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La
Fundación de Corrientes
y la
Cruz de los Milagros
Prólogo de
CÉSAR P. ZONI
CORRIENTES
1973
ES PROPIEDAD
Copyright 1973,
by Banco de la Provincia
de Corrientes.
Decreto N? 2.824
DECRETA
Art. 1° — Encomiéndase al Director de la Casa de Corrientes
en Buenos Aires, la realización de las gestiones necesarias con la
finalidad de obtener las autorizaciones pertinentes, así como los
textos de las obras de los autores correntinos sobre la historia
de la Provincia, cuya edición o reedición considere conveniente
someter a resolución del Poder Ejecutivo, a cuyo efecto, en cada
caso, acompañará un informe circunstanciado sobre la relevancia
de la obra.
Art. 2° — El presente decreto será refrendado por los Seño
res Ministros de Gobierno y Justicia y de Bienestar Social.
Art. 3° — Comuniqúese, publíquese, dése al R. O. y archívese.
A S. E. el Gobernador de Corrientes
D. Adolfo Navajas Artaza
S. D.
PODER EJECUTIVO
CORRIENTES
Decreto N° 3809
Corrientes, 20 de noviembre de 1972.
VISTO: El decreto Nº 2824/972, por el cual se encomienda
al Director de la Casa de Corrientes la realización de las ges
tiones necesarias a efecto de obtener las autorizaciones perti
nentes, así como los textos de obras de autores correntinos sobre
la historia de la Provincia, que se considere conveniente editar
o reimprimir por cuenta del Gobierno de la Provincia, y
CONSIDERANDO: Que el Director de la Casa de Corrientes,
por Expte. Nº 0001373/972, eleva el original de la obra postuma
del Dr. Hernán Félix Gómez, titulada La fundación de Corrientes
y la Cruz de los Milagros, con la documentación correspon
diente que acredita la donación de la misma al Superior Go
bierno para su publicación;
Que la personalidad y la fecunda obra del Dr. Hernán F.
Gómez pertenecen al patrimonio común de la historia de la
cultura de Corrientes;
Que el origen de la fundación de la ciudad de Corrientes,
como las circunstancias políticas, económicas, sociales, geográ
ficas y religiosas que la enmarcaron, han sido y son en la actua
lidad motivo permanente de controversias históricas;
Que la obra La fundación de Corrientes y la Cruz de los Mi
lagros constituye un aporte de inestimable valor desde el punto
de vista del análisis histórico, como por su significación docu
mental y metodológica sobre un tema que fue origen de apa
sionadas controversias;
Que el Dr. Hernán F. Gómez aporta en esta obra una visión
global y coherente del proceso que tiene por protagonista a la
fundación de Corrientes;
El Gobernador de la Provincia,
DECRETA
Art. 1º — Encomiéndase a la Subsecretaría de Educación y
Cultura del Ministerio de Bienestar Social la impresión de mil
ejemplares de la obra La fundación de Corrientes y la Cruz de los
Milagros, con destino a los establecimientos educacionales, bi
bliotecas públicas e instituciones culturales de la Provincia y de
fuera de ella.
Art. 2° — Destínense cien (100) ejemplares de la obra del
Dr. Hernán F. Gómez cuya publicación oficial se dispone por el
art. precedente, al donante, su depositario, el Señor Presbítero
Dr. César P. Zoni, como testimonio de reconocimiento por el va
lioso aporte que ha efectuado a la bibliografía histórica de Co
rrientes, y solicítese al mismo, por conducto de la Dirección de la
Casa de Corrientes en Buenos Aires, supervisar la corrección de
las pruebas de imprenta.
Art. 3º — El presente decreto será refrendado por los Señores
Ministros de Gobierno y Justicia y de Bienestar Social.
Art. 4º — Comuníquese, publíquese, dése al R. O. y archívese.
ADOLFO NAVAJAS ARTAZA
Gobernador
CUARTO: ¿En qué lugar se trazó la ciudad, dónde fue el primer desem
barco, y cuándo y dónde se levantó la primera defensa?
M. F. Mantilla: La ciudad se trazó donde está hoy (Crónica...,
cit., págs. 15, 17, 315 y 353). El primer desembarco, único, del Adelantado,
no fue en Arazatí; se efectuó en otro sitio, y el primer fuerte lo mandó
hacer el Adelantado, como consta en el Acta (id., págs. 18, 340 y siguientes).
M. V. Figuerero: El desembarco se efectuó en Arazatí, o Pucará, y
allí se delineó la ciudad (Lecciones..., cit., pág. 481). También el fuerte
defensivo (Id., ibídem).
E, Bajac: La ciudad estuvo siempre donde está, sin traslado (La
Santísima..., cit.).
19
Á. Navea: Adhiere a la opinión de Figuerero.
R. Contreras: La ciudad se planteó en Arazatí (Recuerdos..., cit.,
cap. V). Opina que fue trasladada al actual lugar (Id., ibídem). El
primer desembarco se realizó en Arazatí, y allí se levantó el primer
fuerte, que resulta la primera construcción (Id., caps. IV a VI).
H. F. Gómez: El primer desembarco, el trazado y poblamiento de
la ciudad, hechos por Alonso de Vera y Aragón, tienen por asiento el
Arazatí. Allá se levantó la primera defensa. La ciudad primitiva no fue
trasladada; fue ampliada, extendida, integrada en la actual (La funda
ción..., cit., cap. II).
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III — ACOTACIONES AL TERCER PUNTO DEBATIDO
IV — POLÉMICA DE 1888
V — CONFUSIÓN ALREDEDOR
DEL MILAGRO DE LA CRUZ
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pugna a los atributos de la divinidad. Por consiguiente, en el episodio
no habría intervención divina ni milagro.
¿Cómo hay que considerarlo, entonces?
El hecho extraordinario, milagroso, si existió, debe considerarse en
forma integral. Todo lo sucedido en ese rincón solitario de la tierra,
tuvo un fin noble, elevado, justo: obtener, por medio de signos sen
sibles, en el caso el símbolo de la redención, la reducción pacífica de
las numerosas tribus que poblaban la región, para incorporarlas, paula
tinamente, a la civilización cristiana.
Los resultados seguidos, corroboran el aserto. Los aborígenes se
sintieron tocados por lo sobrenatural, y aceptaron a los conquistadores
como a amigos, como a aliados portadores de un nuevo género de vida,
que los beneficiaba, material y espiritualmente.
¡Ése es el milagro!
Las numerosas tribus, aprontadas con miles de guerreros, como
lo reconocen unánimemente los historiadores, para rechazar al extraño
invasor, depusieron las armas, aceptaron su tutela, sus enseñanzas, su
cultura; mezclaron su sangre con la española y formaron las nuevas
generaciones que, conservando su idioma, su indoblegable amor a la
libertad, adunaron esfuerzos y avanzaron por los caminos del progreso
venciendo todas las dificultades encontradas a su paso. ¡Eso es lo ex
traordinario, lo maravilloso, lo milagroso, el verdadero milagro, obrado
por la providencia divina por intermedio de la cruz, cruz que conquis
tadores y conquistados conservaron como lazo de unión, la tradición
exaltó y el pueblo del pasado y del presente respeta y venera como una
reliquia, en la que está condensada el alma correntina: el pasado heroico,
el presente halagüeño y el porvenir auspicioso!
¿Qué leyes naturales se suspendieron para que el hecho, pequeño
en el concierto universal, se tomara por verdadero milagro? ¿Dónde está
lo extraordinario, lo fuera del alcance de la normal fuerza y capacidad
humana? Está, sencillamente, en que, naturalmente, el fuego debía pro
ducir su efecto, quemarse la cruz, luchar aborígenes y españoles, y, dada
la diferencia numérica de los combatientes, vencer los defensores y su
cumbir los invasores, como aconteció, entre otros, a Solís, a Ayolas y a
Garay. En cambio, sobrevino todo lo contrario. Bastó el signo sensible
de la incombustibilidad de la cruz, con sus concomitancias, para que
no se entablara la lucha, los españoles reconocieran la voz del cielo, los
naturales de la tierra aceptaran la presencia y alianza de los conquista
dores y naciera, voluntaria y pacíficamente, una nueva comunidad humana,
incorporada a la cultura europea, a la civilización cristiana. ¡Ése es el
verdadero milagro, obrado por medio de la cruz fundadora de la ciudad
de San Juan de Vera de las Siete Corrientes!
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las futuras generaciones. Con esos antecedentes y nobles propósitos abor
dó el esclarecimiento de los tiempos pretéritos, para proyectar luz sobre
el futuro.
Puede afirmarse que, hasta su aparición en escena, la historia pro
vincial había sido tratada, casi exclusivamente, por escritores embande
rados, y actuantes ellos mismos, en uno de los bandos políticos que
gravitaron en la vida institucional de la provincia, y ubicados en una
corriente filosófica adversa a los principios básicos del cristianismo. El
pasado correntino era presentado, lógicamente, en forma favorable para
esas tendencias; pero, no se ajustaba estrictamente a la verdad, ni era
aceptado por la otra parte actora, que se veía injustamente desdibujada
y negada en sus méritos y creencias.
Hernán F. Gómez tomó posiciones claras y definidas en ambos
aspectos históricos. Si en el orden civil y político, antes se habían hecho
apologías o diatribas de partidos, instituciones, familias e individuos, sin
atenuantes, sin términos medios, él trató de colocarse en el terreno de la
realidad. Con altura, con serenidad, con profundo respeto por el con
trincante, como cuadraba a su educación y a su cultura; sin hacer cues
tión ni mención de nombres, de familias, de personas, de tendencias, de
ideologías, escudriña archivos, exhuma documentos, analiza escritos, los
confronta, los interpreta y extrae conclusiones que rectifican erróneos
juicios precedentes: en unos casos, descomedidos, agrios, demoledores,
afrentosos para personas, partidos e instituciones; en otros, ficticios, in
ventados, halagüeños, enaltecedores, tendenciosamente encomiásticos de
los mismos.
En general, no incurrió en el mismo defecto de sus antecesores, los
cuales, al escribir la historia de la provincia, dejaron que los afectos del
corazón y las posiciones mentales prevalecieran sobre los dictámenes de
la razón, procedimiento poco propicio para la objetividad y la justicia
en el análisis y juicio de los acontecimientos humanos.
Gracias a esa labor tesonera, seria, concienzuda, donde sus simpa
tías por hombres e instituciones, que no oculta ni disimula, sólo juegan
un papel moderador (ya que, puestas en los platillos de la balanza, equi
libran el veredicto), Hernán F. Gómez colocó muchas cosas en su exacto
lugar. A través de sus numerosas obras, que abarcan la historia de casi
cuatro siglos, en el inmenso cuadro aparecen en su justa dimensión las
luces y las sombras, y se destacan, con imparcial nitidez, los varones que,
en alternativas cambiantes, cada uno desde su posición en las contiendas
cívicas, fueron actores, meritorios o no, en la formación, defensa y pro
greso del pedazo de suelo argentino que integra la provincia de Corrientes.
No solamente exaltó los valores reales de su partido y de los hom
bres de su predilección política; escribió obras enjundiosas sobre perso
najes militantes en otros bandos. En Vida pública del doctor Juan
Pujol, Vida de un valiente y Toledo el Bravo, esclarece los méritos de
esos preclaros ciudadanos, no siempre presentados con justeza, y rei
vindica, como lo hace, también, en Los últimos sesenta años de demo
cracia y gobierno en la provincia de Corrientes, el nombre de hombres
públicos como J. M. Rolón, Evaristo López, Gelabert, Madariaga y mu
chos más mandatarios, tratados por otros con acritud, con sorna, con
ironía, con desprecio, por motivos políticos y prevenciones ideológicas.
