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Moviendo la Ley

Universal
Luis Alberto Ceruto Santander

Moviendo la Ley
Universal

Ediciones Rosacruces, S.L.


Ediciones Rosacruces, SL
Apdo. de Correos 199
08140 Caldes de Montbui
Barcelona (España)

© de la Orden Rosacruz AMORC


Gran Logia Española

ISBN: 978-84-95285-41-6
Depósito Legal: B-16620-2012
Impreso por: Publidisa
Primera Edición: Abril 2012
Barcelona (España)

Colección Espiritualidad

www.edicionesrosacruces.es
info@edicionesrosacruces.es

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento


informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea
electrónico, mecánico, fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso pre-
vio y por escrito de los titulares del Copyright.
«Hay dos cosas que me sorprenden sobremanera:
el cielo estrellado por encima de mí,
y la Ley no escrita dentro de mí».

Emmanuel Kant (1724 - 1804)


Filósofo Alemán
Las ideas y opiniones expresadas en la presente obra corresponden exclusiva-
mente al pensamiento de su autor y pueden no representar la postura oficial de
la AMORC.
Moviendo la Ley Universal

INTRODUCCIÓN

 «Ab initio», la causa primera, desde la inconcebible


profundidad de la nada, desde la inercia en despegue inmi-
nente, desde la potencialidad esencial pronta a desplegar el
acordeón infinito del tiempo, la Unidad manifestó su decre-
to creador y produjo el movimiento arrollador de la reali-
dad perceptible.

 Dios, en su definición indefinible, el supremo sus-


tantivo que es la única entidad de todo lo que existe, pro-
nunció el Verbo, la acción (la gramática aquí toma sentido
literal), y su vibración manifestó el Cósmico y éste se de-
positó sobre la esencia increada cuyas diferentes tasas de
resonancia formaron la materia en toda su diversidad.

 Así la Ley del Universo imperó sobre todo lo crea-


do poniendo orden en el caos y ajustando el metrónomo
universal a su propia tasa, y permitiendo que la gama de
frecuencias que representamos con el teclado cósmico se
expresara en matices infinitos. Las vibraciones se conden-
saron y formaron cosas tan simples como una partícula
inanimada o tan complejas como un ser inteligente e ilumi-
nado, el ser humano, garante del concepto divino destinado
a aprender a pulsar las cuerdas del arpa universal y, desde
su ínfima pequeñez, premiado para mover conscientemente
la Ley de la cual forma parte.

 Por eso cuando emprendimos este trabajo bajo el


temerario título de «Moviendo la Ley Universal», lo hici-

9
Introducción

mos convencidos de que nada pretencioso intentábamos,


sino ejercer con derecho nuestra condición de instrumentis-
tas cósmicos para ser partícipes del movimiento universal,
por nuestro bien y el de los demás.

 Habitamos un Universo ordenado, de cuya existen-


cia tenemos conciencia, así como de su ordenamiento, pero
llamamos «Caos» a aquel orden que no logramos apreciar
porque su dimensión trasciende la capacidad de concebirlo
en nuestra mente. Este Orden Universal obedece a una úni-
ca e inmutable Ley. Formamos parte de esa Ley como una
gota de agua forma parte del océano, es decir, sin percatar-
nos de nuestra participación en el todo. Sin embargo, por
momentos distinguimos alguno de los comportamientos
particulares del Universo, que suceden en aspectos particu-
lares de la vida y es esto lo que reconocemos como leyes,
aunque realmente se trata de ramales de la única ley, la Ley
Universal.

 El desarrollo de la civilización a través de los siglos


ha demandado su interpretación de orden para regular las
relaciones entre los seres humanos. Los legisladores dise-
ñaron reglas de conducta en cada época de la historia acor-
de a principios morales y de buenas costumbres, con el ob-
jetivo de imponer un orden civil en el entonces caótico
mundo profano. Hoy la legislación moderna admite en ca-
da país civilizado una ley suprema llamada Constitución
(Carta Magna, Ley de Leyes), pero también existen leyes
particulares para distintos aspectos del funcionamiento de
la vida. Así, este instrumento creado por el hombre emula
la armonía de las leyes naturales, y vemos una vez más
cumplida la sentencia hermética: «Así como es arriba, es
abajo».

 Las leyes universales se expresan a través de su


propio movimiento. Y llamamos movimiento a todo proce-

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Moviendo la Ley Universal

so del que siempre resulta un efecto, es decir, a cualquier


acontecimiento cósmico en el que se hace manifiesto un
resultado, aún cuando no sea perceptible a nuestros senti-
dos limitados.

 Si bien la gota de agua, por sí misma, no puede


ocasionar marejadas a menos que una fuerza externa le im-
prima el impulso inicial, no ocurre igual con el habitante
supremo del planeta, el hombre, que goza de voluntad y
arbitrio para provocar este impulso e incluso dirigirlo a un
destino deseado, siempre y cuando fluya acorde con la Ley
Suprema y no pretenda nadar a contracorriente en el océa-
no cósmico.

 El estudiante de misticismo aprende a fluir con la


Ley Universal y a tomar conciencia de su participación en
ella, a la vez que se entrena, por así decirlo, para utilizar
sus recursos psíquicos para provocar estos movimientos, en
su propio interés, o en el de otros.

 Los recursos o herramientas místicas de que dispo-


nemos, no son una novedad para un estudiante de misti-
cismo, sin embargo el uso correcto de la técnica espiritual
requiere de práctica para adquirir la destreza necesaria. De
nada sirven años de estudio dedicado y sesiones de ejerci-
cios espirituales si no utilizamos cotidianamente los cono-
cimientos aprendidos y no los incorporamos a nuestra vida
diaria, en sus pequeños detalles. Además a falta de oficio se
malogra el talento, de manera que si no aplicamos lo
aprendido, olvidamos lo fundamental y en el preciso mo-
mento en que lo necesitamos en circunstancias urgentes,
apenas recordamos vagos detalles para al final enterarnos
del todo de nuestra torpeza. Luego, una gran mayoría de
veces, atribuimos el fracaso a la inconsistencia de la doc-
trina y no a nuestra propia ignorancia.

11
Introducción

 La forma de utilizar la Ley, es decir, de impulsar,


imprimir y provocar cambios sobre el Universo mediante
nuestra intervención activa, es posible a través de los re-
cursos que nos son propuestos en los estudios místicos y
espirituales de la Orden Rosacruz AMORC. En los próxi-
mos capítulos de este libro intentaremos mostrar aplicacio-
nes prácticas de estas herramientas místicas, utilizadas de
forma operativa para lograr un efecto determinado. Si bien,
recrearemos la esencia fundamental de cada procedimiento,
cada uno lo matizará y enriquecerá con su experiencia in-
dividual y lo aplicará de acuerdo a su particular intención,
desarrollo o merecimiento y de ello dependerá también el
resultado. Por supuesto, esta obra no pretende develar se-
cretos ni profanar misterios, sino únicamente aproximar y
alentar al lector a la aplicación práctica de aquellos cono-
cimientos que constituyen poderosas herramientas cuya
utilización eficiente permite obtener resultados inmediatos,
recursos místicos disponibles hoy en las enseñanzas rosa-
cruces y que forman parte de la herencia que la AMORC
ha recibido de los iniciados del pasado.

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Moviendo la Ley Universal

CAPÍTULO I

Moviendo la Ley a través de la palabra.


El poder de decretar.

 La palabra es un instrumento de poder incalculable


porque hay una Ley Universal que en ella se cumple.

 En la palabra se unen con eficacia dos elementos


que constituyen una bipolaridad. Así pues, el elemento in-
tangible, la idea, de alta tasa vibratoria y por tanto de pola-
ridad positiva, brota en el cerebro un instante antes de su
contrapartida tangible, la palabra. Ésta, de polaridad nega-
tiva, está constituida por el aire impulsado al atravesar las
cuerdas vocales. Es decir, ambos polos de la manifestación
se conjugan secuencialmente en un tiempo mínimo y como
resultado se obtiene ese sonido articulado que llamamos
palabra.

 Toda palabra se precipita y arremete sobre el uni-


verso y provoca en él un movimiento de la Ley en su ac-
ción creativa. Y así nace, con toda la fuerza de un flamante
generador bipolar, que ejerce con potencia el poder de de-
cretar que la palabra en sí misma contiene.

 La frase bíblica «en el principio era el Verbo», no


se puede atribuir a una redacción casual ni a una metáfora
rebuscada, es más bien una declaración literal de la capaci-
dad creativa de la palabra generando al universo. Tampoco

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El poder de decretar

es casual que el hombre sea el único poseedor de la palabra


articulada, ya que es un don divino exclusivo, un atributo
superior para el producto supremo de la creación. Para su
bien, o para su mal, el ser humano es esencial e inevita-
blemente locuaz.

 Subestimamos con demasiada frecuencia la fuerza


de la palabra, disipamos y disparamos energía verbal sin
conciencia ni control, desbrozando u obstaculizando nues-
tro camino por la vida, sin percatarnos de la Ley que po-
nemos en movimiento, ni de su potencia.

 Un estudiante de misticismo aprende los atributos


de la palabra desde sus primeras lecciones. Las escuelas de
ocultismo, a través de la historia, se han esmerado en deve-
lar precozmente los misterios de la palabra incluso en el
neófito, y esto por una razón bien clara: apenas se comien-
za a entrenar la mente, a expandir el aura y a armonizar y
potenciar las energías espirituales, la palabra adquiere en él
un poder considerable. Una herramienta tan poderosa en
manos inexpertas justifica el porqué de la premura en apor-
tarle conocimiento suficiente y advertirle sobre su correcto
uso.

 Palabras repletas de fuerza salen cada día de los la-


bios de una madre, cuando bendice a su hijo, al dejarle en
la puerta de la escuela. Un torrente de energía se emite al
decir frases como «buen viaje», «buena suerte», «que Dios
te acompañe», «que te mejores pronto», «que tengas feli-
ces sueños», «que Dios te de salud», «buenos días», etc.
Esto es también bendecir (bien-decir). Cuando pronuncia-
mos estas frases comunes, estamos además utilizando
nuestra energía en favor del prójimo, para facilitarle el
sendero que está a punto de recorrer, y por lo tanto es una
forma de dar desinteresadamente.

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Moviendo la Ley Universal

 Cuando decimos «gracias», nos sintonizamos con


un sentimiento de aceptación, de buena fe, por algo que
merece nuestra gratitud. Al pedir disculpas, transmitimos
vibraciones de humildad, de sincero reconocimiento por un
error cometido y el deseo explícito de subsanar los daños
causados.

 Sentimientos de compasión se propagan cuando


decimos: «lo siento», «te acompaño en tu dolor», «cuenta
conmigo para lo que necesites», «que sea para bien»…

 Todas las frases que hemos recopilado, a modo de


ejemplo, son cápsulas de energía que se han heredado, no
por gusto, de generación en generación, ya que su propio
carácter les impone casi «vida propia» y han trascendido a
través de los tiempos, aunque en términos exotéricos ha-
blemos de normas de buena conducta o de urbanidad. Tan
poderosos decretos forman parte de la educación formal,
así la llamamos, sin embargo, más allá de la forma, con
ingenuidad estamos provocando intensos movimientos de
la Ley, en favor de otros. Este recurso de poder está dispo-
nible y en uso constante por todos los seres humanos, por
lo general sin conocimiento de las fuerzas que se mueven
detrás. Por esta razón hemos elegido como primer capítulo,
la palabra, para iniciar este libro.

 De la misma manera una palabra puede ser tan peli-


grosa como un arma de fuego en manos de un niño, en tan-
to su abuso o uso inadecuado puede propiciar situaciones
no deseadas. Sobre todo cuando se trata de emitir un juicio,
realizar una advertencia o una crítica, pronosticar un even-
to o dar un consejo. Como dijimos antes, la palabra es bi-
polar, y cuando la polaridad negativa predomina se produ-
ce también un efecto de sugestión, es decir, se interpreta su
significado en forma literal, se asume como verdad, e in-
conscientemente se toman decisiones que provocan el lla-

15
El poder de decretar

mado «Síndrome de Pigmalión», es decir, la profecía auto-


cumplida. Por otra parte, como ya hemos comentado, exis-
te el aspecto sutil de la palabra, aquel de altas vibraciones y
de polaridad positiva que tiene verdadero poder creador,
más allá de la simple sugestión. Hay una cita clásica que
reza así: «Para cada persona hay cinco o seis palabras que
la destruyen». Algo de cierto existe siempre en el dicho
popular.

 El neófito dispone de la palabra como primer ins-


trumento de poder, aunque todavía no tenga otras herra-
mientas y como en definitiva se trata de una misma ener-
gía, ya que sólo es cuestión de polaridad, el inexperto con
poder de decreto debe ser advertido para que pueda evitar
sentencias de malos presagios que, aún cuando no se hacen
con mala intención, causan efectos nocivos o desagrada-
bles, ya que sin quererlo puede maldecir (mal-decir).
Ejemplos de esto hay muchos: «te vas a matar», «a que te
caes», «vas a enfermarte», «suspenderás el examen», «se
burlarán de ti», «no podrás lograr eso jamás» «eso nunca
lo alcanzarás», «te va a atropellar un coche»…

 No vale la pena rebuscar en lenguas extintas pre-


tendiendo encontrar el abracadabra, ni esperar a poseer, a
la primera, la gran palabra mágica, plena de poder, recibida
en un complicado ritual iniciático, puesto que esos podero-
sos sonidos, en ocasiones ininteligibles, sólo manifiestan su
máxima potencia cuando son aprehendidos y se asientan en
la profundidad del ser mediante la disciplina y el estudio
sistemático, y esto es un proceso lento y no adquirible por
cualquiera, porque entre otras cosas requiere ser merece-
dor. Las personas no iniciadas, aún cuando carecen de ese
conocimiento, están en posesión de la palabra, la palabra
común, la coloquial, la poderosa palabra cotidiana. Ella es
generadora de movimiento y también hay que cultivarla
para modular su energía y dirigirla constructivamente. En

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Moviendo la Ley Universal

el estudiante de misticismo la potencia se multiplica, pero


ahora con conocimiento de causa, por esta razón, tiene el
derecho y el deber de utilizarla con mesura y con nobles
propósitos.

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El poder de decretar

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Moviendo la Ley Universal

CAPÍTULO II

Moviendo la Ley a través de la visualización.


Dibujando sobre el lienzo mental.

 El pensamiento contiene un devenir constante de


imágenes que ocupan cada una un instante en la conciencia
cuando se hacen «visibles» en la pantalla virtual de la men-
te. Este proceso es incontenible, bien sea estando despier-
tos o cuando soñamos; sólo cesa durante el llamado «sueño
lento» que se corresponde con la fase profunda del ciclo
normal. Esta secuencia interminable de instantáneas que se
suceden espontáneamente sin orden ni jerarquía, constitu-
yen un elemento imprescindible de lo que comúnmente
llamamos pensar.

 En el acto de recordar, evocamos imágenes almace-


nadas en el cerebro, unas veces con intención y otras a
consecuencia de un estímulo evocador, en este caso las se-
cuencias aparecen organizadas más o menos cronológica-
mente, conformando algo parecido a trozos de una pelícu-
la.

 Hay situaciones en las que por un acto de la volun-


tad generamos imágenes nuevas, casi siempre partiendo de
otras almacenadas en el banco de imágenes cerebral. A esto
lo llamamos imaginación y constituye una función mental
superior, pues se trata del germen del pensamiento creador.
Esta facultad es esencial en lo artístico, tanto en su aspecto

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Dibujando sobre el lienzo mental

literario como plástico, y en personas dotadas de excepcio-


nal talento, alcanza categoría de genialidad. De la imagina-
ción de los grandes artistas han brotado las obras maestras
que hoy constituyen el patrimonio de toda la humanidad y
dan fe de las posibilidades ilimitadas de la mente.

 También la ciencia y la tecnología se nutren de la


imaginación. Los grandes descubrimientos científicos son
hijos, en primer término, de la capacidad imaginativa de
hombres geniales.

 Pero el misterio de construir, partiendo del diseño


consciente de imágenes mentales, ha sido revelado funda-
mentalmente por las escuelas de ocultismo. Detrás de lo
que hemos llamado exotéricamente imaginación, hay algo
mucho más consistente, se trata de una poderosa herra-
mienta espiritual cuyo nombre «técnico» es visualización.

 Y no estamos hablando de imágenes de aparición


espontánea o de vagas evocaciones, sino de un sistema
preciso de formación de estampas mentales con un objetivo
determinado. Una explicación sencilla para describir el mé-
todo, sería crear en la mente (imaginar) un lienzo en blanco
y dibujar sobre él, poco a poco, línea a línea, esmerándonos
en cada detalle y color, hasta conformar una lo más cercana
posible a la perfección, de tal forma que el cuadro termina-
do parezca vívido, un trozo de realidad atrapado en la tela,
que llegue a impresionar no sólo al sentido de la vista, sino
que inspire olores, sabores, sonidos y texturas.

