interno, sus formas
propias de trabajo y los poderes que en él se ejercen.
Contemporáneamente, existe una especie de consenso acerca de que éste no es un
buen momento para ser un historiador social, ya que la historia social está transitando
un largo período de descenso que comenzó a principios de la década de los ’80 y que
tal vez no haya tocado aun fin.
Durante los últimos veinte años, la historia cultural comienza a superar a la historia
social en ese “estar de moda”, convirtiéndose de este modo, en una práctica
hegemónica.
La popularidad decreciente entre los investigadores, los estudiantes y el público en
general, obedeció a los crecientes desafíos, a las visiones de la historia social desde
afuera, y a las dudas internas cada vez mayores sobre los principios básicos del
pensamiento socio-histórico y a la fragmentación con la consiguiente pérdida de la
identidad.

La Historia Social orientada a las Ciencias Sociales (Social Science History)

La historia social adquirió predicamento en el paisaje historiográfico a partir de los


años ’50 como una historia socio-científica. En efecto el movimiento hacia lo social fue
impulsado por la influencia de dos paradigmas dominantes: la Escuela de los Annales
y el Marxismo.
La escuela francesa enfatizaba los enfoques holistas, funcionales y estructurales para
comprender la sociedad como un organismo total e integrado.
Por su parte, aunque el marxismo no era nuevo, en los años 1950 y 1960 un joven
grupo de historiadores promovieron el interés por la historial social y comenzaron a
publicar libros y artículos sobre la historial desde abajo (George Rude, Albert Soboul y
Thompson).
Por otra aprte, además de la historia económica y de la demografía histórica, la
historia social pertenecía a aquellas subdisciplinas que ofrecieron muchas
oportunidades para la aplicación de teorías y conceptos de las ciencias sociales y
métodos analíticos.
Los impulsos de las ciencias sociales vecinas desempeñaron un papel significativo en
la construcción de historias sociales masivas. De esta manera, en las décadas de los
’60 y ’70, la historia socio-científica era un campo de experimento.
Por lo tanto, durante estas dos décadas, la historia social tenía dos proyectos: en
primer lugar, aplicar al paradigma estructuralista al estudio de las sociedades antiguas
o contemporáneas. La tarea del historiador era identificar las estructuras y las
relaciones que operaban independientemente de las percepciones e intenciones de los
individuos.
En segundo lugar, la historia fue sujeta a los procedimientos de números y series, lo
cual implicó la cuantificación de los fenómenos, la construcción de datos seriados y el
uso d las técnicas estadísticas para trazar una figuración rigurosa de las relaciones
estructurales.
Los efectos de tal revolución dual en la disciplina histórica conllevaron al abandono de
los acontecimientos y del inventario de casos individuales y casos únicos, como así
también, a una consideración de los sistemas de relaciones que organizan la realidad
que organizan el mundo en forma tan real como las cosas materiales captadas por los
sentidos.
El giro cultural en la Historia Social