Pero tampoco escatima el juicio severo, cualquiera sea la persona, el
partido, la institución o el gobernante cuya obra analiza y juzga, según
su mejor criterio. Eso sí, lo hace siempre con serenidad, con elevación,
pocas veces traicionadas, señalando el posible error, equivocación, o el
procedimiento injusto, parcial, tendencioso, inoperante, desidioso; mas
sin descender ni recurrir al insulto, al sarcasmo, al mote deprimente, al
ataque ofensivo, actitud que en historia, como en otras disciplinas inte
lectuales, descalifica más al que la observa, que al que va dirigida.
Del mismo modo que puso dedicación, empeño, decisión, valentía
en la exposición y rectificación de muchos aspectos de la historia civil
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de la provincia, puso esas cualidades al servicio de la defensa de la tra
dición religiosa del pueblo correntino.
Sabido es que la devoción a la Virgen de Itatí, da forma sustancial
a la vida religiosa de Corrientes, desde los albores de su existencia. Y
que uno de los episodios más controvertidos de su historia, es el de la
Cruz de los Milagros. La tradición ininterrumpida la sitúa en el prin
cipio mismo de la fundación de la ciudad. El leño venerable acompañó
a las sucesivas generaciones en su larga y azarosa existencia. Junto
con la Pura y Limpia Concepción de Itatí, constituyen el aliento fortale
cedor del alma bravia de la raza, salvada y cruzada con la española.
Como es de suponer, los escritores adheridos a las corrientes de la
filosofía agnóstica, entre los que sobresale Mantilla,10 nunca reconocieron
carácter sobrenatural a esos símbolos. Al celebrarse el tercer centenario
de la fundación de la ciudad, se escribieron páginas apasionadas, como
ya se ha visto, con el evidente propósito de socavar, con visos cientí
ficos, las mismas raíces de la tradición constante. Se levantaron auto
rizadas voces en su defensa. Pero el prestigio del principal atacante,
dejó un amargo sabor de desconfianza sobre la autenticidad de los hechos.
Hernán F. Gómez sintió la atracción del tema. Terció en él, mo
vido por dos causas: su profundo conocimiento de la historia, y su
sincera fe cristiana.
Pocos como él se familiarizaron con los secretos de los archivos.
A su cargo estuvo la recopilación, descifrado y ordenamiento de las
Actas del Cabildo Colonial. Su contenido le era conocido, porque no se
limitó a reconstruir los viejos, polvorientos y apolillados papeles: los
examinó con ojos y mente de historiador, y extrajo de ellos todo lo con
cerniente a los temas de su interés.
Formado en un hogar cristiano, su fe no sucumbió en los vaivenes
de su formación intelectual ni en las contingencias de una vida de triun
fos y contrastes, de satisfacciones y de amarguras. Poseía tal carácter y
fortaleza de espíritu, que ningún ambiente ficticio era capaz de doble
garlo, conquistarlo y absorberlo. Lo dice él mismo, con estas palabras
sacadas de uno de sus libros: "Fuerzas poderosas que nacieron de mi
hogar cristiano y señorial, estuvieron siempre alumbrando mi espíritu. El
auge de una filosofía que dominó la Argentina a contar de 1884, que
había llegado a las aulas secundarias cuando inicié mi formación huma
nista, no doblegaron mi respeto hacia las fuerzas del espíritu, que es
tuvieron siempre, para mí, sobre la concepción biológica de la sociedad”.11
Su primera obra histórico - religiosa la dedicó a la Virgen de Itatí.
Data del año 1944, un año antes de su tránsito a la eternidad. Su apa
rición fue una sorpresa en el medio. Causó revuelo. Entre los no cre
yentes, y entre los creyentes.
Los no creyentes, presumieron y pregustaron un ataque demoledor
a la creencia supersticiosa del pueblo. Hernán Gómez tenía fama de liberal.
Circunstancias especiales de su vida lo hacían embanderado en las filas
desafectas a los dogmas cristianos. Su pluma sólo se había ocupado de
temas históricos, institucionales, literarios, con la independencia que le
era característica. Si ahora se ocupaba de temas religiosos, sería pa
ra rectificar errores, lo mismo que había hecho con la historia civil de
la provincia. El conocimiento de su contenido fue un desengaño. Los
positivistas, los agnósticos, callaron. El prestigio del historiador y su
independencia en expresar sus ideas, fue suficiente freno de contención
para que se lo respetara. Los que pretendieron justificar su contrarie
dad y desengaño atribuyéndolo a venalidad, a especulación económica, al
afán de hacer dinero, no tuvieron éxito, ni público ni privado, porque
nadie ignoraba que Gómez no era de los que enajenan su pensamiento
por un plato de lentejas.
10 M. F. Mantilla, Crónica..., cit., tomo I, págs. 49 y 310-67.
11H. F. Gómez, Nuestra Señora de Itatí, ed. 1944, pág. 11.
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Los creyentes se alarmaron, porque temieron el desliz dogmático.
Gómez no figuraba entre los escritores católicos, ni era considerado
militante de derecha. Al contrario, se lo tenía por un espíritu liberal,
escéptico, independiente en materias espirituales. Contribuyó a crearle
esa fama ambigua, su actuación franca y decidida, de primera línea, el
año 1920, en el entredicho que, por razones de jurisdicción y de disciplina
canónica, se originó entre el franciscano fray Mondanelli y la Curia
Eclesiástica. Gómez asumió la defensa del religioso, separado de sus
funciones sociales. Se organizaron manifestaciones públicas, clamorosas,
en contra de las decisiones episcopales. En un mitin de alrededor de
ocho mil concurrentes, número extraordinario para la época, pronun
ció una alocución encendida, vehemente, en la que exaltó las virtudes del
religioso desplazado y protestó contra la injusticia que con él se come
tía. Se publicó en la prensa local, con el título de “Por la virtud y la
justicia”. En El Liberal, , diario que dirigía entonces, hizo varias publi
caciones sobre el mismo tema, rebatiendo abiertamente a la autoridad
diocesana que en distintos documentos publicó las razones que le mo
vieron a proceder así en la emergencia. Como es natural, una parte de
la feligresía, la tradicional, no acostumbrada a esos episodios en el seno
de la Iglesia, se puso de parte del Obispo y consideró rebeldes, alzados,
a los que defendían al humilde hijo del pobre de Asís. Hernán Gómez
fue tenido poco menos que por hereje. Se dijo que asumía la defensa
de un miembro de la Iglesia, no por amor a la justicia, sino como pre
texto para atacar a la institución.
Pocos efectos contrarios produjeron sucesivos artículos suyos apa
recidos en El Liberal, titulados “El templo y la escuela”, “La redención
cristiana”, "La Iglesia en la sociabilidad correntina”, “El convento arrai
gado en los afectos populares es síntesis de la obra cristiana”, "El clero
católico en la sociabilidad correntina”; otros, sobre temas afines, escri
tos para El Niño Cristiano, y “El culto de María de las Mercedes en el
espíritu de Corrientes”, en el diario La Nación, de Buenos Aires, del 1° de
enero de 1937.12 La fama dudosa perduró.
Claro está que, leído el libro sin prejuicios y pasado el momento de
sorpresa, no creyentes y creyentes se llamaron a silencio, contrariados
los primeros, y contentos los segundos, porque el historiador se mantuvo
en el más estricto terreno ortodoxo y su obra tiene, además de un valor
histórico indiscutible, un acentuado valor apologético, por provenir de
un pluma laica, dedicada a otras lides literarias.
Los ataques llevados a cabo, con más buena intención que acierto,
contra su obra Nuestra Señora de Itatí, fueron un acicate para su espíritu,
que parecía presentir la apertura al más allá, para emprender, como
se verá, la ardua tarea de escribir sobre el otro tema religioso: La Cruz
de los Milagros de Corrientes.
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ten fehacientes documentos emanados de su pluma, que la confirman y
prueban sobradamente. Viven, además, familiares que la atestiguan. Él
conocimiento de la génesis de esta obra, pone de manifiesto, asimismo,
la personalidad de su autor, celoso de su independencia intelectual y sin
cero defensor de su pensamiento.
Conviene repetir algunos antecedentes. Impulsado por arraigados
sentimientos espirituales, el año 1944 publicó Nuestra Señora de Itatí.
Hasta entonces, únicamente había escrito historia de carácter civil. Ac
cidentalmente tocó temas religiosos al estudiar el origen de las pobla
ciones y municipios correntinos. Pero, sin otra finalidad que determinar
los motivos y las causas que congregaron los núcleos humanos que for
maron los pueblos. Su aparición suscitó, como ya se dijo, variados y
adversos comentarios. Su autor era considerado un espíritu liberal,
ajeno a las inquietudes espirituales, extraño a la ortodoxia católica, pro
clive, por tanto, a la inexactitud dogmática. Más por esa prevención, qué
por el contenido objetivo de la obra, proliferaron las críticas desfavo
rables, en público y en privado.
El autor se sintió molesto. No eran justos los ataques. Había
procedido de buena fe, sin móviles subalternos. Creía sinceramente
haber hecho un aporte valioso en pro de la tradición cristiana corren-
tina. Evidentemente, era mal interpretado, o influían, en la crítica, mo
tivos extrínsecos, ajenos al contenido histórico y doctrinario de la obra.
En una de sus estadas en Buenos Aires, durante una comida familiar,
a la que concurrió, también, el doctor Valerio Bonastre, su íntimo amigo,
se habló largamente sobre el asunto. Gómez manifestó su desagrado.
Estaba a punto de salir en defensa de su trabajo. Sabía que las arre
metidas contra el mismo, partían de un sector eclesiástico. Lo contenían
dos cosas: no quería provocar una polémica escrita sobre temas reli
giosos, siempre perjudicial para la Iglesia; le parecía impropio salir en
su defensa, actitud que sería más conducente si la tomaban otras perso
nas, pues así se defendería la verdad y no una posición personal. Nos
dijo, asimismo, que después de haber terminado la historia de la Virgen
de Itatí, había tomado la resolución de abordar el otro tema, el más
discutido: la historia de la Cruz de los Milagros. Era un tema acariciado
por él desde hacía tiempo, tratado, además, en otras obras suyas sobre
la historia de Corrientes, aunque en forma indirecta. Él cariz de los co
mentarios sobre su historia de la Virgen de Itatí, lo había llevado a un
momentáneo estado de indeterminación. Sabía que la empresa era ardua,
delicada, porque iba a internarse en un bosque oscuro, enmarañado de
opiniones encontradas, y que forzosamente produciría fricciones con sec
tores y personas mezcladas, en el pasado, en el violento debate sostenido
públicamente y por escrito. Y si esa labor, lejos de desanimarlo, era un
estímulo para su voluntad de trabajo, la actitud desfavorable de los sec
tores que, en lugar de atacarlo, debieran apoyarlo, ponía en su ánimo
un poco de amargura, de desaliento y de desilusión, sentimientos que lo
inhibían y luchaban por paralizarlo.
Comprendimos la razón de su desaliento. Eran justas sus quejas.
Cambiamos ideas. Nos esforzamos en hacerle comprender, cosa de que
él mismo estaba persuadido, que las críticas y censuras eran tan insig
nificantes y carentes de fundamento, que de ninguna manera debían in
fluir en forma negativa sobre sus propósitos, sino, más bien, en forma
de acicate, de estímulo para llevarlos adelante. Lo persuadimos. La
palabra siempre optimista, estimulante, de Bonastre, con la desintere
sada oferta de su colaboración, provocó la decisión definitiva de Gómez.
Escribiría la historia de la Cruz de los Milagros, como lo tenía pensado,
sin' otras miras que la búsqueda, el esclarecimiento de la verdad objetiva.
De todo lo tratado, surgió un pacto bilateral. Yo me comprometía
a publicar un juicio sobre la historia de Nuestra Señora de Itatí, en
El Pueblo, diario católico de la Capital Federal; él se comprometía a dar
comienzo, de inmediato, a la Historia de la Cruz de los Milagros de
34
Corrientes. Era un pacto con ventajas, con tareas desiguales. Mi tarea
resultaba fácil, honrosa y justiciera; la de Gómez, la más importante,
era la más difícil, pero de gran valor para la historia integral de la pro
vincia. Ambos cumplimos con lo pactado.