 La visualización conlleva una intención, la de di-


namizar la Ley hacia la creación de un objetivo, el cual
hemos representado punto a punto en nuestra obra pictórica
mental. Es un potente recurso constructivo porque a dife-
rencia de la palabra, imprime, por así decirlo, un molde

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Moviendo la Ley Universal

cósmico cuya tendencia natural es materializarse en el


mundo tangible.

 Perfeccionar el arte de la visualización requiere


práctica y disciplina, porque hay que definir con claridad
nuestros deseos antes de plasmarlos y luego cultivar la des-
treza de dibujar «en el aire», despejando la mente de ideas
parásitas que interfieran con nuestro trabajo.

 Pero, si bien la palabra creadora actúa y se disipa,


no sucede así con una imagen lograda con tanto celo. El
intenso trabajo y esfuerzo realizado nos vincula a la obra
terminada y en este apego hay un punto álgido. Mientras la
tengamos atada a nuestra mente consciente no será más que
una idea muy elaborada pero estática, y no induce movi-
miento alguno en la Ley hasta no ser soltada como quien
corta el hilo de una cometa. Esta liberación es lo más difí-
cil del proceso pues nos aferramos a aquello que nos costó
mucho sudor mental y nos negamos a verla disiparse y de-
saparecer. Sin embargo, es en este momento cuando se
produce la acción sobre la Ley.

 Con una herramienta de visualización bien afinada


seremos capaces de fabricar lo que necesitamos, ya se trate
de un objeto material deseado, como de toda una circuns-
tancia personal, familiar o social. Ahora toca al iniciado
perfeccionar el método, a favor del crecimiento y beneficio
propio o ajeno.

 La visualización también actúa por una ruta alterna-


tiva, ya que puede constituir una forma de comunicarnos
con otros planos de conciencia. Se trata del mismo proceso
pero con un matiz algo distinto. Podemos utilizar la visua-
lización para efectuar movimientos en la Ley cambiando
de plano, o simplemente para contactar con una realidad
paralela.

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Dibujando sobre el lienzo mental

 En estas circunstancias podemos, por ejemplo, vi-


sualizar a una persona con la que queremos o necesitamos
encontrarnos y no es posible ubicarla de forma exotérica
(ni por internet ni teléfono móvil), porque hay gente espe-
cialmente ilocalizable. He aquí un caso en que la visualiza-
ción nos permite actuar para propiciar un encuentro, basta
con hacer lo que ya sabemos, tomar nuestro pincel virtual y
ponernos a dibujar hasta lograr representar al sujeto de
nuestro interés, tal como lo conocemos, no sólo en su pare-
cido físico, sino en su hábito postural, en los sitios en que
recordamos haberlo visto antes, en la gestualidad de su ros-
tro y su cuerpo, a la vez que percibimos su tono de voz y su
estilo de comunicarse. Justo cuando tenemos el dibujo
completo, soltamos la imagen, la dejamos ir, la disipamos
de nuestra pantalla y la sacamos del protagonismo que ha
tenido hasta ahora en nuestra mente. Cuando probemos el
método, la evidencia de su eficacia nos sorprenderá, y no
pasará mucho tiempo para que esa persona nos llame o nos
encuentre «por casualidad». Así es de simple, la Ley se ha
movido en nuestro interés, la hemos impulsado con un efi-
caz instrumento cósmico, la visualización. Igual funciona
si sólo deseamos transmitir a alguien vibraciones de salud,
de bienestar, felicidad, consuelo o cualquier otro senti-
miento. Basta con impregnar la imagen con esos deseos y
la Ley se ocupa de hacerlos llegar.

 De la misma forma nos permite proyectar vibracio-


nes a distancia, dibujando el paisaje remoto e insertándo-
nos en él. Cuando el método se perfila, llegamos a percibir
la realidad distante e incluso a transmitir indicios de nues-
tra presencia que pueden ser captados por un sujeto recep-
tor. En este caso nosotros nos movemos a través de la Ley,
pues hemos creado un canal de transmisión con el solo he-
cho de visualizarlo.

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Moviendo la Ley Universal

 Cabría preguntarnos si hay más aplicaciones con-


cretas de esta técnica de la visualización, y evidentemente
la respuesta es un rotundo si. Con frecuencia hay momen-
tos en que nuestro quehacer cotidiano no nos permite una
pausa recuperadora. Y no se trata de que tengamos poca
disposición para el descanso, ni que nos falte conciencia de
nuestra necesidad, es simplemente que el torbellino de la
vida nos atrapa, a veces sin escapatoria posible. La visuali-
zación, en este caso, nos puede socorrer en el momento
oportuno.

 En nuestra vida, por accidentada que haya sido, casi
todos hemos estado en algún lugar de solaz esparcimiento,
ya sea en la granja de los abuelos, en la casita de la costa,
bajo una sombrilla de playa, en una cabaña montañesa, o
en el hogar de la infancia. En general recordamos estos si-
tios con cariño y sana nostalgia. Sin embargo, la visualiza-
ción nos permite visitar de nuevo ese evento «espacio-
tiempo», esa vivencia archivada y pletórica de bienestar.
Por supuesto, tomamos pincel y lienzo y representamos el
sitio deseado, poniendo especial esmero en los detalles del
paisaje. Una vez acabada la postal, nos introducimos y nos
integramos a ella como parte de la visualización y sólo
queda disponernos por unos instantes, a disfrutar con pleni-
tud del placer que nos ofrece ese paraje ideal.

 Con la práctica podemos incluso diseñar un espacio


inexistente en el mundo real, una isla de relajación que
«abre un claro en el cósmico», un sitio nuestro, exclusivo,
donde retirarnos y en el que hemos ubicado, uno a uno, to-
dos los elementos que necesitamos para el más perfecto
reposo. En este oasis virtual, intemporal, sucede como pasa
con frecuencia en los sueños, en que una larga y recupera-
dora estancia ocupa sólo unos instantes del tiempo real.
Cuando visitemos este refugio muchas veces y a base de
práctica, seremos incluso capaces de invocarlo al instante,

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Dibujando sobre el lienzo mental

como un último acto de voluntad cuando ya estemos exte-


nuados y de esta forma poder parar sólo a repostar.

 Mediante la visualización también adquirimos la


capacidad de invocar circunstancias específicas de nuestra
vida. Todos pasamos por etapas de depresión, desamparo o
incluso desesperación a través del bregar cotidiano, en es-
tos casos no siempre basta con una escapada a nuestro es-
condite secreto, pues la soledad que nos ofrece no es lo que
necesitamos, sino todo lo contrario. En estos casos es pre-
ferible invocar una escena feliz del pasado, y lograrlo, sin
apenas esfuerzo. Escogeremos un episodio de nuestra vida
donde hemos estado pletóricos de felicidad, arropados por
la compañía de gente querida y respirando un ambiente de
familiaridad y solidaridad entre amigos y parientes.

 Conviene advertir que en ocasiones, cuando nuestro


estado de ánimo está en bancarrota, algunos tenemos ten-
dencia a hacer lo contrario, a pasar inventario a nuestras
miserias, a recordar momentos tristes, a revivir nuestros
peores días; y la Ley, que es absoluta e inmutable, y por
tanto no distingue entre el bien y el mal, se cumple con
igual eficacia. De manera que lo que hemos hecho es arro-
jar más leña al fuego de nuestras penas y nos tocará pade-
cer las consecuencias, de las que somos los únicos respon-
sables.

 Para adquirir destreza en el movimiento de la Ley a


través de la visualización, es necesario practicar mucho, y
no sólo con el acto de pintar la imagen, sino también con la
emotividad que queremos imprimir en ella para insuflarle
elementos de realidad que casi cobren vida, aunque sea por
un instante. La Ley, así movida, es noble en su resultado
pero demanda exquisitez en su procedimiento y si nos apli-
camos, tendremos siempre a mano un instrumento de po-
der.

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Moviendo la Ley Universal

CAPÍTULO III

Moviendo la Ley a través de la concentración.


Conquista de objetivos estratégicos.

 El pensamiento es una eterna cascada de informa-


ción diversa que discurre sin que prestemos atención activa
a su contenido. Tampoco es posible permanecer conectados
todo el tiempo con el continuo trasiego de datos que habita
la mente, lo que hacemos generalmente es asumirlo como
un complejo murmullo de fondo en el que, por momentos,
hay sonidos, palabras e imágenes mentales que nos llaman
la atención, y se la prestamos unos instantes para después
volver al estado de alerta pasivo, sin detenernos en detalles.
Es algo similar a lo que sucede en casa cuando el televisor
está encendido y no estamos sentados frente a la pantalla
dedicándole todo nuestro tiempo porque nos ocupan otras
actividades cotidianas; así, de vez en cuando, si algo nos
motiva, atendemos la programación televisiva por unos
instantes y después continuamos con la rutina.

 Durante la vida permanecemos mucho tiempo con


un nivel de actividad mental de baja energía, quizás la ma-
yor parte del tiempo. La información y los sistemas de dis-
criminación de la misma están diluidos en un maremágnum
de datos sin forma ni concierto y, a falta de un estímulo
activador, la tendencia natural es a la inercia mental. En
este estado, ninguna idea toma forma acabada ni adquiere
protagonismo alguno en la conciencia; retazos de mensajes

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Conquista de objetivos estratégicos

mentales navegan a la deriva y en su mayoría naufragan. Si


permaneciéramos así toda la vida, nada interesante hubiera
generado la inteligencia del hombre. Pero por fortuna no es
así, a pesar de que el ambiente sensorial que nos rodea in-
cide sobre nosotros todo el tiempo; centramos la atención
sobre un punto determinado cada vez, con más o menos
intensidad, y pasamos del cómodo reposo mental a la acti-
vidad. El estímulo activa una fuerza centrípeta que dirige la
conciencia desde la periferia hacia el centro, hacia un pun-
to focal, y literalmente concentra la atención dispersa sobre
un objeto motivador.

 Concentración, nunca mejor dicho, es el término


con el que denominamos al proceso que acabamos de des-
cribir.

 Mediante este recurso podemos reunir en un haz


coherente todo aquello que antes flotaba con movimiento
caótico en una extensa área de la conciencia. De la misma
manera que una lente de aumento reúne la luz solar difusa
(por supuesto de baja energía) y la obliga a confluir tanto
en un punto, que puede llegar a provocar la ignición.

 Focalizar la atención hacia un objeto motivador por


cortos lapsos de tiempo no significa concentrarse en él, si
bien algo de ello hay en el acto. Estamos concentrados
cuando el proceso es intenso y prolongado, lo cual deman-
da por nuestra parte un esfuerzo de voluntad para abstraer-
nos de aquello que no forma parte del objetivo que atrae
con más fuerza nuestra conciencia. De manera que la con-
centración puede ser un ejercicio mental intenso y agota-
dor. Cuando tenemos que centrarnos sobre un objeto moti-
vador con intensidad y por un período de tiempo prolonga-
do, se activan sensores cerebrales y se encienden las seña-
les de alarma, advirtiéndonos que es el momento de reali-

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Moviendo la Ley Universal

zar una pausa. No por capricho, se han creado los recesos


entre clases teóricas o se estableció el recreo escolar.

 Quizás por esta razón hay tantas personas que no la


cultivan y por pereza mental permanecen casi todo el tiem-
po en su estado contrario, es decir, en la distracción. Una
mente distraída funciona a bajo nivel y por lo tanto es
energéticamente débil, carece de fuerza para expresar sus
facultades incluso en la cotidianidad y es casi siempre in-
capaz de poner en movimiento ley alguna.

 Concentrarse es un requisito obligado para el


aprendizaje. El niño distráctil, padece bajo aprovechamien-
to docente; el adulto, que ha perdido el entrenamiento es-
colar del estudio sistemático y se propone retomar alguna
escuela, puede que necesite lubricar su capacidad de con-
centración porque mientras se distraiga en clase, su rendi-
miento escolar no será bueno.

 Sin embargo, la concentración es algo más que una


función intelectual, es una poderosa herramienta para mo-
ver la Ley en la conquista de objetivos de más altos vuelos.
A diferencia de la visualización, que demanda un esfuerzo
intenso pero de corta duración, la concentración requiere
intensidad y perseverancia; este segundo requisito es la
sustancia limitante del proceso, pues no todos hemos culti-
vado la capacidad de permanecer concentrados en un resul-
tado durante un período prolongado de tiempo, incluso
años, sin merma de la fuerza que ponemos en la intención.
O lo que es peor, una gran mayoría abandonamos sobre la
marcha y el trabajo mental acumulado se diluye.

 Hay una condición imprescindible cuando preten-


demos concentrar permanentemente la atención en algo de
nuestro interés y es que tenemos que definir cuál va a ser el
punto focal donde toda nuestra fuerza va a confluir. Es de-

27
Conquista de objetivos estratégicos

cir, debemos tener muy claro lo que queremos, con mucho


detalle y sobre todo qué área de nuestra vida es la que
abarca. Esta área de influencia ha de ser lo más restrictiva
posible, puesto que no podemos concentrarnos en zonas de
duda, de ambigüedades, de indecisiones o de insegurida-
des.

 El primer paso para obtener algo a través de la con-


centración es aislar ese algo del resto del universo y colo-
carlo en la posición más protagonista de nuestro eterno
presente mental. Una vez identificada la diana, entonces
sabremos hacia dónde dirigir nuestro láser mental, un haz
coherente, sin luz difusa ni refractada, un rayo limpio
apuntando hacia un único objetivo con toda la fuerza de
nuestra energía concentrada en él.

 Una intensa motivación actúa como facilitadora pa-


ra alcanzar el objetivo. La potente llamada del ferviente
deseo por la conquista, energiza el sistema y la capacidad
de permanecer concentrados se multiplica. La devoción
que tuvieron los grandes descubridores, llegó hasta consa-
grarse en cuerpo y alma en la consecución de un resultado.
La pasión por realizar una obra monumental, la insistencia
de los científicos en repetir experimentos a pesar de cientos
de ensayos fracasados y recursos gastados, la entrega in-
condicional a una causa política o ideológica, la ambición
desmedida por la gloria o la riqueza, la lucha por conquis-
tar a la persona amada, el sacrificio sin límites por una no-
ble causa, la negación rotunda a renunciar a un sueño, la
ilusión por alcanzar aquella profesión por la que sentimos
una intensa vocación, son ejemplos claros de concentra-
ción.

 En el mundo actual, los empresarios de éxito, los


políticos de larga carrera, los artistas que han conquistado
la gloria, los investigadores reconocidos como autoridades

28
Moviendo la Ley Universal

científicas, los que han alcanzado grados superiores de


maestría en artes marciales, los deportistas de alto rendi-
miento, los líderes espirituales de gran impacto en la hu-
manidad y todos los hombres relevantes reconocidos por
sus logros, infaustos o gloriosos, son ejemplos irrebatibles
de buena concentración.

 Este poderoso recurso, en manos de un estudiante


en el sendero, es una importante herramienta cuando pre-
tende mover la Ley cósmica en busca de grandes logros.
Con conocimiento de causa sabe que tiene que definir cada
vez un único objetivo y concentrarse en el mismo como si
el resultado ya estuviera logrado. Sin empañar la idea ini-
cial debe precisar bien sus motivaciones, evaluar sus con-
secuencias y estar convencido de que el fruto es el espera-
do y que alcanzarlo le compensará el esfuerzo que realizó.
Un estudiante de misticismo sabe que hay leyes kármicas
ineludibles, y que hay objetivos de los que no somos místi-
camente merecedores. También conoce que la Ley tiene
reglas inmutables y no siempre el resultado es como lo ha
imaginado, ya que si se encuentra en plena armonía con el
infinito, la Ley se cumplirá para su bien aunque resulte dis-
tinto a sus pretensiones. Los movimientos trascendentales
de la Ley son menos previsibles, porque en este plano de
conciencia, no tenemos de ellos un conocimiento pleno.

 La madurez del discípulo tiene que ser consistente


para aprender del resultado de su esfuerzo, y saber inter-
pretar el beneficio profundo que la Ley le ha proporciona-
do, aunque a primera vista pueda parecer lo contrario. Al
estudiante de misticismo ahora le corresponde aplicar este
principio de la concentración en todo su trabajo espiritual.

29
Moviendo la Ley Universal

CAPÍTULO IV

Moviendo la Ley a través de la oración.


Para la ayuda, la gratitud y la inspiración.

