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LA FUNDACIÓN DE CORRIENTES

Y LA CRUZ DE LOS MILAGROS

Editado por el BANCO DE LA PROVINCIA DE CORRIENTES


1973
Abogado, profesor, periodista, conferenciante, magistrado, legislador, académico,
fundador de institutos secundarios, director de colegios y museos, el doctor
Hernán F. Gómez, nacido en Corrientes, el 26 de diciembre de 1888, es autor de
más de medio centenar de obras, entre libros y folletos.
Casi toda su producción versa sobre el pasado correntino, desde la fundación
de la Ciudad de Vera, formalizada en 1588 por el adelantado Juan de Torres de
Vera y Aragón, hasta la época en que vivió.
Escribió obras magistrales, referidas a su historia militar, como Berón de
Astrada, La victoria de Caá Guazú, Ñaembé, Corrientes en la guerra del Brasil,
Vida de un valiente, Toledo el Bravo... Otras, sobre la vida civil y cultural, tales
La educación común entre los argentinos, Contribución de Corrientes a la for­
mación de la nacionalidad argentina, Orígenes de la sociabilidad correntina,
Fray José de la Quintana... Por último, las relacionadas con las instituciones y
municipios provinciales, entre las cuales merecen mención especial Bases del
derecho público correntino, Historia de las instituciones de la provincia de
Corrientes, Vida pública del doctor Juan Pujol, Los últimos sesenta años de
democracia y gobierno en la provincia de Corrientes...
Con el patrocinio de la Academia Nacional de la Historia descifró, ordenó,
analizó, puso índice, prologó y publicó, en cuatro tomos, las Actas capitulares
de Corrientes, desde 1588 hasta 1666.
Pocos hechos históricos han concitado tanto a los historiadores, como el
relacionado con los episodios de la Cruz en la fundación de Corrientes. Se han
escrito muchísimas páginas apasionadas, en pro y en contra. El doctor Hernán
F. Gómez sintió la atracción del tema. Los sólidos conocimientos adquiridos
en los archivos y su madurez histórica, lo indujeron a escribir La fundación
de Corrientes y la Cruz de los Milagros. Es su último trabajo, que terminó
pocos días antes del deceso, acaecido el 19 de abril de 1945, y ha permanecido
inédito hasta el presente.
Revé en él las opiniones vertidas en la polémica de 1888, las compulsa, las
confronta, las analiza a la luz de nuevos documentos, y extrae sus propias
conclusiones, que expone con la sinceridad, la altura, la valentía y la indepen­
dencia que puso en todos sus escritos.
"Los poderes públicos y el pueblo correntinos, como recuerdo de su amor
a la verdad, han perpetuado la escena inolvidable de la Cruz incombus­5
tible, en cuyo cuartel inferior se ostenta en campo de plata, gallarda y
luminosa.” (Cf. M. V. Figuerero, Lecciones de historiografía de Corrientes,
pág. 161. Ed. G. Kraft Ltda., Buenos Aires, 1929.)
La Cruz de urundey, tal como se conserva en la actualidad
en la iglesia de la Cruz del Milagro (Corrientes).
HERNÁN FÉLIX GOMEZ

La
Fundación de Corrientes
y la
Cruz de los Milagros

Prólogo de
CÉSAR P. ZONI

CORRIENTES
1973
ES PROPIEDAD

Copyright 1973,
by Banco de la Provincia
de Corrientes.

Hecho el depósito que previenen


la ley 11.723 y el decreto 12.063/57.

Printed and published in Argentina


A N T E C E D E N T E S
PODER EJECUTIVO
CORRIENTES

Decreto N? 2.824

Corrientes, 7 Set. 1972.


VISTO: Que la provincia de Corrientes cuenta en su acervo
bibliográfico con obras de índole histórica de significativa im­
portancia por el contenido documental, versación y seriedad
científica de sus autores, y
CONSIDERANDO: Que la totalidad de esas obras, excep­
ción hecha de la Crónica histórica, del doctor Manuel F. Mantilla,
recientemente reeditada por el Banco de la Provincia de Corrien­
tes, no ha sido publicada, y las que lo fueron, se hallan agotadas
desde hace muchos años;
Que es misión indelegable de los poderes públicos crear
las condiciones instrumentales para facilitar al pueblo el acceso
a la cultura y en modo especial a su cultura histórica, fuente per­
manente de su riqueza moral;
Que la publicación de las mismas es determinante significa­
tivo para el desarrollo espiritual de la Provincia, porque acrecen­
tará luz sobre su pasado honroso, poco conocido y estudiado;
Que en la ciudad de Buenos Aires reside la mayoría de los
herederos de los autores y en algunos casos se encuentran las
fuentes documentales de las obras mencionadas precedentemente;
Por ello,
El Gobernador de la Provincia,

DECRETA
Art. 1° — Encomiéndase al Director de la Casa de Corrientes
en Buenos Aires, la realización de las gestiones necesarias con la
finalidad de obtener las autorizaciones pertinentes, así como los
textos de las obras de los autores correntinos sobre la historia
de la Provincia, cuya edición o reedición considere conveniente
someter a resolución del Poder Ejecutivo, a cuyo efecto, en cada
caso, acompañará un informe circunstanciado sobre la relevancia
de la obra.
Art. 2° — El presente decreto será refrendado por los Seño­
res Ministros de Gobierno y Justicia y de Bienestar Social.
Art. 3° — Comuniqúese, publíquese, dése al R. O. y archívese.

ADOLFO NAVAJAS ARTAZA


Gobernador

Jorge I. García Reinaldo Heriberto Bruquetas


Ministro de Gobierno y Justicia Ministro de Bienestar Social
GOBIERNO DE LA PROVINCIA DE CORRIENTES
REPRESENTACIÓN OFICIAL EN LA CAPITAL FEDERAL

Buenos Aires, 9 de octubre de 1972.


Señor Gobernador:
En cumplimiento de la misión encomendada por decreto Nº 2824,
del 7.IX.72, elevo los originales de la obra postuma del Dr. Hernán F.
Gómez: La fundación de Corrientes y la Cruz de los Milagros, donados a
la Provincia por su depositario, el Pbro. Dr. César P. Zoni, y por los
herederos del extinto, a los fines de su publicación. Se acompaña acta
de la donación.
La autenticidad de dichos originales está probada en los anexos
que acompaño: Fotocopia de carta del Dr. Hernán F. Gómez al sus­
cripto del 9.II.1945, y de artículos periodísticos: El Liberal, 18.IV.45, y
La Mañana, 19.IV.55, en los cuales se hace referencia a esta obra.
Omito el informe circunstanciado sobre la relevancia de la obra,
que prescribe el art. 1º del mencionado decreto, por cuanto la misma
surge de la obra en sí y está suficientemente destacada en el prólogo
del Dr. Zoni, quien con versación analiza la personalidad y la vasta
labor historiográfica del Dr. Gómez.
Saludo a V. E. con alta consideración.

MIGUEL ANGEL GÓMEZ


Director de la Casa de
Corrientes en Buenos Aires

A S. E. el Gobernador de Corrientes
D. Adolfo Navajas Artaza
S. D.
PODER EJECUTIVO
CORRIENTES
Decreto N° 3809
Corrientes, 20 de noviembre de 1972.
VISTO: El decreto Nº 2824/972, por el cual se encomienda
al Director de la Casa de Corrientes la realización de las ges­
tiones necesarias a efecto de obtener las autorizaciones perti­
nentes, así como los textos de obras de autores correntinos sobre
la historia de la Provincia, que se considere conveniente editar
o reimprimir por cuenta del Gobierno de la Provincia, y
CONSIDERANDO: Que el Director de la Casa de Corrientes,
por Expte. Nº 0001373/972, eleva el original de la obra postuma
del Dr. Hernán Félix Gómez, titulada La fundación de Corrientes
y la Cruz de los Milagros, con la documentación correspon­
diente que acredita la donación de la misma al Superior Go­
bierno para su publicación;
Que la personalidad y la fecunda obra del Dr. Hernán F.
Gómez pertenecen al patrimonio común de la historia de la
cultura de Corrientes;
Que el origen de la fundación de la ciudad de Corrientes,
como las circunstancias políticas, económicas, sociales, geográ­
ficas y religiosas que la enmarcaron, han sido y son en la actua­
lidad motivo permanente de controversias históricas;
Que la obra La fundación de Corrientes y la Cruz de los Mi­
lagros constituye un aporte de inestimable valor desde el punto
de vista del análisis histórico, como por su significación docu­
mental y metodológica sobre un tema que fue origen de apa­
sionadas controversias;
Que el Dr. Hernán F. Gómez aporta en esta obra una visión
global y coherente del proceso que tiene por protagonista a la
fundación de Corrientes;
El Gobernador de la Provincia,
DECRETA
Art. 1º — Encomiéndase a la Subsecretaría de Educación y
Cultura del Ministerio de Bienestar Social la impresión de mil
ejemplares de la obra La fundación de Corrientes y la Cruz de los
Milagros, con destino a los establecimientos educacionales, bi­
bliotecas públicas e instituciones culturales de la Provincia y de
fuera de ella.
Art. 2° — Destínense cien (100) ejemplares de la obra del
Dr. Hernán F. Gómez cuya publicación oficial se dispone por el
art. precedente, al donante, su depositario, el Señor Presbítero
Dr. César P. Zoni, como testimonio de reconocimiento por el va­
lioso aporte que ha efectuado a la bibliografía histórica de Co­
rrientes, y solicítese al mismo, por conducto de la Dirección de la
Casa de Corrientes en Buenos Aires, supervisar la corrección de
las pruebas de imprenta.
Art. 3º — El presente decreto será refrendado por los Señores
Ministros de Gobierno y Justicia y de Bienestar Social.
Art. 4º — Comuníquese, publíquese, dése al R. O. y archívese.
ADOLFO NAVAJAS ARTAZA
Gobernador

Jorge I. García Reinaldo Heriberto Bruquetas


Ministro de Gobierno y Justicia Ministro Bienestar Social
BANCO DE LA PROVINCIA DE CORRIENTES

Corrientes, 1 de diciembre de 1972.


A la señora
Subsecretaría de Educación y Cultura de la Provincia
Dra. Elizabeth S. de Semper
Su Despacho
Tengo el agrado de dirigirme a usted en respuesta a su atenta nota
Nº 1098/72, relacionada con la solicitud de financiamiento para la impre­
sión de la obra del historiador correntino doctor Hernán F. Gómez, La
fundación de Corrientes y la Cruz de los Milagros.
Sobre el particular, cúmpleme llevar a su conocimiento que el H.
Directorio de la Institución, en sesión del 30.11.1972, ha dictado la Resolu­
ción Nº 419, que expresa:
Conforme al requerimiento efectuado por nota Nº 1098/72 por la
Subsecretaría de Educación y Cultura de la Provincia, en cum­
plimiento de lo dispuesto por el Poder Ejecutivo en el decreto
Nº 3809/72, disponer que el Banco de la Provincia de Corrientes
tome a su cargo la impresión de la obra La fundación de Co­
rrientes y la Cruz de los Milagros, de la que es autor el histo­
riador correntino doctor Hernán F. Gómez, y cuyo original y
documentación fuera donada al Superior Gobierno de la Pro­
vincia por su depositario, el señor presbítero Dr. César P. Zoni.
Dejar establecido que en el financiamiento que se dispone,
el Banco adoptará sistema similar al utilizado en la reimpre­
sión de Crónica histórica de la provincia de Corrientes; es decir
que oportunamente la Institución fijará los precios de venta al
público, al costo, de los ejemplares, con la finalidad de recu­
perar recursos que faciliten la sucesiva impresión de otras
obras de trascendencia.
Comunicar la presente resolución a la Subsecretaría de Edu­
cación y Cultura de la Provincia, con copia al Poder Ejecutivo.

Sin otro motivo, aprovecho la oportunidad para saludar a la Señora


Subsecretaría con especial consideración.

p. Banco de la Provincia de Corrientes:

JOSÉ CARLOS ARCAUZ L. BENITO BELCASTRO


Secretario H. Directorio - Presidente
I PRENOCIONES

Después de veintiocho años del fallecimiento del autor, ve la luz esta


obra póstuma del doctor Hernán F. Gómez, titulada La fundación de
Corrientes y la Cruz de los Milagros.
Versa sobre uno de los temas más controvertidos de la historia de
Corrientes. Se han escrito miles de páginas, de tenor diverso, encami­
nadas a negar o confirmar el hecho.
El debate, en el que tomaron parte los más distinguidos escritores
de todos los tiempos, gira, en síntesis, sobre seis puntos fundamentales:
Primero: Unos afirman que antes del 3 de abril de 1588, fecha de
la fundación, consignada en el acta, no existía ni lugar explorado, ni
ciudad delineada, ni pobladores españoles afincados en el lugar. Otros
sostienen que al acto formal de la fundación precedió la venida de ex­
ploradores de un lugar adecuado, y de gente europea que dio lugar al
poblamiento inicial.
Segundo: Para los primeros, no hubo ningún hecho extraordinario
que permita tener por verdadera la leyenda del Milagro de la Cruz, tra­
dición infundada, cuya única explicación es el mito, originado en el am­
biente bravio, inhóspito, y en la credulidad e ignorancia de los colo­
nizadores. Lo prueba la ausencia de toda referencia del episodio, tanto
en el acta de fundación, como en las sucesivas actas capitulares. Algunos
admiten los ataques, rechazos, y el sometimiento de los indígenas; pero
posteriores a la fundación, y vencidos por el hombre, por las fuerzas
naturales, sin intervención divina. Para los segundos, el episodio mila­
groso ocurrió antes del día de la fundación, cuando Alonso de Vera y
Aragón desembarcó y comenzó a poblar el lugar elegido y previamente
explorado. No se consigna ni en el acta de fundación, ni en las actas ca­
pitulares posteriores e inmediatas, por la sencilla razón de que en esos
documentos sólo debían asentarse los hechos que se realizaban en el
acto, no los que acontecieron con anterioridad. Conservó el recuerdo la
tradición popular, unánime, ininterrumpida.
Tercero: Los sostenedores de que únicamente es histórico lo que
está asentado en el acta, no sólo descartan y niegan el poblamiento an­
terior, y rechazan la intervención sobrenatural en el sometimiento de los
indios, sino también los aditamentos, prefijos y sufijos, al único nombre
de Ciudad de Vera, dado a la población para perpetuar el apellido del
fundador y de su casa. Los que disienten de esas opiniones, sostienen lo
contrario, o sea que la ciudad fundada tuvo, desde el principio, las tres
denominaciones que la tradición recogió, conservó e impuso en el uso
oficial del Cabildo, y que Vera no responde al apellido materno del fun­
dador, sino al nombre geográfico de la región, anterior y documentado.
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Cuarto: Para los aferrados al contenido literal del acta de fun­
dación, antes de la misma no hubo otro desembarco, ni fuerte, ni em­
palizada, ni refugios levantados para defenderse de los aborígenes,
ajenos, hasta ese momento, a la aparición de los conquistadores en el
mismo lugar en que se levanta hoy la ciudad. Para los que afirman que
antes del acto formal de la fundación precedieron las dos etapas previas,
reglamentarias, de exploración y poblamiento, sostienen que el desem­
barco se realizó en el Arazatí, que allí se inició el poblamiento y se levan­
taron los medios de defensa, para prevenir y contener la reacción na­
tural de los dueños de la tierra.
Quinto: Para los adversarios ideológicos de la intervención divina
en el origen, conservación y conducción del mundo orgánico, material, el
milagro es un absurdo, porque supone la derogación, la anulación, el
quebrantamiento del orden natural, de las leyes naturales que regulan
el universo. De ahí que rechacen, de plano, el Milagro de la Cruz. Para
los que no están en esa corriente filosófica, el milagro no es la deroga­
ción, la anulación, el quebrantamiento de la ley natural, sino sólo la
suspensión momentánea, circunstancial, de la misma, con un fin noble,
predeterminado por la Providencia divina que gobierna el mundo. De
ahí la posibilidad y factibilidad del Milagro de la Cruz.
Sexto : Los que no admiten ni exploración ni poblamiento previos
a la fundación, afirman que la cruz que se conserva en Corrientes es la
que hizo colocar el Adelantado en el lugar señalado para plaza, o esquivan
la respuesta. Los que sostienen el advenimiento previo de Alonso de
Vera y Aragón, afirman que es la cruz que plantó junto al primer fuerte,
por él construido.

II — OPINIÓN DE LOS DISTINTOS HISTORIADORES


SOBRE LOS PUNTOS ANTERIORES

PRIMERO: ¿Al acto formal de la fundación precedió la reglamentaria


exploración, ubicación, delineamiento y poblamiento del lugar?

Manuel F. Mantilla: El Adelantado fue el primero que reconoció


prolijamente el lugar en el que desembarcó, no encontrando resistencia
(Crónica histórica de Corrientes, tomo I, págs. 12, 312 y 314, ed. 1928).
Niega la venida previa de Alonso de Vera y Aragón (Id., I, 340).
Manuel V. Figuerero: Afirma que antes de la fundación, el Adelan­
tado mandó a Alonso de Vera y Aragón; pero no dice si llegó (Lecciones
de historiografía de Corrientes, pág. 463). En la página 478 parece des­
decirse, pues asegura que el Adelantado fue el primero en arribar.
Ramón Contreras: Alonso de Vera y Aragón vino antes, y desem­
barcó en Arazatí (Recuerdos históricos sobre la fundación de Corrientes,
caps. IV y V).
Esteban Bajac: Alonso de Vera y Aragón exploró el lugar antes,
y proveyó a su defensa (La Santísima Cruz de los Milagros, Centenario
de la Columna Conmemorativa, 1828 - 4 de mayo - 1928, Corrientes).
Angel Navea: Estima que Alonso de Vera y Aragón vino antes, a
explorar y poblar (La Cruz de los Milagros de Corrientes, cap. II).
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Hernán F. Gómez: Alonso de Vera y Aragón exploró, delineó y
pobló el paraje antes del 3 de abril de 1588, por expreso mandato del
Adelantado, que sólo formalizó la fundación (La fundación de Corrientes
y la Cruz de los Milagros, caps. VI, VII, etcétera).

SEGUNDO: ¿Cuándo acaeció el episodio de la Cruz: antes o después del


3 de abril de 1588?
M. F. Mantilla: Examina los relatos de Guevara, Lozano, Quesada y
otros, y concluye que si existió, fue después del día de la fundación formal
(Crónica..., cit., I, 326, 328 y 333).
M. V. Figuerero: Afirma que el hecho ocurrió después del 3 de abril
de 1588 (Lecciones..., cit., pág. 480).
E. Bajac: Opina que fue después de la fundación (La Santísima...,
cit., caps. III, V y VI).
Á. Navea: Admite que fue después (La Cruz—, cit., caps. IV y VI).
H. F. Gómez: Para él, el primero y principal episodio aconteció
antes del 3 de abril. Sucedió cuando Alonso de Vera y Aragón inició el
planeamiento, levantó la primera defensa y plantó la cruz de urundeí. Se
repitieron, posteriormente, los ataques de los aborígenes, con los mismos
efectos. Por eso, al principio se la llamó Cruz del Milagro, y más tarde,
La Cruz de los Milagros (pássim, en esta obra).

TERCERO: ¿Cómo se llamó la ciudad, y por qué?


M. F. Mantilla: Se llamó como lo dice el Acta: Ciudad de Vera
(Crónica..., cit., I, 15, N" 7). La ciudad se llamó así, por el apellido ma­
terno del fundador (Id., I, 315, III). Lo demás fue agregado sin fun­
damento.
M. V. Figuerero: Se le dio el nombre de Ciudad de Vera, por el
apellido del fundador (Lecciones..., cit., págs. 127, 173 y 273).
Ramón Contreras: Vera tuvo por fin honrar al fundador (Recuer­
dos..., cit., cap. V, 4?). Los otros fueron agregados.
E. Bajac: Para dejar Vera “su nombre ligado a una ciudad” (La
Santísima..., cit., cap. III). Opina que el agregado San Juan fue en honor
del Patrono del Adelantado. Ya figura en actas, en 1598 (Id., ibídem).
Á. Navea: No emite opinión determinada.
H. F. Gómez: La ciudad se llamó Vera, no por el fundador, sino
por el nombre de la Provincia de Vera, como la denominó Alvar Núñez
Cabeza de Vaca (La fundación..., cit., cap. III). Tampoco San Juan
responde al Patrono del fundador; se debe al día del desembarco de
Alonso de Vera y Aragón (Id., ibídem).

CUARTO: ¿En qué lugar se trazó la ciudad, dónde fue el primer desem­
barco, y cuándo y dónde se levantó la primera defensa?
M. F. Mantilla: La ciudad se trazó donde está hoy (Crónica...,
cit., págs. 15, 17, 315 y 353). El primer desembarco, único, del Adelantado,
no fue en Arazatí; se efectuó en otro sitio, y el primer fuerte lo mandó
hacer el Adelantado, como consta en el Acta (id., págs. 18, 340 y siguientes).
M. V. Figuerero: El desembarco se efectuó en Arazatí, o Pucará, y
allí se delineó la ciudad (Lecciones..., cit., pág. 481). También el fuerte
defensivo (Id., ibídem).
E, Bajac: La ciudad estuvo siempre donde está, sin traslado (La
Santísima..., cit.).
19
Á. Navea: Adhiere a la opinión de Figuerero.
R. Contreras: La ciudad se planteó en Arazatí (Recuerdos..., cit.,
cap. V). Opina que fue trasladada al actual lugar (Id., ibídem). El
primer desembarco se realizó en Arazatí, y allí se levantó el primer
fuerte, que resulta la primera construcción (Id., caps. IV a VI).
H. F. Gómez: El primer desembarco, el trazado y poblamiento de
la ciudad, hechos por Alonso de Vera y Aragón, tienen por asiento el
Arazatí. Allá se levantó la primera defensa. La ciudad primitiva no fue
trasladada; fue ampliada, extendida, integrada en la actual (La funda­
ción..., cit., cap. II).

QUINTO: ¿Hubo hecho extraordinario, o sea milagro, obrado por medio


de la Cruz levantada frente al fuerte?

M. F. Mantilla: Lo niega terminantemente. Parte de este principio:


"... la historia no admite ni puede admitir milagros, porque jamás los
hubo en el mundo” (Crónica..., cit., pág. 325). La leyenda se debe a que
conquistadores y colonizadores eran ignorantes y crédulos (Id., ibídem).
Los españoles explotaron la inocencia y credulidad de los supersticiosos
guaraníes (Id., pág. 337). Los tres trabajos de la polémica están enca­
minados a demostrar que no hubo tal milagro.
M. V. Figuerero: Admite el episodio de la tradición. No acepta el
milagro. Intenta explicar el hecho por las normas de la filosofía positi­
vista (Lecciones..., cit., pág. 481).
R. Contreras, E. Bajac y A. Navea: Admiten la intervención divina,
extraordinaria, conforme con el dogma católico.
H. F. Gómez: La obra entera está dedicada a comprobar el hecho
milagroso.

SEXTO: ¿Cuál es la Cruz que se venera en Corrientes? ¿La que levantó


Alonso de Vera y Aragón en el primer reducto, o la que clavaron en el
lugar destinado para plaza, el 3 de abril de 1588?

M. F. Mantilla: De acuerdo con su tesis de que la primera Cruz la


puso Juan de Vera y Aragón, no decide. Esquiva la respuesta (Crónica...,
pág. 336).
M. V. Figuerero: Al afirmar que Alonso de Vera y Aragón desem­
barcó y pobló en Arazatí, admite que el episodio de la Cruz aconteció
entonces, y, por consiguiente, ésa es la Cruz que se venera en Corrientes
(Lecciones..., cit., pág. 481).
R. Contreras: La Cruz levantada por Alonso de Vera y Aragón
en el primer fuerte, es la que se conserva en Corrientes (Recuerdos...,
cit., caps. IV y V).
E, Bajac: Es la que levantó Alonso de Vera y Aragón en Arazatí (La
Santísima..., cit., cap. V).
A. Navea: La que erigió Alonso, fuera del fuerte por él construido
(La Cruz—, cit., cap. V).
H. F. Gómez: La que levantó Alonso de Vera y Aragón en el primer
poblamiento de Arazatí (La fundación..., cit., cap. XIII).

20
III — ACOTACIONES AL TERCER PUNTO DEBATIDO

Como se anota anteriormente, los historiadores que trataron el tema de


la fundación, coincidieron unánimemente en atribuir el nombre de la
nueva ciudad al patronímico del fundador. Esa acepción es la recono­
cida por cuantos escribieron, y siguen escribiendo sobre el tema, así
como por el vulgo, que la repite sin hesitación.
Se ignoraba, al parecer, o no se advirtió la denominación que, mu­
chos años antes, Alvar Núñez Cabeza de Vaca diera a las tierras que
venía a gobernar. Era lógico, entonces, pensar que Juan Torres de Vera
y Aragón hubiese dado a la ciudad uno de los apellidos familiares. Tanto
más, cuanto que, desde el principio, a Vera se le antepone San Juan,
onomástico del fundador. Conocido, interpretado y aplicado por Hernán
F. Gómez el documento fechado el 28 de noviembre de 1541, conforme
consta en el Capítulo III, titulado "La provincia de Vera”, ya no se puede
dudar que Vera nada tiene que ver con los Veras, fundadores de la
ciudad de las Siete Corrientes.
Para confirmación de las acertadas razones aducidas por Gómez
para probar que, de acuerdo con la honrosa tradición de los conquista­
dores españoles, el Adelantado no pudo haber puesto a la nueva ciudad
su propio nombre, viene al caso recordar lo que sucedió cuando se fundó
Curuzú Cuatiá, en la misma región. El juez comisionado, José Zambrana,
se dirigió al virrey marqués de Avilés, el 8 de marzo de 1799; le dio
cuenta de la terminación de una capilla, y solicitó autorización para
organizar un pueblo en el mismo lugar. El Virrey concede lo solicitado,
el 18 de abril de 1799, dándole las instrucciones pertinentes. El 21 de
junio del mismo año, el juez le comunica al Marqués haber estable­
cido la población y cumplido lo ordenado. En agradecimiento por el
permiso otorgado, le dice:
Dicha población, Exmo. Señor, la he denominado Pueblo de Abilés y
Nra. Sra. del Pilar, y suplico a V. E. me lo permita sin que su gran
moderación me retraiga de su agrado pues no aliando otro medio
con que manifestar el justo reconocimiento en que devemos vivir a
V. E. quiero que eternizándose el Título de V. E. en este pueblo se
perpetúe en los corazones de este vecindario.

El Virrey le contesta de esta manera terminante:


Por oficio de Vmd. de 21 de Junio último quedo impuesto de las dili­
gencias, practicadas para la traza de esa nueva Población del Partido
de Nra. Sra. del Pilar. Y hallando propio que se conserve en él este
nombre de la Virgen sin el de mi Título ni otro alguno que no pueda
equiparar la dignidad de aquél, se lo prevengo así para que cuide de
su puntual observancia.
Buenos Aires, 17 de Agosto de 1779.
El Marqués de Aviles.

Al Comisionado Don Francisco Zambrana.1

Esa conducta hidalga está demostrada en la toponimia general his­


panoamericana. Solamente después de fallecidos los conquistadores, he­
cho por otros y no por ellos mismos, sus nombres aparecen en la no­
menclatura geográfica. Torres de Vera y Aragón no pudo haber sido una

1 General Manuel Castrillón, Expedición del Ejército del Norte al Paraguay


(publ. del Círculo Militar Argentino, Buenos Aires, 1956).
21
excepción, sobre todo teniendo en cuenta la conocida hostilidad de la
Audiencia que le seguía los pasos.
Hernán Gómez, luego de establecer el origen de la palabra Vera, se
pregunta por qué Alvar Núñez Cabeza de Vaca le asignó ese nombre a
la provincia. No acepta la explicación de los que la atribuyen a la seme­
janza de la región con Andalucía, patria del Adelantado, y ensaya otra,
que sólo consigna como una hipótesis.
En ambos casos, se toma la palabra vera, en su acepción de verda­
dera, que así pasó directamente del latín vera, verae, al castellano, como
en vera cruz, vera efigies, que aún están en boga. Pero la aplicación,
en el caso, con la preposición de, señal de genitivo, resulta forzada,
artificiosa, inaceptable.
Es casi seguro, sin embargo, que la razón clara y sencilla de ese
apelativo, es otra. La palabra vera proviene del sustantivo latino ora,
que significa costa, orilla, ribera, lado. Por un proceso lingüístico que
no viene al caso exponer, la o inicial se convirtió en ue, como de ovum
se hizo huevo, y de ossum, hueso, y en este vocablo, la u se trocó en v:
ora, uera, vera, en castellano costa, orilla, ribera, lado, próximo.
Con ese significado perdura en el idioma escrito, en expresiones
clásicas como a la vera del mar, a la vera del camino.
Es evidente que Ortiz de Zárate al desembarcar en Santa Catalina,
explorar y dar nombre a las dilatadas tierras extendidas entre el mar
y Asunción, tuvo en cuenta la situación geográfica de las mismas. Eran
las que daban sobre la costa del mar que las separaba de España, las
más próximas a ella, en contraposición con las de tierra adentro. La
denominación hubo de surgir espontáneamente del medio mismo. Pro­
vincia de Vera, o sea provincia de la costa, de la orilla, de la ribera, del
lado del océano que las separa de la madre patria. Sólo así, también,
tiene cabal significado la preposición genitiva o de pertenencia de, que
precede al nombre: Provincia de Vera, provincia de costa, de la costa
del mar, se sobrentiende.
El otro de los temas debatidos con relación al nombre originario
de la nueva ciudad, es el de San Juan, antepuesto a de Vera.
Mantilla, atenido al Acta, afirma que San Juan fue un agregado
del Cabildo, “sin razón y sin derecho”.2 El documento más antiguo que
lo consigna, según él, es el acta de 30 de mayo de 1633.3
Hernán Gómez opina que su origen se debe a que Alonso de Vera
y Aragón arribó a Arazatí, con soldados y colonos, en junio de 1587,
seguramente el día de San Juan. Por ese motivo debe de haber elegido
a San Juan como patrono del nuevo poblamiento. Está documentado,
como parte integrante antepuesta al nombre dado en el acta de funda­
ción, el 1° de octubre de 1598, cuando Hernando Arias designa a Jacomé
Antonio, teniente de gobernador de San Juan de Vera en las Corrientes.
Diez años después de la fundación, ya se usaba el nombre en docu­
mentos oficiales.
Por el hallazgo y publicación de nuevos documentos, queda demos­
trado, nada menos que con la autoridad del mismo fundador, que la
población recibió el nombre de San Juan, antes o durante su estableci­
miento legal o definitivo.
Sabido es que el Adelantado, luego de dejar establecidos la fun­
dación y el ordenamiento de la Ciudad de Vera, se dirigió a Santa Fe
de la Vera Cruz. Allí efectuó una serie de nombramientos, recaídos en
sus principales colaboradores, con los que cubrió los puestos vacantes
en Asunción y en la ciudad santafesina. Resolvió, por último, fundar
una nueva población en la desembocadura del Bermejo, con el nombre
de Villa de la Nueva Estepa, denominación del pueblo andaluz donde
naciera. Encomendó la ejecución a los capitanes Diego de Olavarry y
2 M. F. Mantilla, Crónica..., cit., tomo X, pág. 316.
3 M. F. Mantilla, Crónica..., cit., tomo I, pág. 15.
22
Sebastián de León. En amplio y detallado documento, fechado el 4 de
mayo de 1588, establece los términos de dicha Villa para la repartición
de indios a los futuros pobladores, “que serán ocho leguas hasia la
ciudad de la Concepción y otras ocho leguas hasia la ciudad de la
Assumpción e quatro leguas hasia la ciudad de SAN JUAN de VERA
Río en medio...”4
Un mes exacto después de la fundación, el mismo fundador Juan
de Torres de Vera y Aragón la llama San Juan de Vera. Como el fun­
dador, conforme consta, se alejó de la fundación inmediatamente de
realizada, está claro que conoció ese detalle antes de partir. Con este
documento quedan, en consecuencia, descartadas todas las disquisicio­
nes en contra. Es terminante.
Queda, también, confirmada la atinada opinión de Hernán Gómez,
según la cual, Alonso de Vera y Aragón desembarcó en Arazatí el 24
de junio de 1587, día de San Juan, razón por la cual le dio ese nombre
al poblamiento que iniciaba. La conjetura es atinada, porque responde
a la ininterrumpida costumbre de los navegantes y conquistadores his­
panos de poner el nombre del Santo, o de la principal conmemoración
religiosa del día, al puerto al que se arribaba, a las tierras que se
descubrían y ocupaban, o a las poblaciones que se fundaban. Hay nu­
merosos ejemplos que nos tocan de cerca. Como lo constata Antonio
Pigafetta, Magallanes denominó Santa Lucía al actual Río de Janeiro;
San Sebastián y Cabo de las Once Mil Vírgenes, al puerto y cabo patagó­
nicos, por entrar en ellos el día de esas conmemoraciones. Tienen el
mismo origen Sancti Spiritus, establecido por Caboto; Corpus Christi,
por Ayolas; La Candelaria, por el mismo; Nuestra Señora de Asunción,
por Zalazar, Garay, al fundar de nuevo a Buenos Aires, da a la ciudad
el nombre de Santísima Trinidad, por ser ése el día del acontecimiento.
¿Por qué San Juan fue omitido en el acta? Es difícil colegirlo.
Quizá obedezca al mismo motivo que apunta Gómez: evitar que los tenaces
censores de Lima creyeran que deseaba, el Adelantado, perpetuar, no
sólo su apellido, como aparentemente pudo pensarse ya entonces, sino
también su propio nombre. El Acta iba a llegar a la Corte y a la
Audiencia. Convenía despojarla de todo asidero que permitiera conti­
nuar las hostilidades contra su persona. Pero no podía omitirse en
documentos como el de la Nueva Estepa, con el que se limitaba su
jurisdicción territorial. Por eso, el mismo Adelantado lo usa oficial­
mente: San Juan de Vera.
Conviene, por último, para aclarar confusos comentarios de los
historiadores, tener en cuenta la diferencia que existe entre Titular de
la iglesia mayor de una ciudad, y Patrono de la misma.
Titular, es la advocación de Dios, de María o de los Santos que
dan nombre al templo, a la parroquia, y cuya imagen o efigie se coloca
en lugar preferente del altar mayor. Patrono, es la advocación reli­
giosa que patrocina a toda una ciudad, provincia, nación o naciones.
Un ejemplo conocido es el de Buenos Aires. Titular de la iglesia cate­
dral, La Santísima Trinidad; Patrono de la ciudad, San Martín de
Tours. En San Juan de Vera de las Siete Corrientes sucedió lo mismo.
Titular de la iglesia, Nuestra Señora del Rosario; Patrono, San Juan.
En los Capítulos VI y VII, Gómez incurre en esa confusión, sin
que incida para nada en lo acertado de sus comentarios.
Resta, por fin, establecer por qué y cuándo aparece agregado al
nombre asignado a la ciudad en el Acta, el aditamento de las Siete
Corrientes. Los que no admiten nada que no conste en el acta, piensan
que surgió, muchos años más tarde, como expresión geográfica, anterior­
4 Véase Federico Palma, “Don Juan de Torres de Vera y Aragón”, en la
Revista de la Junta de Historia de Corrientes, año 1967, Nº 2, pág. 53. Docu­
mento tomado de Luis E. Azaróla Gil, autor del Proyecto de fundación de la
Villa de Nueva Estepa (Buenos Aires, 1936).
23
mente conocida, según es sabido. Los cabildantes la adoptaron, sin
razón y sin derecho.
Pero no cabe duda que ese complemento, el único que quedó
después, fue usado por los mismos fundadores. La suposición está
documentada. El mismo Adelantado, al replicar a la Audiencia, que le
prohibía emplear a los parientes, dice: “Que asimismo señaló para la
FUNDACIÓN DE LAS SIETE CORRIENTES al Capitán Alonso de Vera
y Aragón, que al presente está FUNDANDO la ciudad de Vera...”5
Del mismo modo, cuando Hernandarias, en octubre de 1598, diez
años después de la fundación, designa a Jacomé Antonio, le da el nombre
de Teniente de Gobernador de la Ciudad de San Juan de Vera de las
Corrientes. Puesto que tanto Hernandarias como Alonso el Tupí fue­
ron actores principales en la exploración, poblamiento y fundación de
la ciudad, es de suponer que no iban a adulterar, a cambiar, arbitraria­
mente, el nombre oficial de la misma.
Por consiguiente, queda documentado, por la autoridad de los
mismos fundadores, lo que recogió la tradición, o sea que la ciudad,
desde su comienzo, recibió, con pequeñas variaciones, el nombre de
San Juan de Vera de las Siete Corrientes, y por motivos muy distintos
de los supuestos por los que se atienen estrictamente al Acta, sin otro
análisis. De este modo, los nuevos documentos que van apareciendo,
y que examinó e interpretó prolijamente Hernán Gómez, comprueban
la veracidad de la tradición, cuya mejor documentación orientadora
es el espíritu colectivo, infalible en la perpetuación de los recuerdos
que fundamentan la existencia de los pueblos.

IV — POLÉMICA DE 1888

Hernán Gómez, con imparcialidad y con respeto de las ideas de los


contendientes, en el Capítulo XVII señala que la polémica de 1888,
cuyo eje principal estuvo constituido por los doctores Manuel F. Man­
tilla y Ramón Contreras, tuvo origen político. Y en el Capítulo VI
advierte que los esfuerzos se encaminaron a buscar datos y razones
para la negación, o comprobación de la tradición que se iba a reme­
morar, preferentemente, en el tricentenario de la fundación.
Es indudable que la situación política influyó en el debate. Pero
el fin fue otro: el motivo político, sólo constituyó un pretexto para
tratar, cada bando desde su punto- de vista, el aspecto religioso del
episodio histórico. Y el motivo religioso prevaleció sobre el político.
De ahí la pasión y la vehemencia desconcertante en el planteo y en
los términos.
Se ha afirmado, con sobrada razón, que hay dos cosas en que los
hombres jamás se pusieron ni se pondrán de acuerdo: en política y
en religión. Ambos temas absorben, enceguecen, llevan al desborde
del espíritu. Toda discusión se convierte en enconada disputa, en la
cual nadie escucha razones para convencerse de lo contrario que sostie­
ne, sino busca, afanosamente, razones para rebatir y vencer al contrin­
cante. Suele ser más apasionado y violento el ataque, que la defensa.
Máxime en cuestiones religiosas. Ambos contendores tienen como
objeto algo muy imponente: Dios.

5 Véase F. Palma, art. citado.


24
El que defiende y sostiene su existencia, lo hace con holgura, con
tranquilidad, con goce espiritual. Refirma su fe, y le reanima y con­
forta la idea de que en su esfuerzo intelectual no ofende a la Divinidad,
cuya existencia defiende, sino que lucha por esclarecerla y hacerla
comprender y aceptar de los demás, lo que implica una acción meri­
toria. Su posición, así, es cómoda, tranquilizadora. Su lenguaje es
sereno, reflejo de la situación anímica, exaltada en honor de Dios, no
en contra del oponente. Sólo se torna severo cuando pondera, califica
y rechaza la ofensa verbal o escrita de los que escarnecen la idea de
Dios. Pero no se excede, pues estaría en contradicción con su propia
fe. Es comprensivo y tolerante con lo que cree una postura intelectual
sincera.
En cambio, el que niega la existencia de un Dios providente, se
encuentra en otra posición. Está luchando, objetiva y subjetivamente,
contra el concepto más grande e insondable que se agita en la mente
humana y la estremece con apremiantes reclamos. Objetivamente, por­
que trata de destruir la idea de un Ser providente, superior, justo, que
gobierna al mundo, juzga, recompensa o sanciona las acciones libres del
hombre. La hipótesis contraria, tenaz, insistente, lo inquieta, engendra
el temor y la zozobra en su acuitado espíritu. Subjetivamente, porque
está en pugna, en contradicción consigo mismo. El que lucha intelec­
tualmente contra la idea de Dios, es porque la idea, el pensamiento
de Dios, le tenacea el alma.
Está comprobado, por tácita o expresa confesión y asentimiento,
que no hubo ni hay ateos de verdad. Los hay de palabra, en la prác­
tica, por desidia, despreocupación, prejuicios, comodidad, interés, o sim­
ple postura de apariencia intelectual, o de conveniencias sociales; pero
no conceptualmente, interiormente, mentalmente.
El ateísmo teórico, especulativo, polémico, es la demostración más
evidente de lo contrario que se sostiene. El empeño del ateo teorizante
de negar, destruir el concepto de Dios, indica que lo siente, que su
idea perenne está presente en su espíritu y lo atormenta; que su exis­
tencia, naturaleza y esencia lo angustian y desazonan.
El ateo teorizante es como el enamorado no correspondido. Cuando
pretende trocar su amor contrariado en negación, en odio, está gritando
que su amor subsiste, y que su objeto está presente y le tortura el
alma, porque continúa golpeándola con su real atracción, para él sin
correspondencia. No odiaría, si no siguiera amando. No seguiría aman­
do, si no existiera más el objeto de su amor. Si alguien defiende al
objeto de su odio, se exaspera, porque le recuerdan la existencia del
objeto que quiere destruir y no lo logra. Si se habla mal de él, se
enfurece, porque se desea destruir lo que le rompe el corazón y no
puede olvidar. Quiere derribar la montaña, la montaña que se alza
inconmovible y le obstruye el camino que desea seguir. Su odio es
amor contrariado, nacido de la impotencia de alcanzar o destruir el
objeto amado.
Así es el ateo teorizante. Su negación es confesión de Dios. Cuanto
más presuntuoso y violento es el ataque, más alto lo proclama. Aunque
parezca una paradoja, el ateo teorizante está más seguro de Dios que el
creyente común, sin análisis ni reflexión. Por eso, si es sincero, hay
que reconocerlo, resulta de una valentía moral ponderable, pues afronta
la gran responsabilidad de enfrentarse consigo mismo, y con su propio
destino ultraterreno.
Esto hace que el que combate lo religioso, sea apasionado, violento,
intransigente. Su lenguaje es fruto de un estado de ánimo lleno de
temores, de dudas, de incertidumbres, de contradicciones consigo mis­
mo. Se vuelve áspero, sarcástico, sobrador, ofensivo. Considera igno­
rantes, cobardes, ciegos, incultos, insinceros, falsos, hipócritas, a todos
los que no piensan como él. Se limita a negar. No aduce razones para
probar la inexistencia de Dios. Niega validez, sin analizarlas, en nombre
25
de la ciencia y el progreso, a las razones que sustentan su existencia. Se
torna negativo. Ataca el dogma, y hace un dogma absoluto de la nega­
ción, en nombre de principios imaginarios. Sus calificativos favoritos,
especialmente para los creyentes, y sobre todo si se trata de personas
de cultura intelectual superior, son los de ingenuo, supersticioso, crédulo,
timorato, falsario, y otros epítetos, gratos a la suficiencia personal.
Nada mejor para confirmarse en la propia fe razonada, que leer, anali­
zar y ponderar los escritos virulentos de los sedicentes ateos.
La polémica de 1888, sobre la Cruz de los Milagros, tuvo un carác­
ter político y religioso. Más religioso que político. Lo político fue el
móvil; lo religioso, el fin, el fin primordial. De ahí su exaltación y
violencia.
Desde el punto de vista político, como observa Gómez, se trataba
de desprestigiar al gobierno por la forma de celebrar el tricentenario
de la fundación. Los opositores pertenecían a fracciones, en discordia,
del mismo partido. Los enconos de los conflictos internos hicieron más
acentuada la controversia. Se continuaba, así, el plan inteligentemente
desarrollado en Crónica histórica de Corrientes, donde, como es obvio,
se exaltan los vínculos familiares, se hace la apología de los hombres
de la propia preferencia partidaria e ideológica, y la diatriba de los
militantes en otras tendencias.
Desde el punto de vista religioso, tema predominante en las dis­
cusiones escritas, la piedra de escándalo fue el milagro. Sigue y conti­
nuará siéndolo en las disquisiciones filosóficas e históricas, porque
supone la presencia activa de Dios en el gobierno del mundo.
Mantilla, iniciador de la polémica, no oculta su posición filosó­
fica en cuestiones religiosas. Es terminante, intransigente, dogmático.
Sienta esta premisa, ya citada, que da como axioma: “La historia no
admite ni puede admitir milagros, porque jamás los hubo en el mun­
do”. De esa afirmación rotunda, categórica, absoluta, arrancan sus
razonamientos contra la tradición correntina.
Debe reconocerse que su actitud es sincera. Lo hace con convic­
ción, con apasionamiento, con exaltación, con iracunda intransigencia.
Indudablemente, Mantilla pertenece, intelectualmente, al grupo de los
que luchan contra la idea de Dios que les bulle en la mente, y quieren
acallarla con la fuerza de una razón que se irrita ante la impotencia
de lograrlo. Procedía de una familia de arraigadas creencias cristianas.
Su formación intelectual clásica, humanística, la realizó en colegios
católicos. Trasladado al Colegio Nacional de Buenos Aires, dio fin al
ciclo secundario cursando los dos últimos años. Según opinión del
doctor Ángel Acuña,6 7 allí fue rápidamente conquistado por la filosofía
predominante en los establecimientos educacionales de la época. Soli­
tario, sentimental, introvertido, vaya a saberse por qué drama individual
o trauma espiritual de la vida íntima, en su ánimo se produjo un
vuelco completo. Una especie de resentimiento indefinido lo llevó a
la lucha consigo mismo, y se empeñó en destruir lo que había sido
orientación en sus primeros años.
Debido a ese estado psicológico, se siente mesiánico, sujeto encar­
gado de sacar de la ignorancia filosófica a sus conciudadanos. En
sus escritos arremete contra todo lo que tenga visos de religión. Los
santuarios son centros de explotación de la ingenua credulidad del pue­
blo. Personas e instituciones eclesiásticas son farsantes, agentes y
fruto del fanatismo, pernicioso para el progreso de los pueblos.’ Su
lenguaje es fuerte, hiriente. Y cuando lo contradicen, se exalta, exas­
pera y deja de lado la consideración aconsejada por la tolerancia. En
vez de los términos error, equivocación, inadvertencia, omisión, inexac­
titud, usuales en las discusiones elevadas, recurre a los vocablos mentira,
6 Véase M. F. Mantilla, Crónica..., cit., tomo I, pág. XV, “Notas biográficas".
7 Véase M. F. Mantilla, Crónica..., cit., tomo I, pág. 49.
26
falso, que califican la moral del oponente, puesto que la mentira y la
falsedad importan la adulteración, a sabiendas, de la verdad, o sea mala
fe o subalterna intención; o emplea las expresiones no entiende, igno­
rancia, ingenuo, idólatra, que califican la capacidad mental del aludido,
Examinado desde el punto de vista de la posición filosófica adop­
tada, Mantilla llenó con sinceridad —se repite— la apasionada misión
que se propuso. La lectura de La Ciudad de Vera, La Cruz del Milagro y
Comprobación histórica, trabajos insertados al final del primer tomo
de Crónica histórica de Corrientes, y reproducidos como apéndices en esta
obra de Gómez, lo demuestran cabalmente.
El otro controversista, el doctor Ramón Contreras, se constituyó
en defensor de la tradición cristiana de Corrientes, expresada en su
veneración de la Cruz de la fundación. Católico militante, no hay
por qué dudar que lo hizo con sinceridad y de buena fe. Conocedor
del tema, por sus tareas en la búsqueda de la documentación colonial
referente a la provincia, salió al encuentro de Mantilla con un extenso
trabajo, titulado Recuerdos históricos. Es un canto a la Cruz, una
apología del cristianismo. Así como en Mantilla se perciben los ecos
de Voltaire y de Renán, en Contreras resuena el acento de Chateau­
briand, de Bossuet y de Donoso Cortés. Su postura es cómoda. No
destruye; edifica. No ataca; defiende. Defiende la presencia de Dios
en la historia, la providencia divina en la vida humana y de los pue­
blos. Defiende lo que hubo de extraordinario en la fundación de la
ciudad, y forma el sedimento del alma popular correntina. Su len­
guaje es encendido, ardiente, altisonante, cuando realza los valores espi­
rituales y refirma los postulados de la fe; pero es moderado, respetuoso,
tolerante, comprensivo, cuando va dirigido a los que difieren de su
modo de pensar. Al aludir a las afirmaciones de su oponente Mantilla,
utiliza expresiones como éstas: se equivoca, confunde, se ponen en
contradicción los hechos; modismos inofensivos, porque es propio de
todo ser racional errar, equivocarse. Quizá esa tranquilidad y modera­
ción en el lenguaje y en el razonamiento utilizados a través del examen
de numerosos documentos pertinentes, fueron la causa de la exaspe­
ración y salida de quicio de su contrincante, que en ciertos momentos
parece haber perdido el control, acosado por argumentaciones y docu­
mentos inesperados.
Los capítulos más interesantes, donde se condensa su saber histó­
rico, son el IV y el V. Los demás complementan el espíritu que lo
guía, aunque poco tengan que ver con el tema, y le resulten de proble­
mático buen gusto a su contendor.
Los otros escritores que se ocuparon, con posterioridad, del mis­
mo asunto, son Figuerero, que sigue la corriente filosófica y política
de Mantilla; Alegre, Bajac y Navea, que están en la posición de
Contreras.
Figuerero, en divergencia, como se ha visto, con Mantilla en mu­
chos puntos históricos relacionados con la fundación, rechaza la reali­
zación y existencia del milagro, en nombre de la doctrina positivista.
Con encomiable pretensión doctrinaria, intenta explicar los hechos por
medio de los postulados de esa escuela filosófica. En general, repite,
en otra forma, los mismos argumentos negativos de Mantilla. Lo único
positivo de su esfuerzo mental es que ni explica ni adelanta nada nuevo.
Sin desbordes, no obstante, contra la providencia divina; sin ataques
directos a la religión cristiana; sin agresividad para los que difieren
de su modo de pensar; sin meterse en honduras metafísicas ni negar
expresamente la posibilidad del milagro, afirma, terminantemente, que
en los controvertidos episodios no hubo nada milagroso, sino simples
hechos humanos, explicables conforme con las leyes naturales. Sus ex­
presiones, su estilo, se mantienen a un nivel intelectual de tolerancia

M. F. Figuerero, Lecciones..., cit., pág. 841.


27
y de respeto para los que disienten de él.8 Eso demuestra que procedía
con sinceridad, por convicción, consecuente con sus propias ideas y
con las exigencias del ambiente en que actuaba. El centro que auspi­
ció la exposición doctrinaria, es la mejor patente de los móviles
perseguidos.
Hernán Gómez dispone, en el Capítulo XV de su obra, publicar
íntegramente la polémica de 1888. Así se hace.

V — CONFUSIÓN ALREDEDOR
DEL MILAGRO DE LA CRUZ

La mayor parte de las páginas escritas sobre la fundación de la ciudad


San Juan de Vera de las Siete Corrientes, versa sobre el controvertido
milagro. El afán de explicarlo, esclarecerlo, comprobarlo, rechazarlo
o negarlo, ha originado tal desconcierto y enredo de ideas, que el no
avezado a las disquisiciones metafísicas, queda perplejo o acepta inter­
pretaciones que adulteran la verdad.
El nudo de la cuestión consiste en lo siguiente: se admite, o no
se admite la existencia de un Dios creador y providente. Si no se
admite la existencia de Dios, el milagro es un absurdo. Si se admite,
el milagro es posible. Si se comprueba la existencia del milagro, queda
demostrada la existencia de Dios. De ahí las discusiones interminables
y apasionadas.
Para el que no admita la existencia de Dios, el milagro es impo­
sible, porque importa la derogación, la anulación, el no cumplimiento
de la ley natural, cosa imposible, ya que las leyes naturales son nece­
sarias, inmutables, y su derogación, en cualquier circunstancia, equival­
dría al quebrantamiento del orden natural universal.
Para los que admiten la existencia de un Dios personal, provi­
dente, con todos los atributos esenciales que le corresponden, el mila­
gro es posible y factible, pues sólo importa la suspensión circunstancial
y momentánea de una ley, hecha y regida por el autor del orden natu­
ral, con un fin determinado.
Mantilla está en la corriente filosófica del primer caso. El mila­
gro sería la derogación formal de la ley natural.9 Como no existe quien
pueda derogarla, ni es posible que el orden natural se quebrante por
sí mismo, de ahí su afirmación categórica de que el milagro no existe
ni existió, y, consiguientemente, el llamado milagro de la Cruz es una
surperchería. Y puesto que si llegara a comprobarse la existencia de
la derogación y, con más razón, de la suspensión de una de esas leyes,
habría que admitir la existencia de un ser providente, se ataca la posi­
bilidad y presencia del milagro, dondequiera sea anunciado. El razona­
miento metafísico se desenvuelve en un círculo cerrado: la existencia
de Dios haría posible la existencia del milagro; la existencia del milagro
comprobaría la de Dios. Negado uno, se niega el otro. Lo más fácil
y menos riesgoso es negar el milagro, lo que, por eliminación, significa
la negación de Dios, procedimiento que, en el caso de la Cruz del
Milagro de Corrientes, como ya se anotó, hicieron los historiadores
Mantilla y Figuerero, y harán, con lógica consecuencia, todos los que
se encuentren en esa postura filosófica, o la adopten por cualquier
motivo. Desde el punto de vista histórico en debate, su postura filosó­

9 Véase M. F. Mantilla, Crónica..., cit., pág. 339.


28
fica, libremente adoptada, merece el respeto y no entra en juego; sólo
corresponde examinar objetiva e imparcialmente sus opiniones referen­
tes a los episodios controvertidos, y admitirlos o rechazarlos.
Es lo que hacen o deben hacer los que militen en el segundo bando
filosófico, o sea los que en la historia aceptan la intervención divina.
Pero también entre ellos reina la confusión, en cuanto a lo que
debe considerarse como extraordinario, como un verdadero milagro, en
el sentido ortodoxo del concepto. Por eso, sin considerar los aspectos
filosóficos que conciernen al tema, es conveniente no perder de vista
que el milagro, en síntesis, es la suspensión circunstancial y momentánea
de una ley natural, dispuesta por su autor, conservador y regulador.
Supone la existencia de Dios, ya que no hay proporción entre las
causas naturales y el efecto producido.
Sentado este claro y sencillo principio, en el milagro hay que
considerar tres cosas, fundamentalmente: los medios o instrumentos
utilizados; el fin perseguido; los resultados obtenidos.
Su aplicación al episodio de la cruz de la fundación de Corrientes,
es fácil y esclarecedora.
Objetos, medios, instrumentos o agentes intervinientes: conquis­
tadores, aborígenes, la cruz atacada con fuego, un rayo o uno o más
tiros certeros.
Fin perseguido: el entendimiento pacífico, sin lucha ni masacre,
entre los españoles y las tribus guaraníes que serían evangelizadas.
Resultados obtenidos: el sometimiento total, voluntario, de los
indígenas, y su lenta incorporación orgánica a la civilización cristiana.
Para que un hecho sea considerado providencial, milagroso, es
absolutamente necesario que los tres constitutivos enumerados sean
claros, honestos, razonables, justos y de trascendental importancia para
las personas y para el género humano. Si no es así, no hay hecho
providencial, pues sería monstruoso, absurdo, pensar que Dios inter­
venga en actos desprovistos de esas cualidades.
Ahora bien, en las variadas, modificadas y transformadas relacio­
nes del mismo hecho de la cruz del milagro correntino, cada uno
cifra su esencia en el elemento que más le impresiona y mejor se
acomoda a su tesis histórica o a sus propósitos probativos.
Unos, toman como objeto principal del milagro, como hecho único,
la incombustibilidad de la cruz de urundei, o sea el aspecto físico. No
examinan ni averiguan el fin y el resultado. Dan pie a que el episodio
sea tenido como cosa natural. Los adversarios lo explican como un
acontecimiento común: al verdor de la materia con que se hizo la
cruz, o a la debilidad del fuego, improvisado bajo la amenaza de los
sitiados.
Otros, cifran el milagro en la muerte, por medio de un rayo, o de
uno o más tiros de arcabuz, del indio o de los indios que intentaron,
reiteradamente, quemar la cruz, por considerarla la defensa, el objeto
de la invencibilidad del conquistador, o sea el aspecto moral. Sería el
castigo del cielo a la irreverencia del indio hacia la divinidad. Esta
versión es la menos sostenible y la más perjudicial para lo que se
quiere defender. Equivale a proclamar la ira, la venganza de Dios con
pobres seres humanos que ignoraban lo que hacían, y luchaban, de
buena fe, para rechazar al invasor y defender su heredad, su familia y
sus bienes naturales. Supone a un dios vengativo, absurdo.
Los más, explican el milagro por el triunfo de los españoles, en
número reducido, sobre multitudes inmensamente superiores, o sea el
aspecto humano. Dios habría intervenido para favorecer a los conquis­
tadores, a los invasores, preservar sus vidas y provocar el sometimiento,
despojo, entrega incondicional, forzosa de los pueblos, dueños de las
tierras por posesión legítima, incuestionable. Se estaría ante un dios
parcial, injusto, que favorece a los opresores y castiga a los oprimidos,
sin motivos, sin ninguna finalidad superior. Un dios injusto, que re­

29
pugna a los atributos de la divinidad. Por consiguiente, en el episodio
no habría intervención divina ni milagro.
¿Cómo hay que considerarlo, entonces?
El hecho extraordinario, milagroso, si existió, debe considerarse en
forma integral. Todo lo sucedido en ese rincón solitario de la tierra,
tuvo un fin noble, elevado, justo: obtener, por medio de signos sen­
sibles, en el caso el símbolo de la redención, la reducción pacífica de
las numerosas tribus que poblaban la región, para incorporarlas, paula­
tinamente, a la civilización cristiana.
Los resultados seguidos, corroboran el aserto. Los aborígenes se
sintieron tocados por lo sobrenatural, y aceptaron a los conquistadores
como a amigos, como a aliados portadores de un nuevo género de vida,
que los beneficiaba, material y espiritualmente.
¡Ése es el milagro!
Las numerosas tribus, aprontadas con miles de guerreros, como
lo reconocen unánimemente los historiadores, para rechazar al extraño
invasor, depusieron las armas, aceptaron su tutela, sus enseñanzas, su
cultura; mezclaron su sangre con la española y formaron las nuevas
generaciones que, conservando su idioma, su indoblegable amor a la
libertad, adunaron esfuerzos y avanzaron por los caminos del progreso
venciendo todas las dificultades encontradas a su paso. ¡Eso es lo ex­
traordinario, lo maravilloso, lo milagroso, el verdadero milagro, obrado
por la providencia divina por intermedio de la cruz, cruz que conquis­
tadores y conquistados conservaron como lazo de unión, la tradición
exaltó y el pueblo del pasado y del presente respeta y venera como una
reliquia, en la que está condensada el alma correntina: el pasado heroico,
el presente halagüeño y el porvenir auspicioso!
¿Qué leyes naturales se suspendieron para que el hecho, pequeño
en el concierto universal, se tomara por verdadero milagro? ¿Dónde está
lo extraordinario, lo fuera del alcance de la normal fuerza y capacidad
humana? Está, sencillamente, en que, naturalmente, el fuego debía pro­
ducir su efecto, quemarse la cruz, luchar aborígenes y españoles, y, dada
la diferencia numérica de los combatientes, vencer los defensores y su­
cumbir los invasores, como aconteció, entre otros, a Solís, a Ayolas y a
Garay. En cambio, sobrevino todo lo contrario. Bastó el signo sensible
de la incombustibilidad de la cruz, con sus concomitancias, para que
no se entablara la lucha, los españoles reconocieran la voz del cielo, los
naturales de la tierra aceptaran la presencia y alianza de los conquista­
dores y naciera, voluntaria y pacíficamente, una nueva comunidad humana,
incorporada a la cultura europea, a la civilización cristiana. ¡Ése es el
verdadero milagro, obrado por medio de la cruz fundadora de la ciudad
de San Juan de Vera de las Siete Corrientes!

VI — POSTURA DE HERNÁN GÓMEZ


EN EL NUCLEO DE HISTORIADORES CORRENTINOS

Hernán Gómez dedicó, preferentemente, sus actividades intelectuales a


la investigación de la verdad histórica relacionada con la provincia natal.
Fue su pasión predominante. Por sus venas corría sangre de anteceso­
res que fueron actores destacados en el pasado local. Su vocación se
alimentó, así, en la tradición familiar, social y cívica del ambiente. Sen­
tíase parte integrante de la provincialidad. Hondamente preocupado del
presente, buscaba en el pasado la verdad que orientara en el porvenir a

30
las futuras generaciones. Con esos antecedentes y nobles propósitos abor­
dó el esclarecimiento de los tiempos pretéritos, para proyectar luz sobre
el futuro.
Puede afirmarse que, hasta su aparición en escena, la historia pro­
vincial había sido tratada, casi exclusivamente, por escritores embande­
rados, y actuantes ellos mismos, en uno de los bandos políticos que
gravitaron en la vida institucional de la provincia, y ubicados en una
corriente filosófica adversa a los principios básicos del cristianismo. El
pasado correntino era presentado, lógicamente, en forma favorable para
esas tendencias; pero, no se ajustaba estrictamente a la verdad, ni era
aceptado por la otra parte actora, que se veía injustamente desdibujada
y negada en sus méritos y creencias.
Hernán F. Gómez tomó posiciones claras y definidas en ambos
aspectos históricos. Si en el orden civil y político, antes se habían hecho
apologías o diatribas de partidos, instituciones, familias e individuos, sin
atenuantes, sin términos medios, él trató de colocarse en el terreno de la
realidad. Con altura, con serenidad, con profundo respeto por el con­
trincante, como cuadraba a su educación y a su cultura; sin hacer cues­
tión ni mención de nombres, de familias, de personas, de tendencias, de
ideologías, escudriña archivos, exhuma documentos, analiza escritos, los
confronta, los interpreta y extrae conclusiones que rectifican erróneos
juicios precedentes: en unos casos, descomedidos, agrios, demoledores,
afrentosos para personas, partidos e instituciones; en otros, ficticios, in­
ventados, halagüeños, enaltecedores, tendenciosamente encomiásticos de
los mismos.
En general, no incurrió en el mismo defecto de sus antecesores, los
cuales, al escribir la historia de la provincia, dejaron que los afectos del
corazón y las posiciones mentales prevalecieran sobre los dictámenes de
la razón, procedimiento poco propicio para la objetividad y la justicia
en el análisis y juicio de los acontecimientos humanos.
Gracias a esa labor tesonera, seria, concienzuda, donde sus simpa­
tías por hombres e instituciones, que no oculta ni disimula, sólo juegan
un papel moderador (ya que, puestas en los platillos de la balanza, equi­
libran el veredicto), Hernán F. Gómez colocó muchas cosas en su exacto
lugar. A través de sus numerosas obras, que abarcan la historia de casi
cuatro siglos, en el inmenso cuadro aparecen en su justa dimensión las
luces y las sombras, y se destacan, con imparcial nitidez, los varones que,
en alternativas cambiantes, cada uno desde su posición en las contiendas
cívicas, fueron actores, meritorios o no, en la formación, defensa y pro­
greso del pedazo de suelo argentino que integra la provincia de Corrientes.
No solamente exaltó los valores reales de su partido y de los hom­
bres de su predilección política; escribió obras enjundiosas sobre perso­
najes militantes en otros bandos. En Vida pública del doctor Juan
Pujol, Vida de un valiente y Toledo el Bravo, esclarece los méritos de
esos preclaros ciudadanos, no siempre presentados con justeza, y rei­
vindica, como lo hace, también, en Los últimos sesenta años de demo­
cracia y gobierno en la provincia de Corrientes, el nombre de hombres
públicos como J. M. Rolón, Evaristo López, Gelabert, Madariaga y mu­
chos más mandatarios, tratados por otros con acritud, con sorna, con
ironía, con desprecio, por motivos políticos y prevenciones ideológicas.
Pero tampoco escatima el juicio severo, cualquiera sea la persona, el
partido, la institución o el gobernante cuya obra analiza y juzga, según
su mejor criterio. Eso sí, lo hace siempre con serenidad, con elevación,
pocas veces traicionadas, señalando el posible error, equivocación, o el
procedimiento injusto, parcial, tendencioso, inoperante, desidioso; mas
sin descender ni recurrir al insulto, al sarcasmo, al mote deprimente, al
ataque ofensivo, actitud que en historia, como en otras disciplinas inte­
lectuales, descalifica más al que la observa, que al que va dirigida.
Del mismo modo que puso dedicación, empeño, decisión, valentía
en la exposición y rectificación de muchos aspectos de la historia civil

31
de la provincia, puso esas cualidades al servicio de la defensa de la tra­
dición religiosa del pueblo correntino.
Sabido es que la devoción a la Virgen de Itatí, da forma sustancial
a la vida religiosa de Corrientes, desde los albores de su existencia. Y
que uno de los episodios más controvertidos de su historia, es el de la
Cruz de los Milagros. La tradición ininterrumpida la sitúa en el prin­
cipio mismo de la fundación de la ciudad. El leño venerable acompañó
a las sucesivas generaciones en su larga y azarosa existencia. Junto
con la Pura y Limpia Concepción de Itatí, constituyen el aliento fortale­
cedor del alma bravia de la raza, salvada y cruzada con la española.
Como es de suponer, los escritores adheridos a las corrientes de la
filosofía agnóstica, entre los que sobresale Mantilla,10 nunca reconocieron
carácter sobrenatural a esos símbolos. Al celebrarse el tercer centenario
de la fundación de la ciudad, se escribieron páginas apasionadas, como
ya se ha visto, con el evidente propósito de socavar, con visos cientí­
ficos, las mismas raíces de la tradición constante. Se levantaron auto­
rizadas voces en su defensa. Pero el prestigio del principal atacante,
dejó un amargo sabor de desconfianza sobre la autenticidad de los hechos.
Hernán F. Gómez sintió la atracción del tema. Terció en él, mo­
vido por dos causas: su profundo conocimiento de la historia, y su
sincera fe cristiana.
Pocos como él se familiarizaron con los secretos de los archivos.
A su cargo estuvo la recopilación, descifrado y ordenamiento de las
Actas del Cabildo Colonial. Su contenido le era conocido, porque no se
limitó a reconstruir los viejos, polvorientos y apolillados papeles: los
examinó con ojos y mente de historiador, y extrajo de ellos todo lo con­
cerniente a los temas de su interés.
Formado en un hogar cristiano, su fe no sucumbió en los vaivenes
de su formación intelectual ni en las contingencias de una vida de triun­
fos y contrastes, de satisfacciones y de amarguras. Poseía tal carácter y
fortaleza de espíritu, que ningún ambiente ficticio era capaz de doble­
garlo, conquistarlo y absorberlo. Lo dice él mismo, con estas palabras
sacadas de uno de sus libros: "Fuerzas poderosas que nacieron de mi
hogar cristiano y señorial, estuvieron siempre alumbrando mi espíritu. El
auge de una filosofía que dominó la Argentina a contar de 1884, que
había llegado a las aulas secundarias cuando inicié mi formación huma­
nista, no doblegaron mi respeto hacia las fuerzas del espíritu, que es­
tuvieron siempre, para mí, sobre la concepción biológica de la sociedad”.11
Su primera obra histórico - religiosa la dedicó a la Virgen de Itatí.
Data del año 1944, un año antes de su tránsito a la eternidad. Su apa­
rición fue una sorpresa en el medio. Causó revuelo. Entre los no cre­
yentes, y entre los creyentes.
Los no creyentes, presumieron y pregustaron un ataque demoledor
a la creencia supersticiosa del pueblo. Hernán Gómez tenía fama de liberal.
Circunstancias especiales de su vida lo hacían embanderado en las filas
desafectas a los dogmas cristianos. Su pluma sólo se había ocupado de
temas históricos, institucionales, literarios, con la independencia que le
era característica. Si ahora se ocupaba de temas religiosos, sería pa­
ra rectificar errores, lo mismo que había hecho con la historia civil de
la provincia. El conocimiento de su contenido fue un desengaño. Los
positivistas, los agnósticos, callaron. El prestigio del historiador y su
independencia en expresar sus ideas, fue suficiente freno de contención
para que se lo respetara. Los que pretendieron justificar su contrarie­
dad y desengaño atribuyéndolo a venalidad, a especulación económica, al
afán de hacer dinero, no tuvieron éxito, ni público ni privado, porque
nadie ignoraba que Gómez no era de los que enajenan su pensamiento
por un plato de lentejas.
10 M. F. Mantilla, Crónica..., cit., tomo I, págs. 49 y 310-67.
11H. F. Gómez, Nuestra Señora de Itatí, ed. 1944, pág. 11.

32
Los creyentes se alarmaron, porque temieron el desliz dogmático.
Gómez no figuraba entre los escritores católicos, ni era considerado
militante de derecha. Al contrario, se lo tenía por un espíritu liberal,
escéptico, independiente en materias espirituales. Contribuyó a crearle
esa fama ambigua, su actuación franca y decidida, de primera línea, el
año 1920, en el entredicho que, por razones de jurisdicción y de disciplina
canónica, se originó entre el franciscano fray Mondanelli y la Curia
Eclesiástica. Gómez asumió la defensa del religioso, separado de sus
funciones sociales. Se organizaron manifestaciones públicas, clamorosas,
en contra de las decisiones episcopales. En un mitin de alrededor de
ocho mil concurrentes, número extraordinario para la época, pronun­
ció una alocución encendida, vehemente, en la que exaltó las virtudes del
religioso desplazado y protestó contra la injusticia que con él se come­
tía. Se publicó en la prensa local, con el título de “Por la virtud y la
justicia”. En El Liberal, , diario que dirigía entonces, hizo varias publi­
caciones sobre el mismo tema, rebatiendo abiertamente a la autoridad
diocesana que en distintos documentos publicó las razones que le mo­
vieron a proceder así en la emergencia. Como es natural, una parte de
la feligresía, la tradicional, no acostumbrada a esos episodios en el seno
de la Iglesia, se puso de parte del Obispo y consideró rebeldes, alzados,
a los que defendían al humilde hijo del pobre de Asís. Hernán Gómez
fue tenido poco menos que por hereje. Se dijo que asumía la defensa
de un miembro de la Iglesia, no por amor a la justicia, sino como pre­
texto para atacar a la institución.
Pocos efectos contrarios produjeron sucesivos artículos suyos apa­
recidos en El Liberal, titulados “El templo y la escuela”, “La redención
cristiana”, "La Iglesia en la sociabilidad correntina”, “El convento arrai­
gado en los afectos populares es síntesis de la obra cristiana”, "El clero
católico en la sociabilidad correntina”; otros, sobre temas afines, escri­
tos para El Niño Cristiano, y “El culto de María de las Mercedes en el
espíritu de Corrientes”, en el diario La Nación, de Buenos Aires, del 1° de
enero de 1937.12 La fama dudosa perduró.
Claro está que, leído el libro sin prejuicios y pasado el momento de
sorpresa, no creyentes y creyentes se llamaron a silencio, contrariados
los primeros, y contentos los segundos, porque el historiador se mantuvo
en el más estricto terreno ortodoxo y su obra tiene, además de un valor
histórico indiscutible, un acentuado valor apologético, por provenir de
un pluma laica, dedicada a otras lides literarias.
Los ataques llevados a cabo, con más buena intención que acierto,
contra su obra Nuestra Señora de Itatí, fueron un acicate para su espíritu,
que parecía presentir la apertura al más allá, para emprender, como
se verá, la ardua tarea de escribir sobre el otro tema religioso: La Cruz
de los Milagros de Corrientes.

VII — GÉNESIS DE LA CRUZ DE LOS MILAGROS.


SU DESTINO

Esta obra postuma de Hernán Gómez, se publica después de haber


trascurrido veintiocho años desde su fallecimiento. La extraña circuns­
tancia obliga a reseñar su origen y las vicisitudes corridas hasta su ha­
llazgo. Sólo así no podrá dudarse de su autenticidad. Felizmente exis-
12 Cf. “Bibliografía de H. F. Gómez”, en Rev. de la Junta de Historia de
Corrientes, N? 2, año 1967, pág. 101.

33
ten fehacientes documentos emanados de su pluma, que la confirman y
prueban sobradamente. Viven, además, familiares que la atestiguan. Él
conocimiento de la génesis de esta obra, pone de manifiesto, asimismo,
la personalidad de su autor, celoso de su independencia intelectual y sin­
cero defensor de su pensamiento.
Conviene repetir algunos antecedentes. Impulsado por arraigados
sentimientos espirituales, el año 1944 publicó Nuestra Señora de Itatí.
Hasta entonces, únicamente había escrito historia de carácter civil. Ac­
cidentalmente tocó temas religiosos al estudiar el origen de las pobla­
ciones y municipios correntinos. Pero, sin otra finalidad que determinar
los motivos y las causas que congregaron los núcleos humanos que for­
maron los pueblos. Su aparición suscitó, como ya se dijo, variados y
adversos comentarios. Su autor era considerado un espíritu liberal,
ajeno a las inquietudes espirituales, extraño a la ortodoxia católica, pro­
clive, por tanto, a la inexactitud dogmática. Más por esa prevención, qué
por el contenido objetivo de la obra, proliferaron las críticas desfavo­
rables, en público y en privado.
El autor se sintió molesto. No eran justos los ataques. Había
procedido de buena fe, sin móviles subalternos. Creía sinceramente
haber hecho un aporte valioso en pro de la tradición cristiana corren-
tina. Evidentemente, era mal interpretado, o influían, en la crítica, mo­
tivos extrínsecos, ajenos al contenido histórico y doctrinario de la obra.
En una de sus estadas en Buenos Aires, durante una comida familiar,
a la que concurrió, también, el doctor Valerio Bonastre, su íntimo amigo,
se habló largamente sobre el asunto. Gómez manifestó su desagrado.
Estaba a punto de salir en defensa de su trabajo. Sabía que las arre­
metidas contra el mismo, partían de un sector eclesiástico. Lo contenían
dos cosas: no quería provocar una polémica escrita sobre temas reli­
giosos, siempre perjudicial para la Iglesia; le parecía impropio salir en
su defensa, actitud que sería más conducente si la tomaban otras perso­
nas, pues así se defendería la verdad y no una posición personal. Nos
dijo, asimismo, que después de haber terminado la historia de la Virgen
de Itatí, había tomado la resolución de abordar el otro tema, el más
discutido: la historia de la Cruz de los Milagros. Era un tema acariciado
por él desde hacía tiempo, tratado, además, en otras obras suyas sobre
la historia de Corrientes, aunque en forma indirecta. Él cariz de los co­
mentarios sobre su historia de la Virgen de Itatí, lo había llevado a un
momentáneo estado de indeterminación. Sabía que la empresa era ardua,
delicada, porque iba a internarse en un bosque oscuro, enmarañado de
opiniones encontradas, y que forzosamente produciría fricciones con sec­
tores y personas mezcladas, en el pasado, en el violento debate sostenido
públicamente y por escrito. Y si esa labor, lejos de desanimarlo, era un
estímulo para su voluntad de trabajo, la actitud desfavorable de los sec­
tores que, en lugar de atacarlo, debieran apoyarlo, ponía en su ánimo
un poco de amargura, de desaliento y de desilusión, sentimientos que lo
inhibían y luchaban por paralizarlo.
Comprendimos la razón de su desaliento. Eran justas sus quejas.
Cambiamos ideas. Nos esforzamos en hacerle comprender, cosa de que
él mismo estaba persuadido, que las críticas y censuras eran tan insig­
nificantes y carentes de fundamento, que de ninguna manera debían in­
fluir en forma negativa sobre sus propósitos, sino, más bien, en forma
de acicate, de estímulo para llevarlos adelante. Lo persuadimos. La
palabra siempre optimista, estimulante, de Bonastre, con la desintere­
sada oferta de su colaboración, provocó la decisión definitiva de Gómez.
Escribiría la historia de la Cruz de los Milagros, como lo tenía pensado,
sin' otras miras que la búsqueda, el esclarecimiento de la verdad objetiva.
De todo lo tratado, surgió un pacto bilateral. Yo me comprometía
a publicar un juicio sobre la historia de Nuestra Señora de Itatí, en
El Pueblo, diario católico de la Capital Federal; él se comprometía a dar
comienzo, de inmediato, a la Historia de la Cruz de los Milagros de
34
Corrientes. Era un pacto con ventajas, con tareas desiguales. Mi tarea
resultaba fácil, honrosa y justiciera; la de Gómez, la más importante,
era la más difícil, pero de gran valor para la historia integral de la pro­
vincia. Ambos cumplimos con lo pactado.
Hernán Gómez regresó a Corrientes, resuelto a trabajar con ahínco
en su nueva obra. Era hombre de voluntad férrea y de una tenacidad
y constancia inconmovibles. Cuando iniciaba una tarea, apenas le res­
taba el tiempo indispensable para comer y dormir. Sentado delante de
su escritorio lleno de papeles, de libros, documentos y apuntes, escri­
bía, dictaba a sus ayudantes e iba compaginando el tema, hasta dejarlo
concluido. Sólo entonces volvía a releerlo, a la ligera, pues era reacio
a la corrección de la forma, y únicamente atendía a la exactitud del
asunto, convencido de que la frescura de la primera expresión del pen­
samiento no debía ser modificada. Quizá por eso, en sus escritos hay
que buscar el pensamiento, más que la elegancia; la exactitud del dato,
más que el modo de presentarlo; el razonamiento lógico, más que la ar­
monía de la palabra.
En plena labor iniciada, tuvo la desagradable sorpresa, reflejada
en la carta que se reproduce, más expresiva que cualquier comentario:

Corrientes, 13.XII.1944.
Dr. César P. Zoni
Mi estimado Doctor amigo:
Estoy en deuda con su generosidad y lo peor es que cumplo el
saludarlo coincidiendo con un episodio que me angustia. El presbí­
tero Fontenla, desde el púlpito del Jesús Nazareno, ha despotricado
contra mi libro de Itatí; no interesa la jerarquía del sacerdote, sino
el hecho del púlpito y la oportunidad de un sermón sobre la P. y L.
Concepción (8, XII). Me dicen hubo una situación unánime de re­
pudio en el auditorio, sobre todo cuando el episodio fue posterior
a la carta de Monseñor que le acompaño, pero el hecho está ahí y su
fama rueda. Tampoco puedo ser un motivo de choque entre Monse­
ñor y su clero. En definitiva yo puedo olvidar lo ocurrido, pero
supongo necesito de algunos juicios eruditos de los mejores hombres
de iglesia.
Aprovecho para reiterarme grato a sus amabilidades en ésa y
ponerme a sus órdenes amigas.
Hernán F. Gómez.

