EL TERRITORIO: SOBRE EL ESPACIO Y EL PODER, AUTONOMÍA Y DESARROLLO Marcelo José Lopes específicamente político del primero.
político del primero. El primer gran autor de la Geografía Política, Ratzel, nos ofrece un
de Souza
INTRODUCCIÓN: UNA PRIMERA APROXIMACIÓN CONCEPTUAL
El territorio, objeto de este ensayo, es fundamentalmente un espacio definido y delimitado por y a
partir relaciones de poder. La cuestión primordial aquí no es, en realidad, cuáles son las características
geo ecológicas y los recursos naturales de una determinada área, el verdadero Leitmotiv es el siguiente:
¿Quién domina o influencia y cómo domina o influencia ese espacio? Este leitmotiv incluye la siguiente
cuestión inseparable, una vez que el territorio es esencialmente un instrumento de ejercicio de poder:
¿Quién domina o influencia a quién en ese espacio, y cómo? Detengámonos, entonces, un poco en el
concepto de poder en sí, antes de volver a hablar sobre territorio.
Tanto en el lenguaje cotidiano como en las teorías políticas es posible constatar superposiciones entre
las nociones o los conceptos de poder, violencia, dominación, autoridad y competencia. Así sintetizó
Hannah Arendt su concepto de poder: “El poder jamás es propiedad de un individuo, pertenece a un
grupo y sólo existe mientras el grupo se mantiene unido”. En lo que se refiere a violencia, ésta se
distingue, según Hannah Arendt, por su "carácter instrumental". Para Arendt el poder no carece de
justificación, ya que sería inherente a la existencia de cualquier comunidad política; sin embargo,
demanda legitimidad. Así “al dominio a través de la violencia pura se llega cuando el poder está en vías
de ser perdido. El poder y la violencia se oponen: donde uno domina de forma absoluta, el otro está
ausente”.
Volviendo al concepto de territorio, normalmente evoca el “territorio nacional” y hace pensar en el
Estado – gestor por excelencia del territorio nacional. Sin embargo, no necesita ni debe reducirse a esa
escala, o a la asociación con la figura del Estado. Los territorios existen y son construidos (y
deconstruidos) en las más diversas escalas, desde la más pequeña (por ejemplo, una calle) a la
internacional (por ejemplo, la OTAN); los territorios son construidos (y deconstruidos) dentro de escalas
temporales más diferentes: siglos, décadas, años, meses o días; los territorios pueden tener un carácter
permanente, pero también pueden tener una existencia periódica, cíclica.
El presente trabajo está conformado fundamentalmente por dos partes. En la primera sección se
intentará deshacer el reduccionismo arriba mencionado y presentar más detalladamente la riqueza
potencial del término buscándose una concepción más amplia. La otra sección tiene por objetivo ilustrar
el alcance socialmente crítico del análisis conceptual sobre el territorio en el marco de un replanteo de
la cuestión del desarrollo.
De los grandes territorios hipostasiados por la ideología a las territorialidades complejas del
cotidiano metropolitano
La noción de territorio imbuida en el discurso científico confundía, y a menudo continúa
confundiéndose, como ya se mencionó, con una percepción bastante rígida de la realidad estudiada.
Las disciplinas más directamente ligadas, incluso epistemológicamente que incluyen el análisis del
territorio son: la Ciencia Política por el concepto para ella, epistemológicamente fundante de poder, y
la Geografía, que normalmente se arroga el privilegio de la disciplina del espacio social. Estas dos
disciplinas, y particularmente la Geografía, justamente aquella que en principio debería disponer de
conceptualizaciones bastante ricas de la territorialidad y de un arsenal variado de tipologías
territoriales, han estado excesivamente fijadas en la escala del " país o territorio nacional".
El territorio surge, en la tradicional Geografía Política, como el espacio concreto en sí (con sus
atributos naturales y aquellos socialmente construidos), que es apropiado, es decir, ocupado por un
grupo social. La ocupación del territorio es vista como algo generador de raíces e identidades. Y más:
los límites del territorio no serían, en realidad, inmutables, pero cada espacio sería, como territorio,
territorio durante todo el tiempo, pues sólo la durabilidad podría ser generadora de identidad socio-
espacial, identidad en realidad no sólo con el espacio físico, concreto, sino con el territorio y, por ende,
con el poder controlador de ese territorio. No es sorprendente, ante tal rigidez, que esa visión haya
usado a menudo los términos territorio y espacio indistintamente, oscureciendo así el carácter
ejemplo espectacular y seminal de ese tipo de discurso sobre el territorio esencialmente fijado en lo
que refiere a lo político del Estado.