 Orar es hablar con Dios. Demasiado simple como


definición. El lenguaje oral no es suficiente para escalar
hasta lo infinito y conversar con la fuente absoluta de toda
sabiduría. La oración es por tanto un estado especial del
alma, un trance espiritual superior en el que nos aproxi-
mamos a la esencia cósmica y establecemos un diálogo vi-
bratorio, intangible, que sale de la profundidad de nuestra
conciencia y donde el discurso no es más que el soporte.

 El estado de oración hay que merecerlo, y no por


recitar interminables letanías comprendidas a medias, o
pasar entre los dedos cientos de cuentas de rosario pode-
mos decir que oramos, en el auténtico sentido del término.
La mejor oración carece de palabras aunque haya hermosas
e iluminadas frases, que son el resultado de la inspiración
de adeptos y maestros, encarnados o no, que aceptadas y
comprendidas en su significado pleno, facilitan alcanzar
ese tono espiritual en el que logramos instantes de comu-
nión con la esencia cósmica universal.

 Las frases o los versos que como plegarias han per-


durado en el tiempo, están hechos de palabras simples, co-
mo simple ha de ser lo absoluto. Lo rebuscado o inflamado
en el rezo más que inspirar confunde, pues el texto prota-
goniza sobre el sentimiento que pudiera evocar.

31
Para la ayuda, la gratitud y la inspiración

 A orar se aprende orando. El ejercicio sistemático


de la oración te aproxima a ella misma y basta con que te
dispongas a celebrar tu «salutación» matinal con algunas
frases inspiradoras, para que todo tu ser se infunda de un
excelso bienestar, al disfrutar de un instante de fusión con
lo supremo.

 Pero la oración es algo más que un mero ritual poé-


tico. También es una poderosa herramienta mística para
mover la Ley cósmica. En ella se funden el poder de la pa-
labra con la intención del corazón, el clamor dirigido a
Dios con un fin, por eso no vale repetir vocablos si no hay
detrás un corazón que palpita.

 A través del tiempo, la oración ha sido atributo de


las religiones, y casi la única actividad de sintonía cósmica
que se ha puesto a disposición de hordas de fieles como
instrumento de adhesión a una creencia. Hay por tanto, ra-
zones históricas que han hecho dudar de su eficacia respec-
to a otros recursos espirituales. Las religiones han malo-
grado el concepto al proponerlo como sanción por un pe-
cado, como un obligado y mecánico manifiesto de fidelidad
de los feligreses o peor aún como una prueba de profundo
fervor, que según una fórmula cuantitativa se pretende que:
–a más rezos, más fe–. La esencia misma de la oración, así
adulterada, pierde eficacia y gana desconfianza, por eso a
veces, no es bien apreciada por el estudiante en el sendero
místico y la discrimina al compararla con otros métodos de
elevación espiritual dejándola fuera de su currículum de
adepto o asignándole un lugar en el desván. Craso error.
Actuando así, están subestimando un canal de comunión
que, aún entre aquellos iniciados que la estiman en su justa
medida, no son muchos los que logran perfeccionar el ex-
celso arte de orar.

32
Moviendo la Ley Universal

 La oración bien cultivada en manos de un estudian-


te de misticismo, retoma toda su dimensión y restaura su
prestigio operativo. Con la oración se accede a un aspecto
sutil de la Ley cósmica, en el que alcanzamos un estado de
armonización con vibraciones de muy alta tasa. Los movi-
mientos de la Ley que logramos a través de la oración, es-
tán relacionados con nuestra intimidad espiritual y con de-
licados matices de conciencia cósmica.

 La oración como recurso espiritual es perfecta


cuando están agotados nuestros recursos emocionales y
escasea la disposición para efectuar complejos estados de
concentración o visualización. El estado de oración es hu-
milde y de pasividad, es relajado e ingenuo. Al orar esta-
mos aceptando la evidencia de que hay una esencia supe-
rior que nos arropa y nos comprende cuando, ya rendidos,
nos entregamos a su merced.

 La petición o súplica es la modalidad de oración


más practicada, ya sea en nuestro propio interés o en el de
otro (intercesión). Pedir a la imagen, personificada o no,
del Dios que somos capaces de amar y comprender, el Dios
de nuestro corazón y nuestra comprensión, da por sentado
nuestra convicción de que Él nos escucha y que es el su-
premo dador del universo. No obstante la petición demanda
requisitos, muchas veces olvidados por los peticionarios,
de ahí la ineficacia de sus rezos. Pedir algo injusto o egoís-
ta, cruel o nocivo, indigno o mezquino, nunca moverá la
Ley que es infinitamente justa, benévola, sanadora, impar-
cial y bondadosa. A veces en su desesperación el orante
pierde de vista la dimensión de aquello que solicita y sus
propios rezos abortan los resultados.

 La humildad mal interpretada en ocasiones, interfie-


re con la eficacia de la oración, al decirle con emotividad a
nuestro Dios: «Yo, humilde siervo tuyo que nada necesita»,

33
Para la ayuda, la gratitud y la inspiración

estamos condicionando ese resultado literalmente, tanto


más cuanto más convencidos estemos de ser escuchados.

 Por otro lado tenemos la acción de gracias, que es


una oración de un nivel más elevado. Al agradecer a Dios,
por la razón que sea, nos mostramos como hijos felices y
desinteresados, pletóricos de emotiva felicidad que desea-
mos compartir con esa esencia inspiradora de todos nues-
tros sentimientos y reguladora de nuestras existencias.
Demostramos la virtud de que somos agradecidos y que si
bien no olvidamos las veces que lloramos en el seno ma-
ternal de la divinidad, tampoco las que reímos en su Omni-
presencia.

 Por último podemos orar sólo para gratificar el ser,


para disfrutar de un pequeño lapso de retiro espiritual, en-
riquecedor y solemne, donde lo único que pretendemos es
ese estado mágico de conciencia que sólo se siente en con-
tacto con la Unidad. Orar para fundirnos con el universo,
asomarnos al infinito con la única motivación de sentirnos
parte de él. No hay forma de oración más pura ni más ilu-
minadora.

 El iniciado tiene el deber de cultivar la oración co-


mo parte fundamental de su provisión mística y además la
obligación de sacarla de la modorra que ha padecido y co-
locarla en el sitial privilegiado que por justicia le pertene-
ce.

34
Moviendo la Ley Universal

CAPÍTULO V

Moviendo la Ley a través de la meditación.


Escuchando al Maestro.

 En el lenguaje cotidiano hablamos de meditar


cuando reflexionamos y nos detenemos sobre un asunto y
no cuando le echamos una simple ojeada con el pensamien-
to. Por consiguiente, debemos inspeccionarlo con minucio-
sidad, evaluando sus elementos y características e interpre-
tándolos con detalle. Es decir, nos referimos a un proceso
del pensamiento lógico en el que nos empleamos a fondo
para formarnos un criterio o tomar una determinación res-
pecto a un acontecimiento de la vida que tiene relevancia
para nosotros.

 La meditación es quizás, una de las palabras más


utilizadas tanto en la literatura religiosa como en todo ma-
nuscrito perteneciente a alguna rama del esoterismo o las
ciencias ocultas. En el caso de las religiones, sin embargo,
el cultivo de la oración como forma fundamental de activi-
dad espiritual coloca a la meditación en un lugar de menos
importancia, y las escuelas religiosas instruyen a los fieles
sobre cómo orar, pero no así sobre el acto de meditar.

 El concepto de meditación como término esotérico


es otra historia. Este varía en el tiempo y en el espacio. Las
diferentes escuelas espirituales recrean su propia interpre-
tación de aquellos elementos que la constituyen, así como

35
Escuchando al Maestro

el procedimiento necesario para practicarla. Una abstrac-


ción como ésta, masivamente tratada, adolece al final de
vaguedad, y aún cuando los aspectos fundamentales son
respetados, hay una extensa variación en cuanto a métodos
y matices, de manera que con frecuencia las diferentes de-
finiciones se distancian tanto entre sí, que terminan por re-
ferirse a cosas distintas y por lo tanto desorientan al inves-
tigador, puesto que no logra formarse un concepto definido.
La línea divisoria entre meditación, contemplación, visua-
lización, relajación y oración es fina y difusa, y esto es así
porque hay zonas de intersección entre todos estos proce-
dimientos, pues comparten algunos aspectos y podemos
observar componentes de unos en otros. Por este motivo,
como la meditación es común a casi toda técnica espiritual,
delimitar el territorio que le es exclusivo, resulta bastante
difícil.

 Todos los que caminamos por el sendero místico


padecemos en algún momento estas crisis de indefinición,
parece que esto es inherente al sendero mismo. En cierta
ocasión en un momento de duda, siendo neófito de la
AMORC, me acerqué a un iniciado veterano y le insistí en
que me dijera en pocas palabras y de forma categórica qué
cosa era la meditación. Su respuesta me resultó tranquili-
zante, por lo sencilla y directa: «Si orar es hablar con
Dios, meditar es disponerte a escucharlo».

 Quizás es esta la definición más elemental del con-


cepto esotérico de meditación. Y, aún cuando hay matices
que escapan a este enunciado, en esencia la meditación es
eso y sólo eso.

 Ahora bien, ¿debemos entonces considerar la medi-


tación como un método pasivo, con límites imprecisos, in-
capaz de imprimir movimientos a la Ley? Nada más aleja-
do de la realidad. Se trata de una técnica espiritual activa y

36
Moviendo la Ley Universal

consistente, una herramienta igual de eficaz en la provisión


de recursos místicos.

 Meditar no es abandonarse a discreción y permane-


cer inmóviles en una postura cómoda como suele entender-
se. El acto de la meditación es un procedimiento activo. La
técnica ideal comienza eligiendo un lugar tranquilo, retira-
do, silencioso, tenuemente iluminado y a temperatura agra-
dable; este aislamiento sensorial propicia la introspección.
Acto seguido se asume una postura confortable, sentado
con la espalda recta y así se dispone uno a lograr un estado
de relajación corporal, favorecido por respiraciones pro-
fundas y pausadas. Le sigue la relajación mental, sin em-
bargo este proceso es ya más complejo. El pensamiento es
un permanente devenir de ideas incontenibles y por un acto
de la voluntad no podemos decidir no pensar, ya que no
tenemos el control sobre la anulación de una función fisio-
lógica involuntaria; si lo intentamos, entonces comenzamos
a pensar en no pensar y casi siempre con empeño, por lo
que logramos con creces el efecto contrario. La manida
frase de «poner la mente en blanco», si bien resulta gráfica,
no refleja la realidad. El reposo mental es algo más flexi-
ble, consiste en no dar importancia a los pensamientos que
nos llegan, ni seguirle el rastro a ninguna idea, y en dispo-
nernos como espectadores imparciales de una corriente de
ideas que se desgranan como por efecto de la gravedad y
por tanto todo es cuestión de dejarlas pasar con indiferen-
cia. Así alcanzamos el estado más cercano a la pretendida
«blancura mental». Si bien al describir la técnica parece
que apenas intervenimos, no es así; tiene que haber inten-
ción de alcanzar una determinada condición psíquica y pa-
ra eso debemos cubrir esos requisitos y seguir esos pasos.

 La permanencia en esta actitud durante algunos mi-


nutos nos va llevando a un estado de anestesia corporal y
silencio interior. Por unos instantes flotamos, incorpóreos,

37
Escuchando al Maestro

en una isla cósmica donde reina la máxima quietud, pero


no estamos dormidos, sino más alertas que nunca, pues
hemos desplegado nuestras antenas espirituales y apuntan
hacia la incognoscible profundidad del Todo. Nuestro ser
en su conjunto forma cuerpo con la Mente Universal y una
chispa de nuestro intelecto se mantiene en vigilia presto a
escuchar, en el recinto interior de la mente, la voz de la in-
finita sabiduría o, tan solo, a fundirnos con la armonía
cósmica y cargarnos de su energía enriquecedora.

 Cada una de las prácticas espirituales tiene sus pe-


culiaridades y provocan en la Ley una clase de movimiento
particular. Cuando logramos con la meditación un estado
de comunión con la Unidad, estamos moviendo la Ley en
el área del conocimiento.

 Podemos meditar en abstracto, es decir, atisbar en el


silencio infinito y dejar que la suprema fuente de sabiduría,
nos ilumine de acuerdo con nuestro merecimiento. Sin em-
bargo, en un orden de ideas más concreto, es posible tam-
bién consultar los archivos cósmicos, ya sea para esclarecer
un concepto motivador que creemos necesitar para nuestro
crecimiento, o incluso ventilar conflictos, aclarar dudas,
buscar soluciones de algún asunto cotidiano, o incluso so-
meter al juicio cósmico nuestras propias conductas y deci-
siones.

 Los estados de meditación son más frecuentes de lo


que se cree, puesto que son susceptibles de alcanzarse es-
pontáneamente. Son instantes de abducción cósmica en los
que recibimos corazonadas. También nos llegan a la mente,
como relámpagos, eventos no invocados, nombres de per-
sonas y cosas que hemos intentado recordar sin éxito, res-
puestas a cuestiones cotidianas, a enigmas espirituales, ci-
fras, imágenes, lugares o momentos que tienen o tendrán
algún significado, aunque en el momento en el que se pro-

38
Moviendo la Ley Universal

ducen estas impresiones no sepamos de qué se trate. Esto


sucede en el profano de forma cotidiana e inconsciente. En
el iniciado hay conciencia e intención.

 Meditar también sirve como sistema de entrena-


miento para que el adepto se mantenga místicamente «en
forma», al igual que hacemos estiramientos o ejercicios
aeróbicos. En la meditación tenemos un trampolín desde
donde saltar a otros recursos, puesto que nos coloca en un
elevado sitio cósmico, familiar y exclusivo. Al entrenar la
meditación ganamos en eficiencia y sirve de «calentamien-
to» y base para realizar cualquier clase de ejercicio espiri-
tual.

 Debe aclararse que meditar no es quedarse dormido


ni embelesado, ni estar soñando, no es un estado de hipno-
sis ni ningún tipo de éxtasis ni de trance, ni tampoco es un
estado de «posesión» ni de gracia, ni un episodio de so-
nambulismo. Por el contrario, es un contacto mediador con
el Yo Interno, que es la ruta más corta de acceso al infinito.

 El estudiante de misticismo encuentra en la medita-


ción un recodo donde escapar del código lógico de la coti-
dianidad, pero algo debe quedarle claro y nunca confundir-
le, y es que se trata de una técnica que obedece a ciertas
normas. A fuerza de practicar y disfrutar de los resultados,
cada vez más evidentes, puede existir la tendencia del no-
vicio a pretender estados de meditación frecuentes y sobre
todo prolongados. Por lo general es suficiente con un par
de sesiones diarias y muy breves. Con esto basta y sobra.

El centro cerebral de castigo y recompensa, como atributo


de la condición humana, acecha en la estructura animal de
nuestro cerebro donde impera una tendencia poderosa a
repetir sin medida aquello que nos produce bienestar. Esto
no sólo se cumple para los placeres de los sentidos, tam-

39
Escuchando al Maestro

bién los estados de ánimo placenteros producen adicción.


De manera que el estudiante comienza a padecer un sín-
drome clínico llamado «La Tentación de Tabor», cuyo
nombre proviene de la Biblia, cuando durante la transfigu-
ración de Cristo en el Monte Tabor, Pedro entra en un tran-
ce beatífico y comienza a decir incoherencias y le propone
a Jesús construir tiendas, una para Él, otra para Elías y otra
para los apóstoles y quedarse allí a vivir para siempre por-
que se estaba muy a gusto. Tenemos que estar conscientes
en el universo que vivimos. Este es el estado fundamental,
porque la consciencia de existir se nos ha dado y nuestra
responsabilidad kármica depende de ella, por tanto no hay
que confundirse y querer vivir todo el tiempo en el arco
iris, esa pretensión es subversiva.

 Un adepto debe cultivar la meditación como estilo


de vida, ya sea para su gratificación o como parte de la es-
trategia mental que necesita cada día para hacerla produc-
tiva. Una vez perfeccionada la técnica, con un acto de vo-
luntad el estudiante entrenado accede, de inmediato, al es-
tado meditativo y logra un chispazo de contacto cósmico,
un evento de alta eficiencia que le permite entrar y salir con
un resultado en tiempo récord.

 El estudiante de misticismo no debe abandonarse a


la fortuita oportunidad de acceder al Cósmico con informa-
lidad, puesto que como digno iniciado ha asumido un sen-
dero escabroso y para recorrerlo ha decidido ir a por la Ley
Universal.

40
Moviendo la Ley Universal

CAPÍTULO VI

Moviendo la Ley a través de la sintropía.


La física es espiritualidad.