Comprendí que debía apresurar el cumplimiento de lo que había


prometido escribir. Lo hice. En el diario mencionado, se publicó en
forma destacada. Redactado como noticia bibliográfica, el periódico
le dio otro carácter. Como está relacionado con el nacimiento de la nue­
va obra de Gómez, se reproduce.

Itatí, como centro histórico y espiritual


Por el Pbro. César P. Zoni

Hernán F. Gómez, presidente de la Junta de Estudios Históricos


de Corrientes, y autor de innumerables obras de carácter histórico,
ha escrito una historia abreviada de la Reducción de la Pura y Lim­
pia Concepción de Itatí y de su imagen milagrosa.
No es frecuente que un historiador profano se ocupe de las cosas
del culto tradicional de una región. El caso del doctor Gómez cons­
tituye una rara y apreciable excepción. Consagrado, desde hace años,
al estudio y la investigación del pasado, ha sentido la atracción de
ese centro preponderante de civilización cristiana constituido por Itatí
y su Virgen Milagrosa. Hombre de ideas liberales no disimuladas en

35
su actuación pública y en las publicaciones que lleva realizadas, se
inclina reverente ante la fuerza espiritual que emana de ese hecho
histórico.
"Fuerzas poderosas que nacieron de mi hogar cristiano y seño­
rial estuvieron siempre alumbrando mi espíritu. El auge de una
filosofía que dominó a la Argentina a contar de 1884, que había llegado
a las aulas secundarias cuando inicié mi formación humanista, no do­
blegaron mi respeto hacia las fuerzas del espíritu que estuvieron siem­
pre para mí sobre la concepción biológica de la sociedad.” Con estas
hermosas palabras del prólogo, que son una sincera confesión de fe,
comienza el estudio del asunto.
Más que un trabajo de orden religioso, como debe suponerse en
un historiador de la índole del doctor Gómez, éste es un estudio his­
tórico que abarca cuatro puntos principales: 1º) Origen de la Re­
ducción de Itatí; 2º) Fundador de la misma; 3º) Posible procedencia
de la imagen milagrosa; 4º) El culto de la Virgen de Itatí y su
trascendencia en el orden social a través de los tres largos siglos
de su existencia.
1. Origen de la Reducción. — El amplio conocimiento que posee
el autor de la historia colonial y de la geografía de la región, le permi­
ten ubicar con exactitud los hechos que analiza. La determinación del
teatro geográfico y de los límites políticos y administrativos de las dis­
tintas gobernaciones y provincias, tornan comprensible la empresa y
ponen de relieve la importancia de la magna epopeya de la coloniza­
ción evangélica.
Por regla general, los escritores que se ocupan de la época colo­
nial no se cuidan de dar una idea acertada del plan seguido en la
ejecución y del lugar donde se desarrollan las empresas misioneras.
Con frecuencia, las misiones aparecen como obras del azar, fruto del
celo de los misioneros que se adentran en la tierra en busca del abo­
rigen, sin orden ni concierto, llevados solamente por el afán de cris­
tianizarlos a tontas y a locas. Se originan así no pocas confusiones
y se desvirtúa considerablemente el valor de la iniciativa apostólica.
De la lectura de la obra de Hernán Gómez se desprenden conclu­
siones muy distintas, conclusiones que responden, por cierto, a la
realidad histórica. Las reducciones misioneras nacen de un plan ra­
cional, larga y concienzudamente meditado y preparado por Hernan­
darias, y ejecutado con celo e inteligencia por franciscanos y jesuítas.
Ante todo había que buscar el medio propicio para la evangeliza-
ción. Y el medio propicio, como lo acreditaba la dolorosa experien­
cia anterior, era la fijación de las tribus por medio de la colonización
agrícola, de la que no eran del todo extraños los guaraníes de la región.
Se aprovecharon los núcleos ya formados, y se formaron otros, adhi­
riéndolos al suelo nativo. A los franciscanos se les asignaron las tri­
bus asentadas en los dos triángulos que forman el Paraná, Paraguay
y Alto Paraná, a partir de Santa Lucía hasta la Asunción, con juris­
dicciones que se volcaban tierra adentro, en un semicírculo casi per­
fecto. El alma de las misiones franciscanas es fray Luis de Bolaños.
Y la toldería del cacique Yaguarón, donde se funda Itatí, es el centro
preponderante de sus actividades. A los jesuítas se les entregan las
provincias de Paraná, Tapé y Guairá, tarea ardua y difícil, ya que
debían recoger en reducciones a las tribus dispersas y cerriles, traba­
jadas por factores históricos que las hacían reacias a la vida fija y
organizada. El alma, el animador de las mismas, es Roque González
de Santa Cruz, mártir luego de sus temerarias y santas empresas.
Establecidas de este modo las distintas jurisdicciones, aquellos
heroicos misioneros aparecen en la obra de Gómez como hombres
sesudos, conscientes, que proceden con un plan racional, perfecta­
mente definido y preestablecido. Deshace el autor, con este método

36
científico, la leyenda de los continuos choques de intereses entre los
misioneros. Demuestra que Itatí no sólo fue fundado, sino que siem­
pre perteneció a la comunidad franciscana. Que la reducción de San­
ta Ana, fundada por González sobre el Iberá, nada tiene que ver con
la primera, a no ser por el contingente de indios que de común acuer­
do entre ambas órdenes fueron a engrosar la población de Itatí cuan­
do los jesuítas resolvieron disgregarla. Demuestra, asimismo, que
Itatí no debe confundirse con los Itatines, situados al norte de la
Asunción.
2. Fundador de Itatí. — El doctor Gómez sigue al historiador
José Torre Revello, quien afirma, en base a serios documentos, que el
fundador de la reducción fue fray Luis Games, enviado por Hernan­
darias, entre 1609 y 1615. Establece, no obstante, que corresponde a
Bolaños su traslado y organización definitiva, realizada' en 1615 por
encargo del mismo mandatario civil, por cuanto la obra del padre
Games no marchaba. "Ya puede suponerse —afirma— que al esta­
blecer la verdad histórica sobre el fundador de Itatí, no restamos
méritos a fray Luis de Bolaños, que fue su organizador, a quien envía
Hernandarias antes de 1615 a ese efecto, porque la obra del padre
Games no marchaba. Por eso entendemos que la afirmación general
que considera a fray Luis de Bolaños como el fundador de la Reduc­
ción de Itatí, contempla la eficiencia de su tarea organizadora y que
es por eso un juicio exacto.”
3. Origen de la imagen. — El autor estudia y analiza las distintas
hipótesis y tradiciones existentes sobre el particular. Se inclina a
admitir la posibilidad de que la imagen venerada en Itatí sea la mis­
ma que existió en la ciudad de la Concepción de la Buena Esperanza
del Río Bermejo, fundada el 14 de abril de 1585 y definitivamente
despoblada en 1631. Se basa en el hecho documentado de que sus
habitantes, al ser atacados por los indios, varias veces dejaron tem­
porariamente el poblado, llevándose consigo todo lo que les era más
caro. Bien pudo suceder —afirma— que en una de esas periódicas
huidas, antes del abandono completo del pueblo, se hubieran llevado
a Corrientes la imagen, pasando luego a Itatí, conforme a algunas de
las más comunes tradiciones. Creemos que dicha hipótesis queda
descartada con la compulsa del acta de fundación de la Concepción
del Bermejo, donde consta oue la titular llevaba "la Advocación de
NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO”. Además, del informe que el go­
bernador del Río de la Plata, con sede en Buenos Aires, don Diego
de Góngora. elevó al rev el 20 de mayo de 1622 —informe que Gómez
reproduce en la página 49 e interpreta acertadamente—, se infiere, tam­
bién, que la imagen ya existía en la Reducción de Itatí en 1615. Se
dice allí: "En la jurisdicción de esta ciudad de San Juan de Vera
a diez leguas della el río arriba del Paraná sobre su barranca está otra
reducción de indios todos de la nación Guaraní nombrada NUESTRA
SEÑORA DE LA LIMPIA .CONCEPCIÓN DE ITATI”. Si bien no se
menciona específicamente a la imagen, se menciona, en cambio, el
nombre tradicional de la Patrona de Itatí: NUESTRA SEÑORA DE
LA LIMPIA CONCEPCIÓN DE ITATI. De donde, sin forzar ni torcer
el sentido natural del documento, se deduce que la imagen ya se en­
contraba en 1615 en Itatí. Mal puede ser, entonces, la de la Concep­
ción del Bermejo, despoblada el año 1631, o sea dieciséis años después
de la fundación de Itatí. Por otro lado, nada autoriza a suponer
que haya sido cambiada por otra imagen, sobre todo a los pocos años
de ser fundada la reducción, con tanta resonancia.
4. Culto y trascendencia de la Virgen de Itatí. — Ya hemos insi­
nuado al principio que el doctor Gómez, con ser cristiano de pura cepa,
no es un fervoroso militante de las filas católicas. El criterio que lo
guía en la obra, no es, pues, el del devoto y piadoso. Por eso, la pu­
37
blicación de su obra sobre la Milagrosa Imagen de Itatí causó sensa­
ción en los círculos creyentes, y se leyó con cierta prevención, temién­
dose un ataque a la tradición, como sucedió con el doctor Mantilla,
poco respetuoso para las tradiciones religiosas de Corrientes.
Sin embargo, conviene consignar que esa prevención se ha disi­
pado al comprobar el contenido de la obra, de carácter eminente­
mente científico, consagrada más a la dilucidación histórica civil que
a la religiosa.
El punto crítico para los historiadores profanos que abordan te­
mas religiosos, suele ser el milagro en su esencia y en sus múltiples
exteriorizaciones. La venerable imagen de Itatí tiene fama de ser
milagrosa. Algunos de ellos han sido documentados por el padre Ga-
marra como hechos acontecidos en los primeros tiempos de la reduc­
ción. Pero el milagro viviente de la Virgen de Itatí —como solía
afirmarlo monseñor Niella, primer obispo de Corrientes— es la atrac­
ción constante que ejerce sobre las muchedumbres, y la maravillosa
transformación de las almas que llegan al pie de su altar. Es el mila­
gro fecundo de la conversión y rectificación de la vida; el milagro de
la esperanza que renace, de la fe que resucita, de los nobles propósitos
que se conciben; el milagro de la gracia que desciende sobre el alma
atribulada e indiferente, y la alienta y transforma espiritualmente.
Hernán Gómez reconoce y ratifica ese milagro viviente de la Pura
y Limpia Concepción a través de los largos años de su existencia.
Itatí es para la región un oasis de paz. “Si al terminar la primera
década del siglo xvII, Itatí fue fundado como un oasis de paz para la
raza autóctona, su función en la historia regional fue la de cumplir
ese signo, que en su caso resultaba prestigiado por el culto preferen-
cial de María.” En el capítulo doce hace un resumen de la vida polí­
tica y de las luchas civiles de la región, y termina con estas hermosas
palabras sobre la presencia de la Virgen en el alma del pueblo: “Ejér­
citos, milicias reclutadas sin excepciones, campañas enormes, batallas
sangrientas, diezmadas de prisioneros y ansiedades de derrotas, todo va
sumándose en el tesoro de la historia como un documento de valor
del pueblo. Y en los hogares que quedan sin varones, de abuelas,
de madres, de hijas, de novias, con horas de pobreza y horror, el
mismo sentido épico que busca, como en el ejército marcial, el favor
de la gracia y el consuelo de la devoción. En toda esa superación del
pueblo, el culto de la imagen de Itatí está como una expresión de su
mundo interior. Invocaciones silenciosas, reconcentrando el espíritu
en un homenaje que atrae con encantamiento desde los tiempos más
lejanos; promesas que miran al enlace del destino, a la conservación
de la vida y a una bendición que se proyecta sobre las huellas de las
legiones en marcha, todo eso que es y no trasciende, por cuanto no
vive de luz exterior, está uniendo al pueblo y a la muy milagrosa
Patrona. La tradición es la misma en los hogares de las casonas pa­
tricias y en las viviendas de las clases populares. Sumar cuanto ex­
presa ese culto, que viene de los abuelos a los nietos en la epopeya,
es escribir y documentar el lirismo de la provincialidad en aquellas
horas vaciadas en el bronce de la historia”.13

En carta del 26 de enero de 1945, le decía:

Dr. Hernán F. Gómez


Corrientes
Mi estimado amigo Dr. Gómez:
Oportunamente recibí su apreciada carta con las noticias refe-
13 Diario El Pueblo, de Buenos Aires, 25 de enero de 1945.

38
rentes a la campana tendenciosa que se viene haciendo en contra de
su libro Nuestra Señora de Itatí.
Con ese motivo la he vuelto a leer y releer, aplicando mis esca­
sos conocimientos teológicos en el examen, a fin de formarme un
juicio objetivo y desapasionado.
Fruto de ese empeño es el trabajito que escribí y publiqué en
las columnas del diario católico El Pueblo, de esta capital, el día 26,
del que le adjunto un ejemplar.
Me tomé la libertad de analizar la obra desde cuatro puntos
de vista, para que el cuarto (lo que más interesa en la emergencia)
no parezca una defensa escrita, intencionalmente, con fines de inne­
cesaria justificación.
La escribí para que se publicara en forma de nota bibliográfica,
con mención de la obra y de su autor. Pero la Redacción del diario
la publicó con carácter de colaboración, con título que no responde
al original.
Estoy convencido de lo que afirmo, con prescindencia y sin preo­
cuparme, en absoluto, de la opinión de los que han atacado su obra.
Hago resaltar, intencionalmente, lo acertado que está Vd. al es­
tablecer claramente el teatro de las misiones, su respectiva jurisdic­
ción y el plan preestablecido, pues en el Nº 344 de El Mensajero de
Nuestra Señora de Itatí, al darse cuenta de la aparición de su libro,
se afirma que el autor emite “juicios ligeros respecto a las reduccio­
nes jesuíticas”. Debido a eso, todavía no entregué al P. Furlong la
obra que le dedica, temiendo que pudiese estar prevenido. Lo haré
ahora, en cuanto dé con él.
También se afirma en esa revista, que Vd. niega los milagros
de la cruz de Arazaty. Se debe a lo que dice Vd., al pasar, en la
página 26. Quizá sea ésa la causa de los ataques provenientes, según
mis informes, desde la Cruz de los Milagros. Cuando haga otra edi­
ción, en nada se modificaría el valor intrínseco de la obrita, si supri­
me o cambia esas expresiones, que tampoco van contra la providen­
cia, o el milagro.
Deseando se encuentre bien y Nuestra Señora de Itatí lo asista,
me es grato saludarle con todo aprecio.
César P. Zoni.

El día 30 del mismo mes escribió lo que sigue, donde ratifica su


propósito de trabajar en la historia de la Cruz de Arazaty:

Corrientes, 30.1.1945.
Dr. César P. Zoni
Buenos Aires
Mi estimado Doctor amigo:
Ayer recibí su amable del 26.1, sin el ejemplar de El Pueblo que
Vd. me decía acompañar. Me puse en campaña para lograrlo en ésta
y su hermano Francisco me anuncia lo traerá hoy, en que vendrá
a charlar. Pero por otros conductos también me lo han prometido,
así que no pasará el día sin su lectura. Aquí ya se lo comenta;
fueron los PP. de la Merced los que me avisaron por teléfono de su
brillante pieza.
Ya le escribiré después de leerlo, pidiendo desde ya autorización
para hacerlo reproducir. Quiero hacer un folleto con su estudio y
el juicio de algunas cartas generosas, como la del Dr. Fassolino y
otros historiadores.
Desde ya le agradezco todo el trabajo que se tomó. Naturalmente
seguiré en el futuro su atinada sugerencia respecto a la Cruz de
39
Arazatí, de la que me ocuparé en el futuro Dios mediante. Va a ser
la forma más elegante de poner en descubierto a los hombres de este
episodio, pues sé que de ahí nació el comentario. Casi un deber, por
otra parte, porque soy delegado en ésta de la Com. de Monumentos

40
y Lugares Históricos, y por mi indicación la manzana del templo fue
declarada por el P.E.N. solar histórico...14
Me permito enviarle un fuerte abrazo de gratitud y saludarlo
con todo mi afecto.
Hernán F. Gómez.

Llegado a su poder el breve juicio crítico, se sintió alentado. Res­


pondió con una larga carta, en la cual, entre otras cosas decía: “Sus
palabras me han alentado, pero esta vez con el Rector de la Catedral [pres­
bítero Francisco S. Zoni], vamos a afrontar el libro de la Cruz del Mi­
lagro. Ya hemos hablado en líneas generales del plan y naturalmente Vd.
hará sus sugerencias”.15 Esta carta está datada el 1º de febrero de 1945.

Hay en ella una referencia a su salud, cuyo proceso conocíamos sus ami­
gos, por confidencias familiares. Sin mencionar el carácter de la misma,
escribía estas palabras, aliento de fe y esperanza: “Yo voy mejorando
y me creo ayudado por N. S. de Itatí”.
En plena tarea de búsqueda de documentos, para lo cual recurría
a todas las fuentes que pudieran proporcionarle datos de interés, le es­
cribe al doctor Valerio Bonastre, con fecha 13 de marzo de 1945, y refi­
riéndose al tema, le dice:
Sigo trabajando en el asunto y reuniendo lo que puedo. Incluso
tú no vas a escapar: tengo tu página en la geografía de Manzi, así
que si quieres ampliarla, mejor... Naturalmente ya tengo capítulos
redactados; pero falta el del Milagro, que debe hacerlo Francisco
Manzi. Te informo de todo, porque en realidad eres el asesor de
este esfuerzo.
Un saludo y que mejores del todo.
Hernán F. Gómez.

14 Véase figura 1, que es copia facsimilar del párrafo transcripto.


15 Véase figura 2, facsímil del párrafo reproducido.
41
En sucesivas cartas a Bonastre y a mí, nos informaba de la marcha
de su labor ininterrumpida. A medida que iba escribiendo, lo sometía
a una especie de censura a cargo del presbítero Francisco S. Zoni, que co­
laboraba asiduamente en todo lo que se le requería. Así, el 20 de marzo
de 1945, me decía, después de tratar otros temas afines:
Aquí, Francisco, seguramente por su salud, da largas al libro de
la Cruz del Milagro. Yo ya he ordenado mucho y escrito bastante,
pero naturalmente necesito de su colaboración y nada se hará hasta
que él resuelva. Si Vd. quiere dar un vistazo a lo hecho voy a orde­
narlo y se lo envío, así lo discuten con Valerio; muchos ojos ven
más que uno y su opinión sería muy grata al P. Francisco como a mí.16

42
El 27 de marzo, veintitrés días escasos antes de su deceso, escribió
una larga carta, en la cual, tras hablar de varios asuntos relacionados
con el mismo tema de su labor sobre la Cruz de los Milagros, al referirse
a la demora en la entrega del asesoramiento pedido, dice lo que sigue,
que se reproduce?7 porque hay algo significativo respecto a su salud y
a su estado de ánimo:
17 Véase figura 4, que reproduce facsimilarmente el final de la carta men­
cionada.
43
Francisco anda abúlico con sus dolencias, pero procuramos movili­
zarlo. A veces creo me dedica... en su mundo interior, cuando lo
visito y saco el asunto, pero como yo sé lo que Influye la enfermedad
en uno, no me molesto...
Lo que tengo escrito se está pasando a máquina y paralelamente
completo de a poco los antecedentes, para el anexo. Cada día veo
más claro en el asunto como si una mano desconocida guiase mi
intuición. Éste es fenómeno que algunas veces me ocurriera, pero
en este asunto toma un relieve interesante. Pero nada estará com­
pleto sin el capítulo central de Francisco que yo titularía La Cruz
y el Milagro.
Lo saludo con todo afecto.
Hernán F. Gómez.

Esa espontánea confesión denota dónde estaba el pensamiento de]


autor, mientras se ocupaba activamente de su última obra. En un es­
píritu liberal, abierto, independiente como el doctor Hernán Gómez, tiene
un valor singularmente excepcional. Cuando la fe y el amor a la ver­
dad actúan sobre la voluntad y la inteligencia, suelen engendrarse esas
vivencias, esas luces internas que iluminan el camino que se anda. Y
cuando se anda por un camino, cuyo fin se presiente, como indudable­
mente le sucedía a Gómez, el objeto que llena la inteligencia se hace
luz en alas de la esperanza.
La dolencia que lo aquejaba, hizo crisis. Regresó a Buenos Aires
en procura de atención médica. Enterados de su viaje y de su estado,
el 18 de abril, por la mañana, lo visitamos con el doctor Valerio Bonas­
tre, su entrañable amigo y compañero de tareas históricas. Lo vimos
en el Sanatorio, en el momento que lo sacaban de la sala de rayos,
donde le habían hecho aplicaciones. Agitado, extenuado, se expresaba
ya con dificultad. Optimista, sin embargo, comenzó a hablarnos de su
obra sobre la Cruz de los Milagros. Era una obsesión. Lo decía con
entusiasmo, con alegría. Diríase que era un autor que hablaba de su
primera obra. “La terminé —repetía.— Creo haber dado con la verda­
dera solución. La vamos a leer juntos, dentro de unos días, cuando
esté bien.”
En consideración a su estado físico, desviamos la conversación y lo
indujimos al reposo, con la promesa de secundar y satisfacer sus deseos.
La carta que el doctor Valerio Bonastre escribió a Francisco Manzi
—carta que se inserta como un documento más fehaciente de la autenti­
cidad de la obra—, dice lo que sobrevino, a las pocas horas de esa
conversación:
Buenos Aires, 20 de abril de 1945.
Estimado Francisco:
Ud. me dice en su última: "Hoy sale Hernán para ésa. Va muy
mal; temo, y Dios quiera que me equivoque, que el apreciado amigo
no retornará con vida”. Su pronóstico se ha cumplido. Hoy regresa,
pero sus simples despojos, porque su espíritu se ha ido al más allá.
Apenas ha vivido en Buenos Aires dos días y medio. Anoche a
las veinticuatro menos cuarto, se apagó, se dice, en los brazos de su
hija Irasema.
Con el anuncio de su carta de que se había embarcado para ésta,
fui a verlo en el hospital.
Me impresionó profundamente: era otro Hernán el que tenía ante
mi vista. Sin embargo, el médico que le aplicaba los rayos abrigaba
la esperanza de mejorarlo por uno o dos meses, tiempo suficiente
como para retornar a la tierra, relativamente tranquilo.
Ayer, por última vez, lo vi en compañía del Capellán Dr. Zoni.
Eran las diez. Hablaba de sus libros y de su labor futura. Dirigién-
44
dose a mí dijo: “Antes de seis días estaré mejor y entonces, en
compañía del Dr. Zoni, leeremos los ORIGINALES QUE TRAIGO”.
Referíase a los papeles sobre la Cruz de los Milagros. Quedamos con
el sacerdote en que repetiríamos la visita, cuando hoy, a las trece
menos veinte nos anunciaron el súbito fallecimiento del amigo, ocurri­
do en altas horas de la noche. Rápidamente fui a la casa de pompas
fúnebres encontrándome con muchos parientes del muerto, y amigos.
Media hora después y previas palabras pronunciadas por el joven
Fernando Díaz Ulloque y el Dr. Zoni, fue embarcado el cadáver en un
automóvil furgón con destino a Corrientes. Los oradores citados in­
terpretaron con fidelidad el pesar de la concurrencia, que fue muy
numerosa, no obstante no haberse invitado a nadie para el acto de
despedida de los restos.
Ahora a Ud. le corresponde por derecho despedir en ésa los res­
tos del malogrado amigo. Ud. se hallaba unido a él por fuertes lazos
de amistad y de actividad común. Lo hará bien, estoy seguro. No
sé lo que escribo. Lo hago con la impresión dolorosa que Ud., puede
suponer. Se van seres queridos a mi corazón. ¡Cúmplase la volun­
tad del Señor!
Lo abraza su amigo afectísimo.
Valerio.

VIII — DESTINO, BÚSQUEDA


Y HALLAZGO DE LA OBRA

Se creyó que los originales habían quedado en poder de los fami­


liares. Transcurrido un tiempo prudencial, tratóse de dar con su para­
dero. Se recurrió a aquéllos, a los allegados y amigos. Ninguno tenía
noticias concretas sobre los mismos. Sólo se sabía que había sido es­
crita y terminada. Figuraba en la lista de su producción escrita, en
poder de su hijo Félix María. Pero se ignoraba el depositario o tene­
dor. Por lo que comentó en la víspera de su fallecimiento, como lo ates­
tigua Bonastre, parecía colegirse que los tenía consigo, hasta última
hora. Dónde quedaron, era un misterio.
Llegó un momento en que se perdió toda esperanza de dar con
los papeles. Ya habían desaparecido sus colegas y colaboradores, el
doctor Valerio Bonastre y el profesor Francisco Manzi. También su
hijo, quien se había hecho cargo, por disposición paterna, de su archivo
y de su producción literaria.
Cuando ya se había olvidado el asunto, los originales aparecieron
hace alrededor de cuatro años. Estaban en poder del presbítero Fran­
cisco S. Zoni. Hubo de haberse presumido, por la amistad que los li­
gaba, por pertenecer al grupo de hombres dedicados a las investigaciones
históricas, nucleados por Gómez, y por haberle confiado, como se dijo, su
lectura, en procura de un juicio orientador. No se pensó en ello, por la
sencilla razón de que el autor, pocas horas antes del deceso, expresó sus
deseos de que escucháramos su lectura, señal manifiesta de que los tenía
consigo.
Los originales fueron encontrados en un mueble antiguo, mezclados
con otros papeles de índole diversa.
Cómo fueron a parar a su poder, no ha podido determinarse, ni
aproximadamente. El estado de salud del presbítero Zoni le impide
precisarlo. Sabe solamente que le fueron confiados, pero no recuerda
ni cuándo ni quién se los entregó. Podría suponerse que se los dejó el
45
autor, para su lectura, antes de partir para la Metrópoli; suposición, em­
pero, que no está de acuerdo con lo expresado por el mismo en las últimas
horas de su existencia. Debe pensarse, entonces, que se los entregó, pos­
teriormente, por mandato o sin él, alguien que no se ha podido determinar,
y que podría haber sido su difundo hijo Félix María. Lo que no puede
dudarse es que el presbítero Francisco S. Zoni fue el depositario de los
originales de La fundación de Corrientes y la Cruz de los Milagros, obra
escrita por el doctor Hernán F. Gómez. Y sea como haya sido, la obra
se encontró, y se ha salvado de su pérdida un valioso aporte para la
historia de Corrientes. Presumiendo la intención y deseo del testador o
depositador, y dada la absoluta imposibilidad del legatario de darle for­
ma, me hice cargo de la obra, en obsequio de ambos.
Los papeles están en muy mal estado de conservación. Por suerte,
las copias son dobles. Y, como si la mano invisible que menciona el
autor siguiera guiando, lo que está ilegible en un cuadernillo, está des­
cifrable, legible en el otro correspondiente. De esa manera, con orden,
con paciencia, y merced a la confrontación con la bibliografía y documen­
tación utilizada por Gómez, la obrita pudo rehacerse, sin cambiar ni
añadir una sola palabra a lo salido de su pluma.

IX — AUTENTICIDAD DE LA OBRA

Con los documentos transcriptos, nadie puede poner en duda, razonable­


mente, que la obra pertenece a Hernán F. Gómez. En cuanto a que lo
publicado sea auténtico, ninguno que esté familiarizado con la lectura
de las obras de Hernán Gómez, puede objetarlo. Es su estilo inconfun­
dible. Es su modo de exponer, de razonar, de analizar las opiniones
ajenas, de compulsarlas sin alusiones personales, y de extraer conclu­
siones que presenta con el valor que les atribuye.
Muchos de esos problemas históricos, además, ya habían sido trata­
dos por él en libros fundamentales, como Historia de la provincia de
Corrientes (Primer tomo) y La ciudad de Corrientes, de donde saca, casi
al pie de la letra, abundante material utilizado en la confección de
esta obra.
Por último, los originales, escritos a máquina, que están ahora
en poder de su hija, la profesora María Ligia Gómez de Oddera, tienen
muchas correcciones, hechas con tinta por el mismo Hernán Gómez, lo
que resulta la mejor prueba de su identidad.

X — HERNÁN F. GÓMEZ

Aunque es problemática la herencia en lo que se refiere a la capacidad


de desarrollo y de eficacia de la inteligencia, nadie pone en duda el
influjo de la herencia social, cívica, cultural, espiritual y ambiental.
Es fuerza externa que, generalmente, impulsa la voluntad hacia un ideal
determinado. Es luz venida del pasado, que da brillo al camino andado
por los ascendientes y alumbra el porvenir de los descendientes, facili­
tándoles la marcha. Fuerza y luz que, si para algunos constituyen una
rémora —porque no necesitan realizar mayores esfuerzos para subsistir,

46
ya que se conforman con disfrutar de la situación en que nacieron, sin
importarles su conservación o su auge, sino sólo su aprovechamiento—,
para los más, esa herencia es un poderoso estímulo que alienta y ayuda
a seguir las mismas huellas y acrecentar los resultados. Es, por lo
demás, el origen de la vocación, que no nace con uno, sino se hace al
influjo del ambiente familiar, social, cultural en que se vive y desenvuelve.
En Hernán F. Gómez se cumple esa ley incontrovertible. Su ascen­
dencia arranca de la Colonia. Tiene las mismas características de las
familias que se formaron en tierra americana sobre troncos hispanos o
europeos, las cuales labraron, tanto su propio porvenir, como el destino
de los pueblos que contribuyeron a fundar o hicieron progresar con el
sacrificado y fecundo trabajo de sucesivas generaciones. En la trayec­
toria de la misma, de cerca de dos siglos, han quedado visibles varios
jalones que se destacaron en la vida civil, política, militar, cultural y
social de la provincia. Ellos fueron un acicate para su voluntad, luz
para su inteligencia.. En ellos nutrió su amor, su pasión, su vocación
por las cosas de Corrientes, tierra a la que sintióse ligado por un pasado
en el que su sangre no había sido estéril.
Fue fundador de la familia Gómez, el comerciante español don Bar­
tolomé Gómez, radicado en Corrientes a fines del siglo xvIII, y casado
con Ángela Cossio, correntina.18 De ese matrimonio nació el coronel
Félix M. Gómez, “el guerrero más distinguido que Corrientes contara en
las filas de sus ejércitos”.”
El coronel Félix M. Gómez casó con Tomasa Isabel Fernández, de
la sociedad goyana. Tuvieron cuatro hijos varones: Adriano Antonio,
Justo Pastor, José Eusebio y Félix Tomás. Los dos primeros fueron
militares, como el padre, a quien acompañaron en la cruzada de Caseros
y en anteriores acciones en territorio correntino. José Eusebio fue in­
signe maestro y destacado educador. En el Colegio Goyano, fundado
por él, y uno de los más acreditados en la época, se educó la juventud
que contribuyó a dar fama de culta a la ciudad sureña de la provincia.
Su recuerdo perdura en la población. Su nombre está perpetuado en
una de las calles céntricas, y en la Escuela Graduada que lo tiene como
patrono. Félix Tomás se dedicó a las actividades agropecuarias. Dueño
de establecimientos rurales en Mercedes y en Curuzú Cuatiá, formó
hogar casando con Emilia Eladia de las Mercedes Benítez de Arrióla,
perteneciente a familias de tradición.
Del matrimonio Gómez - Benítez de Arriola nace el doctor Félix
María Gómez. Abogado de nota, prestigioso por el saber y rectitud;
político de limpia trayectoria, y, por ende, consejero de gravitación mo­
ral en las asambleas de trascendencia cívica; periodista, escuchado por
la responsabilidad de sus ideas; diputado nacional, por unánime selección
hecha por sus partidarios entre los más capaces y de mayores méritos;
fino escritor, de corte clásico, personificado en Ocios amables, cien
composiciones poéticas, "espontáneas recreaciones en momentos diversos
de mi vida”, como él mismo lo dice; docente, con verdadera vocación de
educador y orientador de la juventud, enseñó en sus aulas y rigió los
destinos del Colegio Nacional San Martín durante dieciocho años conse­
cutivos, perpetuando y realzando el prestigio del establecimiento, con el
que emanaba de su propia personalidad.
El doctor Félix M. Gómez casó con Juana Ávalos Billinghurst,
miembro de una familia de arraigo, muchas de cuyos componentes suma­
ron prestigio a la provincia. Y de ese matrimonio proviene Hernán
Félix María Gómez, nacido en la capital correntina el 26 de diciembre
de 1888. Coincidencia sugestiva e interesante, su nacimiento acaecía en

18 María Ligia Gómez, El coronel Félix M. Gómez, pág. 30 (Buenos Ai­

res, 1933).
” Valerio Bonastre, "Coronel Félix M. Gómez”, en Corrientes en la cruzada
de Caseros, ed. 1934, pág. 241.
47
el tercer centenario de la fundación de Corrientes y en el año en que se
producía la apasionada polémica sobre un tema de su historia, que él
ayudaría a esclarecer en sus últimos días.
Su educación primaria y secundaria se realiza, la primera en Bue­
nos Aires, la segunda en Corrientes. A los veintidós años obtiene el
título de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Regresa a la pro­
vincia y comienza a desarrollar actividades en el foro, en el periodismo,
en la docencia, en las asambleas populares, en las comisiones oficiales,
en las academias, en las lides políticas, en las convenciones, en las legis­
laturas provincial y nacional, en las tribunas particulares y en las justas
del saber, siempre en los primeros puestos, que ocupa por el propio
esfuerzo y valer personal. Ejerce una especie de liderazgo entre la juven­
tud estudiosa, y su palabra es requerida en cuanto acto público donde
se conmemoran las glorias del pasado, se tratan los problemas del pre­
sente o se propician las esperanzas del futuro. En la tribuna y én la
cátedra resuena su verbo elocuente, impregnado, en toda circunstancia,
de tan sano patriotismo y de tan exaltado amor a las cosas de la tierra,
que arranca aplausos, conquista voluntades y despierta inclinaciones
intelectuales.
Hernán Gómez está en todo. Ha recibido una herencia valiosa,
herencia externa que actúa sobre su espíritu como factor determinante
en la dirección de su vida y en la expresión de sus inquietudes. Su fe­
cunda actividad tiene una mira, un móvil, un objetivo fundamental que
lo encarrila y conduce a una meta final: la historia. En la brillante
actuación ambiental de sus antepasados figuran, en forma prominente,
como se ha dicho, el militar, el educador y el hombre de ley en sus
distintas realizaciones, nobles actividades que caracterizan a los indivi­
duos y forjan a los pueblos en cualquier parte del mundo. Ahora bien,
la extraordinaria producción escrita de Hernán Gómez versa, principal­
mente, sobre tres aspectos del pasado correntino: los hechos de armas,
la cultura y la instrucción pública, y la vida civil y política, personifi­
cado, todo, en sus hombres y en sus instituciones democráticas.
Se relacionan con las armas: Berón de Astrada — La epopeya de
la libertad y la constitucionalidad, La victoria de Caá Guazú, Ñaembé,
Corrientes en la guerra del Brasil, Vida de un valiente, Toledo el Bravo,
mucho del contenido de los tres tomos sobre la Historia de Corrientes e
innumerables monografías, artículos periodísticos y conferencias sobre
varones y hechos que cimentaron la provincia con la fuerza de las armas.
Tratan de la cultura, de la educación, de la instrucción pública y
de la sociabilidad: los textos escolares sobre moral cívica y política,
contabilidad, historia antigua, de la civilización, de América; La educa­
ción común entre los argentinos, Contribución de Corrientes a la forma­
ción de la nacionalidad argentina, Orígenes de la sociabilidad correntina
y Fray José de la Quintana.
Versan sobre el derecho, sobre las instituciones, y sobre los hom­
bres que, en el ejercicio del derecho y Con el instrumento de las institu­
ciones promovieron, cimentaron y desarrollaron la existencia real de la
provincia: Bases del derecho público correntino, Historia de las institu­
ciones de la provincia de Corrientes, Los últimos sesenta años de demo­
cracia y gobierno en la provincia de Corrientes, Vida pública del doctor
Juan Pujol, El general Artigas y los hombres de Corrientes, El régimen
electoral y la reforma de 1935 — Provincia de Corrientes.
La restante producción, vasta, heterogénea, constituida por folletos,
ensayos, monografías históricas de personas y de municipios, artículos
periodísticos, recopilaciones de leyes, de documentos, de actas, de actua­
ciones personales y oficiales, gira casi toda en torno de temas de la
historia militar, civil y cultural de la provincia.
Las obras sobre derecho e instituciones, quizá las menos leídas,
por ser de especialización, son tratados magistrales. El contenido y el
método denotan sus acabados conocimientos del derecho y de las ins­

48
tituciones correntinas, y revelan sus condiciones de expositor claro,
objetivo, condiciones corroboradas en la cátedra por el profesor, cuyas
lecciones eran retenidas, escritas y recopiladas por sus alumnos, con­
virtiéndolas en texto de la materia.
Valiosísimas son, asimismo, las referentes a la historia civil y polí­
tica de la provincia. Aunque en ellas sigue huellas anteriormente reco­
rridas por otros, desbroza el camino de malezas, rectifica desvíos enga­
ñosos y descubre paisajes y perspectivas interesantes, intencional o desi­
diosamente ocultadas. Temas difíciles de tratar, con imparcialidad, sobre
todo cuando, como en el caso, por sí y por sus ascendientes, se ha tenido
parte en su proceso, Gómez mantiene suficientemente el equilibrio, y,
aunque el juicio, quizá con marcado acento, se inclina hacia sus prefe­
rencias, lo hace, como ya se anotó, con altura, con señorío, sin herir,
señalando el error, la equivocación de los hombres y de las instituciones,
antes que atribuirlo a mala fe o a intenciones tortuosas.
Las más leídas, por el género literario y por la temática, son las
que tienen como protagonistas al doctor Juan Pujol, al coronel José Toledo
y al coronel Plácido Martínez, tres personajes sobresalientes en el esce­
nario correntino. El primero, considerado uno de los estadistas y gober­
nantes más eminentes; los otros dos, figuras legendarias que perduran
en el recuerdo popular, envueltas en el tenue rumor de un aura mitológica
que se agranda en los relatos añejos. Con estilo ágil, ameno, son presen­
tados en su propia dimensión, siempre sobre el apropiado fondo histórico,
que el autor conoce e interpreta en forma tal, que al deleitar, instruye, y
al instruir, provoca la admiración de los biografiados.
Hernán Gómez desaparece el 19 de abril de 1945, a los cincuenta y
siete anos de edad. Murió joven. Se abisma la mente pensado lo que
hubiera producido su pluma, de vivir más tiempo, si en tan cortos años de
existencia pudo escribir lo que escribió. Por asociación de ideas, vienen
a la memoria los nombres de algunos correntinos eminentes, de los que él
se ocupó, y quienes, como él, vivieron poco e hicieron mucho: Pujol fallece
a los cuarenta y cuatro años de edad; José María Rolón, a los treinta y
seis; Manuel F. Mantilla, a los cincuenta y seis; Plácido Martínez, a los
treinta y cinco. Enigmas de la vida, que demuestran que el tiempo es
en sus efectos tan relativo como en su concepto. Sea lo que fuere, quedan
las obras, que es lo que da carácter a la existencia de los individuos.
En lo que se refiere a Hernán Gómez, sus obras son más que los
años que ha vivido. Su nombre está ligado a la historia de Corrientes,
como actor eficiente en su vida cívica y cultural, y como cultor y evocador
de su pasado. Es de esperar que algún discípulo suyo, de los tantos que
ha tenido e iniciado en actividades similares a las suyas, escriba su bio­
grafía completa, para que la perennidad del libro la conserve y la divul­
gue como un estímulo, como un ejemplo para los que tienen ideales
y aman los valores reales del trabajo intelectual.
Al largo catálogo de su producción escrita, se añade ahora su obra
postuma, La fundación de Corrientes y la Cruz de los Milagros, providen­
cialmente salvada de la pérdida y el olvido. Como la cruz levantada
sobre las tumbas simboliza el fin de la vida terrenal y el principio de la
vida eterna, este libro, escrito cuando ya la muerte lo iba estrechando
entre sus brazos, simboliza el fin de su vida de trabajo y la incorporación
de su nombre a las glorias de la provincia de Corrientes. Las glorias
de una provincia que nace al amparo de la Cruz, que él reivindica y exalta,
y que seguramente lo ampara y lo hizo partícipe de la redención que
representa.
Que el sacrificio que significa su publicación, de indudable beneficio
para la verdad histórica, sea el modesto tributo que el Gobierno rinde a
su esclarecida memoria.
César P. Zoni.

49
HERNÁN F. GÓMEZ

La fundación
de Corrientes
y la Cruz del Milagro
Capítulo Primero

EL ACTA DE FUNDACIÓN DE LA CIUDAD

Entre las actas capitulares del Archivo General de la provincia,


no existe la correspondiente al 3 de abril de 1588, la del día de
su fundación, que fuera subscripta y levantada ante el adelan­
tado Juan de Torres de Vera. Las actas originales empiezan
con la del día 4 de ese mes y año, reunión capitular realizada
con la presencia del Adelantado fundador, con los fines de nom­
brar un procurador que fuese a la ciudad de Asunción del Pa­
raguay, traer mantenimiento y un sacerdote, y de escribir al
Rey y Consejo de Indias encomendando esos documentos a otro
procurador, con instrucciones detalladas sobre las necesidades
y los actos a cumplirse por la nueva ciudad. Se nombró repre­
sentante para esta gestión en la Metrópoli al capitán Diego Galo,
que seguramente pertenecía a la escolta del Adelantado, quien
ya resuelto a abandonar el Río de la Plata y a renunciar a su
título, viajaba a Buenos Aires para continuar a España.
Juan de Torres de Vera y su brillante comitiva abandonan
la nueva ciudad entre ese día 4 y el 7 de abril, por cuanto la
unión capitular de esta última fecha, acta que sigue a la del 4,
sólo es presidida por el capitán Alonso de Vera y Aragón, quien
exhibió su nombramiento de capitán general y justicia mayor
de la ciudad. Se le acató como tal y como gobernador y capitán
general de la provincia, en que había sido fundada la ciudad,
que era la llamada en ese entonces de Paraná y Tapé, y a la que
el nombramiento agregaba la de Uruguay.
El deslinde geográfico de estas provincias, de la que la ciu­
dad de Vera de las Siete Corrientes debía ser el núcleo conquis­
tador y colonizador, está determinado en uno de los mapas his­
tóricos incluidos en el Alegato Argentino sobre el territorio de
Misiones, en debate con el Brasil, del doctor Estanislao S.
Zeballos.
Pero volvamos al acta inicial. Su primera publicación en
la provincia fue hecha en el libro Colección de datos y docu­
mentos referentes a Misiones, como parte integrante de la
53
provincia de Corrientes, hecho por una Comisión nombrada por
el Gobierno de ella.1
Esta Comisión oficial de 1877, según expresa al pie del acta
de fundación transcripta, tomó su texto del libro del doctor
Vicente C. Quesada titulado La Patagonia y las tierras australes
del Continente Americano (Buenos Aires, 1875). Consignó que
el doctor Quesada había obtenido la copia íntegra del acta ini­
cial del Archivo General de Indias, y el Depósito Hidrográfico
de Madrid, en los viajes que hiciera aquel ilustre estudioso en
servicio de los gobiernos de la Nación. El interés del doctor
Quesada por Corrientes debíase a su actuación en la provincia
durante la administración del gobernador Juan Pujol; le corres­
ponde ser autor del primer estudio regional publicado con el
título de La provincia de Corrientes, de carácter geográfico
histórico.
Algunos opinan, dentro de un concepto gramatical, que la
primera acta del Cabildo no fue ni pudo ser la de fundación
de la ciudad y establecimiento de su Cabildo, sino la de la pri­
mera reunión que realizó el Cabildo, ya en función de organismo
institucional. El criterio pareciera ser el de los organizadores
del libro de actas o redactores de actas, ya que el acta del 4 de
abril de 1588 lleva claramente un número uno en la parte supe­
rior de la foja.
El asunto no es tan claro. El acta de la fundación es in­
dudablemente un documento indiviso; pero se forma de cinco
actuaciones sucesivas al pie de las cuales el Escribano Público
y de Gobierno certifica solemnemente su realización. Recién en
la quinta actuación firma el Adelantado y principales persona­
jes. En algunas de las copias conocidas, como la que se expide
en 1604, está omitida la segunda actuación, por la cual el Ade­
lantado recibía el juramento de los regidores que había desig­
nado para el Cabildo de Corrientes, poniéndolos en posesión de
sus cargos. Bien mirada esta actuación que integra el acta
inicial, es en derecho la primera de las actas capitulares, pues
no se concibe la actuación de un Cabildo sin que sus miembros
presten juramento.
Lo evidente es que el acta de fundación no figura en el
libro capitular. Debió de estar en otro cuerpo, denominado
Libro de la Fundación, que en 1877 ya no existía en el Archivo,1 2
pero al que aluden una serie de documentos que aún hoy pueden
leerse. Tal vez este Libro de la Fundación hubiese estado inte­
grado, además del acta inicial, por los padrones de encomiendas
de indios y de reparto de tierras, que hoy corren en cuadernillos
separados.
1 Primera parte (Impr. de La Verdad, Corrientes, 1877).
2 Informe del doctor Contreras.
54
Nada puede establecerse con exactitud sobre el tiempo y
circunstancias en que el original del acta de la fundación desapa­
reció del Archivo de la ciudad de Corrientes. Como existen
documentos de la misma época —el acta capitular del día si­
guiente, por ejemplo—, pareciera que esa desaparición obede­
ciese a una causal específica no determinada.
Para nosotros esa causal no puede ser otra que la remisión
del documento original, a pedimento de parte, a algún juicio
en que se debatieron valiosos intereses materiales. En algunos
de esos expedientes, ante la Audiencia Real de Charcas o el
propio Consejo de Indias, debe de encontrarse como elemento de
prueba para aclarar errores que se fueron cometiendo en las
copias extraídas y llevadas con uno u otro motivo ante las
autoridades administrativas y judiciales españolas.
Pensamos así por la evidencia de los errores en que se in­
curría al extraer y autenticar las copias.
En efecto, cuatro son los textos del acta de fundación que
fueron publicados en nuestro país:
1?) El de la Comisión Oficial de 1877, transcripto par­
cialmente del citado libro del doctor Quesada, La Patagonia y
las tierras australes del Continente Americano.
2°) El publicado por el doctor Manuel F. Mantilla en su
folleto titulado La Ciudad de Vera, impreso en 3 de abril de
1888 en la ciudad de Corrientes. Es el texto que la primera
edición de las actas capitulares (1914) oficializa, al incluirlo
como versión del acta de fundación, y que nosotros conserva­
mos sobre todo por carecer de facultades para variar textos
de una edición oficial. Según el doctor Mantilla, el texto que
publicaba era copia de un testimonio del acta original conser­
vado en el Archivo de Indias de Sevilla.
Pero esta copia publicada por primera vez en 1888, no con­
signa su origen. Además, el texto es vertido al castellano co­
rriente, en cuya forma fue reiterada, incluso en la edición que
la Academia Nacional de la Historia inició en 1941 de las Actas
Capitulares de Corrientes.3
3?) El texto obtenido en 1915 por el profesor Juan W.
Gez, por intermedio de don Santiago Montero, de Sevilla, y
que fue tomado del legajo de Escribanía de Cámara, Nf 846,
del Archivo General de Indias. El testimonio de que se tomara
este texto fue expedido en 13 de noviembre de 1604, por el
Escribano Público y de Cabildo, a petición de la parte del
adelantado Juan de Torres de Vera y por mandato judicial.
Esta copia tomada del legajo Nº 846, corresponde a los fo­
lios 124 y 125. Fue publicada en Corrientes, como luego vere-
3 Cf. tomo I, pág. 43.
55
mos, en 1915, y en la edición de la Academia Nacional de la
Historia ya aludida.4 Esta copia fue tomada en Corrientes, del
original, en 5 de abril de 1588, ante tres testigos, por el escri­
bano público y de cabildo Nicolás de Villanueva, cuya firma
aparece, autenticada por los Alcaldes Ordinarios y de la Her­
mandad, de la ciudad de Corrientes, en la misma fecha.
4º) Texto obtenido y publicado por el historiador José
Torre Revello en el diario La Prensa, en la edición dominical
de 29 de marzo de 1936. Conserva la redacción y ortografía
de la copia sacada de un libro de Cabildo —no dice si fue el
de Actas Capitulares—, en 13 de noviembre de 1604 por el
entonces escribano público y de cabildo Gabriel de Esquivel.
Pero cabe aclarar que el texto publicado por Torre Revello es,
según nota al pie, testimonio hecho, en 1607, de aquella copia
de 1604.

En carta particular, el señor Torre Revello, cuyas activi­


dades en el Archivo de Indias son tan conocidas, nos informa
que en dicho Archivo existen tres copias y ningún original del
acta de fundación de Corrientes.
Descartando el primero de los textos por su edición incom­
pleta, tenemos que el segundo, del doctor Mantilla, no indica
el testimonio del cual fue tomado, ni el legajo del Archivo Ge­
neral de Sevilla donde esa copia testimoniada era conservada.
El texto uno, del doctor Quesada, a pesar de su publicación
fragmentaria, indica fue tomada del Depósito Hidrográfico de
Madrid. El texto tercero, del profesor Gez, no sólo está ínte­
gro, sino que consigna el testimonio del que fue extraído. Su
autenticidad es más notable, porque llegó en copia fotográfica
a Corrientes, fotografías que se editaron en fascículo, en junio
de 1915, agregándoselo como portada del tomo primero de las
Actas Capitulares, cuando él fue organizado a raíz de la apari­
ción del sexto cuaderno o número de la Revista del Archivo.
Evidentemente es el texto de mayor seriedad.
En cuanto al cuarto texto, del señor Torre Revello, tiene las
mismas garantías del anterior, llamando la atención le falte
testimonio de la diligencia por la cual se tomó juramento a los
regidores del Cabildo creado, poniéndolos en función institucional.
Comparando estos textos, nos encontramos con que difie­
ren en la ortografía y en la versión de algunas palabras, sobre
todo de aquéllas escritas abreviadamente; también resultan
omisiones en la primera parte, enunciativa de los compromisos
y títulos del Adelantado y su antecesor. Estas observaciones al
texto segundo, con relación al tercero, conocido fotografiado,
pueden extenderse al último, en el cual resultan omitidas las
4 Cf. tomo I, pág. 36.
56
constancias del juramento de las autoridades que se nombraron,
como la delineación del trazado urbano o casco de la ciudad,
señalada por el Adelantado fundador hasta un cuarto de legua
a todos los vientos.
¿Por qué se expidieron estos testimonios del acta de funda­
ción, eran estos errores fortuitos o voluntarios, cuál era su im­
portancia, y por qué razón es presumible se pidió desde España
el original del documento?
Todas estas preguntas tienen una respuesta única, que
resulta del grave y valioso debate judicial abierto sobre la pro­
piedad del ganado alzado y salvaje que pobló la jurisdicción de
la ciudad de Corrientes durante el siglo xvii.
El número y valor de este ganado alzado nos ha sido esta­
blecido por Azara, en sus divulgadas crónicas sobre el Río de
la Plata. Fueron el motivo por el cual la Compañía de Jesús,
cuando sus reducciones en el Guayrá fueron destruidas por los
paulistas, las trasladaron hacia el sur, invadiendo poco a poco
la jurisdicción correntina.
Esta enorme riqueza ganadera, que Azara expresa era más
valiosa que las propias minas de Potosí, entró en función activa
cuando el comercio de contrabando reclamó las pieles y las
grasas, elevando sus precios. Todo el mundo buscó benefi­
ciarse; a las explotaciones irregulares de la población rural sin
arraigo fijo, de los indios libres y de los pertenecientes a los
reducidos por los Jesuitas, que actuaban en beneficio de sus co­
munidades respectivas, se agregó aquella otra hecha oficialmente,
por las vías de la legalidad, mediante patentes o permisos del
Cabildo, conocidos con el nombre de vaquerías. El procedi­
miento era la caza del animal, sin distinguir sexo ni edad, a
efectos de sacarle la piel, y la técnica, perseguir los rebaños y
desjarretar al animal, con un cuchillo en forma de media
luna; cuando se daba muerte al último, los expedicionarios vol­
vían cuereando las piezas logradas.
En ese entonces, los sucesores del adelantado Torres de
Vera y Aragón —herederos de Ortiz de Zárate— reclamaron sus
derechos a esos ganados, a una parte de los beneficios, como
accioneros. Se abrió un litigio entre el interés de éste; el del
Cabildo, que buscaba percibir todo el derecho de las vaquerías
autorizadas, y el de los vecinos, muchos de los cuales se decían
dueños de parte de aquellos ganados. El título invocado por
los herederos de Torres de Vera provenía de ser dueños de los
ganados introducidos para la fundación de la ciudad, traídos
por tierra, desde Asunción del Paraguay, por Hernando Arias de
Saavedra. No se ignora, tampoco, que el rodeo de Asunción
pertenecía a Ortiz de Zárate, quien lo había introducido de sus
dehesas del Alto Perú.
En este conflicto de intereses debió de desaparecer el acta
57
de la fundación, el mejor documento a invocarse por los here­
deros del Adelantado, ya porque fuese elevado a España para
contralorear las copias expedidas, o porque fuese ocultado por
el Cabildo o los vecinos accioneros para la defensa de sus
derechos.

Acta de la fundación de Corrientes

Texto obtenido en 1915 por el profesor Juan W. Gez, por


intermedio de don Santiago Montero, de Sevilla, y que fue to­
mado del legajo de Escribanía de Cámara N? 846, del Archivo
General de Indias. El testimonio del que se tomara este texto
fue expedido en 13 de noviembre de 1604, por el Escribano
Público y de Cabildo, a petición de la parte del adelantado
Juan de Torres de Vera y por mandato judicial. Conserva la re­
dacción y ortografía de la copia remitida; copia, a su vez, del
original:
En el nombre de la santísima trinidad Padre y hijo (y hijo) y espí­
ritu santo tres personas y un solo dios verdadero y de la santísima virgen
maria su madre y del rrey don felipe nuestro señor yo el licenciado johan
de torres de vera y aragon adelantado gouernador y capitán general y
justicia mayor y alguazil mayor de todas estas provincias del rrio de la
plata por su magestad en cumplimiento de la capitulación que hixo el
adelantado juan ortiz de jarate cauallero de la horden de señor santiago
mi suegro con su magestad de que poblaría ciertos pueblos en estas pro­
vincias como mas largamente se contiene en la dicha capitulación a que
me rrefiero en cumplimiento de ella fundo y asiento y pueblo la ciudad
de vera en el sitio que llaman de las siete corrientes prouincia del parana
y el tape con los limites e términos siguientes de las ciudades de la
asumpcion de la concepción de la buena esperanza santa ffee y san sal-
uador ciudad rreal villa Rica del espiritu santo san francisco y biaja
en la costa del mar del norte para agora y para siempre jamas en el
entretanto que su magestad o por mi otra cosa sea mandado en su rreal
nombre la qual dicha parte parece ser mejor y buen sitio donde la
gente pueda estar y poblar por tener como tiene tierras de lauor leña
pesquerías caja aguas Pastos montes para la sustentación de los dichos
pobladores y de sus ganados para la perpetuación de la dicha civdad con
muchas tierras para estancias para rrepartir a los pobladores y vecinos
de ella como su magestad lo manda por sus rreales cédulas con protes­
tación que si hallare otro sitio mejor y se Pueda trasladar la dicha
civdad con el propio nombre donde convenga mas al servicio de dios
nuestro señor y de su magestad bien y vtilidad de los pobladores y esta
mudanja se haga con acuerdo y Parecer del cabildo y asi en nombre
de su magestad y Por uirtud de sus rreales poderes que tengo que
por su notoriedad no van aqui yncertos nombre alcaldes e Regidores
procurador general de la civdad mayordomo de ella para que la tengan
en justicia guarda y consefbacion administrando justicia anssi en los
negocios ceuiles y criminales alexos a los dichos sus oficios conformes
a las cédulas y ordenanjas que su magestad tiene dadas a las civdades
de las yndias para que vsen los dichos sus oficios anexos a sus cargos
combiene a sauer alcaldes hordinarios y de la hermandad a francisco
garcia de acuña y diego ponce de león rregidores alguazil mayor juan
de rrojas martin alonso de velasco y hetor rrodriguez acencio gonzalez
58
estevan de vallejo francisco de león diego natera ffrancisco Rodríguez pero
lopez fiel executor melchor alfonso procurador antonio de la madriz
mayordomo geronimo de ybarra y Pareciendome que la dicha elecion es
justa que de aqui adelante se haga en vn dia señalado para desde aqui
para siempre jamas por la presente nombro y señalo la elecion de los
dichos officios en cada vn año para el dia de año nuebo nombrando los
que salieren a los que entraren por votos debaxo de juramento confor­
me al derecho estando en su cauildo y ayuntamiento como dios mejor
les diere a entender en sus conciencias nombrando aquellas personas que
con mas rrectitud y zelo entendieren que combiene el seruicio de dios
y de su magestad para el buen govierno de la dicha civdad como se hace
en los rreynos del piru y en todas las yndias fecha en la ciudad de
vera a tres dias del mes de abril de mili e quinientos ochenta y ocho el
licenciado juan de torres de vera por mandato de su señoría nyculas de
villanueba escriuano publico y del cabildo.
— e luego el dicho señor adelantado y gouernador en presencia y
por ante mi niculas de villanueba escriuano publico e del cauildo de la
dicha civdad de vera tomo e rrecibio juramento de los dichos alcaldes
e rregidores alguazil mayor procurador e mayordomo e de cada vno
de ellos en forma debida de derecho por dios nuestro señor e por santa
maria su madre y Por las palabras de los santos evangelios y Por vna señal
de cruz que vsaran bien y fielmente los dichos oficios de alcaldes alguazil
mayor e Procurador e mayordomo y guardaran justicia a las partes y no
lleuaran derechos demasiados y en todo haran aquello que mas con­
viniere al servicio de dios nuestro señor y de su magestad y bien de la
rrepublica y a la conclusión de dicho juramento dixeron cada uno por
si y por lo que le toca si juro y amen e Prometieron de lo asi hazer
testigos el general juan de torres nauarrete y el capitán diego gallo de
ocampo maese de campo general destas provincias y el capitán felipe de
caceres alférez general estantes en esta civdad el licenciado juan de torres
de vera paso ante mi niculas de villanueba escriuano publico y del cauildo.
— e luego el dicho señor adelantado e gouernador en cumplimiento
de todo lo susodicho fue con los dichos alcaldes e rregimiento todos de
vn acuerdo e conformidad nombraron y situaron el sitio para la ygle-
sia mayor y le dieron por adbocasion nuestra señora del Rosario de
lo qual yo el dicho escriuano doy fee que en señal de posesión Pusieron
una cruz a la qual todos adoraron y lo pidieron por testimonio testigos los
dichos ante mi niculas de villanueba escriuano publico y de cabildo.
— e luego el dicho dia mes y año susodicho el dicho señor adelan­
tado y gouernador junto con los dichos justicia e rregimiento fueron en
mitad de la plaja y mandaron fincar vn palo para el rollo donde se
executase justicia y mando el dicho señor gouernador que ninguna per­
sona lo quitase de la parte y lugar donde queda fijado so pena de la vida
sin licencia de su magestad e de su señoría o otro juez competente en
nombre del dicho señor gouernador mandase esta ciudad y desenbainando
la espada le dio dos golpes con ella diziendo por el Rey don felipe nuestro
señor e lo pidió por testimonio lo qual todo lo susodicho doy fee que
delante de mi paso e quedo fijado e puestado lo rreferido testigos los
dichos ante mi niculas de villanueba escriuano publico de cabildo.
— e luego en el dicho dia mes y año susodicho por ante mi el dicho
escriuano el dicho señor adelantado y gouernador juntamente con la jus­
ticia e rregimiento andando por el campo de la dicha ciudad nombra­
ron y eligieron por exido publico de la dicha ciudad para todos los
vecinos e moradores que poblaron en ella e vinieron a Poblar desde las
quadras que señalo hasta vn quarto de legua que toma todo el contorno
de la civdad con todo lo qual se acabo e feneció y fundo la dicha población
civdad yglesia horca egido protestando como el dicho señor gouernador
protestado tiene de mejorar la dicha civdad yglesia horca y egido y todo
lo demas cada e quando que hallare mejor oportunidad en nombre de
59
dios e de su magestad e Pidió a mi el dicho escriuano se lo de por testi­
monio de lo qual todo lo que dicho es yo el presente escriuano doy fee
que paso ante my e bi que asi se hizo y cumplió y protesto en la forma
que va dicho y espesificado y declarado y lo firmo el dicho señor ade­
lantado e gouernador e demas justicias e cauildo e rregimiento procura­
dor e mayordomo testigos los susodichos el licenciado Juan de torres de
vera y aragon francisco de acuña diego ponce de león juan derrojas
martin al° de belasco hetor Rodríguez acencio gonzales esteuan de va-
llejos francisco de león diego natera francisco rrodriguez pero lopez mel-
chior alfonso antonio de la madriz geronimo de ybarra paso ante my
nyculas de villanueba escriuano publico y del cabildo.
este es vn traslado bien y fielmente sacado de los autos de la pobla­
ción de la civdad de vera el qual va cierto y verdadero corregido y con­
certado con el original que queda en mi poder según que ante mi paso
siendo presentes por testigo juan aluarez Rubiales y blas de venencia y
miguel de rrutia estantes en esta dicha civdad ques fecho a cinco dias del
mes de abril de mili e quinientos y ochenta y ocho años y en fee de lo
qual firme aqui mi nombre ques a tal — En testimonio de verdad — ni-
colas de villanueba escriuano publico y de cabildo. (Rubricado.)
Nos los alcaldes ordinarios y de la hermandad desta ciudad de
vera que aqui firmamos nuestros nombres damos fee y verdadero tes­
timonio a todos los que la presente vieren en como niculas de villanueba
de quien va firmada esta escritura es escriuano publico y del cabildo desta
dicha ciudad de vera a cuyas escrituras e autos que ante el pasan firma­
dos con la firma de aRiba se da entera fee e crédito como a escriuano
fiel y legal en fee de lo qual firmamos nuestros nombres fecho en esta
ciudad de vera a cinco de abril de mili e quinientos y ochenta y ocho
años. •— francisco garcía dacuña — diego ponce de león. (Rubricados.)
Es copia simple. — Sevilla, 21 de mayo de 1920.
Santiago Montero.
Archivo General de Indias,
Escribanía de Cámara Nº 846,
Folios 124 y 125.5

5 Ver Actas Capitulares de Corrientes, Academia Nacional de la Historia,


tomo I, pág. 35. Allí mismo, en la pág. 43, el Acta publicada por el doctor Manuel
F. Mantilla en Crónica histórica de Corrientes, tomo J, pág. 12 (ed. 1928).

60
Capítulo II

COMPROBACIONES
HISTÓRICO - GEOGRÁFICAS PREVIAS

1. El lugar de erección de la Cruz del Milagro. La ermita pro­


tectora del leño histórico que la masa popular reverenciaba. El
hallazgo de sus restos. Erección de un monumento celebrato-
rio por el gobernador Ferré (1828). La columna de nuestros días.

Antiquísimos documentos y una tradición indivisa y conti­


nua aluden al lugar en que fueron erigidas la Cruz del Milagro
y la ermita construida para su protección y mejor homenaje.
Las dos circunstancias —cuya consignación escrita, seria, en
instrumentos públicos, como son las Actas Capitulares del Ca­
bildo de la Ciudad de Corrientes, llega a 1661— ocurrieron en
algún punto del lugar urbano. ¿Dónde fue ese lugar geográfico?
La tradición verbal y uniforme sitúa el desembarco de los
españoles, el levantamiento del fuerte inicial y la erección de
la Cruz en el paraje llamado Arazatí, al sudoeste del casco ur­
bano, sobre zona alta, barrancosa, próxima al río Paraná. Ara­
zatí es la séptima de las puntas características del litoral de la
ciudad, la última hacia el sur, y también en el sentido de la na­
vegación, hacia abajo.
Los cronistas de la Colonia y quienes después escribieron
sobre el asunto, en momento alguno ponen en duda la circuns­
tancia de que hasta el 10 de marzo de 1730, en que la Cruz de los
Milagros fue trasladada al solar en que desde entonces se le­
vantó el santuario que la custodia, fue instituida en el sentido y
lugar en que se erigieron la Cruz y la ermita que la protegía,
sobre la base de un conocimiento directo, indudable. En el lu­
gar original de la exaltación del leño sólo quedó, desde 1730, la
construcción modesta de la ermita, que las inclemencias del
tiempo fueron destruyendo.
A principios del siglo xix, la información cierta del lugar
mismo de aquella erección se había perdido. Terribles acon-
61
tecimientos perturbaron la paz de la ciudad; apenas declarada
la revolución de Mayo, se luchó contra los españoles del Para­
guay, mientras nacía el sentimiento de provincialidad. En el
choque de intereses y pasiones hubo dolor y miseria; y cuando
al fin las aguas buscaron su nivel y se reorganizó la provincia,
con sus formas políticas, el 12 de octubre de 1821, la clase gober­
nante reconstituida y en función entró a actuar en forma orgánica.
Bajo la administración del segundo gobernador constitu­
cional de la provincia, don Pedro Ferré, "el lugar en que los
fundadores de esta ciudad erigieron el primer santuario y de­
pósito del augusto simulacro de la Santísima Cruz" fue indi­
vidualizado, levantándose el 4 de mayo de ese año una columna
en "memoria y perpetuidad de los portentosos sucesos con que
[la cruz] protegió a dichos fundadores”.1
Con el número 6 del Anexo documental incluimos las actua­
ciones públicas y los antecedentes del primer monumento erigido
en la provincia el 4 de mayo de 1828, que señala el lugar geo­
gráfico de la erección de la Cruz del Milagro. Nadie contradijo
o puso en duda, entonces ni después, la certeza de esa indivi­
dualización, y la Columna construida entonces continúa en pie
y es objeto en los aniversarios de la celebración de la venera­
ción y de los votos que el pueblo le rinde con luces y flores.
En 1828, aquel paraje no se había incorporado aún al casco
calculado de la planta urbana; sus tierras de dominio público
que integraban el ejido, se usaban de pastos comunes. Se re­
solvió entonces trazar una gran calle que unía el Monumento
con la iglesia - santuario de la Cruz del Milagro, calle que el
pueblo llamó Ancha y resultó diagonal al trazado urbano.
Pero en 1851 se iniciaron los procedimientos para la recti­
ficación y delincación de las calles, y la confección del plano
urbano (7.X.1851), cuya nomenclatura también fue aprobada
(26.XI.1851). Las tareas postergadas por razones diversas que­
daron concluidas en 1863, haciéndolo público el Poder Ejecutivo
en 30 de enero de 1864, al instalar la Municipalidad de la capital.
Como resultado de esta obra edilicia, la calle Ancha fue con­
vertida en paralela a las que corren de este a oeste y denominada
Tres de Abril, quedando el monumento La Columna, o sea el
punto de erección de la Cruz del Milagro, en el eje longitudinal
de ese trazado. Durante años fue centro de una plaza pública,
llamada, sucesivamente, Los 82 Héroes y Juan Torres Vera y
Aragón, plaza que la pavimentación de la avenida Tres de Abril
ha hecho desaparecer.
En síntesis, el punto de erección de la Cruz del Milagro por
los pobladores de 1588 es de una certeza evidente.

62
2. El lugar del fuerte inicial de la conquista. Las buscas del
R. P. Juan Nepomuceno de Alegre. Su personalidad. El sacer­
dote arquitecto. Los Templos en Itatí y de Nuestra Señora del
Rosario en la capital. El padre Alegre y la individualización de
las ruinas del Pucará de 1588. Su documentación.