A partir de la década del ’70, la historia social desnudó sus deficiencias explicativas, lo
cual generó una importante disminución en el atractivo por este tipo de investigación.
Los historiadores sociales se habían desplazado más allá del paradigma político
dominado por la elite, pero habían ignorado tanto la singularidad de la vida individual,
como la manera en que se crea la vida social a través de la política y la cultura
Además, los historiadores se plantearon otras preguntas que no podían ser
respondidas por medio de la cuantificación, los métodos analíticos y el rigor científico.
El planteo de estos nuevos interrogantes es el resultado de cambios contextuales más
globales (económicos, políticos, intelectuales, etc). El optimismo producido por la
victoria sobre el fascismo y por la implantación de ideas liberales democráticas
parecían tambalearse (Mayo ’68 en Francia, movilización estudiantil en Berkeley).
Certezas tales como el racionalismo, la modernidad o la Ilustración se estaban
poniendo en discusión.
En ese clima intelectual, los historiadores se volvieron más escépticos sobre la
posibilidad de captar estructuras y procesos más amplios y de usarlos para explicar
las acciones, las biografías, los acontecimientos.
Estos virajes quedaron patentizados en la doble revisión experimentado por las
historiografías inglesa y annalista.
El cambio comenzó con la introducción de EP Thompson de una noción de cultura en
la historia laboral, el bastión de la historia social marxista, y la redefinición de Clifford
Geertz de cultura en la antropología.
Los distintos cambios habían creado una conciencia y una sensibilidad hacia temas
vinculados con la agencia, la subjetividad, la contingencia y la construcción simbólica
de la realidad social. Los historiadores marxistas británicos rechazaron los
reduccionismos teóricos provenientes de de las aplicaciones mecánicas del paradigma
base/superestructura y del marxismo estructuralista althusseriano, a favor de un
sentido renovado de las complejidades y las contingencias de los procesos históricos.
Thompson se dedicó al estudio de las mediaciones culturales.
Pero, a principios de los ’80, esos referentes pioneros y sus concepciones culturalista
de la historia se vieron paulatinamente desplazados por la atención prestada al
lenguaje. Se promueve el viraje lingüístico, la atención preferencial al lenguaje como
clave explicativa y estructurador de la realidad social. Desde estos supuestos, la clase
se bate en retirada, y con ella los conflictos y las protestas sociales desaparecen.
En el caos de los Annales, la historia fue similar. El giro cultural en la historia tomó
forma en la década del ’80 como una crítica a la naturalización del mundo social
plasmada en las historias socioeconómicas y demográficas. La objetividad de la
escuela braudeliana es cuestionada y se afirma que la vida social es una construcción
de los individuos. Se establecen los motivos que orientan las estrategias individuales o
colectivas que determinan la producción de los fenómenos y procesos históricos.
La cultura fue más allá de los límites que los historiadores sociales le habían otorgado
e impregnó áreas previamente consideradas como exclusivo dominio de la objetividad
gobernada por un mecanismo causal impersonal.
Los historiadores sociales sostuvieron que la cultura y las expresiones culturales no
pueden ser descodificadas simplemente como un sistema de normas, símbolos y
valores que están presentes y dados. Por el contrario, desde la perspectiva
proveniente antropología social y cultural, la cultura y las expresiones culturales
deben ser exploradas como un elemento y un medio de la activa construcción y
representación de las experiencias y las relaciones sociales y sus transformaciones.
Como consecuencia de este paradigma interpretativo, los historiadores sociales se
volvieron menos interesados en establecer las causas y las condiciones y más
interesados en reconstruir los significados de fenómenos pasados. Por otra parte, se
concentraron en la exploración de las vidas de las personas comunes, recuperando
sus estrategias de libertad y elección. Cada vez, más buscaron lo que los antropólogos
llamaron experiencias liminales y adoptaron la perspectiva posmoderna sobre la
identidad como algo fluido y cambiante. Asimismo, volvieron a las formas narrativas
para transmitir la textura inesperada y compleja de la experiencia.
Por otro lado, el giro constructivista ayudó a que la historia social fuera más
autoreflexiva y sutil, ya que la explicación se hizo menos obvia y evidente, y la
interpretación cobró su lugar central, situando el énfasis en la comprensión de las
acciones humanas.
Bajo la influencia de Geertz, los historiadores sociales entendieron los significados
como una realidad visible externamente en prácticas públicas, rituales y símbolos.
Los post-estructuralistas franceses facilitaron este proceso, y Michael Foucault quien
hizo que los paradigmas de la historia social parecieran ilimitados, como así también,
cuestionó la creencia de que los historiadores puedan situarse fuera de la historia,
pudiendo capturar el contexto y ser objetivos.
Como consecuencia de estos virajes, la historia social cambió, los historiadores
sociales aprendieron a analizar las relaciones diversas entre las diferentes relaciones
de desigualdad social, especialmente la clase, el sexo y el origen étnico, y a relacionar
las estructuras y los procesos con las percepciones y las acciones. Además se
volvieron más sensibles a la contextualización y comenzaron a tomar más seriamente
el lenguaje.
En el desarrollo de los estudios históricos en las últimas dos décadas, aparece con
claridad que la mutación teórica más importante ha sido la erosión que ha sufrido el
concepto de estructura social y, consecuentemente, el concepto de causalidad social.
El colapso de los paradigmas explicativos produjo una variedad de corolarios, en
primer lugar el cuestionamiento de las categorías fijas esenciales (clase, nación,
género) rechazando la visión que interpretaba estos conceptos como pseudos sujetos
del proceso histórico. Por otro lado, se buscaba desnaturalizar los mecanismos d
agregación y de asociación, y se proponía un entendimiento más radical de las
entidades como algo fluido, múltiple, fragmentado. La identidad social del individuo se
transforma de un dato fijo en un fenómeno plural.