 Existe un concepto físico descrito hace cerca de dos


siglos cuando se formularon las Leyes de la Termodinámi-
ca, que explica la tendencia natural al equilibrio energético
que tiene todo sistema aislado pasando del orden al desor-
den. Se trata de una ley física llamada «entropía», que jus-
tifica porqué en la naturaleza las cosas suceden de cierta
manera y no de otra: un trozo de hielo en un vaso de agua
caliente siempre tiende a calentarse y derretirse, a la vez
que el agua tiende a enfriarse. Nunca sucede que el hielo se
enfríe y compacte más, ni que el agua se siga calentando.
Ambos pierden su orden inicial y equilibran su energía
térmica hasta alcanzar un punto intermedio, en ningún caso
hay congelación espontánea por un extremo y ebullición
por el otro. El vaso de agua tibia resultante es consecuencia
de un proceso irreversible que, científicamente, se expresa
diciendo que ha aumentado la entropía del sistema.

 Si mezclamos pintura negra y blanca, poco a poco


van perdiendo cada una el color original, y el equilibrio
dará como resultado un gris uniforme, es decir, ya no están
organizados los pigmentos para formar dos colores inde-
pendientes, este orden se ha perdido, ha aumentado la en-
tropía, los elementos negro y blanco se han mezclado y ya
no están agrupados en forma separada. Además este proce-

41
La física es espiritualidad

so es irreversible, ya que una pintura gris no se puede sepa-


rar espontáneamente en sus colores originales.

 Un gas ocupa en su totalidad el espacio en el que se


encuentra, esto es una propiedad de todos los elementos
gaseosos. Dentro de un recipiente la distancia que recorren
las moléculas gaseosas chocando contra sus paredes está
limitada, es decir, hay un orden de recorrido impuesto por
las dimensiones del continente y las moléculas no logran
desplazarse más allá de cierta distancia. Sin embargo, si
destapamos el recipiente, el gas sale a ocupar un espacio
mayor, la atmósfera, de manera que el envase ahora es vir-
tualmente infinito y los movimientos moleculares ya no
están limitados por un tramo de recorrido, así que aumenta-
rán las posibilidades de movilidad de las moléculas y ésta
será más desordenada, ya que el rango de distancias posi-
bles a recorrer se ha multiplicado; por el contrario, el aire
atmosférico nunca viene a secuestrarse en una botella,
donde hay más orden de circulación, sino que la tendencia
es contraria y por lo tanto, una vez más ha aumentado su
entropía.

 Los ejemplos clásicos anteriores ilustran el princi-


pio físico que aquí exponemos, es decir que existe una ley
natural que gobierna la tendencia de los sistemas organiza-
dos a desorganizarse y a hacerlo en un solo sentido, es de-
cir, al aumento de la entropía y al desorden irreversible.
Este concepto se ha extrapolado a casi todas las esferas de
la vida, de manera que la tendencia a desordenarse tiene su
equivalente en la esfera económica, en las ciencias de la
información, en la biología, en la geología, la astronomía,
etc. Y cada rama describe en un lenguaje recto o metafóri-
co el cumplimiento de esta ley en cada caso particular. El
concepto, poco a poco, ha sido abrazado por otras discipli-
nas más distantes como la psicología o las ciencias socia-
les.

42
Moviendo la Ley Universal

 Pero si meditamos un poco sobre este asunto, nos


percataremos que estamos hablando del desorden que se
produce en algo que ya estaba organizado, es decir, en un
momento dado, con anterioridad, existió una tendencia
contraria que imprimió ese orden primordial a aquello que
hoy la entropía desorganiza. Si hemos dicho que la entro-
pía es una ley natural, entonces aquella otra ley que por
primera vez organizó no actuó contra natura, por lo tanto
algo se nos escapa. ¿Qué energía descomunal condicionó el
orden universal que se expresa en todo lo que percibimos y
del cual hoy reconocemos también su tendencia a desorde-
narse? Cualquier cosa que haya sido, su potencia debió ser
inconmensurable. Y aquí estamos entrando ya en un terre-
no más abstracto, donde las teorías conocidas de la física
no explican, en su totalidad este fenómeno y dejan miste-
rios por desentrañar.

 Como estudiantes de misticismo conocemos el


comportamiento de las leyes naturales y hay enigmas que
están resueltos en nuestra mente aún cuando desde el punto
de vista científico todavía no hayan podido ser demostra-
dos. Sabemos que existe un orden universal regido por una
Ley inmutable y que la tendencia natural del universo es
creativa, y también que aquello que caduca y perece ha re-
corrido un ciclo evolutivo que termina para después abrirse
de nuevo en otra etapa. La evolución no sucede en círculos
cerrados, sino en espiral, nada que percibimos como liqui-
dado lo está realmente, sólo ha cambiado de nivel y se rei-
nicia de inmediato en otra vía de desarrollo.

 Conocemos que el orden universal lo dictó el Verbo


creador, que desplegó la primera espiral de la evolución,
regulada por una única Ley con ramificaciones en una tra-
ma compleja de infinitos matices cuyos ramales dependen
de leyes particulares subordinadas a la Ley Suprema.

43
La física es espiritualidad

 La Inteligencia Universal depositada sobre sus cria-


turas estableció sus reglas de ordenamiento y la materia se
organizó conforme a patrones armónicos, desde la estructu-
ra cristalina de una piedra hasta la disposición de los astros,
desde el espectro que compone la luz blanca, hasta las no-
tas de una frase musical.

 En el reino vegetal el orden natural define las espe-


cies y variedades, la disposición de las ramas de un árbol,
los elementos de una flor, la estructura de la raíz, la caída
de las hojas en otoño y los brotes que eclosionan en prima-
vera.

 En el reino animal el orden se hace evidente incluso


en especies inferiores. Así hay una perfecta simetría en el
vuelo de una bandada de gansos y una coordinación
insólita en los movimientos de un cardumen. No hay arqui-
tectura más acabada y compleja que la de un hormiguero,
no sobra ni falta una puntada en el tejido de una telaraña, el
nido de un ave es una obra de arte y el dique construido por
un castor es una obra de ingeniería.

 Tanto el hormiguero como la telaraña, el nido o el


dique, se construyen con materiales que no están organiza-
dos en su estado natural. La tendencia de la tierra es a for-
mar lodo o polvo sin estructura definida, pero la inteligen-
cia animal aplica un patrón constructivo preciso, ya que el
nido de un ave no es más que unas cuantas ramas sueltas al
viento, pero la ley que dicta el instinto creativo del pájaro,
organiza los elementos y conforma un lecho mullido y se-
guro para sus futuras crías.

 A todas luces hay en ellos una voluntad primordial


que pone orden a partir de elementos desordenados, y obe-
dece al dictado de un imperativo de perpetuación de la es-
pecie. Pero el decreto de la Ley no admite flexibilidades en

44
Moviendo la Ley Universal

las especies inferiores, todos los nidos del zorzal son idén-
ticos y el pájaro carpintero siempre abre una cavidad en un
tronco. Sin embargo, estamos asistiendo a un proceso in-
verso a la entropía que se ha definido como «sintropía». Es
decir, el proceso mediante el que un sistema (tierra-hormi-
guero, ramas-nido) evoluciona del desorden al orden. La
energía que revierte el proceso entrópico es tomada del
medio ambiente por una voluntad inteligente.

 Si esto es así en el mundo animal, qué no será en el


ser humano, fiador consciente de un segmento de la mente
cósmica. En el hombre, no es siempre la esclavitud de los
instintos la que marca la pauta, pues existe una voluntad y
una intención regida por su inteligencia. Una tendencia a
reproducir, a su nivel, el acto de la creación como imagen y
semejanza de la suprema voluntad creadora. En el curso
natural de las cosas el desorden es más probable que el or-
den y la intervención inteligente invierte esa probabilidad.

 El desarrollo de la sociedad es proporcional al de la


mentalidad humana. Los sistemas de jerarquización de las
comunidades primitivas son ya un embrión de orden social,
que va tornándose cada vez más complejo a través de la
historia hasta crear un aparato organizador que afecta hoy a
toda la humanidad y que se ha llamado civilización.

 En la civilización actual se identifican sistemas or-


denados, anidados y secuenciales. El conocimiento huma-
no en su totalidad, está debidamente clasificado y estructu-
rado. El intelecto asigna nombre a todo lo que existe y le
da un calificativo de clase y un lugar en un plano organiza-
tivo. Se clasifican las piedras, las plantas, los animales, las
aguas, los vientos, las artes, las ciencias, los pensamientos,
las ilusiones, los dolores, las dichas, e incluso se clasifica el
hombre a sí mismo en su sustrato corporal y en las abstrac-
ciones que su mente contiene.

45
La física es espiritualidad

 Dejado todo a la espontaneidad, la tendencia entró-


pica se impone. Pero no hay porqué buscarla en una com-
pleja doctrina matemática, está ahí formando parte de nues-
tra vida, basta echar una ojeada por casa. El polvo se acu-
mula en los rincones, las cosas dejan de estar en un sitio
fijo y yacen con indolencia en cualquier lugar, las prendas
de vestir que ya no usamos, ni usaremos, pueden olvidarse
colgadas en un armario, utensilios rotos o maltrechos espe-
ran una eternidad para ser reparados, libros que no van a
ser leídos dormitan en los estantes, revistas que van sedi-
mentándose en el desván por lo atractivo de algún fotore-
portaje, periódicos guardados por si hace falta el papel,
piezas de repuesto de utensilios ya inexistentes, taburetes
rotos que aguardan para ser restaurados, sillones heredados
en espera de una mejor tapicería que nunca llegará, jaulas
llenas sólo por el recuerdo de un ave de compañía, cajas
vacías que podrían servir en un futuro incierto y resquicios
de la buhardilla nunca visitados más que por ráfagas de
viento furtivo. Con el tiempo los colores tienden a igualar-
se, las temperaturas a equilibrarse, el movimiento tiende a
la quietud, al igual que los milenios disuelven las montañas
y las reducen a una superficie plana y el oleaje oceánico
tiende a ser mar en calma… siempre se manifiesta la entro-
pía intentando imponer la isocromía, la isotermia y el llano
inmovilismo.

 Los recuerdos de familia se empolvan en las vitri-


nas, los cuadros de las paredes se agrisan con el tiempo, las
cortinas se decoloran y los cojines se desinflan. Hasta el
oro ha de ser pulido.

 Las reliquias duermen el sueño eterno, la vajilla


«Limoges» que perteneció a tres generaciones de la familia
es tan valiosa que no sirve para lo que fue concebida, ya
nadie saborea un café en una de sus tazas ni disfruta del
olor de una sopa caliente al destapar la sopera; resignada,

46
Moviendo la Ley Universal

la porcelana espera estoica la fecha trascendental que nun-


ca llega. Los cubiertos de plata se ennegrecen de óxido y
con suerte son lustrados alguna vez para luego volverlos a
dejar a merced del oxígeno, y nunca se degusta un asado
trinchado con tan costosos cubiertos.

 La energía se estanca en los rincones, germinan los


sitios que irradian la entropía en todo su derredor y, poco a
poco, ésta invade toda la vida familiar y personal.

 El iniciado, conocedor de recursos místicos, debería


utilizar todos los días esta prerrogativa humana como parte
de su trabajo de desarrollo espiritual. Para el profano la sin-
tropía significa un comportamiento peculiar de algunos fe-
nómenos, para el estudiante de misticismo es un recurso
para provocar movimientos de la Ley.

 La aplicación de la sintropía como herramienta mís-


tica es muy sencilla. Consiste en intervenir para organizar
todas las cosas que conforman el entorno físico y mental
que habitamos. El orden induce orden puesto que la ener-
gía sintrópica irradia en derredor. Un cuarzo irradia un
campo de estructura cristalina y armónica, por eso se dice
que absorbe «malas vibraciones». Las abuelas descubrie-
ron en su momento que los desechos debían organizarse y
también que la ropa sucia debía doblarse y apilarse en es-
pera de ser lavada, que había que respetar un orden para
agregar los condimentos a la salsa y para guardar un patrón
estético al acomodar los componentes de una ensalada,
pues además de sabrosa, la comida debía ser atractiva y,
para no desechar el alimento sobrante, cultivaban el arte de
acomodar los restos para el día siguiente.

 Estar atento a la tendencia entrópica del entorno en


que vivimos, es una condición imprescindible para contra-
rrestarla. Si permanecemos ajenos y no intervenimos, el

47
La física es espiritualidad

desorden natural es indefectible y conduce a la paulatina


degradación de todo lo que nos rodea.

 Así, podemos comenzar por nuestra propia casa.


Los muebles y útiles del hogar, los adornos, los artículos de
uso y consumo que forman parte de la cotidianidad en la
vida moderna sufren los efectos de la entropía. Poniendo
en orden la mesa de trabajo se ordenan las ideas, poniendo
en orden la casa se armoniza el funcionamiento familiar.

 Hay que sacudir el polvo que infame se sedimenta


sobre todas las superficies; al quitarlo, el color se libera de
la barrera que lo empaña y que obstaculiza el libre reflejo
de la luz para irradiar su armonía vibratoria.

 Los objetos deteriorados, rotos, desvencijados y


dañados, deben desecharse. Las copas finas deben salir de
la cripta y recibir en su seno un buen vino que será degus-
tado con beneplácito. También nos ocuparemos de desha-
cernos de las prendas de vestir envejecidas o decoloradas,
las que decidimos no volver a usar, pero sin renunciar a su
nociva presencia en el armario.

 La mejor oportunidad que damos a todas las cosas


que nos rodean, es permitir que fundan su energía con el
entorno para reiniciar un nuevo ciclo evolutivo. No se trata
de un trabajo espiritual de poca monta, no es una cuestión
tan simple como acomodar y desechar trastos, sino que se
trata de imprimir un formidable movimiento de la Ley ha-
cia un nuevo ciclo de desarrollo.

 La pereza es la entropía de la mente, la inercia men-


tal la desorganiza y la vuelve estéril. Desempolvar el pen-
samiento es tan literal como cuando lo hacemos en el des-
ván. Organizar las ideas, estructurarlas, jerarquizarlas y
secuenciarlas da lustre a la actividad intelectual. Es cues-

48
Moviendo la Ley Universal

tión de romper el hielo e imprimir al cerebro el movimien-


to de arranque, luego el orden se irá potenciando poco a
poco cada vez más. En los enfermos psiquiátricos muy de-
teriorados por ejemplo, se utiliza un método indirecto muy
eficaz. Sometiendo a los pacientes a un programa de ejerci-
cios físicos, a la práctica de deportes de roles y también a
actividades mentales que propicien la creación, como la
elaboración de manualidades artesanales o la participación
en actividades artísticas, ya sea canto coral, pequeñas pie-
zas teatrales, declamación o baile, se obtienen resultados
asombrosos. Al igual que los mandatos del cerebro produ-
cen en el cuerpo movimientos organizados y armónicos,
con estas actividades se desencadena el proceso inverso.
Esta forma de terapia se utiliza a veces como último recur-
so en aquellos individuos cuya mente enferma no permite
el acceso a través del diálogo lógico, y se procede por me-
dio de impulsos corporales a enviar hacia el cerebro infor-
mación organizada, que se revierte posteriormente en orga-
nización mental.

 Pero no hay que estar enfermo para beneficiarse del


método, pues todos debemos prestar atención por ejemplo
a la postura corporal. Un cuerpo alineado en todos sus ejes,
tanto en reposo como en movimiento, induce a una postura
mental similar, y por el contrario, abandonándonos a posi-
ciones perezosas contagiamos así mismo al pensamiento.
El desaliño corporal tiene similares efectos, un cuerpo lim-
pio, el cabello peinado y el atuendo arreglado aportan un
saludable orden también a la mente. Quizás por esa razón
los antiguos tratados de magia insistían en la pulcritud físi-
ca del mago.

 Al igual que la entropía intenta desorganizarlo todo,


la sustancia cósmica espera constantemente por más orden,
su plasticidad también espera ser moldeada y tenemos la
responsabilidad de utilizar nuestra capacidad de absorber la

49
La física es espiritualidad

energía disipada y restaurarla en todo lo que nos rodea.


«Ordo ab Chao» es el mandato cósmico y debemos cum-
plirlo con consistencia para ser partícipes activos de la
Gran Obra Universal.

50
Moviendo la Ley Universal

CAPÍTULO VII

Moviendo la Ley a través de los símbolos.


Descifrando el legado ancestral.

 Imaginemos al hombre primitivo cazando una bes-


tia salvaje para alimentarse, y en la contienda, intenta co-
municarse con sus semejantes cuando apenas cuenta con
un lenguaje vocal rudimentario, quizás sólo emite sonidos
guturales para llamar la atención de los otros, y se apoya en
una mímica también rudimentaria. Imaginemos que es de
noche, cuando ya la presa se cocina al fuego, ¿cómo podría
comentar los detalles de la caza en el interior de una caver-
na, cuando no puede señalar con un dedo los objetos por-
que ya no están a la vista y han sido sustraídos de su paisa-
je? A su alrededor sólo hay paredes de piedra apenas ilu-
minadas por la lumbre del hogar.