La segunda de las evidencias geográficas para quien estudia


la fundación de la ciudad y las circunstancias correlativas, es el
lugar en que los españoles levantaron el fuerte inicial de la
conquista.
Referimos naturalmente a aquellos encargados de explorar
el paraje con vistas a la fundación de una ciudad, acaudillados
por el capitán Alonso de Vera y Aragón. Los otros, los que
acompañaron al Adelantado fundador, llegaron al paraje del 31
de marzo al 2 de abril, y su tarea fue la de abrir los cimientos y
labrar las actas.
Mucho se ha escrito sobre esta circunstancia sin la exégesis
lógica del acta de protesta que el Adelantado labró, desde el Río
Paraguay, en la jurisdicción de la ciudad de la Asunción, el 28
de marzo de 1588. Pareciera que los escritores del tercer cente­
nario de la ciudad de Corrientes, los primeros que dieron al asun­
to el carácter de una polémica, hubieran conocido el hecho de
la notificación del proveído de la Audiencia de la Plata sobre in­
hibición de los parientes del Adelantado para ejercer cargos
políticos, como de la protesta del mismo, pero ignoraron el
texto de esas piezas. En el doctor Contreras, quien sostiene
la tradición del milagro, la ignorancia del texto es evidente: le
habría interesado transcribirlo; en el doctor Mantilla, su con­
tendor, pudo conocerlo, pues él estaba en el Archivo General de
la Nación (a cuyo personal perteneció entonces), de donde lo
tomó el doctor Cervera para su Historia de la ciudad y provincia
de Santa Fe, donde se publicó por la primera vez.
Recurriendo al texto, se ve que el Adelantado, en 28 de mar­
zo, al protestar del proveído de la Audiencia de la Plata, señala
que está el capitán Alonso de Vera y Aragón fundando la nueva
ciudad en el paraje de las Siete Corrientes, y que al referir
a los sacrificios realizados, habla de tres navios y 28 balsas con
soldados e implementos que habría conducido el expresado
Capitán. El doctor Mantilla alude a este elemento fundador
como capitaneado por el mismo Adelantado. El documento
publicado por el doctor Cervera tiene una diligencia que auten­
tica su texto; él no puede ser puesto en duda. En consecuencia,
Alonso de Vera y Aragón llega al paraje con formidable poder, a
explorarlo y preparar el acto oficial del entablamiento de la ciu­
dad, cuya ceremonia oficial o final debía realizar Juan Torres
de Vera.
¿Dónde se estableció Alonso de Vera y Aragón inicialmente?
63
La tradición es continua e indivisa: en el lugar Arazatí, la
última de las puntas del litoral de la ciudad en la proyección
sur, aguas abajo, y en cuyo seno sur desembocaba un arroyo,
cuyo cauce —era afluente y emisario del Paraná— en sus aguas
podía amparar a la escuadrilla que transportaba la expedición.
Si nosotros consideramos el paraje Siete Corrientes desde
el punto de vista de un navegante que trae veintiocho balsas,
el lugar lógico de desembarco habría sido la última, ya que las
Siete Corrientes comprenden un paraje extenso, de varias leguas,
entre Cambá Punta y Arazatí. Hacia el nordeste está el lugar
de amarre de las jangadas, denomínase hoy Puerto Italia, por
su falta de formaciones de asperón; iniciadas éstas, no terminan
hasta el Arazatí, que es la última, y es obvio que los navegantes
del siglo xvi huían de las piedras por carecer de anclas, pues el
hierro era un artículo de lujo. Era la época en que la gente
destruía el navio que venía de ultramar, para usar el hierro en
los mil menesteres de la colonización.
En otros dos puntos de este arco de circunvalación pudo
desembarcar el Explorador: al sur de la punta Baterías o este
de la punta Tacuaras, donde también desembocaban arroyos con
cauces torrentosos; pero mientras el punto Baterías tenía el
peligro de los vientos del norte, el de Tacuaras es suelo move­
dizo, de cangrejales. Por eso mismo, para levantar el muro de
contención de la Avenida Costanera a la ciudad ha debido cederse
playa al río.
La lógica apoya, entonces, a la voz de la tradición, como las
cien referencias indicíales que fluyen de la documentación del
Archivo colonial.
Pero un ilustre sacerdote correntino, el R. P. Juan Nepo-
muceno de Alegre, fue el encargado por el destino para consignar
fehacientemente el suceso.
Nacido en Corrientes, fray Juan Nepomuceno de Alegre per­
teneció a la Orden Franciscana, cuyas virtudes y bondad encarnó
sembrando el bien, asistiendo espiritualmente a sus conciudada­
nos y trabajando por el progreso de la provincia. Fue un sa­
cerdote de gran erudición, y sobre todo un guaranizante insigne.
Hizo sus estudios en Buenos Aires en el convento francisca­
no de aquella ciudad, que puso en él sus mejores esperanzas.
Estaba a cargo del convento y desempeñaba la cátedra de gra­
mática cuando a fines de 1847 el gobernador Benjamín Virasoro
peticionó del ministro de R. E. y Culto de la Confederación
doctor Arana, gestionase su venida, junto con la de otros sa­
cerdotes para las parroquias vacantes de la provincia.
El ministro Arana logró ese permiso y lo comunicó a Vira­
soro en 1848, con los inconvenientes que debió vencer especial­
mente con el R. P. guardián fray Nicolás Aldazor. Con tal
motivo se determinaron las virtudes de fray Alegre, de quien
64
se esperaba una gran carrera, quien vino pro témpore, con de­
pendencia de su convento y su prelado, autorización que le fue
ampliada en sucesivos períodos bienales.
Aquí en su provincia natal, el padre Alegre pudo rendir el
fruto de su cultura. Designado cura párroco de Itatí, se consagró
a la verdadera organización de aquel pueblo, restableciendo or­
denadamente su planta urbana y ejidos, y reconstruyendo el
templo de Nuestra Señora de Itatí.
La habilidad demostrada por el virtuoso sacerdote, deter­
minó al gobernador doctor Juan Pujol traerlo a la capital, donde
dirigió los trabajos de la actual iglesia catedral.
A él se debe la individualización del lugar y restos del fuerte
inicial de la fundación de Corrientes, descubrimiento que fue
documentado oficialmente. Es autor del libro Antigüedades
correntinas, que incluimos en este tomo, y en cuyas piezas
documentales podrá verse la firma de lo más significativo de
Corrientes. (Véase Anexo Segundo, pág. 175.)
El fuerte quedaba sobre la barranca del Arazatí. Su ruina
consistía en “Un muro teniendo de Norte a Sud cincuenta varas
castellanas de longitud, de Este a Oeste, por ambas extremidades,
seis varas de latitud, formando un área cuadrangular, y una
vara de altura a una profundidad bajo de tierra, siendo las pa­
redes construidas de piedra tosca, cortada de la misma de que
está formada la barranca a la costa del río, habiendo hallado
una gran porción de fragmentos de losa barro de tiesto, que por
su material se conoce ser trabajado en el Paraguay, y una esta­
cada de palo a pique de cincuenta varas castellanas de longitud
en dirección de Sud a Norte, trabajada y dispuesta como se ve en
las trincheras de las guardias y fortines de la República del Pa­
raguay, donde se conserva la costumbre primitiva de los es­
pañoles”.
El lugar, según el acta, quedaba al noroeste de la ciudad.
Se hizo mérito de que ésta fue —según observaciones del padre
José Quiroga— fundada a los 27° 43' de latitud y 318° 57' de lon­
gitud, como de una información levantada a petición del mayor­
domo de la Cruz del Milagro S. M. F. Alarcón y tomada por el
ministro Tomás de Zalazar, cura párroco de la parroquia de
San Roque de la ciudad de Santa Fe.
Estos restos del fuerte inicial quedaban al oeste de la co­
lumna erigida para señalar el lugar donde se levantaba la Cruz
del Milagro en el momento de la fundación, que fue trasladada
a la ermita donde se le rindió culto hasta 1730, año en que se
la trasladó al Santuario construido en el lugar en que se levanta
el templo de nuestros días.
Las instalaciones ferroviarias construidas después en esta
parte de la ciudad han cambiado su topografía. En sus inme­
diaciones se erigió (1929) la estatua del general Carlos María
65
de Alvear, en cuya oportunidad restos arqueológicos de la época
colonial fueron hallados, depositándoselos en el Museo Histórico
Colonial de Bellas Artes de la provincia.
Pero de la ruina de 1588, individualizada en 1857, nada puede
observarse en el lugar. Sólo un resto de aquella empalizada
histórica escapó al abandono, debido a un gesto de gentil ho­
menaje cumplido, en aquel entonces, por el gobernador de la
provincia, doctor Juan Pujol. Referimos al envío de un frag­
mento de la palizada de madera, hecho al primer presidente,
general Urquiza, que se custodia en nuestros días en el Palacio
de San José (Concepción del Uruguay), ex residencia de aquel
ilustre argentino. De esa madera tres veces centenaria, sólo
nos queda su amable recuerdo.
Cuando el Adelantado, después de su protesta, llegó al pa­
raje Siete Corrientes para fundar la ciudad, el fuerte inicial
debió de estar terminado y listo para la defensa, lo que explica
el hecho de que la ciudad se situara en la punta llamada Pucará,
sin que haya argumento alguno para negar la construcción del
fuerte que fue centro de la vida de aquel núcleo hasta que las
construcciones de la ciudad fueron hechas. Y ellas no fueron
tarea de un día, sino de una década.
Por eso el fuerte inicial se llama Pucará, amparo del nú­
cleo fundador en los momentos de peligro, como fueron los
pucarás de la civilización incaica y en todo el Noroeste argentino.
El nombre, atribuido por los españoles, puede tener una
acepción guaraní, y esto confirmaría lo que tenemos expuesto.

3. Emplazamiento geográfico de la ciudad fundada por el ade­


lantado Juan Torres de Vera. Corrientes ocupa el sitio que
determinó su fundador, que no es el del poblamiento preliminar
del explorador y realizador de la empresa, capitán Alonso de
Vera y Aragón.

Es posible que las primeras ciudades que España fundó en


América hubiesen sido entabladas sin un mayor estudio de su
situación geográfica. Pero fueron tantas y tantas las ciudades
abandonadas después de levantados sus cimientos, que las Leyes
de Indias se cuidaron de establecer y actuar las condiciones que
debían tenerse en cuenta, que dentro de una conducta lógica no
podían conocerse sino después de una exploración inteligente
y seria.
A contar de mediados del siglo xvi nada se hizo, en lo relativo
a la fundación de ciudades, sin que el lugar en que se entabla­
ron fuese objeto de un estudio cuidadoso, consultando la fer­
tilidad de las tierras, la existencia de agua potable, de bosques
vecinos para arbitrar el combustible, de campos jugosos para
66
el pastoreo del ganado, de lugares de abundante caza y pesca,
y de condiciones topográficas tales que hiciesen posible el am­
paro de los elementos naturales y la defensa de la población
autóctona que podía oponerse, pero cuya colaboración era esen­
cial para el trabajo de las construcciones y el cultivo de la tierra.
El acta de la fundación de la ciudad de Corrientes 1 dice,
al referir al lugar elegido: "La cual y dicha parte parece ser
mejor e buen sitio donde la gente puede estar y poblar por
tener como tiene tierras de labor, leña, pesquería, caza, aguas
e pastos e montes para sustanciación de los dichos pobladores
y de sus ganados, para la perpetuación de dicha ciudad, etc.” 2
En otras palabras, su fundador, el adelantado Juan Torres de
Vera, tenía la certeza de que el paraje elegido tenía estas con­
diciones, paraje que geográficamente comprendía, además de
las cuadras del casco urbano que señaló, un sector circular
a todos los vientos, de un cuarto de legua.
Está documentado que el 28 de marzo de 1588 el adelan­
tado Torres de Vera y Aragón se encontraba en el río Paraguay,
en viaje desde la ciudad de la Asunción,3 en que le es no­
tificada la provisión real de la Audiencia de la Plata que él
protesta ante el escribano del Cabildo de la Asunción del Pa­
raguay. Geográficamente este paraje debe establecerse entre
la desembocadura del río Bermejo y la unión del río Paraguay
con el río Paraná, y la razón de la notificación que el Adelan­
tado recibe en el río Paraguay,4 pues se retiraba de la es­
cena política.

‘Véanse Actas Capitulares, tomo I, pág. 43 (ed. Academia Nacional de la


Historia, 1941).
2 Idem, pág. 45, final del Acta de Fundación: "... y eligieron por ejido

puesto de la dicha ciudad y a todos los vientos e moradores que poblaron en


ella e vinieron a poblar cese de las cuadras que señaló hasta un cuarto de legua
que tomó todo el contorno de la Ciudad...”
3 Véase Manuel M. Cervera, Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe,
tomo I, Apéndice en pág. 45 (ed. 1904, Santa Fe). Tras una comunicación al
adelantado Juan Torres de Vera y Aragón, que le fue entregada en el rio Para­
guay, dentro de los términos de la ciudad de Asunción, el 28 de marzo de 1588,
de una provisión expedida por la Audiencia Real de la Plata, en la que se le
prohibía diera oficios a sus parientes dentro del cuarto grado. El Adelantado
protesta y se reafirma en su derecho de utilizar a sus dos sobrinos de Vera y
Aragón, el uno de los cuales estaba en Concepción del Río Bermejo, y el otro,
en Corrientes. Dice: "Que así mismo señaló para la fundación de las Siete
Corrientes al Capitán Alonso de Vera y Aragón, que al presente está fundando
la ciudad de Vera, habiendo hecho excesivos gastos en la jornada en tres navios
que ha traído para ello y veinte y ocho bajeles y los gastos que tiene hechos
para un navio de envío al Brasil por cosas necesarias para el sustento de la
dicha ciudad de Vera...”
4 Seguramente la provisión real de la Audiencia de la Plata que le fue entre­
gada al Adelantado a la altura de la desembocadura del río Bermejo, no había
llegado al Cabildo de la Asunción cuando se ausentó de ella. Si así no fuese,
hubiera sido notificado en la Asunción.

67
Si el 28 de marzo está en ese paraje, no pudo, con medios
de navegación a vela, llegar al paraje Siete Corrientes antes del
1º de abril. Y si históricamente consta que el acta de funda­
ción es del día 3, y antes de labrársela se determina el espacio
del casco urbano, se miden cuadras, se asignan solares y se
erige el Rollo de la justicia, es evidente que el Adelantado pro­
cede en virtud de exploraciones previas, de todo un plan de ac­
ción que él mismo documenta en su consignada protesta.
Estas exploraciones estuvieron a cargo de uno de sus so­
brinos, el experto capitán Alonso de Vera y Aragón. Él debió
adelantarse en meses a la llegada del Adelantado, para reconocer
el paraje y sus recursos, y decidir sobre el lugar de erección
de la ciudad.
Desde ya suponemos que ambos procedían sobre la conve­
niencia de fundar la ciudad en el paraje Siete Corrientes.5 La
cuestión era elegir el lugar geográfico conveniente, cuestión que
para nosotros comprende hoy la de individualizar el punto de
la costa en que el explorador desembarca inicialmente, dónde
se establece con carácter provisorio para las exploraciones, y si
ese lugar es el mismo en que se fundó la ciudad.
El paraje Siete Corrientes era conocido por los navegantes
de fines del siglo xvi; su propia denominación induce las condi­
ciones acuáticas, características de las Siete Corrientes. An­
dando en embarcaciones pequeñas, que eran movidas y zaran­
deadas navegando con vientos contrarios, no podían dejar de
preocupar a los navegantes y canoeros. Debe tenerse presente
que, prácticamente hasta la navegación a vapor, el río Paraná
no era navegado de noche. Cuando ésta llegaba, los- barcos
amarraban en la costa. De ahí la equidistancia de los puertos
del río y su espaciamiento, generalmente igual a las distancias
que un velero menor podía recorrer en horas de luz. Las Siete
Corrientes que signaban el paraje, requerían la silga de las
embarcaciones, operación peligrosa, porque las tribus de la
región no estaban sometidas. Era necesario proteger a los sil­
badores, sobre todo porque las tareas pesadas de las embarca­
ciones eran propias de los indios sometidos, usados como re­
madores y silgadores.
La fundación debía hacerse en el paraje Siete Corrientes,
paraje muy extenso; comprende la extensión de costa alta, ba-
5 La necesidad de fundar una ciudad en el paraje de las Siete Corrientes
para proteger y fomentar la navegación, resulta de apreciaciones de las distan­
cias. Entre Buenos Aires y Asunción del Paraguay, la extensión de río era enor­
me; la escala en Santa Fe era insuficiente. Cuando España, para proteger a
• Santa Fe, la convirtió en puerto preciso del Paraná, omitió crear regalías para
el puerto de Corrientes, que las tenia de hecho. Y cuando cortó las regalías
a Santa Fe y ésta protesta, se produce un documento en que el Procurador de
dicha ciudad expone sus razones. (Véase la citada Historia de Cervera, tomo I,
pág. 127 del Apéndice.)
68
rrancosa, situada entre el bañado Sur de la ciudad de nuestros
días y la boca del río Paraguay. Como las corrientes, en el
río, oblicuas al eje de su cauce, eran producidas por grandes pun­
tas de piedra arenisca, y como la navegación dificultosa era la
de aguas arriba, el punto geográfico más útil del paraje para los
navegantes era aquel en que ellas se iniciaban para el tráfico
aguas arriba. En otras palabras, la última punta, hacia el sur
del lugar.
La tradición verbal, uniforme e indivisa, las consignacio­
nes de los cronistas del período colonial y las comprobaciones
indicíales que resultan de los documentos públicos, están de
acuerdo en que los españoles arribaron en el lugar de la costa
denominado Arazatí, al sur de la punta del mismo nombre, en la
ensenada que ésta forma en esa parte del litoral. Arazatí es la
séptima y la última de las puntas que conforman el litoral de
la ciudad; dentro de la ensenada desemboca un arroyo, que
también lleva su nombre y cuyo cauce disminuye, como resul­
tado de la sedimentación a través del tiempo.
Si a las comprobaciones de la tradición una, indivisa, cons­
tante, agregamos que el Arazatí, como punta rocosa, sólida,
saliente, guiaba, orientaba en el tráfico aguas arriba, y que la
desembocadura y pequeña ría del arroyo formaban protección
a las pequeñas embarcaciones y balsas que debieron usarse, nos
encontramos con elementos lógicos concurrentes que ratifican
el hecho histórico.
Arazatí es bosque de guayabas, lugar en que abunda el
fruto exquisito; restos de grandes bosques subsisten en torno,
donde la clase popular hacía, hasta hace poco, sus paseos do­
mingueros. Antes debió de ser un lugar admirable, porque
además de los silvestres frutales, era un paraje de abundante caza.
La existencia del cauce del arroyo Arazatí, imprescindible
para proteger las embarcaciones de los vientos que encrespaban
el río volviéndolo peligroso, es otro argumento de consideración
lógica. La técnica de buscar una ría o cauce protector la inau­
gura Mendoza, al llevar sus naves al Riachuelo, hablando de
grandes embarcaciones. La vemos cuando la primera funda­
ción, en Tabacué, de la Reducción de Nuestra Señora de Itatí.
Es, también, la costumbre de nuestros isleños para juntar y
proteger sus modestas canoas.
La comprobación fehaciente de que el capitán Alonso de
Vera y Aragón llegó al punto geográfico del Arazatí, donde
desemboca y establece su real, resulta sobre todo de la certeza
histórica de los dos lugares expuestos con los números uno y
dos; aquel en que erige la Cruz, símbolo de la posesión, y aquel
en que se descubren las ruinas y restos del fuerte originario.
Ambos lugares están en el Arazatí de la denominación histórica,
que la más ligera observación topográfica puede comprobar.
69
Establecido el lugar geográfico del poblamiento inicial, y
explicado el motivo, en el extenso paraje de las Siete Corrien­
tes, queda una pregunta que cientos de personas se han for­
mulado: ¿Cómo es que los restos de la ciudad de Corrientes,
que su casco histórico no se encuentre en aquel lugar de Arazatí?
¿Por qué y desde cuándo fue desplazada hacia la punta deno­
minada San Sebastián?

Gráfico del paraje histórico de las siete corrientes, con las pun­
tas que contribuyeron a caracterizar la toponimia del lugar.

Muchos de nuestros historiadores —seguramente, por ca­


recer de informaciones documentales— vienen sosteniendo que
décadas después de la fundación y establecimiento de la ciu­
dad en el lugar de Arazatí, también llamado Pucará, fue tras­
ladada al nordeste, al lugar denominado Taragüí, lugar donde
actualmente se encuentra. Casi puede decirse que esta creencia
es tenida como cosa juzgada.
La publicación ordenada y con índices detallados de las ac­
tas capitulares de Corrientes que desde 1941 viene haciendo la
Academia Nacional de la Historia, con la intervención personal
del autor de este libro, doctor Hernán F. Gómez, prueba que
este argumento carece de valor. Las actas de los siglos xvi y
xvii se encuentran íntimamente ligadas a su destino, y es obvio
que si la ciudad hubiese sido desplazada de su primer asiento,
70
tal circunstancia hubiera resultado del texto de las mismas.
Por el contrario, las actas prueban que el proceso urbano de la
ciudad fue dificultado por el hecho de que los beneficiarios de
los solares que rodeaban la plaza mayor no habían levantado
sus casonas propias, porque abandonaron, desampararon, junto
con la ciudad, los solares que se les atribuyeron.6 Ante la
necesidad —sobre todo, para la defensa— de formalizar el casco
urbano, fue necesario volver a distribuir los solares centrales.
Entonces el Cabildo realiza procesos indagatorios, a cuyo tér­
mino se declaran vacuas las asignaciones anteriores y con algu­
nas reservas con éstos nuevamente distribuidos a los pobladores
de verdad de acuerdo con gestiones del procurador general de
la ciudad, Juan Gómez de Torquemada. Esto ocurre en 1598
y en 1608, en las dos décadas que siguen a la fundación; pero
en momento alguno la ciudad cambia de lugar.
Como al período de exploración y conquista del capitán
Alonso de Vera y Aragón sigue el de fundación abierto por el
propio adelantado Juan Torres de Vera el 3 de abril de 1588,
tales antecedentes nos dicen que el emplazamiento de la ciudad
fue su lugar actual, y que las ceremonias determinadas por el acta
inicial, de situar la plaza mayor, diseñar los solares y cuadras
inmediatas, levantar el rollo de la justicia, establecer el sitio
para la iglesia, etcétera, todos sitios sobre la plaza, se ejecutaron
en terrenos junto a la plaza 25 de Mayo, que es la plaza mayor
de nuestros días y cuyo solar asignado a iglesia mayor es nues­
tra actual Casa de Gobierno.
La ciudad no fue trasladada. Juan de Torres de Vera y Ara­
gón la delineó en el paraje que ocupó un cuarto de legua que
tomó todo el contorno de la ciudad, donde se levantaron las pri­
meras construcciones. Su establecimiento no fue un trans­
plante, sino pura y definitivamente una fundación. Eligió el
lugar más alto y oportuno, en la base de la punta que se llamó
San Sebastián, aquella que forma la corriente más poderosa,
y de cuyo balcón se advierte, hacia el este, la perspectiva del río
hasta el lugar llamado las Tres Bocas, con los canales descenden­
tes al infinito.
Debió de ser el lugar que el propio Alonso de Vera y Aragón
tuvo en cuenta, pero que no estaba en sus facultades para poder
distribuir a los pobladores que lo acompañaban. Su estableci­
miento en Arazatí tenía el sello de lo provisorio, como quien
busca un lugar propicio para el primer esfuerzo. También y
dentro de la lógica, ese poblamiento inicial del Arazatí debió
continuar hasta que se levantasen construcciones definitivas, lo
que ocurre de acuerdo con las actas capitulares dentro de la
década, pues los reclamos se abren por solares abandonados, en
1598, y las calles se limpian en 1593.
6 Véase tomo I, págs. 135-36, de Actas Capitulares de Corrientes.
71
Capítulo III

LA PROVINCIA DE VERA

Es general en los hombres de letras que se han ocupado de la


fundación de nuestra capital, el afirmar se le dio el nombre
de Ciudad de Vera como homenaje al Adelantado, o en otras pa­
labras, que Juan Torres de Vera le asignó su patronímico como
un sello imperecedero de su dignidad. Otros sostienen que la
ciudad se denominó Juan de Vera, que el San, a Juan de Vera,
es un agregado sin fundamento legal, y que las palabras Siete
Corrientes o simplemente Corrientes, tampoco tienen base ju­
rídica.
Este asunto no tiene la trivialidad aparente de tales enun­
ciados. Si en el acta de fundación lo que se establece es la ciu­
dad de Vera, fueron sus factores, el capitán Alonso de Vera y
Aragón y Hernando Arias de Saavedra, el después eminente
gobernador general del Río de la Plata, los que la llaman inicial­
mente San Juan de Vera de las Siete Corrientes, denominación
que luego va usándose en las actas capitulares, o sea de las
sesiones del Cabildo, en las cuales, como puede observarse en
los tres tomos ya publicados por la Academia Nacional de la
Historia, la denominación varía de Ciudad de Vera a San Juan
de Vera o Vera de las Corrientes. A principios del siglo xix,
y cuando se produce la revolución de Mayo (1810), el nombre
había quedado reducido a Corrientes, que es el que adopta la
provincia al organizarse políticamente en 1814.
El 28 de marzo de 1588, cuando es notificado el adelantado
Juan Torres de Vera, del proveído real de la Audiencia de la
Plata que lo conminaba a no dar mandos a sus parientes dentro
del cuarto grado, en que se encuentran los sobrinos; el ilustre
personaje acata la real orden, pero explica por qué sus dos
sobrinos Alonso de Vera y Aragón —el Tupí y el Cara de Perro—
estaban al frente de las dos empresas conquistadoras en marcha.
El uno había fundado a Concepción del Bermejo y era su tenien­
te gobernador en Asunción del Paraguay; el otro estaba fundan­
do la ciudad de Vera.
Naturalmente, la provisión real era para el porvenir, no
73
tenía ni podía tener efecto retroactivo, y tal es el espíritu de la
protesta que levanta ante el Escribano de Cabildo de Asunción.
No es menos exacto que esa notificación de 28 de marzo resulta
anterior a la fundación de la ciudad de Vera, que él erige el
3 de abril de 1588, y que si se le prohibía dar mando a parientes
dentro del cuarto grado, estaba en el espíritu de la orden real
el que no diese su nombre a ciudad alguna que fundase. Por
tanto, la ciudad de Vera que instituye en 3 de abril de 1588, no
lleva esa denominación como resultado de su apellido; se trata
de una coincidencia que es necesario establecer.
Sospechamos, además, que siendo el nombre del adelantado
Juan de Torres de Vera, su patronímico paterno es Torres;
Vera es el materno, y ambos de ilustre prosapia. En consecuen­
cia, si la ciudad debía llevar la denominación de su apellido,
habría sido el de Torres o Torres de Vera el elegido.
Pero no es necesario llegar a este pequeño debate. La
ciudad fundadora se llamó Ciudad de Vera, porque Vera era el
nombre de la provincia en que se la establecía, y al proceder así
se ajustó el Adelantado a la práctica general de la Conquista
hispánica. Omitiendo excepciones que naturalmente existen,
todas las fundaciones de España en América llevan el nombre
del patrono que preside sus días, seguidos de la provincia o re­
gión en que se las erige y del paraje o lugar específico en que se
las sitúa.
Así se procede, porque el nombre de los patronos bajo cuya
advocación se levanta una ciudad es escaso en número; los cul­
tos preferenciales son pocos dentro del sello católico de la con­
quista de Castilla. Es necesario indicar la provincia y el paraje,
y tal ocurre con San Miguel del Tucumán, con las decenas de
ciudades denominadas Concepción, Asunción, San Juan, etcétera.
Cuando el Adelantado dice en su protesta que su sobrino
estaba fundando la ciudad de Vera, quiere expresar que era la
ciudad que había de ser cabeza o centro colonizador de la pro­
vincia o región de Vera, y por eso, cuando iniciado el pobla­
miento del lugar con el patronato de San Juan empieza a ser
citada la ciudad, en las órdenes de los funcionarios e incorporada
al mecanismo administrativo, su nombre evoluciona al de San
Juan (patrono) de Vera (provincia) de las Siete Corrientes
(paraje).
Por las mismas razones, cuando el culto del patrono inicial
San Juan Bautista fue compartido por otros con dignidad de
patronos y subpatronos, y cuando Vera desapareció definitiva­
mente de la nomenclatura jurisdiccional por nuevas divisiones
administrativas —entre ellas, el gobierno de Misiones—, el nom­
bre de la ciudad fue reduciéndose al del paraje geográfico de
su entablamiento. Hoy es simplemente Corrientes.
Por real acto de 18 de marzo de 1540 fue instituido adelan­
74
tado y gobernador del Río de la Plata, con los límites de la
jurisdicción que antes se diera a Pedro de Mendoza, el valiente
explorador de la Florida don Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
Alvar Núñez señaló su viaje con trascendentales hechos
jurídicos. Al llegar a la isla de Santa Catalina, en la costa del
océano, levantó un acta (8.IV.1541) tomando posesión del terri­
torio en nombre del emperador Carlos V.
En los capítulos V y VI de sus conocidos Comentarios hace
una relación de sus actos jurisdiccionales durante su itinerario
terrestre de Santa Catalina a Asunción del Paraguay. En el
capítulo VI (págs. 107 y 108) se consigna, estando el Adelan­
tado en el pueblo de indios llamado Tocanguazú: "De este
pueblo y de este territorio —dice el escribano Pero Hernández,
autor de los Comentarios, editado en Valladolid en 1555— tomó
posesión en nombre de Su Majestad, como de tierra recién des­
cubierta, y la llamó La Provincia de Vera, como aparece en las
Actas de posesión que fueron labradas por Juan Aráoz, Notario
Real. Habiendo hecho esto el 29 de Noviembre, el Gobernador
y su comitiva dejaron Tocanguazú. Y después de dos días de
marcha, el 1º de Diciembre llegaron a un río denominado Yguazú”.
El acta, del 28 de noviembre de 1541, dice:
Estando en el pueblo e campo que se dice de Tocanguazú, que
es de la Provincia de Vera, a veintiocho días del mes de Noviem­
bre de 1541, por ante mí Juan de Araoz, Escribano Público de Su
Majestad y de los testigos de yuso, escriptos, etc, etc. Por ende
dixo que conformándose con lo que en dichos capítulos e cada
uno de ellos se contiene conforme a lo que Su Majestad por ellos
le concede, manda e hace merced que tomaba e tomó la posesión
real actualmente e con efecto de todo lo anexo y perteneciente
e pueda e deba pertenecer en cualquier manera desde el paraje
de la isla de Santa Catalina de donde partió con el ejército que
trae para la dicha conquista, rompiendo e abriendo caminos,
allanando, conquistando e pacificando la dicha tierra hasta en
el dicho pueblo e campo donde al presente está, con todo lo demás
que se fuere ganando, conquistando e descubriendo, e que ga­
nare e conquistare de aquí para adelante conforme a los dichos
capítulos para firmeza e fuerza de lo cual en señal de la dicha
posesión dixo que situaba e demarcaba, e mandó situar e de­
marcar la dicha tierra como la tengo situada y demarcada por
Provincia de Vera, proveyendo como puso y vino poniendo en
ella, sus marcas de hitos, cruces, señales, como fueron en el
dicho campo y pueblo, etc.1

Como se advierte, la provincia de Vera comprendía desde la


isla de Santa Catalina, sobre el mar del Norte u océano Atlántico,
hasta el cauce del río Iguazú, y de ahí al oeste todo lo que se
descubriera y conquistara. ¿Cuál era el último y posible límite
geográfico? El cauce del río Paraná. Corrientes, entonces, es­
1 Véase en el volumen I de la Prueba argentina, pág. 170, y el documento

N? 26 del legajo A. de Manuscritos, Alegato argentino en la cuestión Misiones


mantenida con el Brasil, del doctor Estanislao S. Zeballos.
75
taba en la provincia de Vera, y quien conoce las fundaciones he­
chas entre el río Paraná y el océano, sabe que fue la primera
ciudad instituida en el sur de esa jurisdicción territorial. Por
eso decía el adelantado Torres de Vera en 1588, refiriendo a
su sobrino el capitán Alonso: "está fundando la ciudad de Vera”,
la ciudad de la provincia de Vera.
¿Por qué dio Alvar Núñez, a esta provincia, el nombre de
Vera? Algunos han afirmado que se debió a la semejanza que
el horizonte físico ofrecía con Andalucía; el nombre querría sig­
nificar la verdadera Andalucía. No estamos de acuerdo; con­
forme a las costumbres de la conquista le habría denominado
Nueva Andalucía. Pero en lo que coincidimos es en el signi­
ficado de Vera; para los españoles del siglo xvi, Vera es apócope
de verdadera, y de ahí Santa Fe de la Vera (verdadera) Cruz.
Al denominar y crear esta provincia de Vera, a raíz de las tierras
de España, a continuación de las posesiones del Portugal en el
Brasil, ahí donde el meridiano de Tordesillas separaba los do­
minios hispánicos y lusitanos, Alvar Núñez entendía crear la
Provincia verdadera, el sitio límite, real e indiscutido, que en
preeminencia, progreso, etcétera, superaría a la boca del Río
de la Plata, donde su antecesor Mendoza había fracasado con
la primera Buenos Aires. Naturalmente, ésta es una hipótesis
que busca hacer luz sobre el significado de Vera, pero que no
influye en forma alguna sobre el hecho histórico, o sea la exis­
tencia de la provincia de ese nombre.2
La provincia de Vera fue pacificada, desde Asunción, en 1552,
por Irala; en 1554, por García Rodríguez de Vergara; fue gober­
nada, como gobernador, por Rui Díaz de Guzmán, y por Rui
Díaz Melgarejo la zona del Guayrá que la integraba. Rui Díaz
de Guzmán dividió la provincia de Vera en cinco: al norte la de
Coraciverá, al oeste la de Xeres, al sur la del Tapé, al centro la
de la Guayrá y al este la de del Campo, y levantó el primer mapa
en 1593. Ya Corrientes había sido fundada (1588) cuando esta
división, distinguiéndose en su zona las provincias de Paraná
y Uruguay, creadas por el adelantado Juan Torres de Vera, al
sur de la del Tañé.
Como justificación final de que Corrientes era fundada en
la provincia de Vera, es suficiente recordar las consignaciones
del acta de 3 de abril sobre la jurisdicción territorial que se le
asignaba. Se la erige con los límites y términos de los de las
ciudades de Asunción, Concepción de Buena Esperanza (del Ber­
mejo), Santa Fe, San Salvador, Ciudad Real, Villa Rica del Es­
píritu Santo y San Francisco (en Viaza), por la costa del mar
del Norte (océano). Es la provincia de Vera de Alvar Núñez.
Cuando Felipe III, por real cédula de 30 de enero de 1609,
permitió la reducción de los indios por medios evangélicos a
2 Véase Prólogo, III, "Acotaciones al tercer punto debatido”.
76
los jesuitas, dio el primer paso contra la organización adminis­
trativa que se había formado en la originaria provincia de Vera.
Otra real cédula de 1634, que aprobaba la ocupación por la Com­
pañía de Jesús de las provincias de Coraciverá, Guayrá, Tapé,
Paraná, Xeres, Uruguay y del Campo, borra definitivamente de
la jerarquía colonial a la provincia de Vera.

77
Capítulo IV

FUNDACIÓN DE CONCEPCIÓN
DE LA BUENA ESPERANZA DEL BERMEJO.
MOTIVOS DE SU ESTABLECIMIENTO

Los hombres de España habían concluido, al finalizar el adelan-


tazgo de Ortiz de Zárate, el programa político - militar que los
Reyes fijaron a Pedro de Mendoza: además de la ocupación de
la boca del río de la Plata, construir una ciudad reducto sobre
el eje norte-sur del gran río que Caboto explorara, que sirviese
de muro a la expansión portuguesa hacia el oeste de la línea de
Tordesillas, en demanda de las ricas minas de metal precioso del
fantástico Potosí.
Asunción del Paraguay fue la ciudad reducto de aquella po­
lítica y la fusión de las razas de vencedores y vencidos, en base
a la unión de los conquistadores con las mujeres de la clase go­
bernante —caciques y capitanejos— del único pueblo civilizado
de la zona, el guaraní, la fórmula que conservó a los primeros
el poder y acreció el número de sus varones esforzados. Desde
Asunción, como si la tea formada por el eje fluvial Paraná-Pa­
raguay hubiese iluminado en energía al período larval de las
exploraciones y campañas, en busca de metal y de brazos labo­
riosos, siguió el de los establecimientos definitivos: hacia el
oeste, Concepción de la Sierra fue un enlace firme con el Perú,
y hacia el este, fundaciones varias, como Ciudad Real y Villa
Rica del Espíritu Santo, aseguraron el dominio del Guayrá, de
sus masas agricultoras aborígenes, y de los caminos al océano
por San Francisco en el Mbiaza y Santa Catalina.
El contrato de adelantazgo de Ortiz de Zárate con el Rey
innovó en la política de la cuenca del Plata: era necesario hacer
colonización y buscar a todos los intereses y actividades que se
habían desarrollado, una puerta al Atlántico que evitará la ruta
del Pacífico y el transbordo en el istmo de Panamá. El propio
Virrey del Perú, como los oidores de la Audiencia Real de la
Plata (Chuquisaca) están en la inversión del plan de la con-
79
quista, y es así que las palabras abrir puertas a la tierra corren
como una consigna. Cuando Garay, desde Asunción, llega a
Santa Fe y al estuario, se encuentra con soldados de los conquis­
tadores del Tucumán; es algo así como una carrera por cumplir
el programa proclamado, con choques, alegatos y exigencias de
jurisdicción.
En el fondo de este empeño de los hombres del Paraguay y
del Tucumán por llegar al río de la Plata, están tres circunstan­
cias : la una, es la terminación de la conquista: ahora se
coloniza,
se trabaja, y un comercio de cosas imprescindibles exige ca­
minos fáciles y breves; la otra es el recrudecimiento de las ac­
tividades de corsarios y filibusteros en el mar Caribe, donde
cientos de islas favorecen sus actividades, que pueden eludirse
por la ruta del Atlántico y la navegación costera del África hasta
España. La tercera circunstancia son las actividades de Por­
tugal, que sobrepasan la línea de Tordesillas, que usurpa la
tierra, y cuyos hijos en el Brasil, mamelucos y bandeirantes,
cazan esclavos en las tribus guaraníes. El Guayrá ya no lleva
al mar, por San Francisco; un muro de hombres ávidos de tra­
bajadores para las fazendas y las minas, cortan los caminos y
se apoderan de la propiedad privada. El drama no ha llegado
a la crisis que obligó a la migración en masa de las reducciones
al sur del Iguazú, pero ya es evidente a los que conducen la
colonización.
Durante el adelantazgo de Ortiz de Zárate, por obra de sus
lugartenientes y de los que representaron al sucesor Juan Torres
de Vera, la tierra logró la puerta en el mar. Fue Garay el con­
ductor de los jóvenes guerreros asunceños, y Santa Fe y Buenos
Aires surgieron como afirmaciones de una voluntad admirable.
En el Tucumán, una red de ciudades estratégicas, desde la que­
brada de Fíumahuaca al sur, hasta Córdoba, sirvieron de enlace
a la misma puerta atlántica con los reinos del Perú.
En las dos últimas décadas del siglo XVI —adelantazgo
de
Juan Torres de Vera—, la expansión colonizadora sólo era po­
sible en dos sentidos, en tierras que razones de orden diversa
habían conservado sin ocupación permanente, pero que expe­
diciones responsables habían demostrado eran ricas y de fácil
utilización. Referimos a la zona cuyo centro es la unión de los
ríos Paraná, Paraguay y Alto Paraná, con abundante población
autóctona distribuida curiosamente, en algo así como un mo­
saico de tribus nómades y sedentarias.
El occidente de este nudo de ríos, siguiendo el cauce del. Ber­
mejo —en otras palabras, las tierras del Gran Chaco—, fue el
escenario de las primeras actividades. Alonso de Vera y Ara­
gón —el cara de perro, por su fealdad— fue el
80 comisionado
de la empresa; y su fruto, la fundación de Concepción de la
Buena Esperanza del Bermejo, establecida en 1585 bajo la
advocación de la Virgen del Carmen. Iniciada con fortuna,
la nueva ciudad se convirtió en el centro de la vida de relación
de la cuenca del Plata; sus correos venían y circulaban de Santa
Fe, Santiago del Estero, Esteco, Asunción del Paraguay, hacia
las ciudades del Alto Perú, y la Audiencia de Charcas controla­
ba el mecanismo administrativo a través de sus caminos; en
su seno el oidor Alfaro dio las celebradas ordenanzas sobre
encomiendas de indios. En 1631, todo este maravilloso es­
fuerzo vino a tierra; la ciudad atacada por los indígenas coali­
gados fue abandonada y destruida, cerrándose el Chaco a la
penetración del blanco.
Poco se ha escrito sobre las características de este drama
y la desocupación efectiva del Chaco hasta 1884, con exclusión
de su litoral, siempre utilizado por los hombres de Corrientes.
Y lo que se ha escrito es tan difuso, que la interrogación obse­
siona. Pero cuando el drama de los hombres es vinculado al
proceso geológico, la luz se hace en la perspectiva de los siglos.
Desde Mar Chiquita, en la frontera oeste de Santa Fe, al estero
Patiño del río Pilcomayo, existe una quebradura de la corteza
terrestre, que al unirse de nuevo, produjo el levantamiento
del borde oriental. Este desnivel actuó de dique para las aguas
que venían del oeste, de las últimas estribaciones de las cordi­
lleras andinas, en los deshielos, cuyos cauces secos se han des­
cubierto en nuestros días en medio de enormes bosques. Tie­
rras fértiles, con agua abundante, sirvieron de residencia a pue­
blos autóctonos agricultores, y tal era el panorama cuando Con­
cepción fue fundada en 1585.
Entre esa quebradura de la corteza y la recta fluvial for­
mada por los ríos Paraná y Paraguay, el terreno en declive, sin
agua, era habitado por tribus nómades, guerreras y crueles, en
expediciones de caza. Las aguas pluviales produjeron pequeños
arroyos, que los ríos de la base (Paraná y Paraguay) convertían
en sus crecientes anuales en emisarios de las suyas. Hubo, pues,
un drenaje continuo, hasta que esos arroyos, convertidos en
cauces hondos, llegaron hasta el desnivel producido por la que­
bradura de la corteza. Y cuando ese desnivel también fue dre­
nado por los emisarios de los ríos de la base, las aguas endicadas
se volcaron en los cauces abiertos. Por eso, casi todos los ríos
del Chaco ofrecen la particularidad de que sus cauces se suelten,
y por eso el Pilcomayo, a contar del estero Patiño, tiene tres y
más cauces que se disputan el volumen de sus aguas: Pilcoma­
yo, Confuso, Verde, etcétera.
Aquella zona al oeste del gran desnivel anotado es deno­
minada, en las actuaciones de la Colonia, Valle Calchaquí y
Tierra de los Mares, nombres de por sí sugerentes, y sus carac­
terísticas geológicas desaparecieron en los tres siglos y medio
transcurridos entre 1585 y nuestros días, por obra de los afluen-
81
tes - emisarios del Paraná y Paraguay. Sólo en el Pilcomayo el
proceso no ofrece su punto final, como para que las genera­
ciones presentes adviertan cómo fue la naturaleza la que reguló
la utilización del Gran Chaco.
Los autóctonos que vivían en el Valle Calchaquí o Tierra
de los Mares, eran tribus agricultoras laboriosas. Como los
cauces que traían el agua de los deshielos andinos terminaban
en la quebradura advertida, desde Mar Chiquita a Estero Patiño,
se formaban grandes lagunas que respaldaban en ese dique
natural, con abundantes lugares de pesca. Miles de indios vi­
vían en sus inmediaciones, y buscándolos se fundó la primera
Esteco, por los españoles de Santiago del Estero, y Concepción
del Bermejo, por los de la Asunción del Paraguay. Si Alonso
de Vera y Aragón, fundador de la última, no hubiese conocido
aquella zona fértil e irrigada, de brazos abundantes a encomen­
darse, habría levantado su ciudad en la boca del río Berme­
jo sobre el Paraguay. Y lo habría hecho, sobre todo, porque la
zona que le enfrenta, el actual territorio paraguayo, es de mara­
villosa fertilidad, de tierras flojas, de formaciones puelches.
No procedió así: fue hacia el noroeste, siguiendo el cauce del
Bermejo, hasta la gran laguna llamada de las Perlas, que en
el siglo XVI debía de cortar el cauce del río, como hoy lo
hace
el Estero Patiño en el Pilcomayo. Allí levantó la fastuosa Con­
cepción, ciudad de comercio, riquezas, placeres de la vida de
relación entre 1583 y 1631.
Las tierras secas, simples cazaderos de tribus nómades, en­
tre el desnivel comentado y los ríos Paraná y Paraguay, separa­
ban a Concepción del Bermejo de las rutas a Asunción y a Co­
rrientes. Era una franja norte - sur a lo largo del eje de los ríos,
sólo accesible a expediciones armadas, y generalmente era cru­
zada por el cauce del Bermejo. Pero cuando esos nómades se
coaligaron, uniéndose todos los que habitaban sobre el río, para
caer sobre la rica ciudad y los pobladores agrícolas de su depen­
dencia, el Valle Calchaquí quedó silencioso con su magnífica red
de canales y acequias que hoy se descubren en el seno de la
selva. La naturaleza continuó el drenaje de los niveles eleva­
dos hasta captar los piélagos de la tierra de los Mares, y
nadie
volvió a establecerse en los jardines que ponderan las crónicas,
porque las tierras se hicieron inhabitables, sin gota de agua.

82
Capítulo V

EL PARAJE SIETE CORRIENTES

Durante la exploración del río Paraná por Sabastián Caboto


debió de ser individualizado el paraje Siete Corrientes, donde
en 1588 se fundó la ciudad de su nombre.
Debió de ser así, porque es el lugar en que el río, que subían
los españoles con una dirección sur-norte, toma casi violenta­
mente la de oeste - este, y porque en ese tramo afloran piedras
toscas, morado - oscuras, sobre el arenal dorado que limita el
río, piedras que se enciman, como si se multiplicaran, en pun­
tas barrancosas, mayores y menores. Las mayores formaban,
V todavía semejan, grandes, espigones, que durante tres siglos
largos sufrieron el roce continuo de las aguas produciendo en
su seno otras tantas corrientes oblicuas al eje del río.
Naturalmente, el panorama fluvial de 1588 no es el de 1945.
Además del desgaste normal de las puntas por la acción de
las aguas, el hombre utilizó sus piedras para el cimiento de di­
versas construcciones, y en casos excepcionales, enormes creci­
das del río produjeron cambios memorables. La tradición, por
ejemplo, cuenta como la isla de Meza, que tiene una base de
piedra, estaba antes unida a la tierra firme, de la que fue se­
parada, abriéndose el riacho que la convirtiera en isla, por la
avenida excepcional del Paraná, del año 17.
La notabilización del paraje Siete Corrientes, para quienes
navegan el Paraná, tiene otra circunstancia: aguas arriba, zona
de Itatí, y aguas abajo, barrancas del Empedrado, donde ter­
minan, y con la excepción del paraje Siete Corrientes, la costa
correntina ofrece, además de la arena, formaciones de una pie­
dra blanca, calcárea, que la intemperie y el tiempo endurecen.
Sólo en este paraje, que en realidad se inicia en Paso de la Patria,
existe la piedra morada oscura a que hemos referido. Trátase
de un contraste que junto con la acción de las siete grandes pun­
tas y las corrientes oblicuas al eje del río, dieron carácter al lugar.
Según el folklorista don Enrique Roibon —hombre erudito
en las tradiciones de la zona, fallecido en la segunda década de
83
este siglo—, las siete puntas que caracterizaban el paraje deno­
minábanse, a contar de aguas arriba, Aldana, Yatigtá, Batería o
Mitre, San Sebastián, Tacurú o Vidal, Tacuaras y Arazatí.
Una mirada al gráfico del departamento de la capital mues­
tra el enorme arco de círculo formado por estas puntas: es un pa­
raje, una zona, y nunca un lugar o un punto geográfico. La propia
ciudad de nuestros días no cubre las dos puntas primeramente
enunciadas. Todo ese paraje debía ser explorado, elegido un
punto favorable para la erección de la ciudad, y previamente
dominárselo estratégicamente haciendo pie en la costa y res­
guardando los elementos de transporte fluvial.

Plano de la actual ciudad de Corrientes, con indicación de


las siete puntas. 1. Aldana; 2. Yatigtá; 3. Batería o
Mitre; 4. San Sebastián; 5. Tacurú o Vidal; 6. Tacua­
ras; 7. Arazatí.

Para sostener con base objetiva que toda esta tarea no era
necesaria, se buscó achicar el paraje Siete Corrientes. En el
debate histórico de 1888, el ilustrado doctor Mantilla dice que
las siete puntas se denominaban Ysyry, Isabel Durán, San Se­
bastián, Villegas, Casillita, Rosada y Batería, cuya posición es
la de reducir el arco de círculo, achicar el paraje ante Corrien­
tes, dándole una extensión de apenas un quinto de la real, lo que
puede advertirse consultando el gráfico en que hemos señalado
estas siete puntas, de las que sólo dos, San Sebastián y Batería,
forman corrientes en el río. Las otras cinco son pequeños pro­
montorios; el denominado Ysyry —que el común de la gente lla­
ma el Tacurú, y debió de integrar la famosa punta Tacuaras—
es un punto de la costa que servía de base a la desembocadura
84
del arroyo Ysyry —también llamado Salamanca en el si­
glo XIX—, convertido hoy en desagüe pluvial entubado de la
ciudad; Isabel Durán es el nombre de una lavandera a quien
sepultó una enorme piedra desprendida de la barranca del an­
tiguo solar jesuítico —después, Colegio Nacional—, con cuyo
nombre algunos denominaron, a raíz de la tragedia, la modesta
punta tradicionalmente conocida como Ñaró; Villegas es el pro­
montorio que limitaba al este el murallón del puerto, base del
muelle de pasajeros; Casillita el que le seguía, cuya base era
amarradero de canoeros isleños, denominada así por una cons­
trucción de madera para quienes revisaban a los pasajeros, y
Rosada, la pequeña punta sudoeste del arroyo Arazá o Batería.
Ninguna de estas puntas, ajenas a la corriente central del río,
formaban ni forman corrientes que dificulten la navegación.
No expresamos que el doctor Mantilla hubiese tergiversado vo­
luntariamente la verdad; sólo que no advirtió que de las siete
puntas a que alude, sólo dos son las que modifican el eje del
río, y las demás, simples irregularidades de una costa acci­
dentada y difícil.
Aclarada la extensión del paraje Siete Corrientes cuando
se lo contempla desde el cauce del Paraná, quedaba establecer
la naturaleza de sus tierras y recursos espontáneos, a los que
ningún cronista alude antes de 1588. Es por esto que en
1581 un inteligente franciscano indicó el paraje como lugar
propicio para la erección de una ciudad; pero tal afirmación
no contiene más correspondencia que las observaciones que
hizo desde el río. El interior de Siete Corrientes recién fue
explorado por Alonso de Vera y Aragón.
El casco urbano de Corrientes ocupa la zona alta colin­
dante con el río, allí mismo, donde se produce el cambio de
dirección del cruce. Ai norte y al sur tiene dos zonas de ba­
ñados, y hacia el este, sin perjuicio de algunas depresiones,
el terminal de dos lomas de tierras flojas, de agricultura, que
vienen abriéndose en abanico del nordeste, separadas por ca­
ñadas y lagunas. Como una trinchera actúa, al sur, el río de
las Palmas —hoy, Riachuelo—, con sus afluentes caudalosos,
que en el siglo XVI separaba al paraje Siete Corrientes de
las
tierras de los nómades.
Las dos lomas arenosas que hacen vértice en el solar ur­
bano, no llegan lateralmente al río. Los guaraníes que las
habitaban, estaban ajenos a los canales y riachos del Paraná,
habitados por gente de otras naciones, nómades, pescadores
y cazadores. El punto de Arazatí fue estratégicamente elegido
como lugar que facilitaba la penetración al paraje habitado, en
las lomas, por los guaraníes, sin ofender a los grupos nómades,
que por el momento no interesaban.
85
86
Capítulo VI

ANTECEDENTES DE LA POBLACIÓN
DEL PARAJE CORRIENTES

1. Durante años, desde la expedición exploradora de Caboto,


los barcos de Castilla habían navegado el Paraná, cruzando sin
detenerse frente al paraje que dieron en llamar Siete Corrientes.
A contar del viaje de Ayolas, y luego de la fundación de Asun­
ción del Paraguay, el recorrido de la recta fluvial Paraguay -
Paraná fue más activo. Puede afirmarse que ese camino entre
el Plata y Asunción fue rápidamente explorado y conocido en
la red de sus vientos, islas y recursos naturales; no así el terri­
torio de sus márgenes, que no fue utilizado. En la geografía
de Abraham Ortelio (1603), el cartógrafo no señala el Alto
Paraná; recién lo encontramos en el Atlas de Blaen (1650), y
ya con el paraje Siete Corrientes y las lomas de Santa Ana.
Y esto no es una simple afirmación; el asunto ha sido estudiado
específicamente por el Departamento de Estudios Etnográficos
y Colonias de Santa Fe bajo el título “El Paraná y los prime­
ros cronistas”, por Agustín Zapata Gollán, publicado en 1942.
No queremos decir que los hombres de Castilla no se hu­
biesen puesto en contacto con las naciones ribereñas del río.
Por el contrario, hubo vínculos de carácter accidental, pero
suficientes para que los conquistadores advirtieran que los pue­
blos sobre el río carecían de hábitos sedentarios y de trabajo,
por las enormes reservas de caza y pesca.
Lo que interesaba al conquistador era la tierra poblada
establemente, por tribus con hábitos de agricultura que sólo
encontraron en las de raza guaraní o en aquellas guaranizadas,
o que habían adoptado con algo del idioma una parte de su
técnica.
La fundación de una ciudad se hacía en tres jornadas: pri­
mero la exploración para el encuentro de naciones indígenas
sedentarias, que cultivasen la tierra, tuviesen un principio de
orden y pudieran ser aliadas naturales del español para defen­
derse o vencer a las demás tribus nómades de la región; en-
87
contrada la zona propicia y la masa autóctona de labor, los
expedicionarios volvían a los centros madres de la conquista
—a Asunción del Paraguay, en nuestro caso— e informaban y
pregonaban la empresa proyectada; se izaba bandera de recluta,
y organizada la masa que afrontaba el nuevo poblamiento, par­
tía la expedición a su destino. Se hacía el establecimiento pro­
visorio, y sólo entonces, ratificado legalmente tanto esfuerzo,
personalmente o con su consentimiento el gobernador de la pro­
vincia fundaba la ciudad.
Así se procedió en toda América, y cuando estos actos pre­
visores se olvidaron, las ciudades fundadas desaparecieron rá­
pidamente. En cierto modo es lo que ocurre en nuestros días,
en que un pueblo no nace al conjuro de una voluntad, sino de
condiciones que lo congregan y fomentan.
En 1585 los conquistadores asunceños y el adelantado Juan
Torres de Vera se preocuparon de los territorios del sudeste,
que eran los de la provincia de Vera. Y paralelamente a la ex­
pedición que se abrió al oeste, sobre el Chaco, para fundar a
Concepción de la Buena Esperanza del Bermejo, otra no menos
esforzada se corrió al paraje Siete Corrientes. Antes su cau­
dillo había marchado más al este, detrás del Iberá, hacia el
río Uruguay, y traído la información de que tribus guaraníes,
agricultores y de orden, poblaban las formaciones arenosas al
oeste de aquella gran laguna, que llamaron Santa Ana o Apu­
pén. La expedición de 1585 confirmó este hecho en cuanto a las
estribaciones medias y terminales de estas formaciones arenosas,
llamadas lomas, algunas de las cuales terminan en Siete Corrien­
tes y las otras en escalones hacia el bajo Paraná, entre ríos que
después se llamaron Las Palmas (Riachuelo), Santiago Sánchez
(Empedrado), San Lorenzo, Santa Lucía y Corrientes.
Fue indudablemente ese año de 1585 o de 1586, pero no des­
pués, cuando Alonso de Vera y Aragón, el Tupí, recorrió la zona
sur de la provincia de Vera, a contar de las últimas estribaciones
del Tapé, que estaba en jurisdicción de Rui Díaz de Guzmán.1
Vuelto a Asunción, informó sobre las tribus agricultoras gua­
raníes que poblaban las lomas de Santa Ana, o de la laguna de
Santa Ana o Iberá, sobre los recursos naturales de la tierra, su
calidad de pan llevar, el que esos guaraníes podían ser amigos
de los conquistadores para luchar contra los nómades que eran
también sus enemigos, y que ahí, en Siete Corrientes y no en pa­
raje diverso, debía levantarse la ciudad de la provincia de Vera.
Entonces el adelantado Juan Torres de Vera dispuso la
ejecución del plan, y se pregonó en Asunción el nuevo poblamien­
to a principios de 1587, según el informe de Hernando de Mon-
talvo al Rey.2
'Véase Capítulo III: "La provincia de Vera”.
2 Informe datado en Buenos Aires, el 23 de agosto de 1587.

88
Hasta este momento de la investigación histórica se ignora
la fecha en que el capitán Alonso, con sus soldados y sus enro­
lados en la empresa, iniciaron el viaje y llegaron al paraje ele­
gido. Pero de que no se trataba de una empresa de exploración,
de que era la llamada a establecer la ciudad, se tiene como ele­
mento de juicio el que vinieron mujeres casadas y solteras, cuyos
nombres figuran en los padrones de la tierra.3
Es de presumir que el arribo de los soldados y colonos fue
en junio de 1587 y seguramente el 24, día de San Juan. La hi­
pótesis no sólo resulta de la fecha del pregón y de lo que pudo
demorarse en el viaje, sino de una circunstancia que debe ser
considerada. Cuando se funda la ciudad por el Adelantado en
3 de abril de 1588, o sea cuando se da personalidad política al
vecindario, se le asigna la denominación de Ciudad de Vera, y
se nombra Patraña a Nuestra Señora del Rosario. Apenas desa­
parece de la escena Juan Torres de Aragón, la ciudad aparece
designada como San Juan de Vera en las Corrientes, y su iglesia
mayor es construida bajo la advocación de San Juan Bautista,
sobrentendiéndose de los enunciados de las Actas capitulares,4
que fue el Patrono del poblamiento.5
La primera vez en que se advierte en las capitulares y do­
cumentación anexa el nuevo nombre, es en la designación que
Hernando Arias de Saavedra, como gobernador general del Río
de la Plata, hace en 20 de diciembre de 1598 de Jacome Antonio,
como teniente de gobernador de la ciudad de San Juan de Vera
en las Corrientes. Antes de este año, las actas capitulares con­
signan el nombramiento de otros tenientes de gobernador, pero
por el estado de los papeles o el carácter sintético de las trans­
cripciones, no se advierte el título que en ellos asigna a la
ciudad de Vera. El nombramiento de 1598 es el primero en
denominar San Juan de Vera de las Corrientes a la ciudad crea­
da en 1588, la circunstancia de que lo firme una de las pri­
meras figuras de su establecimiento, el que trajo al nuevo solar
urbano el arreo de los ganados, da la sensación de que se trata
del restablecimiento de la denominación originaria, que los pri­
meros pobladores habían elegido, antes del 3 de abril, y que la
providencial designación del criollo Hernandarias para el go­
bierno del Río de la Plata permitiría rectificar.
La expedición pobladora del capitán Alonso —llegada en
junio de 1587 o en el resto de ese año— tocó tierra en el lugar
llamado Arazatí, o sea en la última de las siete puntas de piedra
que engendraban corrientes diagonales al eje del río. Como
ocurre en estos casos, y es general advertirlo en la crónica de
la segunda guerra mundial que convulsionó al universo, lo pri-
3 Lanómina puede verse en el trabajo del doctor Contreras.
4 Véanse tomos I y II (ed. Academia Nacional de la Historia).
5 Véase Prólogo, III, “Acotaciones al tercer punto debatido”.

89
mero que hace el invasor es consolidar lo que llaman la cabe­
cera de puente, el punto de apoyo, y más el del Arazatí, en cuya
ensenada sur y en la boca del arroyo de su nombre encontraron
amparo las embarcaciones del transporte.
Se labró entonces un reducto, y frente a él, tierra adentro,
se levantó la Cruz simbólica de la posesión, conmemorando el
flamear del estandarte real y el triunfo de la catolicidad.
La resistencia de los autóctonos no pudo ser inmediata o
consecutiva con el desembarco, porque toda acción de guerra
obliga a reunir las fuerzas operantes. Recién cuando el re­
ducto se construía advirtieron los nativos el propósito de poblar,
y reaccionaron planteando la resistencia.
Todo esto es lógico, deducido de la naturaleza humana y de
las formas sociales guaraníes. Éstos carecían de organización
estatal; vivían distribuidos en familias, en sus tierras de labran­
za, de acuerdo con costumbres dignas de un sentido comunican­
te curiosísimo, y sólo para resistir y guerrear reunían a sus
varones y se daban caudillos de pelea. Sus caciques eran los
conductores, por el doble atributo de la elocuencia y el valor.
Los conquistadores tuvieron tiempo de levantar el fuerte y
explorar la tierra inmediata, en cuya circunstancia se produce
el choque.

2. Naturalmente, estos hechos, que tienen la espontaneidad de


un proceso regular dentro de una interpretación racional de las
fuentes documentales, no han sido presentados siempre con el
mismo sentido, sobre todo en los escritos que fueron en su
mayoría polemistas, porque el propósito no fue la investigación
histórica desinteresada, sino la acumulación de material e in­
terpretación respecto al Milagro de la Cruz.
Algunos, por ejemplo, han dado influencia preeminente a Her­
nando Arias de Saavedra, el criollo valiente y laborioso, a quien
tanto debe el Río de la Plata. Según la Historia de la Nación Ar­
gentina, editada y organizada por la Academia Nacional de la His­
toria (volumen III), Hernandarias estuvo dos años en Concep­
ción del Bermejo, de la que fue alcalde de hermandad. Volvió
después a Asunción, acompañando al adelantado Torres de Vera
en la guerra contra los guaycurúes que se habían sublevado, y
cuyo plan de dominación integraba la fundación de la ciudad
de Vera.
He aquí los hechos presentados fuera del plan de poblar
la provincia de Vera en la región al sur del Tapé, donde el dicho
Adelantado organiza las provincias llamadas del Paraná y Uru­
guay. Los guaycurúes eran del litoral chaqueño, a contar de
Asunción, en la margen derecha; y si en realidad al fundar a
Corrientes se los contenía en sus vínculos con los nómades del
oriente del Paraná, no vemos por qué este resultado implícito
90
en la fundación de dicha ciudad puede ser superior al propósito
orgánico y sabio de conquistar para España las tribus agricul-
toras y laboriosas de las lomas occidentales del Iberá. En los
hombres de esta raza —los carios del Paraguay— encontró la
conquista su puntal mejor cuando la fundación de Asunción; es
decir, cuando se abrió su drama, y evidentemente la posible re­
producción de este orden de alianza en la zona de Siete Corrien­
tes, era un fin superior al de crear la ciudad para contener a
los guaycurúes...
La misma Historia de la Nación Argentina6 hace la crónica
inmediata a la fundación de Corrientes. Alude a un asalto de
indios guaraníes, en noviembre de 1589; a la ciudad de Vera, a
la venida de Hernandarias con soldados de Asunción, a que
construyó una fortaleza de madera y castigó a los indios. Que
habiéndose ausentado Hernandarias en socorro de la ciudad de
Concepción del Bermejo, volvieron los indios a asaltar a Co­
rrientes, cuyos vecinos se salvaron en el fuerte que éste hiciera,
lo que habría sucedido a principios de 1590.
Resulta ilógico que un poblamiento iniciado a principios
de 1588 —al que también asistió Hernandarias— no hubiese
construido un reducto fuerte para amparo, y que debiese volver
Arias de Saavedra a fines de 1589 a crearles la construcción de­
fensiva que en toda guerra es el primer acto de conquista. Tam­
bién resulta innecesario, para glosar los méritos de Hernandarias
como hombre de guerra, borrar de la crónica al capitán Alonso
de Vera y Aragón, padre de la ciudad de Vera. Y esto se dice
después de una consignación previa de que los pobladores de
Corrientes, en 1588, fueron de 300 a 400, entre españoles y man­
cebos de la tierra, y de consignar páginas después que de acuerdo
con la inspección que don Diego de Góngora, gobernador del
Río de la Plata, hizo entre 1620 y 1621 a su distrito, la población
de Corrientes era de 91 vecinos o jefes de familia, equivalentes
a 405 habitantes; de 89 indios en la ciudad y 1.292 entre Itatí y
Santa Lucía. Suponiendo que las guerras entre 1588 y 1620 hu­
bieran costado vidas humanas y alejado a los colonos más timo­
ratos, la población originaria debió de tener un poder relativa­
mente respetable. El vecindario aumentó a contar de 1631 con
la llegada de los habitantes de Concepción del Bermejo, des­
truida por los indios, a quienes la Audiencia de la Plata reconoció
años después actuar en las elecciones capitulares y ser elegidos
regidores.

3. Estas referencias son necesarias para ver claro en el choque


inicial de conquistadores y guaraníes, a raíz del poblamiento de
los primeros en el lugar Arazatí del paraje Siete Corrientes, del
6 Volumen III, págs. 308 y siguientes (ed. Academia Nacional de la Historia).
91
cual va a resultar una unión inteligente de esfuerzos para resistir
el ataque de los nómades.
La fórmula de paz fue el régimen de la encomienda, que se
ejercitó en la ciudad de Vera con un sentido netamente cristiano
en las obligaciones del feudatario, clave que establece por qué
subsistió Corrientes en el hervidero de naciones nómades que
cubrían el resto de su jurisdicción.
Esa unión fue legal e indestructible hasta 1611, año en que
se establecen las Ordenanzas de Alfaro, las cuales, al suprimir
las encomiendas por el tributo o prestación obligatoria de ser­
vicios, hirió la altivez de los guaraníes que se sintieron afren­
tados y como esclavos, prefiriendo volver a sus bosques. Alfaro
mismo documentó esta posición de los guaraníes, consignando:
“porque dicen que ellos sirven cuando quieren y como quieren
y que vienen a ayudar a los españoles, no a título de tasas o de
servicios, sino como parientes”.
Desde 1612 se limitaron los cultivos, se inició la despobla­
ción indígena que Góngora documenta, y se abrió aquí y en Asun­
ción un período de decadencia.

92
Capítulo VII

POBLAMIENTO DEL PARAJE


DE LAS SIETE CORRIENTES

Es indudable que la erección de una ciudad cuya fundación debía


tener la solemne intervención de un Adelantado, no debió de ser
una empresa improvisada, sin más preparación que la llegada
del funcionario y el trazado del damero urbano. Esto resulta
demasiado trivial y en evidente oposición con cien circunstancias
que demuestran que el paraje Siete Corrientes fue previamente
explorado, que su población indígena fue conocida y situada en
sus avecinamientos geográficos —padrones de tierras y enco­
miendas—, y que el establecimiento de la ciudad buscaba crear un
centro político a una extensa zona que el adelantado Alvar Nú-
ñez Cabeza de Vaca había individualizado dándole la jerarquía de
provincia de Vera (1541).
Rui Díaz de Guzmán, como gobernador de dicha provincia,
había parcelado en otras cinco; pero al sur de la más meridional,
la del Tapé, quedaban territorios no comprendidos en su meti­
culosa obra administrativa.1 Juan Torres de Vera, sucesor de
Ortiz de Zárate, proyectó en estos saldos territoriales de la ori­
ginaria provincia de Vera, organizar otras dos, con las denomi­
naciones de Uruguay y Paraná, dándoles el centro político de una
ciudad. Todo este plan, que luego lo veremos realizado, lo en­
comienda a su sobrino el capitán Alonso de Vera y Aragón, tam­
bién denominado el Tupí, y quien, como medida inicial, expedi-
ciona de acuerdo con órdenes del Adelantado contra los indios
del norte y el nordeste del Iberá. De ahí su detallado conoci­
miento de la jurisdicción después correntina.
Pero concluida esta empresa, se concretó el pensamiento de
erigir la ciudad de Vera, y los ojos se fijaron en el paraje Siete
Corrientes.
Ya en 1581, fray Juan de Rivadeneyra había informado a
España sobre la espléndida situación del lugar, señalando como
1 Véase Capítulo III, “La provincia de Vera”.
93
conveniente el emplazamiento entre el paraje Siete Corrientes
y la boca del río que llaman de las Palmas, y que es hoy el de­
nominado Riachuelo. En otras palabras, indicaba las barrancas
de Santa Catalina, donde los paraguayos en 1865 artillaron la
costa y dieron el combate naval del Riachuelo. La boca del río
de las Palmas o Riachuelo debía servir de puerto o amparo a
los navios.
Nada se sabe sobre el resultado de esta curiosa iniciativa.
Sólo está documentado que Hernando de Montalvo, tesorero real
de la ciudad de Buenos Aires, escribía en 23 de agosto de 1587
al Rey, haber sido informado del proyecto de crear una ciudad
en el paraje Siete Corrientes, a cuyo efecto se había pregonado
el proyecto, levantándose la bandera de la recluta de soldados
y colonos.2
Suponiendo que la noticia debió tardar tres meses en llegar
de Asunción del Paraguay a Buenos Aires, la bandera de engan­
che y el pregón del propósito debió de ser en junio de 1587, y
como un plan de esta magnitud no se toma sin previa explora­
ción, es evidente que en 1586, y tal vez antes, debió de llegar al
paraje de las Siete Corrientes la primera expedición militar para
explorar la tierra, reconocer sus recursos naturales e indagar
sobre la índole de su población autóctona.
Coincide todo esto —que es algo más que presuntivo, por­
que es de lógica pura— con la afirmación de Madero, en su co­
nocida Historia del Puerto de Buenos Aires, de que la ciudad o
paraje Corrientes fue poblado en 1585. El ilustrado escritor no
indica fuente alguna a su afirmación, que resultaría con el fun­
damento advertido y el de la circunstancia de que este pobla-
miento de exploración habría sido simultáneo con la empresa
del otro Alonso de Vera y Aragón, el cara de perro, que en 1585
funda la ciudad de Concepción de la Buena Esperanza del Ber­
mejo.
Era un plan racional de conquista el llamar simultánea­
mente la atención de las tribus indígenas de ambas márgenes del
río Paraná, a una misma altura de su cauce, como para evitar
que ellas se diesen la mano en el propósito de resistir. Además,
resta otro elemento de juicio: Hernando Arias de Saavedra trae
por tierra los ganados para ambas fundaciones; esto es incon­
cuso, de unánime consentimiento de los cronistas. Si los gana­
dos se hubiesen traído en 1585 para Concepción y en 1588 para
Corrientes, estaríamos en presencia de dos empresas sucesivas
que Hernandarias habría notabilizado en la relación de sus ser­
vicios. Sin embargo, no habla sino de una expedición, que de­
bió de ser para ambos poblamientos, causa, si se quiere, de por
qué Corrientes, en abril de 1588, se declara sin reservas de sub­
sistencia y auxilios que pide al Paraguay. Arias de Saavedra
2 Véase Correspondencia de los Oficiales Reales, tomo I, pág. 421.

94
actúa en Concepción del Bermejo hasta que pasa a Corrientes,
cuando el Adelantado viaja a fundar la ciudad o a erigirla polí­
ticamente al instituir su Cabildo.
La hipótesis de que la exploración de Alonso de Vera y Ara­
gón pudo datar de 1585, de acuerdo con lo afirmado por Madero,
tiene en su apoyo un valioso documento. Referimos al bando
producido en 17 de enero de 1815 por el gobernador intendente
de la ya provincia de Corrientes, don José de Silva. Importó
el restablecimiento de las funciones religiosas del patrono y sub­
patronos de la ciudad, que abonaba y organizaba el Gobierno
—funciones de tabla— en los días propios de su culto. Era de
práctica, según otros documentos, celebrar estas funciones en
los momentos de más angustia popular, produciéndose rivalida­
des sobre la invocación que convenía efectuar.
El bando tiene enorme originalidad en lo que respecta al
culto de la Cruz del Milagro. En primer término indica el año
de 1585 como el de la población de esta ciudad, anticipando en
tres años la fecha corrientemente tenida como tal, 3 de abril de
1588, planteando la posibilidad de que el suceso milagroso de la
Cruz ocurriera antes de 1588, porque, según la tradición, él no
fue coincidente ni posterior a la fundación, desde que coincide
con el día del establecimiento del poblado.
El bando confirma este razonamiento. Establece que Co­
rrientes se pobló —no refiere a la fundación, que sería poste­
rior— en 1585, y agrega que el milagro de la Cruz se produjo el
domingo de Ramos de ese año, dejando vencedores a los prime­
ros pobladores, etcétera.
Hubo, pues, segundos pobladores y conquistadores, los que
fundaron oficialmente la ciudad en 1588, dos años y pico después.
Dice el interesante bando:
El ciudadano José de Silva, Gobernador Interino de esta Pro­
vincia y sus Distritos, etcétera.

Por cuanto el clamor del pueblo en estos tiempos por el


restablecimiento de las funciones de tabla en los días propios
que se celebraran desde los primeros años de la fundación, con­
sentidas en que esta mutación es causa de las rivalidades y áni­
mos encontrados que nos conducen a la miseria y destrucción en
guerras intestinas por el agravio que se hace al Santuario y
objeto a que se dedica la devoción; habiendo entrado de acuerdo
el Muy Iltmo. Cabildo con mi asistencia, después de una confe­
rencia, unánime resolución por acta del día de ayer que la funda­
ción del Patrón tutelar jurado San Juan Bautista, se celebre
solemnemente en su propio día, con paseo del estandarte y que
en un obsequio se hagan los regocijos posibles por la ciudad del
modo que se tenía por costumbre. Que lo mismo se efectúa en
los días de los Vice Patrones San Roque, San Sebastián y Nuestra
Madre Señora de Mercedes. Que la función del Santuario de la
Santa Cruz del Milagro se vuelva a la Víspera del Domingo de
Ramos en memoria y reverencia del que obró aquel día el año
de la población de esta ciudad 1585, con los primeros pobladores
95
y conquistadores, que en corto número los deja vencedores de
más de 6000 infieles. Y habiendo resuelto que se haga notorio
por bando, publíquese a son de caja de guerra en la forma acos­
tumbrada, fijándose ejemplares en los parajes de estilo.
Dado en la ciudad de San Juan de Vera de las Corrientes a
los 17 días de enero de 1815.
J osé de S ilva .

Por mandato de S. S. Manuel Bonifacio Díaz, Escribano de


Cabildo.

Es de lamentar no se encuentre en el Archivo de la provin­


cia el cuaderno de Actas Capitulares de 1815, desde que el asunto
fue deliberado según el texto del bando, en la sesión del 16 de
enero, donde debieron de exponerse razones. Pero es posible
que las actas aparezcan, porque ellas se labraron, lo que ocurrirá
cuando la catalogación del tesoro documental sea perfecta. An­
tes que en una sustracción, creemos en un traspapelamiento vo­
luntario, hecho por los Cabildantes de enero de 1815, dadas las
condiciones políticas en que se encontraba Corrientes. En di­
ciembre de 1814, Genaro Perugorría y sus colaboradores, incluso
los Cabildantes, estaban derrotados, y el Ejército Auxiliar Guaraní
de Andrés Artigas marchaba sobre Corrientes. Había que ocul­
tar las responsabilidades que fluían de los papeles públicos.
Pero si el poblamiento inicial del paraje Siete Corrientes
no. se remontase a 1585, es indudable que debió de producirse
a fines de 1586 o principios de 1587, en forma que la procedencia
o suma de posibilidades para el entablamiento de una ciudad
llegase a Asunción del Paraguay y fuese pregonado el propósito
en junio de 1587.
La división de la tierra entre los conquistadores, para cha­
cras, quintas y estancias, se hace dentro del año de la fundación.
Lo mismo decimos del empadronamiento de pueblos y tribus
indígenas, con sus lugares de caza y pesca. Los actos divulgados
desde El Telégrafo Mercantil en 1802, donde pueden leerse nom­
bres de poblados y parajes, porque las piezas originales, en el
Archivo provincial, se encuentran ilegibles por la polilla, revelan
un conocimiento al detalle de la tierra. Las mejores asignacio­
nes, incluso de solares, se atribuyen al Adelantado y a sus altos
funcionarios; y naturalmente los colonos de verdad, los que vie­
nen con sus familiares, son radiados a la periferia de los dameros
establecidos. No va a extrañar, entonces, el problema urbano
planteado en 1598 y hasta cien años después, en 1688, resuelto
en ambos casos con un sentido realista y justiciero impuesto por
Hernando Arias de Saavedra, ya gobernador general del Río de
la Plata.
Este reajuste de los padrones de tierra se ha confundido,
por los cronistas sin experiencia, con un traslado de la ciudad,
que jamás existió.
96
En Arazatí fue el poblamiento inicial; en Taragüí, sobre la
base del río, con la punta de San Sebastián como centro radian­
te, la fundación del Adelantado, y donde la ciudad se levantó
con la lentitud que es de suponer.

