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Magazine Littéraire No 373.

Febrero 1999

Una leyenda tenaz dice que Cioran vivió al margen del mundo, sin
relación con él. Si rechazaba las entrevistas en Francia, concedió
sin embargo muchas, únicamente en el extranjero. Hace tres años,
Gallimard publicó más de trescientas páginas de entrevistas del
“gran ermitaño” con periodistas o escritores americanos, españoles
o alemanes. Entonces, no es que Cioran rechazara hablar de su
obra, sino que, por razones bastante contradictorias, reservaba esta
eventualidad a publicaciones extranjeras. Casi cada mes,
descubrimos así nuevas entrevistas.

Realizada en París en 1983, pero en alemán, por Hans-Jurgen


Heinrichs, la entrevista de la cual presentamos estos extractos por
temas, es sin duda una de aquellas en la que Cioran va más lejos en
el análisis de su obra y de sus posiciones de fondo. Uno encontrará
no solamente precisiones sobre su vínculo contradictorio con el
francés y sus orígenes, sino también declaraciones sin ambigüedad
sobre su rechazo a las etiquetas que han podido atribuirle. Contra
el nihilismo y el pesimismo, de los cuales denuncia el carácter de
“categorías escolares”, Cioran se afirma aquí antes que nada como
el pensador por excelencia del antidogmatismo. Al leer esta larga
entrevista la imagen que resulta del autor de los Silogismos de la
amargura no es la de ese trovador de la nulidad y del suicidio que
celebran a lo largo de clichés sus falsos admiradores y los
diccionarios, sino la de un hombre que solamente ha procurado
estar, tanto en su vida como en su obra, cada vez más cerca de sus
sensaciones primarias, evolucionar lo más cerca de sí. Es decir:
ante todo un escéptico, casi un pragmático, rechazando todas las
ideas a priori, como lo indica cuando evoca, en términos duros
pero justos, su rechazo final de una gran parte de la obra de
Nietzsche, en provecho de un pensamiento inmediato de la vida,
con sus contradicciones y, lógicamente, su placer de vivir: el
autorretrato verídico de un hombre cuya única preocupación, idea
fija, habrá sido intentar convertirse en un hombre libre. Nada más
que eso, sino todo eso.

París. “Cuando llegué a París, de inmediato comprendí que el


interés de esta ciudad, era la posibilidad que ella me ofrecía de vivir
al lado de gente propiamente ociosa. Yo mismo soy un ejemplo de
ocioso: nunca trabajé en mi vida, nunca tuve un oficio, salvo una
vez, durante un año en Rumania, cuando enseñé Filosofía en
Brasov. Fue insoportable. Y esa fue igualmente la razón por la cual
vine a París. En su propio país, uno debe hacer algo, pero no
necesariamente cuando uno vive en el extranjero. Yo he tenido la
dicha de vivir más de cuarenta años de mi vida en la ociosidad y –
¿cómo le digo? – sin Estado. Lo que hay de interesante en París es,
yo creo, que uno puede, que uno debe vivir como un extranjero
radical, de modo que uno no pertenece a una nación, sino
solamente a una ciudad. Yo me siento en cierta manera parisino,
pero no francés – sobre todo no francés.

(...) Hay dos libros que, para mí, representan, expresan a París. De
entrada ese libro de Rilke, Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge,
y luego el primer libro de Henry Miller, Trópico de Cáncer, que
muestra otro París diferente al de Rilke, inclusive contrario, el París
de los burdeles, de las prostitutas y de los proxenetas, el París del
fango. Y es también ese París que yo conocí: (...) el París de los
hombres solos y de las prostitutas.

A decir verdad, ya había vivido la misma cosa en Rumania: la vida


del burdel era muy intensa en los Balcanes. Y era también el caso
de París, al menos antes de la guerra (...). Cuando llegué aquí, había
tenido largas conversaciones con muchas de esas damas. Al
principio de la guerra, yo vivía en un hotel no muy lejos del bulevar
Saint-Michel y trabé amistad con una prostituta, una vieja dama de
cabellos blancos. Llegamos a ser muy buenos amigos; quiero decir:
ella era demasiado vieja para mí. Pero era una increíble comediante,
con un talento para la tragedia. Yo me la encontraba casi cada
noche hacia las dos o tres de la mañana, pues yo regresaba siempre
muy tarde a mi hotel. Eso fue al principio de la guerra, en 1940 – o
mejor dicho, fue antes de la guerra, ya que durante la guerra uno
no podía salir después de la medianoche. Nosotros paseábamos
juntos y ella me contaba su vida, toda su vida – y la forma en la
que ella hablaba de todo eso, las palabras que utilizaba: ¡yo estaba
fascinado!(...) Las experiencias que he tenido en mi vida con este
tipo de personas me han enseñado más que los encuentros con
intelectuales.”