Hernán Gómez regresó a Corrientes, resuelto a trabajar con ahínco
en su nueva obra. Era hombre de voluntad férrea y de una tenacidad
y constancia inconmovibles. Cuando iniciaba una tarea, apenas le res
taba el tiempo indispensable para comer y dormir. Sentado delante de
su escritorio lleno de papeles, de libros, documentos y apuntes, escri
bía, dictaba a sus ayudantes e iba compaginando el tema, hasta dejarlo
concluido. Sólo entonces volvía a releerlo, a la ligera, pues era reacio
a la corrección de la forma, y únicamente atendía a la exactitud del
asunto, convencido de que la frescura de la primera expresión del pen
samiento no debía ser modificada. Quizá por eso, en sus escritos hay
que buscar el pensamiento, más que la elegancia; la exactitud del dato,
más que el modo de presentarlo; el razonamiento lógico, más que la ar
monía de la palabra.
En plena labor iniciada, tuvo la desagradable sorpresa, reflejada
en la carta que se reproduce, más expresiva que cualquier comentario:
Corrientes, 13.XII.1944.
Dr. César P. Zoni
Mi estimado Doctor amigo:
Estoy en deuda con su generosidad y lo peor es que cumplo el
saludarlo coincidiendo con un episodio que me angustia. El presbí
tero Fontenla, desde el púlpito del Jesús Nazareno, ha despotricado
contra mi libro de Itatí; no interesa la jerarquía del sacerdote, sino
el hecho del púlpito y la oportunidad de un sermón sobre la P. y L.
Concepción (8, XII). Me dicen hubo una situación unánime de re
pudio en el auditorio, sobre todo cuando el episodio fue posterior
a la carta de Monseñor que le acompaño, pero el hecho está ahí y su
fama rueda. Tampoco puedo ser un motivo de choque entre Monse
ñor y su clero. En definitiva yo puedo olvidar lo ocurrido, pero
supongo necesito de algunos juicios eruditos de los mejores hombres
de iglesia.
Aprovecho para reiterarme grato a sus amabilidades en ésa y
ponerme a sus órdenes amigas.
Hernán F. Gómez.
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su actuación pública y en las publicaciones que lleva realizadas, se
inclina reverente ante la fuerza espiritual que emana de ese hecho
histórico.
"Fuerzas poderosas que nacieron de mi hogar cristiano y seño
rial estuvieron siempre alumbrando mi espíritu. El auge de una
filosofía que dominó a la Argentina a contar de 1884, que había llegado
a las aulas secundarias cuando inicié mi formación humanista, no do
blegaron mi respeto hacia las fuerzas del espíritu que estuvieron siem
pre para mí sobre la concepción biológica de la sociedad.” Con estas
hermosas palabras del prólogo, que son una sincera confesión de fe,
comienza el estudio del asunto.
Más que un trabajo de orden religioso, como debe suponerse en
un historiador de la índole del doctor Gómez, éste es un estudio his
tórico que abarca cuatro puntos principales: 1º) Origen de la Re
ducción de Itatí; 2º) Fundador de la misma; 3º) Posible procedencia
de la imagen milagrosa; 4º) El culto de la Virgen de Itatí y su
trascendencia en el orden social a través de los tres largos siglos
de su existencia.
1. Origen de la Reducción. — El amplio conocimiento que posee
el autor de la historia colonial y de la geografía de la región, le permi
ten ubicar con exactitud los hechos que analiza. La determinación del
teatro geográfico y de los límites políticos y administrativos de las dis
tintas gobernaciones y provincias, tornan comprensible la empresa y
ponen de relieve la importancia de la magna epopeya de la coloniza
ción evangélica.
Por regla general, los escritores que se ocupan de la época colo
nial no se cuidan de dar una idea acertada del plan seguido en la
ejecución y del lugar donde se desarrollan las empresas misioneras.
Con frecuencia, las misiones aparecen como obras del azar, fruto del
celo de los misioneros que se adentran en la tierra en busca del abo
rigen, sin orden ni concierto, llevados solamente por el afán de cris
tianizarlos a tontas y a locas. Se originan así no pocas confusiones
y se desvirtúa considerablemente el valor de la iniciativa apostólica.
De la lectura de la obra de Hernán Gómez se desprenden conclu
siones muy distintas, conclusiones que responden, por cierto, a la
realidad histórica. Las reducciones misioneras nacen de un plan ra
cional, larga y concienzudamente meditado y preparado por Hernan
darias, y ejecutado con celo e inteligencia por franciscanos y jesuítas.
Ante todo había que buscar el medio propicio para la evangeliza-
ción. Y el medio propicio, como lo acreditaba la dolorosa experien
cia anterior, era la fijación de las tribus por medio de la colonización
agrícola, de la que no eran del todo extraños los guaraníes de la región.
Se aprovecharon los núcleos ya formados, y se formaron otros, adhi
riéndolos al suelo nativo. A los franciscanos se les asignaron las tri
bus asentadas en los dos triángulos que forman el Paraná, Paraguay
y Alto Paraná, a partir de Santa Lucía hasta la Asunción, con juris
dicciones que se volcaban tierra adentro, en un semicírculo casi per
fecto. El alma de las misiones franciscanas es fray Luis de Bolaños.
Y la toldería del cacique Yaguarón, donde se funda Itatí, es el centro
preponderante de sus actividades. A los jesuítas se les entregan las
provincias de Paraná, Tapé y Guairá, tarea ardua y difícil, ya que
debían recoger en reducciones a las tribus dispersas y cerriles, traba
jadas por factores históricos que las hacían reacias a la vida fija y
organizada. El alma, el animador de las mismas, es Roque González
de Santa Cruz, mártir luego de sus temerarias y santas empresas.
Establecidas de este modo las distintas jurisdicciones, aquellos
heroicos misioneros aparecen en la obra de Gómez como hombres
sesudos, conscientes, que proceden con un plan racional, perfecta
mente definido y preestablecido. Deshace el autor, con este método
36
científico, la leyenda de los continuos choques de intereses entre los
misioneros. Demuestra que Itatí no sólo fue fundado, sino que siem
pre perteneció a la comunidad franciscana. Que la reducción de San
ta Ana, fundada por González sobre el Iberá, nada tiene que ver con
la primera, a no ser por el contingente de indios que de común acuer
do entre ambas órdenes fueron a engrosar la población de Itatí cuan
do los jesuítas resolvieron disgregarla. Demuestra, asimismo, que
Itatí no debe confundirse con los Itatines, situados al norte de la
Asunción.
2. Fundador de Itatí. — El doctor Gómez sigue al historiador
José Torre Revello, quien afirma, en base a serios documentos, que el
fundador de la reducción fue fray Luis Games, enviado por Hernan
darias, entre 1609 y 1615. Establece, no obstante, que corresponde a
Bolaños su traslado y organización definitiva, realizada' en 1615 por
encargo del mismo mandatario civil, por cuanto la obra del padre
Games no marchaba. "Ya puede suponerse —afirma— que al esta
blecer la verdad histórica sobre el fundador de Itatí, no restamos
méritos a fray Luis de Bolaños, que fue su organizador, a quien envía
Hernandarias antes de 1615 a ese efecto, porque la obra del padre
Games no marchaba. Por eso entendemos que la afirmación general
que considera a fray Luis de Bolaños como el fundador de la Reduc
ción de Itatí, contempla la eficiencia de su tarea organizadora y que
es por eso un juicio exacto.”
3. Origen de la imagen. — El autor estudia y analiza las distintas
hipótesis y tradiciones existentes sobre el particular. Se inclina a
admitir la posibilidad de que la imagen venerada en Itatí sea la mis
ma que existió en la ciudad de la Concepción de la Buena Esperanza
del Río Bermejo, fundada el 14 de abril de 1585 y definitivamente
despoblada en 1631. Se basa en el hecho documentado de que sus
habitantes, al ser atacados por los indios, varias veces dejaron tem
porariamente el poblado, llevándose consigo todo lo que les era más
caro. Bien pudo suceder —afirma— que en una de esas periódicas
huidas, antes del abandono completo del pueblo, se hubieran llevado
a Corrientes la imagen, pasando luego a Itatí, conforme a algunas de
las más comunes tradiciones. Creemos que dicha hipótesis queda
descartada con la compulsa del acta de fundación de la Concepción
del Bermejo, donde consta oue la titular llevaba "la Advocación de
NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO”. Además, del informe que el go
bernador del Río de la Plata, con sede en Buenos Aires, don Diego
de Góngora. elevó al rev el 20 de mayo de 1622 —informe que Gómez
reproduce en la página 49 e interpreta acertadamente—, se infiere, tam
bién, que la imagen ya existía en la Reducción de Itatí en 1615. Se
dice allí: "En la jurisdicción de esta ciudad de San Juan de Vera
a diez leguas della el río arriba del Paraná sobre su barranca está otra
reducción de indios todos de la nación Guaraní nombrada NUESTRA
SEÑORA DE LA LIMPIA .CONCEPCIÓN DE ITATI”. Si bien no se
menciona específicamente a la imagen, se menciona, en cambio, el
nombre tradicional de la Patrona de Itatí: NUESTRA SEÑORA DE
LA LIMPIA CONCEPCIÓN DE ITATI. De donde, sin forzar ni torcer
el sentido natural del documento, se deduce que la imagen ya se en
contraba en 1615 en Itatí. Mal puede ser, entonces, la de la Concep
ción del Bermejo, despoblada el año 1631, o sea dieciséis años después
de la fundación de Itatí. Por otro lado, nada autoriza a suponer
que haya sido cambiada por otra imagen, sobre todo a los pocos años
de ser fundada la reducción, con tanta resonancia.
4. Culto y trascendencia de la Virgen de Itatí. — Ya hemos insi
nuado al principio que el doctor Gómez, con ser cristiano de pura cepa,
no es un fervoroso militante de las filas católicas. El criterio que lo
guía en la obra, no es, pues, el del devoto y piadoso. Por eso, la pu
37
blicación de su obra sobre la Milagrosa Imagen de Itatí causó sensa
ción en los círculos creyentes, y se leyó con cierta prevención, temién
dose un ataque a la tradición, como sucedió con el doctor Mantilla,
poco respetuoso para las tradiciones religiosas de Corrientes.
Sin embargo, conviene consignar que esa prevención se ha disi
pado al comprobar el contenido de la obra, de carácter eminente
mente científico, consagrada más a la dilucidación histórica civil que
a la religiosa.
El punto crítico para los historiadores profanos que abordan te
mas religiosos, suele ser el milagro en su esencia y en sus múltiples
exteriorizaciones. La venerable imagen de Itatí tiene fama de ser
milagrosa. Algunos de ellos han sido documentados por el padre Ga-
marra como hechos acontecidos en los primeros tiempos de la reduc
ción. Pero el milagro viviente de la Virgen de Itatí —como solía
afirmarlo monseñor Niella, primer obispo de Corrientes— es la atrac
ción constante que ejerce sobre las muchedumbres, y la maravillosa
transformación de las almas que llegan al pie de su altar. Es el mila
gro fecundo de la conversión y rectificación de la vida; el milagro de
la esperanza que renace, de la fe que resucita, de los nobles propósitos
que se conciben; el milagro de la gracia que desciende sobre el alma
atribulada e indiferente, y la alienta y transforma espiritualmente.
Hernán Gómez reconoce y ratifica ese milagro viviente de la Pura
y Limpia Concepción a través de los largos años de su existencia.