97
98
Capítulo VIII

EL SIGNIFICADO POLITICO
DE LA ERECCIÓN DE LA CIUDAD
Y EL SIGNO EPOPÉYICO DE SU EXISTIR

Dentro de las leyes de Castilla que los conquistadores practica­


ban en América, el poblamiento de un lugar no equivalía a la
fundación de la ciudad. Poblar era vivir en un lugar, estar a las
órdenes del caudillo, actuar en dependencia del centro político
que había organizado la expedición. Cuando una ciudad se fun­
daba, formaba parte del poder político del común, con su inter­
vención legal que mantenía unidos a los pobladores con el centro
institucional. Ese vínculo quedaba roto en el instante mismo
del advenimiento urbano. Fundar una ciudad era crear una in­
dividualidad, y por eso Juan Torres de Vera, funda, asienta y pue­
bla la ciudad de Corrientes, y antes de cualquier otro proveído,
instituye el Cabildo, toma juramento a sus regidores, los pone
en posesión de sus cargos, y recién después diseña juntamente
con los Cabildantes el damero urbano, levanta el rollo de la Jus­
ticia y determina los ejidos.
La lectura del acta de fundación y el orden lógico de las
cinco diligencias sucesivas que documenta, aclaran perfecta­
mente el espíritu político que preside estos actos dentro del
derecho hispánico, y que pasa íntegro a las Leyes de Indias.
Como todas las ciudades sobre ríos afluentes del Plata fue­
ron fundadas por hombres salidos de Asunción del Paraguay
con el plan de auxiliarse recíprocamente, el distingo entre el
poblamiento y la erección de la ciudad carece de importancia
en la crónica regional de la Colonia. Pero basta recordar el
debate jurisdiccional entre los hombres de Córdoba y Juan de
Garay, cuando funda a Santa Fe de la Vera Cruz, como el abierto
entre los fundadores de Concepción del Río Bermejo y los de la
ciudad de Esteco, dependiente del Tucumán, para advertir el
distingo entre un poblamiento y una fundación. Alonso de Vera
y Aragón explora y puebla el lugar de las Siete Corrientes, y el
99
Adelantado erige la ciudad creando su individualidad política para
dar personalidad al común o interés colectivo de los vecinos.
Las consecuencias que fluyen de este distingo, son trascenden-
tes. Cuando Hernán Cortés, designado para la expedición a México
por el gobernador de Cuba, llega a Vera Cruz, advierte que todos sus
esfuerzos no harían otra cosa que mantenerlo en dependencia de
quien había dispuesto y financiado la empresa.
Entonces recurre a un expediente hábil: sus hombres estaban
por todo Yero Cruz, organizando la marcha al interior; los con-
grega e instala en la ciudad, les da el Gobierno de un Cabildo y
adviene el ente político del común, independizado del enlace con
Cuba. Luego ese Cabildo encomienda a Cortés la conquista de
México, quien la realiza con brillantez y sin dependencia de su
originario comitente.
Mientras la ciudad no es fundada, los pobladores no tienen
por qué documentar sus días. Ellos transcurren con la norma­
lidad de un existir individual; pero así que adviene el común, la
vida lleva el sello de lo colectivo, y los intereses son defendidos
y trabajados para el bien de todos. El Cabildo, que representa
a la comunidad documenta en sus deliberaciones la crónica del
existir, y adviene el plan de gobierno, los actos a producirse, las
empresas a lograrse con aporte general, etcétera.
Alonso de Vera y Aragón fue el poblador. Sus actos se
cumplieron sin necesidad de documentación. Son los saldos de su
esfuerzo los que accionaron en una realidad cambiante en que
él es el caudillo y conductor. La única posible documentación
de la obra buena que hubiese rendido, habríase podido lograr
de esos memoriales o fojas de servicios que los hombres de la
Colonia habituaban elevar al Rey, pero que en el caso de Alonso
de Vera y Aragón no se conoce.
Queremos con esto significar que la explicada falta de docu­
mentación de los actos del poblador no puede ser usada para
negar su acción meritoria y cierta, ni la efectividad de sucesos
qué durante ese tiempo debieron de producirse, llegando a noso­
tros por una tradición continua e indivisa.
Providencialmente, la obra de Alonso de Vera y Aragón, el
Tupí, no está únicamente ligada a las consignaciones dispersas
de la crónica general, en lo que tiene de trascendente para los
orígenes de Corrientes. La circunstancia de que los severos Oi­
dores de la Audiencia de la Plata hubiesen dictado provisión real
conminando al adelantado Juan Torres de Vera a que no diese
mando a sus parientes dentro del cuarto grado, dio pie a la
protesta de 28 de marzo de 1588 de que ya hicimos mérito. Jun­
tamente con ese proveído se notificó al Adelantado otra real
cédula de 19 de marzo de 1587, por la que la gobernación del
Río de la Plata quedaba en la jurisdicción de la misma Audiencia,
la que era juez de las apelaciones en los casos de derecho admi­

100
nistrativo y judicial, en los del fuero religioso, etcétera. La real
cédula ordenaba una gran publicidad a estos recursos, y a ese
efecto, entre otros, que su texto fuese transcripto en los libros
de los Cabildos de las ciudades que dependiesen del gobierno
del Río de la Plata.
El portador de esta real orden llegó a la ciudad de Corrien­
tes a mediados de agosto de 1588, transcribiéndose el texto y las
notificaciones que hasta ese momento se habían hecho en el libro
capitular con fecha 16 de ese mes,1 en que el proveído real es aca­
tado por el Cabildo.
Imagínese ahora cuál sería el espíritu de la ciudad, cuyos ve­
cinos no ignoraban el primer proveído real y la protesta del
Adelantado (28.III.1588), cuando llega este otro estableciendo el
recurso de alzada ante la misma Audiencia Real que negara la
entrega de mandos a los parientes de Torres de Vera. Agréguese
que gobernaba la nueva ciudad el capitán Alonso, implicado en
el proveído primero, recibido como tal por el Cabildo después
de la protesta y aun cuando nombrado antes para la exploración
y poblamiento del paraje,2 y se tendrá una medida del espíritu
público que debió de nacer. A los cuatro meses y días de fun­
dada la ciudad (3.IV a 16.VIII), se volcaba sobre sus encomen­
deros y vecinos la inmensa duda de que se hacía sobre arena.
Estamos seguros de que si el poblamiento del paraje hubiese
datado del 3 de abril, la empresa de hacer y conservar la ciudad
hubiera sido abandonada en el acto, y fue sólo porque la pobla­
ción era de mucho antes —de 1585, según Madero y el Bando de
Silva de 1815, o fines de 1586, según lo más lógico— y era tan
enorme el esfuerzo rendido, que aquellos feudatarios insistieron
en conservar la ciudad, sus tierras y encomiendas.
Pero como no podían callar, el 20 de agosto de 15883 envia­
ron dos cartas del mismo tenor a la Audiencia de la Plata y al
Rey, con la exposición de los hechos y de la empresa cumplida.
El documento es de una admirable simplicidad, sin argumen­
taciones legales, pero con una cuidadosa referencia a la realidad
vivida. Su texto, en el castellano usado en el siglo XVI, dice,
tra­
ducido al de nuestros días:
— El Adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón fundó
esta ciudad de Vera, en nombre de V. M.,
— y en ella nos dejó cuando fue a los reinos de España a
dar aviso a V. M. del estado de estas provincias.
— Con Alonso de Vera y Aragón, su sobrino, por Capitán y
Justicia Mayor, de esta ciudad, Provincia del Paraná, Uruguay
y Tapé [zona sudoeste de la vieja provincia de Vera].
— Por haberse asentado [refiere a don Alonso] con él los
soldados, pobladores y conquistadores que vinieron a esta pobla-
1 Véanse Actas Capitulares, tomo I, págs. 53-60.
2 Véaseprotesta del Adelantado.
3 Véanse Actas Capitulares, tomo I, pág. 62. 101
ción [o poblamiento] y conquista, cuando pregonó [don Alonso]
en la ciudad de la Asunción esta población [o empresa] en vues­
tro Real nombre,
— y después [desde entonces] acá [a la fecha] siempre ha
administrado justicia,
— y ha traído nueve naciones de indios al servicio de Dios
nuestro Señor, y de V. M. por su buena maña e industria,
— poniéndolos en policía del conocimiento de Dios nuestro
señor, y obediencia y servidumbre de V. M.,
— y mediante los dichos indios esta ciudad va en aumento,
porque nos van sirviendo en la conquista y población de la ciudad
[es decir, les servían de auxiliares],
— y así, fue nuestro señor [Dios] servido para que se tuviese
victoria con [sobre] los indios guaraníes que hacían mucho de­
sastre por navegación y camino [tierra], en cierta batalla que
se tuvo con ellos,
— y conseguida la victoria, por ser indios tan belicosos, se
ha asegurado este camino [la navegación y tráfico por tierra],
por el que desde antes [de muy antiguo] se suele [acostumbraba]
andar con acopio de gente, andan ahora los hombres solos,
— se espera que [la ciudad de Vera] será una de las pobla­
ciones más fértiles [progresistas] que ha habido en esta pro­
vincia [del Río de la Plata] y más [muy] necesaria por estar
en medio de las ciudades de esta provincia [del Río de la Plata],
donde era la ladronera de los indios belicosos [zona de asaltos,
etcétera], región que [hoy] ampara y conserva [la ciudad de Vera].

Luego viene la petición de que fuese reformada la provisión


real y la promesa de reformas, siempre sobre los actos que se
cumplieran, seguido de un elogio discreto del capitán Alonso.
Quien con criterio sereno transporte a la realidad geográfica
del siglo XVI lo que significaba la obra puesta sobre los
hombros
de la ciudad de Vera, de asegurar y penetrar la tierra vecina y
de tutelar la paz del río, sin centros poblados entre Santa Fe y
Asunción, y la Concepción del Bermejo al oeste, puede apreciar
la tarea que realizaba Alonso de Vera y Aragón.
¿Y es dado suponer que en sólo cuatro meses (3.IV a 20.VIII.
1588) hubiese cumplido esta tarea, de pacificar las rutas y pe­
netrar el territorio al oriente del paraje Siete Corrientes? En
absoluto: la tarea documentada al 20 de agosto de 1588 es de
dos o de un año de labor diaria, y no pudo ni fue realizada es­
porádicamente, sin plan orgánico ni serio, así como las circuns­
tancias lo obligaron a la acción. Fue una labor enorme y siste­
mática, como quien construye un monumento, que sigue en su
ritmo de sacrificio después de agosto de 1588 hasta fines del siglo.
En acta capitular de 5 de abril de 1591, a los tres años de la
fundación, consta que el capitán Alonso volvía de la Asunción
donde fuera enviado por el Cabildo, trayendo cincuenta soldados
de refuerzo, y que de acuerdo, en alianza con los Capitanes y Jus­
ticia Mayor de Asunción, Concepción del Bermejo y Santa Fe,
se expedicionaria contra los indios para vengar la muerte de
españoles sorprendidos en el paraje de la Mandioca. Y la
guerra sigue, y entre las batallas va levantando el casco perenne
102
de la ciudad de Vera. En 1598 los combates retornan a una
furia desconocida, y de lejos, del sur o del oeste, malones de
charrúas y abipones traen su ayuda a las tribus sometidas.
La ciudad de Vera vive el sino epopéyico de su estable­
cimiento, y Alonso de Vera y Aragón es el paladín de la Cruz
del Milagro. Cuando terminó su primer período en 1593, el
Cabildo solicitó su reelección. La obtiene en enero de 1594, y
es de nuevo el caudillo de la resistencia. Cuando vence el nue­
vo plazo, se ausenta de la ciudad que era como hija de su
corazón.
A mediados de 1603 está de paso en la ciudad de Vera.
Sus regidores se reúnen y lo designan en el cargo de alcalde or­
dinario, que estaba vacante; pero el soldado excusa las funcio­
nes de justicia. Entonces el Cabildo pide al Teniente de Gober­
nador (30.VI.1603) lo obligue a aceptar el cargo, porque don
Alonso era feudatario de la ciudad. Pero Vera y Aragón rei­
tera su negativa, se acoge al subterfugio de que sólo estaba de
paso en la ciudad, que vivía en La Plata; se acata su voluntad,
y toda la población, de ancianos guerreros, de jóvenes hombres
de armas, de mujeres, de la indiada que supo de su lealtad y
energía, está sobre el embarcadero del río Paraná cuando el
Padre de la ciudad de Vera ordena izar las velas del bergantín
que lo lleva al Sur.
Ya no vuelve al solar en que volcó su juventud el paladín
de los cien combates. Su última mirada es para la ermita que
custodia la Cruz del Milagro, que sigue en la barranca del
Arazatí, y que está, para el guerrero anciano, en la guarda de
su espada de pelea.

103
Capítulo IX

LAS ENCOMIENDAS.
UNA DE SUS FINALIDADES ERA
LA DEFENSA DE LAS CIUDADES FUNDADAS

La encomendación de indios y reparto de tierras fueron iniciados


en Corrientes el 2 de noviembre de 1588 y continuaron hasta 1593,
según las más antiguas constancias del Archivo Provincial. Es­
tos primeros repartimientos se publicaron en El Telégrafo Mer­
cantil, N? 17, de 25 de abril de 1802; y los originales, conservados
en el Archivo Provincial, están casi ilegibles por la polilla.
La lectura de esta asignación de encomiendas y tierras da la
impresión de una magnitud insospechada. Se citan pueblos,
naciones y tribus con un detalle curioso, y aun cuando con nues­
tros conocimientos geográficos hemos intentado situar el empa­
dronamiento en el territorio, no lo hemos logrado.
A la repartición básica de 1588 siguen asignaciones en 1589,
1590, 1592 y 1593, probándonos que el radio de la conquista se
agrandaba como un círculo en el agua, tal vez en desproporción
con la fuerza que poseía la joven ciudad, la que suele ser, en
todo procedimiento de conquista, el fundamento del orden es­
tablecido.
Con la misma premura hubo asignación de tierras en la
banda occidental del Paraná, desde el río del Puente —que noso­
tros suponemos sea el actual río Negro del Chaco— hasta la zona
próxima al cauce del Bermejo, pues una franja costera al río,
de más de ocho leguas, integraba la jurisdicción correntina.
A fines del siglo XVI, con su punto crítico en el XVII,
hubo
en toda la región bañada por el Paraná y en el radio de las ciu­
dades de Concepción del Bermejo, San Juan de Vera de las Co­
rrientes y Santa Fe de la Vera Cruz, un gran movimiento de la
población autóctona. Es posible coincidiesen la debilidad rela­
tiva de estas ciudades, en fuerza militar y población blanca; la
extensión enorme que pretendían imperar, y los abusos y la
crueldad del trato con el autóctono, para que las tribus indíge- 105
nas resolvieran sacudir el dominio que las sometía. Pero sin
negar influencia a estos factores, es dado admitir un movimiento
general de pueblos del Gran Chaco y de la región del río Uru­
guay a contar del Miriñay y hacia el sur. Frentones y abipones
en la zona chaqueña, y charrúas de la cuenca del Uruguay, son
las naciones que encabezan la ofensiva, que es como un mare­
moto que va de una zona de ciudad a otra, y que sucesivamente
destruye todo lo hecho. También es posible que en el fondo
de este movimiento general de tribus esté la multiplicación
del ganado y del hambre de los indígenas nómades.
La defensa que la ciudad de San Juan de Vera de las Corrien­
tes hace de su existir, es notable. Como a las demás, pilotea el
genio de Hernandarias, a quien el Rey nombra gobernador gene­
ral del Río de la Plata. Y el experto caudillo, apenas vencida
la primera ofensiva general indígena, plantea una defensa orgá­
nica que tiene éxito.
A la evangelización que los sacerdotes cumplían, predicando
y bautizando, y que luego desatienden, porque reanudan el otro
recorrido, substituye con la colonización misionera, o sea con
la creación de pueblos indígenas, con un orden cristiano bajo el
contralor de padres de las órdenes corrientes, de franciscanos
y jesuitas.
Y a la zona jurisdiccional de las ciudades parten con en­
comiendas, que se suceden sin contralor, sin más vigilancia que
la del feudatario beneficiario, la congregación de los indígenas
en pueblos que forman como un cordón o muralla defensiva a la
ciudad de los blancos, a los cuales se nombran corregidores indios.
Corrientes es la ciudad que más claramente ejecuta el plan.
Se rodea de los pueblos de indios de Santa Lucía, Candelaria de
Ohoma, Santiago Sánchez, Guacarás e Itatí, y establece grandes
guardias en San José de las Saladas y Caá Caty. Estos pobla­
dos son bastiones; a veces caen, pero se reconstruyen en un dra­
ma que toma hasta la primera mitad del siglo xviii. Recién en
1780 se conquista una paz evidente.
En el drama ha caído Concepción del Bermejo (1631), y
Santa Fe vive sus más duras jornadas; necesita que el Rey
vaya en su socorro convirtiéndola en puerto preciso del Paraná
y cabeza del tráfico a Tucumán, por el camino que costea el
río Salado.
Sólo Corrientes está de pie, refugio del orden civil y del
espíritu cristiano, y sobre la valiente comunidad de su pueblo
la Cruz del Milagro que presidió los días de su fundación.

106
EL DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DE AMÉRICA
FUE UNA OBRA DE MILAGRO
REALIZADA AL AMPARO DE LA CRUZ Y DE MARÍA
La catolicidad militante de los Reyes de Castilla y Aragón volcó
en América legiones de cruzados. La fuerza insuperada de los
soldados y los capitanes de la Madre Patria, diestros y sufridos
en los combates contra árabes, en los campos de la Italia dis­
persa y del Levante apasionado, se multiplicó en un esfuerzo que
jamás dobló comunidad humana alguna. Desde las islas del Ca­
ribe a las costas del Pacífico y las zonas australes de la Tierra
del Fuego, miles y miles de varones desangraron la grandeza de
una España que asombró a la historia por su cultura y su poder,
mientras Estados pequeños, de una concepción materialista del
existir, desgajaban en beneficio propio, aprovechando de una
crisis progresiva y humana, el gran cuerpo de aquel Imperio
glorioso.
Saldo de aquella cruzada de la catolicidad de España fue
el descubrimiento, la conquista y la incorporación de un Conti­
nente a la cultura occidental y al existir del cristianismo, proeza
inigualada por nación alguna, ya se contemple la extensión
geográfica o la masa de población redimida del error. Fue
una obra de milagro que sólo explica la fuerza espiritual del ca­
tolicismo puesta en el pecho de sus capitanes y funcionarios.
Aquella cruzada de tres siglos, base granítica de las repú­
blicas de América y de una conciencia continental que dignifica
el panamericanismo, fue realizada con la exaltación de dos pos­
tulados dogmáticos de la religión de Jesús: el uno consagrado
en el mismo signo de la Redención de la especie humana, y el
otro intuido, estudiado en el seno de las escuelas filosóficas,
vitalizado por el sacrificio de millares de creyentes en la propia
cruzada redentora, y consagrado al fin por la Iglesia en la santa
bula de 1853; referimos a la Cruz y al misterio de la Pura y
Limpia Concepción de María.
107
Ambas expresiones del catolicismo de Castilla están en la
tradición más noble de América, enlazadas fuertemente en sus
páginas más trascendentales. Tal ocurre en el nudo de los ríos
de la cuenca del Plata, que desde 1587 se sojuzga con el pobla-
miento de la Concepción de la Buena Esperanza, del río Ber­
mejo, y San Juan de Vera, en el paraje Siete Corrientes.
La última es, sobre todo, el solar de la Cruz. Lo es con
la advocación de la Cruz del Milagro, por sobrenatural circuns­
tancia que en determinado espacio y tiempo unió a las razas
vencedoras y vencidas. Surgió un pueblo indiviso y fuerte,
valiente hasta el sacrificio en jornadas interminables de epo­
peya, que hizo de aquel signo el de su heráldica y su existir.
La Cruz de la fundación se conserva en la basílica de su
nombre, en la ciudad capital, y la tela representativa de Nuestra
Señora de la Concepción, en el Museo Histórico y de Bellas Artes
de la provincia, devuelta a la administración pública por los su­
cesores de una dama profundamente religiosa que la salvara de
los depósitos de efectos no usables del convento franciscano de
la ciudad de Corrientes. La tela data del siglo XVII,
recibiendoen los actos de exaltación de su culto, en 1663, el
homenaje de laciudad centenaria.

108
EL MILAGRO EN LA HISTORIA
La realidad de los acontecimientos rectores de un grupo humano
no está únicamente en la exactitud del suceso, que la crónica
y la tradición verbal, indivisa y continua, documentan como si
estuviese consignado en una escritura. La realidad de aquellos
sucesos depende de su convicción íntima en el mundo interior
de la colectividad humana que los siente en su existir, y que hace
de aquella realidad inspiracional el signo de su destino, confor­
mando sus actos al sentido renovado que fluye de su mundo
interior en virtud de aquella realidad en función de vida.
Un pueblo angustiado por el esfuerzo diario, del alerta y
de la guerra, que hace y se engrandece con saldos que sabe pe­
recederos en la lucha, que no renuncia a ser en el dantesco me­
dio de campañas que no concluyen y se reiteran con horror, es
un pueblo que lleva en su corazón una luz infinita. Y esa luz
de esperanza que mueve a la comunidad, emoción y sentido de
ser colectivo ante el cual el sacrificio de detalle carece de valor,
no es de orden común o humano, porque la voluntad y la resis­
tencia tienen su límite. Las fuentes renovadas de ese manan­
tial están en el espíritu, son hijos del mundo interior, y como
los hombres y las generaciones perecen en el tiempo, de 1588
a 1810, en que adviene la argentinidad, aquel espíritu debió do­
blarse, nacer de la herencia histórico - social, ser siempre el
mismo de los abuelos a los nietos, fuerza de milagro en un cora­
zón idéntico en el espacio de dos largos siglos.
Un acta capitular, apenas abierto el siglo XVII, habla de
la
iglesia de San Juan Bautista, que por falta de recursos se clau­
sura. Y como en el recinto —agrega— están inhumados los
restos de los viejos conquistadores, dispone se amure el solar
en defensa de aquellos sagrados despojos, para que su dignidad
no fuese ofendida por el tráfico corriente. El modesto homena­
je es a los compañeros de Irala y de Alvar Núñez Cabeza de
Vaca, a los españoles peninsulares que vinieron en la hora del
establecimiento de la ciudad desde Asunción del Paraguay. 109
Los que permanecen, por el transcurso del tiempo, en San Juan
de Vera de las Corrientes, son sus hijos, pocos en mujeres blan­
cas de Castilla, la mayoría en mujeres guaraníes del solar asun­
ceño. Pero la nueva generación no es diversa de aquélla, ni
disminuye en número: también en la tierra correntina otros hoga­
res se forjan sobre la selección de las doncellas guaraníes de
la clase de los caciques y guerreros, mientras la chusma de las
tribus acciona en el grupo de los encomendados y trabajadores.
Es la misma unión de razas, la vencedora y la vencida, que
tiene en Asunción del Paraguay la clave de su fuerza, y que
pone en el solar correntino el secreto de su eternidad. Y por
eso la ciudad renovada en los tipos raciales, pero jamás en el
espíritu de su señorío, se hace perenne entre crónicas de ba­
tallas sangrientas, que duran lustros y decenios, y poco a poco
va ganando, hacia el oriente, con el río por base, el solar juris­
diccional de la provincia de nuestros días.

110
EL MILAGRO DE LA CRUZ.
CUÁNDO SE CUMPLIÓ

En dos formas es denominada la reliquia histórica de Corrien­


tes en la documentación que a ella refiere. Inicialmente es
la Cruz del Milagro; después, ya es denominada la Cruz de los
Milagros, tal vez porque la fe dobla en el tiempo su influencia
bienhechora para el destino de la ciudad y el de las generaciones
infinitas de devotos; son por lo menos 357 años de culto re­
verente. Escapan a este estudio histórico las bondades que la
fe privada logró con su evocación; pero está documentado que
durante años los hombres se allegaron a su altar para obtener
la menor astilla que les sirviese de reliquia. A veces, por bon­
dad, era el mismo sacerdote encargado de su culto el que ac­
cedía a solicitaciones de esta naturaleza.
En 1798, siendo cura y vicario el doctor Juan León Ferragut,
el abuso llegó a tal grado, que el Cabildo de Corrientes reclamó
ante el Virrey del Río de la Plata, quien dio intervención al gober­
nador de la diócesis en sede, vacante, doctor Francisco Tubau
y Sala. El ilustrado sacerdote, en auto de 19 de octubre de
ese año, prohibió el fraccionamiento del leño bajo pena de
excomunión, estableciendo no era justo que una Cruz que com­
pendia la ayuda que por ella experimentaron sus mayores en la
defensa de sus vidas, asaltadas por los indios bárbaros del Chaco,
haya de acabarse a pretexto de sacar reliquias.
Pero si escapa a nuestro estudio este aspecto privado de
su culto, en cuanto pudo influir para que fuese llamada
Cruz de los Milagros, esta pluralización de su denominación
originaria, a estar a los primeros documentos conocidos, inte­
resa fundamentalmente en su correlación con el hecho o hechos
en que su influencia divina salvó a los primeros pobladores
de la jurisdicción de Corrientes.
El milagro fue uno y primero; consistió en un nudo indiviso
de circunstancias, condiciones y consecuencias, y se cumplió
111
en el espacio o lugar documentado, en alguna unidad de tiempo.
La escena geográfica del Milagro no está en duda, ni jamás
pudo ser racionalmente puesta en duda, porque su documenta­
ción es continua. Lo mismo no ocurre con la fecha, el día
y año del Milagro, por no haberse individualizado hasta hoy un
documento de referencia concreta. Como después habrá de verse,
consta fue la devoción más antigua de los pobladores del paraje
Siete Corrientes, y como en el acto de la fundación se erige como
Patrona a Nuestra Señora del Rosario,1 es indudable que el
culto de la Cruz del Milagro, y el suceso de su apoteosis, son
anteriores al 3 de abril de 1588.
Pero ¿cuál es el día, mes y año? Nuestras búsquedas han
sido completas.
Además del estudio detallado de las Actas Capitulares, se
ha hecho el de los bandos, acuerdos y libros de la más diversa
naturaleza, buscando, en una forma cuando menos indirecta o
presuntiva, alguna información que permita correlacionar con
un día o período de tiempo fijo aquella victoria de la Cruz
del Milagro.
El libro que trabajaban los visitadores e inspectores de la
Real Hacienda, de la que hacían inventario con sus cargos
y descargos, no deja de, tener informaciones sugestivas. Fue
publicado en la Revista del Archivo de la Provincia, tomo 1, en­
trega 2 (ed. Corrientes, 1908). En la página 193 se consigna
un descargo que hace el oficial de la Real Hacienda de Corrien­
tes ante observaciones de la inspección traída, que fue la primera
a contar de la fundación de la ciudad.
Se le imputó al oficial de la Real Hacienda de Corrientes
la falta de plomo y pólvora en las cajas del patrimonio real,
que el tesorero local explica así: “Da por descargo haber gas­
tado doce libras... en el cerco que hicieron [los indios] al fuerte
de esta ciudad [lo que consta] por un testimonio de... sazón
de cuatro... y noventa años...; y el dicho tesorero como justicia
mayor abunda en “la necesidad que los vecinos y soldados [te­
nían, de ayuda] por la poca munición, y por ser para servicio
de S. M. sacaron de la caja Real doce libras de plomo que
repartió y dio á los soldados para jornada del Paraná que hizo
el General Alonso de Vera y Aragón... de abril de 1591 años para
castigar a los indios".
En lo que respecta a la pólvora y mechas que también fal­
taban, “da por descargo el mismo tesorero de libras de pólvora
y madres de mechas, expresando se gastaron en el cerco del fuer­
te de esta ciudad, cuando los indios... acercaron como parece...
de 4 de abril del año 159..." (1590).
Conforme a estos enunciados, que fueron admitidos, el 4
1 Titular de la iglesia. (Véase Prólogo, III: “Acotaciones al tercer punto
debatido”.)
112
de abril de 1590 debió de hacer crisis un enorme levantamiento
de indios, con el sitio y ataque al fuerte de la ciudad donde
se habían refugiado vecinos y hombres de armas.
Este dato coincide con las constancias de otro libro, tan
básico como el de la Caja Real. Aludimos al de reparto de
encomiendas a los conquistadores, publicado desde página 25
en el tomo I, entrega I, de la Revista del Archivo (Corrientes,
1908).
Como su nombre lo expresa, es el libro de encomendación
de indios y de las tierras de su uso. Entre todas las enco­
miendas que se consignan, con intervención del Escribano de
Cabildo y dadas por Alonso de Vera y Aragón, existe una sin2
data, pero que debe de ser de fecha anterior a abril de 1591.
En ella declara vacua la encomienda de Esteban... —ilegible el
apellido—, y se la concede a Francisco López Ortiz; es el único
caso de esta naturaleza, tomado con determinación del fun­
damento. Y él no es otro que la no concurrencia del titular
de la encomienda a la defensa de la ciudad de Corrientes, por
sí o por un personero. Habla Alonso de Vera y Aragón de su
viaje a la ciudad de la Asunción en busca de socorro de sol­
dados para castigar a los guaraníes rebelados, que luego de
dar muerte a veintidós vecinos —no indica dónde—, cercaron
la ciudad "para quemar la iglesia y demás cosas de los ve­
cinos que en ella vivían y matarlos".
En 1591, los pobladores vivían aún en el Arazatí, desde que
es dado suponer que antes de las casonas en los solares urba­
nos del trazado del Adelantado, debían preocuparles las cha­
cras y quintas que les daban la subsistencia. El fuerte a que
se alude es todavía el inicial, y sólo la iglesia que se quiso que­
mar pudo ser de las pocas construcciones levantadas en el em­
plazamiento de la fundación del Adelantado, donde lentamente
se construía, dificultada la tarea edilicia, porque los sitios cen­
trales habían sido asignados a los prohombres de 1588 que no
estaban en la ciudad de Vera. Recién en 1598 la edificación fue
numerosa en base a las medidas que el Cabildo tomó autori­
zando por decreto de Hernandarias de Saavedra, sobre vacuidad
de los solares cuyos dueños seguían ausentes. Pero lo que se
ganó en urbanismo, se perdió en seguridad, al alejarse el ve­
cindario del fuerte o reducto del Arazatí, por lo cual en 16 de
enero de 1634 el Cabildo resolvió la construcción de un fuerte
para la defensa de la población, en el que ella pudiera refugiarse
cuando hubiese ataque. Los vecinos debían venir con sus bue­
yes y trabajar también los 3 sobrevivientes refugiados de la des­
truida Concepción del Bermejo.
2 Véase Revista del Archivo, pág. 51.
3 Véase esta acta capitular en la edición de la Academia Nacional de la
Historia, tomo I, pág. 282.
113
Nada extraño, entonces, que el milagro ocurrido antes del
3 de abril de 1588, según documentación concreta, se lo advir­
tiera reiterado cuando amparó a los vecinos, en 4 de abril de
1590, como en la guerra cruel abierta en 1591, o en los aconteci­
mientos de 1598 y 1634. No es necesario suponer que la natu­
raleza humana hubiese sido otra que la actual; por el contrario,
la fe era más espontánea, la catolicidad era una fuerza espiri­
tual operante en lo cíclico de la personalidad y advenía como
una flor del espíritu.
Aquellos conquistadores, que conocían y profesaban lo pere­
cedero del existir y lo limitado del esfuerzo de la criatura, pu­
dieron vincular la Cruz que salvó en gracia divina, en cierto
suceso, con la misma Cruz que continuaba en su ermita como
expresión notable de su devoción, y algo debía de influir en la
epopeya que escribía con su valor y corazón, que superaba a la
capacidad corriente del guerrero.
Y la Cruz del Milagro fue para muchos la Cruz de los Mi­
lagros, y el recuerdo de la primer escena del Arazatí comprendió
como algo indivisible el existir de los trágicos días enlazados
en durísima faena.

114
COMPROBACIÓN DOCUMENTADA
DEL AVECINAMIENTO DE POBLADORES
ANTES DEL 3 DE ABRIL, Y DE QUE
LA CRUZ DEL MILAGRO FUE EL MÁS ANTIGUO
DE LOS CULTOS URBANOS

1. Hemos creído conveniente interrumpir el relato histórico


sobre la fundación de la ciudad y la Cruz del Milagro, para
iniciar la documentación perfecta de las circunstancias que vie­
nen a ser como las columnas que contienen la voz de la tra­
dición que respetamos y sostenemos. Referimos al avecina-
miento en el paraje donde el Adelantado funda la ciudad en
3 de abril de 1588, y antes de su llegada, de pobladores y co­
lonos que habían ocurrido con el propósito de establecerse,
de acuerdo con el pregón de la empresa realizado en Asunción
a principios de 1587, según el informe de Montalvo.
En segundo lugar nos proponemos probar que el culto
de la Cruz del Milagro fue el primero y el más antiguo que se
tuvo en el paraje de las Siete Corrientes, hecho comprobatorio
de la tradición que exalta el homenaje originario rendido al
leño protector del establecimiento.
La prueba de la existencia de pobladores en el lugar, cuan­
do llega el Adelantado y erige la ciudad, consta del propio
texto del acta de fundación. Naturalmente, resulta extraño
lo que afirmamos, desde que el acta fue conocida en Corrientes
en 1877 y con todo su texto desde 1888, cuando el doctor Man­
tilla la publicó en el periódico Las Cadenas. También a noso­
tros nos pasó inadvertida la comprobación por la circunstan­
cia de que el acta doctor Mantilla —llamémosla así para
individualizarla— está en buena parte transportada al caste­
llano en uso, faltando elementos para comparar su texto y rea­
firmar sentido y enunciados. La divulgación de otros dos tex­
tos que también son copia, llevadas al castellano sucesivamen-
115
te por el profesor Gez y el historiador Torre Revello ponen
al estudioso en condiciones de dar a las palabras su valor exac­
to, comprobando el tiempo en que los verbos son usados. Cuan­
do las tres copias utilizan los mismos enunciados, ya no se está
en presencia de posibles errores de copia o de interpretación,
sino de afirmaciones o hechos que es necesario tomar en la ex­
presión concreta que utilizan.
Ante todo, deseamos establecer que el acta de fundación,
aun siendo indivisa, consigna los siguientes proveídos, en orden
cronológico o de realización:
1º) El Adelantado funda, orienta y puebla la ciudad en el
sitio (paraje) las Siete Corrientes, cuyas condiciones de excelen­
cia constata, y nombra a los miembros del Cabildo, al que indica
período de renovación anual, y el que se ajuste a lo que se hace
en el reino del Perú y en todas las Indias;
2º) A continuación, en nueva diligencia, que, como la an­
terior, suscribe con el Escribano público y de cabildo, recibe
el juramento a los cabildantes nombrados, de ajustar su conduc­
ta al interés público. Lo hace ante dos testigos;
3º) En nueva diligencia, que certifica el Escribano haberse
realizado ante los mismos testigos, el Adelantado y los cabil­
dantes eligieron de conformidad el sitio para la iglesia mayor,
pusieron una Cruz en señal de posesión, la adoraron y solici­
taron testimonio;
4º) En otra diligencia, el Adelantado y los cabildantes van
a la que debía ser plaza, y en su mitad levantan el rollo para la
ejecución de la justicia. El Adelantado lo consagra espada en
mano, y señala pena de vida a quien lo saque de su lugar;
5º) En nueva diligencia, los mismos funcionarios recorren
el campo vecino eligiendo el ejido público de la ciudad “para
todos los vecinos y moradores que poblaron en ella e vinieron
a poblar”. Y esta diligencia da fin al proceso de fundación y
es subscripta por el Adelantado, cabildantes y Escribano.
Los cinco actos solemnes así consignados se cumplen el
3 de abril de 1588. En su aparente simpleza, tales actos han
exigido la elección del lugar, su medición central, el diseño del
solar de la iglesia, de la manzana de la plaza mayor, la prepara­
ción de la Cruz y del rollo de justicia, y su colocación en gran­
des pozos bien firmes. El rollo, que era todo una viga, de
puro corazón de madera dura, donde se ataba a los condena-
1 Véase nuestra exposición sobre las actas.
116
dos a exhibición y azotes, exige de por sí una buena jornada
de labor.
Ahora bien, la parte más interesante del acta es la diligencia
a la que hemos dado el número 5, dentro de la cual se encuentra
la constancia documental a la que hemos aludido.
Dice el párrafo donde consta la documentación:
..._ e luego en el dicho día, mes y año susodicho por ante mí el
dicho escribano juntamente con la justicia e regimiento andando
por el campo de la dicha ciudad nombraron y eligieron por
exido público de la dicha ciudad para todos los vecinos e mora­
dores que poblaron en ella e vinieron a Poblar desde las quadras
que señaló un cuarto de legua que toma todo el contorno de la
ciudad con todo lo qual se acabó e feneció y fundó la dicha
población, ciudad, yglesia, horca, egido, protestando como el
dicho gobernador protestado tiene, de mejorar la dicha ciudad,
yglesia, horca y egido y todo lo demás, cada e quando que hallare
mejor oportunidad en nombre de dios y de su magestad e Pidió
a mí el dicho escribano se lo dé por testimonio...
El enunciado “para todos los vecinos e moradores que po­
blaron en ella e vinieron a poblar”, es de una claridad absoluta.
Dice de los que ya habían poblado y de los que vinieron a poblar
—en la expedición que el Adelantado mandaba—, y naturalmen­
te, "los vecinos y moradores que poblaron en ella”, estaban en
el lugar cuando Torres de Vera señala el emplazamiento.
Si se continúa en el análisis del párrafo y se advierte que el
Adelantado confiesa que la "ciudad, yglesia, horca y egido” po­
dían ser mejorados “quando hallare mejor oportunidad”, tam­
bién se llega a la conclusión de que su obra del 3 de abril tenía
un confesado sello de provisorio: nadie iría a abandonar lo que
hubiese construido o ya tenía, para situarse en el trazado inci­
piente y no perfecto de Torres de Vera.
Estos vecinos o moradores que poblaron o ya estaban en
el paraje, debían de tener modestas residencias o vivir ínterin
en algún fuerte o lugar defendido. La cuestión se reduce a si­
tuar el punto geográfico de tal avecinamiento. La tradición
señala al Arazatí, y entendemos haber encontrado el documento
comprobatorio.
2. La investigación histórica es una pesadísima tarea, y más
cuando el material a usarse consiste en papeles fabricados y
escritos en el siglo XVI, con redacción, estilo, ortografía, abrevia­
turas y vocabulario diversos de los que nos son habituales. En
nuestro caso, pero recién desde 1914, pudo el que estudiaba los
orígenes de Corrientes atenerse a la Revista del Archivo, don­
de se publicaron los papeles y las actas de capitulares de los
siglos XVI y parte del XVII. Lo que habría ganado era
poco:la publicación se ajustaba al original en la grafía,
obligando a
la conquista previa de una técnica para su lectura; y como los 117
cuadernos se daban sin índices, era necesario leer todo lo pu­
blicado para dar con algo de interés.
Desde 1941, la Academia Nacional de la Historia está pu­
blicando las capitulares correntinas, pero esta vez se dan ín­
dices clasificados por materia. Tengo a mi cargo la tarea, y
confieso que el índice obliga a un enorme esfuerzo, cuya pri­
mera etapa es conocer la historia para interpretar el texto a
veces semidestruido.
Están en circulación tres tomos y el cuarto en obra, total
al que llegará la publicación de las capitulares a principios del
siglo XVIII. Como los índices se hacen sobre el impreso,
enpáginas correctas, por las citas, es evidente que mi
situaciónpor hoy con respecto al contenido de las capitulares
correnti­nas, es privilegiada.
Muy otra debió de ser la de los investigadores que abrieron
el debate en 1888, librados a la colaboración de personas de
buena voluntad, como los que han venido actuando hasta 1941,
en que aparecen los tomos con índices de la Academia Nacional
de la Historia.
Hemos consignado estas circunstancias para explicar la im­
perfección de las buscas y la no individualización de un acta
capitular que ratifica el contenido de la tradición. También
para aclarar la posición en que muchos han incurrido, de su­
poner documentos que no existen ni pudieron existir. Ejemplo,
un acta de 16 de junio de 1663, fecha que no coincide ni siquiera
con los días de acuerdo del Cabildo.
3. La primera referencia expresa que las actas capitulares de
Corrientes contienen con respecto a la Cruz del Milagro, se en­
cuentra en la de 3 de agosto de 1649. La población, concentrada
en un núcleo que rodeaba la plaza Mayor desde 1598, había aban­
donado el avecinamiento inicial de Arazatí, donde sólo contaban
con refugios de fuertes puertas que se abrían en los días de paz
y tranquilidad. Como las tierras fértiles y flojas, de pan llevar,
se hallaban al este y al sudeste, la zona de Arazatí se convirtió
en un lugar apropiado para el corte de leña y el pastaje de ani­
males, para cuya defensa construyeron corrales. Pero entre el
bosque y disimuladamente se hicieron corrales pequeños, en que
pobladores vivos encerraban las vacas de noche y bueyes del ve­
cindario, hurtándolos cuando se abandonaba su busca. Todo
este manejo se hacía en ese campo de uso común, sin propietario
responsable; campo que quedaba entre el casco urbano, hacia el
sur, o, como dice el acta capitular, hacia la Cruz del Milagro.
Como ésta ocupaba una pequeña construcción, una ermita,
tenemos que la documentación de su existencia y del lugar de su
emplazamiento data de 1649.
Restaría probar la antigüedad y la trascendencia de su cul-
118
to, lo que resulta del acta capitular de 26 de septiembre de
1661; en otras palabras, a los setenta y tres años de la funda­
ción de la ciudad.
Según el documento, la ciudad sufría la más severa seca,
estando a perderse totalmente los trigales y demás plantaciones.
Para llegar a la misericordia divina y aplacar lo que creían un
castigo, los cabildantes resuelven “que se continúe la antigüedad
que los antiguos pobladores tuvieron”, con cuyas palabras pa­
rece quisiera significarse que se volviese al culto preferente o
fe de los primeros pobladores.
El mismo Cabildo indica la fórmula: "y se lleve la Madre
de Dios, del Rosario, en procesión a la [ermita de la Cruz] del
Milagro, que es la antigüedad antigua, en concurso de todo el
pueblo adonde esté nueve días rogando y suplicando a su precio­
sísimo hijo, se apiade de este pueblo y sus criaturas...” Y lue­
go agrega: “Y... que los nueve días asistan en la Santa Ermita
de la Cruz de los Milagros dos vecinos encomenderos, cada uno
con sus luces...”
Si recordamos que al fundarse la Ciudad de Vera en 1568, le
dio el Adelantado por Patrona a la Virgen del Rosario,2 las con­
signaciones del acta y el simbolismo que en ella se proyecta,
resulta de una trascendencia significativa. El Cabildo resuelve
recurrir al más antiguo de los cultos, al que los primeros pobla­
dores tuvieron, y se resuelve llevar la imagen de Nuestra Señora
del Rosario, Patrona jurada de la ciudad indicada por el Ade­
lantado el 3 de abril de 1588, a la santa ermita de la Cruz del
Milagro, que es la antigüedad antigua, donde debía quedar nueve
días rogando y suplicando a su Hijo se apiadara del pueblo.
Hay en las consignaciones de esta acta y en el simbolismo
de lo que se proyecta, el más diverso contenido. Se busca el am­
paro de la Cruz protectora del culto más antiguo, como si hu­
biese temor en los espíritus por el auge de otros, y se concreta
en esa moción llevando a la después declarada Patrona de la
ciudad al santuario de la Cruz del Milagro.
La documentación es concluyente: actúan en 1661 los hijos
de los pobladores de 1588, y tal vez alguno de los más jóvenes
soldados de la fundación.
2 Titular de la iglesia. (Véase Prólogo, III: "Acotaciones al tercer punto
debatido”.)

119
CULTO PERMANENTE DE LA CRUZ DEL MILAGRO
EN SU PRIMERA ERMITA
El culto de la Cruz que protegiera el poblamiento de la ciudad,
su perennidad, y motivo para españoles y autóctonos de una paz
de la que nace el régimen de la ley, tiene características que tal
vez no han sido suficientemente destacadas.
La razón del homenaje es el Milagro, la influencia directa
de ese símbolo y síntesis del cristianismo en la perennidad de
la ciudad, en el imperio del dogma de Jesús y en el de la Ley
de Castilla, con vencedores que se convierten en dueños de la
tierra y feudatarios, y vencidos que pierden su libertad dentro
del régimen de las encomiendas.
El Milagro tiene dos aspectos. El uno es propio del espa­
ñol culto, y corresponde a lo universal del acontecimiento: se
está en presencia de un acto de voluntad del Creador, producido
en determinado momento de espacio y de tiempo; es una escena
del drama abierto con la era cristiana, de que la ley divina ha­
brá de regir en el universo todo.
El otro aspecto es el objetivo. Esa Cruz, en determinado
momento de grave angustia, salva a los conquistadores y esta­
blece su triunfo; esa Cruz es el símbolo viviente de aquel ins­
tante en que la voluntad de los autóctonos, su sentimiento
de soberanía, de dueños de la tierra y de señores de su libertad,
cede al acatamiento de un orden que no podían desconocer,
porque desde Caboto a Juan Torres de Vera se habían estable­
cido ciudades, levantado iglesias y modificado el vivir de los
indígenas dentro de la ley del vencedor.
Esa Cruz fue, por eso, siempre, la Cruz del Milagro. Tal
como estaba y donde estaba, había cumplido aquella maravi­
llosa obra. El hombre no podía contrariar, con su acción física,
las condiciones en que la Cruz operó su milagro. Debía quedar
ahí, en el lugar y modo en que accionó sobre los espíritus y la
realidad, y apenas si fue edificada para su amparo una ermita,
modesta, conforme a las posibilidades del siglo. Desde allí la
121
Cruz del Milagro operaba sobre los vencedores y los vencidos:
sobre los unos, para recordarles una misión redentora, perenne,
indivisible, en que la fraternidad cristiana era el fondo del orden
social, algo como la fusión de los intereses materiales y las cosas
del espíritu; sobre los otros, para afirmar la nueva ley del cris­
tianismo, en cuyo seno estaba el existir verdadero dentro de todo
orden de sociabilidad.
La Cruz del Milagro no fue tocada del lugar de aquel suceso
maravilloso. Quedó en su modesta ermita alejada del emplaza­
miento de la ciudad, diseñado por el Fundador en el acta solemne
de 3 de abril de 1588.
Aquel punto geográfico integra hoy el damero urbano;
desde la plaza Mayor, donde Juan Torres de Vera levantó el
rollo de la justicia y donde nuestros contemporáneos, en 1903,
erigieron la estatua ecuestre del libertador José de San Martín,
queda, en línea recta, a unos 1.500 metros. Estaba entonces
en el límite de aquel cuarto de legua que el Adelantado le señaló
como ejido, a contar de las cuadras que diseñó, que fue un da­
mero de cinco manzanas en cuadro.
Allí permaneció la Cruz del Milagro como un jalón, como
un hito protector, hacia los bosques y bañados del sudoeste,
próxima a la última punta del litoral rocoso de la ciudad. Lle­
gaban a ella, en procesión devota y solemne, en los aniversarios
de su culto y en las grandes calamidades sociales.
Lamentablemente, la información no tiene una documenta­
ción referenciada. En los papeles públicos salvados y actas ca­
pitulares que levanta el Cabildo de la ciudad de Corrientes, que
corresponden a los siglos XVI y XVII, la primera mención a
este
culto antiquísimo y popular de la Cruz del Milagro, es la del
acta de 26 de diciembre de 1661.
Han pasado setenta y tres años de la fundación de la ciudad,
y el leño histórico está en su ermita inicial. La documentación
se hace incidentalmente; Corrientes sufre un período de horri­
ble seca, en que ha perdido casi todos los elementos de subsis­
tencia, y el Cabildo dispone rogativas. La imagen de Nuestra
Señora del Rosario debía ser llevada a la ermita de la Cruz del
Milagro, donde permanecería nueve días. A la procesión de
traslado debía concurrir todo el pueblo, y diariamente perma­
necer en la ermita dos vecinos feudatarios encargados de las
luces. Para seguridad de las personas devotas que fueran y vi­
nieran de aquel lugar, el Teniente1 de Gobernador y Capitán Ge­
neral debía poner guardia de soldados.
Y el acto se cumple con unción cristiana impecable. Las
parejas de feudatarios correntinos, guerreros y señores solem­
nes, se suceden junto a la Cruz del Milagro, y cuidan y mantie­
nen el culto de luces. Están —como dice el acta— la imagen
122 1 Véase edición de la Academia Nacional de la Historia, tomo III, pág. 128.
de la Virgen María junto a la Cruz en que Jesús-Dios redimió
al hombre, homenaje máximo que aquellos batalladores cre­
yentes pudieron imaginar en su terrible angustia.
La ciudad se salvó. En 19 de enero de 1666, el Cabildo
provee a las fiestas de la Pura y Limpia Concepción de María,2
disponiendo que el 2 de febrero la imagen fuese llevada a la igle­
sia matriz, y al otro día, por la mañana, a la ermita de la Cruz
del Milagro, donde quedaría tres días, cantándosele misa con
salve.
Y así se hace. Consta del acta de 4 de febrero de 1666
haberse resuelto que al día siguiente fuera traída la imagen de
la Limpia Concepción del lugar en que estaba, o sea la ermita,
al convento de San Francisco, donde se la guardaba, con inter­
vención del mayordomo de la Santa Cruz, que era el capitán
Julio Díaz Moreno.
Son actos que se cumplen con devoción, unidos al mundo
interior del pueblo, y que se reiteran hasta la tercera década
del siglo XVIII, en que el común correntino es indivisible en
lasdos razas que lo integran y un mismo destino. En 1730,
laciudad, con clases jerarquizadas de blancos e indígenas, de
mes­tizos que enlazan y confunden formando un tipo
popular, esuna e idéntica. Pero fuera de ellas están nuevas
tribus nóma­ des que han venido de lejanísimas distancias, las
parcialidadesdel Iberá, los charrúas del sur del Mocoretá y
Guayquiraró, losabipones y frentones del Gran Chaco norteño.
Son nómades nuevos en el drama de la colonización, que no
saben nada de lamilagrosa unión de los hombres de las Siete
Corrientes, con susinstintos feroces y sus prácticas de hechicerías.
El grupo urbano se encoge en el cuadriculado del solar cén­
trico, y la Cruz del Milagro es traída al límite mismo del ca­
serío, donde ya se le erige un templo - santuario. Es el año en
que la reliquia se traslada a la manzana de tierra donde hoy se
eleva la iglesia que la custodia, convertida en límite de la ciudad
en el promediar del siglo xix. Pero como el lugar de la vieja
ermita no debía olvidarse, una gran calle diagonal a su damero
fue trazada para las peregrinaciones aniversarias.
2 Idem, ibídem, pág. 507.

123
LA CELEBRACIÓN
DE LA CRUZ DEL MILAGRO
Desde los días del Milagro que entronizó en el paraje Siete Co­
rrientes el orden civil y la catolicidad de los hombres de Castilla,
la Cruz, que lo había presidido, y el lugar donde estuviera em­
plazada, recibieron el homenaje continuo, reverente, de la co­
munidad a la cual salvó de la destrucción.
Junto a ese homenaje continuo que documenta la construc­
ción de la ermita para la custodia del leño histórico en el lugar
mismo del suceso, y evidentemente como su motivación central,
está el tributo que la civilidad y el sentimiento religioso le ren­
dían en fiesta solemne que era de ambos preceptos.
Su realización no tenía nada que ver con fecha o aniversa­
rio determinado; el Milagro había ocurrido un día y un año, en
la época del poblamiento inicial del paraje, cuando todavía se
exploraba el territorio, cuando aún el Adelantado no había hon­
rado a los vecinos y moradores erigiendo la ciudad, con sus
instituciones políticas.
Aquel milagro en un día de angustia había operado siempre
en los espíritus, borrando la dimensión de tiempo del suceso.
Tal así, que cuando el Cabildo de 1º de abril de 1773 quiere de­
finir el significado de la fiesta, dice:
... el tres del corriente [abril] es el que se celebra la festividad
de la Santa Cruz de los Milagros, función establecida desde la
fundación de esta ciudad, en conmemoración de haber sido dicho
día el en que se enarboló el Real Estandarte y tomaron pose­
sión las armas españolas de estas tierras y de los notorios mi­
lagros con que ha manifestado dicha Santa Cruz su protección...
En otras palabras, la fiesta se instituye como gratitud a una
protección continua, que debió de ser previa a la fundación y a
contar del día en que ésta se realiza, porque en él se enarboló
el Real Estandarte y hubo la toma oficial de la posesión de la
tierra.
125
Pero si en ese año y en otros la fiesta de la Cruz del Milagro
se realiza el 3 de abril, coincidiendo con el aniversario de la erec­
ción de la ciudad, su celebración corriente fue en la víspera y
antevíspera del domingo de Ramos, porque, según la tradición,
fue en dicha oportunidad cuando la omnipotencia divina am­
paró a los conquistadores.
La celebración de la fiesta dependía entonces de la Semana
Santa; se realizaba la víspera del domingo de Ramos, en que
ésta se inicia, y si bien podía coincidir con el 3 de abril —ani­
versario de la fundación—, en realidad nada tenía que ver con
día y mes determinado. Precisamente es esta característica de
la fiesta de la Cruz del Milagro —movible en los días del año,
y dependiente de la Semana Santa, que también es movible—
la circunstancia que conspira para confundir en nieblas el año
en que el suceso se produjo.
En 1805 visitó la ciudad de Corrientes el obispo de Buenos
Aires, monseñor Lué y Riega. Advirtió que la fiesta de la Cruz
del Milagro iniciada la antevíspera del domingo de Ramos y
cumplida la víspera, no era un ceremonial exclusivamente civil
y religioso. El pueblo, que tiene su cultura y vive sus hábitos,
sumaba a los actos del homenaje otros de esparcimiento; se
festejaba la victoria contra el infiel, un episodio de vida incon­
ciliable con el sentido espiritual que debe anidarse en el alma
cuando las celebraciones de la Semana Santa.
El obispo Lué y Riega dictó entonces, con fecha 23 de julio
de 1805, auto disponiendo que la función de la Cruz del Milagro,
que se realizaba la víspera del domingo de Ramos, se trasladase
perpetuamente al 3 de mayo, en que la Iglesia Católica celebra
la Invención de la Cruz en que Jesucristo nos redimiera. Y pró­
xima la Semana Santa de 1806, el entonces vicario eclesiástico
de Corrientes, doctor Juan Francisco de Castro, lo hizo saber en
10 de febrero de 1806 al Cabildo de Corrientes.
Durante diez años, el decreto del obispo Lué y Riega fue
cumplido; pero en 1815, en bando de gobierno de 17 de enero,
el entonces gobernador intendente de la provincia, capitán José
de Silva, ejecutando resolución del Cabildo, decretó que la fiesta
de la Cruz del Milagro fuese vuelta a la víspera y antevíspera
del domingo de Ramos, “en memoria y reverencia del [milagro]
que obró aquel día, el año dé la población de la ciudad”.
Igual restablecimiento de las fechas del culto de los patro­
nos y subpatronos de la ciudad se indicaba en el expresado ban­
do, y naturalmente él fue cumplido durante largo tiempo. Para
valorizar esta medida se debe tener presente que si Corrientes
se organizó como provincia en 1814, en que se reúne su primer
Congreso provincial, sus instituciones regulares recién datan
de 1821, en que se da su primera Constitución, de carácter pro­
visorio. Antes, de 1814 a 1821, se gobernó por la Real Ordenan-
126
za de Intendentes dada para el Virreinato del Río de la Plata,
y por ello el magistrado que ejercía el poder ejecutivo denomi­
nábase gobernador intendente.
El bando aludido y su preferencial referencia a la Cruz del
Milagro, obedece a una concepción integral de la que tenía ati­
nencia con la organización del Estado o provincia. Del mismo
año data el escudo que Corrientes se da para signar su papel
sellado y autenticar las firmas de sus funcionarios, escudo que
se lo ve usar en los papeles públicos, pero cuyo decreto o dis­
posición de establecimiento no ha sido encontrado en los archi­
vos de Gobierno.
Este primer escudo se forma de un doble círculo con la
leyenda Provincia de Corrientes, y tiene en el centro la represen­
tación perfecta de la Cruz del Milagro.
Pensamos —lo que no podemos documentar, por falta de
crónicas referenciadas— que la fiesta de la Cruz del Milagro
debió de realizarse hasta 1821 o 1824, fecha, esta última, de la
segunda Constitución de la provincia, en la víspera y antevís­
pera del domingo de Ramos, y que es en la administración del
gobernador Pedro Ferré, en que se vuelve a efectuarla conforme
al edicto del obispo Lué, debido a la política armónica que el
gobernante realiza, en las cuestiones del culto, con el Obispado de
Buenos Aires, del cual dependía la Iglesia correntina. Esa
acción paralela entre las autoridades civil y religiosa está com­
probada, sobre todo, con la reorganización y establecimiento de
casi todas las parroquias de la provincia.
Las costumbres coloniales que venían en arrastre, y hasta
un sentido de abuso que promesas y votos entronizaban como
fiestas religiosas, llevaron al gobernador general Benjamín Vi-
rasoro a peticionar del obispo de Buenos Aires, monseñor Ma­
riano Medrano, fuera extendido a la provincia de Corrientes su
decreto episcopal de 2 de enero de 1849 para la de Buenos Aires,
en que se limitaban esos feriados religiosos entre semana.
Monseñor Medrano accedió al pedido, facultando a su dele­
gado eclesiástico en la provincia de Corrientes, fray Bernardino
Diez, concluyese con el gobernador Virasoro un acuerdo en que
se indicaran los días que, además de los cuatro señalados por la
Iglesia, debían ser festivos de ambos preceptos para Corrientes.
El 2 de junio de 1849, fray Bernardo Diez hizo público el
concordato a que se había llegado, en la siguiente forma:
Por tanto, con arreglo al concordato que hemos tenido con
este Superior Gobierno, declaramos por días festivos de ambos
preceptos, para esta Provincia, los siguientes:
— El de la Asunción de la Sma. Virgen.
— El de la festividad de todos los Santos.
— El de nuestro Glorioso Patrón San Juan Bautista.
— El de Corpus Christi.
— El de N. Señora de Mercedes, Patrona dos veces jurada
en esta Capital y Provincia.
127
— El de la Invención de la Sma. Cruz, en que solemniza el Mi­
lagro sucedido en la fundación de esta Capital.
Y ordenamos y mandamos que el presente Edicto sea leído
en todas las iglesias parroquiales de la Provincia en el domingo
inmediato a su recepción. Y para que todos los fieles cristianos
puedan enterarse plenamente del espíritu de su contenido, perma­
necerá fijado por espacio de treinta días contados desde la pu­
blicación, el cartel impreso que se adjunta.
Fr. Bernardo Diez
Delegado Eclesiástico

Como se advierte, la fiesta de la Cruz del Milagro se esta­


bilizó en la fecha 3 de mayo, hasta nuestros días.

128
Capítulo XVI
LA CRUZ DEL MILAGRO
EN LA HERÁLDICA CORRENTINA
1. El 30 de marzo de 1920, el poder ejecutivo de Corrientes,
ejercido por el titular doctor Adolfo Contte, encomendó al señor
Manuel V. Figuerero “la reconstrucción del escudo de armas de
la Provincia, quien debe presentar al Poder Ejecutivo un modelo
fehaciente, el memorial y proyecto de ley del caso”, los que de­
bían ser elevados a la Legislatura a sus efectos. En 30 de julio
de 1931, el señor Figuerero presentó el trabajo con una mono­
grafía titulada El escudo de Corrientes, que se editó con ese
título y el de Comprobación histórica sobre el mismo, por la
imprenta Coni de Buenos Aires en 1921.
Desde que se hizo pública la comisión, el diario El Liberal
de Corrientes se esmeró en aportar antecedentes del asunto,
redactando los artículos su director, el doctor Hernán F. Gómez,
y corriendo con los dibujos y definiciones heráldicas el artista
y profesor en el Colegio Nacional de Corrientes don Adolfo Mors.
Como era de esperarse, se produjo alguna posición de polémica
desde que el profesor Figuerero entregaba al periodismo local
el texto provisorio de su estudio, que al fin de cuentas, al edi­
tarse en libro, incorporó a su redacción aquellas informaciones
ciertas y documentadas que el doctor Gómez daba a luz en El
Liberal. Entre ellas, la ley autorizando al Poder Ejecutivo a
establecer el escudo provincial, que si hubiera sido conocido
antes de la comisión por el Poder Ejecutivo y el señor Figuerero,
en vez de condicionar el trabajo a una oportuna elevación a la
Legislatura, habría dado pie al decreto directo del restableci­
miento de sus atributos. Esto fue en definitiva lo que se hizo.
En la síntesis que el profesor Figuerero redactó de sus es­
tudios,1 nos habla de que la ciudad de Corrientes tuvo, primero,
como escudo, el de su fundador, el adelantado Juan Torres de
Vera, y luego, siempre en el período colonial, otro labrado so­
1 M. V. Figuerero, El escudo de Corrientes, págs. 166 y sigs.
129
bre el motivo de la Cruz del Milagro. Hace esta afirmación,
con algunas otras, el doctor M. F. Mantilla; pero reconoce no
haber encontrado ni el texto de las disposiciones legales sobre
el asiento, ni reproducciones en sello, lacre, relieve, etcétera, de
tales escudos. El doctor Gómez, en sus buscas bien detalladas
en toda la documentación colonial, tampoco encontró ejemplar
alguno de esos escudos, excepto uno en lacre de la reducción
de Santa Lucía, que por sus condiciones e impresión borrosa
no pudo servir sino para una reconstrucción un tanto libre del
artista señor Mors. Prácticamente, entonces, y hasta que se do­
cumente lo contrario, la ciudad de Vera de las Corrientes no
usó escudo alguno propio en el período colonial.
En cuanto al período independiente que se abre en 1810, tam­
poco la ciudad tiene escudo hasta el 31 de diciembre de 1824, en
que es disuelto su Cabildo, o sea cancelada su dignidad de ciudad.
Desde entonces hasta 1863 en que se dictó y ejecutó la ley crean­
do municipalidades en la provincia —una de las cuales fue su
capital—, la ciudad de Corrientes fue un distrito territorial de
la provincia, y como en todos sus pueblos la policía corrió con
el gobierno edilicio. En enero de 1864 se creó la Municipalidad
de la capital, que desde entonces actúa como ente político -
administrativo. Para autenticar sus actos usó un escudo que era
de la provincia, con algunas modificaciones convencionales, pero
sin tener precepto legal alguno que le sirviera de fundamento.
Siendo miembro de su Concejo Deliberante el doctor Hernán
F. Gómez proyectó y propuso una ordenanza que se sancionó el
13 de septiembre de 1927 reglamentando el escudo del Munici­
pio, que se declaró obligatorio en la parte superior de los edifi­
cios de la comuna y como sello para signar la autenticidad de
las actuaciones de sus funcionarios, además de la firma de los
mismos. Por la ordenanza de 9 de septiembre de 1927, el es­
cudo había sido establecido en las medallas a usar por los fun­
cionarios.
Según esta reglamentación, el escudo tiene la forma elíptica
llamada óvalo del jardinero en la proporción de 4 por 3, soste­
niéndose la línea perimetral con la cuerda (radiovectores). El
arco menor de la elipse divide el escudo en dos cuarteles iguales,
debiendo la figura tener una forma apaisada propia del panora­
ma, y ser el coloreado natural, de las primeras horas posmeri­
dianas.
En el cuartel inferior están distribuidas siete puntas repre­
sentativas del litoral urbano en perspectiva, no unidas, para dar
lugar al efecto de las siete comentes que ofrece el río Paraná,
debiendo notarse en el río, a la derecha, la faja bermeja, aporte
del afluente de ese nombre, y en el primer tercio del eje, una
piragua con su remador autóctono. Sobre la punta central,
inclinada a la derecha del eje mayor de la elipse está colocada
130
una cruz de forma romana; en su base, una hoguera con humo
que vela su nacimiento, y sobre las puntas que siguen inmedia­
tamente a la central, a uno y otro lado están dos palmeras que
pasan al cuartel superior, en el cual sus copas se inclinan un
tanto en forma de dosel.
En el cuartel superior y sobre su línea de base, hasta la que
se extiende la representación del río, se dibuja una perspectiva
de islas que son las que cierran la costa del Chaco, frente a la
ciudad, y en el resto del cuartel se dibuja un cielo sereno.
El escudo está circunscripto por un fondo dorado, y a con­
tinuación, de izquierda a derecha, en torno de la elipse, la le­
yenda Municipalidad de la Ciudad de Corrientes.
En síntesis, tanto en el sospechado escudo de la ciudad, del
período colonial, el usado de 1864 a 1927, cuyo motivo fue el
escudo de la provincia, como en el primer escudo indiscutido
conforme a las disposiciones legales, en 1927, para la ciudad
capital, la Cruz del Milagro fue el signo de la heráldica urbana.
2. Pero la comisión que el decreto del Poder Ejecutivo enco­
mendó en 1920 al profesor Figuerero, refería al escudo de armas
de la provincia, y es también el asunto que por ahora nos in­
teresa.
La provincia de Corrientes se organizó en 1814 sobre la ju­
risdicción territorial de la ciudad y tenencia de gobierno. Su
ejecutoria tiene dos actos: uno propio, espontáneo, deliberado
y ejecutado por su pueblo en armas, el 10 de marzo de 1814,
que expulsa al Teniente de Gobernador designado por Buenos
Aires, se declara provincia del Estado, y designa primer gober­
nador intendente al coronel Juan Bautista Méndez. Completóse
el pronunciamiento con la organización del primer Congreso
provincial. El otro acto, creado oficialmente por decreto del
director de las Provincias Unidas, doctor Gervasio Posadas, de
10 de septiembre de 1814, proveído para atraerse la voluntad de
los federales, o de los hombres que, siendo federales, no eran
partidarios del Gobierno de Buenos Aires.
Como es de suponer —sobre todo, porque eran épocas de
la enconada guerra civil—, la organización de la provincia fue
hecha sobre la Real Ordenanza de Intendentes. En 1816 apa­
rece usándose un escudo provincial en los documentos públicos
que se expenden, y que vienen a ser el primero que tuvo el es­
tado de Corrientes.
Consistía en dos círculos concéntricos, cuyos radios tienen
16 y 22 milímetros. En el campo del primer círculo está una
cruz de perfil romano, cuyo pie descansa en un casquete esférico
que ocupa el sector inferior. En orla, entre dos círculos, se lee
Provincia de Corrientes. Los bordes del círculo exterior están
representados por trazos cortados.
131
El motivo de este escudo es, como se advierte, la Cruz del
Milagro.
No hemos podido individualizar la disposición legal que lo
creó, explicable por cuanto la documentación de 1814- 1820 no
tiene una clasificación ni conservación orgánica.
El 12 de octubre de 1821, Corrientes se liberó del poder de
la República Entrerriana, reorganizándose la provincia. Con­
vocado un Congreso Constituyente provincial, se dio una carta
política provisoria, y por una ley complementaria de 29 de di­
ciembre de 1821, en su artículo 14, dejó al “arbitrio del Gober­
nador el poder de signar el escudo, como igualmente el sello
de Gobierno”.
Gobernaba la provincia, como titular, don Nicolás de Atien-
za, que en 19 de febrero de 1821 requirió los despachos militares
que había firmado, para ponerles el sello nuevo de la provincia.
Y éste, según los ejemplares que se conocen, es como el escudo
nacional (Asamblea de 1813), teniendo en el cuartel inferior,
bajo las manos enlazadas, la representación de la Cruz del Mi­
lagro y las siete puntas del litoral que forman las corrientes
del paraje.
No se conoce el decreto del Poder Ejecutivo que creó ese
sello o escudo, y tal vez por ello, con el tiempo y la mejora de
la técnica en los grabados, sus ejemplares varían. Pero sin adul­
terar el motivo central, los sellos conocidos de 1825 y 1826, pe­
ríodos del gobernador Ferré, son los más perfectos y los tenidos
por auténticos. En ellos se inspiró el doctor Adolfo Contte para
reglamentar definitivamente el escudo provincial.

132
Capítulo XVII
LA POLÉMICA DE 1888
ENTRE LOS DOCTORES MANTILLA Y CONTRERAS
Además de la exposición doctrinaria y sintética que el doctor
Manuel F. Mantilla hace sobre la fundación de la ciudad de Co­
rrientes en su libro en dos tomos Crónica histórica de Corrientes
—obra postuma, publicada en 1928—, el ilustrado historiador se
ocupó del asunto en 1888, en tres folletos sucesivos que en el
libro de 1928 se reprodujeron como apéndices al final del pri­
mer tomo.
Naturalmente, conviene situar esos folletos en la época,en
que se produjeron, por el sentido de violencia y apasionamiento
que fluye de sus páginas, como de las publicaciones de su con­
tendor en aquel año, el doctor Ramón Contreras, también hechas
en folleto y en la prensa. Mientras el doctor Mantilla escribía
en Las Cadenas —basta el título del periódico para explicarnos
el medio—, el doctor Contreras y otros francotiradores que no
pasaron del anonimato, lo hacían desde El Litoral.
Gobernaba la provincia de Corrientes el Partido Nacional,
formado en 1886 por el Autonomista y una de las tres fraccio­
nes liberales, acaudillada por el doctor Juan Esteban Martínez.
(Su conductor militar, el coronel Plácido Martínez, ya había
fallecido.)
Frente al Partido Nacional, y en la oposición, que era enco­
nada y militante, estaban las otras dos fracciones liberales de
las tres que siempre formaron este partido, una de las cuales
era inspirada por el doctor Mantilla. En lo nacional tenía en­
laces con los hombres del después Partido Radical.
El oficialismo se aprestó a celebrar el tercer centenario de
la fundación de la ciudad capital, al que se buscó dar trascen­
dencia para prestigio del Poder Ejecutivo, el cual terminaba en
1889 su período gubernativo. Era una forma de congregar vo­
luntades para nuevas soluciones políticas impostergables.
El doctor Contreras, hombre del oficialismo, fue encargado
de actualizar las informaciones que se conocían sobre la fun-
133
dación de Corrientes, y como uno de los números de la cele­
bración consistía en colocar la primera piedra de la actual igle­
sia de la Cruz del Milagro, naturalmente la historia del leño
reverenciado por el pueblo y del milagro que anualmente se
exalta, fue objeto de una divulgación efectiva.
El doctor Contreras fue el compilador de la documentación
que Corrientes hizo publicar, oponiéndose a la separación del
territorio de Misiones con el pretexto de fijársele sus límites
por ley nacional, y en aquellos libros, manifiestos, etcétera, se
habían dado al público antecedentes serios de la fundación de
Corrientes (1588) y de su dominio jurisdiccional. Le fue fácil,
entonces, escribir sobre estos sucesos con encomiable entusias­
mo y erudición.
El doctor Mantilla, como inspirador de la oposición, advir­
tió el significado que tenían las fiestas proyectadas, y quiso evi­
dentemente notabilizar alguna falta de información poniendo
en descubierto fallas de la oposición oficialista.
Publicó en Las Cadenas, y luego en folleto, un estudio eru­
dito con el título La Ciudad de Vera, y luego, ante publicaciones
del doctor Contreras en El Litoral, otro con la denominación
de La Cruz del Milagro, también en aquel diario y en folleto.
Naturalmente, el doctor Contreras ahondó en sus informa­
ciones, dando a luz el folleto Recuerdos históricos, al que el doc­
tor Mantilla contesta con el artículo “Antigüedades” en el dia­
rio La Libertad, de Corrientes, diez años después, en números
de marzo de 1898. Es este artículo “Antigüedades” el que fue
reproducido con el título “Comprobación histórica” del Apén­
dice en el primer tomo de su Crónica de la provincia de Co­
rrientes.
Publicamos íntegramente la polémica de 1888 y el artículo
de 1898, y en notas que llevan numeración corrida hacemos las
consignaciones que hemos creído oportunas.

134
ANEXOS
TRASCRIPCIÓN DE LA
“CRÓNICA HISTÓRICA DE CORRIENTES”
de Manuel Florencio Mantilla
(Tomo I, páginas 311 a 367, ed. 1928)

LA CIUDAD DE VERA (1).*


(TRES DE ABRIL DE 1588)

Che miríro yepé, ayerecócuahá


há añembabá guazú-

I — El licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón, último Adelantado


del Río de la Plata, hastiado del gobierno que poco tiempo ejerció per­
sonalmente, resolvió retirarse a España a los fines de 1587; pero antes de
efectuarlo 1 quiso dejar su nombre unido a la conquista del país en una
población que, respondiendo a necesidades descuidadas hasta entonces,
crecería en lo porvenir por la misma acción del desarrollo de las funda­
ciones existentes en el Paraguay, Guairá, Chaco y límites del Perú.2 Para
ello elijió el paraje denominado Las siete corrientes, en la costa oriental
del Paraná, como a dos leguas al sur de la bifurcación del mencionado
río en dos brazos llamados Guairanáy (río de los Guairanás) y Payaguay
(río de los Payaguás);3 lugar en cuyas proximidades moraban pueblos

* Las notas signadas con números comunes entre paréntesis, son las origi­
narias del doctor M. F. Mantilla, y las indicadas con números superiores sin
paréntesis, pertenecen al doctor H. F. Gómez, y pueden verse al final de este
Anexo Primero. (En la trascripción del texto se ha respetado la ortografía de
los originales —sólo hemos corregido los errores evidentes, o de tipografía—;
pero la acentuación de las palabras obedece a las nuevas normas de la Aca­
demia.) — N. de los E.
(1) Para las fiestas del Centenario. — Para la celebración del tercer centena­
rio, un mes después del día de la fundación de la ciudad de Vera, se trabaja
activamente.
El Dr. Contreras, en representación de la Comisión Central, se presentó
el sábado al Concejo Deliberante y en sesión privada, o extra judicial, entre
discursos y comentarios de cada punto, pidió la sanción de resoluciones con­
forme al memorial que publicamos más adelante, y que importa una modifica­
ción del primer programa que hemos publicado.
También tuvo que hacer esta declaración, aun que tal vez dolorosa: de que
el acta originaria de la fundación de la ciudad de Corrientes no existía ni podía
encontrarse, y que recién vinieron a conocerla por la publicación que hizo de
ella el Dr. Mantilla, en Las Cadenas, como un obsequio a esta ciudad en el día
de su tercer centenario; y que, por consiguiente, para dar cumplimiento al pro­
grama en la parte que dispone la lectura del acta habría que dirigirse al Dr.
Quesada o al Dr. Mantilla, en Buenos Aires, quienes deben de tener las copias
137
guaranís mansos y agricultores, de procedencia guaireña, que en más de
una ocasión habían demostrado buena disposición hacia los españoles,
desde los principios de la conquista.4 La ciudad que allí se levantase tenía
por fuerza que hacer tributarias suyas a las demás de río arriba y las
interiores del Paraguay, como escala precisa de la navegación y centro de
convergencia inevitable.5
Mandó, pues, alistar una gran expedición y elementos de todo gé­
nero, como que el Adelantado en persona iba a mandarla y no era de
aventurar su fortuna y acaso su vida en vísperas de alejarse para siem­
pre.6 Pregonada la empresa y arreglados los negocios administrativos
y políticos de la Asunción, se dio a la vela Vera y Aragón hacia las
Siete corrientes, a los fines del mes de marzo de 1588. Llevaba consigo
la gente granada de la conquista, en oficialidad y tropa, contándose entre
aquélla el teniente Gral. Juan Torres de Navarrete, pariente del adelan­
tado, el maese de campo general de la conquista, capitán Diego Gallo
de Ocampos, el alférez general Felipe de Cáceres, uno de los de la es-
pedición de Pedro de Mendoza, y siendo los soldados ciento cincuenta
hombres casados y solteros elegidos. El comboy se componía de tres
barcos, un bergantín y veinte y ocho balsas; verdadera y formidable es­
cuadra para aquellos tiempos, que podía desafiar con serenidad y con­
fianza todo el poder naval de los Agases y Payaguás unidos, los domina­
dores de la navegación cuando Caboto remontó el Paraguay.7 Por tierra
despachó Vera y Aragón cuarenta hombres conduciendo vacas, bueyes,
caballos y yeguas para la alimentación, servicio e industria de la nueva
ciudad; ganados que sirvieron para fundar las primeras estancias entre
el Tebicuary y Paraná, territorio de la jurisdicción y de la propiedad de
Corrientes hasta el malhadado tratado de Belgrano con el Paraguay,
en 1811.®
No eran, por cierto, los mansos y laboriosos guaranís de la hoy
Lomas los que se habrían animado a impedir que la escuadra del ade­
lantado fondeara en las Siete corrientes y que pusiera en tierra la espe-
dición, como lo hizo; ni tenían por qué oponerse, pues el lugar ocupado
era deshabitado y los españoles llegaban en paz y con fuerzas imponentes.9
El adelantado recorrió el lugar: y, hallándolo apropiado a su objeto,
procedió a la fundación 10 de la Ciudad de Vera el día 3 de Abril de 1588,
en la forma y modo que instruye la siguiente acta: 11
(Sigue el texto del ACTA DE FUNDACIÓN, que se suprime por ha­
llarse reproducida en el Capítulo I.) (Véase pág. 58.)