Otra forma de abordar la temática de la territorialidad, más amplia y crítica, presupone no
propiamente un descubrimiento entre las dimensiones política y cultural de la sociedad, sino una
flexibilización de la visión de lo que es el territorio. Aquí, el territorio será un campo de fuerzas, una red
o una red de relaciones sociales que, a la par de su complejidad interna, define al mismo tiempo un
límite, una alteridad: la diferencia entre "nosotros" (el grupo, miembros de la colectividad o
"comunidad", los insiders) y los "otros" (los de fuera, los extraños, los forasteros, los outsiders).
Un enraizamiento tan fuertemente focalizado por Ratzel no necesita existir para que se tengan
territorios. Los territorios, que son en el fondo antes relaciones sociales proyectadas en el espacio que
espacios concretos, pueden, como ya se había indicado en la introducción, formarse y disolverse,
constituirse y disiparse de modo relativamente rápido, ser antes inestables que estables o, incluso,
tener una existencia regular pero sólo periódica, es decir, en algunos momentos. Las grandes metrópolis
modernas parecen contener los ejemplos más interesantes y variados de tales "territorialidades
flexibles".
El proceso de constitución de redes de organizaciones criminales en Río de Janeiro remite a la
necesidad de construir un puente conceptual entre el territorio en sentido usual (que presupone
contigüidad espacial) y la red (donde no hay contigüidad espacial: lo que hay, un conjunto de puntos
conectados entre sí por segmentos - arcos - que corresponden a los flujos que interconectan, "costuran"
los nudos - flujos de bienes, personas o informaciones , siendo que los arcos pueden todavía indicar
elementos de infraestructura por ejemplo, carreteras). A ese territorio en red propone el autor del
presente artículo llamar de territorio discontinuo. Ocurre que, como cada nodo de un territorio
discontinuo es él mismo un territorio (una favela territorializada por una organización delictiva),
tenemos que cada territorio discontinuo es, en realidad, una red que articula dos o más territorios
continuos.
La complejidad de los territorios-red, articulando, interiormente a un territorio discontinuo, varios
territorios continuos, recuerda la necesidad de superar otra limitación contemplada en la concepción
clásica de territorio: la exclusividad de un poder en relación a un determinado territorio. La Geografía
Política clásica en el Estado redundó en que los territorios son entidades que se yuxtaponen
contiguamente, pero no se superponen, ya que para cada territorio nacional sólo existe un Estado-
nación. Sin embargo, lo que existe, casi siempre, es una superposición de diversos territorios, con
formas variadas y límites no coincidentes, como, incluso, pueden existir contradicciones entre las
diversas territorialidades, por las fricciones y contradicciones existentes entre los respectivos poderes.
Ahora que ya se han examinado varias facetas de esta realidad social que es el territorio, resulta más
fácil volver a la lacónica definición ofrecida en la introducción - territorio como un espacio definido y
delimitado por y desde relaciones de poder - para complementarla y precisarla, recortarle las aristas.
Naturalmente, se concuerda aquí con RAFFESTIN en que el espacio es anterior al territorio. Sin duda,
siempre que haya hombres en interacción con un espacio transformando la naturaleza (espacio natural)
a través del trabajo, se estará también delante de un territorio, y, no sólo de un espacio económico: es
inconcebible que un espacio que haya sido objeto de valorización por el trabajo pueda dejar de estar
territorializado por alguien. Además, RAFFESTIN prácticamente reduce el espacio al espacio natural,
mientras que territorio de hecho se torna, automáticamente, casi sinónimo de espacio social. Esto
empobrece el arsenal conceptual a nuestra disposición.
También los territorios llamados -más arriba- flotantes o móviles, por ser sus límites tan inestables,
muestran perfectamente de qué manera el territorio, en cuanto campo de fuerzas, lógicamente existe
sobre un espacio, pero no debiendo confundirse con el sustrato material (el sustrato material a ser
territorializado ni siquiera necesita ser el suelo, puede sin duda ser una superficie líquida, un mar
territorial).