La lengua francesa. “Mantengo una relación muy compleja con la


lengua francesa. Cuando comencé a escribir en francés, me dije que
esa no era una lengua para mí. Me sentía como en una camisa de
fuerza. Pero ahora, desde hace algunos años, desde que la lengua
francesa zozobra, me siento en cierto modo atado a la suerte de
esta lengua desfalleciente. Los franceses no son, yo diría,
indiferentes a la decadencia de su lengua, pero ellos la aceptan – yo
no. Mientras más boicoteado es el francés por el mundo, más me
siento cerca de él. La razón es quizá también que todo lo que se
pierde, se desmorona y se oculta, ejerce sobre mí un gran poder de
atracción. Este aislamiento del francés me fascina. El contacto con
el francés fue para mí, al principio, infinitamente duro. (...) En
Rumania, todo el mundo hablaba francés y otras lenguas, pero, en
cambio, yo venía de Transilvania donde uno no habla más que
alemán o húngaro. He tomado muy en serio este cambio de lengua
y todo lo que he escrito en francés, lo he reescrito varias veces, por
ejemplo, el Breviario de Podredumbre, lo retomé cuatro veces. Para
mí, era verdaderamente un reto la idea de que debía escribir como
un Francés, competir con los Franceses en el manejo de su propia
lengua – idea que puede ser un poco loca (...) De temperamento,
debería haber escrito más bien en español, en húngaro o en ruso.
Porque el rigor del francés es incompatible con mi temperamento.
Pero esto es precisamente lo que también me gusta de él...”

Las mujeres. “Tengo un punto en común con Sartre. Sartre dijo,


poco antes de su muerte, que él se había entendido siempre mucho
mejor con las mujeres que con los hombres. Este es también, mi
caso: yo prefiero las mujeres a los hombres. ¿Sabe usted por qué?
Porque la mujer es más desequilibrada que el hombre. Ella es un
ser infinitamente más mórbido y enfermo que el hombre. Ella
resiente más las cosas, que un hombre no puede siquiera, sentir.
He observado que las mujeres estaban en general más cerca de mi
manera de escribir que los hombres. Quedé muy impresionado
cuando leí que Sartre había dicho que él prefería la conversación de
las mujeres a la de los hombres.

Cuando me preguntaron un día, cómo había podido vivir sin


ejercer un “oficio”, respondí: “porque era un proxeneta”. Es una
ocurrencia, pero hay algo de verdadero detrás de esta afirmación.
Para mí “proxeneta” es un concepto muy universal. Quiero decir
que, cuando un escritor vive con una mujer que provee la vida de
todos dos, entonces, este escritor es un proxeneta. La mayoría de
los escritores respetables que conozco en París han vivido como
parásitos de sus mujeres. En este sentido, aunque nunca me he
casado, he sido también, un proxeneta...”

Rumania, el lazo con los orígenes. “Me he desligado de mis


orígenes. A pesar de ello, permanezco profundamente atraído por
los Bogomilos, esos Maniqueos de los Balcanes, y por su idea de
que el nacimiento es una catástrofe. Así que era casi fatal que
regresara de manera inconsciente a mis orígenes. La idea de que no
es Dios, sino Satán, un pequeño Satán, Satanael, quien ha creado el
mundo, es una idea que siempre me atrajo. Es la razón por la que
escribí un libro, El aciago demiurgo, que ha sido un poco inspirado
en la teoría bogomila. Encuentro notable el hecho de que haya
regresado, en París, después de tantos años, a mi patria
fundamental, a ese mundo espiritual del Danubio, a los Cárpatos.
La idea de una mística de lo prenatal pertenece a ese mundo: el
Oriente. Aunque yo quise liberarme de mis orígenes, mis esfuerzos
no tuvieron éxito realmente. Todas esas ideas, el Maniqueísmo y
también la Gnosis, o al menos una Gnosis un poco degenerada,
me vienen en parte de los Balcanes. Uno nunca se libera de su
origen, de su comienzo. Yo he escrito mucho contra mi país natal.
Por ejemplo: afirmé que ser rumano era irrisorio, pero debo
reconocer al mismo tiempo que soy muy fatalista en la vida. El
fatalismo es la religión natural en Rumania, todo el mundo es
fatalista en la vida cotidiana y al respecto de todo. Así pues: uno no
se libera jamás de uno mismo...”