El orijinal único 12 de este documento —que se publica por primera vez


y que es nuestro obsequio a Corrientes en el día de su tercer Centena­
rio— se archivó en la escribanía del cabildo de Vera, a cargo de su
primer escribano público, Nicolás de Villanueva, agregado a los Autos
de población de la ciudad. El cinco de abril de 1588, el mencionado
escribano, a pedido del Adelantado, sacó una copia “bien y fielmente

auténticas, o tomar simplemente la que se publicó en Las Cadenas, para la


lectura pública.
Se adoptó, creemos, esta última resolución; y, aunque no la hubieran
adoptado, no les quedaba más recurso que hacerlo así, aunque no lo quie­
ran decir.
El viernes pasado hubo también una interesante sesión en la Comisión
del Centenario con motivo de la publicación del acta y artículo LA CIUDAD
DE VERA, en Las Cadenas del 3, la que recién vinieron a conocer, y casi se
cambia el programa de las fiestas a no haberse tenido que resignar a ello por
respeto a las preocupaciones populares, a pesar del documento histórico publi­
cado por primera vez. (Las Cadenas, Corrientes, núm. 537.)
138
concertada”, ante los testigos Juan Álvarez Rubiales, Silva de Venecia
y Miguel de Rutia, copia que actualmente existe en el Archivo de Indias
de Sevilla, y que tiene la siguiente legalización del cabildo de Vera:
“Nos los Alcaldes Ordinarios y de Hermandad de esta ciudad de
Vera, que aquí firmamos nuestros nombres, damos fe y verdadero tes­
timonio a todos los que la presente viesen en cómo Nicolás de Villanueva,
de quien va firmada esta escritura, es Escribano Público y del Cabildo
de la dicha ciudad de Vera, a cuyas escrituras e autos que ante él pasan
firmadas con la firma de arriba se da entera fe e crédito como a Escri­
bano fiel y legal, — en fe de lo cual firmamos nuestros nombres. — Fecho
en esta Ciudad de Vera a cinco de abril de mil y quinientos ochenta y
ocho años. — Francisco García de Acuña — Diego Ponce de León.”
¿Qué se hizo el acta orijinal? Nosotros la hemos buscado con interés
en el Archivo de Corrientes y no hemos hallado más que fragmentos que
nos han parecido partes de ella; los historiadores y cronistas de la con­
quista y de la colonia no la vieron.13 En estos últimos días, sin embargo,
hemos cobrado la esperanza de conocerla, pues en el programa de las
fiestas del centenario se anuncia, para el día segundo, la lectura pública
del acta de la fundación de la ciudad, y suponemos que otros más feli­
ces que nosotros hayan dado con ella; salvo que se trate de una copia
igual a la que poseemos.14

II — La leyenda piadosa presenta de otro modo, al capricho de la cre­


dulidad ciega, los orígenes de la ciudad: le atribuye otro fundador y
hasta le cambia el nombre que recibió y que debía subsistir aunque
la población cambiase de lugar; pero nos parece de más decir y probar
que los hechos históricos no se establecen con la inventiva de la ig­
norancia y del fanatismo, trasmitida de generación en generación, sino
con documentos de autoridad innegable, que, en los casos de duda u
oscuridad, se estudian con la prolijidad científica de la crítica histórica.
Puede la imajinación popular seguir creyendo falsamente que Alonso de
Vera, el Tupí (por su color moreno), con sólo veintiocho españoles fundó
la ciudad de San Juan de Vera de las siete corrientes, después de ocho
dias de sitio en un fuerte y cuando, por la intervención divina, salvó con
sus compañeros del hambre y de la sed y de la furia de seis mil guerre­
ros indios que lo rodeaban y, que dominados por el milagro de la cruz
incombustible y la muerte súbita de los que atizaban la hoguera, arro­
jaron sus armas y se entregaron a sus enemigos; — que no porque
dicha creencia sea indesterrable de las masas, es menos cierta su abso­
luta falsedad.
Los historiadores y cronistas tienen en mucha parte la culpa de
la necedad con que se ha atribuido a la acción sobrenatural un hecho
del hombre, de realización fácil según consta en los documentos de la
época, no consultados por aquéllos. Ellos, aunque no todos, hablan del
milagro, sin atribuirle, sin embargo, la importancia que la piedad reli­
giosa le dio y continúa dándole; pero sus referencias, destruidas por
el acta de fundación, aparte de carecer de pruebas, serían absolutamente
sospechosas, porque ninguna fe merecen, en cuanto al hecho, escritores
que ignoran quién fue el fundador de la ciudad y ni conocen el nombre
de ella. Por rumbos marcados en las crónicas y libros de la conquista
hanse guiado los que después trataron del asunto, despreciando el mi­
lagro los incrédulos, esplicándolo los moderados y cantándole los fa­
náticos; sin que falte alma candorosa que, en 1857, creyera haber des­
cubierto los restos de la fortaleza a cuyo frente ocurrió el supuesto mi­
lagro, tomando por tal los troncos de un cerco de cierto poblador an­
tiguo de las afueras de la ciudad. ¿Qué extraño es, entonces, que la
generalidad crea en la fundación de Corrientes, tal como ella resulta
de los versos del dominico Zambrana? ¿Cómo no disculpar semejante
error, cuando en él se ha vivido por más de doscientos años y cuando
aun en el día se ve al poder público empeñado en perpetuar en una Nueva
139
columna la mentira histórica del desembarque en el Arazaty, la palizada
de la invención de Fray Alegre y el milagro no ocurrido de la cruz?
La historia tiene que absolver al pueblo de su inocente error; pero debe
cargar la mano de su crítica a los escritores y fabricantes de leyendas
que han alimentado la falsedad.

III — El Adelantado dio a la ciudad de su nombre la traza y repartición


que la ley de Indias sobre poblaciones disponía: una plaza central, cua­
drada, generalmente a medios vientos, y calles angostas, tiradas a cordel,
que se cruzaban en ángulos rectos. Por eso tienen una misma forma
los pueblos de orijen español; viendo uno se tiene idea de todos. En la
plaza principal, la misma de hoy, situó, como era de uso, la iglesia, el
cabildo y el fuerte: aquélla, donde se levantó más tarde (a principios
del siglo XVIII) la Matriz, con material sacado del distrito “Pedro
Gon­
zález” (Curupayty) y donde hoy está la Casa de Gobierno; y el Cabildo
y fuerte en el paraje que ocupa el Cabildo actual.
La primera construcción levantada en Vera fue el fuerte: una for­
taleza de palo a pique en cuyo interior había capacidad para la tropa
en caso de ataque del enemigo. Juan de Vera no abandonó la ciudad
mientras no terminó este trabajo. La Ermita de San Sebastián, primero
y único santuario religioso que existió durante el siglo primero de la
vida del pueblo, se construyó en la punta que lleva ese nombre seis o
siete meses después de la fundación, cuando de Asunción vino el primer
sacerdote; y subsistió hasta que los jesuítas levantaron su templo, pues,
habiendo sido encargado de ella, desde su llegada (1689), la deshicieron
por innecesaria. El lugar que ocupaba ha desaparecido, comido por las
aguas, como han desaparecido también las calles de sobre el río, para­
lelas a la Plácido Martínez. El río Paraná ha venido avanzando sobre
la costa correntina, de siglos, en proporción a lo que pierde en la costa
chaqueña; al cabo de algunos años veremos desaparecer las siete puntas
que hacían las siete corrientes; hoy mismo ya son insignificantes algunas.
El Adelantado dio a la ciudad por armas las del escudo de su blasón:
Un águila apoyando sus garras en dos torres; pero, del mismo modo
que el Cabildo adicionó el nombre de Vera, anteponiéndole el de San
Juan de, y posponiéndole el de Las siete Corrientes, sin razón y sin derecho,
pues violaba una cláusula terminante del acta de fundación: — el escudo
de la ciudad fue modificado bajo el imperio de la creencia religiosa,
creándose el actual: Una cruz incombustible rodeada de llamas en me­
dio de siete lenguas de tierra (no anclas, como aparecen en la generali­
dad de los escudos). — El escudo así modificado tiene su explicación
heráldica en el milagro de la Cruz.
Como Juan de Torres de Vera y Aragón, fundó Vera “de viage ya
para los reynos de España”, para dejarla entregada a sus propios medios,
sin riesgo alguno por el hecho de llevarse consigo los más y los mejores
de los conquistadores, con José de Rosal y Asencio González participó
la fundación a su sobrino Alonso de Vera, “el cara de perro”, gobernador
de Asunción, y le ordenó que mandara pobladores y con ellos sus indios
de encomienda; cumplido lo cual, nombró Justicia Mayor y Capitán Ge­
neral de Vera a su sobrino Alonso, el Tupí, y se marchó a Buenos Aires
y luego definitivamente a España. Antes, sin embargo, había estrechado
relaciones con los guaranís que moraban entre los ríos Paraná, Palmas
y Dátiles (Riachuelo y Riachuelito), amistad que valió de mucho a la
ciudad, porque se alimentó con los productos abundantes de la agricul­
tura guaraní, sirviéndole los indios de auxiliares contra los Abipones y
Tobas, que invadían del Chaco por la parte sur, y contra los Payaguás
y Mocobís, que atacaban por el norte, cortando las comunicaciones con
Asunción. Las indias, por otra parte, tomadas como esposas por los po­
bladores, aun casados, hicieron más íntima la aproximación de las dos
razas y pronto dieron hijos mestizos que representaron el poder militar
de Vera en la conquista del territorio, pero más especialmente en el ser-

140
vicio militar que prestaron por espacio de más de medio siglo en el Pre­
sidio de Buenos Aires.
Los que hemos visto en nuestros días fundarse y apenas vivir, por
muchos anos, poblaciones en el Chaco y aun en la misma provincia; los
que conocemos nuestros pueblos de campaña —Cuácaras, San Luis, San
Cosme, Itaty, San Antonio, San Miguel, Loreto, Concepción— exactamente
iguales hoy a lo que eran, según documentos, a los principios del siglo, —
podemos hacernos una idea clara de lo que Vera fue en su crecimiento.
Ranchos de pajas por más de un siglo; ranchos y algunas casas de tejas
de palma hasta la expulsión de los jesuítas; una que otra edificación de
material cocido a principios de este siglo; tal ha sido su desarrollo edi-
lífero. Los jesuítas introdujeron la edificación regular, dando el ejemplo
con la construcción de su convento e iglesia y enseñando a los vecinos;
y aun así poco se adelantó.
El crecimiento político de la ciudad —si tal podemos llamar a la
estensión sucesiva del círculo de su poder real sobre el territorio— fue
también lento. Por muchos años no se pasó de la línea del Río de las
Palmas. Alonso de Vera, acosado por una gran coalición de Payaguás,
Abipones y Mocobís, espedicionó sobre ellos en el mismo año de la fun­
dación y los venció, asegurando la victoria la comunicación con el Para­
guay. Después hizo campaña, por el río, hasta llegar a la desembocadura
del río Santa Lucía, regresando de allí sin dificultad alguna. Esas em­
presas facilitaron la fundación de los primeros pueblos de indios Guá-
caras, Itaty y Santa Lucía —con base de encomiendas trasladadas del
Paraguay—, mas no produjeron dominación respetada a los conquistadores,
que en verdad no conquistaban; por cuya razón el reparto de tierras y
de encomiendas en la nueva ciudad no se efectuó de inmediato, como era
de uso, sino tres años después de la fundación, y eso mismo, compren­
diendo territorios y naciones absolutamente independientes. — Cuando
la Concepción de la Buena Esperanza del Bermejo se despobló y su ve­
cindario salvado pasó a aumentar el de Vera, llevando a su cabeza un
gran campeón, Manuel de Cabral y Alpoin (portugués), se pensó más
seriamente en la conquista del territorio. Cabral y Alpoin fue su gran
caudillo, y bajo su gobierno llegaron las fronteras de Vera al río Santa
Lucía; sin que esto importe decir que el enemigo Charrúa, Minuá, Yaró,
Caracará, Abipón, Mocobí, Toba y Payaguá no las pasaran con frecuen­
cia. En 1752 esa línea no había, avanzado, ni se había podido poblar la
costa del Paraná. Los pueblos de Ohoma y Santiago Sánchez, fundados el
uno sobre el arroyo Ahomá (Ohomá) y eí otro entre el Guahó y el Som­
brero (en lo que hoy es propiedad de los señores Delpiani y Gotuso),
sucumbieron bajo las invasiones abiponas. Otro enemigo había y eran los
indios misioneros, que, a igual de los charrúas nómades, invadían por
lo que hoy es Loreto y San Miguel. Las guardias de Caá-Catí y de Las
Lagunas Saladas, convertidas después en pueblos, respondieron a la de­
fensa de la línea de frontera más distante, quedando Itaty y Guácaras
para la costa del Paraná arriba, y Vera, Santiago Sánchez, Ohoma y
Santa Lucía para la costa sur.
La empresa de dominar todo el territorio era superior a las fuerzas
de los pobladores y conquistadores, cuyo número se reducía a ciento
ochenta y cinco habitantes en 1663, clasificados en el censo que se le­
vantó del modo siguiente: 104 correntinos (nativos) — 28 del Bermejo
— 7 de Buenos Aires — 25 paraguayos — 1 Chileno — 2 de Córdoba —
7 de Santa Fe — 1 de las Islas Terceras — 10 de Europa. Y si se
tiene en cuenta que aquella población mísera tenía que defenderse,
trabajar para subsistir, protejer a Santa Fe y Buenos Aires, se esplica
perfectamente la lentitud con que fue avanzando sobre sus enemigos.

IV — Terminaremos este artículo, ya estenso, con la foja de servicios


de la ciudad de Vera, presentada al gobernador y capitán general del
Río de la Plata, en 1753, por el alcalde ordinario de 1er. Voto y juez de
141
menores, don Alonso Hidalgo; es un documento histórico en el que falta
mucho que agregar (como falta mucho en nuestra esposición ligera,
porque un artículo de periódico no es un capítulo de historia), pero que,
este día, tiene su oportunidad y resume los hechos principales.
"Fundada esta ciudad —dice Hidalgo— en 1588, desde ese tiempo
no ha sido otro su empleo que atender al Santo Evangelio y acrecentar
los dominios del Rey nuestro señor: Publican esta verdad cuatro pueblos
de indios que redujo a ordenada vida, que son: Itaty, Ohoma, Santiago
Sánchez y Santa Lucía de los Astos. Tiene V. S. de inmediato a esa
ciudad de Buenos Aires un testimonio de primera exepción que pregona
los gloriosos afanes de Corrientes, y es el pueblo del Baradero, cuyos ha­
bitantes fueron sacados de la infidelidad y remitidos a esa ciudad
por vecinos de ésta.
"Todas estas loables empresas practicaron los habitantes de Corrien­
tes en tiempos pasados y en lo sucesivo se emplearon en guarnecer
ese presidio de Buenos Aires antes que el Rey nuestro señor hubiese
dado la providencia de arreglar tropa para su guarnición. Y dada
ésta, por orden de los antecesores de V. E. pasaron a la espulsión de los
lusitanos que poblaban la Colonia del Sacramento e Isla de San Gabriel
el año 1704. — Y cuando parecía que había de tener descanso de tanta
continuada fatiga y cojer el digno merecido fruto de sus militares afa­
nes, por orden del Exmo. señor don Bruno Mauricio de Zabala pasaron
cien hombres de destacamento a socorrer las miserias de Santa Fe,
cuyo destacamento se mantuvo por espacio de un año, con lo que pudo
respirar aquel aflijidísimo vecindario. — Y fenecida esta tan importan­
te operación a la subsistencia de aquella abatida ciudad, se ocuparon
en otro destacamento para el sitio de la Colonia portuguesa en tiempo
que gobernaba esta provincia don Miguel de Salcedo.
"De estas continuadas pensiones se han guiado todas las miserias
de Corrientes; porque no habiendo aquí otros patrimonios que lo que
el personal trabajo agencia, ya sudando en el hacha, ya fatigándose con
el arado, ¿qué lucro sacarán en su laborioso afán vecinos que ocupan
todo su tiempo y lo más precioso de su vida en el militar ejercicio?
¿qué les quedaría para sus miserables agencias? Discúrralo V. E. teniendo
presente que cuanto sudaron y sudan en servicio de ambas magestades
ha sido y es a costa de sí mismo quedando por estos hechos en el último
esterminio de sus haberes.
"Mantenerle al Rey nuestro amo esta ciudad, parece que en hacerlo
se sirve a su propio vecindario; para salir fuera de ella sus habitadores,
para defender otras y para esta gravísima expedición haber de ser a
sus espensas el conducirse a tanta distancia sin soportar en su afanado
y peligroso destino más que el miserable diario sustento en un pedazo
de carne y todo lo demás a costa de sí mismo, es cosa que si no se
hubiese visto practicada en nuestros tiempos fuera imposible a la
credulidad.
"Lo señalado de estos méritos, lo ciego de nuestra obediencia y lo
fino de nuestra lealtad sólo V. E. como tan amante del real servicio,
sabrá el correspondiente lugar. Vuelva V. E. los ojos a la ciudad de Santa
Fe y verá en ella las generosas atenciones del Rey, sin más motivo para
disfrutarlas que el abatimiento en que los infieles la pusieron, del cual
la libertó el vecindario de Corrientes.
"En el tiempo que V. E. ha gobernado esta jurisdicción, reflexione
lo que ha trabajado esta ciudad en continuas entradas al Chaco, pacifi­
cación de los infieles, reducción de parte de ellos a ordenada vida en el
pueblo de San Fernando, sin disfrutar de los reales haberes un peso.
— Hoy se halla esta ciudad más apurada que nunca, porque siempre
crece el motivo de sus gastos, porque trabaja siempre en obsequio
de ambas magestades...”
El alcalde Hidalgo pudo haber agregado y relatado con detalles
honrosos para la ciudad las campañas de Cabral y Alpoin, Caraballo,
142
Quiroga y Casajús contra los misioneros, tapes, charrúas, caracarás,
minuás, yarós, abipones, tobas y mocobís, y las espediciones numerosas
al valle de Calchaquí. Nosotros completaremos su pequeño cuadro ge­
neral apuntando los sucesos culminantes de la historia de Vera en la
segunda mitad del siglo XVIII. Son ellos: campaña de la guerra
guara-
nítica — campaña de Cevallos contra los portugueses — servicio militar
permanente en las fronteras de Río Pardo — revolución autonomista de
los comuneros, que levantaron de nuevo el pendón de Antequera, por
cuya causa se sublevaron antes los corren tinos en el Tebicuary — espe-
dición al Chaco, al mando de los jesuítas, para establecer un camino a
Salta — espulsión de los jesuitas, llevada a cabo con felicidad mediante
el concurso del vecindario — protección a los pueblos de Misiones y de
la banda oriental — reconquista del territorio del Tebicuary por el ge­
neral Juan Benítez de Arriola — Colonización del Chaco y navegación
del Bermejo.
Tal fue la acción de la Ciudad de Vera en doscientos doce años de
vida, sin traer a juicio los resultados de su labor industrial y de sus
progresos intelectuales y sociales, y lo que hizo en los primeros diez años
de este siglo ya en la paz como en la guerra.
A pesar de su noble alcurnia —como que es la única ciudad fundada
por Adelantado, de las existentes, pues las otras de igual origen, Buenos
Aires y San Salvador, fueron destruidas por los Querandíes y Charrúas—,
su planta fue raquítica (cinco calles de cinco cuadras paralelas cortadas
en ángulo recto por otras tantas) y su crecimiento lento; pero hubo siem­
pre fibra en su seno, hubo abnegación, hubo constancia: y, pequeña,
combatida y hasta sacrificada para el bien de otros, supo abrirse camino
por sus hechos e ilustrar perdurablemente su nombre. Con absoluta
verdad puede sintetizarse su vida en esta frase del bello idioma de los
aborígenes: Che miríro yepé, ayerecócuahá há añembabá guazú. (2) La
entidad ciudad, como representante de todo el territorio, desapareció
cuando surgió la provincia; pero ésta ha sido heredera digna de
aquélla,
como la acredita su epopeya.
Luzcan para el suelo amado eternos días de felicidad; y que la
libertad y la justicia, amparando el progreso institucional, económico
e industrial, hagan de Corrientes la estrella de primera magnitud en la
Patria Argentina!
M. F. Mantilla.
3 de abril de 1888.

(Artículo publicado en el periódico Las Cadenas, de la ciudad de Co­


rrientes, año V, N° 537, el día 3 de abril del año 1888, aniversario del
tercer centenario de la fundación de Corrientes, y en folleto, Imprenta
y Librería de Mayo, 18-88, Buenos Aires. — Nota del Editor.)

II — LA CRUZ DEL MILAGRO

En el prefacio de la edición que don Pedro de Angelis hizo de la His­


toria del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán del célebre padre Gue­
vara, acusa el escritor napolitano al jesuíta Pedro Lozano, autor también
de una historia general, de “haber comprometido la dignidad de la his­
toria por la facilidad con que ha acojido las tradiciones vulgares, por
más estrañas y absurdas que fuesen".
El mismo reproche debemos hacer nosotros a la Comisión del Cen-
143
(2) Aunque soy pequeño, sé gobernarme y crezco mucho.
tenario, a quien el gobierno confió la organización de las fiestas, por
haber dispuesto éstas en mengua de la verdad histórica siguiendo una
tradición “estraña y absurda”. Pudo tomar ese camino errado antes
de conocer por nuestra publicación el acta de la fundación de esta ciu­
dad, pues ajustaba sus actos a la falsa historia que de antiguo corría
por cierta; pero después de leer aquel documento y conocer los datos
nuevos que lo acompañan, cuya comprobación rigurosa se halla en el
Archivo de Sevilla y ha sido vista, en copias legalizadas, por el autor
del artículo La Ciudad de Vera, la Comisión ha debatido cambiar el
programa de las fiestas en el sentido de la verdad histórica bien estable­
cida ya hoy, sin perjuicio de conservar detalles insignificantes para la
leyenda, si es que el escrúpulo religioso enjendrado por la preocupa­
ción puede aún algo en la resolución de personas ilustradas. La Comisión,
sin embargo, se ha aferrado a lo falso y, a causa de su incomprensible
insistencia, las fiestas conmemorativas del tercer centenario tienen por
base fundamental la fábula. (1)
La Cruz del Milagro prima así sobre el licenciado Juan de Torres
de Vera y Aragón, y la calle de la Columna y el asiento de ésta usur­
pan a la Plaza 25 de Mayo y sitio del cabildo actual y casa de gobierno
los honores que les corresponderían como lugares en que los actos de
fundación se consumaron. Será esto cómodo e injenioso cuanto se quiera,
a pesar de que no lo vemos; pero en nada acredita a la Comisión, al
gobierno y al pueblo; ninguna de dichas entidades puede permitirse el
abuso de cambiar los hechos del pasado establecidos en documentos con­
cluyentes. (2)

(1) El doctor don Ramón Contreras, miembro de la Comisión del Cente­


nario, se ha tomado la molestia de pretender contestar el justo reproche del
texto, escribiendo al efecto un largo artículo en el diario de Corrientes titulado
El Litoral; pero, no obstante su generoso empeño, no ha acertado a dar un
solo golpe en el clavo de la cuestión: su maceta histórica se ha hecho pedazos
en la herradura.
El programa oficial, discutido y sancionado por la Comisión, se componía
en casi su totalidad de Repique general de campanas; Tedeum; Vísperas religio­
sas en el templo de la Cruz; Función de iglesia en el mismo templo; Sermón
religioso en el mismo; Procesión solemne de la Cruz; Peregrinación al lugar
(falso) donde se dice que fue elevada la Cruz.
Aparte de la ridiculez de semejante conmemoración, es manifiesta en
tanto abuso de religiosidad, tratándose de un acto civil, la preferencia dada
por la Comisión al falso milagro sobre el hecho histórico real; y de que esto
no sea verdad, será imposible demostrarlo, a menos que la Comisión del Cen­
tenario repudie ahora su programa.
(2) Ni en la MEDALLA conmemorativa de las fiestas ha mostrado tino
la Comisión.
Una de sus leyendas dice "RECUERDO DEL III ANIVERSARIO EN ABRIL
3 DE 1888”.
Grabar en bronce III aniversario por III centenario es un soberano dispa­
rate, que no cometería un niño de escuela. Tercer aniversario significa tercer
año, y tercer centenario quiere decir trescientos años.
¿Cómo es que la Comisión aceptó y repartió las medallas que semejante
disparate contienen?
La frase: EN 3 DE ABRIL DE 1888, es una falsedad, porque las fiestas
tuvieron lugar en los días 2, 3 y 4 de mayo de 1888.
El escudo que lleva la medalla es una otra adulteración. Si es el de Co­
rrientes están de más: el gorro frigio (que está en la parte superior del centro),
las palmas que rodean el relieve, las cintas, que, a guisa de agarraderas, están
en los estremos superiores y el sol lleno que corona el grabado; porque el
escudo de la ciudad de Vera es otro y el de la Provincia de Corrientes, otro. —
Si se ha querido meter el escudo de Corrientes o de Vera dentro del escudo
144
I — Los conquistadores del Río de la Plata, tanto en el litoral como en
et interior, han dejado en la tradición, recogida por los cronistas de la
conquista, la demostración evidente de que eran crédulos y supersticiosos,
si no los principales, la masa de ellos; y como la inmensa mayoría se com­
ponía de gente ignorante, sabiendo apenas firmar mal los más adelan­
tados, aquellos defectos unidos a esta incompetencia daban origen a
las increíbles leyendas que de esos tiempos nos han llegado. Además,
los escritores primitivos, con escepción de Rui Díaz de Guzmán y
Schmidel, han sido todos religiosos, y esto equivale a decir: creyentes y
propagandistas de lo sobrenatural. Así, Barco de Centenera, en su
Argentina, no canta a la naturaleza ni relata los hechos por cantar fábulas;
el padre Lozano refiere, convencido de su verdad, que un ángel armado
de espada defendió en un asalto de los Timbués a los españoles de
Sancti Spiritu. Salta, se dice, fue salvada por San Bernardo; Catamarca
por la Virgen del Valle, y hasta San Francisco Solano, que no estuvo en
parte alguna de lo que hoy es República Argentina, aparece estirando
vigas cortas para el techo de la iglesia de Santiago del Estero.
Cuando de tantos hechos sobrenaturales pide prueba la historia,
que no admite ni puede admitir milagros, porque jamás hubo en el
mundo, quedan cortos los cronistas y la credulidad se parapeta detrás
de la fe.
Eso pasa con La Cruz del Milagro, con la particularidad de que una
parte principal de su historia, levantada esprofeso para acreditarla, de­
muestra lo contrario de lo afirmado en cuanto a la fundación de Corrientes.
Schmidel no habla de la fundación de Corrientes (Vera), porque
dejó el Río de la Plata en 1552; tampoco habla Rui de Guzmán (a pesar
de existir ya la población cuando escribió), porque en el orden de los
acontecimientos historiados no le correspondía tratar de ella.
El Padre Guevara dice:
"Al siguiente año (1588) señaló (el Adelantado) ochenta soldados
a cargo de Alonso de Vera, el Tupí, para principiar una ciudad en la Cos­
ta Oriental del Paraná; y lo ejecutó con leve oposición de los infieles
que señoreaban el terreno, poniendo los fundamentos de la ciudad en
la altura de 27 gs. y 43 minutos y 318 gs. y 57 minutos de longitud. A
la ciudad denominó San Juan de Vera. Tomada posesión del sitio, eri­
gieron los españoles el sacrosanto madero de la Cruz en paraje algo
distante del fuerte que levantaron para reparo contra los infieles. Arrimá­
ronse éstos en gran número para desalojar a los nuevos huéspedes, los
cuales con esfuerzo y con valor frustraron las diligencias de los indios.
Entonces, uno de ellos, que acaso descubrió el santo madero, esplicó
su furia contra él, aplicándole fuego para convertirlo en cenizas. Pero
las llamas respetaron la cruz, y el sacrilego cayó muerto de un balazo.
Consérvase hasta el día de hoy el sagrado leño, que en memoria del
suceso (no dice milagro, y eso que era jesuíta) se llama Cruz del Milagro”
(Colección de Angelis, t. 2, p. 158 y 159).
A pesar de que la autoridad de Guevara echa por tierra el milagro,
presentando el hecho histórico tal como dice sucedió después de la fun­
dación, en guerra con los indios de que salió vencedor Alonso de Vera
en batalla librada en el Paso de la Patria, debemos hacer notar que el
historiador se equivoca en los siguientes hechos:
nacional (derecho que no tenía la Comisión ni el grabador), se debió agregar
a la pica que sostiene el gorro frigio dos manos enlazadas, con brazos desnu­
dos, en actitud de alzar; quitar las cintas y el sol lleno y reemplazarlo con un
sol naciente, sin rayos, pelado.
El escudo, tal como está, es una completa adulteración.
El numismático o el historiador que dentro de un siglo o dos tome y estu­
die la MEDALLA DEL CENTENARIO, asombrado del desatino: III aniversario
de Corrientes (fundada el 3 de abril de 1588) el 3 de abril de 1888, ¿qué juzgará
de los que la hicieron batir?
145
1º) Fundador de la ciudad: Fue Juan de Torres de Vera y Aragón.
2º) Nombre de la ciudad: Se llamó y se llama Vera.
3º) Número de conquistadores: Fueron 150 según consta en el pleito
que Vera y Aragón tuvo en España y que su hijo continuó.
Modificada la relación de Guevara como resulta del acta de fundación
y de las constancias de los autos a que nos hemos referido, resultaría
que: "se ejecutó la fundación con leve resistencia de los naturales, y des­
pués de fundada la ciudad se construyó el fuerte para defensa y se
levantó la Cruz; y que, atacados en su posición por los indios, los recha­
zaron los conquistadores matando de un balazo al que pretendió quemar
la cruz”.
Esto mismo no es completamente exacto; pues el ataque no ocu­
rrió donde estaba el fuerte, sino en el límite de la jurisdicción real de
la ciudad, y en él fueron actores los soldados de una pequeña partida
que Alonso de Vera despachó al mando de un cabo en servicio de van­
guardia, situándola en punto donde tenía levantada una pequeña palizada
para defensa de la guardia, y adelante, como mojón, signo de posesión
de la tierra, se hallaba una cruz, que no levantaron por religiosidad, sino
como señal del límite a que llegaban las armas de Castilla. A este hecho
se refería por tradición el capitán Gregorio Rojas, en 1713, cuando, pre­
guntado por el cura Tomás de Zalazar sobre los milagros de la Cruz,
contestó que: “Por noticia de sus antepasados sabía que una partida
de veintiocho conquistadores y un cabo se vio obligada a levantar una
trinchera y que pusieron una cruz fuera de ella y luego fueron sitiados”
(Historia de la Santa Cruz, de donde tomó fray Juan N. Alegre la decla­
ración transcrita para su folleto Antigüedades correntinas, p. 10, sin
indicar el origen del dato).
Ya diremos a su debido tiempo todo lo que corresponde sobre este
incidente; por ahora basta a nuestro objeto establecer que, según Gue­
vara, el suceso conmemorado en La Cruz del Milagro no es un milagro,
sino un balazo bien pegado por un soldado conquistador a un indio
atrevido; es decir, lo mismo que todos los días hacen los buenos tira­
dores de todos los ejércitos del mundo, que no por eso son canonizados
después de muertos ni tenidos en olor de santidad en vida. De manera
que la Comisión del Centenario y los creyentes debieran hacer el apo­
teosis de aquel militar, único autor del suceso, pues, por lo demás, es bien
sabido que un trozo fresco de Urundey con corteza no arde como yesca.
Y téngase presente que Guevara escribió medio siglo después de
levantada en Corrientes la información sumaria que sirve de prueba (falsa)
a la Historia de la Santa Cruz, ya que no debieron serle estrañas la
sumaria y la historia; y, también, no debe olvidarse que Guevara es el
escritor más serio y concienzudo de la conquista.

II — Pasemos al padre Lozano, inferior al anterior, aunque más fecun­


do y laborioso. Ya copiamos al principio de este artículo la acusación
que le hace Angelis, no levantada satisfactoriamente por su panegirista el
doctor Andrés Lamas en la magistral y notabilísima introducción a la
Historia de la conquista del Paraguay.
Dice Lozano (obra citada, t. 3, p. 280:) "La ciudad de San Juan de
Vera mandóla fundar el Adelantado el año 1588, encomendando este ne­
gocio a su sobrino Alonso de Vera, el Tupí, quien sacando ochenta solda­
dos de la Asunción tomó puerto en las siete Corrientes y dio principio
a aquella población con el nombre de San Juan de Vera, que respetó
el Adelantado. Fabricó primero una mediana fortaleza, y fue la salud
de los primeros pobladores; porque partiéndose con algunos pocos a
buscar víveres entre los guaranís del Paraná arriba, vino una multitud
de infieles a espulsar a los españoles. Habíales llegado nuevo socorro del
Paraguay y defendiéronse todos con tal valor en su fortaleza que no pu-
146
dieron tomarla los bárbaros. Uno más atrevido quiso vengarse en la señal
de Nuestra Redención, que adoraban, porque habiendo bien distante del
fuerte una Cruz, se fue a pegarle fuego. Al aplicar el fuego le acertó un
balazo que le quitó la vida, cayendo muerto al pie de la misma cruz que
pretendió reducir a cenizas, la cual, hasta hoy, se conserva con el nom­
bre de La Cruz del Milagro por este suceso que llenó de asombro a los
sitiadores y les obligó a retirarse sin lograr sus designios; aunque no
por eso desistieron en adelante de molestarla en diferentes ocasiones”.
Lozano coincide en el fondo con Guevara, agregando la relación
de que los pobladores habían ya recibido auxilios de Asunción y que
Alonso de Vera estaba ausente en busca de víveres.
Tenemos, pues, otra autoridad que habla de La Cruz del Milagro
sin mentar para nada el supuesto milagro; que coloca el suceso de la
muerte del indio incendiario después de la fundación de la ciudad y cuan­
do ya había recibido auxilios de Asunción, que presenta la muerte del
indio en el momento de aplicar el fuego a la cruz, lo que esplica por qué
no se quemó; que atribuye la muerte a un balazo, que llenó de asombro
a los sitiadores (pues no conocían armas de fuego), pero que nada es­
trado a los sitiados, como que estaban acostumbrados a matar a bala;
y finalmente, que en recuerdo del suceso se conserva (no dice que se
adore) la cruz.
Si los padres Lozano y Guevara hubieran conocido el acta de fun­
dación, con los datos de ellas y los que dan, habrían hecho exacta la
historia de los principios de la ciudad de Vera, cerrando para siempre
las puertas a la fábula, en la que no cayeron, sin embargo, a pesar de
ser sacerdotes y a pesar de la afición del primero a los hechos sobre­
naturales. Hablan del incidente que motivó la conservación de la Cruz,
pero sin atribuirle el carácter que le han dado los crédulos.
Ninguno de los dos escritores hace mérito de la Historia de la Santa
Cruz ni de la sumaria información que se levantó por autoridad eclesiás­
tica (origen sospechoso) para dar base a aquélla; porque lo más perti­
nente de ellas a la población de Vera se reduce a que los españoles le­
vantaron un fuerte y pusieron una cruz a cierta distancia: fuerte y cruz
que se levantaban en todas las nuevas poblaciones. Pero ni en la
Historia de la Santa Cruz, ni en los autos del pleito que Torres de Vera
y Aragón tuvo en España, ni en los memoriales de su hijo, ni en docu­
mentos del Cabildo y gobierno de Vera, ni en actas capitulares consta
con pruebas que hubo milagro ni cosa parecida. La Historia de la Santa
Cruz es un tejido de invenciones caprichosas, como la del sebo santo
de Santo Domingo, en San Juan; las medidas de la Virgen de Itaty,
aquí, y la aparición de la Virgen María a la pastora de Lourdes. (La
aparecida murió en Inglaterra hace pocos años.) Por eso, fray Juan N.
Alegre no pudo sacar de ella datos favorables al milagro, más que cons­
tancia de que hubo fuerte y cruz, como puede verse en su folleto ya citado.

III — El primer escritor que se hizo eco de la leyenda del milagro fue
el coronel Francisco Antonio Cabello y Meza, en su Relación histórica
de la ciudad de Corrientes, publicada en el Telégrafo Mercantil de 1802,
tomo III, y reproducida más tarde, no completa, en la Revista del Pa­
raná, núm. 8, año 1861. Él sigue al pie de la letra la leyenda que encontró
formada. Dice que “el Adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón, con
veintiocho o con sesenta y tantos hombres desembarcó en el Arazaty,
e inmediatamente trabajó un fuerte de palenque y ramas donde fue
sitiado por considerable número de indios. Empeñados los indios en
rendirlo por las armas, hambre y sed, no pudieron conseguirlo en al­
gunos días. Un español salía disfrazado con vestimenta de indio a llevar
agua del Paraná para sí y para sus compañeros. A corta distancia del
fuerte había clavado una cruz como de cuatro y media a cinco varas de
alto. Atribuyendo el infiel la resistencia de los españoles a hechizo de la
147
cruz, trató de acabar con él, y, poniéndolo por obra, le amontonó leña
con abundancia y arrimándole fuego se consumió en cenizas quedando
la Santa Cruz intacta. Al siguiente día, se le arrimó de nuevo más leña,
hasta cubrirla, y estando tres indios prendiendo el fuego cayó un rayo
del cielo, que, dejándolos cadáveres y a los demás aturdidos, fue bas­
tante para reducirse a nuestra fe. Victoriosos los españoles, determina­
ron sacar de allí la Cruz y no pudieron conseguir descubrir el pie de
ella, sin embargo de los instrumentos y diligencias para cabarla”.
Esta misma relación había sido puesta en malos versos por el
padre Zambrana, con la diferencia de que Cabello habla de dos fogatas,
mientras que Zambrana dice:
Por ocho veces volvieron
A practicar nuevas pruebas,
Haciendo fogatas nuevas
Y el mismo milagro vieron.

¿En qué quedamos: fueron dos u ocho las fogatas?


Nos parece que es el caso de aplicar el verso de Lope de Vega:
¡Oh, fuerza del consonante, a lo que obligas:
A decir que son blancas las hormigas!

Si el padre Zambrana hubiera necesitado de veinte fogatas para


construir su estrofa, veinte hubiera inventado.
La autoridad que Cabello cita es la Historia de la Santa Cruz; es
decir, el mismo tejido de inverosimilitudes inventado por la tradición: lo
mismo que estaba obligado a probar. Para eso valía más no haber
escrito una palabra.
Pero, autoridad por autoridad, Cabello sucumbe ignominiosamente
ante el Acta de fundación y ante Guevara y Lozano.
Ahora, sometida a la crítica su narración, se destruye con el primer
argumento.
El Adelantado del Río de la Plata no podía aventurar su vida, como
resulta que lo hizo, no siendo, como no era, hombre de guerra y teniendo,
como tenía, generales de primer orden a su mando y sobrinos valerosos
como los dos Alonso. Pensar lo contrario equivaldría a suponer que el Pre­
sidente de la República Argentina fuera tan deschavetado hoy que se
lanzara a fundar un pueblo en medio de indiadas hostiles con 28 o con
60 y tantos hombres.
Un sitio de días, sin comer, sin dormir, sin beber los sitiados,
estrechados cada vez más por multitudes bárbaras, siendo cortísimo el
número de aquéllos, no es humanamente posible.
El disfraz de un español con traje de indio (¿en cueros?) para
atravesar el campamento sitiador y traer agua del río, es una peregrina
y desgraciada ocurrencia. ¿No tenían acaso guardias permanentes los
sitiadores en torno de la fortaleza? ¿Estas guardias dormían en vez de
vijilar que la presa no se les escapara? ¿Podían confundir a un español
con un indio? ¿Qué idioma hablaba el disfrazado? ¿De qué elementos se
valía dentro del fuerte para disfrazarse? i
La conversión de miles de indios por la muerte instantánea de
tres, y conversión a una fe que ignoraban existiera, pues hasta el mo­
mento del milagro ninguno les había dicho ni podía decirles cuál era la
religión de los españoles, es una simplicidad que raya en ridiculez.
Por último, aquello de no haber podido descubrir el pie de una
cruz que no hacía mucho se había clavado, sugiere la pregunta de ¿cómo
fue más tarde levantada de aquel lugar? Para todo el mundo habría
existido el imposible si éste era sobrenatural; y si la Cruz quiso perma­
necer en el lugar, ¿por qué cambió de resolución más tarde? ¿Hay ca­
prichos en la Divinidad?

148
Si la historia fuera como la escribe Cabello, habría que renunciar
a ella. Cuando la misma mitología de los pueblos antiguos se esplica
hoy perfectamente por los hechos humanos que la dieron sér, ¿habremos
de pasar por el cuentecillo que señalamos?

IV — Don Pedro de Angelis, antes de conocer los manuscritos de Gue­


vara, en sus notas a La Argentina de Rui Díaz de Guzmán, sigue aunque
modificando la narración de Cabello. En la nota Corrientes, 8, p. XXV,
t. 1º de su Colección de documentos, dice:
“Juan de Vera y Aragón (era Juan de Torres de Vera y Aragón)
con veintiocho (otros dicen sesenta) individuos sale de la Asunción; y en
el punto más poblado de la costa planta la cruz, como desafiando a las
hordas salvajes que la ocupan. Cargan de todas partes los indios para
rechazarlos, y no pudiendo vencerlos por la fuerza, los atacan con las
llamas. Los españoles, encerrados en una cerca de fuego, sin víveres y a
veces sin agua, resisten muchos días, renovando los ejemplos de valor
de los compañeros de Godofredo en Palestina. Por fin triunfan com­
pletamente, y alrededor de esa misma cruz abren los cimientos de la
nueva ciudad que la adoptó por su emblema’’.
Aquí no es ya la cruz la quemada, sino los españoles: "los atacaron
con fuego”, “encerrados en una cerca de fuego", dice Angelis; de manera
que en 1836 cuando esto se escribía, el publicista napolitano creyó pru­
dente agregar una invención más a la de la tradición; ¡y qué agregado!
nada menos la de que eran incombustibles los conquistadores de Co­
rrientes!
Esto no es serio. Es simple declamación para salir de un paso di­
fícil por ignorar el punto tratado. No pensó así Angelis cuando leyó,
publicó y ponderó la obra de Guevara. Entonces, más preparado ya,
acusó de falseador de la historia a Lozano porque refiere "tradiciones
vulgares y absurdas”. Nosotros le aplicamos sus mismas palabras al re­
chazar su invento relativo a Corrientes; no podemos invocar en contra
mayor autoridad que la suya propia.

V — El doctor Vicente G. Quesada —en su opúsculo La provincia de Co­


rrientes— no adelantó una palabra sobre la fundación de la ciudad y
sobre la Cruz, del Milagro; se redujo a tomar de los anteriores escritores
cuanto habían dicho, para incurrir a su vez en los errores de aquéllos y
en nuevas agregaciones.
Dice: "Alonso de Vera y Aragón descendió el río Paraná, encontró
un sitio hermosísimo (ya era conocido) y allí resolvió fundar un nuevo
pueblo. Al mando de su pequeña tropa descendió a tierra el 3 de abril
de 1588, y subió la barranca por entre los árboles y espesos matorrales
del bosque llamado Arazaty. Allí cortó un Urundey y formaron una cruz
para colocarla como signo de haber tomado posesión de la tierra en
nombre del monarca español. Después que los españoles elevaron la
cruz, formaron una palizada dentro de la cual se metieron para defen­
derse de seis mil guaranís. Defendidos por la débil palizada recibían
una lluvia de flechas. La situación era crítica y se arrodillaban ante la
cruz y oraban con fervor. La cruz estaba colocada a la entrada de la
palizada. Los indios pusieron en torno de este madero secas ramas, paja
y cuanto encontraron capaz de arder, inmediatamente le prendieron fue­
go. La tradición religiosa cuenta que la sorpresa de los indios fue grande
cuando consumido el combustible vieron que la cruz no había ardido.
Con gran ahínco emprendieron la obra de volver a quemarla y cuando
se acercó un indio para atizar el fuego, fue herido de un rayo, según
la tradición religiosa, y según historiadores competentes fue muerto de
un arcabuzazo. Los indios tomaron aquello por un castigo del cielo y
temerosos doblaron la cerviz y se sometieron. Tal es la manera como la
149
tradición cuenta la fundación de la ciudad San Juan de Vera de las siete
Corrientes” (Opúsculo citado, cap. III).
Como se ve, Quesada ha conglobado la tradición religiosa y la
historia equivocada y hace una relación que adolece de las inexactitudes
de ésta y de los caprichos de aquélla. Con los textos que hemos trascrito
y el Acta de la fundación se destruye todo; habiéndose encargado el
mismo Quesada de establecer que la cruz se levantó como signo de pose­
sión de la tierra y no como objeto de culto religioso; que no fueron tres
los indios muertos al pie de aquélla, como afirma Cabello, sino uno;
y que la muerte fue producida por un arcabuzazo (a bala) según historia­
dores competentes y no por acción divina.
Resulta, pues, en cuanto a la Cruz del Milagro, que historiadores
competentes desautorizan la tradición, y que ésta, aun para los que
le dan cabida en sus trabajos, como Quesada, queda siempre relegada a
la categoría de fábula.
Poseemos íntegros los manuscritos originales del autor del Frag­
mento histórico publicado en el N? 182 de Él Comercio, de Corrientes,
que el doctor Quesada cita en apoyo de su relación novelesca del combate
en el fuerte; y, a pesar del cariño en que tenemos la memoria del autor,
nuestro tío Manuel Serapio Mantilla, la rechazamos por inexacta. Ti­
túlase el trabajito, que es de pocas páginas: Noticia de la fundación de
la ciudad de Corrientes.
En él se lee lo siguiente:
"La ciudad de San Juan de Vera de las Siete Corrientes fue funda­
da por Don Alonso de Vera (que por renombre llevaba el de Tupí) el
3 de abril de 1588, como consta de las cartas que escribieron al Paraguay
dando parte de la fundación, el referido don Alonso y el nuevo Cabildo
erigido al fundarse la ciudad. Tomada posesión del sitio construyeron
un fuerte para estar al abrigo de los ataques de los innumerables indios
guaranís que habitaban esta región; y habiendo concluido su trabajo
notó el comandante de los conquistadores, Héctor Rodríguez, que no tenían
bandera que tremolar sobre la nueva Ilion del nuevo mundo y determina­
ron arbolar una Cruz. ¡Qué coincidencia tan bella! Héctor se llamaba
aquel célebre griego que defendía la Ilion troyana, cuyas hazañas las
cantó el incomparable Homero; Héctor (Rodríguez) también se llamaba
el primer jefe que tuvo este país de valientes. Hay una tradición piadosa
respecto a la Cruz y a los sucesos que precedieron a la fundación de
esta ciudad. Esta tradición cuenta que estando la Cruz a alguna distancia
del fuerte (Quesada la pone de su cuenta a la entrada) notaron los bár­
baros que los conquistadores salían en horas determinadas y se proster­
naban al pie de ella (Quesada la hace adorar desde el fuerte). De esto
infirieron los indios que el signo levantado que veían era algún talismán
o hechizo, que, al paso que daba valor a sus adorarores, los libraba de la
muerte. Por este motivo estrecharon el asedio y lograron posesionarse
de la Cruz; y posesionados que fueron de ella trataron de prenderle fuego,
y no pudiendo conseguir su intento creyeron los indios que un poder
sobrenatural obraba en esto y se sujetaron haciendo la paz con los
fundadores.”
En esta relación no hay rayos de cólera celeste, ni balazo, ni indio
o indios muertos; hay simple creencia en los indios que la Cruz, de madera
fresca, no podía quemarse por acción divina. No podía, por consiguiente,
servir de apoyo a la narración del doctor Quesada; y, citándola, debió
ser para decir lo que contiene.

VI — La cruz, como signo gráfico y simbólico, no es una peculiaridad


del Cristianismo. El jesuita Lafitau, citado por Lamas en la introduc­
ción a la obra del padre Lozano, presenta con erudición un cuadro ge­
neral de los usos, religiones y escrituras de los egipcios, fenicios, he­
breos, griegos, chinos y otros pueblos para demostrar que “aunque la

150
cruz sea el signo del Cristianismo, ella no es una marca infalible del
cristianismo y que fue el símbolo sagrado en las religiones de los anti­
guos, especialmente en los misterios de Isis”.
Los pueblos americanos conocían y adoraban la cruz antes del des­
cubrimiento y de la conquista. En Consumel y Yucatán la adoraban los
naturales y con ella marcaban las lápidas sepulcrales (Gomara, Hist.
Indias; Maluenda de Anich). Garcilaso cuenta que los Incas también
la veneraban y que mandaron construir una de jaspe cristalino (Comen­
tarios reales). En Cumaná adoraban con ceremonias de gran devoción
a la cruz, con cuya señal se bendecían los indios y a sus hijos recién
nacidos (Lozano, refiriéndose a Gomara).
Si, pues, en América existía la cruz, no es difícil que los guaranís
la conociesen, si no como objeto de culto, como un signo cualquiera al
menos; y, por consiguiente, que se asombraran al verla. Y si en vene­
ración la tenían, hay una razón más para suponer que en Vera no se
animaran a incendiarla o que ante semejante atentado y el arcabuzazo
atribuyeran a venganza divina la muerte del indio atrevido, pues eran
agoreros y supersticiosos. De cualquier modo que sea, habría siempre
un medio de explicar racionalmente el supuesto milagro.
El empleo de la cruz en la conquista fue ante todo como señal de
ocupación: simbolizaba al pabellón de España, y en su reemplazo se
clavaba donde los conquistadores sentaban sus reales. Secundariamente
se ponían cruces en los lugares destinados a la edificación de la ca­
pilla o templo en las nuevas poblaciones; y eran éstas, y no aquéllas,
las que se adoraban por el objeto religioso a que estaban destinadas.
Por eso es que dice el acta de fundación de Vera: “en señal de posesión
del sitio para la Iglesia Mayor PUSIERON UNA CRUZ (el Adelantado y
el Cabildo) a la cual todos adoraron”.
Cruces de posesión han existido muchas en Corrientes; la última
conocida fue la que señalaba los límites de Corrientes y Yapeyú, cla-
vada_ en la costa del Miriñay (Mirí-ña-y). Ella dio nombre a Curuzú-
Cuatiá (Cruz escrita); pues los naturales, que veían la cruz con inscrip­
ción (Cuatiá, carta, escrito), aplicaron a todo el distrito próximo a ella
el nombre que la daban: Curuzú - Cuatiá.
¿Cuál de las cruces levantadas por los conquistadores es la con­
servada y adorada hoy? ¿La que adoró Juan de Torres de Vera y Ara­
gón, porque estaba donde debía construirse la Iglesia, o alguna de las
de posesión puestas en los límites de la nueva ciudad? Cualquiera que
sea, ninguna de ellas merece la idolatría de un pueblo cristiano en el
último tercio del más grande siglo de la vida humana. Concediendo
mucho, el milagro de la cruz se reduce a un balazo bien pegado; y para
tan insignificante hecho, es monstruoso tres siglos de credulidad! (3)
El origen de la transformación del balazo en rayo celeste y del
soldado que puso la puntería en fuerza divina de la Cruz, parécenos
de fácil explicación racional.
(3) Se han escandalizado en Corrientes de esta afirmación, que califican
de herética, y hay gente que no perdona al autor el atrevimiento de negar la
realización del milagro.
Los niños lloran y patean cuando se les quiere lavar la cara, y como ellos
proceden las personas que se amostazan porque alguien diga a sus comprovin­
cianos: "Esto es falso, no lo creáis: la historia, la filosofía y hasta el sentido
común lo rechazan’’.
Otros han increpado al autor diciendo:
“Es malo ir contra las tradiciones populares, porque éstas generalmente
tienen mucho de verdad.”
Ellos quieren, por lo visto, que en la cuestión del milagro se contemporice
con la credulidad que desacredita sacrificando a ella la verdad que se impone
a la razón; que el escritor se haga cómplice de la ignorancia.
¡Bonita doctrina!
151
Los conquistadores que en Vera quedaron con el Tupí eran pocos,
e innumerables los indios dueños del territorio. La superioridad de sus
armas no bastaba para equilibrar las fuerzas, y por necesidad debieron
echar mano de la astucia para presentarse más fuertes.
Los indios guaranís se distinguían de los demás en lo supersticiosos
y agoreros. “Sobre la más leve acción levantaban figuras para temer
mil males fantásticos; si tocaban al ñacurutú pensaban que se les pe­
garía la pereza; si la muger preñada comía dos espigas de maíz, se per­
suadían daría a luz gemelos; entrar un venado al pueblo y salir libre
era señal de que moriría alguno del barrio por donde salía el animal;
saltar un sapo a una embarcación pronosticaba que uno de los nave­
gantes debía morir en breve; terror les inspiraban los fenómenos ce­
lestes, y del trueno y del rayo hacían autor a Añá” (Lozano).
¿Qué mejor veta podían explotar los españoles que la credulidad
y la ignorancia de los supersticiosos guaranís, que presentar a la vista
de ellos, como sucesos sobrenaturales, los hechos simples de una civi­
lización que desconocían, a fin de persuadirles de que el poder del
cielo estaba de parte de los nuevos ocupantes de sus tierras? Así se
hacían más respetados y acaso más temidos. Y lo que en este sentido
debieran hacer valer preferentemente debió ser el arcabuz, cuyas deto­
naciones y efectos equivalían para los indios, desde los principios de la
conquista, al trueno y al temido rayo.
Ahora bien: en la hipótesis del tiro que mató al indio al pie de
la Cruz o lejos de ella, las circunstancias del hecho cuadraban perfecta­
mente para que los españoles lo explicaran como suceso sobrenatural
a fin de robustecer así en sus enemigos el asombro que experimentaron
al presenciar la muerte del compañero, y de imponérseles por error que
les inculcaban. Para los indios, que no conocían armas de fuego, era muy
natural y creíble la invención. Persuadidos de ella los que eran amigos
de los españoles (por trabajos y abultaciones de éstos) y contado y co­
mentado el suceso por los espectadores, el balazo trocado en milagro
debió hacer parte de la creencia de los naturales; y —como a los con­
quistadores no les convenía descubrir su secreto— al mezclarse las dos
razas y al correr del tiempo, los hijos de los engañados y de los
engañadores se educaron y crecieron en la persuasión de la verdad del
invento. A medida que la fábula se alejaba de su origen la imaginación
popular la pulió y aumentó de generación en generación, presentándola,
al fin, con acopio tal de incidencias y detalles que el milagro contado
hoy es como visto por el creyente.
La verosimilitud de nuestra suposición surge de las circunstancias
y de la calidad de los actores en el suceso tratado; y sólo así se explica
la no existencia de documento relativo al milagro ni mención alguna
a su respecto, cuando tenemos el Acta de fundación y el acta de la pri­
mera reunión del Cabildo de Vera, celebrada el día 4 de abril de 1588,
y, también, documentos relativos a los prodigios (supuestos) de la Vir­
gen de las Mercedes.
Un milagro es la derogación formal de una ley conocida de la na­
turaleza: hoy no se le ve en el mundo; y a los que dicen que hubo, pre­
guntamos con Cicerón, en Divinatione, ¿desde cuándo ha desaparecido
la fuerza secreta que lo producía? ¿Será acaso desde que los hombres
han llegado a ser menos crédulos?
M. F. Mantilla.
Corrientes, 1“ de mayo de 1888.

(Artículo publicado en el periódico Las Cadenas, de la ciudad de


Corrientes, Año V, N“ 544, el día 1º de mayo del año 1888, y en folleto,
Imprenta de M. Biedma, 1888, Buenos Aires. — Nota del Editor.)

152
III COMPROBACIÓN HISTÓRICA

Tengo ante la vista un folleto escrito por el doctor Ramón Contreras con
el título Recuerdos históricos y un Apéndice del mismo publicado en el
periódico correntino El Litoral, sobre el tema de aquél. En los dos tra­
bajos se propone el autor demostrar que la actual ciudad “Corrientes”,
antes Vera, fue fundada conforme se refiere en la leyenda de la "Cruz
de los Milagros” y no como resulta de los documentos y antecedentes
que he presentado y estudiado por primera vez en mis ligeros escritos
La Ciudad de Vera y La Cruz del Milagro, publicados con motivo del
centenario tercero de la capital de la provincia de mi nacimiento.
No ha sido feliz en su empeño el señor que me combate sin razón;
sus dos trabajos revelan lectura no aprovechada, laboriosidad estéril por
falta de acierto en el juicio, pasión respetable de creyente, no fría sere­
nidad de historiador, afición a papeles viejos sin la penetración crítica
que de ellos deduce la verdad de los sucesos pasados. De ahí nacen indis­
culpables errores y afirmaciones caprichosas que forman el armazón de
los dos escritos, para llegar a conclusiones desgraciadas tanto en lo fun­
damental como en lo accesorio del tema; aparte las comprometedoras
divagaciones filosófico - literarias de problemático buen gusto, con las
que tropieza el lector a cada instante. La leyenda de la “Cruz de los Mi­
lagros” debe a su defensor un esfuerzo para acreditarla, pero de ninguna
suerte un triunfo, ni siquiera su aproximación; nada consistente exhibe
contra el acta de fundación y los hechos con que he destruido la leyenda.
Queda en pie la verdad histórica por mí enseñada. Empero, aprovecho
la ocasión, que me ofrece tan deslucido desempeño, para dar nuevos
datos y presentar algunas observaciones críticas sobre los orígenes de
la ciudad de Corrientes: unos y otras pondrán en mayor evidencia, si
cabe, la exactitud de mi primera narración.

I — Escribe el impugnador: “Parece indudable que antes de moverse el


adelantado Torres de Vera y Aragón, de Asunción, mandó una partida
a explorar el terreno; que ésta debió haber construido para su defensa
un fuerte, porque esa precaución era general; que dicho fuerte se cons­
truyó en Arazaty; allí fueron sitiados por los indios los de la partida
y ocurrió el milagro de la Cruz cuya consecuencia fue la fundación de la
ciudad. El adelantado se hallaba en las aguas del río Paraguay el 28 de
marzo de 1588 y como el día 3 de abril, el de la fundación, ya había en
las ‘siete corrientes’ Fuerte o reducto de palo a pique, trabajo que no
habría sido posible realizar al Adelantado en el angustioso plazo que
medió entre su llegada y el día de la fundación, es evidente que sólo una
partida de vanguardia, llegada muchos días antes, fue la que hizo el
trabajo. El Fuerte y la Hermita (escribe con h) de la Cruz estuvieron
a la vista en Arazaty por más de cien años”.
Lo reproducido no se apoya en documentos ni en hecho cierto: se
funda en la afirmación sin prueba de que antes de la llegada del Ade­
lantado ya existía el Fuerte; lo demás es sospecha gratuita.
El Fuerte fue construido por el Adelantado después de la fundación
de la ciudad. En los autos del pleito que dicho personaje sostuvo en
España sobre negocios del Río de la Plata, sus servicios, se entre lee
lo siguiente: “Y el mismo año 1588, prosiguiendo su conquista y tra­
tando de irse a los reinos de España, de camino pobló la ciudad de Vera,
en las Siete Corrientes, llevando consigo para dicha población 150 sol­
dados casados y solteros, en tres barcos y un bergantín y veintiocho
valzas, y otros 40 hombres que llevaban por tierra 1500 vacas y bueyes
y otros 1500 caballos y yeguas; y poblada la dicha ciudad, y habiendo
153
pasado el ganado a ella y habiendo puesto en orden las cosas de su go­
bierno, justicia e regimiento, hizo edificar un fuerte muy importante
para su conservación y seguridad”. El Cabildo de Vera afirma lo mismo
en oficio dirigido al Rey con fecha 20 de agosto de 1588. De esto resulta
evidenciada la falsedad del único fundamento de la supuesta venida de
una ‘‘partida exploradora”.
Los cronistas antiguos y modernos citados para autorizar la supo­
sición, no han escrito lo que se les atribuye. Martín de Moussy (repe­
tidor de lo que otros sin prueba narraron), Guevara (no conoció la acta
de fundación de Vera), Quesada (reproduce a Moussy), Cavello (no co­
noció la acta de fundación), fray N. Alegre (da por fundador de Vera a
Alonso de Vera y Aragón), Funes (está en el mismo caso) hablan de los
fundadores de Corrientes cuando se refieren a los 28 o 80 hombres (no
coinciden en el número) que realizaron la población; según ellos no hu­
bo tales exploradores. Ahora sabemos bien por la Acta de fundación y
otros documentos que dichos autores están lejos de la verdad aun en lo
expresamente afirmado por ellos; menos autoridad tienen en lo que no
escribieron. El más acreditado de ellos, Guevara, afirma categóricamente
que el Fuerte fue construido después de la fundación de la ciudad. Lo­
zano confirma a Guevara.
Torres de Vera y Aragón no tenía necesidad de ordenar la explora­
ción de un lugar bien conocido por los conquistadores, como era el de
las “Siete Corrientes”, frecuentado por los navegantes desde los viajes
de Caboto y Juan de Ayolas. Los indios de las cercanías así como los
de Itaty (Yaguary, entonces) eran amigos de los españoles; Ayolas per­
maneció entre los primeros tres días, muy agasajado por ellos, y en lo
sucesivo trataron de la misma suerte a los navegantes. Los de Itaty pro­
tegieron a Caboto y más tarde a los enfermos de la expedición de Alvar
Núñez, que bajaron en balsas desde el alto Paraná. Cuanto al interior del
territorio, refiere Lozano que durante los primeros tiempos del gobierno
de Garay cruzaron por aquél los españoles, desde el Paraná al Uruguay.
Tan conocido era el paraje las “Siete Corrientes”, que el custodio de
la Provincia Franciscana, fray Juan de Rivadeneira, propuso en 1580 fun­
dar allí una ciudad, y a su regreso a España reiteró la indicación en
memorial presentado al Rey, a quien decía: "Hay aparejo para fundar
una ciudad junto a las 'Siete Corrientes’, en el río que llaman de las Pal­
mas, que tiene mucha cantidad de gente, que podrá dar de comer a cien
españoles". ¿Para qué, pues, habría hecho explorar el Adelantado un
lugar conocido, de antes ya señalado para población, con habitantes ami­
gos, protectores, dedicados al cultivo de la tierra? La numerosa expedi­
ción que Torres de Vera y Aragón llevó para fundar la ciudad y el gran
hato de ganado bovino y equino despachado por tierra son hechos per­
suasivos de que marchó a empresa segura.
En ninguna crónica se encuentra la peregrina invención de la "par­
tida exploradora”; ella es de cosecha exclusiva del autor de Recuerdos
históricos para que guarden armonía los documentos irrefutables y la
leyenda popular. “Sin ese destacamento previo, escribe, se ponen en con­
tradicción aquéllas (las fábulas) con el doctor Mantilla.” No fue, por
consiguiente, hecho real: es simple acomodo buscado tres siglos después
de la fundación. Mientras corría la falsedad como historia de los primeros
días de Corrientes, la repetían maquinalmente todos, crédulos, ignorantes
o fanáticos, la ponían en libros y la comentaban. Paro en ella mientes:
la estudio, obtengo la Acta de fundación, desconocida, hallo documentos
reveladores de los antecedentes de la fundación y de los hechos más im­
portantes posteriores a ella, y con todo formo una relación verídica, que
se impone desde el primer día a los amantes de la verdad. La leyenda
sucumbe ante mi narración; caen también las autoridades que la repi­
tieron. Este derrumbamiento alarma al creyente autor de Recuerdos his­
tóricos; quiere detenerle; pero, impotente para oponer documentos y he­
chos de mayor evidencia a los que destruyen la falsedad secular, inventa
154
la "partida exploradora” como soldador de la verdad con la ficción, que
no se unen, sin embargo, porque las consecuencias del invento son desas­
trosas para su autor. La fundación por el Adelantado no cabe en la le­
yenda, que la atribuye a una partida de 28 o de 80 españoles salvados en
Arazaty (1) por un milagro de la Cruz; el Fuerte construido por el Ade­
lantado después de fundar la ciudad, no tiene colocación en la supuesta
empresa de la “partida”; la situación atribuida por la leyenda al Fuerte
no corresponde a la planta de la ciudad que, según ella, fue levantada en
el sitio del suceso. La “partida”, lejos de armonizar la verdad con la
ficción, conforme desea su inventor, enreda de tal suerte su narración,
que al fin obliga a salir de ella atropellando los documentos y los hechos.
Esto proviene de la resistencia a confesar que se ha vivido en error
respecto a los hechos de la fundación de Vera; una vez admitida la ver­
dad, hay lugar para el suceso generador de la leyenda. Fundada la ciudad,
organizado su gobierno, repartidos los solares urbanos, construido el
Fuerte y puestos en buena guarda los pobladores, marchóse a Buenos
Aires el Adelantado, dejando como Capitán general y justicia mayor a
su sobrino Alonso de Vera, el Tupí. Los indios comarcanos se mantenían
quietos. El repartimiento de Encomiendas inició la guerra de los aborí­
genes, larga y cruda, que más de una vez puso en peligro la vida de la
colonia hasta 1596. Durante ese tiempo —no he dado con la fecha exacta—
según un documento antiguo consultado en el archivo de Corrientes por
Pedro Cerviño, “salió de la población un destacamento con 36 españoles
de infantería en dirección al S. O. y llegando como a media legua, cerca
de la barranca del Paraná, fueron atacados por multitud de bárbaros a
las 2 de la tarde; para defenderse hicieron espaldas de un arroyo muy
barrancoso que vertía en dicho Paraná, y cortando con sus alfanges al­
gunos espinillos formaron al frente una trinchera, con lo que se defen­
dieron toda la tarde de aquel día y los dos siguientes. Muy inmediata
al pequeño fuerte se hallaba arbolada una cruz. Persuadiéndose los bár­
baros que los españoles eran socorridos de algún brazo fuerte, intentaron
pegar fuego a la cruz hasta tres veces; y viendo que no se quemaba, al
oír un estruendo como un cañonazo, huyeron todos, quedando algunos
pidiendo la paz”. ¿Qué fue el estruendo aterrador? El jesuita Guevara
escribe: "Las llamas respetaron la Cruz, y el sacrilego (atizador de la
hoguera) cayó muerto de un balazo”. El mismo suceso del sitio, del com­
bate, del incendio de la Cruz y del rechazo de los indios es relacionado
con una palizada que Alonso de Vera mandó construir al S. O. de la
ciudad, lejos de ella, para tener allí avanzada permanente de soldados;
más tarde fue aproximada a la población, al oeste, sobre el río, situán­
dola en la banda norte del arroyo Isyry, porque en el primer sitio que­
daba muy distante. Sobre aquel hecho se formó la leyenda. Elablando
de la Cruz, escribe Guevara: "Consérvase hasta el día de hoy el sagrado
leño, en memoria del suceso” (guárdase bien de decir milagro). Del ba­
lazo convertido en rayo celeste y del arcabucero transformado en poder
divino, he dicho lo bastante en mi trabajo La Cruz del Milagro.
Yo no pretendo combinar la realidad con la leyenda; narro única­
mente lo aprendido en mis investigaciones tranquilas de la verdad histó­
rica. Haya sido en reducto improvisado bajo los apuros de un ataque
de grande indiada o en el construido para seguridad de una permanente
guardia avanzada sobre el lado peligroso de la ciudad, el hecho es na­
tural, creíble por ende, y no contradice los documentos de la fundación.
La improvisación del reducto, por los atacados, me parece inadmisible,
porque dicho trabajo requería tiempo, abandono de armas, actitud
pasiva de los indios, y estas circunstancias son inconciliables con el pro­
pósito exterminador atribuido al ataque. Ninguna importancia tiene
ese hecho incidental de la conquista; pero le anuncio conforme ha lle-

(1) Todos escriben Arazaty. La palabra es guaraní pura y este idioma


carece de z.
155
gado a mi conocimiento, a fe de leal narrador y también porque sirve
para explicar satisfactoriamente otros desnaturalizados por la leyenda.
¿Por qué hace la leyenda fundador de Corrientes a Alonso de
Vera y Aragón, el Tupí? Porque él era el Capitán general y Justicia
Mayor de la ciudad cuando ocurrió el hecho del que ella arranca la
fundación. ¿Por qué son de 28 a 80 los compañeros de Alonso? Porque
el Adelantado dejó a su sobrino solamente 61 hombres. ¿Por qué se sitúa
el Fuerte del milagro en Arazaty? Porque a media legua de la ciudad,
rumbo S. O., próximo a la barranca del río Paraná, estaba el reducto
de la guardia avanzada de la ciudad: distancia y rumbo que dan con el
paraje denominado en los tiempos modernos Arazaty (guayabal) por
la abundancia en él de guayaba silvestre. La Cruz de la leyenda existe:
¿de dónde salió? Los españoles levantaban cruces como signo de pose­
sión y es presumible que pusieran el reducto cerca de la que marcaba
el límite del ejido de la población. De esta suerte se ve claro por qué
se conservó la Cruz en ranchito de pared pisada y techo de paja, hasta
el primer tercio del siglo XVIII, en el sitio donde hoy está la Columna
conmemorativa de la fundación, levantada en 1828 por hombres creyen­
tes, pero ignorantes de la verdad histórica, que la pusieron sobre lo
que la tradición señalaba como ruinas del antiguo rancho, llamado con
el tiempo Ermita. También se comprende sin violencia cuál es la verdad
real de las declaraciones tomadas en 1713 para formar la "Historia de
la Cruz de los Milagros”. El testigo Gregorio Rojas “sabe por tradición
que una partida de españoles se vio obligada a levantar una trinchera
que les servía de guarnición’”; el testigo Juan Díaz Moreno “sabe por
noticias que los españoles levantaron una fortaleza, cual su posibilidad
y tiempo les permitió, en el mismo paraje donde hoy está la capilla
de la Santa Cruz”; el testigo Pedro Moreira “sabe por noticias que los
primeros españoles hicieron para su defensa un fuerte pequeño de esta­
cada y ramas donde hoy está la capilla de la Santa Cruz del Milagro”;
el testigo Gaspar Fernández “tiene noticias que la Cruz la fabricaron
los pobladores de estas tierras antes que levantasen el fortín”; el tes­
tigo Alejandro Gómez de Meza "sabe por noticias que los españoles
formaron para su defensa un fuerte pequeño en el mismo paraje donde
hoy está la capilla de la Santa Cruz, levantando primero la Santa Cruz”.
El año 1857 anunció fray Juan N. Alegre que había descubierto
"la trinchera levantada por los primeros y esforzados 28 soldados, fun­
dadores de Corrientes". Hoy sabemos que no hubo semejante fundación;
por consiguiente, era imposible el descubrimiento. ¿Qué fue él? En un
folleto titulado Antigüedades correntines publicó fray Alegre la
acta
de su descubrimiento: tiene ella al pie la firma de varios vecinos res­
petables. A uno de éstos, don Roberto Billinghurst, pregunté cierto
día los detalles del acto, y él me contestó: “Era un día de carreras
en la calle Ancha (así se llamaba antes la Avenida 3 de Abril, donde
está la Columna)-, nos encontrábamos en la cancha todos los de la ciu­
dad, porque entonces no teníamos otra distracción. Allí se presentó fray
Juan Alegre y pidió a varios la firma en una acta por él hecha sobre
cierta excavación practicada cerca de la barranca; algunos se la dimos
por complacencia, sin leer lo que suscribíamos y sin importarnos un
bledo de la cosa. Después de concluidas las carreras se nos ocurrió
averiguar qué fue aquello y resultó que habíamos convertido en forta­
leza de la conquista el cerco de palo a pique de un antiguo poblador
del lugar, poseedor de embarcaciones menores en las que hacía comer­
cio con el Paraguay; los viejos le conocieron mucho. Fray Juan nos
embromó de buena fe, porque él creía haber hecho un gran descubri­
miento”. Entonces me expliqué por qué el ilustrado gobernador Pujol,
aficionado a la historia, y el no menos preparado ministro doctor Wences­
lao D. Colodrero recibieron con profunda indiferencia el descubrimiento
y pusieron al pie de los documentos a él relativos solamente: publí-
quese y archívese. Fray Alegre, víctima de la leyenda, tomó una cosa
156
por otra. Admito, sin embargo, en hipótesis, la seriedad del hallazgo,
para exponer las observaciones que sugiere la pieza histórica formada
por el descubridor.
En el extremo oeste de la Calle Ancha (hoy, Avenida 3 de Abril),
cerca de la barranca del río Paraná (no se determina la distancia),
fray N. Alegre dice haber encontrado: “Un muro teniendo de Norte
” a Sud cincuenta varas castellanas de longitud, de Este a Oeste, por
"ambas extremidades, seis varas de latitud, formando un área cuadran-
” guiar, y una vara de altura a una de profundidad bajo la tierra, siendo
” las paredes construidas de piedra tosca, cortada de la misma de
” que está formada la barranca a la costa del río, habiendo hallado una
” gran porción de fragmentos de losa barro de tiesto, que por su material
” se conoce ser trabajado en el Paraguay, y una estacada de palo a pique
" de cincuenta varas castellanas de longitud en dirección de Sud a Norte,
” trabajada y dispuesta como se ve en las trincheras de las guardias
” y fortines de la República del Paraguay, donde se conserva la costumbre
” primitiva de los españoles”. Luego razona fray Alegre de la manera
siguiente: “Alonso de Vera el Tupí bajó desde el Paraguay con algunos
" españoles para principiar una ciudad en la costa oriental del Paraná,
” como lo ejecutaron, denominándola San Juan de Vera de las Siete
” Corrientes. Habiendo los españoles tomado posesión del sitio, erigieron
” el sacrosanto Madero de la Cruz en paraje algo distante del Fuerte que
” levantaron como reparo contra los infieles. ¿Hacia qué punto levanta-
” ron el baluarte para su defensa? Para punto de partida tenemos la
” Columna construida en conmemoración de la hermita donde se presta-
” ron las primeras adoraciones al Sacrosanto Madero de los Milagros,
” colocada al Este de la orilla del Paraná, a una distancia de doscien-
" tas cincuenta varas castellanas. Probablemente desembarcaron los es-
” pañoles en el puerto de Arazaty, no sólo para abrigo de las embarca-
’’ ciones, sino también porque la barranca es de una altura dominante,
” y sólo al Oeste de la Columna pudieron construir su fortificación y
” estacada, porque siendo tan reducido el número de nuestros padres y
’’ tan numerosas las nómades tribus de infieles, debieron elegir un punto
” que les facilitase la retirada. Por otra parte, sabido es el hecho histórico
’’ que las tribus indígenas, al observar que los conquistadores salían de
” su fortificación a ciertas horas y se prosternaban al pie de la Cruz,
” sostuvieron en número de más de seis mil combatientes una pelea en-
” carnizada, resistiendo por ocho días los españoles. Si el Fuerte hubiere
” sido construido en cualquiera otra dirección de la Columna, ¿cómo
” habrían podido resistir los españoles en número de 28? Sólo posesio-
” nados éstos de un punto tan ventajoso pudieron hacer tan heroica re-
" sistencia y alcanzar una victoria tan gloriosa como la que consiguieron
” el día 3 de abril de 1588. En vista de las poderosas razones indicadas,
” creemos y aseguramos que este muro y estacada son los que sirvieron
” a los primeros conquistadores".
El autor de Recuerdos históricos llama “documento clásico” a este
fárrago de falsedades y vulgaridades del que no resulta ni un principio
de argumento en pro del descubrimiento. Es falso que la ciudad fue
fundada por Alonso de Vera acompañado con 28 soldados; es falso el
nombre originario de la ciudad; es falso que Alonso de Vera construyó
el Fuerte; no hubo pelea con indios el 3 de abril de 1588; es mera supo­
sición el desembarco en el puerto de Arazaty; no es hecho histórico sino
leyenda popular la resistencia de 28 españoles atrincherados contra seis
mil indios, durante ocho días, sin comer, sin beber, sin dormir. Pero, aun
aceptando todo como cierto, de tales antecedentes no se deduce que los
vestigios encontrados de muro de piedra y de palizada sean los de la
supuesta construcción anterior a la fundación de Vera, ni tampoco los
del reducto levantado mucho tiempo después para defensa avanzada de
la ciudad. El material del muro, la “área cuadrangular” encerrada por
los vestigios y la "gran cantidad de fragmentos de tiestos” allí descubier-
157
tos, denuncian a las claras una edificación muy posterior destinada a vi­
vienda ordinaria de poblador, con su correspondiente cerco de palo a
pique. El uso de la piedra de las orillas del Paraná para las construcciones
corresponde a un tiempo lejano de la fundación de Vera; las primeras
viviendas, el Fuerte, la Ermita de San Sebastián fueron de madera y
barro con techo de paja por la necesidad premiosa del abrigo, la ca­
rencia de medios, la abundancia de maderas y la relativa seguridad de
la construcción. Fue empleada la piedra como cimiento cuando se usó
el adobe para muros; los jesuítas la utilizaron después en el exterior
hasta que introdujeron el ladrillo, en 1755. Si, pues, fray Alegre encontró
un muro de piedra, éste perteneció a edificio que no fue el Fuerte del
Adelantado ni el reducto de Alonso de Vera. Además, cincuenta varas de
largo por seis de ancho son dimensiones que no guardan armonía con
el “pequeño” Fuerte de la leyenda, ni con el "pequeño” reducto avan­
zado; tampoco se acomoda un cimiento de piedra en un Fuerte o Reducto
“de palizada y rama”. Muro de piedra y palizada a la vez, ésta adelante
de aquél, son construcciones no mencionadas por la leyenda ni por la
historia. En el caso de suponer que los muros de piedra hayan sido
los cimientos de la Ermita de la Cruz y la palizada la del “reducto del
combate”, aquéllos habrían estado donde se encuentra la Columna, pues­
to que se da a ésta por situada en el punto ocupado por la Ermita, a los
principios, y no a distancia de ella, al oeste, con la palizada por medio;
el supuesto es, además, inadmisible, porque se sabe bien que la Ermita
era un ranchita y los cimientos de cincuenta varas de largo por seis de
ancho corresponden a una construcción espaciosa. El hallazgo de muchos
fragmentos de "tiestos” indica que el edificio no estaba consagrado al
culto, sino al comercio o a la habitación.
El abandono del lugar es antecedente contrario al descubrimiento.
Si allí erigieron la Ermita porque ocurrió el milagro, si próximo estuvo
el primer Fuerte, ¿por qué razón destruyeron el monumento humilde
en 1730, arrancaron del lugar la Cruz y dejaron abandonado, olvidado
sin ninguna señal el paraje del suceso providencial y de la defensa he­
roica, siendo después otro el señalado por la tradición? Por atrasados que
hayan sido los que tal hecho consumaron, no es concebible que ellos
mismos echasen por tierra un antecedente visible de su credulidad,
tanto más cuanto que ninguna dificultad les impedía construir la nueva
capilla en el mismo sitio de la Ermita o cerca de ella. La traslación de
la Cruz a .su nueva casa y el completo abandono del lugar antiguo im­
plican que el asiento de la Ermita nada significaba o que el nuevo local
tenía primacía; en cualquiera de estos casos sale mal el descubrimiento
de fray Alegre. Por indiferente no hace mención del lugar antiguo el
documento capitular de 15 de marzo de 1730, que fija el día de la tras­
lación. La clase de la nueva construcción induce a formar idea de la
vieja, y de ello se deduce también que el muro de piedra encontrado
por fray Alegre no correspondía a la Ermita. Llaman pomposamente
templo al local consagrado a la Cruz en 1730. El cura Arce lo describe
en los términos siguientes: "La Ermita es de pared pisada y de tierra
” cruda, como hecha por los pobladores en tiempos en que no había en
” la ciudad ni las gentes que hoy ni los edificios. A más de ser de tan
” pequeña estructura, es sin pared hacia el mojinete”. Si ésta fue la
obra decente de 1730, ¿cuál sería la antigua? ¿tendría muros de piedra
y una magnitud de cincuenta varas de largo por seis de ancho?
El autor de Recuerdos históricos cita en apoyo de fray Alegre
una acta capitular de 28 de febrero de 1707, cuyo texto reproducido
dice: "... y siendo así que sucedió la invasión de los indios el 21 del co-
” rriente que dio en la ciudad en el mismo costado del Reducto que cae
” al Poniente; y aunque no lograron su intención pero lograron el des-
" pojar y llevarse una campana de la Ermita de la Santa Cruz, y que
” han sido repetidos sin tener ningún remedio. Y es muy preciso de
"parte de esta ciudad escribir al Cabildo Eclesiástico del Obispado si

158
" se puede mudar la Ermita con la Cruz en otra parte donde se pueda
" reparar en dichas invasiones, por hallarse dicha Ermita muy cerca de
" montañas y cerca de: río ocasionando a tener el enemigo el atrevi-
” miento que se experimenta en ella. Y en ese ínter se puede pedir una
” limosna a los vecinos encomenderos, que cada uno ayude con un indio
" para desmontar dichos montes, lo que encubre dicha Ermita y poder
” abrir las puertas". El autor de mi referencia exclama en presencia
de este documento: "Es claro que se construyó el Fuerte o reducto
” en Arazaty por un puñado de españoles: ese Fuerte existía en 1707 y
” es el hallado en 1856 1 8 57) debajo de tierra por el P. Alegre: que es-
” taba aislado de la ciudad actual: que cae al oeste. Allí estuvieron
” por más de cien años a la vista el Fuerte y la Ermita de la Cruz”.
No conozco el original del documento invocado; pero me bastan
los términos reproducidos para demostrar que no es pertinente al asunto
estudiado. En primer lugar, no determina el sitio, el día, la época, ni
los autores de la construcción del Fuerte y la Ermita; lo único esta­
blecido es que en 1707 había un Reducto al poniente de la ciudad
y una Ermita cubierta por maleza, muy cerca de montañas (montes) y
del río, tan abandonada, que era preciso desmontar para abrir las puer­
tas de ella, y a merced de los indios invasores, por la distancia, “sin tener
esto ningún remedio”. Tampoco se determina que la Ermita estuviese
cerca del Reducto. La situación de éste al poniente de la ciudad excluye
el Arazaty, que está al sudoeste, casi al sur de ella. La proximidad de la
Ermita a montes (o en ellos) y al río, sin indicación de rumbo, no auto­
riza para ubicarla en el Arazaty, porque este paraje u otro cualquiera de
la costa, al sur, corresponde al dato. Las antiguas actas capitulares hacen
diferencia entre Reducto y Fuerte, reservando esta última denomina­
ción para la construcción que dejó el Adelantado y aplicando la otra a
las pequeñas defensas levantadas después, fuera de la ciudad, por los
pobladores. Una de ellas fue el “Reducto que cae al poniente”, mencio­
nado en la acta de 1707. Él estaba realmente al poniente de la ciudad,
en las inmediaciones del actual Hospital San Juan de Dios, sobre la
banda norte de la desembocadura del arroyo Isyry. La existencia de dicha
construcción en ese paraje consta en la solicitud que el Rector de los
Jesuítas hizo al Cabildo pidiendo “en depósito” el teri'eno de una y otra
banda del arroyo Isyry para instalar la primera fábrica de ladrillos y
de tejas cocidas; la solicitud es del año 1775 y en ella se señala el “lugar
donde estuvo el Reducto del poniente” como punto de arranque de la
denuncia, hacia afuera. El terreno fue concedido, dándole por cabecera
“el lugar donde estuvo el Reducto del poniente”, y se estableció la fá­
brica donde hoy caen los fondos del hospital. Ya no existía, pues, en
1755 el “Reducto del poniente” a que se refiere la acta de 1707, pero su
situación exacta era conocida. En presencia de esto, ¿es de buen sentido
decir que el "Reducto del poniente” era el Fuerte del milagro en Arazaty,
descubierto por fray Alegre? ¿poniente es sudoeste? ¿la Avenida 3 de
Abril está en la desembocadura del Isyry? El sentido común protesta.