Itatí es para la región un oasis de paz. “Si al terminar la primera
década del siglo xvII, Itatí fue fundado como un oasis de paz para la
raza autóctona, su función en la historia regional fue la de cumplir
ese signo, que en su caso resultaba prestigiado por el culto preferen-
cial de María.” En el capítulo doce hace un resumen de la vida polí
tica y de las luchas civiles de la región, y termina con estas hermosas
palabras sobre la presencia de la Virgen en el alma del pueblo: “Ejér
citos, milicias reclutadas sin excepciones, campañas enormes, batallas
sangrientas, diezmadas de prisioneros y ansiedades de derrotas, todo va
sumándose en el tesoro de la historia como un documento de valor
del pueblo. Y en los hogares que quedan sin varones, de abuelas,
de madres, de hijas, de novias, con horas de pobreza y horror, el
mismo sentido épico que busca, como en el ejército marcial, el favor
de la gracia y el consuelo de la devoción. En toda esa superación del
pueblo, el culto de la imagen de Itatí está como una expresión de su
mundo interior. Invocaciones silenciosas, reconcentrando el espíritu
en un homenaje que atrae con encantamiento desde los tiempos más
lejanos; promesas que miran al enlace del destino, a la conservación
de la vida y a una bendición que se proyecta sobre las huellas de las
legiones en marcha, todo eso que es y no trasciende, por cuanto no
vive de luz exterior, está uniendo al pueblo y a la muy milagrosa
Patrona. La tradición es la misma en los hogares de las casonas pa
tricias y en las viviendas de las clases populares. Sumar cuanto ex
presa ese culto, que viene de los abuelos a los nietos en la epopeya,
es escribir y documentar el lirismo de la provincialidad en aquellas
horas vaciadas en el bronce de la historia”.13
38
rentes a la campana tendenciosa que se viene haciendo en contra de
su libro Nuestra Señora de Itatí.
Con ese motivo la he vuelto a leer y releer, aplicando mis esca
sos conocimientos teológicos en el examen, a fin de formarme un
juicio objetivo y desapasionado.
Fruto de ese empeño es el trabajito que escribí y publiqué en
las columnas del diario católico El Pueblo, de esta capital, el día 26,
del que le adjunto un ejemplar.
Me tomé la libertad de analizar la obra desde cuatro puntos
de vista, para que el cuarto (lo que más interesa en la emergencia)
no parezca una defensa escrita, intencionalmente, con fines de inne
cesaria justificación.
La escribí para que se publicara en forma de nota bibliográfica,
con mención de la obra y de su autor. Pero la Redacción del diario
la publicó con carácter de colaboración, con título que no responde
al original.
Estoy convencido de lo que afirmo, con prescindencia y sin preo
cuparme, en absoluto, de la opinión de los que han atacado su obra.
Hago resaltar, intencionalmente, lo acertado que está Vd. al es
tablecer claramente el teatro de las misiones, su respectiva jurisdic
ción y el plan preestablecido, pues en el Nº 344 de El Mensajero de
Nuestra Señora de Itatí, al darse cuenta de la aparición de su libro,
se afirma que el autor emite “juicios ligeros respecto a las reduccio
nes jesuíticas”. Debido a eso, todavía no entregué al P. Furlong la
obra que le dedica, temiendo que pudiese estar prevenido. Lo haré
ahora, en cuanto dé con él.
También se afirma en esa revista, que Vd. niega los milagros
de la cruz de Arazaty. Se debe a lo que dice Vd., al pasar, en la
página 26. Quizá sea ésa la causa de los ataques provenientes, según
mis informes, desde la Cruz de los Milagros. Cuando haga otra edi
ción, en nada se modificaría el valor intrínseco de la obrita, si supri
me o cambia esas expresiones, que tampoco van contra la providen
cia, o el milagro.
Deseando se encuentre bien y Nuestra Señora de Itatí lo asista,
me es grato saludarle con todo aprecio.
César P. Zoni.
Corrientes, 30.1.1945.
Dr. César P. Zoni
Buenos Aires
Mi estimado Doctor amigo:
Ayer recibí su amable del 26.1, sin el ejemplar de El Pueblo que
Vd. me decía acompañar. Me puse en campaña para lograrlo en ésta
y su hermano Francisco me anuncia lo traerá hoy, en que vendrá
a charlar. Pero por otros conductos también me lo han prometido,
así que no pasará el día sin su lectura. Aquí ya se lo comenta;
fueron los PP. de la Merced los que me avisaron por teléfono de su
brillante pieza.
Ya le escribiré después de leerlo, pidiendo desde ya autorización
para hacerlo reproducir. Quiero hacer un folleto con su estudio y
el juicio de algunas cartas generosas, como la del Dr. Fassolino y
otros historiadores.
Desde ya le agradezco todo el trabajo que se tomó. Naturalmente
seguiré en el futuro su atinada sugerencia respecto a la Cruz de
39
Arazatí, de la que me ocuparé en el futuro Dios mediante. Va a ser
la forma más elegante de poner en descubierto a los hombres de este
episodio, pues sé que de ahí nació el comentario. Casi un deber, por
otra parte, porque soy delegado en ésta de la Com. de Monumentos
40
y Lugares Históricos, y por mi indicación la manzana del templo fue
declarada por el P.E.N. solar histórico...14
Me permito enviarle un fuerte abrazo de gratitud y saludarlo
con todo mi afecto.
Hernán F. Gómez.
Hay en ella una referencia a su salud, cuyo proceso conocíamos sus ami
gos, por confidencias familiares. Sin mencionar el carácter de la misma,
escribía estas palabras, aliento de fe y esperanza: “Yo voy mejorando
y me creo ayudado por N. S. de Itatí”.
En plena tarea de búsqueda de documentos, para lo cual recurría
a todas las fuentes que pudieran proporcionarle datos de interés, le es
cribe al doctor Valerio Bonastre, con fecha 13 de marzo de 1945, y refi
riéndose al tema, le dice:
Sigo trabajando en el asunto y reuniendo lo que puedo. Incluso
tú no vas a escapar: tengo tu página en la geografía de Manzi, así
que si quieres ampliarla, mejor... Naturalmente ya tengo capítulos
redactados; pero falta el del Milagro, que debe hacerlo Francisco
Manzi. Te informo de todo, porque en realidad eres el asesor de
este esfuerzo.
Un saludo y que mejores del todo.
Hernán F. Gómez.
42
El 27 de marzo, veintitrés días escasos antes de su deceso, escribió
una larga carta, en la cual, tras hablar de varios asuntos relacionados
con el mismo tema de su labor sobre la Cruz de los Milagros, al referirse
a la demora en la entrega del asesoramiento pedido, dice lo que sigue,
que se reproduce?7 porque hay algo significativo respecto a su salud y
a su estado de ánimo:
17 Véase figura 4, que reproduce facsimilarmente el final de la carta men
cionada.
43
Francisco anda abúlico con sus dolencias, pero procuramos movili
zarlo. A veces creo me dedica... en su mundo interior, cuando lo
visito y saco el asunto, pero como yo sé lo que Influye la enfermedad
en uno, no me molesto...
Lo que tengo escrito se está pasando a máquina y paralelamente
completo de a poco los antecedentes, para el anexo. Cada día veo
más claro en el asunto como si una mano desconocida guiase mi
intuición. Éste es fenómeno que algunas veces me ocurriera, pero
en este asunto toma un relieve interesante. Pero nada estará com
pleto sin el capítulo central de Francisco que yo titularía La Cruz
y el Milagro.
Lo saludo con todo afecto.
Hernán F. Gómez.
IX — AUTENTICIDAD DE LA OBRA
X — HERNÁN F. GÓMEZ
46
ya que se conforman con disfrutar de la situación en que nacieron, sin
importarles su conservación o su auge, sino sólo su aprovechamiento—,
para los más, esa herencia es un poderoso estímulo que alienta y ayuda
a seguir las mismas huellas y acrecentar los resultados. Es, por lo
demás, el origen de la vocación, que no nace con uno, sino se hace al
influjo del ambiente familiar, social, cultural en que se vive y desenvuelve.
En Hernán F. Gómez se cumple esa ley incontrovertible. Su ascen
dencia arranca de la Colonia. Tiene las mismas características de las
familias que se formaron en tierra americana sobre troncos hispanos o
europeos, las cuales labraron, tanto su propio porvenir, como el destino
de los pueblos que contribuyeron a fundar o hicieron progresar con el
sacrificado y fecundo trabajo de sucesivas generaciones. En la trayec
toria de la misma, de cerca de dos siglos, han quedado visibles varios
jalones que se destacaron en la vida civil, política, militar, cultural y
social de la provincia. Ellos fueron un acicate para su voluntad, luz
para su inteligencia.. En ellos nutrió su amor, su pasión, su vocación
por las cosas de Corrientes, tierra a la que sintióse ligado por un pasado
en el que su sangre no había sido estéril.
Fue fundador de la familia Gómez, el comerciante español don Bar
tolomé Gómez, radicado en Corrientes a fines del siglo xvIII, y casado
con Ángela Cossio, correntina.18 De ese matrimonio nació el coronel
Félix M. Gómez, “el guerrero más distinguido que Corrientes contara en
las filas de sus ejércitos”.”
El coronel Félix M. Gómez casó con Tomasa Isabel Fernández, de
la sociedad goyana. Tuvieron cuatro hijos varones: Adriano Antonio,
Justo Pastor, José Eusebio y Félix Tomás. Los dos primeros fueron
militares, como el padre, a quien acompañaron en la cruzada de Caseros
y en anteriores acciones en territorio correntino. José Eusebio fue in
signe maestro y destacado educador. En el Colegio Goyano, fundado
por él, y uno de los más acreditados en la época, se educó la juventud
que contribuyó a dar fama de culta a la ciudad sureña de la provincia.
Su recuerdo perdura en la población. Su nombre está perpetuado en
una de las calles céntricas, y en la Escuela Graduada que lo tiene como
patrono. Félix Tomás se dedicó a las actividades agropecuarias. Dueño
de establecimientos rurales en Mercedes y en Curuzú Cuatiá, formó
hogar casando con Emilia Eladia de las Mercedes Benítez de Arrióla,
perteneciente a familias de tradición.
Del matrimonio Gómez - Benítez de Arriola nace el doctor Félix
María Gómez. Abogado de nota, prestigioso por el saber y rectitud;
político de limpia trayectoria, y, por ende, consejero de gravitación mo
ral en las asambleas de trascendencia cívica; periodista, escuchado por
la responsabilidad de sus ideas; diputado nacional, por unánime selección
hecha por sus partidarios entre los más capaces y de mayores méritos;
fino escritor, de corte clásico, personificado en Ocios amables, cien
composiciones poéticas, "espontáneas recreaciones en momentos diversos
de mi vida”, como él mismo lo dice; docente, con verdadera vocación de
educador y orientador de la juventud, enseñó en sus aulas y rigió los
destinos del Colegio Nacional San Martín durante dieciocho años conse
cutivos, perpetuando y realzando el prestigio del establecimiento, con el
que emanaba de su propia personalidad.
El doctor Félix M. Gómez casó con Juana Ávalos Billinghurst,
miembro de una familia de arraigo, muchas de cuyos componentes suma
ron prestigio a la provincia. Y de ese matrimonio proviene Hernán
Félix María Gómez, nacido en la capital correntina el 26 de diciembre
de 1888. Coincidencia sugestiva e interesante, su nacimiento acaecía en
res, 1933).
” Valerio Bonastre, "Coronel Félix M. Gómez”, en Corrientes en la cruzada
de Caseros, ed. 1934, pág. 241.
47
el tercer centenario de la fundación de Corrientes y en el año en que se
producía la apasionada polémica sobre un tema de su historia, que él
ayudaría a esclarecer en sus últimos días.