 Surge la necesidad de asignar un sonido, un gesto o


un trazo sobre la piedra, específico para cada detalle, cada
cosa, o acontecimiento: la presa, las armas, los movimien-
tos del grupo… esto permitiría relacionarlos cuando no se
encuentren perceptibles a los sentidos físicos. Es decir, po-
der referirse por ejemplo a un jabalí, cuando el animal no
está presente. Esa palabra primordial, «jabalí», o una mí-
mica característica o quizás un primitivo dibujo, son abs-
tracciones de la realidad tangible cuando existe el paisaje,
pero el cerdo ha sido restado de la imagen, sustraído, abs-
traído. Brota así un signo que, como recurso, significa esa

51
Descifrando el legado ancestral

fiera, indica un ser del reino animal que tiene ciertas carac-
terísticas, que es susceptible de ser cazado para luego co-
merlo. Todo queda atrapado por un sonido preciso o un
gesto, una palabra, una señal.

 Toda palabra sintetiza, toda palabra abstrae, porque


sustituye al objeto que menciona. También lo hace una fi-
gura dibujada en la arena o una mano agitada en el aire.

 Probablemente antes de emitir el primer sonido ar-


ticulado que pudiéramos reconocer como un vocablo, el
intelecto en ciernes del antecesor del hombre actual, ya le
mostraba a otro miembro de su grupo un objeto que repre-
sentaba a su vez a otro distinto, y se establecía una comu-
nicación indirecta, pero igual de eficaz. La sustitución de
objetos fue evolucionando hasta el punto en que aquello
mostrado adquiría un significado que trascendía la simple
semejanza y se refería entonces a un atributo convencional,
de esta manera la forma de pensamiento se eleva a un nivel
superior de abstracción en que el objeto mostrado represen-
ta a otro diferente sobre la base de un tácito pacto previo.
Así, usar un tocado significaba jerarquía, lucir un collar
formado por dientes de un gran felino daba fe de su valía
como cazador, y portar determinado caduceo ostentaba po-
der. Atributos similares y muchos más, se han seguido uti-
lizando por la humanidad hasta el día de hoy para los mis-
mos fines.

 Señales, emblemas, iconos, divisas, imágenes, figu-


ras, insignias, mitos, objetos, números, signos, colores,
gestos corporales o alegorías, son recursos de comunica-
ción tan válidos como las palabras; mediante ellos, los ob-
jetos se indican o identifican, y se profundiza en su conte-
nido. Al utilizarlos en apoyo al texto o al discurso, ilustra-
mos la idea e incluso, la embellecemos. Sin embargo, estos
elementos figurativos adquieren un carácter peculiar cuan-

52
Moviendo la Ley Universal

do están cargados afectiva o emocionalmente y poseen una


significación convencional, más que real, puesto que guar-
dan una relación arbitraria entre significado y significante.
Cuando esto sucede, se elevan a la categoría de símbolos.

 Las escuelas de los misterios y las órdenes esotéri-


cas e iniciáticas, unas veces por preservar sintéticamente
un conocimiento, otras por defender la doctrina de los que
querían su exterminio o por «colgar» una enseñanza pro-
funda al paso del iniciado en el futuro, cultivaron el simbo-
lismo con dedicación y seriedad.

 Los símbolos brotan a raudales en cada excavación


arqueológica, no importa lo antiquísima que sea la cultura
sepultada en el tiempo, ahí están, presentes, clamando con
atronadora voz el secreto oculto, el sentimiento fosilizado,
la belleza, la verdad y su mensaje al porvenir. Menos inge-
nuos, pero iguales en intención, son esos impulsos digitales
que hoy lanzamos al espacio en un amago de dialogar con
seres de otros mundos. Pero los símbolos no siempre habi-
taron un laberinto o una cripta secreta custodiada por un
cancerbero; los primeros masones, guardaron secretos, mi-
tos, rituales, tradiciones, cultura y palabras a la vista de to-
dos, adornando y presidiendo los muros de las catedrales.

 Los mensajeros del pasado sabían que sólo un len-


guaje universal podría trascender el tiempo y el espacio sin
deteriorarse, y concentraron en símbolos aquello que, de
otro modo, hubiera requerido extensiones kilométricas de
texto para ser transmitido, pero que, además, eran más sus-
ceptibles de ser modificados o mal interpretados, dada la
profundidad de su mensaje.

 Nadie puede evadir el efecto de los símbolos, pues


invocan al subconsciente, despiertan vivencias almacena-
das en algún nivel psíquico, más o menos profundo y pro-

53
Descifrando el legado ancestral

vocan una resonancia íntima cuyo eco es un conocimiento


intuitivo. Más que un medio de comunicación, son un me-
dio de comunión; más que evocar un recuerdo, avivan la
imaginación. Hoy integran el mundo más que nunca, la era
de las comunicaciones ha dinamitado la proliferación de
los mismos y los pone a disposición de la humanidad.

 Todos vibramos ante la bandera que representa


nuestra nación, no importa cuán patriótico sea cada cual, en
lo profundo de su ser sabe que no se trata de un pedazo de
tela común, ni siquiera el más apático es capaz de utilizar
con indolencia una bandera vieja y deteriorada como trapo
de cocina. Aún siendo un símbolo «profano», hay algo de
sacro en ella que nos infunde respeto, y no importa que se
trate de la bandera de un país ajeno al nuestro, la carga
emotiva que contiene no necesariamente ha de pertenecer-
te, puede pertenecer a otros y el efecto será el mismo. En
las grandes contiendas de la humanidad, abundan los actos
heroicos, a veces a costa de la vida, por rescatar la enseña
nacional para que no caiga en manos enemigas. La emoti-
vidad exaltada por el fervor de la batalla amplifica el efecto
del símbolo hasta convertirlo en algo indistinguible de la
patria misma y luchar junto a la bandera y por ella con in-
condicional entrega.

 El estudiante de misticismo aprecia el símbolo en


su dimensión verdadera y trascendental, como el soporte
donde sedimentan retazos de energía y conocimiento secu-
lares ocultos al profano pero disponibles al descubrimiento
por un discípulo aplicado. Pero también el adepto sabe que
el conocimiento es poder sólo en potencia, pues hay que
aplicarlo para que produzca sus efectos y que la energía ha
de moverse para manifestarse, por lo tanto, un símbolo
tiene que ser mucho más que un reservorio de sabiduría y

54
Moviendo la Ley Universal

tradición, y los iniciados saben que se trata de un formida-


ble motor para mover la Ley.

 Como herramienta para el trabajo espiritual en be-


neficio propio o ajeno, el estudiante de misticismo debe
aprender a identificar el símbolo apropiado para sus fines y
para esto ha de adquirir la información necesaria. Para ex-
presar esto en términos operativos, de acuerdo a las formas
convencionales de aprendizaje, me parece recomendable
comenzar siempre con «los clásicos», por llamarles de al-
gún modo, si tenemos en cuenta que nuestra herencia sim-
bólica, esa que ha resistido el embate del tiempo, cuenta
con un conjunto de representaciones que se han repetido en
diferentes épocas y lugares, lo cual es un dato que no po-
demos subestimar.

 La cruz, por ejemplo, cuyo registro data desde la


prehistoria y desde oriente hasta occidente, ha sido inter-
pretada y reinterpretada en múltiples ocasiones. Desde
China hasta Egipto, desde los celtas hasta los cristianos, la
cruz ha sido enarbolada como insignia. La fuerza de su
simbolismo ha movido legiones por causas tan disímiles
como las cruzadas o las invasiones nazis. En su nombre se
ha condenado a morir en la hoguera y en su nombre se per-
donan los pecados. Colgada en el pecho de un cristiano es
un sagrado amuleto y un signo de fidelidad, pero en las
manos de un supersticioso se convierte en un talismán con-
tra vampiros.

 Nuestra relación con un símbolo depende de la in-


formación que adquirimos mediante el estudio y la afecti-
vidad que nos vincula al mismo. El estudiante en el Sende-
ro, aprende desde muy temprano a apreciar determinadas
figuras geométricas, y éstas han servido desde antaño para
transmitir información entre los iniciados y como soporte
para la meditación. El conocimiento de estas figuras en su

55
Descifrando el legado ancestral

actualidad y su pasado provoca el vínculo afectivo que nos


hace adquirirlas como símbolos y no como simples trazos,
y a partir del momento de comunión con ellas es cuando su
energía está disponible para nosotros, pero nunca antes.

 La potencia de un símbolo depende de la carga que


está depositada en él por la concentración de la sustancia
sutil aportada desde el principio de los tiempos y por cien-
tos de miles de pensamientos. La sola representación física
del mismo, absorbe la energía que le es inherente, porque
cósmicamente está disponible y basta con producir el enva-
se para que drene sobre él, en avalancha, todo un torrente
vibratorio y lo cargue como una gigantesca batería.

 He visto hordas de peregrinos, año tras año, acudir


en una fecha memorable a un santuario que acoge la ima-
gen representativa de una entidad divina y milagrosa. Y
también los he visto arrastrarse de rodillas hasta sangrar,
ofrecer en sacrificio parte de su patrimonio, mortificar su
cuerpo arrastrando cadenas, grilletes, vestir atuendos ridí-
culos de tejidos ásperos e irritantes, suplicar a viva voz por
la clemencia del santo, invocar su bondad y reclamar su
misericordia. O por el contrario, he contemplado cuán feli-
ces acuden en acción de gracias por una petición concedi-
da. ¡Cuánta intensidad en ambos sentimientos! Toda la pa-
sión, dolor y aflicción buscando alivio con extrema fe, toda
la felicidad exaltada y dispuesta a ser proclamada en pre-
sencia de la imagen sagrada. ¡Cuánta sustancia mental fo-
calizada en un único punto de convergencia! No hace falta
explicar más, está claro que tanta energía termina por con-
vertir al símbolo en un emisor de ella misma y entonces la
Ley Universal se mueve en forma de milagro. Lo que he
mencionado hasta aquí ha sido la descripción de un proce-
so cósmico, ya que la imagen adorada a la que me refiero,
no está reconocida en este caso como un santo, en el senti-
do ortodoxo de la palabra; ha sido sólo un error de interpre-

56
Moviendo la Ley Universal

tación de las sagradas escrituras, pero qué más da si sirve


de depósito y espejo de tanta bondad, ¿cuál es la diferen-
cia?

 No hace falta un dibujo abigarrado, tomemos una


figura geométrica, plana o espacial, un triángulo, un cua-
drado, un círculo, una pirámide o una esfera. Al ser tan
simples son a la vez complejas, pues en su sencillez está
depositada la inventiva del geómetra, y detrás de cada una
hay cientos de tomos de doctrina matemática que escudriña
sus misterios y mientras más se descubre de ellas, más se
profundiza en un pozo que parece no tener fin, por eso la
filosofía invade y al final conquista la cúspide de la mente
de los grandes matemáticos. La simple forma es insondable
en contenido, tanto es así, que al contemplar en ellas la
trascendencia de la Ley Cósmica, los filósofos extrapolaron
su sencilla estructura física al mundo mental y espiritual y
lo expresaron en supremas metáforas que hoy permanecen
indelebles. Un triángulo, entonces, además de mostrar una
perfección geométrica, emana armonía, equilibrio, equidad,
proporción, medida... Basta con su contemplación para
sentir un estado de ánimo peculiar.

 Los antiguos iniciados descubrieron que el número


tres era mucho más que la suma de uno más dos, era un
punto de intersección entre la polaridad positiva, el uno, y
la polaridad negativa opuesta, el dos; la una potencial, la
otra incompleta, y de la interacción de ambas brotaba una
tercera categoría, perceptible y bipolar. Entonces el trián-
gulo al igual que el tres, era en sí el símbolo de la manifes-
tación y de la síntesis cósmica en una simple figura.

 Si observamos con detalle nos percataremos de que


el triángulo, que simboliza la perfección, a su vez contiene
al uno, que simboliza la polaridad positiva, contiene al dos,
que simboliza la negativa y al tres, la manifestación objeti-

57
Descifrando el legado ancestral

va, es decir, un símbolo contiene otros y éstos, a su vez,


contienen aún otros más y así se van anidando unos en el
seno de los otros, de manera que al acceder a cualquiera de
ellos, accedemos a todos, aún cuando no seamos conscien-
tes del proceso. La complejidad y combinación del simbo-
lismo adquiere magnitudes inconmensurables en las cartas
del Tarot, de ahí que utilizarlas para el trabajo espiritual
requiere mucha dedicación, pues la potencia concentrada
en ellas es extrema y la fuerza que generan imprime drásti-
cos movimientos a la Ley.

 Al contemplar una figura simbólica y luego pene-


trar en ella con emotividad, toda su fuerza está súbitamente
a nuestra disposición para el trabajo espiritual. Pero cuando
queremos utilizar un símbolo para mover la Ley es impor-
tante conocerlo muy bien y haber adquirido un fuerte vín-
culo afectivo. La literatura esotérica, disponible hoy en día
para las grandes masas, proviene de las culturas, religiones,
filosofías y escuelas ocultas de todo el mundo y de todas
las épocas, y por su magnitud son una fuente inabarcable
de información. El acceso al mundo espiritual de oriente,
separado durante siglos de la civilización occidental, pro-
voca un atractivo especial y cada vez hay más personas
interesadas en penetrar sus misterios, lo cual es loable y
enriquecedor. Pero, cuando se trata de poner en movimien-
to la Ley Cósmica mediante símbolos, la eficacia depende
de la potencia de éstos, y no resulta fácil, si no imposible,
acceder con plenitud a la esencia de un simbolismo distan-
ciado de nosotros y con el que no compartimos ningún le-
gado cultural, por eso con frecuencia nuestro intento de
mover la Ley a través de ellos, puede resultar fallido.

 No basta conocer la traducción de un ideograma


chino en tu lengua materna. Hay algo más que un equiva-
lente fonético, se trata de una idea más que de una palabra,
cuyos fiadores son los nativos de esa cultura asiática en

58
Moviendo la Ley Universal

particular. Cada «letra» china, en lugar de un signo sencillo


es todo un compuesto de elementos susceptible de análisis
fraccionado; no así una letra latina, que la asumimos como
un todo, pues sus partes no contienen información adicio-
nal. Esto no quiere decir que al traspasar el umbral de un
monasterio budista seamos insensibles a la carga espiritual
que acoge entre sus muros y que seamos refractarios a ser
infundidos por toda la gama de nobles sentimientos sedi-
mentados por la devoción ancestral; incluso la imagen del
Buda, pletórica de la energía impregnada por sus fieles, al
contemplarla frente a frente, puede llamarnos a la oración.

 Pero esto es distinto a mover la Ley. No debemos


pretender invocar con fuerza un símbolo que nos es ajeno.
No hay porqué desgastarnos, si los tenemos a mano en el
mundo occidental, en el propio país, ciudad o aldea que
habitamos, y siempre han estado ahí cercanos y dispuestos
a nuestra merced, algunos de ellos estrechamente vincula-
dos con sentimientos íntimos muy intensos, tanto que los
llevaremos en nuestro seno toda nuestra vida consciente y
los invocaremos donde quiera que estemos. Pero, en au-
sencia de un lazo peculiar como éste, no hay porqué pres-
cindir del beneficio de cualquier símbolo potente conocido
por todos. Es más, si nos mudamos a otra comarca, no creo
que haya símbolo más energético que la imagen del patro-
no local, venerado, adorado, gratificado con ofrendas, cele-
brado en sus aniversarios y preservado por generaciones de
lugareños. Nada profanamos por apoyar en esa representa-
ción de la deidad, los instrumentos de nuestra labor espiri-
tual y obtener de ella la esencia depositada, que ha sido
cultivada celosamente durante siglos por almas devotas.

 El estudio de los símbolos y la meditación sobre


ellos aportan una fuente inagotable de recursos espirituales
para el trabajo del estudiante de misticismo. No existe la
posibilidad de adquirir una sabiduría trascendental sólo a

59
Descifrando el legado ancestral

través de las palabras, tampoco todas las herramientas mís-


ticas admiten ser dichas o escritas.

 Algunas hay que sentirlas porque son inefables, de


manera que el peregrino del sendero místico, no debe des-
cuidar este aspecto del conocimiento y así privarse de un
potencial energético que espera ser conquistado por un dis-
cípulo merecedor.

 Busca en tu banco simbólico, ese que contienes pe-


ro que apenas consultas, escoge aquel que más se avenga al
movimiento de la Ley que quieres obtener, revisa su histo-
ria y su prehistoria, contémplalo detenidamente en su ex-
presión física y es probable que algo concreto te diga. Lue-
go refresca tus vínculos emotivos con él para sintonizarte
con la tasa vibratoria que de él emana, fúndete con su ima-
gen y vibra en su frecuencia, entonces estarás listo para
tocar el resorte que yace en su profundidad y que imprime
el impulso cósmico deseado.