II — “Corrientes tuvo dos asientos”, afirma el autor de Recuerdos his­


tóricos: el primero en Arazaty o sea donde hoy está la Columna y el
segundo en el sitio del día.” Además de la fundación de la leyenda, se
aduce la razón siguiente: consta en una acta capitular de 5 de abril de
1688 que el procurador de ciudad, Andrés de Figueroa, dijo al Cabildo,
por escrito: “Habiéndose poblado los antiguos y demás que se halla-
” ron en la primera población que comúnmente llamaban El Pucará, sitio
” donde hoy está la Cruz del Milagro, de donde por lo montuoso y
” arriesgado por los continuos asaltos que el enemigo daba y por otras
" incomodidades de común acuerdo les fue forzoso a dichos pobladores
” cojer diferente asiento, que fue donde hoy estamos actualmente po-
" blados de que fue forzoso hacer una nueva planta de la ciudad y padrón
159
” de lo que a cada uno de los pobladores les fue repartido así de solares
” como de lugares de chacras y estancias. Y sin embargo desampararon
” parte de dichos -pobladores la dicha población luego que se les hizo
” merced de las dichas tierras..., por cuya causa el procurador Juan Gómez
” de Torquemada pidió el año 1598 que se volviese a repartir nueva-
" mente los solares y sitios que les habían dado a los que después se
” ausentaron".
He buscado el original de este documento y no lo he hallado; de­
seaba conocer toda la acta para saber cuál fue la opinión del Cabildo
sobre las afirmaciones de Figueroa y si ellas eran de tradición, de he­
cho documentado o simples dichos de su autor. Sin embargo, tomo
el fragmento para someterle a estudio.
El Adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón dice en la acta
de fundación: “Fundo, asiento y pueblo la ciudad de vera en el sitio que
llaman de las siete corrientes". El procurador Figueroa dice (un siglo
y dos días después): “Los antiguos y demás que se hallaron en la pri­
mera población que comúnmente llamaban el Pucará”. ¿Cuál de las dos
autoridades tiene mayor fuerza: el Adelantado, que eligió el sitio y
determinó su nombre propio antiguo, o el Procurador de un siglo des­
pués, cuya aseveración no está comprobada? No fluctúo: el documento
del fundador es el soberano; no solamente porque su contenido está
garantizado por las formalidades legales requeridas para la validez de
un acto trascendental —lo que no ocurre en el fragmento de Figueroa—,
sino porque entre la palabra del Adelantado, confirmada por el primer
Cabildo, y la simple del Procurador, es racional tomar aquélla como
expresión de la verdad. No es posible que la misma ciudad haya sido
fundada a la vez en dos sitios diferentes. Si los dos nombres correspon­
dían al mismo sitio o el uno era de toda la comarca y el otro de un
determinado paraje de ella, lo habría expresado así el Adelantado en
el documento firmado para eterna memoria o constaría en los primeros
actos del Cabildo o en los autos del repartimiento de tierras; pero nada
de esto existe. El cambio del nombre Siete corrientes por el de Pucará,
después de la fundación, no habría tenido objeto ni utilidad, puesto que
si el primitivo no gustaba, estaba el de la ciudad, que era ya el único
legítimo y obligado entre los fundadores, por ser obra de ellos, y para
los naturales porque recibían la ley de sus amos. ¿Qué resulta de lo ex­
puesto? Una de dos: o que Figueroa confundió hechos y lugares distin­
tos o que su exposición es falsa porque no conocía los antecedentes de
la fundación.
Según Figueroa, “de común acuerdo fue forzoso coger el asiento
actual de lo que fue forzoso hacer nueva planta de la ciudad y Padrón
de solares, chacras y estancias". ¿En qué año y por mandato de qué
autoridad se hizo el cambio? El Adelantado dio esta facultad únicamente
al Cabildo, “si se hallare otro sitio mejor”, de la traslación debió levan­
tarse acta formal que dejase sin efecto la de fundación o que sirviese
de complemento. ¿Dónde está ese documento? ¿en qué papel, libro o
leyenda se hace referencia a él? ¿Cómo poseemos la acta de fundación
y carecemos de la de traslación, si el hecho se realizó? ¿cómo ha escapado
su existencia a todos, antes y ahora? Los antecedentes que poseemos
autorizan a sostener que no hubo traslación ni acta.
El mismo día de la fundación de Vera en el sitio de las Siete Co­
rrientes, organizado y juramentado el Cabildo, “el Adelantado fue con
los Alcaldes y Regimiento, todos de un acuerdo, y con formalidad nom­
braron y situaron el sitio para la iglesia mayor, pusieron en él una
Cruz que todos adoraron; e luego mandaron fincar el Rollo en la mitad
de la plaza; e luego, andando por el campo, nombraron y eligieron por
ejido de la dicha ciudad e a todos los vientos e moradores, cese de las
cuadras que señaló hasta un cuarto de legua". ¿Corresponde el sitio
aquel elegido por Juan de Vera y Aragón al actual de Corrientes? ¿hay
otro con el que es fácil confundirle? Tanto en el nombre del sitio como

160
en las causas originarias de dicho nombre, el actual coincide con el fi­
jado en la acta de fundación y no hay otro parecido.
Todos los cronistas están contestes en atribuir el nombre Las Siete
Corrientes a las siete lenguas de tierra que se internaban en el río Paraná,
rompiendo cada una su corriente natural y formando en las proximida­
des otras especiales; en cada punta de piedras había y hay una corriente
más fuerte que la del río. Dicha particularidad, única en la costa, de­
terminó el nombre dado por los conquistadores al lugar, desde los pri­
meros tiempos. El P. Quiroga, geógrafo y astrónomo de nota entre los
cronistas, escribe: “Llámase de las Siete Corrientes porque el terreno
donde está situada la ciudad hace siete puntas de piedra, que salen al
río, en las cuales la corriente del Paraná es más fuerte”. Hoy quedan
apenas vestigios de algunas puntas: el río o la mano del hombre las ha
destruido; tenían los nombres modernos de Ysyry, Isabel Durán, San
Sebastián, Villegas, Casillita, Rozada, Batería.
Conviene prevenir que el autor de Recuerdos históricos se subleva
contra los conquistadores, autores del nombre, y contra los cronistas,
que dan el porqué de la denominación; él ha inventado la siguiente ex­
plicación : “Esa pequeña región del Paraná, pintoresca en extremo, recibe
” a su derecha por la parte del Chaco los cuatro pequeños ríos llamados
"Negro, Tragadero, Iné, otro más que le sigue al N. E. y los dos brazos
" principales del río Paraguay llamados Río Ancho uno y el otro Para-
" guay propiamente. Esas corrientes que descargan sus aguas por seis
” bocas en la del Paraná, con la de éste, forman Las siete Corrientes”.
Del verdadero origen del nombre, dice: “Es antigua tradición de ba­
rrio”; pero agrega: “Sin embargo, los cronistas repiten eso mismo”.
¡No tiene atadero! El nombre era de un lugar determinado, no de una
región. Si aquél estuviese realmente rodeado por las mencionadas co­
rrientes de ríos o arroyos o próximo a ellos, sería disculpable el invento;
pero el lugar está en una región y las corrientes en otra, separando le­
guas a éstas entre sí; ninguna de ellas se encuentra en territorio corren-
tino: una sola, la del Paraná, pasa por sus costas; ni cerca del lugar
desaguan dichas corrientes en el Paraná. Entrego, pues, el invento a la
viveza de ingenio del lector.
Dado el origen del nombre Las siete corrientes, era del terreno ro­
deado por las puntas el sitio donde el Adelantado fundó la ciudad, señaló
plaza y lugar para iglesia; porque la palabra sitio usada en la acta im­
porta determinación del lugar mismo y no habría correspondido a éste
el nombre sin concurrir el hecho de su origen. El nombre, por otra parte,
no abarcaba una comarca más o menos extensa: era el exclusivo de un
paraje donde se presentaban siete puntas de tierra; y pues el Adelantado
dice que fundó la ciudad en ese paraje, es natural deducir que el asiento
fue en el terreno rodeado por las puntas. La actual ciudad de Corrientes
está situada en el propio terreno de las siete puntas, correspondiendo
el centro de su planta primitiva al de aquél; las puntas que dieron de­
nominación al lugar señalan toda la extensión de la ciudad sobre el río
Paraná. Coincide el asiento del día con la acta de fundación. No ocurre
lo mismo si tomamos como primer punto poblado el Pucará. Este nom­
bre no es de la acta, ni designa el sitio de las siete corrientes; pertenece
indudablemente a otro lugar. Para tomarle por el que determinó el Ade­
lantado, es preciso demostrar que Pucará y Siete Corrientes son sinóni­
mos y tal demostración no ha sido dada ni es posible, por evidencia
contraria. Si el Pucará era, conforme se dice, el Arazaty moderno donde
se encuentra la Columna, hay causa para dicho nombre especial: el pa­
raje no está en el sitio de las siete corrientes; dista de él unas veinte
cuadras. De ser verídica la exposición de Figueroa, resultaría, sin embar­
go, lo contrario: el lugar llamado Pucará estaría en las siete corrientes;
en el mismo caso, la ciudad actual no tendría ubicación conforme con
la acta de fundación, por haber sido cambiado de sitio: sería la ubica­
ción abandonada en el Pucará la que correspondería al acta, y en contra
161
está la realidad. Se imponen, en consecuencia, el nombre y el sitio de
la acta de fundación.
El plano de la delineación hecha en el sitio de las siete corrientes
aclararía más el punto; infortunadamente, se ha perdido o no ha sido
encontrado hasta hoy. ¿Cuál fue la planta de la ciudad? Por deducción
la establezco a falta de prueba directa. La ley 1º, tít. 7°, lib. 4°, de la
Recopilación Indiana determinaba cómo serían delineadas las poblacio­
nes, y es fundado suponer que Juan de Torres de Vera y Aragón la cum­
plió, porque era hombre bien preparado en administración y leyes; sus
primeras diligencias después del auto de población autorizan también a
pensar así: eligió la plaza, en la "mitad” de ella "fincó el Rollo”, designó
el lugar para iglesia mayor, señaló cuadras "hasta un cuarto de legua”
y ejido a la ciudad; todo mandato de la ley. Las ciudades tenían como
delincación uniforme una plaza central, siempre cuadrada, a cuyos cuatro
lados se cortaban en ángulos rectos calles angostas tiradas a cordel, di­
vididas en cuadras de 133 varas; cuando la población era sobre río, la
plaza quedaba cerca del puerto; era de rigor poner sobre la plaza la
iglesia .mayor y el cabildo. Según la acta de fundación, el Adelantado y
el Cabildo "nombraron y eligieron por ejido puesto a la ciudad, a todos
” los vientos, cese de las cuadras que señaló hasta un cuarto de legua,
” que toma todo el contorno de la ciudad”. La redacción es confusa.
Entiendo que la ciudad ocupaba un cuarto de legua en cuadro, que sus
calles tenían esa extensión de extremo a extremo, y que desde el término
de ellas hasta un cuarto de legua más era el ejido; cruzadas las calles
en ángulos rectos, dividían el terreno en cien manzanas urbanas. Si la
interpretación se ajusta al significado estricto de las palabras contorno
de la ciudad, ésta tuvo calles de extensión total de 375 varas y única­
mente ocho manzanas urbanas; planta miserable que no es concebible
haya dado Juan de Torres de Vera y Aragón a la ciudad de su nombre.
Cualquiera de las dos delincaciones cuadra a la situación actual de Co­
rrientes, pero la primera únicamente concuerda también con el arranque
del repartimiento de tierras de labor hecho por Alonso de Vera y Ara­
gón en 1590. Situada la población en el paraje actual, los fundadores
tenían tres lados cubiertos por obstáculos naturales contra los ataques
posibles de los indios: el río Paraná, el Ysyry, el arroyo Arasá. El terreno
que ofrecía esta ventaja estratégica era bueno y suficiente para el nú­
mero de vecinos y los que en mucho tiempo llegasen, tenía puerto ex­
celente y espléndidos abrigaderos. La población no salió hacia el lado
del campo, hasta los principios de este siglo, más de tres cuadras de la
plaza: se extendió a lo largo del río Paraná, entre las desembocaduras
del Ysyry y del arroyo Arasá; la segunda Ermita de la Cruz se encon­
traba en 1800 a “cuatro cuadras de los extramuros de la ciudad”. Nin­
guna de las ventajas enumeradas ofrecía el paraje de la Columna, que
si era de "montañas” y abrigadero de indios en 1707, conforme decía el
Cabildo de ese año, más fragoso habrá sido en 1588. No es presumible
que el Adelantado y sus capitanes hubiesen despreciado el lugar que la
naturaleza les brindaba para el mejor éxito de su empresa por otro que,
hoy mismo, es de pésima condición.
Hay un hecho que evidencia la delineación de Vera en el sitio actual
de Corrientes. Tan luego como los fundadores se hicieron de viviendas
resolvieron construir una capilla, la que estuvo lista para ser techada a
los fines de 1592; Juan Bravo, acompañado por cuatro soldados e indios
amigos, fue comisionado por el Cabildo el 18 de enero de 1593 para cortar
palmas con que cubrir el techo de la capilla, trabajo que realizó aquél
en la “tierra de los mares”, nombre dado entonces al territorio limitado
por los esteros de Ñeembucú. La ciudad ya tenía edificación ordenada
y el Cabildo tendía a mejorarla, según lo prueba la orden general dada
por dicho cuerpo el 18 del citado mes y año para que todos los vecinos
limpiasen las calles los sábados, bajo pena de dos pesos de multa. La
capilla fue consagrada a San Sebastián y sirvió de iglesia parroquial
162
única hasta la construcción de La Matriz, en el siglo pasado. Cuando los
jesuitas se establecieron en Corrientes el año 1691, "el Cabildo les hizo
" gracia de la capilla titular de la ciudad, para que tuviesen en ella su
” habitación y celebrasen sus funciones en el entretanto que construyesen
” su iglesia; reservando el Cabildo en la ciudad el derecho de propiedad
" que tenía a ella para celebrar en la misma las festividades de los pa-
" tronos, y con efecto convinieron en ello dichos fundadores, titulando
” su fundación Colegio de San Sebastián. Consta así del acuerdo capitu-
"lar de 26 de marzo de 1691”. Ahora bien, la Capilla parroquial de los
fundadores, techada por ellos en 1593, existía con los mismos honores en
1691, era la titular de la ciudad y en ella celebraban las fiestas de los
patronos. Dicha capilla estaba situada en la parte izquierda de la Punta
de San Sebastián, según consta en documento firmado por el presbítero
José de Astrada, cura vicario. En reemplazo de la Capilla se construyó
la Iglesia Matriz "en el lugar designado para ella”, seguramente el seña­
lado con una cruz por el Adelantado Torres de Vera y Aragón. ¿Dónde
habrá sido delineada la ciudad de Vera para que su capilla parroquial se
encontrase dentro de la planta de ella y en el mismo sitio el año 1593 y
el año 1691? Únicamente en el asiento actual de Corrientes. Si la ciudad
fue ubicada en la Columna, la capilla parroquial quedaba fuera de ella,
en 1593, en el extremo del ejido (porque hay más de veinte cuadras entre
la Punta de San Sebastián y la Columna), lo que es absurdo; si la capilla
estuvo, como es racional suponer, dentro de la planta de la ciudad y no
cambió de lugar, es evidente que la delineación de 1588 fue en el paraje
ocupado por la ciudad actual. Y para no dejar sin prueba documental la
situación de la capilla fundadora, citaré un texto del Cabildo por si la
afirmación del cura Astrada fuese tenida en poco, sin razón. Ninguno de
mediana ilustración ignora en Corrientes que el Colegio y la Iglesia de
los Jesuitas ocupaban la manzana donde están hoy el Colegio Nacional
y la Aduana: calles Tucumán, Libertad, San Luis y la costa del río Pa­
raná. Cuando el Cabildo donó ese terreno a los. Jesuitas, lo señaló en los
términos siguientes: "La cuadra de sitio que cae a la parte del poniente
sobre la calle q' baja (Tucumán) a la Ermita del señor San Sebastián,
de la otra parte de dicha calle, y la calle que atraviesa para la plaza (Li­
bertad), que corre al poniente, con más otra cuadra que sigue inmedia­
tamente a dicha cuadra para ranchería” (Libertad y 25 de Mayo). La ca­
pilla estaba, pues, entre la calle Tucumán y el río Paraná. — Las pruebas
de los demás datos relativos a la construcción y cesión de la capilla, son:
la acta capitular de 18 de enero de 1593, que se encuentra en el archivo
de Corrientes; el extracto que hizo el regidor Sebastián de Casajús, en
1771, por encargo del gobierno general, de los documentos auténticos ha­
llados en poder de los Jesuitas y en el archivo del Cabildo.
Hay más contra la supuesta fundación en Pucará. ¿Quién hizo el
repartimiento de solares urbanos en la ciudad de Vera? El 18 de sep­
tiembre de 1785 pidió por oficio el Virrey, al Cabildo de Corrientes, "copia
” del reparto de los terrenos de la jurisdicción en tiempo de la fundación
" y de la Real Cédula en que el Rey hubiera hecho cesión de ellos a los
” fundadores para sus casas, labranzas, dehesas y criaderos de ganados,
” así como de la orden superior por la que se concedía al Cabildo el de-
" recho de hacer merced á los vecinos de sitios despoblados en la traza
" de la ciudad hasta su ejido”. El Cabildo contestó: “Informamos lo
que consta en nuestros libros capitulares antiguos y en los padrones que
se formaron en aquellos primeros tiempos de la fundación". De suerte
aue lo reproducido a continuación del mencionado informe, tiene por base
de certeza la documentación más antigua y auténtica de cuantas existan.
Dice el Cabildo: "El año 1588 fue fundada esta ciudad por el adelantado
” Juan de Torres de Vera y Aragón y habiendo formado la planta de la
” ciudad y repartido sus cuadras y solares para pobladores y descen-
” dientes se retiró, sustituyendo los empleos en el general Alonso de Vera
"y Aragón”. Queda, pues, evidentemente probado que Torres de Vera
163
hizo la planta de la ciudad de 1588 y repartió las suertes urbanas. Según
dicho repartimiento fueron construidas las primeras casas y se adquirió
el derecho de propiedad. Los gobernantes posteriores no repartieron cua­
dras y solares, porque ya estaba formado el padrón; lo único que hicie­
ron fue señalar a los nuevos pobladores las suertes que no habían sido
adjudicadas y las que vacaron por abandono de sus dueños, y repartir
lugares de chacras, dehesas y estancias fuera del ejido de la ciudad.
Lo prueba el mencionado informe del Cabildo, cuyo texto continúa en los
términos siguientes: “En el año 1590 el general Alonso de Vera empezó
" a repartir los terrenos para chacras y labranzas desde el ejido de la
" ciudad hasta diez o doce leguas sobre la costa del río Paraná y río de
” las Palmas y lo demás que media entre ambos ríos; el siguiente año
” prosiguió repartiendo las tierras para estancias y criaderos de ganados
” entre los pocos conquistadores y lo concluyó por el mes de noviembre
" de 1591. Estos primeros gobernantes (Juan de Torres y Alonso de Vera
”y Aragón) hicieron, corno expresan sus autos, el repartimiento en nom-
” bre del Rey Nuestro Señor y en virtud de sus reales poderes. Sucedié-
” ronles en los empleos (de toda la gobernación) don Bartolomé de San-
” doval, que el año 1595 prosiguió el repartimiento; Hernandarias de Saa-
” vedra hizo lo mismo (prosiguió) en 1598 y Diego Martínez de Irala (jus-
” ticia mayor) lo mismo, en 1607; que conforme se aumentó el número
” de pobladores que venían llamados por la comodidad y bondad de nues-
'' tro país les fueron repartiendo más terreno. Y de todo se formó el pa-
” drón en un cuaderno de cuyo principio (el repartimiento del Adelan­
tado) y fin incluimos a V. E. una copia, omitiendo lo demás por ser
” tanto volumen que no contiene otra cosa que el nombre de los sujetos
” a quienes se repartieron los terrenos, las dimensiones de ellos, sus lin-
' deros y rumbos. No se halla en nuestro archivo cédula real de cesión
” de los terrenos hecha por S. M., sino sólo de haberse hecho el reparto
” de acuerdo con los reales poderes y el apoyo de las leyes títs. 7 y 14 y
” 15, tít. 12, lib. 4 de las Recopiladas de Indias; como todo más latamente
” consta en una representación hecha por nuestro procurador general,
” cuya copia se remitió el año pasado al señor Virrey. Por lo respectivo
” a sitios vacíos de la traza de la ciudad hasta el ejido, el antecesor de
”V. E. en el empleo, por auto de 12 de junio de 1778, declaró no debían
'' ser denunciados a S. M. como realengos sino dados por la ciudad a
” quien fueron repartidos en la fundación”. Esta prueba es concluyente.
En 1785 existía completo el libro de todos los autos de repartimiento de
tierra en Vera, desde 1588 hasta 1607, principiando por el de solares y
terminando con el de estancias; el Cabildo de Corrientes le tuvo a la vista
para sacar los datos y las copias remitidos ai Virrey; el documento
auténtico calcado en él lo reemplaza acabadamente hoy que dicho libro
ha desaparecido, conservándose tan sólo fragmentos, y por él sabemos
cómo, cuándo y por quién se hizo en Vera el repartimiento de las suertes
urbanas. Ahora bien, si el Adelantado fundador formó la planta de la
ciudad, le dio ejido, repartió cuadras y solares; si, después de él repartió
chacras Alonso de Vera, desde el ejido de la ciudad; si Bartolomé de
Sandoval prosiguió el reparto e hicieron lo mismo Hernandarias y Mar­
tínez de Irala, es evidente que no hubo más repartimiento de solares que
el del Adelantado y que los sucesivos fueron de chacras, dehesas, estan­
cias, arrancando el primero del ejido, límite de aquél. La operación su­
cesiva era de ensanche natural y continuado a medida que los fundadores
arraigaban, aumentaban y extendían su dominación; principiada en la
ciudad por Torres de Vera y Aragón, terminó en el ejido; desde éste la
continuó Alonso de Vera, la prosiguió Sandoval, luego Hernandarias y
finalmente Irala. La base originaria y respetada fue la planta urbana dada
por el Adelantado. El Padrón destruye, pues, las afirmaciones del pro­
curador Figueroa: cuando en aquél no existía el nuevo reparto de su re­
ferencia y todos los relacionados guardaban armonía perfecta, no hubo
el repartimiento obligado por la supuesta traslación de la ciudad. La
164
conservación de los autos anteriores y posteriores a la época indetermi­
nada de la referencia de Figueroa —antes de 1598, hace entender— de­
muestra el cuidado con que fueron guardados y es de presumir que los
fundadores habrían dedicado el mismo celo al que los modificó, de ha­
ber él existido. Contra la posibilidad del extravío del nuevo auto de re­
partimiento de solares en consecuencia de la traslación de la ciudad, está
la armonía del Padrón, perfectamente relacionada con la planta de la acta
de fundación, lo cual no sucedería si la ciudad hubiese cambiado de lu­
gar, porque habrían también cambiado los puntos de arranque de las
reparticiones rurales.
Es probable que Figueroa tomase por nuevo repartimiento lo que
el Cabildo hizo cuando ciertos fundadores abandonaron la ciudad y lle­
garon otros: dar terrenos, ya de los abandonados o de los no adjudica­
dos en 1588. La petición del procurador Juan Gómez de Torquemada,
que Figueroa da por fundamento de su afirmación, me lo hace sospechar.
Tengo a la vista el pedimento de dicho procurador. Él no solicitó nuevo
reparto de sitios ni dio por razón que la ciudad hubiese cambiado de
lugar: reclamó que los solares abandonados fuesen adjudicados a otros,
a fin de fomentar la población; hé aquí sus palabras: “La paza estaba
” en yermo, mucha parte despoblada por razón de que estaba repartido
” sobre personas que no asistían y estaban ausentes de la ciudad y los
” pobladores estaban desviados de la plaza, por lo que mandé parecer un
" bando de manera que se pueble dicha ciudad pues tienen perdidos los
" dichos ausentes los dichos solares y sitios”. Como se ve, Torquemada
daba por subsistente la planta de la ciudad, no pretendía alterarla; su
empeño fue voblar la ciudad, agrupando los habitantes sobre la plaza;
a ese propósito quiso adjudicar los sitios abandonados próximos a ella
a los vecinos constantes que los tenían retirados. El bando que Torque­
mada “mandó parecer” en 1598 se apoyaba en otro que el gobernador
Juan Ramírez de Velazco “mandó pregonar” el 6 de setiembre de 1596.
Este gobernante bajó de Asunción con tropas para remediar las calami­
dades de Vera o cambiar el asiento de la ciudad, porque los pobladores
fugados daban noticias desesperantes. La situación era en verdad afli-
gente. no por el mal sitio de la ciudad, sino por la miseria de los vecinos,
la disminución de ellos y la guerra sin cuartel de los indios. Ramírez de
Velazco ratificó la ubicación de Vera: “Estando la dicha ciudad —de-
" cía— en tan buen puesto, sitio y lugar, para que no se despoblé ordeno
” que vuelvan a ella los vecinos que la abandonaron so pena de nerder sus
” solares y chacras sino vuelven y edifican en seis meses”. Esta reso­
lución fue pregonada por bando en la fecha ya indicada y de ella procedió
la legitimidad del bando de Torquemada en 1598. En el archivo de Co­
rrientes está el documento. Comparadas las razones del gobernador para
sostener la fundación del Adelantado y las expuestas por Figueroa des­
pués de un siglo para decir que hubo necesidad de mudarla, se ve que
el último escribió falsedades: buen puesto, sitio y lugar, vio el primero;
montuoso y arriesgado por los asaltos del enemigo y otras incomodidades
contó el segundo haber sido lo que no vio.
El autor de Recuerdos históricos pide para convencerse documentos
anteriores a 1598; en el núm. 164 de El Litoral dice: “Bueno sería co­
nocer documentos anteriores a 1598 que dijeran que la ciudad no fue tras­
ladada”. La resolución del gobernador Ramírez de Velazco da más de lo
exigido: encomia la situación de la ciudad y ordena el fomento de su po­
blación. Tengo otra prueba del mismo año del escrito de Torquemada.
El 23 de junio de 1598, Hernandarias de Saavedra, a la sazón en Vera,
hizo donación al escribano Nicolás de Villanueva (el de la fundación)
de "un solar en la traza de esta ciudad, lindante con los de Juan Gómez
"Torquemada (el Procurador) y Blas de Leís, esquina de la plaza, y ra-
” tificó las donaciones de sus hijas Isabel de Miranda, María de la Tri-
” nidad, Beatriz y Juana de cuatro solares, todo que se dio cuando se hizo
" la traza de esta ciudad". Algunos de estos bienes fueron vendidos en
165
1639, refiriéndose siempre las escrituras a la traza de la ciudad. Según el
Padrón, la traza fue hecha por el Adelantado en 1588 y él mismo repartió
los solares; según Ramírez de Velazco, la ciudad estaba en el año 1596
“en buen puesto, sitio y lugar”, según el título de la donación, los solares
estaban “en la traza” el año 1598 y procedían del reparto “cuando se hizo
la traza”; según la escritura de venta, la traza era la misma en 1639. La
ciudad permaneció, pues, en el sitio de la fundación.
Me parece imposible que en presencia de lo expuesto, se insista en
dar valor a la exposición de Figueroa. Agregaré, sin embargo, para abun­
dar, observaciones sobre la invariabilidad del ejido de la ciudad, desde
donde principió Alonso de Vera y Aragón el repartimiento de chacras en
1590. Dice una acta capitular de 5 de junio de 1690: “Habiendo recono-
” cido y medido las tierras de chacras del pago que fue de Santa Catalina
" y que pertenecieron por herencia a doña Inés de Mancilla, para darlas
" a la Compañía de Jesús, con el padrón en la mano, se cogió dicha me-
” dición del ejido de la ciudad, según lo dispuesto en dicho padrón". No
habría sido posible la medición de 1690 según el Padrón de 1591 si la
ciudad hubiese cambiado de lugar; para la coincidencia de las dos ope­
raciones era indispensable arrancarlas del mismo punto, y si Vera tuvo
su primer asiento en la Columna, el ejido de ella en 1591 no hubiera co­
rrespondido al de 1690, porque el retiro de la población habría dejado un
vacío entre los extremos, avanzando al mismo tiempo la ciudad en ex­
tensión igual sobre las suertes de chacras repartidas "río arriba”, con
arranque desde el ejido por ese lado. Demostrar que no hubo avance
sobre las suertes de "río arriba” es completar la prueba de la invariabi­
lidad del ejido. El 6 de marzo de 1692 se presentó ante el teniente go­
bernador de Corrientes, capitán Gabriel Toledo, el sargento mayor Fer­
nando Polo, vecino feudatario, e hizo donación a la Compañía de Jesús
de “doscientas varas de medir de Castilla de tierra de una suerte de cha-
” era, río arriba, de esta ciudad, que compré (habla él mismo) al capitán
" Juan Ramírez, mi tío, y consta en el padrón ser de Luis Ramírez, su pa-
” dre mi abuelo, que linda por la parte de arriba con suerte de tierra de
” Juan Yaques y por la parte abajo con suerte de Sebastián de Estiga-
” rribia”. Consultado el Padrón del repartimiento de chacras, se encontró
que la suerte correspondía a la treinta y seis del auto de 18 de setiembre
de 1591: estaba como decía Polo sin conocer el Padrón y sin tener docu­
mento entre las de Yaques y Estigarribia, y tenía doscientas varas. De
ese lado de la ciudad, también tomó Alonso de Vera y Aragón el ejido
como punto de arranque del repartimiento, ubicando las suertes unas
después de otras, sin intervalos, con frente sobre el río Paraná, subiendo
siempre la costa. Los Jesuítas adquirieron la propiedad y se les dio como
título la declaración del donante. El caso de Polo no fue único; ocurrió
lo mismo con la suerte adjudicada al capitán Juan de Sumárraga: por
abandono de él cupo a Francisco Ramírez, a éste le sucedió su hijo
del mismo nombre y a él Pascual Ramírez, quien la donó a los Jesuítas.
Hubo, pues, igualdad completa entre el Padrón de 1591 y los límites
y la situación de las propiedades gozadas durante un siglo, transmiti­
das sucesivamente por herencia, venta y donación; más que eso, aún:
el Padrón de 1591 fundaba el derecho de propiedad en 1692. En con­
secuencia, el ejido dado a Vera por el Adelantado fundador era el mismo
de la ciudad de Corrientes en 1692.

III — Queda llenado mi objeto principal; pero no huelga concluir este


artículo con ciertas rectificaciones y observaciones accesorias.
Dije en Ciudad de Vera: “En las proximidades de las siete co-
” rrientes moraban pueblos guaranís mansos y agricultores, de proceden-
” cia guaireña”.
El autor de Recuerdos históricos escribe: “No parece verosímil esa
” procedencia hasta la fundación. En la Guairá mandó fundar Irala en
166
” 1554 la Villa de Ontiveros; después la Ciudad Real; en 1575, Villa Rica
" del Espíritu Santo. Los Jesuítas habían formado también 13 pueblos
” en toda esa población dulce y agrícola de guaraníes de la Guairá. No
” es creíble que en tales condiciones ella hubiese emigrado de esas co-
” marcas hacia la de Corrientes. Hay probablemente un error en supo-
" nerse guaraníes de la Guairá, poblados en el sitio de Corrientes a su
” fundación”. No ha entendido lo que pretende rectificar. ¿De dónde
vinieron al territorio correntino los guaranís encontrados por los con­
quistadores? ¿Surgieron en él por generación espontánea? Respondí a esta
cuestión atribuyéndoles procedencia guaireña, porque no brotaron de la
tierra ocupada como los árboles, ni me parece probable que su nido
primitivo próximo haya sido el Chaco, el Paraguay o el Oriente del río
Uruguay. El sabio Martins designa el triángulo entre los ríos Paraná y
Paraguay por asiento primitivo de la familia guaraní, que se extendió a
todos los rumbos del continente; otros escritores sostienen que el núcleo
autóctono de la raza estuvo en el norte del continente sur y que la migra­
ción dominadora de las regiones brasileña, paraguaya y rioplatense hizo
del Guairá el centro de su poder invasor. En verdad, es un misterio aún
el origen de la raza guaraní; la teoría menos violenta en mi concepto
es la que asigna a la migración primitiva de ella un movimiento de norte
a sur. Pero, en uno u otro caso, el Guairá resulta centro originario de
población respecto a las regiones próximas; su propio nombre así lo
indica: pepinera de hombres, le traduce Angelis, sin contradicción. Los
aborígenes encontrados por Caboto, Ayolas y los conquistadores sobre
la costa del río Paraná perteneciente a las siete corrientes, presentaban
semejanza completa con los del Guairá y entre ellos no se interponían
otros pueblos distintos, mientras que se diferenciaban de sus demás ve­
cinos. Este hecho unido al papel anticolombino asignado al Guairá funda
la procedencia guaireña de los indios de las siete corrientes. ¿Por qué
emigraron? En virtud de la ley de la expansión humana, que empuja hacia
regiones vacías o mejores cuando las necesidades de la vida no son lle­
nadas en el viejo teatro de ella. El contradictor de mi opinión no deter­
mina el origen de los indios.

Se dice: "El acta de fundación no designó la ubicación de la ciudad sino


" solamente dio la denominación del lugar o comarca en que se compren-
" dió la fundación”.
Increíble parece leer esto, cuando la acta dice: “Fundo y asiento
" y pueblo la ciudad de Vera en el sitio que llaman las siete corrientes...

" Nombro alcaldes, regidores, procurador de ciudad, mayordomo de ella...


"Tomó el Adelantado juramento de los dichos alcaldes, regidores, procu-
” rador y mayordomo... Nombraron y situaron el sitio para la iglesia ma-
"yor... Dieron por advocación (a la ciudad) Nuestra Señora del Rosario...
” En la mitad de la plaza mandaron fincar un palo para el Rollo...
"Andando por el campo de la ciudad nombraron y eligieron por ejido
” de ella cese de las cuadras que señaló hasta un cuarto de legua: con
” todo lo cual acabó y feneció y fundó la dicha Ciudad, Iglesia, Horca y
" Ejido”. ¿Es de buena o de mala fe la equivocada afirmación?

Se dice: “El doctor Mantilla nos ha asegurado, cálamo cúrrente, que


” según el acta de 3 de abril de 1588 el Adelantado había fundado el fuerte
” en la plaza central de Corrientes”.
Ésta es una intencionada adulteración de mi escrito, cuyo texto re­
produzco: "La primera construcción levantada en VERA fue el Füerte,
en el paraje que ocupa el Cabildo actual: una fortaleza de palo a pique
con capacidad para la tropa. Juan de Vera no abandonó la ciudad mien-

167
tras no terminó ese trabajo”. No cité la acta de fundación, porque
el dato no está en ella, sino en un memorial de Juan Alonso de Vera y
Zárate.
***

Se dice: "Por un texto de Lozano y las declaraciones de 1713 se confirma


” la existencia de un destacamento en Arazaty, con fuerte preparado, a la
" llegada del Adelantado”.
No existe tal texto de Lozano; ni las declaraciones de 1713 para for­
mar la “Historia de la Cruz”, contienen semejante afirmación.
Se dice: “Alonso de Vera estaba ausente el día de la fundación y
por eso no firma el acta”. No firma el acta Alonso de Vera y Aragón,
porque únicamente correspondía suscribirla al Adelantado, al Cabildo y
al escribano; Navarrete, Cáceres y Gallo firmaron como testigos el auto
del asiento, no como fundadores; fueron ellos los testigos y no Alonso,
porque eran las tres más altas dignidades de la gobernación, después
del Adelantado. Es indudable que Alonso de Vera se encontró en la fun­
dación, porque el día 4 de abril fue nombrado Capitán general y Justicia
mayor de la ciudad, y en el acto se hizo cargo de sus funciones.

Se dice: "El refuerzo del Paraguay a Vera, después de la fundación


(según cuenta Lozano) fue la tropa del Adelantado”.
Lozano no cuenta que el Adelantado viniese de refuerzo a Vera
después de la fundación; es inocente de tan enorme dislate. Si el Adelan­
tado fundó Vera y se marchó a Buenos Aires, ¿cómo habría llegado del
Paraguay y en refuerzo de Vera, después de la fundación hecha por otro?
El socorro de que habla Lozano es el que Alonso de Vera y Aragón pro­
curó personalmente en el Paraguay, por orden del Cabildo, a los princi­
pios de 1591: comisión de que dio cuenta el 5 de abril del mencionado
año, según consta en una acta capitular de aquel día. El auxilio obtenido
consistió en "40 soldados, caballos, ganados y haber hecho liga con Alonso
de Vera y Aragón (el "Cara de perro”) y Felipe de Cáceres, teniente de
Santa Fe, para castigar a los guaranís que mataron unos españoles en
la “Mandioca”. A consecuencia de la alianza del Justicia Mayor de Co­
rrientes con su primo del mismo nombre, que mandaba en el Paraguay,
este último despachó después otros 80 soldados con indios amigos
al encuentro de los cuales salió por tierra el primero "con 50 soldados
y todos los demás amigos, quedando la ciudad guardada con 40 solda­
dos”. Repito: esto ocurrió tres años después de la fundación del
Adelantado.

Se dice: "El doctor Mantilla confunde las cosas cuando asegura que
” el Adelantado mandó por tierra ganados, porque el ganado se intro-
" dujo en 1591”.
No he inventado el dato, ni he confundido hechos distintos. La
introducción de ganado bovino y equino en 1588 es hecho que resulta
de un memorial del hijo del Adelantado sobre los servicios de su padre,
y está comprobado por una acta capitular de Vera de 7 de noviembre
de aquel año. Dicho día, el Cabildo apercibió a Héctor Rodríguez
en su calidad de “fiador” de Asencio González, “guarda de las vacas del
" común para cualquier las recoja hasta cumplir su año, y así mismo
” a Rafael Jarel como fiador que fue de Gaspar de Portillo guarda de las
"yeguas y caballos busque y a su costa proverán quien lo recoja vacas,
’’ yeguas y caballos”. Si tales especies existían, es claro que fueron las
mandadas por el Adelantado, según indica el memorial de su hijo; y
agregó: conducidos por Hernandarias de Saavedra, según consta en su
168
foja de servicios. Alonso de Vera y Aragón introdujo la segunda partida
de ganado en 1591, cuando regresó del Paraguay con los auxilios pedidos
allí por orden del cabildo.
Dejo reducidos a lo que valen los Recuerdos históricos y el Apén­
dice de mi contradictor.
M. F. Mantilla.
Corrientes, 1888.

(Publicado bajo el título de Antigüedades, en el periódico La Li­


bertad, de la ciudad de Corrientes, año VIII, Nros. 811, 812, 813, 814, 815
y 816, del 25 de febrero al 9 de marzo de 1898. — Nota del Editor.)

NOTAS ACLARATORIAS
por Hernán F. Gómez

1 Esta gacetilla de Las Cadenas muestra la pasión que se puso en estos


asuntos. En el libro Colección de datos y documentos referentes a Misiones
como parte integrante del territorio de la provincia de Corrientes, publicado
por el Poder Ejecutivo en Corrientes, imprenta La Verdad, en 1877, diez años
antes, corre en página 2 parte del acta de fundación de la ciudad de Corrien­
tes, y la consignación de que el acta es tomada del libro La Patagonia y las
tierras australes del Continente americano, escrito por el doctor Vicente G.
Quesada (ed. Buenos Aires, 1875). El doctor Quesada vivió en Corrientes du­
rante el gobierno del doctor Juan Pujol, a cuya provincia representó en el
Congreso de Paraná. En cuanto a la compilación de los documentos sobre
Misiones, fue obra del doctor Contreras.
La resolución del Adelantado, de retirarse en 1587, no está documentada.
Pero es sabido que luego de fundar a Corrientes fue a Buenos Aires y luego
a Charcas. Ignoramos su ida a España. Pero luego de renunciar su adelan-
tazgo vivió en Charcas, donde quedaron sus descendientes directos y colatera­
les. Le sucedió en el mayorazgo familiar su hijo Juan Alonso de Vera y Zárate,
quien se tituló adelantado aun cuando no ejercitó esas funciones. Sus descen­
dientes se dispersaron por la zona del Plata, a la que dieron relieve político -
moral en la época de la Colonia y más tarde en el gobierno de las provincias
argentinas. En 1569 reclamaron del rey Felipe III indemnización por pérdida
de la dignidad y regalías del Adelantazgo.
Este hijo del fundador de Corrientes, en su residencia de La Plata, donó
en 1633 (5 de junio) todos sus derechos a los ganados alzados que existían en
la jurisdicción correntina, a los religiosos de Jesús y sus indios. Tal fue la
causa de las usurpaciones de la jurisdicción correntina hecha por los jesuítas,
de sus penetraciones violentas y de un conflicto judicial interminable. Si los
ganados alzados descendían de aquellos que trajo Juan Torres de Vera y Ara­
gón al fundar la ciudad, también lo eran del ganado de los pobladores inicia­
les. El dominio difícil de individualizar se asignó en acciones, en que también
se hizo presente el común o sea la ciudad, dueña de los terrenos de pastoreo.
2 La fundación de Corrientes correspondió a todo un plan de colonización.
El Adelantado, cuando la fundó, no pensaba, entonces, en renunciar. Además,
el Adelantado ejerce una función en virtud de un contrato con la Corona, en
el que financia los gastos de la empresa y entra a ser socio del Rey en los
beneficios por tres vidas. Si Juan de Vera pensaba renunciar, no habría hecho
los gastos de fundar a Corrientes.
3 El rio Paraná no se bifurca: nace en la unión del Alto Paraná y del
Paraguay. Lo que pasa es que el río Paraguay mezcla sus aguas en dos tiem-

169
pos: en la boca principal (Cerrito), paraje llamado las Tres Bocas, y por el
riacho Ancho o Atajo, al oeste de la isla Cerrito, cuya desembocadura está
frente a Corrientes, entre las islas Cerrito y Antequera. La navegación era
dominada sobre todo por los payaguás, que antes habían atacado a Caboto.
4 Las tribus guaraníes agricultoras ocupaban las tierras de formación are­
nosa, flojas, pues sus útiles de trabajo eran de madera. Las tierras gredosas
y negras eran cazaderos de las naciones nómades, pero cuya vecindad a las
primeras las hizo guaranizadas en el sentido de la técnica y lenguaje. Pero
no eran pueblos mansos, categoría que no existió entre los indígenas de la
Cuenca del Plata. Los guaraníes eran sedentarios, en el sentido de que domi­
nada la tierra quedaban en ella; los nómades a quienes se desapoderaba de
sus cazaderos, buscaban nuevas tierras abandonándolas al español. Pero vol­
vían a vengarse y saquear. La buena disposición a que se alude es la ayuda
de alimentos que la tribu de guaraníes de Yaguarón, en el actual Itatí, hizo
a la expedición de Caboto, pero no podrá citarse acto alguno posterior que
revele una política de acercamiento del autóctono hasta el milagro de la Cruz.
5 Siempre a condición de que la ciudad se mantenga en el tiempo, impo­
niendo el orden a las masas indígenas. Y ésa fue la epopeya de Corrientes:
lo consiguió, no por el auxilio sistemado de los grupos españoles de fuera,
sino por la acción valiente de sus pobladores, en que se unieron las razas
vencedora y vencida bajo el signo de la Cruz.
6 La expedición fue respetable, como lo había sido la de 1585, encargada
de la fundación de Concepción del Bermejo. Pero el Adelantado no debía man­
darla, sino el capitán Alonso de Vera y Aragón, como así fue. Ver texto de
la protesta del Adelantado en 28.III.15S8. El poderío fue respetable para con­
quistar, no para colonizar y subsistir, como lo demuestran las medidas toma­
das en las reuniones capitulares de 4 de abril de 1588 y siguientes.
7 Por eso, para vencer al poder de los payaguás que dominaban el río
frente al paraje Siete Corrientes, vino poderosa la expedición de Alonso de
Vera y Aragón. Las veintiocho balsas del texto aluden a una construcción
de piso plano, que se colocaba sobre dos canoas fuertes, en que venían hom­
bres y pertrechos. Generalmente, sobre el piso que unía las canoas se cons­
truía una casilla, para defender de las inclemencias del tiempo. De ahí que
fueran 28, pues no podían ser muy grandes. Se usaron por mucho tiempo,
en los siglos XVII y XVIII; las describen los Padres Jesuitas en sus cartas anuas.
Estas balsas no exigían el empleo de mucho hierro, clavos y planchuelas, que
tanto faltó a los conquistadores. El Adelantado viajaba independientemente en
cómodo bergantín, en el cual, instituida la ciudad, siguió viaje a Santa Fe y
Buenos Aires.
8 Esta partida enviada por tierra vino a las órdenes de Hernando Arias
de Saavedra, quien el 7 de abril de 1588 está en Corrientes, según una notifica­
ción que el Cabildo le hizo. Ya el Adelantado había seguido viaje a Santa Fe.
De Asunción del Paraguay a Corrientes, con arreo de ganado y medidas defen­
sivas del indio nómade del tránsito, no se debió tardar menos de tres meses,
y así lo expresa Hernandarias en una de sus divulgadas relación de servicios.
Hernandarias era un experto en estas travesías; ya antes, en 1583, había man­
dado la expedición por tierra que llevó al ganado para la fundación de Concep­
ción del Bermejo. Para llegar a las Siete Corrientes en 7 de abril, debió salir
de Asunción a fines de diciembre de 1587 o primeros días de enero de 1588.
9 Conclusión muy curiosa y no exacta. Ya hemos dicho que los guaraníes
no eran mansos, eran sedentarios, porque viven en una tierra y tienen la idea
de su propiedad. Sus formas sociales dependen de la tierra que ocupan. Ellos
ocupaban las lomas, o sean las formaciones arenosas y flojas del paraje, hoy
ejido agrícola de la ciudad de Corrientes. Y precisamente, para no ofenderlos,
Alonso de Vera y Aragón desembarca en el Arazatí, que es punto de tierra negra
y de bosque. La geografía es inseparable de la historia, y el drama humano
ocurre en la tierra.
170
"Los hechos se aclaran perfectamente cuando distinguimos el poblamiento
de la erección de una ciudad. El poblamiento, o sea la ocupación, el contralor
de recursos naturales, el hacer pie firme y hasta la elección del lugar para la
planta de la ciudad, lo hace el capitán Alonso; luego, meses o días después,
llega el Adelantado, hace el trazado en ceremonia solemne, levanta el rollo de
la justicia y establece el Cabildo. Esto es, funda la ciudad creando el núcleo
político o sea el común, el Cabildo, acto independiente de poblar el paraje; es el
espaldarazo que arma para la vida pública. Y ése es el alto merecimiento de
Juan Torres de Vera.
“ El acta prueba y describe la ceremonia de creación de la ciudad; es lo que
decimos. Hoy mismo, después de años de existir, las leyes dan a un vecindario
las formas del gobierno local y surge el municipio. El Adelantado, represen­
tante del Rey, era quien podía erigir en ciudad a un vecindario en formación.
Queda lo de Ciudad de Vera. A este respecto remitimos al lector a lo expuesto
en el capítulo "Provincia de Vera”.
A pesar de ser numerosos los cronistas que afirman que la ciudad de
Vera se denominó así por el apellido del Adelantado, no aceptamos lo enunciado,
que carece de documentación. Si la Audiencia de la Plata le discutía el derecho
de dar mando a sus parientes dentro del cuarto grado, con más razón no le
permitiría dar su nombre a una fundación, lo que no hizo en toda América
adelantado alguno.
Cuando en 28 de marzo de 1588 labra el Adelantado su protesta ante el
proveído de la Audiencia Real de la Plata, dice que su sobrino, el capitán Alonso,
está poblando la ciudad de Vera. El enunciado corresponde a una referencia
geográfica que a nadie alarma en aquel acto, porque, en efecto, desde los tiem­
pos de Alvar Núñez Cabeza de Vaca se denominó provincia de Vera a la exten­
sión que quedaba entre el océano Atlántico y el eje fluvial Paraguay - Paraná.
Así consta en los mapas usados por el doctor E. S. Zeballos, como representante
argentino en el debate con el Brasil, por territorios de la vieja Misiones. Toda
esa enorme extensión no tenía ciudad que le sirviera de núcleo político - admi­
nistrativo.
El nombre de provincia de Vera le fue asignado por Alvar Núñez al tomar
posesión de esas tierras en nombre del rey; trátase de un enunciado geográfico
que coincidió con el apellido del Adelantado.
12 Véase lo que tenemos dicho sobre el acta de fundación, de la que se
conocen actualmente tres textos completos.
13 El acta original no está en el archivo de la provincia. Ver lo que hemos
expuesto.
14 La ironía del autor prueba la pasión política que estaba en el fondo de
la polémica.

171
DOCUMENTOS DE FRAY JUAN NEPOMUCENO ALEGRE
(Corrientes, 1857)

DOCUMENTOS RELATIVOS A ESCLARECER


EL DESCUBRIMIENTO DEL FUERTE
CONSTRUIDO POR LOS PRIMEROS POBLADORES

Corrientes, Enero 11 de 1857.


El Delegado Eclesiástico,
al Exmo. señor Gobernador de la Provincia,
doctor don Juan Pujol.
He tenido el honor de instruirme de la nota que con esta fecha he
recibido del señor Cura de San José y encargado del Santuario de la Cruz
R. P. Fray Juan N. Alegre, cuyo tenor es como sigue:
‘‘El Cura de San José. / La Cruz, Enero 11 de 1857. / Al Sr. Delegado
Eclesiástico de la Provincia, etc. / Con esta fecha he tenido la felicidad
de descubrir algunos fragmentos, que atestiguan con mucha probabilidad
que sean de la trinchera levantada por los primeros y esforzados veinti­
ocho soldados fundadores de esta Capital, sobre la misma barranca del
puerto de la Columna, y que hasta ahora no había podido descubrirse de
un modo positivo el punto fijo donde el Todopoderoso hizo ostentación del
poder de su diestra, con el portentoso Milagro de la Santísima Cruz que
veneramos. / En esta virtud ocurro a V. S. se digne disponer lo convenien­
te para autentizar con testimonios fehacientes la verdad de mi exposición,
para mayor honra y gloria de Dios y honor de nuestra Provincia. / Dios
guarde a V. S. muchos años. / Fray Juan N. Alegre."
José M. Rolón.

Corrientes, Enero 15 de 1857.


1a
El Gobierno, al señor Juez de Instancia en lo Civil
don Matías Carreras
El Gobierno ha tenido a bien por la presente, comisionar a V. E. en
bastante forma para que, asociado de algunos vecinos, se digne proceder
a la brevedad posible, a levantar un acta relativa a esclarecer los hechos
de que habla la nota de S. S. el Delegado Eclesiástico, en que se trans­
cribe otra del R. P. Fray Juan N. Alegre, participando la circunstancia de
haber encontrado providencialmente un local en que aparecen escombros
y fragmentos que atestiguan, con mucha probabilidad, que sean los mis­
mos que sirvieron de fuerte o trinchera a nuestros primeros padres en
su heroica defensa contra los gentiles, y el mismo donde tuvo lugar el
portentoso Milagro de la Santa Cruz que veneramos bajo la misma ad­
vocación; debiendo V. S. al mismo tiempo elevar a noticia del Gobierno
todo lo obrado para los fines que estime conveniente.
Dios guarde a V. S. muchos años.
JUAN PUJOL.
Wenceslao D. Colodrero.

'Archivo del doctor Juan Pujol, tomo VII, pág. 65 (ed. G. Kraft Ltda.,
Buenos Aires, 1911).
173
Puerto de la Columna, 16 de Enero de 1857.
Señor Escribano Público de Juzgados
don Juan F. Poissón
En esta misma mañana, y en este lugar del descubrimiento al pie
de la parte exterior de las ruinas del muro, encontré una flecha o saeta,
la que confirma más y más la invención del local positivo del triunfo de
nuestros primeros padres sobre los indígenas salvajes a virtud de la San­
tísima Cruz que veneramos con el augusto título de este milagro.
Con el trabajo de todo este día queda este lugar más patentizado
para los fines que haya lugar, etc. Lo que participo a usted para que
se digne elevar a conocimiento del señor Juez.
Dios guarde a usted muchos años.
Fray Juan N. Alegre.

A C T A

En este puerto de Arazaty, a un minuto y treinta segundos al noro­


este de la Ciudad de San Juan de Vera, de las siete corrientes, compa­
recimos, y reunidos los infrascriptos, el señor don Matías Carreras, Juez
de 1a Instancia en lo Civil, leyó en alta voz los documentos que autó­
grafos acompañan la presente, bajo los números: 1º) Nota del Cura de
San José Fray Juan N. Alegre del Orden Seráfico al señor Delegado Ecle­
siástico de la Provincia, doctor don José María Rolón, anunciándole que
"ha tenido la felicidad de descubrir algunos fragmentos que atestiguan
con mucha probabilidad que sean de la trinchera levantada por los pri­
meros y esforzados veintiocho soldados fundadores de esta Capital, sobre
la barranca del puerto de la Columna”. — 2°) Nota del Delegado Ecle­
siástico al Exmo. señor Gobernador de la Provincia, doctor don Juan
Pujol, dando cuenta de la nota anterior del Reverendo Padre Fray Juan
N. Alegre, fecha 11 del corriente, pidiendo “se digne el Superior Gobier­
no secundar los esfuerzos laudables del Padre Alegre para la aclaración
de un hecho tan importante, comisionando a algunos individuos respeta­
bles que hagan las convenientes indagaciones, y reconocimiento por pe­
ritos de los fragmentos que se han descubierto”; fecha esta nota el mismo
día 11 de la anterior. — 3°) Oficio del Superior Gobierno, fecha 15 del
corriente, al señor Juez de 1a Instancia en lo Civil, don Matías Carreras,
por el que se le comisiona en bastante forma, para que "asociado de al­
gunos vecinos, proceda inmediatamente a levantar un acta relativa a es­
clarecer los hechos de que habla la nota del Padre Alegre citada bajo el
n. 1º y la de S. S. el Delegado Eclesiástico bajo el n. 2°, debiendo al mis­
mo tiempo elevar a noticia del Gobierno todo lo obrado para los fines
que estime conveniente”. — 4º) Nota del R. P. Fray Juan N. Alegre, fecha
16 del corriente, al señor Escribano Público de Juzgados, don Juan Fran­
cisco Poissón, manifestando que “en el mismo lugar del descubrimiento,
al pie de la parte exterior de las ruinas del muro, se ha encontrado una
flecha que confirma más y más la invención del local positivo del triun­
fo de nuestros padres sobre los indígenas salvajes a virtud de la San­
tísima Cruz que veneramos con el augusto título de este Milagro, y di­
ciendo que, con el trabajo de todo el día, queda este lugar más paten­
tizado para los fines, etc."
Asociado el señor Juez de 1a Instancia en lo Civil, don Matías Ca­
rreras, de los Ingenieros don José Caballero y don Tomás Dulgeon, del
arquitecto don Nicolás Grosso, el doctor don Amado Bompland y demás
respetables ciudadanos suscriptos, ante el Escribano que autoriza la pre­
sente, don Juan Francisco Poissón, procedimos al reconocimiento del mu­
ro que hasta el presente se halla descubierto, teniendo de norte a sud
cincuenta varas castellanas de longitud, de este a oeste por ambas ex­
tremidades seis varas de latitud, formando un área cuadrangular, y una

174
vara de altura a una de profundidad bajo de tierra, siendo las paredes
construidas de piedra tosca cortada, de la [misma] de que está forma­
da la barranca a la costa del río, habiendo hallado una gran porción de
fragmentos de loza, de tiestos de barro que por su material exclusivo
se reconoce ser trabajado en el Paraguay, donde hasta hoy se conserva
por los indios guaraníes la costumbre de elaborar del mismo material
y forma de los tiestos, cuyos fragmentos en gran cantidad reconocimos,
y una estacada de palo a pique de cincuenta varas castellanas de lon­
gitud en dirección de sud a norte trabajada i dispuesta del mismo mo­
do que consta, que lo hacían los primitivos españoles al tomar posesión
de estos lugares, como se ve también comprobado en las trincheras de
las guardias o fortines de la vecina República Paraguaya, donde hasta
hoy se conserva en esto la costumbre primitiva. — Hecho un examen
prolijo de lo que dejamos referido, considerada la historia que conser­
vamos : que “algunos españoles a cargo de don Alonso de Vera el Tupí,
sobrino de don Juan Torre de Vera y Aragón, bajaron desde el Paraguay
para principiar una Ciudad en la costa Oriental del Paraná, como lo efec­
tuaron, poniendo los fundamentos de ella a la altura de 27° 43' y 318° y
57' de longitud según las observaciones del Padre José Quiroga, denomi­
nándola San Juan de Vera de las Siete Corrientes. — La llamaron San
Juan por ser éste el precursor de Jesucristo, de Vera por el apelativo
del comisionado y de las Siete Corrientes por otras tantas en que parece
dividirse el río. — Habiendo los primeros españoles tomado posesión
del sitio, eligieron el Sacrosanto madero de la Cruz en paraje algo dis­
tante del fuerte, que levantaron para reparo contra los infieles" (Historia
antigua y moderna del río de la Plata, ilustrada con notas y disertacio­
nes por Pedro de Angelis, § XII). Corroborada la autoridad histórica
por una información levantada en esta Ciudad de San Juan de Vera, el
año del Señor 1713, a petición del mayordomo, en aquella fecha, de la
Santa Cruz del Milagro, Sargento Mayor don Fernando de Alarcón, y
tomada por el señor Ministro don Tomás de Salazar, Cura propio de na­
turales de la Parroquia de San Roque de la Ciudad de Santa Fe, y Juez
Eclesiástico de ésta, con objeto de esclarecer los milagros obrados por
la Santa Cruz, presentó un interrogatorio, cuya segunda pregunta es del
tenor siguiente: "Digan si saben o han oído decir, que abiendo venido
los' españoles cristianos al descubrimiento, conquista y pacificación de
estas Provincias, se situaron en el mismo paraje donde hoy está la Ca­
pilla de la Santa Cruz, por ser tan corto su número que no pasó de vein­
tiocho soldados con su cabo, y el del enemigo infiel superior, que pasaba
de seis mil; levantaron para su defensa un fortín de palenque y rama
donde estuvieron atrincherados, anteponiendo la fábrica de dicha Santa
Cruz, de madera, enarbolándola en frente de la portada a la parte de
afuera, en que fijaron la esperanza de sus victorias”, y a la vez los testi­
gos: 1°) El Capitán don Gregorio Rojas, vecino de esta Ciudad y uno de
los firmantes de ella, edad 50 años, quien satisfizo a la segunda pregunta
del interrogatorio diciendo “que sabe por noticias que le han dado sus
antepasados y personas que han conocido de mucha edad que cuando
los españoles cristianos vinieron a descubrir esta tierra, fue tanta la mul­
titud de indios infieles que los acosaron, que se vio obligada una partida
de veintiocho hombres con su cabo a levantar una trinchera que les ser­
vía de guarnición, y que pusieron una Cruz fuera de ella, y que luego
fueron sitiados de dichos enemigos”. — 2°) El Capitán don Juan Díaz
Moreno, vecino de esta Ciudad, edad sesenta años, que dijo “que sabe
por noticias que están difundidas por todo el reino, que habiendo venido
al descubrimiento de estas Provincias y queriendo poblar este hemisfe­
rio los españoles cristianos, se situaron en el mismo paraje donde hoy
está la Capilla de la Santa Cruz y que levantaron una fortaleza, cual su
posibilidad y tiempo les permitió, y que antes de entrar en ésta, fabri­
caron una cruz de madera y la fijaron frente a la puerta como a un tiro
de escopeta”. — 3º) El testigo Sargento Mayor don Pedro Mareira, vecino
175
feudatario de esta Ciudad, edad noventa y ocho años, que respondió
“que sabe por noticias que le dieron sus padres y antepasados: como
habiendo venido a pacificar estas tierras los primeros españoles cristia­
nos, hicieron mansión en el mismo paraje donde está hoy la Capilla de
la Santa Cruz del Milagro, y viéndose acosados del enemigo infiel, hicie­
ron para su defensa un fuerte pequeño de estaca y ramas, poniendo an­
te todas las cosas la Santa Cruz, a la parte de afuera como afianzando
su mayor escudo en ella”. — 4°) El Capitán don Gaspar Fernández, ve­
cino y natural de esta Ciudad, edad cincuenta y ocho años, quien con­
testó “que tiene noticia de los hombres de mucha edad que ha conocido,
que la Cruz la fabricaron los primeros pobladores de estas tierras antes
que levantasen el fortín”. — 5°) y último testigo el Sargento Mayor don
Alejandro Gómez de Meza, vecino encomendero de esta Ciudad, edad
cuarenta y cuatro años, que satisfizo el interrogatorio diciendo “que sa­
be por noticias memorables que habiendo venido los españoles a descu­
brir y pacificar estas tierras, hicieron mansión en el mismo paraje donde
hoy está la Capilla de la Santa Cruz, y viéndose cercados de los muchos
indios infieles, formaron para su defensa un fuerte pequeño, levantando
primero la Santa Cruz”.
Consta, pues, de lo expuesto que a inmediaciones de la Cruz estuvo
el fuerte construido por los primeros españoles. Averigüemos hacia qué
punto debieron éstos levantar el baluarte para su defensa. Felizmente
existe, para punto de partida, una columna de orden compuesto construi­
da en conmemoración de la Hermita, donde se prestaron las primeras
adoraciones al Sacrosanto madero de los Milagros, colocada al este de
la orilla, a una distancia de ésta de doscientas cincuenta varas castellanas.
Se ve claramente que las aguas del “Paaranamá” (pariente del mar),
o sea del Paraná, formaron en este puerto de Arazaty (Monte de guaya­
ba) un gran seno donde probablemente desembarcaron los españoles, no
sólo para abrigo de sus embarcaciones, sino que también siendo la ba­
rranca en este sitio de una altura dominante, eligieron este lugar para
su resguardo personal.
¿Hacia qué dirección del punto de partida tomado pudieron los pri­
meros españoles construir su fortificación y estacada? Sólo al oeste,
hacia la orilla del Paraná; porque siendo tan reducido el número de nues­
tros primeros padres en ésta, y tan numerosas las nómadas tribus infie­
les que corrían por estos sitios, debieron buscar y elegir un punto que
les facilitase la retirada en caso necesario y que le pusieran en contacto
con sus naves, como es este puerto del Arazaty. Por otra parte, sabido
es el hecho histórico, confirmado por la tradición y corroborado por al­
gunos opúsculos históricos inéditos todavía, que las tribus indígenas al
observar que los primeros conquistadores salían de su fortificación a
ciertas horas, que se prosternaban al pie de la Cruz, y que sostenían con
estas tribus en número de más de seis mil combatientes una pelea en­
carnizada, resistiendo por ocho días el empuje de la numerosa fuerza
que los acometía, creyeron que la Cruz era el talismán o hechizo que for­
tificaba a los españoles y los hacía invencibles e inmortales. Los indí­
genas llenos de furor estrechan el asedio del fuerte, se posesionan del
madero Santo e intentan quemarlo repetidas veces. La Cruz fue imper­
meable al fuego y los esfuerzos de los indígenas se frustraron. Entonces
los poderosos caciques guaraníes Canindeyú (Agua perdida), Payaguarí
(Agua de los payaguaes), Aguará Coembá (Zorro de la madrugada), Mboipé
(Víbora chata) y otros, al frente de sus valientes y esforzadas huestes,
hacen la paz con los conquistadores, y diciendo que un poder sobrena­
tural obraba en esto, y que protegía a los españoles dándoles una cons­
tancia, esfuerzo y valor sobrehumanos, reconocen una influencia divina
y confiesan al Dios de los Cristianos. La Cruz construida por los pri­
meros españoles, fue venerada en la Hermita que se la edificó en el sitio
inmediato a el que estuvo el fuerte; se trasladó al Templo donde hoy
existe el diez de Marzo de 1730 y se reedificó éste el tres de Mayo de 1808.

176
Si el fuerte hubiera sido construido en cualquier otra dirección de
la columna, que la que dejamos dicha, habría sido levantado tierra aden­
tro y entonces ¿cómo habrían podido resistir los primeros españoles en
número de veintiocho a las huestes salvajes que los acometieron? ¿Có­
mo, habrían podido sostenerse asediados por ocho días? ¿Que dificul­
tad habrían encontrado los indígenas para posesionarse del fuerte, como
lo habían conseguido de la Cruz? Sólo posesionados de un punto tan
ventajoso como el del puerto de Arazaty, pudieron hacer tan heroica re­
sistencia y alcanzar una victoria tan gloriosa como la que consiguieron
el día tres de Abril del año del Señor de 1588.
En vista del examen prolijo de las ruinas subterráneas, en la ba­
rranca del Puerto de la Columna o Arazaty, en vista de los objetos aquí
encontrados, en vista de los poderosos razonamientos que dejamos indi­
cados y de que no hay tradición, ni recuerdo alguno de que en este lu­
gar haya habido posesión alguna, creemos y aseguramos que éste es el
lugar del portentoso milagro de la santísima Cruz; que este muro y es­
tacada son los que sirvieron de defensa a los primeros conquistadores,
y son el baluarte de la gloriosa victoria que nuestros padres consiguie­
ron de las nómadas tribus salvajes, poblando éstas luego el sitio reco­
nocido bajo el nombre de Nuestra Señora la Limpia Concepción de Ytatí.
Cumpliendo con lo mandado por el Superior Gobierno en su nota
precitada, y siendo firmes nuestras creencias en lo que dejamos relata­
do, protestamos a la faz del universo que es la verdad la que [dejamos]
expuesta sobre este nuevo y portentoso descubrimiento; y en fe de ello
firmamos la presente acta con nuestro puño y letra ante el Escribano
Público y de Juzgados, don Juan Francisco Poissón, en este Puerto de
Arazaty, a diez y ocho días del mes de Enero del año del Señor de mil
ochocientos cincuenta y siete.
Matías Antonio Carreras.
José María Rolán, Delegado Eclesiástico.
Fray Juan N. Alegre — Tomás Dulgeón — Francisco de Paula Rolón
Nicolás Grosso — Sebastián Alegre — Narciso Soloaga
Estanislao Fernández — Mariano L. Camelino — José Fournier
Roberto G. Billinghurst — Claudio Rolón — Adrián López
Pedro Vedoya — José Caballero — Amado Bompland
Rafael Gallino — José de los S. Vargas — José I. Rolón
Martín Blanco — Benito Alva — Gabriel Esquer
Feliciano López — Zacarías Sánchez Negrete — Francisco Suárez

En testimonio de verdad: Juan Francisco Poisson, Escribano Pú­


blico y de Juzgados.