Su educación primaria y secundaria se realiza, la primera en Bue
nos Aires, la segunda en Corrientes. A los veintidós años obtiene el
título de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Regresa a la pro
vincia y comienza a desarrollar actividades en el foro, en el periodismo,
en la docencia, en las asambleas populares, en las comisiones oficiales,
en las academias, en las lides políticas, en las convenciones, en las legis
laturas provincial y nacional, en las tribunas particulares y en las justas
del saber, siempre en los primeros puestos, que ocupa por el propio
esfuerzo y valer personal. Ejerce una especie de liderazgo entre la juven
tud estudiosa, y su palabra es requerida en cuanto acto público donde
se conmemoran las glorias del pasado, se tratan los problemas del pre
sente o se propician las esperanzas del futuro. En la tribuna y én la
cátedra resuena su verbo elocuente, impregnado, en toda circunstancia,
de tan sano patriotismo y de tan exaltado amor a las cosas de la tierra,
que arranca aplausos, conquista voluntades y despierta inclinaciones
intelectuales.
Hernán Gómez está en todo. Ha recibido una herencia valiosa,
herencia externa que actúa sobre su espíritu como factor determinante
en la dirección de su vida y en la expresión de sus inquietudes. Su fe
cunda actividad tiene una mira, un móvil, un objetivo fundamental que
lo encarrila y conduce a una meta final: la historia. En la brillante
actuación ambiental de sus antepasados figuran, en forma prominente,
como se ha dicho, el militar, el educador y el hombre de ley en sus
distintas realizaciones, nobles actividades que caracterizan a los indivi
duos y forjan a los pueblos en cualquier parte del mundo. Ahora bien,
la extraordinaria producción escrita de Hernán Gómez versa, principal
mente, sobre tres aspectos del pasado correntino: los hechos de armas,
la cultura y la instrucción pública, y la vida civil y política, personifi
cado, todo, en sus hombres y en sus instituciones democráticas.
Se relacionan con las armas: Berón de Astrada — La epopeya de
la libertad y la constitucionalidad, La victoria de Caá Guazú, Ñaembé,
Corrientes en la guerra del Brasil, Vida de un valiente, Toledo el Bravo,
mucho del contenido de los tres tomos sobre la Historia de Corrientes e
innumerables monografías, artículos periodísticos y conferencias sobre
varones y hechos que cimentaron la provincia con la fuerza de las armas.
Tratan de la cultura, de la educación, de la instrucción pública y
de la sociabilidad: los textos escolares sobre moral cívica y política,
contabilidad, historia antigua, de la civilización, de América; La educa
ción común entre los argentinos, Contribución de Corrientes a la forma
ción de la nacionalidad argentina, Orígenes de la sociabilidad correntina
y Fray José de la Quintana.
Versan sobre el derecho, sobre las instituciones, y sobre los hom
bres que, en el ejercicio del derecho y Con el instrumento de las institu
ciones promovieron, cimentaron y desarrollaron la existencia real de la
provincia: Bases del derecho público correntino, Historia de las institu
ciones de la provincia de Corrientes, Los últimos sesenta años de demo
cracia y gobierno en la provincia de Corrientes, Vida pública del doctor
Juan Pujol, El general Artigas y los hombres de Corrientes, El régimen
electoral y la reforma de 1935 — Provincia de Corrientes.
La restante producción, vasta, heterogénea, constituida por folletos,
ensayos, monografías históricas de personas y de municipios, artículos
periodísticos, recopilaciones de leyes, de documentos, de actas, de actua
ciones personales y oficiales, gira casi toda en torno de temas de la
historia militar, civil y cultural de la provincia.
Las obras sobre derecho e instituciones, quizá las menos leídas,
por ser de especialización, son tratados magistrales. El contenido y el
método denotan sus acabados conocimientos del derecho y de las ins
48
tituciones correntinas, y revelan sus condiciones de expositor claro,
objetivo, condiciones corroboradas en la cátedra por el profesor, cuyas
lecciones eran retenidas, escritas y recopiladas por sus alumnos, con
virtiéndolas en texto de la materia.
Valiosísimas son, asimismo, las referentes a la historia civil y polí
tica de la provincia. Aunque en ellas sigue huellas anteriormente reco
rridas por otros, desbroza el camino de malezas, rectifica desvíos enga
ñosos y descubre paisajes y perspectivas interesantes, intencional o desi
diosamente ocultadas. Temas difíciles de tratar, con imparcialidad, sobre
todo cuando, como en el caso, por sí y por sus ascendientes, se ha tenido
parte en su proceso, Gómez mantiene suficientemente el equilibrio, y,
aunque el juicio, quizá con marcado acento, se inclina hacia sus prefe
rencias, lo hace, como ya se anotó, con altura, con señorío, sin herir,
señalando el error, la equivocación de los hombres y de las instituciones,
antes que atribuirlo a mala fe o a intenciones tortuosas.
Las más leídas, por el género literario y por la temática, son las
que tienen como protagonistas al doctor Juan Pujol, al coronel José Toledo
y al coronel Plácido Martínez, tres personajes sobresalientes en el esce
nario correntino. El primero, considerado uno de los estadistas y gober
nantes más eminentes; los otros dos, figuras legendarias que perduran
en el recuerdo popular, envueltas en el tenue rumor de un aura mitológica
que se agranda en los relatos añejos. Con estilo ágil, ameno, son presen
tados en su propia dimensión, siempre sobre el apropiado fondo histórico,
que el autor conoce e interpreta en forma tal, que al deleitar, instruye, y
al instruir, provoca la admiración de los biografiados.
Hernán Gómez desaparece el 19 de abril de 1945, a los cincuenta y
siete anos de edad. Murió joven. Se abisma la mente pensado lo que
hubiera producido su pluma, de vivir más tiempo, si en tan cortos años de
existencia pudo escribir lo que escribió. Por asociación de ideas, vienen
a la memoria los nombres de algunos correntinos eminentes, de los que él
se ocupó, y quienes, como él, vivieron poco e hicieron mucho: Pujol fallece
a los cuarenta y cuatro años de edad; José María Rolón, a los treinta y
seis; Manuel F. Mantilla, a los cincuenta y seis; Plácido Martínez, a los
treinta y cinco. Enigmas de la vida, que demuestran que el tiempo es
en sus efectos tan relativo como en su concepto. Sea lo que fuere, quedan
las obras, que es lo que da carácter a la existencia de los individuos.
En lo que se refiere a Hernán Gómez, sus obras son más que los
años que ha vivido. Su nombre está ligado a la historia de Corrientes,
como actor eficiente en su vida cívica y cultural, y como cultor y evocador
de su pasado. Es de esperar que algún discípulo suyo, de los tantos que
ha tenido e iniciado en actividades similares a las suyas, escriba su bio
grafía completa, para que la perennidad del libro la conserve y la divul
gue como un estímulo, como un ejemplo para los que tienen ideales
y aman los valores reales del trabajo intelectual.
Al largo catálogo de su producción escrita, se añade ahora su obra
postuma, La fundación de Corrientes y la Cruz de los Milagros, providen
cialmente salvada de la pérdida y el olvido. Como la cruz levantada
sobre las tumbas simboliza el fin de la vida terrenal y el principio de la
vida eterna, este libro, escrito cuando ya la muerte lo iba estrechando
entre sus brazos, simboliza el fin de su vida de trabajo y la incorporación
de su nombre a las glorias de la provincia de Corrientes. Las glorias
de una provincia que nace al amparo de la Cruz, que él reivindica y exalta,
y que seguramente lo ampara y lo hizo partícipe de la redención que
representa.
Que el sacrificio que significa su publicación, de indudable beneficio
para la verdad histórica, sea el modesto tributo que el Gobierno rinde a
su esclarecida memoria.
César P. Zoni.
49
HERNÁN F. GÓMEZ
La fundación
de Corrientes
y la Cruz del Milagro
Capítulo Primero
60
Capítulo II
COMPROBACIONES
HISTÓRICO - GEOGRÁFICAS PREVIAS
62
2. El lugar del fuerte inicial de la conquista. Las buscas del
R. P. Juan Nepomuceno de Alegre. Su personalidad. El sacer
dote arquitecto. Los Templos en Itatí y de Nuestra Señora del
Rosario en la capital. El padre Alegre y la individualización de
las ruinas del Pucará de 1588. Su documentación.
67
Si el 28 de marzo está en ese paraje, no pudo, con medios
de navegación a vela, llegar al paraje Siete Corrientes antes del
1º de abril. Y si históricamente consta que el acta de funda
ción es del día 3, y antes de labrársela se determina el espacio
del casco urbano, se miden cuadras, se asignan solares y se
erige el Rollo de la justicia, es evidente que el Adelantado pro
cede en virtud de exploraciones previas, de todo un plan de ac
ción que él mismo documenta en su consignada protesta.
Estas exploraciones estuvieron a cargo de uno de sus so
brinos, el experto capitán Alonso de Vera y Aragón. Él debió
adelantarse en meses a la llegada del Adelantado, para reconocer
el paraje y sus recursos, y decidir sobre el lugar de erección
de la ciudad.
Desde ya suponemos que ambos procedían sobre la conve
niencia de fundar la ciudad en el paraje Siete Corrientes.5 La
cuestión era elegir el lugar geográfico conveniente, cuestión que
para nosotros comprende hoy la de individualizar el punto de
la costa en que el explorador desembarca inicialmente, dónde
se establece con carácter provisorio para las exploraciones, y si
ese lugar es el mismo en que se fundó la ciudad.
El paraje Siete Corrientes era conocido por los navegantes
de fines del siglo xvi; su propia denominación induce las condi
ciones acuáticas, características de las Siete Corrientes. An
dando en embarcaciones pequeñas, que eran movidas y zaran
deadas navegando con vientos contrarios, no podían dejar de
preocupar a los navegantes y canoeros. Debe tenerse presente
que, prácticamente hasta la navegación a vapor, el río Paraná
no era navegado de noche. Cuando ésta llegaba, los- barcos
amarraban en la costa. De ahí la equidistancia de los puertos
del río y su espaciamiento, generalmente igual a las distancias
que un velero menor podía recorrer en horas de luz. Las Siete
Corrientes que signaban el paraje, requerían la silga de las
embarcaciones, operación peligrosa, porque las tribus de la
región no estaban sometidas. Era necesario proteger a los sil
badores, sobre todo porque las tareas pesadas de las embarca
ciones eran propias de los indios sometidos, usados como re
madores y silgadores.
La fundación debía hacerse en el paraje Siete Corrientes,
paraje muy extenso; comprende la extensión de costa alta, ba-
5 La necesidad de fundar una ciudad en el paraje de las Siete Corrientes
para proteger y fomentar la navegación, resulta de apreciaciones de las distan
cias. Entre Buenos Aires y Asunción del Paraguay, la extensión de río era enor
me; la escala en Santa Fe era insuficiente. Cuando España, para proteger a
• Santa Fe, la convirtió en puerto preciso del Paraná, omitió crear regalías para
el puerto de Corrientes, que las tenia de hecho. Y cuando cortó las regalías
a Santa Fe y ésta protesta, se produce un documento en que el Procurador de
dicha ciudad expone sus razones. (Véase la citada Historia de Cervera, tomo I,
pág. 127 del Apéndice.)
68
rrancosa, situada entre el bañado Sur de la ciudad de nuestros
días y la boca del río Paraguay. Como las corrientes, en el
río, oblicuas al eje de su cauce, eran producidas por grandes pun
tas de piedra arenisca, y como la navegación dificultosa era la
de aguas arriba, el punto geográfico más útil del paraje para los
navegantes era aquel en que ellas se iniciaban para el tráfico
aguas arriba. En otras palabras, la última punta, hacia el sur
del lugar.
La tradición verbal, uniforme e indivisa, las consignacio
nes de los cronistas del período colonial y las comprobaciones
indicíales que resultan de los documentos públicos, están de
acuerdo en que los españoles arribaron en el lugar de la costa
denominado Arazatí, al sur de la punta del mismo nombre, en la
ensenada que ésta forma en esa parte del litoral. Arazatí es la
séptima y la última de las puntas que conforman el litoral de
la ciudad; dentro de la ensenada desemboca un arroyo, que
también lleva su nombre y cuyo cauce disminuye, como resul
tado de la sedimentación a través del tiempo.