Por último, se optó por concluir esta sección con una discusión sobre el significado de la palabra
territorialidad. La territorialidad, en lo singular, remite a algo extremadamente abstracto: aquello que
hace de cualquier territorio un territorio, es decir, de acuerdo con lo que se ha dicho antes, relaciones
de poder espacialmente delimitadas y operando sobre un sustrato referencial. Las territorialidades, en
plural, significan los tipos generales en que pueden ser clasificados los territorios según sus
propiedades, dinámica, etc.: para ejemplificar, territorios continuos y territorios discontinuos singulares
son representantes de dos territorialidades distintas, continua y discontinua.
De la autonomía a la territorialidad autónoma: revisando y "territorializando" el concepto de
desarrollo
De la misma manera que la idea de territorio ha permanecido en el discurso científico directa o
indirectamente legitimadora de la figura del Estado, también la idea de desarrollo ha sido condenada
por las más diversas escuelas de pensamiento y disciplinas a respaldar el modelo civilizatorio occidental,
capitalista, como paradigma universal.
Las ideas de "territorio" y "desarrollo": así como el discurso sobre el Estado, la soberanía y el
"territorio nacional" se pretende, por la vía de las ideas-fuerza de "seguridad nacional" y "objetivos
nacionales permanentes", la encarnación máxima de la propia filosofía del desarrollo nacional, el
"territorio" queda reducido a atributos materiales: recursos naturales, posición geográfica con respecto
a bloques económicos, etc. En realidad, el territorio no es simplemente una variable estratégica en el
sentido político-militar; el uso y el control del territorio, de la misma manera que el reparto real de
poder, deben ser elevados a un plano de gran relevancia también para la formulación de estrategias de
desarrollo socio-espacial en sentido amplio, no meramente económico capitalista, es decir, que
contribuyan a una mayor justicia social y no se limiten a clamar por crecimiento económico y
modernización tecnológica.
Expandir conceptualmente la idea de territorio y liberarla de su rancio ideológico y conservador es,
en efecto, una tarea que, desde el punto de vista del autor del presente escrito, encuentra en una
relectura de la problemática del "desarrollo" una aplicación de las más meritorias. Se intentará hacer
esto a continuación, esbozando una concepción bastante alternativa de desarrollo donde la cuestión de
una territorialidad autónoma adquiere importancia capital. Con esto se estará, al trascender y criticar
el economicismo de la ya hace muchos años decadente economía del desarrollo13, realzando de modo
pertinente las dimensiones política y espacial del proyecto / proceso de desarrollo.
Para empezar, es altamente significativo -y lamentable- que una noción tan fundamental como la de
desarrollo haya sido reducida en una idea tan alejada de las necesidades más elementales y de la vida
cotidiana de los hombres y mujeres comunes. Empecemos por el "desarrollo económico", que los
"economistas del desarrollo" perciben que el crecimiento no trae, automáticamente, justicia social.
También los analistas marxistas, fracasaron al no vislumbrar un horizonte material / técnico
sustancialmente distinto del de Occidente capitalista. No se trata sólo de la presuposición de Marx de
que la modernización capitalista sería en sí positiva para la periferia del sistema, por crear las
precondiciones materiales del advenimiento, algún día, del "socialismo". El compromiso del
"socialismo" con el modelo civilizatorio capitalista -con sus valores, como el productivismo - no fue, por
los marxistas que merecían esa calificación, suficientemente comprendido, así como tampoco se
percibió que lo que acabó no fue la dominación, sino un tipo de dominación, también la explotación no
había acabado, sólo había cambiado de forma, y el "socialismo" no pasaría de una farsa grotesca.
Ante esto, es que se considera aquí, que la idea de autonomía, tiene un valor central para una
reconceptualización del desarrollo. Autonomía: significa el poder de una colectividad de regirse por sí
misma, por leyes propias. La autonomía constituye la base del desarrollo; entendiendo este como el
proceso de auto-institución de la sociedad hacia más libertad y menos desigualdad.
Una sociedad autónoma es aquella que logra defender y gestionar libremente su territorio,
catalizador de una identidad cultural y al mismo tiempo continente de recursos, recursos cuya
accesibilidad se da, potencialmente, de manera igual para todos. Una sociedad autónoma no es una
sociedad "sin poder", lo que por otra parte sería imposible. Sin embargo, indudablemente, la plena
autonomía es incompatible con la existencia de un "Estado" como instancia de poder centralizadora y
separada del resto de la sociedad. Sobre los cimientos de la idea de autonomía y de la comprensión de
la historia como un proceso de lucha y negociación, abierto a la contingencia, es posible sacar del
término desarrollo no sólo su carga teleológica, sino también su eurocentrismo (imbuido, una vez más,
tanto en las teorías " burguesas "del desarrollo como en sus competidores marxistas).