177
RECUERDOS HISTÓRICOS SOBRE LA FUNDACIÓN
DE CORRIENTES EN SU TERCER CENTENARIO
por el doctor Ramón Contreras

I — AMÉRICA Y LA ADIVINACIÓN DE ELLA

Gloria inmortal del espíritu ha sido siempre apoderarse por concepcio­


nes profundas de los secretos del porvenir. Así, muchas veces ha ex­
traído del cielo la llama divinal de la infinita lumbre. Con ella ha
encendido las antorchas de la fe y de la razón que iluminaron los triunfos
de la humanidad. Prometeo, que no pudo por sí extraer el fuego del
cielo, no es la alegoría de esos poderes extraordinarios del espíritu, pero
lo fue el genio de Platón transfigurado en “Critias”, el de "Cristo” y el
de “Cristóforo”, descubridor de América. Esa trinidad de C y C y C es
sin duda una forma cabalística pero sublime de las más grandes glorias
de la humanidad.
Platón, arrebatado del poder excelso de su espíritu, lo pasea por en­
cima de los altísimos temas de la génesis de la humanidad, de la natura­
leza, del orden cósmico entero, estudiándolos en su libro Timeo o de la
Naturaleza: El estudio lo hace en un diálogo figurado en que sólo hablan
“tres”: Sócrates, Hermócrates y Critias.
Rompe el comienzo del diálogo Sócrates, el mártir de Atenas, como
Cristo mártir del Golgota, como Cristóforo el mártir de Valladolid, y pro­
nuncia enfáticamente estas palabras:
"Uno, dos, tres”, agregando enseguida: "Pero querido Timeo, ¿dónde
está el cuarto de mis convidados con quienes he conversado ayer y que
me obsequian hoy?”
La "Trinidad” es la profunda idea que lo preocupa como ley su­
prema a todo ser. La manifestación neta de esa idea encubre luego, con
el velo de la numeración de los convidados asistentes, como para hacer
ver que nota sólo la ausencia del "cuarto”. Así con la supresión de éste,
hace resaltar la forma cabalística de un principio profundo.
Después de haberse ocupado Sócrates acerca del Estado tal cual es
tratado en el libro La República, en aquella reunión iban sus convidados
a corresponderle con un entretenimiento semejante. So pretexto enton­
ces de un Estado perfecto o sea la República, Critias habla de la
Atlántida.
¡Visión maravillosa del espíritu! La Atlántida es, según Critias, la
isla al otro lado del océano Atlántico: es más grande que el Asia y la
Libia: está a la misma latitud de las Columnas de Hércules: es la patria
de ese Estado en que sus principios tienen “alguna cosa de la naturaleza
de Dios”: es, ¡concluyamos! la visión preclara de nuestra América pasada
y actual con el cristianismo en él trasplantado por la España principal­
mente y con su republicanismo que se funda en los principios enseñados
por Cristo y tiene por tanto "alguna cosa de la naturaleza divina”.
La platónica penetración al través de más de XXII siglos adivina
la América y su Republicanismo nutrido con la savia divina del Evan­
gelio por razas europeas, sajonas y latinas; de éstas, especialmente por
ibéricas y lusitanas descendientes de las que están cerca de las Colum­
nas de Hércules.
178
Así, el poder infinito del espíritu socrático y platónico en Critias
preconiza América y su Gobierno republicano de entelequia divina. En
pos, Cristo dicta a la humanidad la constitución de los principios divinos
que han de vivificar verdadera República. Más tarde, Cristóforo lo ha
de llevar a América con su descubrimiento. El vendaval regenerador que
ha de levantarse desde los cimientos del Gólgota, penetrando en los abis­
mos del desorden humano valiéndose del túrbido espíritu de Roma azo­
tará por un lado las gélidas regiones de la raza sajona en Europa (1640
y 1689) para ir a descargarse en lluvias torrenciales de bien en América
(1774-1783) levantando con Washington y millares de otros, el templo
de la República. Ese vendaval, por otro lado, rugiendo en las ardientes
zonas de la raza latina en Europa (1789-1850) vendrá a reventar en Amé­
rica en erupciones (1808- 1826) volcánicas que harán surgir a Bolívar, San
Martín y millares de héroes que batallarán también por la República con­
cebida en el mismo espíritu de Cristo.
¡Qué portentos soñados de antemano por el espíritu humano, desde
numerosos siglos atrás!
Pero ¿cómo Platón se desenvuelve para insistir y manifestar esas
visiones célicas de su espíritu?
Se vale del romance envolviéndolas en las formas fugitivas e incier­
tas de tradiciones longincuas que se pierden en las brumas originarias
de las edades pasadas.
En su libro el Timeo hace de ese modo la revelación de América y
su Republicanismo, en las formas tradicionales acerca de la Atlántida.
En su libro Critias o de la Atlántida vuelve sobre lo mismo y en él se
ocupa exclusivamente de ese asunto.
¿Por qué Platón, espíritu serio, maduro y fecundo ha recalcado tanto,
hasta consagrar un libro especial a ese asunto de la Atlántida y de su
gobierno perfecto mientras mantuvo sus elementos divinos, si en su alma
la Atlántida fuera un simple romance, una simple creación de su imagi­
nación? ¿Por qué al estar tratando seriamente de la génesis del universo,
de la tierra y de la humanidad, en el Timeo mezclaría el asunto de la
Atlántida si para él no fuera sino una fábula? Concibió sin duda la exis­
tencia de otro Continente, otra fracción importante de la humanidad, otras
ideas políticas en acción, no corrompidas como las en boga en su tiempo
en Asia y Europa; pero no se atrevería a apoyar esas verdades con aser­
ciones serias, porque le sería quizá hostil toda la manera de opinar en
su época; y que en ese caso, apelaría a las formas mitológicas y román­
ticas para legar a la humanidad futura esas luces desprendidas de su
genio colosal.
Así fue. Esas revelaciones platónicas, según muchos autores, con­
tribuyeron para las visiones trascendentales de América en Cristóforo
Colombo, o sea Cristóbal Colón (para la del “Cipango del Cathay” que
tanto las revolvió en su mente).
Pero es bien recordar ligeramente siquiera algunos de esos rasgos
románticos de la adivinación platónica de América.
Critias en el Timeo, en su diálogo con Sócrates y demás amigos, co­
mo apoyando las ideas de éste sobre un Estado perfecto revelado en la
República, comienza contando las tradiciones antiguas de un Gobierno
tal en Atenas y en la Atlántida: tradiciones llevadas a Grecia por el gran
Solón y recogidas en el recinto de los templos de Egipto de boca de sus
sacerdotes ilustres.
La imagen querida de América está prefigurada por Critias en el
Timeo, así:
“Nuestros libros cuentan cómo Atenas destruyó un ejército pode­
roso que saliendo del Océano Atlántico había invadido insolentemente
la Europa y el Asia. Por entonces ‘se podía atravesar ese océano’. En
él se encontraba en efecto una ‘isla’ situada en la derecha del estrecho
llamado por los griegos las Columnas de Hércules. Esta isla ‘era más
grande que la Libia y el Asia juntas’. Los navegantes pasaban de allí a

179
las otras islas, y de éstas al continente que borda ese mar, verdadera­
mente digno de ese nombre. Pues, todo lo que hay más acá del re­
ferido estrecho, se parece a un puerto de entrada angosta, mientras que
el resto es un verdadero mar, lo mismo que la tierra que lo rodea tiene
en todo concepto el derecho de ser llamada un Continente. Pues en
esa
isla ‘Atlántida’ había ‘reyes’ que habían fundado una grande y maravillosa
potencia... Pero en los tiempos que siguieron, tuvieron lugar grandes
temblores de tierra, inundaciones y en un día, en un solo instante fatal,
todo lo que allí había... fue sepultado simultáneamente en la tierra hen­
dida. La isla 'Atlántida' desapareció bajo el mar; y es por eso que hoy
no se puede ni recorrer ni explotar ese mar, encontrando la navegación
un insuperable obstáculo en la cantidad de cieno que la isla había de­
positado al hundirse al abismo...”
La visión platónica envolvía la idea fundamental de la existencia
de “un continente” al otro lado del océano Atlántico, lo demás, era tal
vez las formas indecisas y vagas de un conocimiento imperfecto que bus­
caba su repleción en el seno de una concepción mitológica acomodada
a su época.
Cristóforo comprobó esa visión y descubrió ese continente más de
XVIII siglos después. Era América, descubierta el viernes 12 de octu­
bre de 1492.
Por lo demás, hasta la nación poderosa de “Atlán” de donde deriva
la "Atlántida”, denominación de los hijos de esa nación, son noticias pla­
tónicas, que después del descubrimiento de América, tienen una impor­
tancia histórica y etnográfica.
En efecto, al Norte de California, a la latitud próximamente de las
Columnas de Hércules en siglos remotos tuvo su asiento primitivo el pue­
blo llamado Aztlán. Él abandonó esa región en 1160, y por medio de una
emigración lenta que fue asentándose sucesivamente en “Tenochtitlán”,
en la cordillera de "Toluca”, llegando a ella por el lado de Tula, en Zum-
pango, en las lomas de "Tepeyucac”, en "Chapoltepec”, en “Acocolco”, en
"Mexicalcingo”, en “Iztacalco”, por fin en el país de “Anáhuac” en 1325,
en donde levantaron la gran ciudad de Tenochtitlán, que llegó a ser la
corte del vasto imperio mejicano que conquistó Hernán Cortés, uno de
los de la pléyade ilustre de los habitantes de las Columnas de Hércules
o del país de “Gadir” (Gades), a quienes abrió camino el inmortal Cris­
tóforo Colombo.
Causa maravilla esa recitación platónica acerca de la palabra “Atlán­
tida” por su conformidad a la historia de la "Aztlán”, región Americana.
¿Tenían los sacerdotes egipcios de Sais noticias de la existencia de
“Aztlán” para elaborar la leyenda que sobre ella transmitieron a Solón,
según se dice en Critias y en Timeo?
El “Zumpango” de los Aztlán ¿fue vagamente conocido por Ptolomeo
y Marco Polo sobre cuyos datos habla del “Cipango” o “Zipangui” Pablo
Toscanelli en su mapa y carta remitidas en 1474 a Colón?
La comarca americana de “Tula” en que se poblaron también los
aztecas, ¿no habrá llegado como un rumor lejanísimo, a la ciencia geo­
gráfica de los griegos de modo que Ptolomeo la citará con el nombre de
“Thule”, aunque dándole una posición muy diversa y hacia la isla actual
llamada “Iceland”? Colón en sus primeras navegaciones llegó en 1477 a
la isla “Tile” o “Tule”.
Sea de ello lo que fuere, sean o no esos datos antiquísimos primeras
adivinaciones del espíritu, fijémonos que en Critias la capital de la Atlán­
tida era inmensamente rica. “Tal era la inmensidad de las riquezas —dice
Platón— que ninguna casa real no las ha poseído en mayor cantidad y
no las poseerá jamás. Todo lo que la ciudad y el país podían propor­
cionar, sus reyes lo tenían a su disposición. Muchas cosas eran impor­
tadas gracias a su poder, pero la Atlántida producía casi todo lo más
necesario a la vida; y desde luego, los metales o sólidos o fusibles y aun
aquel cuyo solo nombre conocemos, pero existía allí en realidad extra-

180
yéndolo de mil lugares, el oricalco, entonces el más precioso de los me­
tales después del oro.”
El hecho es que los españoles con Hernán Cortés encontraron (1519
y 1520) en México o el país de los antiguos de “Aztlán”, una riqueza ex­
trema en metales preciosos y un fausto y grandeza en su corte que los
llenaron de admiración.
Las maravillosas riquezas de "Cipango” según las descripciones de
Marco Polo y Toscanelli, eran el ideal en cuya busca Colón, después de
descubrir América, vagaba de isla en isla por descubrir, como los espa­
ñoles buscaron en el Río de la Plata las riquezas fantásticas del país de
"Trapalanda” o de los “Césares”, como los antiguos se extasiaban en ima­
ginarse las riquezas del país de “Ofir” de tradición Salomónica referente
al templo que levantó al único Dios.
Dejemos a un lado otros detalles de Cridas sobre la Atlántida, co­
mo aquel de los “diez” soberanos primitivos de ese país y que serían
anacrónicos con los de Tenochtitlán o México que fueron “diez” hasta
Quauhtemostsín ("Guatimoczín”, hispánicamente). Concluyamos.
La América tiene una génesis sublime en la idea. Su luz de antemano
brilló en la adivinación platónica; su civilización, en los inmortales prin­
cipios cristianos; su realidad, en las inspiraciones de Colón.
La trinidad, como ecuación más profunda de toda idealidad, se for­
mula para América en Cridas, que la vislumbra; en Cristo, que prepara
sus poderes; en Cristóforo, que la busca.
Su gloria, formulada así en las regiones luminosas del espíritu, Co­
lón el 2 de agosto de 1492 se lanza en tres carabelas, la “Santa María”,
"La Pinta” y “La Niña", para ir a encontrar a América en la isla “Gua-
nahaní” de los Guaraníes y saludar allí postrado con los suyos, a la virgen
de la Atlántida, al ángel evangélico de las repúblicas futuras.
Hoy celebramos la fundación tricéntenaria de Corrientes, ciudad ame­
ricana, justo es religar sus glorias a las purísimas de América; y al re­
cordar que ella tuvo su planta entre guaraníes, conmemorar al primer
cacique “Guacanaharí” y de raza guaranítica a quien Colón dio el abrazo
inmortal en nombre de Europa al Nuevo Mundo.

II — EL RÍO DE LA PLATA
Y LAS SIETE CORRIENTES

Cristóforo, portador del espíritu vivificante de Cristo, desde Europa para


América, casi al centro de las dos grandes divisiones de ella, llegó con su
bajel y dos carabelas. En el archipiélago de “Bahamá”, de más de 500
islotes y peñones, allí aquel hombre extraordinario daba principio al des­
cubrimiento de América, al hecho más portentoso que después del cris­
tianismo, había verificádose en el mundo.
Los anales del género humano no presentan un acontecimiento tan
singular a los ojos del filósofo, tan interesante al naturalista, ni de tanta
influencia en la humanidad, como ese descubrimiento que, dando impulso
a la navegación y enriqueciendo todo el orden económico, el de las cien­
cias y el de la historia, llegó a ser el cimiento para dar origen, en casi
tres siglos después, al establecimiento del republicanismo cristiano, que
es el Evangelio moderno que transformará los destinos de las naciones.
Cristóforo Colombo, penetrado sin duda de que su misión tenía toda
esa importancia, a la isla a que en su primera cruzada acababa de llegar,
dio el nombre de "San Salvador”, aludiendo a Cristo, llamado el Salvador.
Pero los ingleses que hoy poseen esa isla, la llaman "Isla del Gato” (Cat-
Island).
181
Así, el ensueño platónico aunque se realizaba frente al Aztlán en
cuya latitud próximamente se hallan las islas Lucayas o de Bahamá, la
raza guaranítica allí casi en su extremidad norte, recibía a los cruzados
modernos del descubrimiento.
Esa misma raza iba a tener casi en la extremidad austral de su
territorio, destino semejante. En el “Paranáguazú”, hoy "Río de la Pla­
ta”, había de recibir también la presencia de uno de los proceres de la
cruzada de Colón.
En efecto, Vicente Yáñez Pinzón, de los principales compañeros de
Colón en su primer viaje a América, había sido el primero que con Juan
Díaz de Solís había desplegado las velas de sus buques en las aguas del
Río de la Plata, coronados uno y otro de la gloria que acababan de ad­
quirir con el descubrimiento de la vasta comarca de “Yucatán” (años 1508 -
1509), cuyas costas habían recorrido en su mayor parte después de haber
tocado la isla "Guanaya” descubierta por Colón a poca distancia de las
costas de Honduras (1502).
En la costa atlántica cerca de la laguna de los Patos y hacia el Río
de la Plata esos exploradores notables habrán de haber pasado por frente
de los “Guayaná”, “Arechané” y “Charrúas”, tribus guaraníticas que sin
duda tenían un origen étnico común allá en tiempos remotísimos con los
de “Guayaná”, “Guanahaní” hasta “Ticonderoga” en el estado actual de
New York.
La idea y la lengua que la expresa, el más perenne vínculo de la
unidad primitiva de cada tipo étnico, traicionan y engañan menos en las
investigaciones arcaicas que cualquier otro dato.
Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solís, que llevaron el espíritu
de Colón al Río de la Plata, allí volvió más tarde en 1515 Solís, para
sellar con su sacrificio y el de algunos de sus compañeros la misión tras­
cendental de Cristóforo: primera sangre que había de fecundar las se­
millas del Evangelio moderno que después en esas regiones por medio
de la Revolución de Mayo de 1810 preconizaría su triunfo definitivo.
De Colón a Pinzón y Solís, de Solís a Sebastián Caboto en 1526 o
1530 se trasmitirá el pendón de la cruzada glorificadora del espíritu que
en la Atlántida vislumbrara, que en el Tabor se transfigurara, que en las
meditaciones de Colón diera inspiraciones. De mano en mano, por su­
puesto, el espíritu de la cruzada irá descendiendo para tomar otros rum­
bos, pero no por eso su significación altísima perderá de importancia.
Álvarez Ramón, Ñuño de Lara, Sebastián Hurtado, Lucía Miranda
y tantos otros compañeros de Caboto, también dieron el tributo de su
sangre en honor del pendón de esa cruzada gloriosa.
Caboto desde su fuerte “Sancti Spíritus”, en dos navios arrasados
de sus obras muertas y a remo con 120 hombres como Colón con otros
120 se aventuraba desafiando un Océano desconocido al través de su
inspiración, fueron los primeros europeos que saludaron algunas de “las
costas” hoy “correntinas", aventurándose, río arriba, en el desconocido
"Paraná” y “Paraguay”, para rematar después de combates cruentos con
Agaces o “Payaguá”, en episodios y rescate que encendieran su fantasía
e hiciéronle abandonar la gloriosa obra de Magallanes, que le había sido
encomendada, volviendo a España para enardecer los ánimos en la corte
y en los particulares. Él dio al Paranáguazú o río de Solís el relumbrante
y fantástico nombre de “Río de la Plata”.
De Colón, Pinzón, Solís y Caboto, Carlos V transmitió la insignia
de la cruzada en 1534 a don Pedro de Mendoza con el título de "Adelan­
tado” del rey en el Río de la Plata.
A él vino Mendoza con 2.500 españoles y 150 alemanes, flamencos y
sajones, 14 navios y con recursos suficientes de colonización que debía
fecundar esta región de América. Después de desventuras trágicas, a la
altura de la de los últimos Romanos guiados por Estilicón, Aecio y Bo­
nifacio, resistiendo todavía a los Bárbaros, y comparables al abandonar
la defensa de la primera Buenos Ayres a las de Hernán Cortés en la triste
182
noche de Julio 1" de 1520 al retirarse abandonando la ciudad de Méjico
(Tenochtitlán), la hispana gente cerró así un cuadro épico en el Plata que
continuó la significación inmortal de la cruzada iniciada por Colón.
Aparte de las vidas de Diego Mendoza, B. Bracamonte, P. Rivera, J.
Manrique, D. Luján, A. Suárez de Figueroa, Pedro de Mendoza, J. Ayolas
y otros ilustres capitanes y las de más de 1.940 españoles, aquel cuadro
se cerró con la muerte del mismo Adelantado Pedro de Mendoza en el
mar, al volver a España bajo el peso de tantas desgracias, a buscar nue­
vos recursos.
De esa esforzada gente, algunos 400 que con el Adelantado subieron
el río Paraná siguiendo los pasos de Caboto, fueron los que por segunda
vez en sus exploraciones pasaron por aquella pequeña porción del río
Paraná en que se hallan "Siete Corrientes”: la de ese río y de seis más
que desembocan en él, desde las bocas del Paraguay hacia abajo.
De esos valientes expedicionarios, son los "primeros españoles” que
bajaron y penetraron al interior del territorio correntino, hasta la laguna
"Iberá”, a estar a un aserto de D. P. de Angelis, anotando el Diario de
Schmidel, uno de los de esa expedición.
Esa pequeña región del Paraná, pintoresca en extremo, recibe a su
derecha por la parte del Chaco, los cuatro pequeños ríos llamados Negro,
Tragadero, Yné (río Hediondo), otro más que le sigue al N. E. y los dos
brazos principales del río "Paraguay” llamados “Río Ancho” uno, y el otro
“Paraguay” propiamente. Esas corrientes que descargan sus aguas por
seis bocas en la del Paraná, con la de éste, forman SIETE CORRIENTES.
Las dos expediciones de Caboto y Mendoza han conocido sin duda
esas corrientes. Hicieron lentamente sus exploraciones remontando el
Paraná y Paraguay, visitando la mayor parte de sus islas, poniéndose en
contacto con sus naturales, midiendo distancias, calculando latitudes, es­
tudiando costumbres y recursos, etc. Subieron hambrientos de noble
gloria, de pan y de riquezas. Las miradas escrutadoras al través de esos
bosques y costas debieron ser muy prolijas en lo posible.
Detengámonos un poco más para acabar de expresar todo lo relativo
a la corografía hidrográfica de la pequeña región de las "siete corrientes”.
El Delta del río Paraguay en su confluencia al Paraná está formado
por los dos brazos citados que son los principales, y por otro hilo de
agua, que forma la “Laguna Piris” y desemboca en el Paraná a más de
33 leguas al E. formando largos 'pantanos y terrenos anegadizos, de fatí­
dicos recuerdos por los sangrientos combates de nuestra guerra desde
1865 Abril 14, con la República del Paraguay.
“A seis leguas abajo de Humaitá, el Paraguay se reúne al fin al Pa-
” raná. Dos islas que dejan entre sí un ancho canal, divídenlo en tres
” brazos; de ese modo dase a su yunción el nombre de tres bocas. La
” del medio, la principal, es la ‘boca de Humaitá’ o el Paraguay propia-
" mente dicho; la del Oeste, la ‘boca de Atajo’, a causa de la isla con ese
” nombre; la del Este, muy angosta, desemboca cerca del antiguo ‘Paso
” del Rey’, hoy día ‘Paso de la Patria’, en donde los Paraguayos tienen
"una pequeña ciudadela y campamento” (M. de Moussy).
"El ‘Estero Bellaco’, empero, consiste en dos corrientes de aguas
” paralelas, que casi siempre guardan una distancia de tres millas y se-
” paradas una de otra por un espeso bosque de palmas llamadas ‘Yatay’...
” El Bellaco desagua en el Paraguay por la laguna Piris y en el Paraná
” como a cien millas al Este” (J. Thompson).
El brazo del río Paraguay, más al Oeste, en su boca superior se
llama "Atajo”, y al desembocar al Paraná llámase río “Ancho” y de él
salen por tres puntos distintos, hermosos riachos que serpenteando en
pintorescas curvas a uno y otro lado del Atajo o Ancho en un lecho de
pajas y de bosques, del delta, ninguno desemboca en el Paraná.
En el punto casi de confluencia del brazo principal del Paraguay y
Paraná, está la población hoy "El Cerrito” y allí, "las tres bocas”: la del
Paraguay, la principal del Paraná, la de un brazo de éste llamado “Riacho

183
de Guácaras”. Allí como un gran lago de plata el Paraná se esparce en
más de cuatro millas de ancho, que nos trae a la imaginación el símil con
la extensión argéntea de las plácidas concepciones de Platón: allí, ante
esa “trinidad” de bocas, siéntese fogosa vida de la naturaleza en su ve­
getación, en su ambiente y en su clima, recordándonos aquel animado
entusiasmo de Colón ante el calor de sus visiones inspiradas de América.
Más abajo de esas “tres” bocas de arriba y de las tres bocas de re­
gión inferior y en las de esas “siete” corrientes, levantóse un día una
Cruz, símbolo místico de esos números, en sentido de significaciones teo­
lógicas y bíblicas; más tarde alzóse cerca de esas tres bocas y de esas
siete corrientes, una ciudad que adora esa Cruz en que Cristo simbolizado
atrae a sí de una parte el genio de Sócrates y Platón por el lado de la
unidad y trinidad divinas; y reata a sí el espíritu de Colón por el lado de
la unidad y de la caridad de y a las naciones desconocidas que soñaba
descubrir en las tierras en cuya busca vagó de corte en corte y se atrevió
a todos los peligros del Océano Atlántico en tres débiles barquillas, una
sola de ellas cerrada y con puente.
La gran isla a cuya espalda corre el “Riacho Guácaras”, brazo del
Paraná, está cortada por tres delgados canales que ponen en comunica­
ciones ese Riacho con el canal principal del Paraná; y en la extremidad
Sud - Oeste de toda la isla, dividida en cinco porciones por esos pequeños
canales, se ven otras tres bocas: la de ese Riacho, la de dos canales in­
tersecantes de la isla reunidos en uno, y la del canal principal.
En seguida de esa isla, bajando el río frente a la boca del Río Ancho,
otro nuevo mar de plata en los días claros y serenos, más ancho que el
anterior. Allí sus corrientes se precipitan divididas a pasar por entre
las dos costas del Chaco y de Corrientes y las tres islas ‘‘Antequera”, del
“Medio” y “Meza” formando el riacho de Antequera sobre el Chaco y
otros tres canales principales cuyas tres bocas desde la ciudad actual de
Corrientes se ven al través de una ensenada pintoresca. En el riacho
Antequera depositan sus corrientes el "Yné” y otro arroyo. La isla An­
tequera al S. O. está dividida por un canal estrecho.
Frente a Corrientes, y en seguida de esa isla, el Paraná concentra
sus aguas y sólo desprende un brazo por tras de una islita o banco de
arena, que es el arroyo “Barranqueras” que contornea por la parte del
Chaco la gran isla de ese nombre cortada al N. E. por un pequeño canal.
El otro brazo principal se subdivide más abajo en tres, para encerrar dos
islas, llamada una del “Riachuelo”, para reunirse más abajo dos de esos
brazos y formar el canal que pasa por frente el delta del “Riachuelo” que
por dos canales cae por la izquierda al Paraná, mientras el tercero se
reúne con el arroyo Barranqueras para con él formar el canal de “La
Palomera”.
Hé ahí la pequeña región encantadora, con su laberinto de corrien­
tes, ríos y canales, con sus bosques y grutas naturales de grandes árbo­
les y lianas que los entrelazan y tejen, y con su verdor imperecedero en
todas las estaciones, en cuyo medio levantó la hispana raza en 1588 una
ciudad con la especialidad de una "Cruz” por símbolo expreso de distin­
ción, y cuyo III centenario hoy comenzamos a celebrar.
Una región con esas siete corrientes de distinto origen, dentro de
un tan pequeño espacio, de la parte del Chaco, no se reproduce en todo el
Paraná, desde Corrientes hasta el Río de la Plata: sólo un símil de ese
accidente se ve cerca de "Santa - fe de la Vera Cruz”, fundado por Garay
en 1575 en el Gobierno del III Adelantado Ortiz de Zárate. Desde más
abajo de Corrientes en toda la vasta zona anegadiza del Chaco, hasta Co-
ronda, el carácter del Paraná es proyectar brazos innumerables, que se
alejan atrevida y caprichosamente, que se entrelazan y forman redes
asombrosas y encantadoras, aprisionando un mundo de islas inmensas y
pequeñas. El gran Océano no es más admirable con su pintoresca Poli­
nesia, que esa región del Paraná frente a Bella Vista, Goya, y en parte
de la Provincia de Santa Fe. Ésa es la Polinesia paranaense.
184
Desde más abajo del "Diamante” en la parte de Entre Ríos hasta
el Plata, otro es el carácter del Paraná, en esa región baja. Infinitos,
hermosísimos canales, al través de tierras anegadizas y bajas como cu­
biertas de doradas mieses, casi sin bosques, o con sauzales uniformes
como si fueran deformes y visibles líquenes que tapizan el fondo del
Océano. Eso nos recuerda el carácter de las regiones bañadas por el Nilo
en sus crecidas. Es la Saida paranaense del Plata.
En todas esas regiones bajas faltan las tres bocas caudalosas pare­
cidas a las del Paraná y Paraguay. Las del Gualeguay, Nogoyá, el Salado,
el Saladillo, etc., en sus juntas no ofrecen el espectáculo grandioso que
el que ofrece la pequeña región de las “siete corrientes”.

III — LOS ABORIGENAS Y EL TERRITORIO

La naturaleza del suelo en que se fundó la ciudad, y hoy es el territorio


correntino, debemos ligeramente reseñar, para apreciar la importancia
de la acción a que fue llamada la ciudad para el porvenir.
Los límites actuales del territorio son: al N. y al O. el Paraná; al
S. los arroyos, "Guayquiraró” que cae al Paraná, y "Mocoretá” que de­
semboca en el Uruguay; al S. E. este río; y al E. los arroyos “Chimiray”
que fluye al Uruguay, y el "Itaimbé” al Paraná, con las ligeras modifica­
ciones aportadas sobre la ley Nacional de Diciembre 24 de 1882 por la
ley provincial de la cesión de Posadas a la Nación.
Es parte del territorio hoy clasificado de "Mesopotamia Argentina”
que comprende el Territorio Nacional actual de Misiones, y de la Pro­
vincia de Corrientes y de Entre Ríos.
La de Corrientes, situada próximamente entre 27° 10’ y 30° 45’ de lat.
Sud y 55° 15’ y 59" 32’ de long. Occid. de Greenwich, tiene su suelo con una
capa espesa de humus que cubre otra arcilla arenosa en una de arcilla
poco compacta y de profundidad indeterminada. En grandes extensio­
nes es completamente arenoso, sin dejar de ser muy fértil, y esa arena
es roja, del "Aguapey” al N. muy compacta, en donde el calcáreo y la
arena faltan y soporta mal las sequías. Las rocas son generalmente cal­
cáreas en las costas del Paraná y mas bien silicosas en las del Uruguay.
El subsuelo arcilloso, tan pronto amarillento como rojo, está sembrado
de pepitas calcáreas.
Es también, por lo general plano, pero tiene ligeras ondulaciones
cuyos más altos relieves no se elevan de 50 a 70 metros sobre el nivel del
mar en parte de las costas de los grandes ríos, al S. del río Corrientes,
del Aguapey al E., lo suficiente para determinar las cuencas de los ríos
secundarios como el Riachuelo, el Empedrado, el Santa Lucía, el Batel,
el Corriente, el Guayquiraró que desaguan en el Paraná, el Mocoretá, Mi-
ríñay y Aguapey que fluyen al Uruguay.
La parte plana, casi sin declive para las aguas pluviales, son como
grandes sabanas de agua en tiempos lluviosos con los nombres de ca­
ñadas, bañados, esteros, malezales. Las partes principales de esos terre­
nos anegadizos se encadenan unas con otras, para formar centros palú­
dicos como el Yberá Ybybaí, el estero de Santa Lucía, que son fuentes
de muchos de los ríos citados.
El primer sistema palúdico tiene por centro el Yberá al que se ligan
los esteros “Tataré” de San Joaquín, de "Ypucú guazú y miní”, de "Ayu-
cú” que forman un grupo; los del “Batel”, “Batelito”, Veloso”, etc., que
son otro grupo; los esteros, malezales y bañados del lado E. y S. del río
Corrientes que van hasta el "Barrancas”, son otro grupo. De las fuentes
centrales nace el “Río Corrientes”; del primero y segundo grupo el "Ba­
tel” y “Batelito” que entran en el anterior; del tercer grupo, el “Sarandy”

185
y el “Barrancas”. Afluentes principales del Corrientes son, además de
los Bateles por el O., el “Paí-Ubre”, el "Cuenca”, el “Villanueva”, el “Molle”
y los “María grande y chico” al E., etc. Afluentes del “Barrancas”, los
arroyos “Pelado”, el “Chañar”, el “Espinillo”, el "Tigre”, el “Ánimas", el
“Sauce”, y el "Ávalos” lo es del “Sarandy”.
El segundo gran sistema tiene por centro la “Maloya” al que se li­
gan los grupos formados 1º por los esteros “San Lorenzo”, "Santa Lucía”,
el “San Miguel”, el "Estero Malo” y de cuyo grupo nace el río “Santa
Lucía” que corre al Paraná; el formado 2° por otra serie de esteros y
terrenos anegables que acaban en la cañada del "Tabaco” y de que nacen
los arroyos “San Ambrosio” y el “San Lorenzo”. Los arroyos “Empe­
drado”, el “Riachuelo”, el "Riachuelito”, etc., provienen del centro de
ese sistema.
El tercer sistema principal tiene su alma en el bañado inmenso del
“Ybybaí” que a pesar de desaguarse al Yberá por numerosos pequeños
brazos o bañaditos da su tesoro principal de aguas al río “Miriñay” y su­
pliendo con el excedente, así como al Yberá, también al "Aguapey”, el
cual se surte al E. de los esteros y cañadas de “Santa Rosa”, “San Isi­
dro”, “Tunitas”, “Concepción”, “Profunda”, "Sarandy”, etc.
El "Miriñay” se liga con el Ibabaí por los pantanos y cañadas de
“Cambá-trapo”, "Picada”, “Cambyretá”, "Cuñacuruzú”, "Manocué”, "Hi-
nojito”, "Pirityguazú”, “Pirityminí”, “Aguaracuá”, “Yarebú”, “Quiyatí”, “My-
rungá”, etc., y tiene por afluentes a su izquierda el arroyo “Ayuí”, y a su
derecha el "Yuquerí” que recibe a su vez el "Ayuí - chuco”, el "Curupicay”,
el “Aguaceros”, el “Yaguary” con el "Ombú”, el “Vacacuá”, el "Pairirí”, el
"Curuzúcuatiá” con el "Cardoso”, etc.
Aparte de los anegadizos del Paraná como el "Costabrava” entre Goya
y Guayquiraró y el entre Bell_a Vista hasta la extremidad del Rincón de
Ceballos después de la orzada ’del "Simbolar”, hay algunos núcleos sueltos
de bañados e innumerables lagunas que como dispersos asterismos de
aguas brillantes y límpidas, en todas partes tachonan el suelo correntino.
Todos esos sistemas palúdicos y los ríos principales que los desa­
guan, tienen por ley general de proyección desde el Norte a Sud, con
tendencia al Sud - Oeste.
Por supuesto que además de los ríos citados hay innumerables otros
de segundo y tercer orden, que son afluentes unos de otros y que lo son
del Uruguay o del Paraná, v. gr. en la costa de éste, entre Empedrado
y Corrientes, los arroyos “Largo”, de "Soto”, “Ahómá” (tal vez “Ohomá”),
“Peguahó”, “Sombrerito”, “Sombrero”, y "Castillo” antes del Riachuelo.
Tal es próximamente el aspecto general de la hidrografía de este
territorio. Ese rasgo hidrográfico la distingue especialmente de los otros
territorios argentinos.
Corrientes por sus ácueas zonas de vastas extensiones dispersas por
todas partes, brilla en su atmósfera casi ecuatorial, como un fantástico
reflector. Entre tantas aguas límpidas o que suaves se deslizan en pau­
latinas corrientes por debajo de plantas acuáticas que en sus esteros for­
man embalsados y alfombras flotantes de variada vegetación con flores
de camalotes, nenúfares y Victorias Reginas (“yrupé”), o por entre espa­
dañas y juncos flexibles y virídeos en sus cañadas, Corrientes se presenta
a la imaginación o como la Babilonia Mesopotámica con el laberinto de
canales de Semíramis, o como Venecia por sus inmensas lagunas, o como
el Tenochtitlán de Moctezuma por sus calles y arrabales de agua, en que
muchos de los de Cortés perecieron; por sus embalsados dilatados, como
esas capas herbáceas flotantes de previsión platónica en cientos de leguas
cuadradas sobre el Océano Atlántico que cerraban el paso a las quillas
de los buques de Colón entre los días 14 a 18 de Setiembre de 1492, en
su primer viaje.
En medio de la gran cantidad de vapor de sus masas de agua que
refrigeran su ambiente y le da copiosos fecundantes rocíos, Corrientes,
envuelta en su atmósfera vaporosa, pluviosa en sus estaciones medias y
186
a veces en el verano, se parece con sus tierras anegadas a una Holanda:
se parece, a lo lejos, como una nítida nebulosa en el cielo espléndido de
las regiones del Plata; por dentro, a un Paraíso animado y bullicioso.
Allí bajo un clima suavemente tibio, con días de heladas superfi­
ciales en invierno, y con una temperatura que no pasa de 36 a 38 grados
en verano, refrescada por corrientes frecuentes del Sud, encierra una ve­
getación lujuriosa sin ser tropical, en bosques, sotos y vegas llenos de
“azucenas” (arbustos llamados así), arrayanes, “cascos romanos” (flor de
una planta parásita) y bambúes (“tacuara”); de palmeras (“yataí”, "ca­
randay”), de muchos árboles de las clases de plantas lauríneas, legumi­
nosas, rosáceas y otras que dan maderas excelentes y frutos deliciosos;
del árbol de sangre y del famoso “samuú” que de sus grandes vainas de­
rrama flocones sedosos de fibras textiles. (Véase mi “Informe” sobre la
provincia de Corrientes en la Exposición de Córdoba.)
Allí, en la espesura, en el ramaje y fronda de los árboles, en los
prados, y en las ondas de las aguas, viven desde el jaguar ("yaguareté”),
la anta (tapyí o mboreby), el pécar o el jabalí (taytetú, “tayazú-eté") y
el “carpincho” (“capiybará”), hasta los ciervos, el hormiguero, el zorro
y diferentes especies de “tatú”; desde el águila y el avestruz (“ñandú”),
las aves acuáticas que hormiguean en todas partes, hasta la perdiz, el
"picaflor”, innumerables gorriones muchos de especies vistosas, calandrias
de hermosas melodías y los "chochí” de fúnebres cantos en la noche;
desde los caimanes (“yacaré”) y boas, hasta los insectos luminosos que
en enjambres portentosos cubren de luz los esteros en fatídicas noches
del verano; desde los monos aulladores ("carayá”) hasta los papagayos,
loros, “arás” y cotorras vocingleros, al lado de los batracios atronadores,
de la cigarra (“ñakyrá”) y de otros insectos que pueblan los aires con
ruidos vibrantes al frote de sus élitros y otros órganos.
Allí, en medio de esa naturaleza rumorosa y de agreste animación,
vivía quizá feliz toda una raza de hombres, fuera de sus rabias pasajeras
con otras fronterizas. Allí esa raza, deslizando su existencia al través
de innumerables siglos tal vez, vivía contenta antes de la invasión his­
pánica, sin más cuidados que saborear con gula grosera los productos
de su caza y pesca, abundantes en ese territorio, y sin más afán que re­
coger los frutos de su incipiente agricultura.
Esa raza era étnicamente de los Guaraníes. Permítome llamarla
“aborígena”, y no llamarla “indígena” simplemente. Todos los que na­
cemos aquí somos indígenas naturales, descendientes de un pueblo euro­
peo recientemente trasplantado; pero aquellos hombres, como no se ha­
llaron en esas condiciones, los distingo con el nombre de aborígenas.
No sé si serán autóctonos, como se da en decir hoy.
Los guaraníes del territorio después correntino, formaban distintos
pueblos con denominaciones y dialectos diferentes sin dejar de tener
en el fondo de éstos una lengua madre, común a todos. Cada pueblo
estaba dividido en muchas tribus, con apelaciones propias. Cada tribu
tenía un cacique, con autoridad patriarcal; cada pueblo, uno o más ca­
ciques, con una autoridad morigerada, no sé cómo, si por el consejo de
algunos constituidos como juntas deliberantes o consultivas, o por leyes
no escritas, de tradición oral y apoyada en algún origen venerado que
les sirvieran de sanción. Lo que sé es que esa autoridad no era despó­
tica, que el despotismo era enteramente desconocido antes de la inva­
sión europea entre los pueblos errantes de la América. En los pueblos
sedentarios y fijos como los Imperios de México y Perú, el despotismo
político del Asia y Europa de antes de la era cristiana, era también
desconocido.
Tal era la constitución social y jurídica de los pueblos Guaraníes,
en el Río de la Plata. Cierto es que de todas esas cosas poco o nada se
ocuparon al principio los españoles más que de satisfacer su hambre
de batallas, riquezas y territorios para su rey, hasta que los Jesuitas em­
pezaron a escribir; pero nada es más cierto que en todos esos cuentos

187
pacíficos o sangrientos entre españoles y aborígenas, en las costas del
Brasil, como en las del Plata y Paraguay, siempre ha aparecido un cacique
rodeado de otros, un cacique que consulta a otros, un pueblo y muche­
dumbre que obraban sin una sujeción a un déspota.
Los cronistas españoles, poco prolijos respecto de este territorio,
casi nada dijeron y apenas muy de paso señalaron los nombres de al­
gunos de los pueblos Guaraníes que lo habitaron. Según ellos, hubieron
en el centro por el Yberá, un pueblo de guaraníes “Caracará” que exis­
tieron también cerca del fuerte o torre de Caboto y de Corpus Christi
de Mendoza; otro numeroso de "Tapes” entre el Paraná, Ibera y hacia
el actual Río Grande del Sud; otro de “Yaró" y “Charrúa” sobre el Uru­
guay, entre Aguapey, Miriñay y el Corrientes, - extendiéndose hacia la
actual República del Uruguay y la Provincia de Entre Ríos. Entre río
Corrientes, Paraná, el Santa Lucía y en lo que es hoy los Departamentos
de Lavalle, Bella Vista, San Roque y Saladas, parece que existieron mez­
clados pueblos guaraníes con otros procedentes del Chaco y aun de
"Calchaquí” llamados Ghaguayasque, Vilela, Chiquí, Frentones, "Mocoví”,
“Tobá”, “Abipón”, etc. Por la costa del Paraná, en los Departamentos
hoy de San Cosme e Itatí, parece que se enseñoreaban los "Agaces”, los
“Guaicurú” y los “Pavaguá”. Por esta parte de la ciudad había nume­
rosas tribus guaraníes a quienes el doctor Mantilla (en Las Cadenas, núm.
537) da una denominación general como al territorio de la fundación de
Corrientes, la de “Guairaná”, y les da “procedencia guaireña”, es decir
de la “Guairá”, región del Paraná superior, después del gran salto de
“Maracavú”. Esa procedencia no parece verosímil hasta la fundación de
Corrientes.
En la Guairá Irala mandó fundar en 1554 con el capitán García
Rodríguez de Bergara y 60 españoles, la villa de “Ontiveros” a una legua
de dicho salto, después de haber protegido a los Guaraníes de esa comarca
contra los Tupíes (“Tupí”, de raza guaranítica también). Irala en 1554
mandó fundar a tres leguas de Ontiveros, “Ciudad Real”, por medio
del capitán Ruiz Díaz Melgarejo y 100 soldados escogidos, sobre el
Paraná a la boca del Pequerí, después de otra notable campaña contra
los Tupí. En 1575 se encomendó al viejo y notable capitán Melgarejo,
ya citado, la fundación de "Villa Rica del Espíritu Santo”. Los jesuitas
habían formado también 13 pueblos con toda esa población dulce y
agrícola de Guaraníes de la Guairá. No es creíble que en tales condi­
ciones ella hubiese emigrado de esas comarcas, hacia la de Corrientes.
Recién, hostigadas y arruinadas la mayor parte de esas fundaciones por
los Tupí o por los Mamelucos de San Pablo, en 1631 se hizo la primera
emigración de 12.000 guaraníes en 700 canoas con el jesuíta Montoya a
la cabeza, bajando el Paraná hasta el territorio nacional actual de Mi­
siones sobre el territorio de los Tape. Pero entonces Corrientes estaba
fundada. Las villas de Ontiveros, Ciudad Real, Villa Rica del Espíritu
Santo y Jerez quedaban todavía en pie hasta después de 1674 a 1676 en
que desaparecieron por falta de defensa por los españoles contra los
Mamelucos. Hay probablemente un error en suponerse guaraníes de
“Guairá”, poblados en el sitio de Corrientes a su fundación.
Volviendo a los guaraníes que habitaron el territorio correntino
antes y aun después de esa fundación, en seguida de sus correrías limi­
tadas para la caza, se reducían en tolderías sedentarias para recoger los
frutos de mandioca, maní y tal vez algodón, de sus pequeños cultivos.
Vivían desnudos los varones y las mujeres con un paño de tela
de algodón desde la cintura a las rodillas, como los charrúas, los que-
randíes, los timbúes, los caracaraes, y éstos de la costa de Santa Fe
tenían unas piedritas en la base horadada de la nariz, según Schmidel.
Tuvieron por utensilios la calabaza, objetos cerámicos del barro
“ñaú” con pintas de “tobatí” y de ocres rojos y anaranjados de las
costas del Paraná. Sus armas eran las flechas con el arco, las picas
con espinas de pescado o de “urundey” aguzado y endurecido al fuego,
188
etc. Parece que no conocían el envenenamiento de las flechas a la
usanza de los Diaguitas (en la hoy Provincia Rioja), Alto Paraguay
y pueblos Calchaquí: secreto, quizá, obtenido de la ciencia de los Peruanos.
He ahí los pueblos guaraníes a cuya vista se iban a abrir los
cimientos de la ciudad de Corrientes y tremolar el pendón glorioso de
Colón.

IV — LA CRUZ Y LA CIVILIZACIÓN

La civilización de las naciones por la acción del cristianismo, por su


propagación continua, era el altísimo ideal de la Iglesia. En las aplica­
ciones de ese ideal, los Papas, cuando las Cruzadas, consagraban las
conquistas que los Príncipes cristianos hicieron de los territorios perte­
necientes a los pueblos mahometanos. La justicia de la fe, en aquellos
siglos, era superior a la justicia del derecho. La fe brillaba más: estaba
en su momento histórico de apogeo. Eran siglos de preparación para
la época presente en que a su turno superaría el resplandor de la justicia
del derecho.
En ese mismo camino de ideas se colocaron los papas Martín V
por su bula de 1479 y Alejandro VI en 1493 consagrando el primero los
derechos de los Reyes de Portugal, y el segundo los de los Reyes de
España en los territorios de las naciones infieles que descubrieron, con
tal que les llevaran la luz de la doctrina de Cristo y las sometiesen a la
verdadera fe de la Iglesia.
Basada en ese título papal la Ley 1º, Tit. 1°, Lib. III, del Código
de Recopilación de Indias, declaraba incorporadas las Indias Occiden­
tales a la Corona de Castilla, y la Ley U, Tít. L, Lib. I, expresaba que los
Reyes de España, más que ningún otro príncipe del mundo, recono­
cían la obligación de emplear todo su poder y sus fuerzas para propa­
gar e implantar la fe cristiana, dado el singular favor divino del descu­
brimiento de América.
En efecto, después de la Revolución formidable de Mahoma por
IX siglos contra la Cristiandad, cuyo baluarte del extremo Oriente era
Constantinopla y del extremo Occidente, España, era una fortuna que
aquélla, al caer desgraciadamente en 1453 en el poder mahometano,
ésta se levantase sobre él, triunfante, por la toma de Granada. Y como
en compensación de ese servicio que garantía definitivamente la Europa
por esa parte, acto continuo de alzar la Cruz sobre la Media Luna, recibía
también la gloriosa misión de llevar esa Cruz por medio de Colón al
Nuevo Mundo. ¡Qué gloria imperecedera la de España!
Colón reconoció esa misión en su Diario del primer día de su viaje
de Agosto 3 de 1492, diciendo: “In nomine D. N. Jesús Christi. Por que,
cristianísimos y muy altos, y muy excelentes, y muy poderosos príncipes
rey y reina de las Éspañas... este presente año de 1492, después de haber
VV. AA. dado fin a la guerra de los moros que reinaban en Europa, y
acabada la guerra de la muy grande ciudad de Granada, a donde este
presente año a dos días del mes de enero... vi salir al rey moro a las
puertas de la ciudad y besar las reales manos de VV. AA... y luego en
aquel presente mes por la información que yo había dado... de las tie­
rras de Indias... VV. AA. como católicos cristianos y príncipes amadores
de la santa fe cristiana... pensaron de enviarme a mí, Cristóbal Colón, a
las dichas partidas de India, para ver los dichos príncipes y los pueblos
de tierras, y la disposición de ellas y de todo, y la manera como que se
pudiera tener para la conversión de ellas a nuestra santa fe...”
Colón antes y después de eso, soñaba ser el apóstol de la fe a las
naciones infieles de las regiones que pensaba descubrir, y dar con los fa­
bulosos tesoros de ellas, para rescatar el Santo Sepulcro de Jerusalén.

189
"Se mezclaba con sus meditaciones un profundo sentimiento religioso,
que las matizaba a veces de superstición, pero de una superstición gran­
diosa y sublime, mirándose como instrumento del cielo, escogido entre
los hombres y las generaciones’’ (Wáshington Irving).
Es así corno lo dicho explica por qué ese Cruzado moderno plantó
una Cruz y un altar en Guanahaní en el primer día de pisar en esa isla;
por qué la Cruz seguía a Hernán Cortés de México y se glorificaba con la
fundación de "Villa Rica de la Vera Cruz’’ en 1519, primera ciudad his­
pana en ese Imperio americano; por qué la Cruz se mostraba a Atahualpa
delante de las espadas de Pizarro; por qué la Cruz se enarbolaba en todo
pueblo que se fundaba.
Así también había sucedido en la fundación de Corrientes.
Parece indudable que antes de llegar de la Asunción el Adelantado
Juan de Torres de Vera y Aragón con el grueso de la expedición para fun­
dar en estos parajes la ciudad que meditaba, había despachado por de­
lante un destacamento pequeño de soldados, para hacer descubiertas y
exploraciones para fines útiles a la expedición próxima a llegar.
Eso se deduce claramente de los hechos que paso a narrar, y cuyo
conocimiento hemos tomado de las fuentes históricas que iremos citando.
Un puñado de soldados españoles se desembarcaron en Marzo de
1588 (Martín de Moussy, Descrip. géogr. et statistiq. de la Conféd. Argent.,
tom. III, libro I, caps. III y II) en la costa oriental del Paraná, puerto
de Arazaty, en número de 28 según unos, de 60 (El Telégrafo Mercantil
de 1802) o de 80 (Guevara) según otros.
— “Veinte y ocho sólo fueron / En número los soldados” (3a estrofa
de los "Gozos” que desde innumerables años se cantan y rezan anualmente
en el templo de "La Cruz”, compuestos por el P. Zambrano).
— “Salido de la ciudad de la Asunción, capital entonces del Para­
guay, vino a desembarcar en este lugar llamado de ‘Arazaty’, cerca de !4
de legua abajo de nuestra ciudad actual de Corrientes el licenciado D.
Juan de Torres de Vera y Aragón..., con veinte y ocho hombres dicen unos,
sesenta según otros” (texto, sin saberse de qué tiempo y escrito por
quién, transcrito en una nota por Moussy en el lugar citado).
Muy cerca de Arazaty, donde hoy desemboca la calle Ancha de la
Columna sobre la barranca, y que desde este III Centenario se llamará
Avenida de Tres de Abril según resolución de la Municipalidad del 6 del
corriente, los españoles construyeron un Fuerte o una estacada de palos,
etc., para resistir a los naturales cuyas disposiciones hostiles en defensa
de su libertad y de su territorio debieron ser desde luego manifiestas a
los invasores. Los españoles se fortificaban desde luego en donde re­
solvían hacer población. Así lo hizo Caboto en "Sancti Spíritus”, Diego
García en "San Juan” en la costa Oriental, el adelantado Mendoza en
“Buenos Aires” haciendo una cerca de tierra y en "Corpus Christi”, Gon­
zalo de Mendoza en la “Asunción”, Garay en “Santa Fe”, Ortiz de Zárate
en “San Salvador”, etc.
¿Prescindieron de ese medio de seguridad los españoles en Corrien­
tes? El silencio del Acta de fundación acerca de esa fortificación ¿prueba
que no había sido construida?
— "Luego después que desembarcaron, para resistir y defenderse
contra una multitud de enemigos que ocupaban esos lugares, construye­
ron un fuerte, o más bien una apariencia de fuerte, con abatís de ramas
de árboles o estacas y a una corta distancia levantaron una cruz de 4 y
media a 5 varas de altura” (texto anónimo citado en Moussy).
— “Tomada posesión del sitio, erigieron los españoles el sacrosanto
madero de la Cruz en paraje algo distante del “fuerte”, que levantaron
para reparo contra los infieles” (Padre Guevara de la Compañía de
Jesús, Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, § III).
190
— "... donde está la ciudad trabajaron un ‘fuerte de palos’ en esta
plaza...” (arts. publicados en El Telégrafo, de Buenos Aires, de 1801 a 1802).
— El Dr. Quesada y creo Domínguez, etc., hablan también del “fuerte”.
— El hecho auténtico del “fuerte” primitivo estriba por último en
la invención de sus restos en 1857 por el padre J. M. Alegre reconocidos
y comprobados solemnemente según el documento siguiente: “En este
puerto de Arazaty, a 1 minuto y 30 segundos al sud-Oeste de la Ciudad
de San Juan de Vera de las siete corrientes, comparecimos, y reunidos
los infrascritos, el Sr. D. Matías Carreras, Juez de B Instancia en lo'Civil,
leyó en alta voz los documentos que autógrafos acompañan la presente
bajo los números siguientes: B) Nota del Cura de San José Fray Juan
N. Alegre...; 2°) Nota del Delegado Eclesiástico al Exmo. Sr. Goberna­
dor...; 3º) Oficio del Superior Gobierno... al Sr. Juez de B Instancia en
lo Civil, D. Matías Carreras...; 4º) Nota del R. P. Fr. Juan N. Alegre...
al Señor Escribano Público del Juzgado D. Juan Francisco Poisson...
"Asociado el señor Juez de B Instancia... de los Ingenieros don José
Caballero y don Tomás Dulgeon, del arquitecto don Nicolás Grosso, el
Dr. D. Amado Bompland y demás ciudadanos respetables suscritos, ante
el Escribano que autoriza la presente... procedimos al reconocimiento
del muro que hasta el presente se halla descubierto, teniendo de Norte
a Sud 50 varas castellanas de longitud, de Este a Oeste, por ambas es-
tremidades, 6 varas de latitud, formando un área cuadrangular y 1 vara
de altura a 1 de profundidad bajo de tierra, siendo las paredes cons­
truidas de piedra tosca, cortada de la misma de que está formada la
barranca a la costa del río, habiendo hallado una gran porción de frag­
mentos de loza de barro de tiestos que por su material exclusivo se re­
conoce ser trabajado en el Paraguay... cuyos fragmentos en gran cantidad
reconocimos, y una estacada de palo a pique de 50 varas castellanas de
longitud en dirección de Sud a Norte trabajada y dispuesta del mismo
modo, que consta que lo hacían los primitivos españoles al tomar po­
sesión en estos lugares... Hecho un examen prolijo de los objetos que
dejamos referidos, considerada la historia que conservamos que... se­
gún las observaciones del Padre José Quiroga... Corroborada la autoridad
histórica por una información levantada en esta misma Ciudad de San
Juan de Vera en el año del Sr. 1713... Consta pues de lo espuesto que, a
inmediaciones de la Cruz, estuvo el fuerte 'construido por los españoles.
Averigüemos hacia qué punto debieron éstos levantar el baluarte...
”En vista del examen prolijo de las ‘ruinas subterráneas’ en la ba­
rranca del puerto de la Columna o Arazaty... en vista de los poderosos
razonamientos que dejamos indicados, y de que no hay tradición ni
recuerdo ninguno de que en este lugar haya habido posesión alguna’...
aseguramos... que este ‘muro y estacada’ son los que sirvieron de defensa
a los primeros conquistadores...
"Cumpliendo con lo mandado por el Superior Gobierno..., y sien­
do firmes nuestras creencias en lo que dejamos relatado, ‘protestamos
a la faz del universo, que es la verdad la que dejamos espuesta sobre
este nuevo y portentoso descubrimiento’; y en fe de ello ‘firmamos’ la
presente acta con nuestro puño y letra, ante el Escribano Público... en
este puerto de Arazaty a 18 días del mes de Enero del año del Señor de
1857. — Matías Antonio Carreras — José M. Rolón, Delegado Eclesiás­
tico — Fr. Juan N. Alegre — Tomás Dulgeon — Francisco de Paula Rolón
— Nicolás Grosso — Sebastián Alegre — Narciso Soloaga — Estanislao
Fernández — Mariano L. Camelino — Roberto G. Billinghurst — José
Fournier — Claudio Rolón — Adrián López — Pedro Vedoya — José Ca­
ballero — Amado Bompland — Rafael Gallino — José de los S. Bar­
gas — José Ignacio Rolón — Martín Blanco — Benito Alva — Gabriel
Esquer — Zacarías Sánchez Negrete — Feliciano López — Francisco Suá-
rez. — En testimonio de verdad Juan Francisco Poisson, Escribano pú­
blico y de Juzgado.”
191
Es pues auténtico que en Arazaty desembarcaron los españoles y
levantaron un fuerte. Las ruinas de éste, conservadas bajo la tierra,
fueron halladas en 1857. Si lo último no es cierto, todos esos respetables
vecinos que firman esa solemne acta se concertaron entonces para
sofisticar la verdad y para testificar una superchería fraguada entre ellos
para enganar a la posteridad. Pero ¿es concebible ese plan farsaico e
indigno en hombres como el Gobernador doctor Pujol, el Delegado
Eclesiástico, canónigo doctor Rolón, en el renombrado naturalista francés,
compañero de Humboldt, Mr. Bompland, en los ingenieros ilustrados, el
inglés Dulgeon y el español Caballero y en todos los demás honorabilísi­
mos vecinos, europeos y argentinos, conocidos de todos y de los cuales
muchos viven hasta hoy y que firmaron esa acta?
Pero así como acabamos de citar el testimonio de historiadores de
nota que no habrían escrito en cuanto al “fuerte” sin tener a la vista
algunas pruebas de convicción, tanto antiguos como modernos, así como
los testigos de vista en cuanto a “los restos de ese fuerte”, superiores a
toda tacha, citamos en seguida lo que hay en contra y son las aserciones
del doctor Mantilla en su artículo "La ciudad de Vera” publicado en
Las Cadenas de días pasados, 3 de Abril, y que me ha determinado a
escribir a toda prisa este pequeño folleto sin el tiempo necesario para
reunir los datos que me fueran posibles, a su objeto.
— No ha faltado, dice, “alma candorosa que en 1857 creyera haber
descubierto los restos de la fortaleza a cuyo frente ocurrió el supuesto
milagro, tomando por tales los troncos de un cerco de cierto poblador
antiguo de las afueras de la ciudad. ¿Qué estrado es, entonces, que la
generalidad crea en la fundación de Corrientes, tal como ella resulta de
los versos del dominico Zambrano? ¿Cómo disculpar semejante error,
cuando en él se ha vivido más de 200 años y cuando aun en el día se ve
al poder público empeñado en perpetuar en una ‘Nueva Columna’ la men­
tira histórica del desembarco en el Arazaty, la palizada de la invención
de Fray Alegre y el Milagro no ocurrido de la Cruz?”
El Dr. Mantilla no nos presenta las pruebas de tales afirmaciones;
tampoco nos dice el nombre del "poblador antiguo” de cuyo “cerco”,
los “troncos” fueron tomados por Bompland, Dulgeon, Caballero, P.
Alegre, etc., por los “restos del fuerte” español de 1588.
La existencia del "fuerte” en Arazaty está apoyada en un documento
clásico, y que comprueba los testimonios históricos citados a favor de esos
hechos, y es la prueba directa de ser verdadero y el mismo “fuerte” de
1588 el encontrado por el P. Alegre. Es malo ir ligeramente contra las
tradiciones populares, porque éstas generalmente tienen un núcleo de
verdad. Citamos ese documento de Febrero 28 de 1701 en el párrafo
siguiente:
Construida la fortaleza, los españoles resistieron, por 8 días según
los "Gozos” del P. Zambrano, a los aborígenas que los sitiaron, y vencie­
ron por fin a éstos.
¿Cómo obtuvieron los españoles ese triunfo? Aquí es el caso del
“milagro” de la Cruz colocada fuera del “fuerte” a un tiro de arcabuz,
tal cual es narrado por Zambrano y sostenido por las creencias populares
en Corrientes.
— Según Zambrano:
Cuando los conquistadores Veinte y ocho sólo fueron
Se vieron atribulados, En número los soldados,
De ejército infiel cercados, Y aunque de seis mil sitiados
Los sacaste vencedores, Ocho días resistieron,
Dándoles un celestial Sin hambre, sed ni señal
Esfuerzo y marcial valor. De cansancio ni dolor.
Por la Santa Cruz, etc. Por la Santa Cruz, etc.
192
Esta resistencia hizo Por q’ a los tres que atizaban
Creer a los combatientes, El fuego, un rayo mató,
Que nuestros padres valientes Y a los demás los dejó
Tenían algún hechizo: Tales, que a huir no atinaban,
Que este hecho sin igual Y en una angustia mortal
No era efecto del valor. Cercados de resplandor.
Por la Santa Cruz, etc. Por la Santa Cruz, etc.
Pensaron que ese madero Las armas en tal conflicto
Que afuera estaba arbolado De las manos arrojaron,
Era del noble soldado Y por su Dios confesaron
Nigromántico hechicero: Al Dios del cristiano invicto,
Creyeron aunque muy mal Trocando en reverencial
Que erais vos encantador. Respeto, el pasado horror.
Por la Santa Cruz, etc. Por la Santa Cruz, etc.
Luego se determinaron El bautismo a grandes voces,
.4 quemar el hechicero, Con ansias y con gemidos
Y para hacerlo, primero, Pidieron arrepentidos
Mucha leña amontonaron: De haber sido tan feroces,
Qidso su encono brutal Cobrando un amor filial
Dar muestras de gran furor. A su insigne bienhechor.
Por la Santa Cruz, etc. Por la Santa Cruz, etc.
La leña ardió presurosa, Desde entonces se quedó
Y cuanto más la aumentaban, La tierra pacificada,
A la Santa Cruz miraban La nueva ciudad fundada,
Más reluciente y hermosa: Y todo a vos se debió.
Pero el indio irracional Sois, oh Cruz, su principal
Ni así aplacó su .rencor. Caudillo y conquistador.
Por la Santa Cruz, etc. Por la Santa Cruz, etc.
Por ocho veces volvieron Sois de esta noble ciudad
A practicar nuevas pruebas, Protectora, honor y gloria,
Haciendo, fogatas nuevas, Paz, salud, luz y victoria,
Y el mismo milagro vieron: Defensa y felicidad:
Al cabo un lance fatal Su Escudo, su antemural,
Llenó a todos de pavor. Su esfuerzo, brío y valor.
Por la Santa Cruz, etc.

“Esos hombres y sus gefes no tardaron en ser sitiados por los in­
dios bárbaros, en número de más de 6.000 hombres, como resulta de la
historia que prueba el milagro. Éstos intentaron primero tomarlos por
las armas, luego por el hambre y la sed, pero no pudieron lograrlo por
muchos días. La tradición narra que todas las noches un hombre disfra­
zado de indio bajaba al Paraná a buscar agua para él y sus compañeros.
En fin el viernes de N. S. de Dolores, al fin de un largo y ardiente com­
bate, sostenido con valor, de parte a parte, los indios infieles quedaron
convencidos que esa Cruz, que se alzaba a la puerta del fuerte, era su
enemigo y servía al mismo tiempo de defensa a los Españoles; que era
un talismán que debía destruirse ante todo. Se pusieron inmediatamente
en obra, y amontonaron tanta leña cuanta los alrededores se la propor­
cionaron. Pero toda esa leña ardió, se redujo en cenizas, y la Cruz quedó
intacta..." (texto anónimo citado).
— Dícese que en ese lugar los españoles edificaron una humildísima .
hermita de pared de adobes y techo de paja para conservar la Cruz. Que
en las ruinas encontradas de esa hermita, mediante una información pro-
193
lija de la autenticidad del lugar, el Gobernador Ferré en 1828 mandó
edificar la Columna actual que está partida por mitad por un rayo, desde
su cúspide hacia la base y va a ser reemplazada por otra, por resolución
de la Municipalidad actual. En 1730 fue trasladada la Cruz a otra Ca­
pilla, reedificada y donde hoy se encuentra. Así se dice en la siguiente
acta del Cuerpo Municipal o Cabildo de Corrientes: "En la Ciudad de
Juan de Vera de las siete Corrientes a 15 de Marzo de 1730 años. El
Cabildo, Justicia y Regimiento de ella que infra firmamos, juntos y
congregados en esta Sala de nuestros acuerdos a tratar y conferir mate­
rias de la utilidad de esta República, con asistencia del Sr. Justicia Mayor
y no concurrieron los capitanes D. Ignacio de Villanueva, D. Ignacio de
Soto, regidores, ni menos el Alcalde Provincial D. Jorge Martínez, por
estar en sus estancias de esta Jurisdicción. Y en este estado se acordó
por este Cabildo el que se ponga por escrito para que en todos tiempos
conste el día que se trasladó “la Santísima Cruz del milagro” de su ca­
pilla antigua a la nueva donde al presente se halla colocada y venerada
por los fieles cristianos, cuya traslación fue el viernes pasado que se
contaron 10 del corriente de este presente año, a las 3 de la tarde, a la
que concurrieron las Sagradas Religiones de San Francisco, Jesuítas y
Mercedarios, Cabildo, su Cura Vicario y demás individuos de esta Ciudad.
Y habiéndose fijado en su altar de la Capilla nueva, se le cantaron las
vísperas con toda solemnidad, y el día siguiente que fue sábado 11 de
Marzo, le cantó la misa el R. P. Rector de este Colegio, Lorenzo Rafe, con
diácono y subdiácono, "cuyo triunfo y milagro de dicha Santa Cruz” lo
predicó el R. P. José Gaete de la Compañía de Jesús, de este Colegio, con
el espíritu y elocuencia tan eminentes de dicho R. P. que dejó su predica­
ción admirados a sus oyentes, infundiendo con más fervor la sagrada
devoción de los vecinos de esta Ciudad. Y al siguiente día, este Cabildo
en común pasó a dar las gracias a su Cura Rector y Vicario Juez Ecle­
siástico, Maestro D. Ignacio de Ruilova, Conventos y Colegio por la con­
currencia a dicha fiesta, y demás personas particulares de primera
clase, etc., etc. — Diego Fernández — Juan Crisóstomo de Disido — M.
G. de, Hendara — Gregorio de V. y Ascona — Adrián Cabrera Cañete
— Sebastián Villanueva — Francisco Molina Zalazar — Juan José de
Pesoa y Figueira — Antonio Aguirre — y lo firmaron ante nos, por no
haber Escribano y este papel común a falta del sellado”.
•— "Arrimáronse éstos (los infieles) en gran número para desalojar
los nuevos huéspedes, los cuales con esfuerzo y valor frustraron las dili­
gencias de los indios. Entonces uno de ellos, que acaso descubrió el
santo madero, explicó su furia contra él, aplicando fuego para convertirlo
en cenizas. Pero las llamas respetaron la Santa Cruz, y el sacrilego
cayó muerto de un balazo. Consérvase hasta el día de hoy el sagrado
leño que en memoria del suceso se llama ‘la Cruz del Milagro’.” (El P.
Guevara, Lib. II, § XIII citado. Guevara nació en 1720.)
— En 1713, ante un Juez Eclesiástico que era un Cura de Santa Fe,
en esta ciudad se hizo información de testigos sobre el Milagro, y su
interrogatorio y contestaciones obran en el Acta del 18 de Enero de
1857, que ya citamos y fue publicada en folleto que hasta hoy muchos lo
tienen. Esa información por un comisionado especial fue enviada a
Roma para obtenerse a su vista la declaración de la fiesta religiosa en
la fecha del milagro (Quesada, Revista del Paraná, pág. 15).

En sentido diverso respecto del Milagro, hay lo siguiente:


— "Según tradición, tiene la Ciudad por armas una Cruz, en campo
de fuego, alusivo al milagro que obró en su conquista, 'aunque de esto
no he visto documento de aquellas antigüedades’, sólo muestran estas
noticias los que le sucedieron” (art. "Fundación de Corrientes”, en El
Telégrafo de 1801 a 1802).
194
El Dr. Quesada en su folleto La provincia de Corrientes, niega el
milagro o lo explica por causas naturales y ordinarias.
— El Dr. Mantilla en el artículo “La ciudad de Vera”, ya citado,
afirma en cuanto al Milagro "ser cierta su absoluta falsedad”.
Ninguno de los testigos citados ha vivido en la fecha del milagro
ni lo ha presenciado, ¿quién de ellos merece más fe, el Padre Guevara
o el doctor Quesada, los testigos de la información de 1713 o el Dr. Man­
tilla, los testigos más cercanos al hecho de que se trata o los más re­
motos, la naturaleza extraordinaria del hecho o los razonamientos con­
jeturales, desde el punto de vista de las leyes y de las cosas tales cuales
nosotros comúnmente las conocemos? La ciencia y la conciencia, la
teología razonada con una sana filosofía, da fórmulas de crítica juiciosa
para contestarse cada uno a sí mismo las anteriores preguntas. No
es de este lugar ni de estos momentos sobre todo discutirlas, cuando
todo un pueblo se levanta a celebrar noblemente sus orígenes y parte
notable de él a glorificar sus creencias y su fe.
La fe que glorifica el milagro o las maravillas de la naturaleza
misma, glorifica así el principio del infinito y lo perfecto, y sin este
principio que es fuente continua de progreso y de regeneración, no
hay grandeza ni elevación posible en las naciones ni para las horas del
sacrificio ni para las generosas empresas. ¡Pobre del pueblo sin fe
alguna, o en la religión o en la política o en las ciencias o en el tra­
bajo legítimo!
Ésas son las enseñanzas verdaderas de toda la historia, de acuerdo
con la razón cuando ésta se escruta profundamente en sus leyes constitu­
tivas. Por lo demás, el P. Alegre ha bajado a la tumba lleno de mérito
para con Corrientes, Provincia de su nacimiento. Un extranjero ilustre,
Mr. M. de Moussy, le dedicó elogios, hasta llamarlo un "segundo Padre
Bolaños” en su artículo “La Virgen de Itatí” que publicó en Corrientes
en 1856.
Pero la fe entusiasta hasta las concepciones del milagro, tenía su
razón de ser, en España sobre todo, bajo el doble vínculo de la religión
y la patria. Ella al frente de la tempestuosa revolución iniciada por la
Reforma de Lutero en 1517, tuvo la misión social de combatirla con
Carlos V y Felipe II que murió en 1598.
Corrientes estaba ya fundada antes de 1598. Y es así bajo el in­
menso influjo de la fe que los 200 españoles en Haití atribuyeron su sal­
vación de los 10.000 indios (1495) en la “Isabela” al milagro respecto
de una Cruz plantada en el frente. Así en el recio asalto de “Corpus
Christi” los indios que lo tenían reducido al último extremo, dícese que
vieron en el baluarte un personaje que los llenó de terror y los españo­
les vieron en ello el favor de San Blas en Febrero 3 de 1539 (Deán G.
Funes, Lib. I, Cap. V). Así, los españoles a su regreso de Santa Cruz
de la Sierra, ante el peligro inmenso al ser rodeados por los indios
“Itatí”, recurrieron a la protección del cielo, y su salvación en 1569 la
atribuyeron a un venerable personaje, o Santiago o San Blas que arro­
jaba dardos contra esos indios (D. G. Funes, Lib. II, Cap. II).
La civilización actual siendo hija del cristianismo, la Cruz es su
más expresivo símbolo. La civilización al través de la Cruz trayendo a
sí los pueblos oprimidos, ganó el Imperio Romano con Constantino en
335. Se acrisoló y brilló ante las discusiones provocadas por el dogma,
la herejía y el cisma. Dominó para 613 los pueblos bárbaros que des­
truyeron ese Imperio. Luchó desde el siglo vil contra la Revolución de
Mahoma, venciendo en el xv por España. A partir de aquí la Cruz, por
Colón y España, trajo la civilización a América. Entre tanto, entre el
siglo XVI al XVII preparó desde la Reforma, los principios cristianos para
la
constitución del mundo político y social. Desde el siglo xvm esos prin­
cipios simbolizados en la Cruz, luchan hasta hoy por triunfar bajo la
forma sagrada de la verdadera República en Europa y América.
195
Hé ahí los grandes milagros de la Cruz, en la historia de la civi­
lización moderna. No ha pasado el tiempo de los Milagros, vencido ante
esas verdades de la historia, exclama Edgard Quinet. Este escritor no
es por cierto tachable para los enemigos de la Iglesia Romana.
Corrientes, pueblo generoso, en la Cruz de su fundación, en este
III Centenario de ella, va también a glorificar esos grandes milagros
de la civilización.