Los miembros más jóvenes de la escuela de francesa de los Annales, desencantados


cada vez más con el paradigma de los niveles de la experiencia histórica postulados
por Braudel y adoptaron la lectura cultural.
Esta línea culturalista estuvo fuertemente influenciada por la antropología de Geertz
que ponía énfasis en describir la riqueza de significados presentes en una situación
determinada y no en la búsqueda de regularidades empíricas
Otra línea presente en esta historia socio-cultural fue la del sociólogo Pierre Bourdieu
quien reconstruyó el modelo marxista, con mayor atención a la cultura como un
conjunto de prácticas que grupos sociales heterogéneos utilizan de diversos modos.
Acentúa la importancia de los desniveles sociales en el manejo de la cultura y reafirma
el vigor de la historiografía social.
Desde otro ángulo, Foucault impactó a través de su concepción de la cultura como
tecnología de poder, el cual existe como una red infinitamente compleja de
micropoderes, de relaciones de poder producción y parentesco y pueden ser
estudiadas a través de los discursos.
Por otra parte, los historiadores sociales si bien coincidieron en la resignificación del
lenguaje y de las prácticas discursivas, no acordaron en el alcance explicativo de los
mismos. Incluso continúan dando al contexto social una primacía causal en las
explicaciones.
Sin embargo, aunque la mayoría de los historiadores socio-culturales nunca abandonó
la creencia en la realidad objetiva del mundo social, el entusiasmo por los enfoques
interpretativos y sobretodo el desplazamiento del foco de la investigación desde el
fenómeno social al discurso, llevó a borrar las diferencias ente el giro cultural y el giro
lingüístico.
En los ’80, la creciente atención al lenguaje y a las estructuras discursivas cuestionó el
modelo causal de la vieja historia social y buscó sustituirlos por modelos que
proclamaban la naturaleza culturalmente construida del sujeto y de la experiencia
individual. Este reduccionismo culturalista trajo como consecuencia la muerte del
sujeto y la negación de todo concepto de intencionalidad. Esta mirada post-
estructuralista rechaza la idea que la autonomía y el control puedan operar como
causa, como un agente estructurante de los procesos sociales.
Las posiciones más radicales bajo la influencia del giro lingüístico han dado lugar a la
Historia Post-social, la cual sostiene que la esfera social no es una entidad estructural
y, por lo tanto, no existe una relación causal entre la posición social de los individuos
y sus prácticas. Mientras los historiadores socio-culturales afirman que las condiciones
sociales solo devienen estructurales y comienzan a operar como un factor causal de la
práctica una vez que alcanzado cierta clase de existencia significativa; los
historiadores postsociales afirman que la serie de categorías a través de las cuales los
individuos entienden y organizan la realidad social no es un reflejo de esa realidad,
sino un campo social específico con su propia lógica histórica. Estas categorías
constituyen una red compleja relacional y los discursos operan como principios
estructurantes de las relaciones sociales e instituciones.
Por último, los historiadores postsociales consideran al lenguaje como una noción
constitutiva o preformativa que participa en la constitución de los significados de los
contextos sociales.
Desde esta óptica, la experiencia que al gente tiene del mundo social es algo que se
construye en el espacio de enunciación creado por la mediación discursiva.

Hacia un nuevo giro social

Este nuevo viraje hacia una historia social interpretativa no ha estado exento de
críticas. Después de 25 años de la adopción del giro lingüístico, hay una creciente
insatisfacción con esta aproximación y una apelación a la necesidad de un nuevo giro
social en la construcción del conocimiento histórico.
La resistencia a la disolución de lo social implica ponderar que el impacto del giro
cultural en la historiografía social conllevó importantes costes en términos de la
amplitud explicativa de los fenómenos sociales y el peligro de un nuevo
reduccionismo.
Actualmente, los historiadores han comenzado a reflexionar críticamente sobre la
situación de su campo de estudio. Dicha reflexión está situada en tres campos: la
multiplicidad de temas, la ausencia una propia visión de conjunto coherente y
unificante, los peligros inherentes a la autonomización de lo cultural y las limitaciones
inherentes a la adopción de una epistemología exclusivamente subjetiva en las
investigaciones histórico-sociales.
Con respecto al primer aspecto, el intento de historias sociales generales de áreas
claves se quedó a mitad de camino debido a la ampliación y especialización de los
temas, y como consecuencia, del giro cultural. Por el contrario, hubo una abundancia
de enfoques que parecían no obedecer a ninguna regla que a los caminos únicos de la
mente del historiador. Por otra parte, la perspectiva socio-cultural en su esfuerzo por
concentrarse en los márgenes de la sociedad como una manera de deconstruir el
centro, ha reducido la importancia del centro.
Las otras dos debilidades a que han dado lugar algunas formas de hacer historia
social con exclusiva impronta culturalista conciernen a la legitimidad empírica de sus
interpretaciones y a la autonomización de lo cultural en la dilucidación de las
relaciones sociales.
Las objeciones epistemológicas consisten en la dificultad de ofrecer respuestas
empíricas a las preguntas formuladas. Se cuestiona que esta manera de hacer historia
se refiere a gente que no ha dejado documentos escritos de primera mano.
Los practicantes de esta historia luchan por entender cómo el poder y el significado
fueron expresados en forma cotidiana, cómo la hegemonía fue construida, combatida
y reconstruida a través del discurso y los ritos, como así también, cómo los grupos
subalternos expresaron una visión alternativa de nación y cómo la gente común se
adecuaba y resistía al capitalismo.
No es claro cómo se reconstruye ese conocimiento, ya que la evidencia documental
sólo habla oblicuamente de estos temas. El historiador debe, por tanto, “leer” los
cuerpos de evidencia tradicional a contrapelo con miras
a convencer que lo que ellos argumentan son significados sutiles, matizados que son
decodificados a la luz de los métodos adoptados por los estudios literarios y culturales.
El otro aspecto más importante de la crítica de la historia socio-cultural es el peligro
de la autonomización de la cultura con el peligro de convertir con el riego de convertir
a la historia social en una confusión de subjetividades y voces, perdiendo la historia
que está detrás de las palabras.
Sigue Deu con el párrafo de la página 11 que dice: En ese clima de autocrítica
profesional (me había pasdo y había continuado una página más…horrible lo
mío!!!

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