En cuanto al territorio, ya se ha visto que éste se define a partir de dos ingredientes, el espacio y el
poder. El autor del presente ensayo no cree, por otra parte, que el poder - cualquier poder – pueda
prescindir de una base o de un referencial territorial. En cualquier circunstancia, el territorio encierra la
materialidad que constituye el fundamento más inmediato de sustento económico y de identificación
cultural de un grupo, descontadas los intercambios con el exterior. El espacio social, delimitado y
apropiado políticamente en cuanto territorio de un grupo, es soporte material de la existencia y, más o
menos fuertemente, catalizador cultural-simbólico - y, en esa calidad, indispensable factor de
autonomía.
¿Cómo es posible, hoy, en medio de una coyuntura política e ideológica internacional de aversión a
utopías de libertad, y en un mundo que asiste a una avasalladora globalización de la economía y de la
cultura, con su corolario de fortalecimiento de las grandes empresas y desarraigo cultural, redefinir la
cuestión del desarrollo a partir de las ideas de autonomía y territorialidad autónoma de manera, para
decirlo de forma incisiva, que no sea patética o quijotesca? Por lo tanto: la cuestión del desarrollo, aun
orientada por la plena autonomía como horizonte esencial (y lejano), se presenta, en forma de
pequeños y grandes desafíos, cotidianamente y en las más diferentes escalas, de las más modestas a
las menos escasas. En todos los casos los actores se verán confrontados con necesidades que pasan por
la defensa de un territorio, como expresión del mantenimiento de un modo de vida, de recursos vitales
para la supervivencia del grupo, de una identidad o de libertad de acción.
En el caso de las favelas de Río de Janeiro, vemos, para ilustrar, un ejemplo extraído de la realidad
actual de las mismas: la disminución del espacio de maniobra para la conquista de la autonomía (y, por
extensión, del desarrollo) de las comunidades faveladas por la asfixia política que imponen las
organizaciones del tráfico de drogas. "Su" territorio no es, actualmente, más "su" territorio; "su"
territorio fue usurpado por un grupo específico, que mezcla poder y consentimiento y violencia para
dominar con mano de hierro una determinada colectividad.
A MODO DE CONCLUSIÓN
De la introducción y de la primera sección de este trabajo se extrajo que, así como el poder no se
circunscribe al Estado ni se confunde con la violencia y la dominación (vale decir, con la heteronomía),
de la misma forma, el concepto de territorio debe abarcar infinitamente más que el territorio del
Estado-nación. Todo espacio definido y delimitado por y desde relaciones de poder es un territorio,
desde la cuadra aterrorizada por una banda de jóvenes hasta el bloque de la OTAN.
Volver sobre el concepto de territorio ha allanado el terreno para la reanudación, en la segunda
sección del trabajo, de una discusión sobre el concepto de desarrollo. La intención con ello fue la de, en
vías de una crítica de los criterios usuales de evaluación del desarrollo, sustituir parámetros
excesivamente estrechos y disciplinares (por ejemplo, puramente económicos) o vinculados a un
universo cultural particular (notoriamente a la modernidad del Occidente capitalista) por el principio de
la autonomía, como así también la aceptación del carácter esencial del control y de la gestión
territoriales para cualquier organización social, argumentar acerca de la importancia de la territorialidad
para el proceso de desarrollo. La territorialidad no es un epifenómeno en el contexto de la lucha por
una mayor justicia social y, como horizonte “utópico”, por la plena autonomía. Para una cierta
colectividad, gestionar autónomamente su territorio y autogestionarse son sólo los dos lados de una
misma moneda, y representan ambos una condición sine qua non para una gestión socialmente justa
de los recursos contenidos en el territorio.
Al enfocar el control territorial de modo de resaltar su importancia, no para el poder heterónomo,
sino para la autonomía, nos corrimos del patrón corriente de abordaje, que es el de detenerse en los
"usos maquiavélicos" del espacio y del territorio propiamente dicho.