Si a las comprobaciones de la tradición una, indivisa, cons
tante, agregamos que el Arazatí, como punta rocosa, sólida,
saliente, guiaba, orientaba en el tráfico aguas arriba, y que la
desembocadura y pequeña ría del arroyo formaban protección
a las pequeñas embarcaciones y balsas que debieron usarse, nos
encontramos con elementos lógicos concurrentes que ratifican
el hecho histórico.
Arazatí es bosque de guayabas, lugar en que abunda el
fruto exquisito; restos de grandes bosques subsisten en torno,
donde la clase popular hacía, hasta hace poco, sus paseos do
mingueros. Antes debió de ser un lugar admirable, porque
además de los silvestres frutales, era un paraje de abundante caza.
La existencia del cauce del arroyo Arazatí, imprescindible
para proteger las embarcaciones de los vientos que encrespaban
el río volviéndolo peligroso, es otro argumento de consideración
lógica. La técnica de buscar una ría o cauce protector la inau
gura Mendoza, al llevar sus naves al Riachuelo, hablando de
grandes embarcaciones. La vemos cuando la primera funda
ción, en Tabacué, de la Reducción de Nuestra Señora de Itatí.
Es, también, la costumbre de nuestros isleños para juntar y
proteger sus modestas canoas.
La comprobación fehaciente de que el capitán Alonso de
Vera y Aragón llegó al punto geográfico del Arazatí, donde
desemboca y establece su real, resulta sobre todo de la certeza
histórica de los dos lugares expuestos con los números uno y
dos; aquel en que erige la Cruz, símbolo de la posesión, y aquel
en que se descubren las ruinas y restos del fuerte originario.
Ambos lugares están en el Arazatí de la denominación histórica,
que la más ligera observación topográfica puede comprobar.
69
Establecido el lugar geográfico del poblamiento inicial, y
explicado el motivo, en el extenso paraje de las Siete Corrien
tes, queda una pregunta que cientos de personas se han for
mulado: ¿Cómo es que los restos de la ciudad de Corrientes,
que su casco histórico no se encuentre en aquel lugar de Arazatí?
¿Por qué y desde cuándo fue desplazada hacia la punta deno
minada San Sebastián?
Gráfico del paraje histórico de las siete corrientes, con las pun
tas que contribuyeron a caracterizar la toponimia del lugar.
LA PROVINCIA DE VERA
77
Capítulo IV
FUNDACIÓN DE CONCEPCIÓN
DE LA BUENA ESPERANZA DEL BERMEJO.
MOTIVOS DE SU ESTABLECIMIENTO
82
Capítulo V
Para sostener con base objetiva que toda esta tarea no era
necesaria, se buscó achicar el paraje Siete Corrientes. En el
debate histórico de 1888, el ilustrado doctor Mantilla dice que
las siete puntas se denominaban Ysyry, Isabel Durán, San Se
bastián, Villegas, Casillita, Rosada y Batería, cuya posición es
la de reducir el arco de círculo, achicar el paraje ante Corrien
tes, dándole una extensión de apenas un quinto de la real, lo que
puede advertirse consultando el gráfico en que hemos señalado
estas siete puntas, de las que sólo dos, San Sebastián y Batería,
forman corrientes en el río. Las otras cinco son pequeños pro
montorios; el denominado Ysyry —que el común de la gente lla
ma el Tacurú, y debió de integrar la famosa punta Tacuaras—
es un punto de la costa que servía de base a la desembocadura
84
del arroyo Ysyry —también llamado Salamanca en el si
glo XIX—, convertido hoy en desagüe pluvial entubado de la
ciudad; Isabel Durán es el nombre de una lavandera a quien
sepultó una enorme piedra desprendida de la barranca del an
tiguo solar jesuítico —después, Colegio Nacional—, con cuyo
nombre algunos denominaron, a raíz de la tragedia, la modesta
punta tradicionalmente conocida como Ñaró; Villegas es el pro
montorio que limitaba al este el murallón del puerto, base del
muelle de pasajeros; Casillita el que le seguía, cuya base era
amarradero de canoeros isleños, denominada así por una cons
trucción de madera para quienes revisaban a los pasajeros, y
Rosada, la pequeña punta sudoeste del arroyo Arazá o Batería.
Ninguna de estas puntas, ajenas a la corriente central del río,
formaban ni forman corrientes que dificulten la navegación.
No expresamos que el doctor Mantilla hubiese tergiversado vo
luntariamente la verdad; sólo que no advirtió que de las siete
puntas a que alude, sólo dos son las que modifican el eje del
río, y las demás, simples irregularidades de una costa acci
dentada y difícil.
Aclarada la extensión del paraje Siete Corrientes cuando
se lo contempla desde el cauce del Paraná, quedaba establecer
la naturaleza de sus tierras y recursos espontáneos, a los que
ningún cronista alude antes de 1588. Es por esto que en
1581 un inteligente franciscano indicó el paraje como lugar
propicio para la erección de una ciudad; pero tal afirmación
no contiene más correspondencia que las observaciones que
hizo desde el río. El interior de Siete Corrientes recién fue
explorado por Alonso de Vera y Aragón.
El casco urbano de Corrientes ocupa la zona alta colin
dante con el río, allí mismo, donde se produce el cambio de
dirección del cruce. Ai norte y al sur tiene dos zonas de ba
ñados, y hacia el este, sin perjuicio de algunas depresiones,
el terminal de dos lomas de tierras flojas, de agricultura, que
vienen abriéndose en abanico del nordeste, separadas por ca
ñadas y lagunas. Como una trinchera actúa, al sur, el río de
las Palmas —hoy, Riachuelo—, con sus afluentes caudalosos,
que en el siglo XVI separaba al paraje Siete Corrientes de
las
tierras de los nómades.
Las dos lomas arenosas que hacen vértice en el solar ur
bano, no llegan lateralmente al río. Los guaraníes que las
habitaban, estaban ajenos a los canales y riachos del Paraná,
habitados por gente de otras naciones, nómades, pescadores
y cazadores. El punto de Arazatí fue estratégicamente elegido
como lugar que facilitaba la penetración al paraje habitado, en
las lomas, por los guaraníes, sin ofender a los grupos nómades,
que por el momento no interesaban.
85
86
Capítulo VI
ANTECEDENTES DE LA POBLACIÓN
DEL PARAJE CORRIENTES
88
Hasta este momento de la investigación histórica se ignora
la fecha en que el capitán Alonso, con sus soldados y sus enro
lados en la empresa, iniciaron el viaje y llegaron al paraje ele
gido. Pero de que no se trataba de una empresa de exploración,
de que era la llamada a establecer la ciudad, se tiene como ele
mento de juicio el que vinieron mujeres casadas y solteras, cuyos
nombres figuran en los padrones de la tierra.3
Es de presumir que el arribo de los soldados y colonos fue
en junio de 1587 y seguramente el 24, día de San Juan. La hi
pótesis no sólo resulta de la fecha del pregón y de lo que pudo
demorarse en el viaje, sino de una circunstancia que debe ser
considerada. Cuando se funda la ciudad por el Adelantado en
3 de abril de 1588, o sea cuando se da personalidad política al
vecindario, se le asigna la denominación de Ciudad de Vera, y
se nombra Patraña a Nuestra Señora del Rosario. Apenas desa
parece de la escena Juan Torres de Aragón, la ciudad aparece
designada como San Juan de Vera en las Corrientes, y su iglesia
mayor es construida bajo la advocación de San Juan Bautista,
sobrentendiéndose de los enunciados de las Actas capitulares,4
que fue el Patrono del poblamiento.5
La primera vez en que se advierte en las capitulares y do
cumentación anexa el nuevo nombre, es en la designación que
Hernando Arias de Saavedra, como gobernador general del Río
de la Plata, hace en 20 de diciembre de 1598 de Jacome Antonio,
como teniente de gobernador de la ciudad de San Juan de Vera
en las Corrientes. Antes de este año, las actas capitulares con
signan el nombramiento de otros tenientes de gobernador, pero
por el estado de los papeles o el carácter sintético de las trans
cripciones, no se advierte el título que en ellos asigna a la
ciudad de Vera. El nombramiento de 1598 es el primero en
denominar San Juan de Vera de las Corrientes a la ciudad crea
da en 1588, la circunstancia de que lo firme una de las pri
meras figuras de su establecimiento, el que trajo al nuevo solar
urbano el arreo de los ganados, da la sensación de que se trata
del restablecimiento de la denominación originaria, que los pri
meros pobladores habían elegido, antes del 3 de abril, y que la
providencial designación del criollo Hernandarias para el go
bierno del Río de la Plata permitiría rectificar.
La expedición pobladora del capitán Alonso —llegada en
junio de 1587 o en el resto de ese año— tocó tierra en el lugar
llamado Arazatí, o sea en la última de las siete puntas de piedra
que engendraban corrientes diagonales al eje del río. Como
ocurre en estos casos, y es general advertirlo en la crónica de
la segunda guerra mundial que convulsionó al universo, lo pri-
3 Lanómina puede verse en el trabajo del doctor Contreras.
4 Véanse tomos I y II (ed. Academia Nacional de la Historia).
5 Véase Prólogo, III, “Acotaciones al tercer punto debatido”.
89
mero que hace el invasor es consolidar lo que llaman la cabe
cera de puente, el punto de apoyo, y más el del Arazatí, en cuya
ensenada sur y en la boca del arroyo de su nombre encontraron
amparo las embarcaciones del transporte.
Se labró entonces un reducto, y frente a él, tierra adentro,
se levantó la Cruz simbólica de la posesión, conmemorando el
flamear del estandarte real y el triunfo de la catolicidad.
La resistencia de los autóctonos no pudo ser inmediata o
consecutiva con el desembarco, porque toda acción de guerra
obliga a reunir las fuerzas operantes. Recién cuando el re
ducto se construía advirtieron los nativos el propósito de poblar,
y reaccionaron planteando la resistencia.
Todo esto es lógico, deducido de la naturaleza humana y de
las formas sociales guaraníes. Éstos carecían de organización
estatal; vivían distribuidos en familias, en sus tierras de labran
za, de acuerdo con costumbres dignas de un sentido comunican
te curiosísimo, y sólo para resistir y guerrear reunían a sus
varones y se daban caudillos de pelea. Sus caciques eran los
conductores, por el doble atributo de la elocuencia y el valor.
Los conquistadores tuvieron tiempo de levantar el fuerte y
explorar la tierra inmediata, en cuya circunstancia se produce
el choque.
92
Capítulo VII
94
actúa en Concepción del Bermejo hasta que pasa a Corrientes,
cuando el Adelantado viaja a fundar la ciudad o a erigirla polí
ticamente al instituir su Cabildo.
La hipótesis de que la exploración de Alonso de Vera y Ara
gón pudo datar de 1585, de acuerdo con lo afirmado por Madero,
tiene en su apoyo un valioso documento. Referimos al bando
producido en 17 de enero de 1815 por el gobernador intendente
de la ya provincia de Corrientes, don José de Silva. Importó
el restablecimiento de las funciones religiosas del patrono y sub
patronos de la ciudad, que abonaba y organizaba el Gobierno
—funciones de tabla— en los días propios de su culto. Era de
práctica, según otros documentos, celebrar estas funciones en
los momentos de más angustia popular, produciéndose rivalida
des sobre la invocación que convenía efectuar.
El bando tiene enorme originalidad en lo que respecta al
culto de la Cruz del Milagro. En primer término indica el año
de 1585 como el de la población de esta ciudad, anticipando en
tres años la fecha corrientemente tenida como tal, 3 de abril de
1588, planteando la posibilidad de que el suceso milagroso de la
Cruz ocurriera antes de 1588, porque, según la tradición, él no
fue coincidente ni posterior a la fundación, desde que coincide
con el día del establecimiento del poblado.