Las contradicciones. “Siempre he vivido en contradicciones y


nunca he sufrido. Si hubiera sido un ser sistemático, hubiera
debido mentir para encontrar una solución. Ahora bien, no
solamente acepté ese carácter insoluble de las cosas, sino que yo
mismo encontré, debo decir, cierta voluptuosidad, la voluptuosidad
de lo insoluble. Nunca he buscado nivelar, reunir o, como dicen los
franceses, conciliar lo irreconciliable. Tomé siempre las
contradicciones como ellas venían, tanto en mi vida privada como
en la teórica. Nunca tuve metas, nunca pretendí encontrar ningún
resultado. Creo que no puede haber, tanto en general como para sí,
ni resultado ni meta. No es que todo sea sinsentido – la palabra me
molesta un poco -, sino que todo es innecesario. (...)

Normalmente, si hubiera sido enteramente consecuente conmigo


mismo, no habría podido hacer nada en absoluto. Haciendo a pesar
de todo algo, me contradije, he vivido en la contradicción. Pero,
toda vida, creo yo, está en el fondo condenada a la contradicción.

Deseo contar algo un poco idiota: cuando usted se encuentra en


un cementerio – es un hecho banal -, y usted ve que un amigo, con
quien ha reído hace dos o tres días, ha desaparecido sin rastro,
¿cómo puede uno aún después de aquello edificar un sistema? Para
mí, ¡es inconcebible!. Uno de mis conocidos, a quien quise mucho,
un judío polaco, hombre muy simpático e interesante, con quien
me reía mucho de todo – era además más nihilista que yo – el
hecho de estar ante su tumba, para mí era, ¿cómo decir...? Esto es
banal, todo el mundo ha experimentado esta sensación... Pero
cuando se traduce aquella experiencia en Filosofía - ¿cuál es la
conclusión? La conclusión es esta: el mismo nihilismo es un
dogma. Todo es ridículo, sin sustancia, pura ficción. He ahí por lo
que no soy un nihilista, porque la nada es aún un programa. En la
base, todo es sin importancia. Nada existe más que en la superficie,
todo es posible, todo es drama.
Claro que existe el amor – soy a menudo cuestionado: ¿Cuándo
todo ha sido adivinado, perforado con la mirada, cómo puede uno
aún enamorarse de quien sea? No obstante, eso llega(...). Es lo
mismo que hay de verdadero y de interesante en la vida. Deseo
terminar esta reflexión con un toque optimista: la vida es
realmente interesante y atractiva, porque, por debajo de todo, no
tiene sentido. Y, a este respecto, yo doy siempre este ejemplo: uno
puede dudar absolutamente de todo, afirmarse como un nihilista, y
sin embargo caer enamorado como el más grande de los idiotas.
Esta imposibilidad teórica de la pasión, que la vida real no cesa de
burlar, hace que la vida tenga cierto encanto, indiscutible,
irresistible. Uno sufre, uno se ríe de sus sufrimientos, uno hace lo
que quiere, pero esta contradicción fundamental es quizá
finalmente lo que hace que la vida valga aún la pena de ser
vivida...”

El cinismo. “Nunca he escrito como autor; créame, yo no busco la


gloria, no me tomo por un autor y no soporto esa parte de los
otros. Jamás he tenido ninguna prudencia y simplemente he dicho
lo que me pasaba por la mente. De cierta manera, he buscado
desenmascarar la existencia, y es por ello que me consideran como
un cínico. Pero si soy un cínico en mi expresión, no lo soy en
general para todo en la vida. A pesar de ello, reconozco el valor del
cinismo, como un punto de vista taxonómico. Siempre he dicho
que uno debe escribir lo que en el momento uno vive como una
verdad, inclusive lo que uno no debería decir, por muy doloroso,
frívolo o insolente que pueda ser. Cuando escribo algo o cuando
reflexiono, no impongo ningún límite a la expresión de
sentimiento de la verdad. Yo nunca, nunca pensé en las
consecuencias. Y ninguna persona se ha suicidado jamás a causa
mía. Al contrario, conozco mucha gente que dice: gracias a usted,
no cometí suicidio. Y quienes sufren de depresión, cuando me
leen, comprenden que pueden hundirse aún más en ella. Para
hablar como Kierkegaard, la depresión es una etapa sobre el
camino de la vida. No tengo pues la impresión de que haya hecho
una carrera “negativa”. Además, todo es en definitiva igual, ¿no es
cierto?...”