60
Moviendo la Ley Universal

CAPÍTULO VIII

Moviendo la Ley a través del ritual.


Los adeptos, columnas y muros del Templo.

 Dramatizar una idea ha sido siempre una forma de


expresión humana, una necesidad de comunicar algo de
forma peculiar, distinta en esencia al simple discurso o a la
palabra escrita, donde a los individuos no les basta con de-
cir o escribir algo, sino que tienen que asumir un juego de
roles donde, insertados en un ambiente escénico, represen-
tan personajes y transmiten a través de ellos un mensaje
determinado.

 Cada día participamos de un conjunto de activida-


des que constituyen parte de las reglas de buena educación
que demanda la vida social, e incluye desde el dar los bue-
nos días al levantarnos por la mañana, el beso a la abuela o
el desayuno en familia, hasta el habitual saludo a los com-
pañeros de trabajo. La cotidianidad está llena de ceremo-
niales que ejecutamos sin darnos cuenta, pero los hacemos
respetando reglas y pasos aprehendidos.

 Sin embargo, más allá de esos deberes que cumpli-


mos día a día, en nuestro protocolo de urbanidad, hay oca-
siones y momentos peculiares cuya envergadura simbólica
hace que se conviertan en algo más que un requisito social
y adquieran una categoría especial, y es porque ha brotado
en ellos lo sagrado.

61
Los adeptos, columnas y muros del Templo

 La noción de lo sagrado aparece pronto en el pen-


samiento humano. Ya fuera ante el temor a lo imprevisible
o cuando alguna cosa o situación le infundiera cierto respe-
to, el hombre incubó el sentimiento de lo sagrado y éste
fue, poco a poco, condicionando su vida e inspirándole a
expresarlo socialmente mediante ritos. Los rituales, por lo
tanto, son la traducción de lo sagrado a la vida terrenal.

 El rito, en su origen, es un acto mágico en el senti-


do de que intenta orientar una fuerza oculta o desconocida
hacia la consecución de un fin, mediante gestos, palabras y
actitudes adaptadas a cada circunstancia. El acto se mani-
fiesta en colectividad mediante cánticos, danzas o ceremo-
nias complejas que constituyen una liturgia que tiene como
fin hacernos penetrar en un mundo que se encuentra más
allá del mundo empírico.

 A diferencia del teatro, un ritual no es una simple


puesta en escena, en la que los actores dan vida a persona-
jes de acuerdo a una dramaturgia. Aquí no hay necesaria-
mente un vínculo afectivo entre la trama de una obra teatral
y la propia comprensión que de ella se tenga. Incluso hay
escuelas teatrales donde exigen al actor limitarse a «decir»
su personaje en lugar de «vivirlo o sentirlo», lo cual los
condena a percibir sólo la forma y los excluye de involu-
crarse en el contenido. Pero algo, en definitiva, queda
siempre claro y es que en el teatro todo es ficción y sus fi-
nes obedecen a la necesidad de expresión del dramaturgo y
en última instancia al entretenimiento.

 En el rito, los actuantes están convencidos de que


encarnan una entidad real aunque no pertenezca a su propio
mundo y que toda palabra, sonido, gesto, danza o cualquier
acto simbólico (sacrificios, ofrendas, etc.) están cargados
de un significado profundo y tienen un propósito definido.

62
Moviendo la Ley Universal

 El mito acompaña al ritual como la sombra al cuer-


po. La necesidad de mitificación surge también muy tem-
prano en la mente del hombre, lo mismo para explicar la
abundancia de una cosecha próspera como el fracaso por la
invasión de una plaga de langostas.

 El desarrollo del pensamiento humano y en conse-


cuencia el de la civilización, no ha excluido al rito de la
vida presente. Se imbrican mitos y tradiciones ancestrales
con elementos de modernidad. Hay un ritual en casi cual-
quier acto formal, ya sea un bautizo, un matrimonio, un
divorcio, un juicio, un acto de conmemoración de una fe-
cha señalada o una fiesta popular; hay rituales familiares,
provinciales, nacionales y mundiales. Todos contienen un
componente de solemnidad sacra, en todos ellos hay una
intención expresa y se cumple un código de reglas y de pa-
sos obligados en un orden fijo y realizado de cierta manera.
Los rituales más primitivos son más abigarrados y comple-
jos que cualquier versión moderna, ya que quizás antaño
hiciera falta más parafernalia para impresionar al ego del
figurante o al de los espectadores.

 Las escuelas de ocultismo del pasado y todas las


denominaciones actuales de instituciones místicas, han re-
creado (y así lo hacen en el mundo de hoy) infinidad de
ceremonias ritualísticas como parte del aprendizaje y del
entrenamiento de sus discípulos.

 Para el iniciado, conocedor de la potencia del rito,


la celebración de actos rituales adquiere su verdadero sig-
nificado, pues es reconocido como un formidable recurso
para el movimiento de la Ley.

 Existen ceremoniales íntimos, unipersonales, que


cada cual celebra en su santuario privado y que aporta un
componente especial en el desarrollo espiritual del educan-

63
Los adeptos, columnas y muros del Templo

do. No obstante, y aún cuando en solitario el actor asuma


varios roles, la fuerza del acto, en lo que a movimiento de
la Ley se refiere, es comparable a la de la creación mental
individual, que no así a la de un ritual colectivo.

 «Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre,


allí estoy yo con ellos» (Mateo 18:20) reza el versículo bí-
blico, y en modo alguno el significado es metafórico, sino
que es literal, ya que la mente colectiva sintonizada adquie-
re una categoría superior a la simple suma de las mentes
individuales, la invocación de la intervención divina es más
intensa y eficaz cuando una multitud clama por su presen-
cia.

 Así no es casual que aparezcan ritos en los cuentos


de hadas o el conjuro de las brujas se celebre en un aquela-
rre, porque basta con dos para que adquieran sus máximos
poderes. La palabra conjuro proviene del latín «conjurare»,
«jurar con», es decir, ligarse o comprometerse con alguien
mediante juramento, de ahí la razón de reunirse para invo-
car la magia.

 La vivencia corporal de un ritual es mucho más


sensorial que el solo acto de una invocación verbal o un
canto sagrado. Cada personaje, al jugar su papel, se conec-
ta con la vibración que se espera de él, de acuerdo al sím-
bolo que representa, pero además, como el actor está con-
vencido de su rol, eso amplifica su eficacia.

 La fuerza de un rito para provocar un movimiento


en la Ley, es descomunal. No hay nada de ingenuo en la
complejidad de las ceremonias militares, pues constituyen
una franca técnica de manipulación de multitudes. Los re-
buscados movimientos grupales sincronizados, apoyados a
veces por una repetición de lemas y consignas y enarbo-
lando ciertos objetos simbólicos, evocan inconscientemen-

64
Moviendo la Ley Universal

te el sentido sagrado del deber del soldado y potencian la


capacidad combativa; el grado extremo de este hecho es la
declaración expresa de la «santidad» de una guerra porque
lleva al fanatismo de las tropas, fieles a una doctrina reli-
giosa.

 La práctica de rituales domésticos e improvisados


puede mover fuerzas no deseadas y afectar al colectivo que
actúa y al resultado pretendido. Como la Ley es universal e
inmanente en la naturaleza misma, cualquier acción indivi-
dual o colectiva sobre ella provoca inevitables movimien-
tos, por esta razón, invocar con irresponsabilidad fuerzas
espirituales, supuestos maestros, entes o almas desencarna-
das, etc., es jugar con fuego, porque existe una probabili-
dad muy alta de entonarse con estados vibratorios inarmó-
nicos, de entrometerse en planos de conciencia ajenos, de
profanar santuarios íntimos y cometer todo tipo de intru-
sismo espiritual cuyas consecuencias no podemos prever;
más aún, en tanto abrimos puertas, nos colocamos a mer-
ced de intromisiones.

 El rito, dada su potencia, es una herramienta para


ser usada con cautela. Además, dejemos claro que no debe
confundirse con una meditación o con una oración colecti-
va, ya que éstas, son otro tipo de actos y de diferente en-
vergadura, que obedecen a otras reglas y tienen requisitos
específicos y diferenciados.

 El estudiante de misticismo aprende el arte del ri-


tual de sus maestros y luego, sólo con sus iguales, lo cele-
bra. No son admitidos profanos en un ritual místico, pues
es atributo exclusivo de iniciados, e incluso tratándose de
éstos, existen rangos y niveles que demandan un grado de
iniciación determinado para los que un aprendiz no siem-
pre se considera preparado o digno de participar, pues hay

65
Los adeptos, columnas y muros del Templo

ceremonias sólo reservadas a miembros de más alta inicia-


ción.

 El entorno donde ha de practicarse un rito es tam-


bién importante. Es muy antigua la tendencia a escoger un
sitio determinado para dedicarlo, en exclusiva, al trabajo
ceremonial, y ya sea desbrozando la maleza y abriendo un
claro en el bosque como construyendo una magnífica edifi-
cación. Así el concepto de templo emerge en la mente del
hombre como un espacio reservado para celebrar actos sa-
grados.

 Sin embargo, no basta elegir el espacio físico para


un ritual, es necesario prepararlo espiritualmente para que,
un lugar profano se convierta en un recinto sagrado, en un
aposento que albergue un campo vibratorio armónico digno
de ser el continente del trabajo místico. A esto se le llama
consagración y es, a su vez, el primer rito del templo. Al-
gunas escuelas y religiones además, armonizan el templo
antes de cada ceremonia y lo hacen con vocalizaciones, o
invocando a los elementos mediante aspersión de agua,
quema de resinas fragantes, encendido de llamas o rodean-
do el espacio con sal o ceniza. Un templo, en ciertas cir-
cunstancias, puede también ser edificado o invocado cós-
micamente por los adeptos e instalado en cualquier lugar a
través de un proceso de creación mental.

 Cuando vamos a utilizar el ritual para mover la Ley,


debemos tener en cuenta todos los elementos que hemos
expuesto, pero para llevarlo a la práctica, hay que realizar
un trabajo preparatorio previo.

 Escoger el ritual es fundamental, pues no se celebra


una misa de difuntos para rogar por el alma de alguien que
aún permanece en este mundo; tiene que haber congruencia
entre el rito y sus fines. Las instituciones religiosas o místi-

66
Moviendo la Ley Universal

cas tienen esto bien claro y existen rituales establecidos,


probados en el tiempo y marcados por una tradición ances-
tral que se celebran acorde a objetivos precisos.

 Los participantes que operan, deben conocer muy


bien el significado de su oficio, aprender el texto de memo-
ria, los gestos o movimientos escénicos, excepto que haya
algunos parlamentos que, por obligación, tengan que ser
leídos, como ciertas oraciones, invocaciones o juramentos,
pero en estos casos está contemplado de antemano en la
liturgia. Además, debe ensayarse minuciosamente hasta
incorporarlo todo orgánicamente.

 Jamás debe faltar un acto de apertura y otro de cie-


rre, cualquiera que sea la forma en que se realice. Hay si-
tiales que tienen que ser ocupados por hombres, y otros por
mujeres. En ocasiones es imprescindible que haya un mí-
nimo obligado de participantes. Estos elementos siempre
han de tenerse en cuenta.

 A un ritual se va a dar y a recibir y todos los que


participan ya sea oficiantes o espectadores, comparten una
responsabilidad colectiva e individual al mismo tiempo. El
aporte y el intercambio de sustancia mental es proporcional
al número de asistentes e incluso, hay una masa crítica que
aumenta el efecto en forma exponencial. Observemos có-
mo en cada misa católica de cada iglesia y de cada país del
mundo, se pide siempre salud para el papa. ¡Qué efluvio de
energía está recibiendo de forma casi ininterrumpida!

 Y por último, hay un elemento que constituye la


piedra angular de un rito y es que, para evitar que en un
momento podamos perder el control del mismo, dada la
potencia de sus efectos, se recomienda su práctica sólo ba-
jo el auspicio de un «egrégor» poderoso. Una cúpula espi-
ritual que delimite con solidez un rango del universo vibra-

67
Los adeptos, columnas y muros del Templo

torio donde estamos reunidos, para que todo lo que allí se


mueva, y en general se movilizan muchas fuerzas, esté a
cubierto de intrusos y garantizada la sintonía y modulación
de las altas tasas energéticas que ponemos en movimiento.

 Mover la Ley a través del ritual es una forma supe-


rior de trabajo espiritual. Al practicarlo, los adeptos se unen
para laborar juntos, sintonizan sus energías y sus auras se
expanden hasta fundirse en un aura colectiva. Su esencia
está sugerida en la oración del Padre Nuestro, que no Padre
«mío», donde se invoca que venga el reino a todos noso-
tros, y no a alguien en particular, bajo auspicio del «egré-
gor» supremo del Nombre Divino.

68
Moviendo la Ley Universal

CAPÍTULO IX

Moviendo la Ley a través del color y el sonido.


El Universo es elegante.

 Color y sonido son dos sorprendentes y misteriosas


manifestaciones de las leyes naturales que percibimos a
través de órganos especializados y a través de ellos, bien
sea en su conjunto o por separado, se establece la mayor
parte de la interacción de la mente consciente con el medio
circundante, lo cual permite percatarnos del universo tan-
gible que nos rodea y obtener, además, un cúmulo signifi-
cativo de información relevante para intentar comprender-
lo. Escudriñar los misterios de cada color que vemos o de
cada sonido que escuchamos, ha sido objeto de una intensa
dedicación por parte de los maestros del pasado. De igual
manera, han sido estudiados con profundidad por la cien-
cia, como fenómenos físicos, desde los albores de la óptica
y la acústica. Por esta razón, no podemos pretender pro-
fundizar teóricamente en un tema tan extenso y mucho me-
nos agotarlo, así que, sentaremos brevemente algunos con-
ceptos fundamentales que resultan básicos para su enten-
dimiento y posterior utilización como recurso para mover
la Ley, que es el propósito final de este trabajo.

 Un color o un sonido pueden constituir un símbolo


en sí mismos, y de igual modo formar parte, juntos o por
separado, de símbolos y rituales. Cuando se trata de mover
la ley, en muchas ocasiones comparten escena, pues su es-

69
Los adeptos, columnas y muros del Templo

trecho vínculo hace que se complementen íntimamente y


formen un par indisoluble e indispensable para lograr un
impulso eficaz.

 El color es quizás el fenómeno natural que con más


evidencia, de primera mano, aporta a la consciencia, puesto
que se percibe por el órgano de la visión, y la vista, es el
principal de los cinco sentidos, por la magnitud del conte-
nido que asimila de la realidad perceptible. El oído, es el
segundo sentido en importancia, al menos en el hombre
moderno, cuyo olfato perdió su hegemonía con el desarro-
llo de la civilización.

 Ambos son vibración y por lo tanto se rigen por las


leyes físicas del movimiento ondulatorio. Así, pueden ser
emitidos o interceptados, amplificarse o amortiguarse, re-
flejarse o absorberse, o entrar en resonancia con todo lo
que les rodea puesto que tanto la luz como las ondas sono-
ras, inciden sin discriminación sobre cualquier objeto ma-
terial que encuentren a su paso. Esta versatilidad hace de
ellos un recurso de incalculable utilidad para el trabajo es-
piritual.

 Aunque parezca lo contrario, el color no es menos


vibratorio que el sonido, sólo que su percepción es posible
únicamente a través del ojo y no podemos sentirlo cimbrear
en todo nuestro cuerpo como pasa con el sonido. No obs-
tante, por alguna razón, la mente consciente asocia ciertos
colores a ciertos sonidos y viceversa. La percepción visual
de un color invoca una percepción auditiva concomitante.
Hay un término científico que se ha vuelto popular en la
era de la informática, me refiero al llamado «Big Bang».
Los modelos cibernéticos de simulación de este primordial
evento, lo representan como un núcleo luminoso cuyo mo-
vimiento centrífugo se expande en destellos hacia el uni-
verso oscuro; sin embargo, el nombre asignado a este fe-

70
Moviendo la Ley Universal

nómeno alude a un magnífico y muy sonoro estallido, de


ahí el «bang» que, aunque nos suene a la onomatopeya de
Hollywood para aludir a un disparo (y de hecho, es así)
constituye el término correcto en inglés para referirse a
«explosión».