El bando confirma este razonamiento. Establece que Co
rrientes se pobló —no refiere a la fundación, que sería poste
rior— en 1585, y agrega que el milagro de la Cruz se produjo el
domingo de Ramos de ese año, dejando vencedores a los prime
ros pobladores, etcétera.
Hubo, pues, segundos pobladores y conquistadores, los que
fundaron oficialmente la ciudad en 1588, dos años y pico después.
Dice el interesante bando:
El ciudadano José de Silva, Gobernador Interino de esta Pro
vincia y sus Distritos, etcétera.
97
98
Capítulo VIII
EL SIGNIFICADO POLITICO
DE LA ERECCIÓN DE LA CIUDAD
Y EL SIGNO EPOPÉYICO DE SU EXISTIR
100
nistrativo y judicial, en los del fuero religioso, etcétera. La real
cédula ordenaba una gran publicidad a estos recursos, y a ese
efecto, entre otros, que su texto fuese transcripto en los libros
de los Cabildos de las ciudades que dependiesen del gobierno
del Río de la Plata.
El portador de esta real orden llegó a la ciudad de Corrien
tes a mediados de agosto de 1588, transcribiéndose el texto y las
notificaciones que hasta ese momento se habían hecho en el libro
capitular con fecha 16 de ese mes,1 en que el proveído real es aca
tado por el Cabildo.
Imagínese ahora cuál sería el espíritu de la ciudad, cuyos ve
cinos no ignoraban el primer proveído real y la protesta del
Adelantado (28.III.1588), cuando llega este otro estableciendo el
recurso de alzada ante la misma Audiencia Real que negara la
entrega de mandos a los parientes de Torres de Vera. Agréguese
que gobernaba la nueva ciudad el capitán Alonso, implicado en
el proveído primero, recibido como tal por el Cabildo después
de la protesta y aun cuando nombrado antes para la exploración
y poblamiento del paraje,2 y se tendrá una medida del espíritu
público que debió de nacer. A los cuatro meses y días de fun
dada la ciudad (3.IV a 16.VIII), se volcaba sobre sus encomen
deros y vecinos la inmensa duda de que se hacía sobre arena.
Estamos seguros de que si el poblamiento del paraje hubiese
datado del 3 de abril, la empresa de hacer y conservar la ciudad
hubiera sido abandonada en el acto, y fue sólo porque la pobla
ción era de mucho antes —de 1585, según Madero y el Bando de
Silva de 1815, o fines de 1586, según lo más lógico— y era tan
enorme el esfuerzo rendido, que aquellos feudatarios insistieron
en conservar la ciudad, sus tierras y encomiendas.
Pero como no podían callar, el 20 de agosto de 15883 envia
ron dos cartas del mismo tenor a la Audiencia de la Plata y al
Rey, con la exposición de los hechos y de la empresa cumplida.
El documento es de una admirable simplicidad, sin argumen
taciones legales, pero con una cuidadosa referencia a la realidad
vivida. Su texto, en el castellano usado en el siglo XVI, dice,
tra
ducido al de nuestros días:
— El Adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón fundó
esta ciudad de Vera, en nombre de V. M.,
— y en ella nos dejó cuando fue a los reinos de España a
dar aviso a V. M. del estado de estas provincias.
— Con Alonso de Vera y Aragón, su sobrino, por Capitán y
Justicia Mayor, de esta ciudad, Provincia del Paraná, Uruguay
y Tapé [zona sudoeste de la vieja provincia de Vera].
— Por haberse asentado [refiere a don Alonso] con él los
soldados, pobladores y conquistadores que vinieron a esta pobla-
1 Véanse Actas Capitulares, tomo I, págs. 53-60.
2 Véaseprotesta del Adelantado.
3 Véanse Actas Capitulares, tomo I, pág. 62. 101
ción [o poblamiento] y conquista, cuando pregonó [don Alonso]
en la ciudad de la Asunción esta población [o empresa] en vues
tro Real nombre,
— y después [desde entonces] acá [a la fecha] siempre ha
administrado justicia,
— y ha traído nueve naciones de indios al servicio de Dios
nuestro Señor, y de V. M. por su buena maña e industria,
— poniéndolos en policía del conocimiento de Dios nuestro
señor, y obediencia y servidumbre de V. M.,
— y mediante los dichos indios esta ciudad va en aumento,
porque nos van sirviendo en la conquista y población de la ciudad
[es decir, les servían de auxiliares],
— y así, fue nuestro señor [Dios] servido para que se tuviese
victoria con [sobre] los indios guaraníes que hacían mucho de
sastre por navegación y camino [tierra], en cierta batalla que
se tuvo con ellos,
— y conseguida la victoria, por ser indios tan belicosos, se
ha asegurado este camino [la navegación y tráfico por tierra],
por el que desde antes [de muy antiguo] se suele [acostumbraba]
andar con acopio de gente, andan ahora los hombres solos,
— se espera que [la ciudad de Vera] será una de las pobla
ciones más fértiles [progresistas] que ha habido en esta pro
vincia [del Río de la Plata] y más [muy] necesaria por estar
en medio de las ciudades de esta provincia [del Río de la Plata],
donde era la ladronera de los indios belicosos [zona de asaltos,
etcétera], región que [hoy] ampara y conserva [la ciudad de Vera].
103
Capítulo IX
LAS ENCOMIENDAS.
UNA DE SUS FINALIDADES ERA
LA DEFENSA DE LAS CIUDADES FUNDADAS
106
EL DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DE AMÉRICA
FUE UNA OBRA DE MILAGRO
REALIZADA AL AMPARO DE LA CRUZ Y DE MARÍA
La catolicidad militante de los Reyes de Castilla y Aragón volcó
en América legiones de cruzados. La fuerza insuperada de los
soldados y los capitanes de la Madre Patria, diestros y sufridos
en los combates contra árabes, en los campos de la Italia dis
persa y del Levante apasionado, se multiplicó en un esfuerzo que
jamás dobló comunidad humana alguna. Desde las islas del Ca
ribe a las costas del Pacífico y las zonas australes de la Tierra
del Fuego, miles y miles de varones desangraron la grandeza de
una España que asombró a la historia por su cultura y su poder,
mientras Estados pequeños, de una concepción materialista del
existir, desgajaban en beneficio propio, aprovechando de una
crisis progresiva y humana, el gran cuerpo de aquel Imperio
glorioso.
Saldo de aquella cruzada de la catolicidad de España fue
el descubrimiento, la conquista y la incorporación de un Conti
nente a la cultura occidental y al existir del cristianismo, proeza
inigualada por nación alguna, ya se contemple la extensión
geográfica o la masa de población redimida del error. Fue
una obra de milagro que sólo explica la fuerza espiritual del ca
tolicismo puesta en el pecho de sus capitanes y funcionarios.
Aquella cruzada de tres siglos, base granítica de las repú
blicas de América y de una conciencia continental que dignifica
el panamericanismo, fue realizada con la exaltación de dos pos
tulados dogmáticos de la religión de Jesús: el uno consagrado
en el mismo signo de la Redención de la especie humana, y el
otro intuido, estudiado en el seno de las escuelas filosóficas,
vitalizado por el sacrificio de millares de creyentes en la propia
cruzada redentora, y consagrado al fin por la Iglesia en la santa
bula de 1853; referimos a la Cruz y al misterio de la Pura y
Limpia Concepción de María.
107
Ambas expresiones del catolicismo de Castilla están en la
tradición más noble de América, enlazadas fuertemente en sus
páginas más trascendentales. Tal ocurre en el nudo de los ríos
de la cuenca del Plata, que desde 1587 se sojuzga con el pobla-
miento de la Concepción de la Buena Esperanza, del río Ber
mejo, y San Juan de Vera, en el paraje Siete Corrientes.
La última es, sobre todo, el solar de la Cruz. Lo es con
la advocación de la Cruz del Milagro, por sobrenatural circuns
tancia que en determinado espacio y tiempo unió a las razas
vencedoras y vencidas. Surgió un pueblo indiviso y fuerte,
valiente hasta el sacrificio en jornadas interminables de epo
peya, que hizo de aquel signo el de su heráldica y su existir.
La Cruz de la fundación se conserva en la basílica de su
nombre, en la ciudad capital, y la tela representativa de Nuestra
Señora de la Concepción, en el Museo Histórico y de Bellas Artes
de la provincia, devuelta a la administración pública por los su
cesores de una dama profundamente religiosa que la salvara de
los depósitos de efectos no usables del convento franciscano de
la ciudad de Corrientes. La tela data del siglo XVII,
recibiendoen los actos de exaltación de su culto, en 1663, el
homenaje de laciudad centenaria.
108
EL MILAGRO EN LA HISTORIA
La realidad de los acontecimientos rectores de un grupo humano
no está únicamente en la exactitud del suceso, que la crónica
y la tradición verbal, indivisa y continua, documentan como si
estuviese consignado en una escritura. La realidad de aquellos
sucesos depende de su convicción íntima en el mundo interior
de la colectividad humana que los siente en su existir, y que hace
de aquella realidad inspiracional el signo de su destino, confor
mando sus actos al sentido renovado que fluye de su mundo
interior en virtud de aquella realidad en función de vida.
Un pueblo angustiado por el esfuerzo diario, del alerta y
de la guerra, que hace y se engrandece con saldos que sabe pe
recederos en la lucha, que no renuncia a ser en el dantesco me
dio de campañas que no concluyen y se reiteran con horror, es
un pueblo que lleva en su corazón una luz infinita. Y esa luz
de esperanza que mueve a la comunidad, emoción y sentido de
ser colectivo ante el cual el sacrificio de detalle carece de valor,
no es de orden común o humano, porque la voluntad y la resis
tencia tienen su límite. Las fuentes renovadas de ese manan
tial están en el espíritu, son hijos del mundo interior, y como
los hombres y las generaciones perecen en el tiempo, de 1588
a 1810, en que adviene la argentinidad, aquel espíritu debió do
blarse, nacer de la herencia histórico - social, ser siempre el
mismo de los abuelos a los nietos, fuerza de milagro en un cora
zón idéntico en el espacio de dos largos siglos.
Un acta capitular, apenas abierto el siglo XVII, habla de
la
iglesia de San Juan Bautista, que por falta de recursos se clau
sura. Y como en el recinto —agrega— están inhumados los
restos de los viejos conquistadores, dispone se amure el solar
en defensa de aquellos sagrados despojos, para que su dignidad
no fuese ofendida por el tráfico corriente. El modesto homena
je es a los compañeros de Irala y de Alvar Núñez Cabeza de
Vaca, a los españoles peninsulares que vinieron en la hora del
establecimiento de la ciudad desde Asunción del Paraguay. 109
Los que permanecen, por el transcurso del tiempo, en San Juan
de Vera de las Corrientes, son sus hijos, pocos en mujeres blan
cas de Castilla, la mayoría en mujeres guaraníes del solar asun
ceño. Pero la nueva generación no es diversa de aquélla, ni
disminuye en número: también en la tierra correntina otros hoga
res se forjan sobre la selección de las doncellas guaraníes de
la clase de los caciques y guerreros, mientras la chusma de las
tribus acciona en el grupo de los encomendados y trabajadores.
Es la misma unión de razas, la vencedora y la vencida, que
tiene en Asunción del Paraguay la clave de su fuerza, y que
pone en el solar correntino el secreto de su eternidad. Y por
eso la ciudad renovada en los tipos raciales, pero jamás en el
espíritu de su señorío, se hace perenne entre crónicas de ba
tallas sangrientas, que duran lustros y decenios, y poco a poco
va ganando, hacia el oriente, con el río por base, el solar juris
diccional de la provincia de nuestros días.
110
EL MILAGRO DE LA CRUZ.