El pesimismo. “Han dicho de mí que soy un pesimista – esto ¡no


es cierto! Esas categorías escolares son grotescas. Yo sé
exactamente lo que es el pesimismo. Pero, como usted acaba de
decir: hay una diferencia fundamental entre el pesimismo como
sistema y la experiencia cotidiana del pesimismo, que nace
simplemente de la experiencia cotidiana de ser un ser vivo. Uno no
puede ser pesimista en la vida, en cuanto uno vive: eso no tiene
ningún sentido. Uno es como los otros y hablo aquí de las cosas
vividas. Yo intento hacer la apología del escepticismo y también la
del pesimismo, pero – eso no es importante. Lo que es importante,
es lo que uno vive, lo que uno experimenta, y como uno lo siente.”

Nietzsche. “Nietzsche ejerció una influencia muy grande sobre mí


en la juventud. Pero, hoy, me siento muy lejos de él. ¿Por qué?
Porque él construyó su teoría. Nietzsche tiene un ideal, una idea de
los hombres, de su valor, en función de lo cual escribió, dio forma,
elaboró toda su obra. Así, la impresión que me ha venido
progresivamente es que todo aquello era un poco falso. Como
profeta o analista – es lo mismo, porque cuando se quiere analista,
sigue siendo un profeta – Nietzsche quiere “aportar” algo de
absoluto, crear algo, jugar un papel en la cultura, etc. Es lo que
hace que yo no pueda hoy leer sus cartas, pues, en sus cartas
aparece como lo contrario de lo que es en sus escritos. En sus
cartas, uno ve a Nietzsche tal como era verdaderamente: un pobre
tipo. Y todos esos héroes, esos héroes del pensamiento, que
jugaban un papel en sus libros, esta gran ilusión me parece
entonces falsa. Aunque él sea, sin ninguna duda, genial, Nietzsche
no es, de cierta manera, verídico. Para mí el verdadero Nietzsche se
encuentra en sus cartas, es en ellas donde es verdaderamente él
mismo. Por ello me he apartado de una gran parte de su obra.
Nietzsche está dotado él mismo de una Weltanschauung, de una
concepción del mundo. Él no se liberó de sus ideas y proyectos,
permaneció dependiente, esclavo de sus ideas. Para mí, él no llegó
a ser un hombre libre, por lo menos en sus libros.(...) Puede que yo
exagere un poco; pero tengo la impresión de que hay verdad en lo
que expreso. Nietzsche fue el héroe de mi juventud; pero no lo es
ahora: aunque genialmente mordaz y cínico, lo encuentro en lo
sucesivo demasiado juvenil para mí, demasiado cándido...”

Los alemanes. “Nietzsche no expresó su experiencia de la vida,


nunca tuvo más que una idea en mente: superar, superar, superar –
que en el fondo es muy alemán. Quizá este sea precisamente el
error fundamental de los alemanes y también del pensamiento
alemán: hay que superar, hay que construir, hay que edificar. De allí
que la historia alemana es un naufragio sin igual, una catástrofe,
pues los alemanes han querido construir su historia. A los
Alemanes les hace falta sabiduría; tienen algo de genio, pero
ninguna sabiduría. No viven ni la historia ni la vida misma: quieren
siempre aún construir, erigir. Y, en la Filosofía, eso no se puede
hacer más que por el intermedio de un sistema. Que todo debe ser
homogéneo es, yo diría, un pecado idiota, una tara. Los alemanes
son demasiado sistemáticos, han experimentado y construido una
historia sistemática y han pagado las consecuencias de eso. Los
alemanes siempre han estado fuera de la vida. (...) Hay algo de
irreal en todo el destino alemán. Son también, por consecuencia,
un pueblo trágico, porque los alemanes han llegado a ser muy
serios y nunca han logrado reírse de sí mismos: no hay ironía
alemana. Los alemanes han escrito sobre la ironía, pero nunca la
han experimentado o practicado en ellos mismos – no hacen más
que hablar y pensar de manera abstracta en ella. Esto es el origen
del naufragio alemán. Porque, al fin de cuentas, cuando uno piensa
que la nación alemana era la más genial de Europa, o en todo caso
la más dotada, es un gran fracaso que una nación de este orden
pudiera caer tan bajo, un fracaso casi sin igual; y eso, no solamente
durante la Segunda Guerra Mundial, sino también durante la
Primera. La historia, el espíritu alemanes han ido de cierta manera
más allá, porque ambos han sido pensados de manera demasiado
sistemática, sin sabiduría...”