 La luz blanca de las estrellas, como la de nuestro


Sol, el destello de un relámpago o el brillo que irradian los
cuerpos incandescentes no tiene una constitución uniforme
y no está formada por un único elemento sino por un haz
de rayos, distintos entre sí, que al atravesar el aire no no-
tamos que viajan a diferentes velocidades, de manera que
llega hasta la retina del ojo toda de una vez y nuestra apre-
ciación nos confunde al percibir una blancura homogénea.
Pero la naturaleza siempre mostró el fraccionamiento de la
luz blanca separándola en sus diferentes componentes al
atravesar un medio más denso que el aire como las infinitas
lentes que constituyen las gotas de lluvia, y producir así el
arcoíris, una fabulosa fiesta de color que siempre ha fasci-
nado al ser humano y ha sido depositario de poesía, leyen-
das y mitos. Cada uno de los diferentes tipos de ondas que
componen la luz blanca impresiona al ojo humano de una
forma diferente y es a esta percepción a lo que llamamos
color. Cada color tiene cierta longitud de onda que le es
inherente, y los cuerpos coloreados absorben partes de la
luz y reflejan otras que son las que percibimos y recono-
cemos como tales.

 El sonido protagoniza sin embargo el ambiente per-


ceptible, porque el oído nunca reposa, podemos cerrar los
párpados y bloquear el sentido de la vista, pero no pode-
mos hacer lo mismo con el receptor auditivo. Basta con
que se intercepte un objeto opaco ante nuestros ojos para
que cese nuestra posibilidad de percibir lo que se encuentra
detrás del mismo. La ventaja que tiene la audición sobre la
visión es que no hace falta luz para su pleno funcionamien-

71
Los adeptos, columnas y muros del Templo

to, y en condiciones de oscuridad, aporta información que


no obtendríamos si dependiera del acto de ver. De igual
modo podemos oír a través de una pared, escuchar del otro
lado del muro, captar un murmullo o un retumbo tan lejano
que la vista nunca alcanzará a identificar. La naturaleza ha
sido pródiga en sonidos, desde un ruido amorfo hasta el
trinar de un ave canora, desde un trueno ensordecedor has-
ta el casi imperceptible susurro del viento. Y, al igual que
ocurre con el color, nuestra “madre natura” también dotó
de voz a los animales y éstos han hecho galas vocales des-
de entonces. A diferencia del color, en el que el hombre
primitivo tuvo que esperar al primer arcoíris para contem-
plar los colores puros, el sonido siempre estuvo ahí, dispo-
nible y, mejor aún, susceptible de ser reproducido con in-
mediatez. Además no debió ser difícil distinguir la inmi-
nencia del ataque de una fiera o el de un simple gruñido de
advertencia. Quizás por imitación, o porque así lo dictaban
sus instintos, también el hombre era capaz de emitir un gri-
to de guerra para amedrentar a su enemigo.

 Cuando dormimos seguimos escuchando, los ojos


reposan con tranquilidad, porque el oído centinela perma-
nece activo y nos advierte de aquello que no puede ser vis-
to pero si ser oído. He aquí su importancia crucial para la
supervivencia tanto de animales inferiores como del hom-
bre, ambos confían a veces más en lo que oyen, que en lo
que ven.

 En el caso del oído, las altas frecuencias producen


la sensación de sonido agudo que van desde la voz infantil,
las notas de un violín, las estridencias de la música electró-
nica o hasta cualquier chillido. Las frecuencias bajas se
reconocen como sonidos graves y van desde el rugido de
un león, las teclas situadas a la izquierda en el piano, las
notas de un contrabajo, hasta un ronquido.

72
Moviendo la Ley Universal

 En el caso de las ondas luminosas de alta frecuencia


(longitud de onda pequeña) se detectan como un color vio-
leta o azulado, las de frecuencia intermedia como verde y
amarillo y las bajas como naranja o rojo.

 Cuando representamos una onda gráficamente dibu-


jamos una línea que oscila periódicamente sobre la hori-
zontal dejando un trazo de crestas y valles. Cuando dos de
ellas se interceptan por la cresta, el resultado es una mucho
más alta, cuando lo hacen por el valle, el resultado es uno
más profundo y cuando chocan cresta y valle, se amorti-
guan o se anulan. A esto se le llama interferencia y es una
de las propiedades físicas fundamentales de la energía on-
dulatoria.

 Esta interceptación, cuando sucede entre ondas lu-


minosas, da lugar a los matices del color, y cuando lo hace
entre ondas sonoras, produce sonidos intermedios. Hay
combinaciones de ondas luminosas que concuerdan en una
armonía especial que recibimos como un extraño pero
agradable color, y hay combinaciones de ondas sonoras
que concuerdan en una armonía especial que recibimos
como un extraño pero agradable sonido. A esta concordan-
cia se le llama acorde y, aunque en general sólo oímos ha-
blar de acordes musicales, también los hay de color. En una
armónica combinación de sonidos puede haber uno inar-
mónico, y éste genera un acorde disonante, no siempre
agradable al oído. A veces en una armoniosa combinación
de colores hay uno sin correspondencia tonal con los de-
más, y el resultado es un conjunto que desentona y que no
siempre es agradable a la vista.

 Pero ambos receptores, el visual y el auditivo, son


limitados. Hay longitudes de onda de la luz imperceptibles
para el ojo humano y hay frecuencias sonoras impercepti-
bles para nuestro oído. La luz ultravioleta y los rayos infra-

73
Los adeptos, columnas y muros del Templo

rrojos, a simple vista no estimulan la retina y en nuestro


cerebro esto se interpreta como que no existen, es decir,
somos ciegos para los infra y ultra colores, si es que es po-
sible utilizar el término. De igual manera pasa con el soni-
do, hay frecuencias sonoras que sobrepasan o no alcanzan
la tasa vibratoria que impresiona al oído; somos, entonces,
sordos al infrasonido y al ultrasonido.

 Las frecuencias altas de luz y sonido, digamos la


luz ultravioleta y el ultrasonido, son intensas pero de baja
propagación. Por el contrario, las frecuencias bajas, como
la luz infrarroja y el infrasonido, son débiles pero de alta
propagación. Por eso cuando escuchamos desde muy lejos
un conjunto musical ejecutando una pieza, sólo sentimos
los instrumentos de percusión, nos perdemos los de cuerda;
la luz de un faro que guía a los navegantes es de color ama-
rillo-naranja para que sea vista desde muy lejos. Una leona
emite un sonido especialmente grave para guiar a sus ca-
chorros hasta ella, pues la baja frecuencia de emisión llega
hasta los confines de la selva. La luz roja del semáforo o de
cualquier señal de peligro se percibe a mucha distancia, la
luz naranja de los faros antiniebla penetra en la neblina con
mucha más facilidad que la blanco-azulada de xenón aún
cuando es significativamente menos intensa. La luz ultra-
violeta, cuando se utiliza como método de esterilización
del instrumental médico, se tiene que aplicar en una pe-
queña cámara para que la distancia entre la fuente de luz y
los objetos sea muy corta. Cuando contemplamos una obra
pictórica, nos da la impresión que los colores cálidos se
acercan a nosotros y los fríos se alejan. Los maestros de la
pintura utilizan este recurso para lograr, en dos dimensio-
nes, un efecto de profundidad.

 El eco de la Ley nos llega por vía sensorial. A veces


un mensaje se percibe como un frío o vacío en el estóma-
go, otras es nuestra piel la que recibe oleadas de frío o ca-

74
Moviendo la Ley Universal

lor, o un escalofrío recorre el cuerpo y provoca una oleada


de pilo erección, pero el ser interno también se comunica a
veces audiovisualmente. Colores y sonidos pueden funcio-
nar en sentido aferente, es decir, pueden ser sensores del
movimiento de la Ley, además de herramientas. Un «déjà
vu» o un susurro de la voz interior, en ocasiones pueden ser
formas de retroalimentación que nos llegan como mensajes
por ambos canales, el visual y el auditivo.

 Hay una frase clásica seguida de una pregunta retó-


rica, muy citada en textos científicos y filosóficos que dice:
–Si un árbol cae en el bosque y ningún oído lo escucha…
¿Existió realmente el ruido? Ahora bien, siguiendo en este
sendero de la asociación color-sonido, podríamos formular:
–Si un cuerpo coloreado no cuenta con un ojo que lo vea:
¿Existe en ese caso el color?

 Nosotros responderemos que categóricamente sí,


para las dos preguntas. Seríamos muy presumidos si pre-
tendiéramos que aquello que no percibimos, no existe. En
el primer caso, si el árbol se derrumba en la soledad del
bosque, el contacto súbito del tronco y las ramas con la tie-
rra produce una vibración, y, si ésta se encuentra, como es
casi seguro, en el rango de frecuencias audibles, es decir
entre los 20 hercios y los 20 kilohercios, sí emite sonido,
sólo que no fue registrado por un receptor. De igual manera
si la luz que incide en un cuerpo coloreado refleja parte de
sus rayos que se encuentran dentro del espectro visible es
decir entre 380 y 780 nanómetros, hay efectivamente color,
no importa que un ojo no lo perciba. No podemos asumir
que por no existir el receptor o encontrarse fuera del área
de cobertura vibratoria, no existe la vibración que, de cap-
tarla, identificaríamos de inmediato como sonido o color.

 Estamos bombardeados en forma permanente por


toda suerte de rayos y partículas provenientes del universo

75
Los adeptos, columnas y muros del Templo

que inciden en nuestro sistema, sólo que no los percibimos.


Por encima y por debajo del espectro audible y visible si-
gue habiendo frecuencias que no captamos, pero que ade-
más de existir, también nos afectan, pero no las detectamos
en la consciencia y no sabemos cómo lo hacen. Sólo el re-
ceptor de un fenómeno es el que da fe de su existencia y
permite que su efecto se manifieste conscientemente. Si no
hay algo que reciba una onda, no hay manifestación de
ella. Es por eso que el hombre ha inventado toda una gama
de dispositivos más sensibles que el ojo y el oído para co-
nocer ese universo tan real, invisible e inaudible, que nos
rodea y vibra a mansalva. Un invidente puede afectarse por
la cercanía de un objeto de color que no ve, y que nunca
verá, pero hay casos documentados en que vestir cierta ro-
pa coloreada les provoca malhumor o inquietud. Un sordo
puede afectarse por un sonido que no oye, aunque aquí la
explicación es más consistente, ya que las vibraciones so-
noras también se captan por los nervios periféricos y, aun-
que no identifique la pieza musical, todo su cuerpo recibe
el impacto de ondas sonoras que percibe bajo la forma de
una trepidación.

 Tanto el color como el sonido provocan diferentes


efectos psicológicos en las personas. Esto en gran parte es
debido a un condicionamiento asociado a alguna experien-
cia infausta o gloriosa, o por simple aprendizaje bajo la in-
cidencia de factores sociales, políticos, religiosos e incluso
alimentarios; en algunos países asiáticos, por ejemplo, las
carrozas fúnebres y la ropa de luto son de color blanco y no
negro como en occidente. El rojo simboliza alegría para los
chinos y es el color del traje de una novia virtuosa. Sin em-
bargo, en la cultura occidental la virginidad y por ende la
pureza de la novia se simbolizan por un traje blanco. Por
eso no hay que subestimar el efecto multifactorial sobre el
estudiante de disciplinas místicas, pues impresionar al Ego
también depende de estos elementos y así favorecer o en-

76
Moviendo la Ley Universal

torpecer el logro de condiciones apropiadas de entonamien-


to que faciliten la eficacia de ambos fenómenos físicos. Es-
to adquiere especial relevancia cuando queremos apoyar-
nos en ellos para mover la Ley. Aquél estado de ánimo que
evoca una pieza musical, o el trino de un ave, bajo un cielo
gris plata o azul radiante, depende del contenido mental de
cada sujeto, de que un instante existencial que dormía con-
gelado en su memoria, se derrita de pronto y se derrame en
la consciencia. No obstante, hay panoramas acústico-visua-
les que evocan sentimientos muy similares en casi todo el
mundo. Por otro lado, el infra o ultrasonido puede afectar-
nos a todos y, como no tenemos un receptor apropiado, no
nos enteramos de sus probables influencias en las fluctua-
ciones del humor o en la aparición inexplicable de senti-
mientos de temor, ira, excelsa felicidad o ensimismamien-
to.

 Antes hemos hablado de crestas y valles en las on-


das, las dos fases que reconocemos al representar, mediante
un trazo, cualquier onda, y también hemos comentado el
resultado de la suma de dos crestas o dos valles, o del efec-
to de sustracción o anulación mutua cuando chocan una
cresta con un valle. El resultado de la interferencia de dos
ondas, genera una onda nueva y distinta a las originales,
con otra frecuencia de vibración diferente. Imaginemos la
virtualmente infinita cantidad de material vibratorio que
conforma el cuerpo humano, cada célula y cada molécula
emitiendo ondas y entremezclándose en una trama igual de
infinita de crestas y valles que chocan entre sí hasta que,
finalmente, compongan una única onda que es la resultante
de todas ellas. Como cada ser humano es en esencial distin-
to, ninguna de estas vibraciones finales será idéntica a otra,
de manera que podemos afirmar que todos tenemos una
tasa vibratoria personal y exclusiva.

77
Los adeptos, columnas y muros del Templo

 Esta frecuencia vibratoria inherente a cada cual se


comporta como una sola onda y como tal, interactúa con
otras que provienen del entorno. El rango de vibración
puede ser enorme, pues nunca el cuerpo humano se en-
cuentra en el mismo estado, a cada instante muere alguna
célula, tomamos más o menos aire en los pulmones, inge-
rimos distintos alimentos, es decir, intercambiamos con el
ambiente sustancias que también vibran, por lo tanto la on-
da individual resultante, aún cuando es única, tiene una va-
riabilidad intrínseca inevitable aunque el promedio es más
o menos constante. De manera que en nuestro organismo
tenemos vibraciones que son más armónicas con ciertos
sonidos o con ciertos colores, es decir, vibramos al unísono
o en una relación constante con ciertas frecuencias sonoras
o longitudes de onda de luz, por lo que podemos afirmar
que todos tenemos una nota musical y un matiz de color
dominante.

 No es posible calcularlo matemáticamente, pero el


iniciado puede acceder a ese conocimiento por medios me-
tafísicos. Para identificarlos es necesario entrenamiento. El
adepto sabe que meditar sobre un color produce un estado
de conciencia determinado, y tiene que efectuar múltiples
sesiones para poder conmutar y discernir cuál es aquél que
le confiere el máximo estado de armonía. Un proceso simi-
lar es válido para identificar la nota musical personal. El
estudiante en el sendero debe escuchar o incluso vocalizar
diferentes frecuencias sonoras o combinación de ellas, gra-
ves, agudas, tremolantes o sostenidas, y observar con todo
su ser qué sucede en su interior cuando suenan esas notas,
hasta encontrar cuál es la que le proporciona el estado ar-
mónico óptimo.

 Reconocer esa nota y ese color en sí mismo, es una


piedra angular para disponer de ambos recursos con efica-
cia en el movimiento de la ley. El adepto en esta búsqueda

78
Moviendo la Ley Universal

íntima también identificará el polo opuesto, es decir, aquel-


la nota y aquel color que le son especialmente incompati-
bles, e intentará evitarlos a toda costa y eliminarlos de su
vida hasta donde sea posible y, por supuesto, no evitar uti-
lizarlos como parte de su arsenal en el trabajo místico.

 Desde el principio de los tiempos, las más antiguas


escuelas registraron una determinada gama de colores atri-
buidos a ciertos centros energéticos del cuerpo humano y
han recibido diferentes nombres de acuerdo al ancestro que
los respalda y no siempre coinciden con exactitud en los
mismos sitios, pero la aproximación es significativa, ya sea
que se llamen chakras, plexos, centros psíquicos o glándu-
las endocrinas. Lo relevante es la pasmosa coincidencia al
atribuir cada color a casi las mismas zonas. Lo cual nos
hace pensar que no se trata de una asignación arbitraria,
sino que estos colores fueron descubiertos en esos lugares
especiales. De igual modo comparten similares colores o
sonidos los signos zodiacales, los planetas regentes y las
túnicas sacerdotales. A los cristales de cuarzo también se
les atribuye diferente efecto de acuerdo a su color.

 De la misma manera sucede con los sonidos y los


centros de alta energía. Hay una significativa coincidencia
en asignar aproximadamente las mismas bajas frecuencias
a unos y las altas a otros.

 Los tonos graves y los matices cálidos, (estamos


hablando ya de alta y baja frecuencia de sonido y luz), es-
tán asociados con zonas relacionadas con el cuerpo físico,
con la parte más animal del ser humano, con el área de la
reproducción para la perpetuación de la especie, con aque-
llas relacionadas con la salud corporal, la recepción y las
capacidades físicas (primer y segundo chakras, las gónadas
y las suprarrenales). La zona emocional intermedia, donde
se superponen casi al cincuenta por ciento lo físico con lo

79
Los adeptos, columnas y muros del Templo

mental, se relaciona con colores del centro del espectro y


con notas centrales (tercer, cuarto y quinto chakra, plexo
solar, plexo cardíaco y timo) y por último las zonas más
próximas a los centros más cercanos, a los centros de más
alta energía, los emisores, los intermediarios entre el mun-
do físico e intelectual (sexto y séptimo chakras, glándulas
pituitaria y pineal) están vinculados a los colores fríos, el
azul y el violeta, los de más alta frecuencia, así como a las
notas más agudas. Más aún, y desde otro punto de vista, el
árbol de la vida asigna esencialmente colores cálidos en los
sephyroth más terrenales, más cercanos a Malkuth y se
vuelven más fríos llegando hasta el blanco absoluto al as-
cender a lo divino, Kether.

