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La arquitectura y, por extensión, todos los parámetros y elementos que intervienen

en el diseño edificatorio y urbano son la respuesta actual a las necesidades del ser
humano de establecer un "cobijo" en el que las condiciones ambientales exteriores
se modifiquen para permitir desarrollar las diferentes actividades humanas en
condiciones de confort. Es por esto que el arquitecto debe estudiar cuidadosamente
el ambiente que será afectado en cada propuesta, evaluando los impactos
ambientales en los ecosistemas involucrados, urbanizados o naturales, incluido el
entorno socioeconómico, seleccionando la mejor alternativa para contribuir a un
desarrollo ambientalmente sano y sostenible, con el objeto de lograr la mejor calidad
de vida para la población.
La relación de la sociedad con el medio ambiente es muy estrecha, cualquier
impacto generado tiene repercusiones en el otro. Las condiciones climáticas ya bien
conocidas han influido de forma considerable en nuestra profesión, haciendo que
se modifique de cierta manera y aparezcan nuevos objetivos como recuperar la
lógica de la arquitectura adaptada al medio ambiente exterior. Dentro de este
lenguaje se acuñan términos como arquitectura bioclimática, arquitectura
sostenible, arquitectura ecológica, arquitectura medioambiental o bioarquitectura.
Todos ellos tienen una intención común: fomentar la eficiencia energética a lo largo
del ciclo de vida de la actividad constructiva y reducir el impacto sobre el medio que
ésta genera, interesándose por el bien público con el objetivo ético de contribuir con
nuestros conocimientos capacidades y experiencias al mejoramiento del lugar que
habitamos.
El arquitecto comprometido con su profesión y al servicio de la sociedad, no detiene
el aprendizaje durante su existencia. Tiene que conocer para innovar.
Permanentemente debe seguir estudiando la realidad y los avances tecnológicos,
para forjar una plataforma sobre la cual se aporten respuestas creativas de solución
a los problemas del hábitat humano para la salud; a su vez es saber reconocer e
interpretar la realidad que nos rodea, pero también ser capaz de imaginar cosas que
aún no existen, es decir, conjugar los mundos de la realidad y la imaginación, tener
los pies bien asentados en la tierra, conocer todas las limitaciones con las que nos
movemos para ser capaces de superarlas y crear nuevas realidades que mejoren
nuestro entorno.
Los deberes éticos del arquitecto para con la sociedad son el claro ejemplo del buen
hacer de la arquitectura, aquella que permite transcender en el tiempo sin tener
repercusiones y que permite la evidencia la importancia de la historia en la
profesión. Le Corbusier creía que el objetivo de la arquitectura es generar belleza
(muy conocida también es su frase: la Arquitectura es el juego sabio, correcto y
magnífico de los volúmenes bajo la luz), y que esta debía repercutir en la forma de
vida de los ocupantes de los propios edificios. En cuanto al criterio de “máquina de
habitar”, Le Corbusier consideraba aquello que tenían diseños prácticos y
funcionales como modelo para una arquitectura cuya belleza se basara en la
practicidad y funcionalidad. La buena arquitectura es capaz de crear la integridad
de la sociedad en un buen ambiente teniendo en cuenta la ética profesional.

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