La ventaja de la inseguridad. “Distribuyendo toda su fortuna,


Wittgenstein se salvó espiritualmente. Usted sabe, yo me
encontraba mucho mejor desde un punto de vista espiritual, vivía
de manera más intensa, cuando tenía solamente una pequeña
maleta y no vestía todo el año más que dos trajes, aún uno solo.
Ahora – no soy rico, pago pequeños impuestos, gasto muy poco,
pero vivo bastante bien, puedo comer lo que quiera, puedo viajar,
etc. – en resumen, mi vida ha llegado a ser de cierta forma más
segura. Ello ha proyectado grandes sombras sobre mí – sombras
espirituales. Antes, vivía un París del día a día. Pero yo era más
fresco espiritualmente, más joven también, sin duda alguna: era
otro hombre. No sabía nunca de qué estaba hecho el mañana. Yo
viví veinticinco años en hoteles y fui siempre como un animal,
como una bestia salvaje (...). La seguridad representa un peligro
increíble sobre el plano espiritual, así como una salud perfecta es
una catástrofe para el espíritu. (...) También, un intelectual, o
diremos, un escritor, debe conservar el sentimiento de no tener
suelo sobre el cual apoyarse. Si, al contrario, comienza a instalarse,
a - ¿cómo le diría? – Establecerse, está perdido. Entonces, uno
hace una obra, o uno se convierte – yo no lo soy – en gran
escritor: en “alguien”. Pero todo aquello es deplorable. (...) La
inseguridad es una necesidad absoluta: un escritor, cuya vida se
convierte en algo seguro, es un escritor perdido.”

España. “He experimentado, debo decir, un profundo amor por


España, el único país literalmente poseído por la obsesión de la
decadencia. Y es, muy temprano, después de la Conquista, después
de la gran época, al final de las conquistas. Después de aquello,
vinieron dos, tres siglos dominados por la idea de la decadencia,
que es devenido el concepto central de la historiografía española.
Esta es la razón por la cual tengo una gran afición por España, el
por qué España ejerce sobre mí tal fuerza de atracción. Antes de la
guerra, yo quería irme con el fin de asistir a los cursos de Ortega y
Gasset, y, quizá establecerme. Había hecho una demanda para
obtener una beca española y esperaba una respuesta. Luego la
guerra civil estalló y mi vida tomo otro curso. Quizá, sin la guerra,
me habría convertido en un español y habría vivido el resto de mi
vida en España. Lo que me llama mucho la atención es que un
pueblo tan extraordinario como los Españoles sientan a este punto
la conciencia de su decadencia. (...) Los pueblos que no han dejado
escapar su destino siempre me han atraído prodigiosamente. Es el
caso, también de los alemanes. Los alemanes no han tenido la
historia que habrían podido merecer. Con un Bach, un Hegel, un
Kant o aún un Holderlin, Alemania debió haber tenido otra
historia. Pero ella ha errado su historia. Alemania no ha
conseguido convertirse en lo que debía ser. Esta dimensión
patética de la historia me gusta. Inglaterra jamás me interesó como
destino – no tiene ningún destino, tal como, en el fondo, Francia.
Pero Alemania ha sido su destino: como un genio que nunca se
realizó...”

Heidegger. “Heidegger creyó demasiado en las palabras. (...) Las


dificultades, él no las resolvió sino simplemente las superó con la
ayuda de la creación de palabras. Yo considero eso como altamente
deshonesto. Yo no discuto que Heidegger haya sido un genio, pero
lo considero también como un estafador. En lugar de resolver las
preguntas, él se contentó escribiendo, creando palabras,
desplazando los problemas, respondiendo - ¿cómo le diría? – con
una producción de vocabulario. (...) Para mí, Heidegger fue
realmente demasiado ingenuo, aunque al mismo tiempo astuto
como un campesino. (...) Fue un hombre, me atrevería a decir,
inconscientemente villano...”

Los aforismos y la novela. “Todo lo que he escrito es un resultado


– los aforismos no los escribo primero como aforismos:... escribo
una página... luego tiro todo y comienzo de nuevo. Para escribir
una novela, hay que elegir los detalles. Yo, en cambio, no me
intereso por los detalles, voy de inmediato a la conclusión. Si
escribiera una pieza de teatro, la comenzaría por el quinto acto,
porque desde el comienzo de cualquier cosa, entreveo ya el final.
Con tal concepción de las cosas, uno no puede ni escribir un libro,
ni practicar las bellas letras, ni, en general, ningún género literario.
Es por lo cual no soy un escritor, yo soy un... no sé... un hombre
de fragmento...”

Entrevista: HANS-JURGEN HEINRICHS


Presentación: FABRICE ZIMMER
Traducción: JUAN CARLOS ENSUNCHO B.
Corrección: CAMILLE CROS

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