 El color y el sonido como recursos para mover la


Ley son a la vez, primarios y complementarios, puesto que
inducen movimientos tanto por la simple utilización de los
mismos, como potenciando el efecto de otros recursos ya
tratados en este trabajo. Nada hay de espontáneo en los
cantos gregorianos, las notas suspendidas y ciertos acordes
producen una condición vibratoria bien determinada, nin-
guna ingenuidad yace tras la rítmica percusión de un tam-
bor africano, ninguna túnica tiene un color por casualidad,
ni ninguna figura tiene cierto color sólo por un criterio es-
tético. Todo está rigurosamente perpetrado, en el sentido
más excelso del término, nada sobra, nada falta cuando se
entona un canto o se expone un color, hay ancestros de sa-
biduría, hay energía muy bien conocida y rigurosamente
controlada. Conocer y cultivar esto, es responsabilidad del
adepto si pretende, además de ser eficaz, ser eficiente. Un
símbolo multiplica su fuerza si hay una vibración sonora y
un color que lo potencian. Un ritual es potente por sí mis-
mo y también porque es un festival de color y sonido.

 Con toda intención hemos dejado este tema para el


final, puesto que creemos que es importante concluir este

80
Moviendo la Ley Universal

trabajo exponiendo dos recursos formidables que están a


nuestro alcance y que, a la vez que son herramientas en sí
mismos, amplifican la fuerza de otras tratadas con anterio-
ridad. El estudiante de misticismo ha de comprender que
todo es vibración y que tiene ante sí dos alardes vibratorios
de la Ley, tan disponibles, tan expuestos, que podemos no
percatarnos de ellos, porque siempre estuvieron ahí, o peor
aún, podemos incluso subestimarlos. Somos muy sensoria-
les, más que intuitivos, esta es nuestra condición, por lo
tanto si contamos con algo que está ahí, a mano, un par de
instrumentos poderosos, uno visible y otro audible, ¿de qué
nos quejamos? No tenemos que atravesar por un proceso
lento y complejo de introspección para percibirlos, para oír
el tremolar del bosque o la reverberación de la luz en el
horizonte, porque disponemos de magníficos receptores
para compartir con ellos el tiempo real, el ahora percepti-
ble, por eso nunca escatimemos en ponerle color y sonido a
cualquier creación mental, una esfera violeta para la pro-
tección, una espiral roja para la sanación, una pirámide do-
rada como cúpula de nuestro «egrégor», y así «ad infini-
tum», para cualquier intento espiritual que, por nuestro cre-
cimiento, por nuestra salud cósmica y por la felicidad de
los demás, seamos capaces de emprender conscientes y fe-
lices por la misión que elegimos o para la que fuimos lla-
mados.

81
Los adeptos, columnas y muros del Templo

82
Moviendo la Ley Universal

CAPÍTULO X

Moviéndonos con la Ley.


En armonía con el infinito.

 La Ley es creativa y recreativa, nunca destructiva ni


vengativa; es imparcial, nada tendenciosa, no padece pre-
juicios, es benévola en toda su dimensión, aunque en nues-
tra pobre apreciación nos parezca a veces cruel. Es insensi-
ble en su actuación, porque es un devenir dentro de sí
misma y nada se crea ni se destruye fuera de sus fronteras,
porque no hay límites en lo infinito, no hay dualidad en lo
absoluto, no hay vida ni muerte, antes ni después, ni prin-
cipio ni fin en el «continuum» cósmico, sólo eternidad.

 La Ley es inmutable en su esencia y bipolar en su


manifestación, no puede ser violada ya que todo lo que es,
está dentro de ella, y se manifiesta cuando se mueve entre
las dos polaridades de todo lo que constituye la realidad.

 Nunca violamos la Ley, no podemos hacerlo, sino


que la transgredimos cuando utilizamos nuestro libre albe-
drío para violarnos a nosotros mismos en nuestro constante
fluir dentro de ella, y junto con ella, que, indiferente a los
detalles sigue su curso inexorable y vence cualquier resis-
tencia a su natural movimiento. La enfermedad, la infelici-
dad, la frustración, la mala suerte, la aflicción y todas las
demás variantes del sufrimiento son debidas al reajuste in-

83
Moviéndonos con la Ley

sensible que nos impone la Ley cuando vamos a contraco-


rriente.

 No existe canal para el mal, afirman las enseñanzas


de muchas escuelas de misticismo y, de hecho, esto es una
declaración de que aquello que llamamos pecado, es sola-
mente energía mal dirigida, y el castigo por un pecado no
es más que el mandato inapelable de la Ley decretando la
restauración del equilibrio que, por un momento, había si-
do roto por una voluntad no creativa; el universo tiende al
equilibrio y cuando nos lanzamos a impulsar el péndulo
cósmico, oscilará indefectiblemente en ambos sentidos y
será imposible impedir su retorno o escapar a su impacto.

 Para lograr un movimiento creativo hemos de sin-


cronizarnos con el vaivén universal, aprender y practicar
las técnicas espirituales heredadas de los grandes iniciados.
Hay diferentes sistemas de meditación, formas de orar, mé-
todos de visualización, innumerables símbolos, ritos, colo-
res y sonidos suficientes como para consumir nuestra vida
preparándonos teóricamente antes de usarlos por primera
vez, y que se agote nuestro tiempo de conciencia y sólo
poder aplicar lo aprendido en la siguiente encarnación,
donde recomenzaremos como todos, en estado de amnesia
cósmica. La espiritualidad tiene que ser sencilla, lo abiga-
rrado no va con lo natural, pues la madre natura es tan sim-
ple en expresión que nos cuesta comprenderla, pero como
bien dijo Aristóteles: «Si hay una forma mejor de hacer las
cosas, esa debe ser la de la naturaleza». Por otro lado, si
nos empecinamos en pretender un movimiento de la Ley
atando a nuestra mente consciente la permanente idea ob-
sesiva de un resultado, ya estamos violando la fisiología
del misticismo, por lo tanto ya hemos fracasado de ante-
mano y no impulsaremos algo si lo seguimos empuñando,
porque el movimiento imprimido, es a la vez amortiguado
y finalmente anulado. No podemos sostener con un cordel

84
Moviendo la Ley Universal

a nuestra paloma mensajera cósmica, porque nunca llegará


a su destino y el mensaje regresará con una nota de devolu-
ción al remitente. «Suave para que se te dé...», dice una
canción de mi tierra… sabiduría esencial concentrada en
un Son popular.

 Tampoco es necesario adquirir una cultura enciclo-


pédica en técnicas espirituales, basta con conocer muy bien
alguna de ellas. Es posible que un aspirante conozca bien
un solo símbolo de un solo color asociado a una única nota
musical. Pero vale más utilizarlo ya, ahora mismo, en la
forma que el recurso lo permita, que esperar que se llene
nuestra hucha de información, donde sólo podemos aso-
marnos por la ranura y apenas distinguir su contenido en la
oscuridad del recipiente; es preferible ensayar con el cono-
cimiento que tengamos e intentar su aplicación para dife-
rentes fines y es seguro que algún resultado obtendremos.
«Si todo lo que tienes es un martillo, trata a todo como si
fuera un clavo», dice un escritor contemporáneo.

 En mi experiencia profesional como médico he re-


cibido durante seis años una determinada cantidad de in-
formación que no puedo manipular a la vez. Conocimien-
tos que son básicos en la formación académica para poder
entender lo que viene después, porque ¡siempre viene algo
después! Más tarde, elegí la especialidad más extensa de
toda la medicina, y durante tres intensos años seguí absor-
biendo más conocimientos, tanto prácticos como teóricos.
Sin embargo, y debo ser honesto, siempre fui advertido por
mis más ilustres profesores respecto al otro lado de la pro-
fesión: el ejercicio de lo aprendido. No es posible abarcarlo
todo y retenerlo de la misma forma que lo hace un ordena-
dor; hay cientos de enfermedades, miles de síntomas, mon-
tañas de medicamentos, y cordilleras de nombres comer-
ciales. El cerebro humano discrimina y archiva estibas de
datos en los cajones del trastero, y, cuando los necesitamos,

85
Moviéndonos con la Ley

es necesario localizarlos y desempolvarlos primero. Sin


embargo, hay un conjunto (nada pequeño) de recursos que
tienen que estar siempre a mano, en la memoria de trabajo,
es un saber esencial que se carga en nuestra «RAM» cada
vez que pasamos del sueño a la vigilia (y en ocasiones
permanece en el sistema también al estar durmiendo). Éste
hay que conocerlo en detalle, de arriba a abajo y de iz-
quierda a derecha, pero sobre todo, y esto es lo más impor-
tante, debemos saber utilizarlo; de otro modo se puede ser
doctor, gran profesional de la medicina, pero nunca médi-
co.

 El estudiante de misticismo comprende también qué


Ley tiene que ser movida por uno mismo para lograr el
crecimiento espiritual, sólo así estamos preparados para
intentar movimientos en favor de otros, pero por el sendero
se camina en solitario y no existe el nepotismo cósmico,
una petición puede, de acuerdo al desarrollo de un iniciado,
proporcionar una ayuda a cualquiera, pero no se puede pre-
tender vivir la vida por nadie, cada cual ha de trazar su
propio camino y luego emprenderla salvando escollos y
aprendiendo de cada obstáculo.

 El método místico, por llamarle de algún modo,


remedando el llamado método científico, expuesto en este
trabajo, lo hemos presentado de forma analítica, hemos di-
ferenciado, hasta donde nos ha sido posible, cada recurso
espiritual, definiendo sus límites e intentando conceptuali-
zarlos, con el fin de lograr una comprensión sistemática de
ellos, dado que tratándose de procedimientos provenientes
de múltiples fuentes a través de las épocas, que han sido
cultivados en mayor o menor grado por diferentes escuelas
de ocultismo, órdenes iniciáticas, congregaciones religiosas
o hermandades místicas, y a su vez han sido interpretados y
reinterpretados tantas veces en la literatura, es fácil perder-
se en un maremágnum de informaciones contradictorias.

86
Moviendo la Ley Universal

 Tratar de resumir los métodos más conocidos de


trabajo espiritual ha sido nuestra intención, mostrándolos
teóricamente y proponiendo la vía de la práctica en cada
uno de ellos, y los hemos dividido en categorías para expo-
nerlos con la máxima claridad posible. Sin embargo, el es-
tudiante en el sendero utiliza simultáneamente todos los
métodos. Todo se funde en una mezcla sintética porque en
el área en que nos movemos es imposible escindir uno de
otro, ya que una línea muy vaga los separa y se atraviesa
entre ellos sin notarlo pues comparten frontera. La era de la
informática proporciona al estudiante motivado la posibili-
dad de adquirir casi cualquier manuscrito de forma inme-
diata, y la fascinación que le produce el contenido de los
mismos puede confundirlo y no ser capaz de resistirse a la
compulsión de aprender cada vez más de todo, hasta lograr
una erudición extrema pero que no tiene nada de operativo,
convirtiéndose sólo en cultura, en ciencia pura e inmóvil.

 La afluencia en las estanterías de textos de autoayu-


da, junto a obras místicas clásicas de los grandes maestros
del pasado, matizados por conceptos y nuevas investiga-
ciones científicas provenientes de diferentes disciplinas
como la psicología, las ciencias sociales, la física cuántica,
la electricidad, el magnetismo, etc., así como la experimen-
tación y la teorización con modelos matemáticos, ha enri-
quecido a la vez que complicado la materia en cuestión y si
no discriminamos las cosas esenciales, naufragaremos en
un océano de conocimiento, que aunque es bienvenido, por
sí solo no es suficiente para lograr algún efecto, puesto que
el conocimiento es poder en potencia, sólo cuando se apli-
ca produce movimientos en la Ley, de otro modo es inerte.

 Me gustaría terminar con la exhortación a romper el


hielo y comenzar a movernos junto con la Ley, a dejar a un
lado la enciclopedia y cargar con el vademécum, porque si
hemos elegido crecer y ayudar, primero hay que sacudir la

87
Moviéndonos con la Ley

modorra intelectual y salir a trabajar con lo que tengamos a


mano. Terminaré con una hermosa frase que sintetiza en
pocas palabras el mensaje final que quiero que germine en
el lector. Es una cita de Carl Rogers sobre una insistente
advertencia de uno de sus más entrañables maestros: «¡No
seas un vagón de municiones, sé un rifle!»

88
Moviendo la Ley Universal

ÍNDICE

Introducción ……………………………..…… pág. 9

Capítulo I …………………………………….. pág. 13


Moviendo la Ley a través de la palabra.

Capítulo II …………………………...……….. pág. 19


Moviendo la Ley a través de la visualización.

Capítulo III ………………..………………….. pág. 25


Moviendo la Ley a través de la concentración.

Capítulo IV ………………..………………….. pág. 31


Moviendo la Ley a través de la oración.

Capítulo V ………….…….…..……………….. pág. 35


Moviendo la Ley a través de la meditación.

Capítulo VI ……….……….………………….. pág. 41


Moviendo la Ley a través de la sintropía.

Capítulo VII …………………………….…….. pág. 51


Moviendo la Ley a través de los símbolos.

89
Índice

Capítulo VIII ………………………………….. pág. 61


Moviendo la Ley a través del ritual.

Capítulo IX …………………..………….…….. pág. 69


Moviendo la Ley a través del color y del sonido.

Capítulo X …………………………………….. pág. 83


Moviéndonos con la Ley.

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Moviendo la Ley Universal

 Esta obra ha sido publicada por la Gran Logia de Lengua Espa-


ñola para Europa, África y Australasia de la Antigua y Mística Orden
de la Rosa-Cruz, mundialmente conocida bajo las siglas de «AMORC».
Está reconocida en todos los países donde tiene libertad para ejercer
sus actividades como una Orden filosófica, iniciática y tradicional que
desde hace siglos, perpetúa bajo forma escrita y oral, el Conocimiento
que le han transmitido los sabios del antiguo Egipto, los filósofos de la
Grecia antigua, los alquimistas, los templarios, los pensadores ilumi-
nados del Renacimiento y los espiritualistas más eminentes de la época
moderna. También conocida bajo la denominación «Orden de la Rosa-
Cruz AMORC», no es una religión ni constituye un movimiento socio-
político. Tampoco es una secta.

 Siguiendo su lema «La mayor tolerancia dentro de la más es-


tricta independencia», la AMORC no impone ningún dogma, sino que
propone sus enseñanzas a todos los que se interesan por lo mejor que
ofrece a la humanidad el misticismo, la filosofía, la religión, la ciencia
y el arte, a fin de que pueda alcanzar su reintegración física, mental y
espiritual. Entre todas las organizaciones filosóficas y místicas, es la
única que tiene derecho a utilizar la Rosa-Cruz como símbolo. En este
símbolo, que no tiene ninguna connotación religiosa, la cruz representa
el cuerpo del hombre y la rosa, su alma que evoluciona al contacto con
el mundo terrenal.

 Si desea obtener información más concreta sobre la tradición, la


historia y las enseñanzas de la AMORC puede escribir a la siguiente
dirección y solicitar el envío del folleto titulado «El Dominio de la
Vida».

Antigua y Mística Orden de la Rosa-Cruz


C/ Flor de la Viola 16 - Urbanización «El Farell»
08140 Caldes de Montbui
(Barcelona) ESPAÑA

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Índice

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Moviendo la Ley Universal

Antigua y Mística Orden de la Rosa-Cruz


Gran Logia Española
C/ Flor de la Viola 16 - Urbanización «El Farell»
08140 Caldes de Montbui
Barcelona (España)

Tel.: 93.865.55.22
Fax: 93.865.55.24

www.amorc.es
info@amorc.es

Para ampliar su información sobre la AMORC puede solicitar sin com-


promiso alguno el folleto gratuito titulado
«El Dominio de la Vida»

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Índice

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Moviendo la Ley Universal

Ediciones
Rosacruces, S.L.

Colección Espiritualidad

Ediciones Rosacruces, S.L.


Apdo. de Correos 199
08140 Caldes de Montbui
Barcelona (España)

Tel.: 93.865.55.22
Fax: 93.865.55.24

www.edicionesrosacruces.es
info@edicionesrosacruces.es

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Índice

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