V — LA CIUDAD DE VERA Y SU PLANTEAMIENTO

En estos momentos del III Centenario de la fundación de Corrientes,


todo rasgo histórico que se refiera a ella, tiene un interés palpitante.
Es por eso que revistaremos brevemente los siguientes puntos históricos,
de importancia topográfica digámoslo así, pero que darán satisfacción a
la curiosidad pública, despertada con motivo de las dudas y aserciones
inesperadas manifestadas días pasados en el artículo del Dr. Mantilla.
1º) ¿Vino antes que llegara Juan de Vera, un destacamento?
2°) ¿Hubo acto expreso y solemne de la fundación de Corrientes?
3°) ¿Qué personas habrán sido las fundadoras?
4º) ¿Qué nombres ha tenido la ciudad?
5º) ¿Cuál habrá sido la primera construcción?
6°) ¿En qué paraje mismo se fundó la ciudad?
7°) ¿De qué carácter fueron los actos de gobierno del Cabildo, Jus­
ticia y Regimiento de la ciudad?
D) Don Juan Ortiz de Zárate para conseguir el título de Adelantado
del Río de la Plata, entre otras cosas, se había comprometido con el Rey
de España a fundar cierto número de Ciudades en el territorio de su
Adelantazgo. Después de una serie de sucesos desgraciados desde que
salió de España hasta que pudo llegar al Río de la Plata, y después
de tantos sinsabores que desde entonces le ocasionaron sus actos de
gobierno, había muerto en Asunción del Paraguay, en 1575. En su
testamento había dispuesto que recayese el Adelantazgo en quien se
casara con su hija D? Juana Ortiz de Zárate, la cual había preferido
la mano de Dn. Juan de Torres de Vera, Ministro togado de la Audien­
cia Real de Charcas, a la de otros muchos pretendientes, habiendo pen­
sado el Virrey de Lima D. Francisco Toledo casarla con un protegido
suyo y cuyas intenciones burladas, fue causa de las persecuciones del
Virrey a Juan de Torres de Vera.
Éste, "en cumplimiento" pues de esas "capitulaciones”, resolvió
fundar la hoy Ciudad de Corrientes, en virtud de poderosas razones po­
líticas y económicas para la prosperidad de la colonización del Río de la
Plata y para adelantar la conquista de su territorio en posesión legítima
de las poblaciones bárbaras.
A ese efecto, “mandó alistar una gran expedición y elementos de
todo género, como que el Adelantado en persona iba a mandarla... Pre­
gonada la empresa y arreglados los negocios administrativos y políticos
de la Asunción, se dio a la vela Vera de Aragón hacia las ‘siete corrien­
tes’ a los fines del mes de marzo de 1588. Llevaba consigo la gente
granada de la conquista, en oficialidad y tropa; contándose entre ellos
el teniente Gral. Juan Torres de Navarrete, pariente del Adelantado...,
siendo los soldados ‘ciento cincuenta’ hombres casados y solteros ele­
gidos. El convoy se componía de ‘tres barcos, un bergantín y veinte
196
y ocho balsas’: verdadera y formidable escuadra para aquellos tiempos,
que podía desafiar con serenidad y confianza todo el poder naval de los
Agaces y Payaguás unidos, los dominadores de la navegación cuando
Caboto remontó el Paraguay. Por tierra despachó Vera y Aragón ‘cua­
renta’ hombres conduciendo vacas, bueyes, caballos y yeguas para la
alimentación, servicio e industria de la nueva ciudad; ganados que sir­
vieron para fundar las primeras estancias entre el Tebicuary y Paraná,
territorio de la jurisdicción y de la propiedad de Corrientes hasta el
malhadado tratado de Belgrano con el Paraguay en 1811" (Dr. Mantilla,
artículo “La ciudad de Vera” citado).
Dados esos preciosos detalles proporcionados por el Dr. Mantilla
de que toda la expedición se componía de 190 soldados y pobladores;
de que habían salido de la Asunción “a fines de marzo”, es claro que a esa
parte principal de la expedición había precedido a su llegada al puerto
de Arazaty, una pequeña porción de ella que en marzo fundó el “fuerte o
reducto” de palo a pique que estuvo todo hecho para el día de la fun­
dación en 3 de Abril; lo que no habría sido posible para esa fecha entre
la del desembarco y la citada de la fundación, sin ese anticipado desta­
camento de la expedición principal.
En efecto, consta de las fuentes históricas ya citadas en el párra­
fo anterior que un puñado de españoles (28, 60 u 80) echaron los ci­
mientos de un "fuerte”, antes de la fundación de la ciudad en Abril 3.
Pero en Marzo 28 el Adelantado con su expedición se hallaba todavía
en el río Paraguay, en donde desde la Asunción fue el Escribano Juan
Cantero a notificarle una provisión real de Marzo 19 de 1887 de la Au­
diencia de la Plata (según documento que obra en nuestro Archivo agre­
gados al Acta Capitular de Agosto 16 de 1588); es razonable suponer que
habrá llegado con la expedición al puerto de Arazaty el 29 de Marzo ade­
lante. Pero si desembarcaron el 30, de allí al 3 de Abril no había tiem­
po material para desembarcar, tomar tierra, refrescar la gente, hacerse
de matalotaje, levantar barracas, cortar maderas y ramas y tener hecho
el "fuerte”, antes del 3 de Abril.
Forzoso es entonces reconocer la verdad del hecho histórico de
que un puñado de españoles (28, 60 u 80) desembarcaron en Marzo en
Arazaty, antes de llegar ahí el Adelantado con el resto de la expedición
entre el 28 de Marzo y el 3 de Abril. De ese modo las fuentes histó­
ricas citadas y el Dr. Mantilla quedan en armonía y con la autoridad
respectiva que merecen la naturaleza de sus narraciones. Pero, sin ese
destacamento previo, se ponen en contradicción aquéllas con el Dr.
Mantilla, y éste con nuestra narración del hecho de "Marzo 28”.
2?) Una vez llegado el Adelantado con su gente por agua en el
sitio de las "Siete Corrientes”, llamado después por los españoles “El
Pucará”, donde estuvieron por más de cien años a la vista el "fuerte”
y la "hermita” de la Cruz del Milagro, procedió por medio de acto
espreso y solemne a fundar la ciudad, según el documento siguiente
publicado por el Dr. Mantilla en su artículo citado de Las Cadenas co­
mo obsequio suyo a Corrientes en su tercer centenario, y por él obtenido
en copia de la que el Dr. Quesada había tomado del existente en el Ar­
chivo General de Indias, o como dice el Dr. Mantilla, "del Archivo de
Indias de Sevilla”.
El acta de la fundación es la siguiente:
“En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, tres personas y un solo Dios verdadero, y de la Santísima Virgen
su madre, y del Rey D. Felipe nuestro señor: Yo el licenciado D. Juan
de Torres de Verá y Aragón, Adelantado, capitán general, Justicia Mayor
y Alguacil de todas estas Provincias del Río de la Plata por su magestad:
en cumplimiento de las capitulaciones que hizo el adelantado don Juan
Ortiz de Zárate de que poblaría ciertos pueblos en estas provincias, fun­
do y asiento y pueblo la Ciudad de Vera en el sitio que llaman ‘de las
197
Siete Corrientes, Provincia del Paraná y Tape', con los límites y términos
siguientes: de las ciudades de Asunción, Concepción de Buena Esperanza,
Santa Fe de la Vera Cruz y Salvador, ciudad Real, Villa Rica del Espíritu
Santo, San Francisco y Viaza en la costa del mar del Norte, para agora
y para siempre jamás, en el entretanto que su Majestad o por mí otra cosa
no sea mandado en su real nombre. La cual y dicha parte parece ser
mejor e buen sitio donde la gente pueda estar y poblar por tener como
tiene tierras de labor, leña, pezquería, caza, aguas e pastos e montes para
sustanciación de los dichos pobladores y de sus ganados, para la perpe­
tuación de dicha ciudad, con muchas tierras para estancias para repartir
a los pobladores y vecinos de ella, como su Majestad lo manda por
sus reales cédulas, con protestación que si se hallare otro sitio mejor ‘se
pueda trasladar la dicha ciudad con el propio nombre’ donde convenga
más al servicio de Dios y de Su Majestad y utilidad de los pueblos, y
esta mudanza se haga con acuerdo y parecer del Cabildo, y así: en nom­
bre de S. M. y por virtud de sus reales poderes que tengo y que por su
notoriedad no van aquí insertos: nombro Alcaldes, Regidores, Procura­
dor general de Ciudad, Mayordomo de ella, para que la tenga en justicia,
guarda y conservación, administrando justicia en los negocios civiles y
criminales anexos a sus oficios, conforme a las cédulas y ordenanzas
que Su Majestad tiene dadas a las ciudades de las Indias para que go­
cen de dichos sus oficios anexos a sus cargos, conviene a saber: Alcaldes
ordinarios y de Hermandad a Francisco García de Acuña y Diego Ponce
de León; Regidores Alguacil Mayor Juan de Rojas, Martín Alonso de
Velazco y Héctor Rodríguez, Acencio González, Estevan de Vallejos, Fran­
cisco de León, Diego Nátera, Francisco Rodríguez, Pedro López; Fiel
ejecutor, Melchor Alonso; Procurador, Antonio de la Madrid; Mayordomo,
Gerónimo Ibarra: y pareciéndome que la dicha elección es justa, que de
aquí en adelante se haga en un día señalado; desde aquí para siempre
jamás por la presente nombro y señalo la elección de dichos oficiales
en cada un año por el día de año nuevo, nombrando los que salieron
a los que entraren por voto, de bajo juramento, a derecho, estando en
su cabildo y ayuntamiento como Dios les diere mejor a entender en sus
conciencias, nombrando a aquellas personas que con más rectitud y
celo entendieren que conviene al servicio de Dios y de Su Majestad para
el buen gobierno de dicha ciudad, como se hace en los virreynos del
Perú y en todas las Indias. Fecho en la Ciudad de Vera a 3 días del mes
de "Abril de 1588. — Juan de Torres de Vera y Aragón — Nicolás de Villa-
nueva, Escribano Público y del Cabildo, tomó e recibió juramento de los
dichos Alcaldes y Regidores, Alguacil Mayor, Procurador e Mayordomo,
que guardarán justicia a las partes y no llevarán derechos demasiados
y en todo harán aquello que más conviniere al servicio de Dios nuestro
señor, de Su Majestad y bien de la República; y a la conclusión declara
cada uno por sí y por lo que les toca sí ‘juro y amén’ y prometieron
de lo así hacer — Testigo, el General Juan Torres de Navarrete, el
capitán Diego Gallo de Ocampos, maese de campo general de estas pro­
vincias y el capitán Felipe de Cáceres, alférez general —estando en esta
ciudad— Juan de Torres de Vera y Aragón — Nicolás de Villanueva,
Escribano público y de cabildo. — E luego el dicho Adelantado y Go­
bernador, en cumplimiento de todo lo susodicho, fue con los dichos
Alcaldes y Regimiento, todos de un acuerdo y conformidad nombraron
y situaron el sitio para la iglesia mayor y le dieron por advocación
‘Nuestra Señora del Rosario’, de lo cual doy fe, que en señal ‘de posesión’
pusieron ‘una Cruz a la cual todos adoraron’ y lo pusieron por testi­
monio. — Nicolás de Villanueva, Escribano público y de cabildo— E luego,
el dicho día, mes y año susodicho, el dicho Adelantado y Gobernador,
junto con los dichos justicia y Regimiento en la mitad de la plaza y man­
daron fincar un palo para el ‘Rollo’ donde se ejecutase la justicia y
mandó dicho señor Gobernador que ninguna persona lo quitara de la
parte y lugar donde. quedaba fijo so pena de la vida, sin licencia de Su
198
Magestad o de su señoría o otro juez competente en nombre del dicho
Gobernador mandase esta ciudad, y desembainando la espada le dio
dos golpes diciendo: ‘Por el Rey Dn. Felipe nuestro Señor’ — E pidió
testimonio — E luego, el dicho día, mes y año, por ante mí, el dicho
señor Adelantado juntamente con la Justicia y Regimiento, andando por
el campo de la ciudad nombraron y eligieron por ‘ejido puesto’ de la
dicha ciudad y a todos los vientos e moradores que poblaron en ella
e vinieron a poblar, 'cese de las cuadras que señaló’ hasta un cuarto de
legua que toma ‘todo el contorno de la ciudad’, con todo lo cual acabó
y feneció y fundó la dicha ‘Ciudad, Iglesia, Horca, Ejido’, protestando
tiene de mejorar dicha ciudad, iglesia, horca, y ejido y todo lo demás
cada y cuando se hallare mejor oportunidad en nombre de Dios e de Su
Magestad, y pidió a mí el dicho escribano se lo dé por testimonio, de lo
cual todo lo que dicho es yo el presente escribano doy fe que pasó y
cumplió y protestó en la forma que va dicho y especificado y declarado,
y lo firmó el dicho señor Adelantado e Gobernador e demás Justicias y
Cabildo e Regimiento, Procurador e Mayordomos, testigos los susodi­
chos: El Licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón — Francisco de
Acuña — Diego Ponce de León — Juan de Rojas — Martín Alonzo de
Velazco — Héctor Rodríguez — Acencio González — Estevan Vallejos
— Francisco de León — Diego Nátera — Francisco Rodríguez — Pedro
López — Melchor Alfonzo — Antonio de la Madrid — Gerónimo Ibarra.
— Pasó ante mí, Nicolás de Villanueva, Escribano público y del cabildo.
"Nos los alcaldes Ordinarios y de Hermandad de esta ciudad de
Vera, que aquí firmamos nuestros nombres, damos fe y verdadero testi­
monio a todos los que la presente viesen en como Nicolás de Villanueva,
de quien va firmada esta escritura, es Escribano Público y de Cabildo de
la dicha ciudad de Vera, a cuyas escrituras e autos que ante él pasan,
firmadas con la firma de arriba, se da entera fe e crédito como a Es­
cribano fiel y legal — en fe de lo cual firmamos nuestros nombres. Fecho
en esta ciudad de Vera a cinco días de Abril de mil y quinientos ochen­
ta y ocho años. — Francisco García de Acuña — Diego Ponce de León.”
La precedente acta de la Fundación existía todavía en el Archivo
del Cabildo en 1673 y se trajo a la vista de éste, para cerciorarse de los
límites de la Jurisdicción dada a la ciudad (Acta Capitular de Junio 15
de 1673). Igualmente existía todavía en 1760 (A. C., Junio 2 de 1760),
pero ya no, sino en fragmentos en 1801 (El Telégrafo, artículo "Fundación
de la ciudad”).
3º) ¿Qué personas habrán sido las fundadoras? Es de difícil con­
testación para precisarlas con exactitud. El adelantado Juan de Torres
vino en persona a fundar a Corrientes, según la precedente acta. Ya ha­
bíamos indicado ese hecho en 1877 para rectificarse la aseveración de
algunos autores de que Alonso de Vera el Tupí había sido comisionado
por aquél para esa fundación (Colección de Datos y Documentos, etc.,
nota 1º al Nº 4º, 1º Parte, Sección A).
Acompañáronle sin duda personas que no traían el ánimo de quedar
en la ciudad a fundarse. V. g., D. Felipe Cáceres, Diego Gallo de
Ocampo, Miguel de Rutia, Hernandarias de Saavedra, etc., pues a todas
estas personas notables no se les ha hecho parte en el señalamiento de
tierras que se repartieron a los que han tenido intención de radicarse
como pobladoras, como se ha hecho v. g. al General Navarrete, Gonzalo
de Mendoza, Diego de Mendoza, etc.
En efecto, Felipe Cáceres poco tiempo después vemos que era
Teniente Gobernador de Santa Fe en Febrero de 1591 (Acta Capitular
de Febrero 13, 1591); Miguel de Rutia era antes y después de la fun­
dación de Corrientes vecino de la Concepción del Bermejo y a su ruina
en 1631 recién pasó con sus indios de encomienda a poblarse en
“Guacaras”, donde nuestro Cabildo le dio asiento y población (así nos
consta de Títulos de propiedad que hemos visto); Hernandarias después

199
de estar algunos días (A. C., Julio 11, 1588, pronto actuó en la Asunción
hasta llegar a ser Gobernador en 1591, para volver en tal calidad a
Corrientes en 1598 (Padrón de tierras que él repartió en el Chaco, de
Junio 29, 1598). Mientras tanto, si Navarrete vino con el adelantado
y no los Mendoza, unos y otros no figuraron en Corrientes, pero sin duda
mandaron gente a “su costa y mención” para la fundación, y por eso
se les habrían dado tierras.
Consignamos en seguida, para eterno recuerdo y gratitud, los nom­
bres de las personas que debieron de ser "los primeros pobladores” de
Corrientes:
Pero Álvarez, Ambrosio de Acosta, Juan de Acosta, Francisco Arias
Mansilla, Lucas de Arce (Darse), Catalina Alberto, Estevan Alegre, Gon­
zalo de Alcaraz, Diego Alcaraz, Isabel de Almaraz (¿Alcaraz?), Diego de
Almirón, Francisco Arias de Leguizamo, Baltazar de Almada, María de
Acevedo, Juan Bernal Cuenca, Juan Bernal, Gabriel Bernal, Juan Bravo,
Gerónimo Baca, Isabel Baca, María de Burgos, Francisco de Burgos, Juan
Balderas, Alonso Cabrera, María Sánchez Cabrera, Francisco de Esquivel
Cabrera, Lucía Cabrera, Hernando (o Fernando) de la Cueva, Hernando
de la Cueva Enciso, Juan de Carabajal, Sebastián de Carabajal, Juan de
Carabajal, Cristóbal Cano Barciga, Francisco Colman, Fernando de Ca­
beza, Juan Alonso de Cozar, Ürzula de Calzada, Gabriel Covos, María
Clemente, Bernabé Delgado, Felipe Diez, Rodrigo Díaz, (Francisco de
Esquivel Cabrera), Pedro Esquivel, Gabriel de Esquivel, Francisco de
Esquivel, Juan de Estigarrivia, Sebastián de Estigarrivia, Juan Espinoza
Belmonte, Pedro Fernández, Beatriz Fernández, Antón Figueroa, Andrés
Figueroa, María de Figueroa, Francisco de Frías, Diego de Frutos, Mel­
chor Fernández Rodríguez, Francisco González de Santa Cruz, Juan Gon­
zález, Tomás González, Gonzalo González, Tomás Gómez, Asencio Gon­
zález, Anselmo González, Violante González, Lorenzo González, Diego
Gordon, Isabel Gómez, Juan Gómez, Diego García, Francisco de Acuña,
Francisco García de Acuña, Juan Gauna, Ana de Génova, Doña Juana de
Guzmán, Juan González de Torquemada o Juan Gómez Torquemada, Se­
bastián de la Haba o Sava, Juana Hernández, Gerónimo Ibarra, Martín
de Irrazábal, Juan Juárez (Ivárez), Juan Jaques, Julián Jiménez, Ana
Jiménez Torquemada, Diego Ponce de León, Sebastián de León, Marina
de León, Francisco de León, Blas de Leis o Loys, Francisco López Ortiz,
Pedro López Enciso, Francisco López Pardo, Gabriel de Lara, Marcos Ló­
pez, Pedro López, Inés de Ledesma, Francisca de Ledesma, Alonso de
Medina, Francisco de Medina, Juan Voz Mediano, Antón Martín, Martín
Martínez, Matías Martínez, Isabel Martín, María Martín o Martínez, Juana
Martín, Gonzalo de Mendoza, Diego de Mendoza, Francisco Méndez o
Méndez Carrasco, Simón de Mesa, Magdalena de Mesa, Domingo Miño,
Pedro Grande de Nogales, Marcos Noguera, Julián Núñez, Diego Martí­
nez de la Orta, Francisco Ortiz o Francisco Ortiz de Leguizamón, Juan
Ortega, Francisco Pérez, Diego Pérez, Bernardino Pérez, Hernando Polo,
Pedro Polo, María Polo, Lucía Polo, Diego de Palma Carrillo, Alonso de
Peralta, Gaspar de Portillo, Juan de Prado, Luis Ramírez, Héctor Rodríguez,
Sebastián Rodríguez, Inés Rodríguez, Antón Rodríguez, doña Catalina Ro­
dríguez, doña Isabel Rodríguez, Diego Rodríguez Natera, Juan Rodríguez
Barcalero de Soto Mayor, Juan Romero, Francisco Romero, Martín de
Rapalo, Bernardo de Rapalo, Diego Pérez Rapalo, Antón Roberto, Felipe
Ruidíaz, Beatriz Ruiz, Alonso Ruiz de Rojas, María Roberto, Sancho Ro­
berto, Lucas Roberto, Pedro de Rodas, Vicente Rolón, Diego de Sandoval,
María de Sandoval, Alonso Sánchez Moreno, Agustín Sánchez, Juan Sán­
chez Gutiérrez, Martín Sánchez, Gonzalo Sánchez, Diego Sánchez, Diego
Sosa, Fernando Sosa, Hernando de Sosa, Juan de Sumárraga y Barque-
cen, Diego Sena, Diego Salinas, Lucía de Salinas, Francisco de Zaias o
Sayas, Juan de Sayas, Blas de Seis, doña María de Seis, Isabel Serrado,
María Serrado, Andrés Sovato, Catalina de la Trinidad, Juan de Torres
Pineda, Juan de Torres de Vera y Aragón, Juan Torres de Navarrete, F.
200
Alonso de Vera, Juan Ramos de Vera, Pedro de Vera, Martín Alonso de
Velasco, Martín Velasco, Sebastián Luis de Velasco, Hernando de Ve-
lasco, María de Velasco, Catalina de Velasco, Estevan de Vallejos, Cris­
tóbal Veláustegui, Pedro Veláustegui, Pascual Veláustegui, Magdalena
de Veláustegui, Blas de Venecia, Nicolás Villanueva.
A esos nombres sacados de los Padrones de Encomiendas de Indios
de 1588 a 1593 y de reparto de tierras para chacras de Sept. de 1591, hay
que agregar los de Juan de Rojas, Francisco Rodríguez, Melchor Alfonso
y Antonio de la Madrid (Acta de Fundación), y tendremos 200, número
muy probable de la expedición, exclusive el Adelantado, que vino a po­
blar a Corrientes, lo que confirma el número de 190 que da el doctor
Mantilla.
No hay certeza completa, ni de ese número —porque los nombres
distintos que nos han parecido de la misma persona los hemos puesto
juntos, y pueden no ser iguales, y los que pareciéronnos distintos, pero
semejantes, los hemos puesto seguidos, porque pueden ser de un solo
individuo—, ni de que sean ésas las personas que hayan venido en Mar­
zo de 1588.
Pero si no todas fueran las “fundadoras”, es cierto que todas las
personas citadas fueron las “primeras pobladoras”, puesto que son las
que recibieran tierras en 1591; es decir, al 4? año de la fundación no se
podía dar título definitivo de tierras repartidas en las nuevas poblacio­
nes sino a los que en ellas hubiesen tenido "morada, labor y residencia”
por 4 años, según Ley 1a, Tít. 12, Lib. IV, Rec. Y. A los que sucesivamente
iban poblándose, los padrones posteriores hasta 1598 iban comprehen-
diendo.
La mayor parte de esos apellidos y hasta nombres suenan en mu­
chos documentos sobre tierras y testamentos del siglo xvII y xviii, y
muchos han llegado a nuestros oídos hasta hoy. Prueba eso que perte­
necieron a familias que se radicaron. Al recordarlos hoy, grande debe
ser nuestra gratitud al contemplar en ellos el tronco genealógico de
que muchos descendemos.
45 * * * 9) ¿Qué nombres ha tenido la ciudad? En su fundación se le dio
el de “Vera” en honor del Adelantado (A. C., Abril 4, 5, 7; Julio 11, 12;
Sept. 2, 7; Agosto 16, etc., 1588; Enero 1“, 1591; Oct. 26, 1593, etc.). Desde
hacia el primer tercio del siglo xvII adelante, fue prevaleciendo el de “San
Juan de Vera de las Siete Corrientes”, de "San Juan de las Corrientes”
(A. C., Julio 24, 1793), quedando solo el de "Corrientes” casi al fin del
xviii, aunque posteriormente hemos visto actas con la denominación de
“Vera de las Siete Corrientes”, "... dándole por nombre ‘San Juan de
Vera’. Las siete rapidísimas corrientes que forma allí el Paraná le hacen
conocer por este nombre con usurpación del verdadero” (D. G. Funes,
Lib. II, cap. XI).
59) ¿Cuál ha sido la primera construcción, en la fundación? He­
mos citado ya algunas fuentes históricas de que resulta de que el “Fuerte”
ha sido la primera construcción. Compruébase por esta Acta Capitular,
que dice:
"En la ciudad de San Juan de Vera de las Siete Corrientes en 28
días del mes de Febrero de 1701, el Cabildo, Justicia y Regimiento es a
saber... estando juntos y congregados en esta casa... para conferir al­
gunas cosas convenientes al bien y utilidad de esta República: y habién­
dose propuesto, se halló sin haberse ejecutado los antecedentes cabildos
y propuestos por no poderlo poner en ejecución: y siendo así que suce­
dió la ‘invasión’ de los indios el 21 del corriente ‘que dio en la ciudad
en el mismo costado del Reducto que cae al Poniente’; y aunque no lo­
graron su intención pero lograron el despojar y llevarse una ‘campana’
de la ‘Hermita de la Santa Cruz’, y que han sido repetidos, sin tener
ningún remedio. Y es muy preciso de parte de esta Ciudad, escribir al

201
Cabildo Eclesiástico del Obispado si se puede mudar la Hermita con la
Cruz en otra parte donde se pueda reparar en dichas invasiones, por ha­
llarse dicha Hermita muy cerca de montañas y ‘cerca del Río’, ocasio­
nando a tener el enemigo el atrevimiento que se experimenta en ella. Y
en ese ‘ínter’ se puede pedir una limosna a los vecinos Encomenderos,
que cada uno ayude con un indio para desmontar dichos montes, lo que
encubre dicha Hermita y poder abrir las puertas para que no cesen las
devociones a las misas promeseras que le hacen...”
Es claro, por una vez más, que se construyó el "fuerte” o "reducto”
como se refirió en el párrafo anterior; que ese “fuerte” existía en 1707
y es el hallado en 1856 debajo de tierra por el P. Alegre; que estaba ais­
lado y separado de la ciudad actual; que cae al O.
La otra construcción es la Hermita de la Cruz. "Consérvase hasta
el día de hoy el sagrado leño, que en memoria del suceso se llama la Cruz
del Milagro” (Guevara, ya citado). Esa Cruz se trasladó a una nueva
Capilla en Marzo 10 de 1730, donde hoy está: fue consagrada por auto de
Octubre 19 de 1798 con excomunión contra los que arrancasen fragmentos
de ella, y con indulgencias a los fieles que la venerasen, concedidas por
los Obispos D. Manuel de La Torre, F. Sebastián Malvar y Pintos, Benito
Lué y Riega, Rodrigo A. de Orellana y Benito de Lascano. El Obispo D.
Manuel Antonio de la Torre la visitó en Junio 15 de 1764, regalándole un
libro en blanco para copiarse su historia y el inventario de sus intereses.
Se ocurrió a Roma, sin resultado conocido, con la información de 1713,
acerca del milagro. El Obispo Lué trasladó la fiesta al 3 de Mayo, acos­
tumbrándose así desde entonces (Quesada, Revista del Paraná, Nº 1, p. 15
y 16). La Capilla se reedificó en Mayo 3 de 1808 y se erigió "La Colum­
na” en 1828 en el lugar de la antigua hermita.
“En la ciudad de ‘San Juan de Vera de las Siete Corrientes’, en 29
días del mes de Marzo de 1681... el Sargento Mayor Alonso Sánchez Mo­
reno... hizo una propuesta movido de caridad y el buen celo en el razo­
namiento que hizo. Se ‘ve’ y es en esta razón en como ‘la Hermita de
la Santa Cruz del Milagro’ una reliquia tan grande que atemoriza al in­
fierno y dice 'cómo los antiguos levantaron la capilla de la Santa Cruz'
del Milagro y que hoy está en poca decencia y las paredes ya robadas
por las aguas y que esto que tiene referido es público y notorio en esta
Ciudad y que para este efecto, por ser como es obra tan pía..., suplica a
la ‘Sría.’ de este Cabildo que en virtud de la propuesta que fecho tiene,
sea servido de requerir y exhortar a dicho Justicia Mayor, que presente
está, sea servido mandar... que del pueblo y Reducción de N. S. de la Lim­
pia Concepción de Itatí, el Corregidor y Alcalde mayor de los indios...
pagándoles conforme real Orden, que será luego de Pascua Florida, que
salgan luego a poner a ejecución lo que lleva pedido...”
Es claro, “los antiguos (los fundadores) levantaron la capilla de di­
cha Santa Cruz”, cuya translación y festejos de 1730 se refiere en el A. C.
de Marzo 15 de 1730 que se transcribió anteriormente.
6?) ¿En qué paraje mismo se fundó la ciudad? Los Padrones de
reparto de tierras, no nos dan luz sobre la ubicación primitiva. El de
reparto de solares está perdido, salvo sus fragmentos en algunos títulos
de propiedad. Además, los Padrones se variaron, una vez que la “planta”
de la ciudad primitiva del Adelantado, se “transladó” en donde está,
y el Dr. Mantilla aparece equivocado en cuanto a esto. Nos quedan
dos puntos fijos: la “Hermita” o “La Columna” hoy, y el lugar del
“Reducto” a que se refiere el A. C. de Febrero 28 de 1707, citada. Con
ello, y el A. C. siguiente, sabemos que la ciudad de "Vera” se planteó en
“Arazaty” hoy, o “Pucará” antes. "En la ciudad de ‘San Juan de Vera
de las Corrientes’, en 5 días del mes de Abril de 1688 años, el Cabildo... y
estando en este estado, entró en este Cabildo el capitán Andrés de Fi-
gueroa, Procurador General de esta ciudad... y presentó una petición...”
Es la siguiente: "El Capitán Andrés de Figueroa, vecino y morador de
202
esta ciudad de San Juan de Vera y Procurador General de ella, como más
haya lugar y en nombre de mi parte ante Vº parezco y digo: «Que ha­
biéndose poblado los antiguos y demás que se hallaron en la primera po­
blación que comúnmente llamaban ‘El Pucará’, sitio a donde está la ‘Cruz
del Milagro’, de donde por lo montuoso y arriesgado por los continuos
asaltos que el enemigo daba, y por otras incomodidades, de común acuer­
do les fue forzoso a los dichos pobladores ‘coger diferente asiento’, para
poder llevar la pensión de tan continuos trabajos y riesgos de la vida
que fue ‘donde hoy estamos actualmente poblados', de que fue forzoso
‘hacer nueva planta de la Ciudad’ y Padrón de lo que a cada uno de los
pobladores les fue repartido así de solares como de lugares de chacras
y estancias para que lo poblasen y con su constancia se mantuviesen
defendiéndola del enemigo, por tenerla actualmente cercada y los pobla­
dores con las armas en las manos, con excesivos trabajos, ‘con riesgo de
que dicha población no se extinguiese’. Y sin embargo de todos estos
riesgos tan manifiestos ‘desampararon parte de dichos pobladores la di­
cha población luego que se les hizo merced de las dichas tierras dejando
a los pocos que quedaban con mayor riesgo de sus vidas, tanto por sal­
varlas como por (ser) vasallos de Su Majestad deseosos de darle mayores
aumentos, se esforzaron, duplicando las cortas fuerzas que le asistían
con el cuidado y vigilancia que se debía a costa de los pocos medios que
les habían quedado, de los gastos que habían hecho en la ‘dicha pobla­
ción’ por cuya causa el procurador que lo era Juan Gómez de Torque-
mada el año de 1598... pidió por su escrito 'que se volviese a repartir nue­
vamente’ los solares y sitios que les habían dado a los que después se
ausentaron»...”
Por lo demás, si el sitio se llamó el “Pucará” después de la funda­
ción, desde antes de ella el paraje se llamaba las “Siete Corrientes”.
La razón de esta denominación es según una antigua tradición de
barrio en Corrientes, las siete puntas más sobresalientes de la barranca
de piedra que rodea la ciudad y sirven de otros tantos rompientes de la
corriente del Paraná. Pero es que hay muchas otras puntas notables en
ella, que pasan de siete. La desviación insignificante en sentido diagonal
en el ángulo formado por la corriente del río, y el costado batido por
ella en cada "punta", es un accidente tan ínfimo, que en todas las costas
barrancosas del Paraná se repite.
Sin embargo, los cronistas repiten eso mismo y en el "Escudo Mu­
nicipal” tiene ese accidente su alegoría: "Llámase ciudad de las Siete
Corrientes, porque el terreno donde está la ciudad, ‘hace siete puntas de
piedra, que salen al río’, en las cuales la corriente del Paraná es más
fuerte" (Padre José Quiroga, Descripción del río Paraguay, I). Ya hemos
visto lo que dice el Dr. G. Funes, Deán, más o menos en el mismo sentido.
Sólo el Padre Guevara insinúa algo más razonable, diciendo: "...ha pre­
valecido el de Siete Corrientes’, por otras tantas en que parece dividirse
el río” (obra citada anteriormente). Como se ve, prescinde de las “pun­
tas” y las “piedras”.
Lo único que hay en derredor de Corrientes son siete ríos o corrien­
tes diferentes, y casi en frente siete canales entre las islas de “Anteque­
ra”, del "Medio” y de "Meza”, que son cuatro, y más abajo, frente a Co­
rrientes, tres más, y son dos, entre la islita arenosa al frente, y un pe­
queño canal llamado “Yné" también, que corta al S. O. la isla Antequera.
1°) ¿De qué carácter fueron los actos de gobierno por la Justicia
y Regimiento de la ciudad? Fundada la ciudad el 3 de abril, el Cabildo
dio cuenta de ello al Rey y al Consejo de Indias con copia de todo, por
medio de su enviado que lo fue el Procurador, capitán Diego Gallo y con
instrucciones para hacer ciertas peticiones y el cual marchó por la vía
de Chuquisaca, acompañándole hasta Concepción del Bermejo o Buena
Esperanza, Diego Ponce de León con algunos soldados (A. C., Abril 4 y
otra sin fecha). Envió también a la Asunción al Procurador Antonio de
203
la Madrid a traer "mantenimientos y sacerdote” (A. C., Abril 4), pues sin
duda a la sazón no habrían llegado los "ganados” que venían por tierra
y que menciona el Dr. Mantilla; “ganados”, tal vez, confundidos con los
traídos de la Asunción por Alonso de Vera con 40 soldados en 1591 (A.
C., Abril 5).
Ya constituido el “Justicia Mayor” D. Alonso de Vera el “Tupí” nom­
brado por el Adelantado y reconocido por el Cabildo bajo juramento y
previa fianza (A. C., Abril 7), el gobierno se aprestó para la lucha y la
defensa contra los aborígenas que duraron 234 años; se afanó en plantar
otras poblaciones, y fueron “Itaty”, “Guacaras”, “Candelaria de Ohomá",
"Santiago Sánchez”, "Caá Caty”, "Santa Lucía de los Altos”, "Garzas”,
"Saladas”, "Pedro González”, “San Fernando”, etc.; incansablemente trató
de extender el territorio y de ocupar la parte no poblada por los Jesuítas
del “Tapé” que era de Corrientes según el acta de Fundación; guardó a
éstos ojeriza por esa causa y otras, y litigó cerca de 140 años sosteniendo
ante Gobernadores y Virreyes de la Colonia y ante nuestros Gobiernos
provisorios de 1810 a 1814, sus derechos a ese territorio; acudió a los ser­
vicios generales de la Provincia y del Virreinato con contribuciones de
sangre y de guarniciones de largos años. Así, bajo ese pie de guerra, de
hambre y de pobreza continuas, no pudo desenvolver la población primi­
tiva de 200 habitantes sino a 11.000, que según Azara fueron 9.228 en 1797,
al comenzar nuestra Independencia en 1810.
Corrientes fue el baluarte que garantió la subsistencia de los pue­
blos de Misiones; que hizo posible la colonización de Entre Ríos, y más
tarde del Chaco por nuestro Gobierno Nacional en años recientes; que
protegió a retaguardia la población del Paraguay y ayudó a Santa Fe.

Ya conocemos todos que la “Columna” y “La Cruz” son dos testigos


solemnes que dicen: “aquí fue el origen, aquí fue la planta de la Ciudad
de Vera”.
Toda Corrientes puede en procesión cívica, con plena "certidumbre
histórica” en las fiestas de su III centenario, ir a “La Cruz” y a “La Co­
lumna” o el "fuerte”, los unos a rememorar sus orígenes, los otros a ve­
nerar su fe: todos, a gloriarse en la cuna de sus progenitores de que
surgió más tarde el pueblo de “Pago Largo”, "Caa Guazú” y "Caseros”.
¡No! No es "una mentira histórica”, como opina el Dr. Mantilla, la
que será glorificada en esos lugares, ni la que los poderes públicos de la
Provincia van a solemnizar, ni la que el Pueblo y la Municipalidad van
a perpetuar allí con un nuevo templo y una nueva Columna o monumento.
Es la bandera de la cruzada de Colón y España, entrevista por el
sabio más profundo de la Grecia filosófica y desplegada con el fulgor
del Evangelio en la República, la que va a izarse hasta el tope de los
recuerdos, de la gratitud y de las creencias de un pueblo civilizado, para
constancia por una vez más de que es una sociedad nueva, pero con fe,
capaz por tanto de gloria y de progreso.

VI — LA COLONIA Y LA BARBARIE

Enarbolada la Cruz, en su derredor se formó un pueblo; la piedad espa­


ñola hizo de ella su lábaro. In Hoc Signo Vinces" era el único grito
secreto de aliento en el pecho de esa gente creyente y esforzada, aban­
donada ante la barbarie, en medio de grandísimas campañas despobladas,
y presa del hambre y la miseria. Con el aliento de esa fe se aventuró
a cruzar el largo camino de todo el período colonial hasta 1810. En sus
204
grandes consternaciones, cuando muchas veces la ciudad de Vera pare­
cía que iba a ser extirpada por el poder pujante de los bárbaros, volvía
a la esperanza y a la vida ante ese lábaro que veneraba.
Sólo enumeraremos rápidamente los casos principales de esas lu­
chas eternas con los aborígenas, éstos por extirpar la hispana raza que
los esclavizaba y les privaba de su territorio y su independencia, aquélla
para no dejar perecer su ciudad y sus establecimientos. Esa lucha, en
cierto modo homérica, incansable, sin cuartel por parte de las tribus
independientes, cierra todo el período de 1588 a 1822.
Enarbolada la Cruz tal vez por Héctor Rodríguez, capitán del desta­
camento (Primer censo de la R. A., de 1869, pág. 187), ante el “fuerte”
en Marzo de 1588, parece que los Guaraníes lo sitiaron, según cuentan
las tradiciones. Algo ha debido de haber en ese sentido, por el peligro
que revelan las medidas precaucionales tomadas por el Sr. Alonso de
Vera, según Actas de Julio de 1588, no permitiendo a Lucas Balbuena que
llevaba provisiones reales para pasar a la Asunción sino solo, sin llevar
ningún soldado poblador ni de servicio (A. Jul. 11); de que ninguna
persona saliera por agua o por tierra bajo pena de la vida (A. Jul. 12);
de que el capitán Hernandarias no se atreviera a salir de la ciudad, so
pena de ser habido por traidor (A. Jul. 12); de que bajo esa misma pena
nadie hiciera puerta por su pertenencia y sin mandarse por la principal
del fuerte, o al que lo desamparase sin licencia o al que no conservase
en la mqno las armas para la defensa (El Telégrafo).
“Colocados dentro de aquel fuerte se les disputaba y hacía guerra
incesantemente por distintas naciones, de ésta y aquella banda, entre
los cuales se incluían también algunos rebelados de los mismos con­
versos” ("Fundac. de la ciudad”, Telégr.), lo que da a entender que desde
el principio hubieron indios "convertidos” o "sometidos" que se re­
belaron después.
Pero lo que prueba que ha habido serias luchas en el principio y
victorias de los españoles, es el acto de la “esclavización de grandes ma­
sas de aborígenas por los españoles, a título de 'encomiendas', ya desde
el día de Octubre 2 de 1588” (Padrón de Encomiendas). A los aboríge­
nas que se presentaban pacíficamente y se asociaban a los españoles, no
se les "encomendaban”, sino se les tenía por "aliados”, como sucedió
en la Asunción, aunque en Guairá se hizo de otro modo. Eso sí, la
codicia espiaba la primera ocasión de insubordinación, para repartir los
pobres indios como rebaños entre los altivos conquistadores, política de
Roma para dominar las naciones débiles de la Edad antigua.
Lo que sí es cierto que en Julio no fueron esas grandes luchas, por­
que no habríase podido guerrear con los del Tape: es presumible enton­
ces que fueron antes y no después.

"Guerra de Guaraníes”: Una resistencia formidable organizaron los abo­


rígenas contra los invasores extranjeros, que puso en mucho peligro la
ciudad de Vera. Los Guaraníes mataron algunos españoles en el “Man-
diocal”; se inició de nuevo la resistencia. El Just. Mayor Gl. A. de Vera
para dominarla fue a la Asunción buscando recursos. Su pariente el
otro general Alonso Vera (el "cara de perro”) le dio en auxilio 80 sol­
dados a más de algunos indios amigos; Felipe Cáceres le prometió man­
dar también gente de Santa Fe; el Just. Mayor de Corrientes traía con­
sigo 40 soldados, "caballos y ganados”. Con cuyos elementos salió en
campaña, yendo con 50 hombres a buscar su yunción con los que debían
llegar del Paraguay (A. C., abril 5, 1591).
Las luchas duraron entre 1590 y 1593 (El Telégr.). Las victorias
sucesivas sobre los primeros por los segundos, determinaron sin duda

205
las encomiendas desde enero a agosto 9 de 1590, desde Enero 4 a 28 de
1592 y desde enero 27 a mayo 31 de 1593. ¡Política errada! pero general
en toda América y contra la que se alzó noblemente el cristianismo,
desde Roma a Madrid; desde la Corte metropolitana, por medio de los
Reyes en sus Ordenanzas, hasta sus últimas y menores órdenes para
América. Desde las ciudades llenaba los aires con sus ecos benditos
por la humanidad y la igualdad por medio de Las Casas, Fr. Luis Bolaños,
Fr. Alonso de Buenaventura, Sn. Freo. Solano, etc., hasta las últimas
cabañas de la tribu salvaje, fugitiva del invasor europeo.
Así la bandera de la cruzada de Colón era en su significación más
importante paseada, derramando las semillas para las cosechas profi­
cuas en favor de la República futura.

“Guerra de Mocovíes”: Después de constantes ataques de las tribus del


Chaco encabezadas por los “Mocoví” desde principios de 1600, en 1663
los de la ciudad de Vera les llevaron la ofensiva, penetrando hasta el
"Valle de Calchaquí”, trayendo esclavizados muchos "Ometes” y "Cha-
guayarques”, que fueron agregados a la reducción de Santa Lucía, en
donde rebelándose mataron a sus encomenderos y pusieron en conflicto
la campaña y en alarma la ciudad por algún tiempo.

"Invasiones de Payaguás”; Éstos atacaron por el N. en 1618, viniendo


furtiva y cautelosamente por entre las guarniciones Paraguayas, a veces
cubriendo con camalotes sus canoas, a veces cargándolas al hombro,
para caer sobre las costas correntinas. Por todas partes llevaron la
alarma. Se apoderaron de tres buques y dos balsas de los Jesuitas de
Misiones, Paraguay y Santa Fe; con la clavazón de los buques, perfec­
cionaron sus armas; mataron 4 sacerdotes Jesuitas y más de 200 “cris­
tianos” (así eran llamados todos los que llevaban vida “civil”, españo­
les, indios y sus hijos); burlaron todos los cruceros que desde la Ciudad
recorrían el río Paraná para garantir sus costas; penetraron por entre
las guarniciones fuertes de “Itatí”, “Santa Lucía”, “Ohomá" y “Santiago
Sánchez”. Atacaron éste incendiándolo, salvándose algunos soldados y
vecinos con el Cura en la Sacristía y otros huyendo. A la vi(sta de dos
chalupas de guerra, los asaltantes abandonaron el villorrio. Sus habi­
tantes con el' Cura Fr. José A. Jiménez a la cabeza y con los vasos y
ornamentos sagrados emigraron a Itatí: de allí volvieron con milicias a
"Santiago Sánchez” para restaurarlo, pero fue inútil: el temor desbarató
todo. El pueblillo de "Ohomá” con su cura D. Marcos Toledo abandonó
su asiento internándose en los campos y llevándose todo, vasos sagrados
y ornamentos. Esta guerra duró de 1618 a 1623, franqueando las puer­
tas para las invasiones de la parte del Chaco, con el despueblo de Santia­
go Sánchez y Ohomá, y con el terror sembrado en la campaña.
Esos dos pueblos abandonados no se restablecieron sino recién en
1723, con permiso del Gobernador del Río de la Plata D. Pedro Mauricio
de Zabala, situándose “Ohomá” sobre el río Empedrado, algo distante del
Paraná, y "Santiago Sánchez” sobre el río San Lorenzo. De todo eso
tratóse en acuerdos capitulares y en junta de guerra (A. C., Enero 14 y
18, 1723).
Los Payaguaes desde entonces, de tiempo en tiempo piratearon en
el río y hacían sus pequeños desembarcos hasta Corrientes y hasta el
tiempo del Gobernador General Ferré en que hicieron sus últimas apa­
riciones y trataron con él.

206
“Preponderancia de los Bárbaros con los Abipones”: Éstos, desde muy
al principio del siglo xvII juraron odio eterno al extranjero europeo y su
descendencia, y juraron desalojarlo del suelo americano. Invadían a Cór­
doba, Santiago del Estero, Santa Fe, y tenían tiempo de pasar el río a
molestar la ciudad de Corrientes, a acosar sus poblaciones rurales y a
impedir su desarrollo. Por más de un siglo guerrillearon con las pobla­
ciones civilizadas de la parte correntina. Cada rato cruzaban el río y se
paseaban por los arrabales de la ciudad de Vera, pillando, robando, des­
truyendo todo. Cada rato la tenían alarmada y a un dedo de su com­
pleta destrucción. Por eso abandonada y cerrada la Hermita de la Cruz
desde muchos años, en 1681 se mandó limpiar y abrir (A. C., Marzo 29).
En su “I Centenario, la tenían cercada y sus pobladores con las armas en
las manos, con excesivos trabajos con riesgo de que dicha población se
extinguiese" (A. C., Abril 5, 1688). En 1698 la tenían también en peligro
abriendo la hermita de la Cruz, robando todo, pero respetando la Cruz
y su cortina "punzó”, según crónicas populares (Quesada, Revista Moussy,
etc.). En Febrero 21 de 1707 invadieron también la ciudad, sin fruto, y se
llevaron una "campana” de la hermita de la Cruz. Esas continuas inva­
siones que obligaron a abandonar la antigua planta de la ciudad y la Cruz,
en 1707 hicieron tomar la resolución de trasladarla (A. C., Febrero 28 de
1707), como se hizo en 1730.

"Guerra de Guaycurúes": En 1738 invadieron a Itatí, matando 8 perso­


nas, y arreando boyadas, caballos y muías; fueron perseguidos hasta sus
guaridas por don Gregorio Casafús con 200 hombres. Pero el 19 de Ju­
lio los Abipones y Mocoví, aliados de los Guaycurús, rompiendo por pa­
sos desconocidos, a caballo se derramaron en el distrito de Ohomá sobre
el Empedrado; mataron 11, cautivaron 4, españoles e indios, entre gran­
des y niños; saquearon las estancias de T. Gómez, F. Ávalos y L. Peñales
y carretas en viaje. Los socorros de la Ciudad no dieron alcance a los
invasores, que ganaron rápidamente sus guaridas. Los vecinos abando­
naron la campaña; interrumpióse todo comercio. El único camino que
ligaba las comunicaciones de la población rural entre los seis ríos “Am­
brosio”, “San Lorenzo”, "Sombrero”', "Sombrerito”, "Empedrado” y “Ria­
chuelo”, quedó desierto y se proyectó "poblar con 60 familias de los
'Ohomá' y otros vecinos, a la fuerza, sobre el punto que rompieron los in­
dios, protegiéndoles con un "fuerte”, y proveyéndoles armas, municiones,
reses y herramientas de que ellos y la Ciudad carecían. La pobreza era
profunda. Se pidió al Gobernador Zabala esas cosas, y un auxilio de
50 indios a los Jesuítas de Misiones, protegiéndose a la mayor brevedad
como se pudiese a Ohomá. Es entonces que el Procurador de la Ciudad,
en la sesión del Cabildo de Octubre 26, D. Manuel de la Pera, prorrumpió
notablemente contra el Gobierno Colonial por abandonar a Corrientes
a su propia suerte, próxima a perecer; y sin embargo de ello, no ser la
ciudad olvidada para soportar todas las cargas, enviando constantemente
tropas a defender la Colonia, a tener la guarnición del río Pardo, etc., y
todo "a costa” de los mismos correntinos para sus armas, vestidos, equi­
pos y caballos. Sentimos no poder por su extensión transcribir aquí esa
pieza importante, no por su oratoria, sino por su “patriotismo local”,
raíz de esa gran lucha por la “libertad provincial”, por el gobierno fede­
ral, desde 1811 a 1852. Los conceptos del Alcalde Hidalgo, publicados
por el Dr. Mantilla, son en el mismo sentido.
Después de los sucesos del 19 de Julio contra Ohomá y cercanías,
arreció la invasión bárbara el 7 de octubre de 1739 matando 20 perso­
nas y el 23 desbordando sobre "Santiago Sánchez” y las comarcas del
"San Lorenzo”, matando 29 personas con el sotacura Fr. Ant. Alegre,
arrebatando custodia, copón, vasos sagrados, ornamentos y todos los
ganados. En seguida invadió toda la campaña hasta Itatí y hacia tierra
207
adentro. Las estancias quedaron despobladas; las fronteras, exentas; los
campos entre el Santa Lucía y Riachuelo; yermos; los hacendados, ence­
rrados y fortificados en la Ciudad, Itatí, Saladas y Santa Lucía; el Ca­
bildo y su Justicia, sin fondos o “propios, sin armas, sin fuerzas, sin
medios ni forma alguna de defensa” (A.. C., Jul. 24, 26/28; octubre 12,
19, 26, 1739). Eso ya recuerda los tiempos de "Andresito” y "Pago Largo”.
Todas estas luchas son la imagen anticipada del guerrilleo y asaltos
continuos de las campañas argentinas, durante la guerra civil en el siglo
siguiente entre 1813 a 1821, de 1827 a 1843.
A la noticia de la destrucción de "Santiago Sánchez” la Ciudad man­
dó a los Sargentos Mayores D. Juan Benítez y D. Agustín Insaürralde
en dos barcos con milicias contra los Guaicurúes, a quienes sorpren­
diendo en una isla, los dispersaron; quitáronles la mayor parte de lo que
pillaron y saquearon, y rescataron muchas personas, entre ellos al Cura
Fr. Miguel Ferreyra.
De todos estos descalabros no volvió en sí la campaña sino allá
por 1750.

Los restos de población de "S. Sánchez” se trató de fijar en pueblo sobre


el “Sombrero” y los de “Ohomá", se trasladaron a Saladas: unos y otros
se dispersaron, en todas partes.
A un grupo invasor que volvía con el botín D. Felipe de Ceballos
que gobernaba esta jurisdicción, sorprendió completamente al otro lado
del río en 1744. Con ése y otro lance en el Palmar, no menos impor­
tante, se escarmentó algún tanto a Jos Bárbaros para traerlos a la paz.

"La Ciudad supera la barbarie”: Por intermedio de una cautiva Avipona,


conversa, y por su ofrecimiento, se ajustaron paces con el Avipón, cuyos
cuatro caciques principales, "Naré”,- "Benavides”, “Petizo” y "Alaiquín”,
en Corrientes, las ajustaron con el Cabildo. Se canjearon los cautivos
de una y otra parte; se acristianaron Benavides y Naré con los suyos;
a éste se le asentó en "San Fernando”, creándose este pueblo (1750) para
baluarte futuro contra la Barbarie, dándosele ganados y formándosele
la estancia de "Garzas” para sostenerlo. Benavides se asentó en la reduc­
ción de "San Gerónimo” de Santa Fe; el tercero permaneció entre los
suyos; el cuarto ingresó a la reducción "La Concepción”, de la frontera
de Santiago del Estero.
Los cuatro fueron fieles a la paz pactada.
En 1773 los Mocovíes, confederados con los Lenguas, Tobas y Vüe-
las, declararon guerra a "San Fernando". Naré pide socorros a la, Ciu­
dad según el anterior tratado. El Tte. Gobernador se preocupa. El
Cabildo convoca a un "cabildo abierto” (A. C., febrero 8); la opinión se
pronuncia por que Corrientes sea fiel al tratado de paz con los Moco­
víes, mientras no ataquen la ciudad; que se refuerce sólo la guarnición
de ese pueblo; que para abrir campaña dentro del Chaco contra esos
bárbaros, necesitaba muchas fuerzas; que no las tenía y para ello se
pidiera al Gobernador (D. José de Vertiz) hiciera volver las milicias del
“Río Pardo” desde "tantos años ha allí”, para atender aquí la defensa
de la “propia patria” y se le insinuase la conveniencia en tiempo oportuno,
de una entrada seria al Chaco con milicias de esta Ciudad (A. C., Abril 23).
Naré, sin conseguir refuerzos, es hostilizado y perseguido; se retira
de San Fernando; queda sin embargo la guarnición de la ciudad, que
es respetada. La gente de Naré, parte se acoge en San Gerónimo, parte
viene provisoriamente a Garzas. Piden población y amparo. El Tte.
Gob. por cartas (Sep. 24 y Oct. 12) presenta al Cabildo ese estado de
cosas y de haber dado asiento a los indios, dándoles un cura en "Isla
208
Alta”. Otro "cabildo abierto”: en él se decide de la suerte de “S. Fer­
nando”; se retira de él la guarnición, por la pobreza y porque todas las
milicias están en marcha al servicio Real a otros destinos” (A. C., nov. 2).
Por otra parte, la Ciudad les anta otra barrera a los Guaycurúes.
Levanta otra población, con, sus elementos propios, en “Curupaity”, entre
el “Tebicuary” y Paraná, eh 1779 (A. C., enero 18, marzo 9 y 22; Instruc­
ciones de Abril 9).

“Guerra a los Charrúas”: Éstos hacia tiempo que invadían el territorio


de la Ciudad por el S. y conspiraban al mismo plan de los otros bárba­
ros. El lugarteniente de Gobernador, D. Pedro B. Casafús, con un tercio
de milicias fue contra ellos, ajustó una paz, recobró cautivos y ganados
robados a la gente correntina (A. C., Agosto 20, 1735). Violaron éstos
y anteriores y posteriores pactos, por lo cual les hizo Casafús una "su­
maria” (A. C. cit., 1735), y en su vista el Gobernador (creo D. José de
Andonaegui) ordenó se les llevara la guerra; se pasasen por las armas
si fuesen aprehendidos sus caciques principales "Campusana” y “Cris­
tóbal”; a los indios prisioneros que resultaren culpables, se les mutilase
algún miembro para escarmiento (!!!), etc.
Ésta fue una guerra sembrada de mil peripecias favorables, pero
sin resultados definitivos, porque los Charrúas tenían una gran movilidad
de un punto a otro; eran astutos, pactando unas veces, para engañar
otras. Al cabo D. Nicolás Patrón les llevó seriamente la guerra por
orden del Gobernador (1751), y a pesar de sus 30 campañas gloriosas,
no pudo dar fin a los Charrúas, los cuales cayeron en manos de las
milicias de Santa Fe que por otro lado los perseguían (A. C., Octubre 4,
1751). Corrientes quedó así con sus comunicaciones francas con Entre
Ríos (era parte de Santa Fe), la costa del Uruguay y las Misiones, y
éstas y Corrientes libres de las depredaciones e insultos de los Charrúas.
Con la guerra de la Independencia, debilitada sumamente la Co­
muna o sea la Ciudad correntina, los bárbaros tentaron volver de nuevo
sobre ella. La última invasión seria fue en 1822. En Febrero 25, cerca
de Goya fueron atacados por el Mayor Atienza, valiente Gefe que iba en
comisión por el Gobierno del señor Juan J. Blanco para Entre Ríos y
por casualidad se hallaba en Goya, a la llegada de los Indios. La batalla
fue indecisa; perecieron Atienza, el teniente Soto y 25 individuos de
tropa, inclusa toda la escolta del primero y 2 heridos, fuera de muchos
vecinos sorprendidos y muertos en sus casas. Los Abipones volvieron
al Chaco henchidos de orgullo con un rico botín, por el “Paso del Rubio”
(Puerto de Lavalle, hoy). No se puede narrar todos los percances de
esta invasión que se repitió en Diciembre 26 a las 3 de la mañana en
los alrededores de Goya, irrumpiendo en toda la costa hasta el Ambro­
sio, después de las paces de Junio 4. El terror producido en la cam­
paña fue grande, y eso embarazó mucho la acción del Gobierno, pero
todo tuvo un éxito favorable.
Toda ésa lucha representa la "Cruz” llevada por Corrientes sobre
sus hombros, al través del período colonial, para dejar triunfante la
vida civil sobre la vida salvaje, la "ciudad” sobre la "barbarie”.
Desde entonces, mirando hacia el Chaco desde la punta de "San
Sebastián”, donde quizá tocara por primera vez Sebastián Caboto y los
suyos, podríamos decir: "doscientos treinta y cuatro años de tribula­
ciones, Oh Corrientes, contemplan hoy tu triunfo sobre la barbarie”.
Desde ése triunfo definitivo de la Ciudad levantada entre los refle­
jos de las numerosas aguas de su territorio, preséntasenos a la imagi­
nación tan brillante como Venecia entre sus renombrados espejos.

209
VII — LA COMUNA Y LA INDEPENDENCIA

El Adelantado don Juan de Torres de Vera había dado "planta” a la


población que quería él que algún día llegase a formar "la ciudad” de
Vera. Aquel acto de Abril 3 de 1588 no era sino el primero de los innu­
merables que debían constituir "la fundación” de Corrientes. Una fun­
dación de esa naturaleza no es obra de un día.
Ya hemos visto rápidamente cómo la población de Vera penosí-
simamente alcanzó a "fundar” contra la barbarie su "Ciudad Cívica”
("urbs” en sentido de "civitas”), obra que le absorbió mas de 200 años de
sacrificios, muchas veces a pique de perecer en manos de sus enemigos
implacables, los americanos aborígenas.
Concluida la fundación de la Ciudad "cívica”, se inflamó en su
seno la ambición de emprender la fundación de la “Ciudad política”
("urbs” en el sentido de "natío”). ¡Cuántas nuevas lágrimas al pie de
su “Cruz” para esta segunda obra!
Si para la primera bajó su vida hasta la tragedia, para la segunda
subirá hasta la epopeya.
La Ciudad de Vera o Corrientes se había educado desde el prin­
cipio a gobernarse "por sí sola”, a depender "de sí misma", a bastarse
"a sí propia”. El adelantado Vera no pesaba como gobernante sobre
Corrientes, porque tenía confianza completa en su sobrino Alonso de
Vera. Después del Adelantado, Hemandarias (hispanoamericano) gober­
nó con dulzura. Los demás Gobernadores del Paraguay, en medio de
tantos disturbios, y ante la imposibilidad de suministrar recursos al
Cabildo de Justicia de Corrientes, por la pobreza suma, lo dejaba gober­
narse como mejor pudiera. Los Gobernadores del Río de la Plata desde
1617 a 1776, principalmente en todo el siglo xvII tampoco se mezclaron
mucho en el gobierno de la ciudad. Desde 1710 adelante los "Tenien­
tes” de ésos Gobernadores fueron poco a poco teniendo más injeren­
cias en los negocios, pero guardando consideraciones ilimitadas al Ca­
bildo. Desde 1776 los Virreyes gobernadores más directamente, pero
por las distancias, la escasez de recursos financieros y las faltas conti­
nuas de las acciones gubernativas a favor de la Ciudad, en sus gran­
des calamidades, hacía ineficaz ese gobierno semiórganico que comen­
zaba a formarse.
En todas las victorias de la Ciudad —según un autor— ganaron
vecinos sin más socorro, que el propio que los sostenía: habiéndose visto
esta ciudad en todas las ocasiones y tiempos "como República separada”,
precisada a sostenerse y defenderse "por sí sola”, buscando en el mismo
riesgo su alivio sin consternarse los ánimos aun en sus mayores tribula­
ciones, mirando muchas veces muertos y cautivos sus mujeres e hijos,
éstos a sus padres y parientes que los conducían a carretadas, deca­
pitados, a darles sepultura en sagrado; sus haciendas robadas, desoladas
sus posesiones y todos expuestos a una total ruina (El Telégrafo).
La Ciudad de ese modo educada en ese mismo espíritu comunal
español anterior a los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II, a tal punto
que produjo la guerra de Comuneros (años 1762 a 64), estaba, con po­
deres hechos en 1810 para el self-government.
A los ecos de libertad por todas partes, en Norte América, en Fran­
cia, en España, en donde la Junta de Sevilla proclamaba diciendo: “Ame­
ricanos, en estos momentos os habéis elevado a la alta dignidad de
‘hombres libres’. Desde este día ya no sois más los mismos encorvados
bajo el yugo, mirados con indiferencia, atormentados por la codicia,
conservados por la ignorancia; vuestros destinos no dependerán más
de Ministros ni Virreyes ni Gobernadores. Él está ya en vuestras manos”;
a los gritos de "libertad” en la revolución de Mayo de 1810; a los lla­
mados patrióticos desde Buenos Aires a todos los Cabildos del Virrei­
nato para que nombrasen Diputados que en una Junta General deter­
210
minasen el "Gobierno” que debía formarse (Mayo 27 de 1810), etc., las
“Ciudades” se elevaron a la altura de las concepciones políticas más
seductoras. Se consideraron llamados a "gobernar” directamente en
sus propios territorios, sustituyendo a la autoridad de los Virreyes y
Gobernadores coloniales.
Hé ahí las “Ciudades” convertidas en “Comunas” ("urbs” en sentido
de “natio”), asumiendo poderes políticos. Cada una era metrópoli,
relativamente a los pueblitos que de su seno se habían planteado en su
propio territorio durante la Colonia.
Desde luego, aspiraron cada una a hacerse “gobiernos políticos”:
de ahí ese furor en erigirse en “Provincias”, como Córdoba, San Luis,
San Juan y Mendoza, desmembrando la “Provincia de Cuyo”; Tucumán,
Santiago del Estero y Catamarca, destrozando la intendencia de la "Pro­
vincia de Tucumán"; Salta y Jujuy; la erección de la provincia Oriental,
la de Santa Fe, la de Entre Ríos y Corrientes (Decreto de Set. 14 de 1814).
La "libertad” local se anidó de ese modo en el corazón de las "Co­
munas”; la libertad exterior, la que debía labrar la “independencia” del
poder de España, se refugió en los “gobiernos centrales” que se organi­
zaron provisoriamente apoyados a veces en la Comuna absorbente de
Buenos Aires, otras veces en el Ejército o en los Congresos. Se formaron
dos partidos, dos opiniones. Esas dos tendencias se pusieron en choque;
se estorbaron durante “las guerras de la Independencia”, y sin embargo
esas dos libertades eran llamadas a “armonizarse” para la obra común.
El caso se produjo en 1820. La libertad exterior, la causa de la inde­
pendencia, habría perecido tal vez, sin aquel hombre extraordinario, el
General D. José de San Martín. Su obra terminóse con el último caño­
nazo en Ayacucho (1824).
Los gobiernos “centrales” deshechos (1820 a 1824 y 1827 a 1852), las
"Comunas” quedaron triunfantes consagrando sus principios en los
tratados de 1820 a 1822 y de 1826 a 1837.
En la ciudad de Vera desde 1588 a 1810, la Cruz de la bandera de
Colón había vencido la barbarie con la "justicia” de la fe, había fundido
en una sola masa las dos razas: la hispana y la aborígena.
Desde 1810 a 1852 trata de desplegar la "justicia” del derecho, para
integrar de una vez todo un elemento divino. Lleva entonces a ese
nuevo pueblo (los “criollos”, los "hispanoamericanos”) a prepararse por
medio de las “Comunas” independientes entre sí, a ensayar la “Provincia”
en un estado de aislamiento, en sentido de los eternos principios del
Evangelio republicano.
Entonces, de nuevo ¡qué sacrificios, qué lágrimas, qué sangre para
Corrientes y para todos los pueblos hermanos!
Ésa es la primera parte de la fundación de la “ciudad política” que
llevó a cabo la ciudad de Vera con las otras ciudades argentinas.

VIII — LA PROVINCIA Y LA NACIÓN

Al fin de tanto desconcierto y de tantos horrores, en 1853 se desplegó el


horizonte de otra nueva vida para los hispanoamericanos de esta parte
del Río de la Plata. ¡Qué gratas esperanzas, qué fe en el porvenir! La
Constitución Nacional, ese gran voto de los pueblos argentinos, estaba
por fin jurada invocando a Dios por testigo de la sinceridad y de la san­
tidad de sus miras.
Así era. Consignó todos los principios de personalidad, de libertad
211
y de propiedad que encerraba el principio divino de la justicia bajo la
faz del "derecho”, para garantir con ella la fe, la política, la ciencia, el
arte y la industria, para los individuos, para las Provincias y para
la Nación.
La sustancia del Evangelio inscribióse en ella, para ser la médula
y las entrañas de la República federal, la república del porvenir, la re­
pública que uniría con lazos brillantes e indisolubles de armonía la Co­
muna con el Gobierno central, para convertirse en verdaderos organismos
políticos de "Provincia” y "Nación” en el porvenir.
Así, la Provincia y la Nación son llamadas al gran ideal de rea­
lizar en un camino infinito la personalidad, la libertad, la propiedad:
ese camino es el del progreso. Pero ansiar y trabajar para adquirir
ilimitadamente la personalidad, la libertad y el bienestar, es entrar al
reino del Evangelio, al anunciado y preparado por Cristo a la humanidad:
reino que comienza también desde la vida presente para dilatarse a la
futura.
La Constitución dejó de ese modo encarnado entre nosotros a
Cristo por su doctrina. Pálpase algo en ella de la visión de Critias,
que contaba que los hijos de la Atlántida realizaron el gobierno perfecto,
la "República”; que jamás abdicaban "el gobierno de sí mismos”; que no
eran el "juguete de las pasiones y el error”; que sabían comprender que
“los otros bienes aumentaban si se ponían de acuerdo con la virtud, y
que al contrario si eran buscados con demasiado celo y ardor, perecían
y con ellos la virtud”; que así vivieron mientras mantuvieron en sus
pechos “algo de la esencia divina”. Y bien, nuestra Constitución, virtual­
mente lo que quiere para nosotros es también la riqueza en bienes y vir­
tudes, para sostener con ellos la personalidad o la dignidad y la libertad.
Pero ¿cómo en el suelo de América hoy los pueblos marchan al tra­
vés de tan sublimes ideales? El último análisis mediante Colón, que
los ha importado en sus intuiciones, al descubrirla. ¡Ah! Colón, Cristo y
Critias tienen una significación de relaciones indisolubles con el nombre
de América.
Todo eso nos muestra sus grandes evoluciones sociales en los he­
chos y en la idea. Así la raza hispana vence a la barbarie por la jus­
ticia de la fe, y recoge por trofeo la unión de las dos razas. Así la
nueva raza hispanoamericana va contra la española europea por la jus­
ticia del derecho, y de ese choque resulta la independencia. Así la nueva
raza choca entre sí, y surge la proclamación constitucional del principio
entero de justicia que envuelve, y la fe hispana, y el derecho de los
aborígenas. De allí surgirá la fraternidad: hoy agitada en su faz inferior
con las oposiciones hostiles, mañana en su faz superior será magnificada
con las emulaciones desinteresadas.
Las fiestas del Centenario, la Convención, etc., son sin duda llamados
al pie de la noble bandera de la fraternidad.
La obra pues emprendida de 1853 adelante, para convertirse Corrien­
tes orgánicamente en verdadera Provincia y en parte de una Nación,
y para realizar la fraternidad en su faz superior, constituye la fundación
de “su ciudad política” que va prosiguiendo.

Nuestros recuerdos históricos sobre “la Fundación de la Ciudad”


nos han llevado a considerarla de un modo general en sus causas y efec­
tos, en el escenario mismo de la historia y de la crónica, para ver esa
fundación en su verdadera forma.
Todo fue operado por el cristianismo. Los tres más grandes aconte­
cimientos del mundo moderno: el descubrimiento, la colonización y
la independencia de América, son su obra. Con razón, mediante la ilustra­
ción de los hombres del Gobierno actual de Corrientes, se ha dado una
importancia trascendental a la celebración tricentenaria de la fun­
dación de esta ciudad.
212
Con razón también, aludiendo a esos tres grandes acontecimientos,
exclamaba yo de que eran “tres grandes milagros modernos”, al hacer
propaganda pública en el teatro Juan de Vera en Julio 9 de 1887 en favor
de la dicha celebración tricentenaria, después de haberla hecho privada­
mente aun hasta ante personajes altamente colocados; “tres grandes
milagros”, sí, que justifican de que nuestra celebración de hoy, bajo nin­
gún punto de vista es de "una mentira histórica”.1

1Centenario de la Columna conmemorativa (1828 - 4 de mayo - 1928)


(ed. Imprenta del Estado, Corrientes, 1929).

213
ACTA DE ERECCIÓN DE LA COLUMNA1

En la ciudad de San Juan de Vera de las siete Corrientes, a los cuatro días
del mes de Mayo año de 1828: habiendo concurrido el Excelentísimo Señor
Coronel Mayor de los ejércitos de la patria, Gobernador Intendente y
Capitán General de la Provincia Dn. Pedro Ferré, con todas las honorables
corporaciones, y pueblo que la compone, al lugar en que los fundadores
de esta ciudad erijieron el primer santuario y depósito del augusto si­
mulacro de la Santísima Cruz, a cuya conmemoración hoy hace solemne
colocación de una columna,2 levantada en memoria y perpetuidad de los
portentosos sucesos con que protejió a dichos fundadores, en los repe­
tidos ataques con que fueron hostilizados por los naturales de este con­
tinente, en el período de su fundación; y estando allí, declaró S. E. ante
aquel numeroso concurso, los principios que abrazan tan maravillosa me­
moria, y los del deber de una eterna gratitud, a que lo constituye al pueblo
correntino, dando por legalmente erijido aquel monumento público, a los
fines indicados: con cuya memoria y otras manifestaciones de júbilo y
mandó extender la presente acta, que debe permanecer en el archivo de
la Secretaría de Gobierno, para perpetua constancia, firmándola S. E.
con el Vicario Delegado Eclesiástico por el Diocesano, y el Alcalde Mayor,
y refrendándola el Ministro Secretario de Gobierno con autorización del
Escribano Público.
PEDRO FERRÉ.
Juan Francisco Cabral. Domingo Latorre.
Eusebio Antonio Villagra
Ministro Secretario de Gobierno

Por mandato de S. E.
José Ignacio Rolón
Escribano Público y de Gobierno

1 Centenario de la Columna conmemorativa (1828 - 4 de mayo - 1928),


pág. 191 (Imprenta del Estado, Corrientes, 1929).
2 Su arquitectura es regular y de un orden compuesto; la altura, de nueve
varas, desde la base hasta la cúspide, que remata en un globo. Tiene dos plan­
chas grabadas y embutidas en la misma Columna. La primera, que mira al
oriente, tiene por trofeo una Cruz en campo de fuego, rodeada de nubes y orlada
con el siguiente mote: “Dextera Domini fecit virtutem — Salm. 117, vers. 16”.
Al pie de la Cruz se halla la inscripción siguiente: "El pueblo correntino erige
este monumento en testimonio de su GRATITUD al soberano AUTOR de los por­
tentos, por los que su diestra omnipotente se dignó obrar a favor de SUS PA­
DRES en el memorable día 3 de Abril de 1588”.
La segunda plancha, que mira al occidente, tiene por trofeos partes del
cuerpo de un monstruo, armas y otras insignias militares, con la siguiente ins­
cripción: "El mismo PUEBLO CORRENTINO, en homenaje de su augusto res-

214
ALOCUCIÓN PRONUNCIADA POR SU EXCELENCIA
AL TIEMPO DE LA ERECCIÓN CONSTANTE
EN LA ACTA PRECEDENTE

Magistrados; venerable clero; respetable pueblo: Nunca puede darse


más motivo augusto, ni que existe la más tierna emoción en nuestros
corazones, como el primer monumento público que el pueblo correntino,
en prueba de su patriotismo y gratitud, erige a la memoria de sus
primeros padres. Él nos recuerda por lo menos la prodigiosa fundación
del gran pueblo que habitamos, y el brillante triunfo que aquéllos ob­
tuvieron en este mismo lugar el tres de Abril de mil quinientos ochenta
y ocho, sin más protección que la Divina Providencia, y sin otro símbolo
de fortaleza que la “Santísima Cruz" que hoy celebramos, con cuyo por­
tento la "religión católica” quedó afianzada en este territorio.
Ciudadanos, habitantes todos: Eternicemos la memoria de nuestros
Héroes, imitando sus virtudes y magnánima decisión por sostener el
suelo, que para ellos no tuvo otro derecho que el de haber sido recibidos
en su seno, y para nosotros el habernos visto nacer; habitar en él en
tranquila posesión vuestras familias, y producir con su fertilidad vuestra
propia fortuna; y con doble motivo inmortalizaréis la vuestra en las futu­
ras generaciones.
Compatriotas: Si las naciones cultas, para perpetuar los nombres
de sus fundadores, conservan intacta la memoria de sus dignos ascen­
dientes levantando columnas, labran Estatuas de prodigiosa hermosura:
nada importa que la que tenemos a la vista no llegue en valor y excé-
lencia a aquéllas, cuando nuestra gratitud quede grabada en más noble
materia, en mejores mármoles, cuales son nuestros mismos corazones.
He dicho.

peto a la memoria de sus veinte y ocho ilustres progenitores en el día 3 de


Abril de 1588”.
La Columna está circunvalada de una balaustrada, y fabricada en el centro
mismo de la primera capilla, que los descubridores erigieron a la Santísima
Cruz, sita en el monte del Arazaty. Desde la iglesia actual de la Cruz hasta la
Columna se ha abierto un camino de veinte varas de ancho, siguiendo rumbo
recto hasta el río Paraná, que tendrá mil setecientas varas de largo, quedando
la Columna en medio de una plaza de cien varas de diámetro.

215
I N D I C E S
Los poderes públicos y el pueblo correntinos, como recuerdo de su
amor a la verdad, han perpetuado la escena inolvidable de la Cruz
incombustible, en cuyo cuartel inferior se ostenta en campo de plata,
gallarda y luminosa ........................................................................................................ 5
La Cruz de urundey, tal como se conserva en la actualidad en la iglesia
de la Cruz del Milagro (Corrientes) .............................................................................. 6
Figura 1: Fragmento de una carta del doctor Hernán F. Gómez (Co­
rrientes, 30.1.1945) ........................................................................................................ 40
Figura 2: Fragmento de una carta del doctor Hernán F. Gómez (Co­
rrientes, 1.11.1945) ....................................................................................................... 41
Figura 3: Fragmento de una carta del doctor Hernán F. Gómez (Co­
rrientes, 20.111.1945) ................................................................................................... 42
Figura 4: Fragmento de una carta del doctor Hernán F. Gómez (Co­
rrientes, 27.III.1945) ..................................................................................................... 43
Gráfico del paraje histórico de las siete corrientes, con las puntas que
contribuyeron a caracterizar la toponimia del lugar .................................................... 70
Plano de la actual ciudad de Corrientes, con indicación de las siete
puntas ............................................................................................................................ 84

219
Antecedentes .................................................................................................................. 9
A manera de prólogo ................................... .............................................................. . 15
I. Prenociones ..................................................................................................... 17
II. Opinión de los distintos historiadores sobre los puntos anteriores 18
III. Acotaciones al tercer punto debatido ............................................................ 21
IV. Polémica de 1888 ............................................................................................. 24
V. Confusión alrededor del milagro de la Cruz ................................................. 28
VI. Postura de Hernán Gómez en el núcleo de historiadores co-
rrentinos ............................................................................................................ 30
VII. Génesis de la Cruz de los Milagros. Su destino ........................................... 33
VIII. Destino, búsqueda y hallazgo de la obra ...................................................... 45
IX. Autenticidad de la obra .................................................................................... 46
X. Hernán F. Gómez ............................................................................................. 46

LA FUNDACIÓN DE CORRIENTES
Y LA CRUZ DEL MILAGRO

Capítulo I: El acta de fundación de la ciudad ........................................................... 53


Acta de la fundación de Corrientes .....................................................................58
Capítulo II: Comprobaciones histórico - geográficas previas .................................. 61
Capítulo III: La provincia de Vera ........................................................................... 73
Capítulo IV: Fundación de Concepción de la Buena Esperanza del
Bermejo. Motivos de su establecimiento .......................................................... 79
Capítulo V: El paraje Siete Corrientes ..................................................................... 83
Capítulo VI: Antecedentes de la población del paraje Corrientes .............................87
Capítulo VII: Poblamiento del paraje de las Siete Corrientes .................................. 93
Capítulo VIII: El significado político de la erección de la ciudad y
el signo epopéyico de su existir ........................................................................ 99
Capítulo IX: Las encomiendas. Una de sus finalidades era la defensa
de las ciudades fundadas ...................................................... ............................ 105
Capítulo X: El descubrimiento y conquista de América fue una obra
de milagro realizada al amparo de la Cruz y de María...................................... 107
221
Capítulo XI: El milagro en la historia ....................................................................... 109
Capítulo XII: El milagro de la Cruz. Cuándo se cumplió ......................................... 111
Capítulo XIII: Comprobación documentada del avecinamiento de
pobladores antes del 3 de abril, y de que la Cruz del Milagro fue
el más antiguo de los cultos urbanos ......................................... ..................... 115
Capítulo XIV: Culto permanente de la Cruz del Milagro en su pri­
mera ermita ....................................................................................................... 121
Capítulo XV: La celebración de la Cruz del Milagro .............................................. 125
Capítulo XVI: La Cruz del Milagro en la heráldica correntina................................ 129
Capítulo XVII: La polémica de 1888 entre los doctores Mantilla y
Contreras ............................................................................................................ 133

A N E X O S

Anexo Primero: Trascripción de la Crónica histórica de Corrientes,


de Manuel Florencio Mantilla ............................................................................ 137
I. La ciudad de Vera (3 de abril de 1588) .......................................... 137
II. La Cruz del Milagro ..................................................................... 143
III. Comprobación histórica ......................................................................... 153
Notas aclaratorias, por Hernán F. Gómez .......................................................... 169

Anexo Segundo: Documentos de fray Juan Nepomuceno Alegre (Co­


rrientes, 1857) .................................................................................................... 173
Documentos relativos a esclarecer el descubrimiento del Fuerte
construido por los primeros pobladores ................................................... 173

Anexo Tercero: Recuerdos históricos sobre la fundación de Corrien­


tes en su tercer centenario, por el doctor Ramón Contreras.............................. 179
I. América y la adivinación de ella ......................................................... 179
II. El río de la Plata y las Siete Corrientes ............................................... 182
III. Los aborígenas y el territorio ............................................................... 186
IV. La Cruz y la civilización ................................................................. 190
V. La ciudad de Vera y su planteamiento ............................................ 197
VI. La Colonia y la barbarie ....................................................... 205
VIL La Comuna y la Independencia ............................... 211
VIII. La Provincia y la Nación ......................................................... 212

Anexo Cuarto: Acta de erección de la Columna ...................................................... 215


Alocución pronunciada por Su Excelencia al tiempo de la erección
constante en la acta precedente ......................................................................... 216

índice de láminas ....................................................................................................... 219

222
Se acabó de imprimir
el 22 de noviembre de 1973,
en los talleres del
Instituto Salesiano
de Artes Gráficas
(I.S. A. G.),
Don Bosco 4053,
Buenos Aires (Argentina),
con la dirección tecnográfica
de Julián Z. Themis.

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