CUÁNDO SE CUMPLIÓ
114
COMPROBACIÓN DOCUMENTADA
DEL AVECINAMIENTO DE POBLADORES
ANTES DEL 3 DE ABRIL, Y DE QUE
LA CRUZ DEL MILAGRO FUE EL MÁS ANTIGUO
DE LOS CULTOS URBANOS
119
CULTO PERMANENTE DE LA CRUZ DEL MILAGRO
EN SU PRIMERA ERMITA
El culto de la Cruz que protegiera el poblamiento de la ciudad,
su perennidad, y motivo para españoles y autóctonos de una paz
de la que nace el régimen de la ley, tiene características que tal
vez no han sido suficientemente destacadas.
La razón del homenaje es el Milagro, la influencia directa
de ese símbolo y síntesis del cristianismo en la perennidad de
la ciudad, en el imperio del dogma de Jesús y en el de la Ley
de Castilla, con vencedores que se convierten en dueños de la
tierra y feudatarios, y vencidos que pierden su libertad dentro
del régimen de las encomiendas.
El Milagro tiene dos aspectos. El uno es propio del espa
ñol culto, y corresponde a lo universal del acontecimiento: se
está en presencia de un acto de voluntad del Creador, producido
en determinado momento de espacio y de tiempo; es una escena
del drama abierto con la era cristiana, de que la ley divina ha
brá de regir en el universo todo.
El otro aspecto es el objetivo. Esa Cruz, en determinado
momento de grave angustia, salva a los conquistadores y esta
blece su triunfo; esa Cruz es el símbolo viviente de aquel ins
tante en que la voluntad de los autóctonos, su sentimiento
de soberanía, de dueños de la tierra y de señores de su libertad,
cede al acatamiento de un orden que no podían desconocer,
porque desde Caboto a Juan Torres de Vera se habían estable
cido ciudades, levantado iglesias y modificado el vivir de los
indígenas dentro de la ley del vencedor.
Esa Cruz fue, por eso, siempre, la Cruz del Milagro. Tal
como estaba y donde estaba, había cumplido aquella maravi
llosa obra. El hombre no podía contrariar, con su acción física,
las condiciones en que la Cruz operó su milagro. Debía quedar
ahí, en el lugar y modo en que accionó sobre los espíritus y la
realidad, y apenas si fue edificada para su amparo una ermita,
modesta, conforme a las posibilidades del siglo. Desde allí la
121
Cruz del Milagro operaba sobre los vencedores y los vencidos:
sobre los unos, para recordarles una misión redentora, perenne,
indivisible, en que la fraternidad cristiana era el fondo del orden
social, algo como la fusión de los intereses materiales y las cosas
del espíritu; sobre los otros, para afirmar la nueva ley del cris
tianismo, en cuyo seno estaba el existir verdadero dentro de todo
orden de sociabilidad.
La Cruz del Milagro no fue tocada del lugar de aquel suceso
maravilloso. Quedó en su modesta ermita alejada del emplaza
miento de la ciudad, diseñado por el Fundador en el acta solemne
de 3 de abril de 1588.
Aquel punto geográfico integra hoy el damero urbano;
desde la plaza Mayor, donde Juan Torres de Vera levantó el
rollo de la justicia y donde nuestros contemporáneos, en 1903,
erigieron la estatua ecuestre del libertador José de San Martín,
queda, en línea recta, a unos 1.500 metros. Estaba entonces
en el límite de aquel cuarto de legua que el Adelantado le señaló
como ejido, a contar de las cuadras que diseñó, que fue un da
mero de cinco manzanas en cuadro.
Allí permaneció la Cruz del Milagro como un jalón, como
un hito protector, hacia los bosques y bañados del sudoeste,
próxima a la última punta del litoral rocoso de la ciudad. Lle
gaban a ella, en procesión devota y solemne, en los aniversarios
de su culto y en las grandes calamidades sociales.
Lamentablemente, la información no tiene una documenta
ción referenciada. En los papeles públicos salvados y actas ca
pitulares que levanta el Cabildo de la ciudad de Corrientes, que
corresponden a los siglos XVI y XVII, la primera mención a
este
culto antiquísimo y popular de la Cruz del Milagro, es la del
acta de 26 de diciembre de 1661.
Han pasado setenta y tres años de la fundación de la ciudad,
y el leño histórico está en su ermita inicial. La documentación
se hace incidentalmente; Corrientes sufre un período de horri
ble seca, en que ha perdido casi todos los elementos de subsis
tencia, y el Cabildo dispone rogativas. La imagen de Nuestra
Señora del Rosario debía ser llevada a la ermita de la Cruz del
Milagro, donde permanecería nueve días. A la procesión de
traslado debía concurrir todo el pueblo, y diariamente perma
necer en la ermita dos vecinos feudatarios encargados de las
luces. Para seguridad de las personas devotas que fueran y vi
nieran de aquel lugar, el Teniente1 de Gobernador y Capitán Ge
neral debía poner guardia de soldados.
Y el acto se cumple con unción cristiana impecable. Las
parejas de feudatarios correntinos, guerreros y señores solem
nes, se suceden junto a la Cruz del Milagro, y cuidan y mantie
nen el culto de luces. Están —como dice el acta— la imagen
122 1 Véase edición de la Academia Nacional de la Historia, tomo III, pág. 128.
de la Virgen María junto a la Cruz en que Jesús-Dios redimió
al hombre, homenaje máximo que aquellos batalladores cre
yentes pudieron imaginar en su terrible angustia.
La ciudad se salvó. En 19 de enero de 1666, el Cabildo
provee a las fiestas de la Pura y Limpia Concepción de María,2
disponiendo que el 2 de febrero la imagen fuese llevada a la igle
sia matriz, y al otro día, por la mañana, a la ermita de la Cruz
del Milagro, donde quedaría tres días, cantándosele misa con
salve.
Y así se hace. Consta del acta de 4 de febrero de 1666
haberse resuelto que al día siguiente fuera traída la imagen de
la Limpia Concepción del lugar en que estaba, o sea la ermita,
al convento de San Francisco, donde se la guardaba, con inter
vención del mayordomo de la Santa Cruz, que era el capitán
Julio Díaz Moreno.
Son actos que se cumplen con devoción, unidos al mundo
interior del pueblo, y que se reiteran hasta la tercera década
del siglo XVIII, en que el común correntino es indivisible en
lasdos razas que lo integran y un mismo destino. En 1730,
laciudad, con clases jerarquizadas de blancos e indígenas, de
mestizos que enlazan y confunden formando un tipo
popular, esuna e idéntica. Pero fuera de ellas están nuevas
tribus nóma des que han venido de lejanísimas distancias, las
parcialidadesdel Iberá, los charrúas del sur del Mocoretá y
Guayquiraró, losabipones y frentones del Gran Chaco norteño.
Son nómades nuevos en el drama de la colonización, que no
saben nada de lamilagrosa unión de los hombres de las Siete
Corrientes, con susinstintos feroces y sus prácticas de hechicerías.
El grupo urbano se encoge en el cuadriculado del solar cén
trico, y la Cruz del Milagro es traída al límite mismo del ca
serío, donde ya se le erige un templo - santuario. Es el año en
que la reliquia se traslada a la manzana de tierra donde hoy se
eleva la iglesia que la custodia, convertida en límite de la ciudad
en el promediar del siglo xix. Pero como el lugar de la vieja
ermita no debía olvidarse, una gran calle diagonal a su damero
fue trazada para las peregrinaciones aniversarias.
2 Idem, ibídem, pág. 507.
123
LA CELEBRACIÓN
DE LA CRUZ DEL MILAGRO
Desde los días del Milagro que entronizó en el paraje Siete Co
rrientes el orden civil y la catolicidad de los hombres de Castilla,
la Cruz, que lo había presidido, y el lugar donde estuviera em
plazada, recibieron el homenaje continuo, reverente, de la co
munidad a la cual salvó de la destrucción.
Junto a ese homenaje continuo que documenta la construc
ción de la ermita para la custodia del leño histórico en el lugar
mismo del suceso, y evidentemente como su motivación central,
está el tributo que la civilidad y el sentimiento religioso le ren
dían en fiesta solemne que era de ambos preceptos.
Su realización no tenía nada que ver con fecha o aniversa
rio determinado; el Milagro había ocurrido un día y un año, en
la época del poblamiento inicial del paraje, cuando todavía se
exploraba el territorio, cuando aún el Adelantado no había hon
rado a los vecinos y moradores erigiendo la ciudad, con sus
instituciones políticas.
Aquel milagro en un día de angustia había operado siempre
en los espíritus, borrando la dimensión de tiempo del suceso.
Tal así, que cuando el Cabildo de 1º de abril de 1773 quiere de
finir el significado de la fiesta, dice:
... el tres del corriente [abril] es el que se celebra la festividad
de la Santa Cruz de los Milagros, función establecida desde la
fundación de esta ciudad, en conmemoración de haber sido dicho
día el en que se enarboló el Real Estandarte y tomaron pose
sión las armas españolas de estas tierras y de los notorios mi
lagros con que ha manifestado dicha Santa Cruz su protección...
En otras palabras, la fiesta se instituye como gratitud a una
protección continua, que debió de ser previa a la fundación y a
contar del día en que ésta se realiza, porque en él se enarboló
el Real Estandarte y hubo la toma oficial de la posesión de la
tierra.
125
Pero si en ese año y en otros la fiesta de la Cruz del Milagro
se realiza el 3 de abril, coincidiendo con el aniversario de la erec
ción de la ciudad, su celebración corriente fue en la víspera y
antevíspera del domingo de Ramos, porque, según la tradición,
fue en dicha oportunidad cuando la omnipotencia divina am
paró a los conquistadores.
La celebración de la fiesta dependía entonces de la Semana
Santa; se realizaba la víspera del domingo de Ramos, en que
ésta se inicia, y si bien podía coincidir con el 3 de abril —ani
versario de la fundación—, en realidad nada tenía que ver con
día y mes determinado. Precisamente es esta característica de
la fiesta de la Cruz del Milagro —movible en los días del año,
y dependiente de la Semana Santa, que también es movible—
la circunstancia que conspira para confundir en nieblas el año
en que el suceso se produjo.
En 1805 visitó la ciudad de Corrientes el obispo de Buenos
Aires, monseñor Lué y Riega. Advirtió que la fiesta de la Cruz
del Milagro iniciada la antevíspera del domingo de Ramos y
cumplida la víspera, no era un ceremonial exclusivamente civil
y religioso. El pueblo, que tiene su cultura y vive sus hábitos,
sumaba a los actos del homenaje otros de esparcimiento; se
festejaba la victoria contra el infiel, un episodio de vida incon
ciliable con el sentido espiritual que debe anidarse en el alma
cuando las celebraciones de la Semana Santa.
El obispo Lué y Riega dictó entonces, con fecha 23 de julio
de 1805, auto disponiendo que la función de la Cruz del Milagro,
que se realizaba la víspera del domingo de Ramos, se trasladase
perpetuamente al 3 de mayo, en que la Iglesia Católica celebra
la Invención de la Cruz en que Jesucristo nos redimiera. Y pró
xima la Semana Santa de 1806, el entonces vicario eclesiástico
de Corrientes, doctor Juan Francisco de Castro, lo hizo saber en
10 de febrero de 1806 al Cabildo de Corrientes.
Durante diez años, el decreto del obispo Lué y Riega fue
cumplido; pero en 1815, en bando de gobierno de 17 de enero,
el entonces gobernador intendente de la provincia, capitán José
de Silva, ejecutando resolución del Cabildo, decretó que la fiesta
de la Cruz del Milagro fuese vuelta a la víspera y antevíspera
del domingo de Ramos, “en memoria y reverencia del [milagro]
que obró aquel día, el año dé la población de la ciudad”.
Igual restablecimiento de las fechas del culto de los patro
nos y subpatronos de la ciudad se indicaba en el expresado ban
do, y naturalmente él fue cumplido durante largo tiempo. Para
valorizar esta medida se debe tener presente que si Corrientes
se organizó como provincia en 1814, en que se reúne su primer
Congreso provincial, sus instituciones regulares recién datan
de 1821, en que se da su primera Constitución, de carácter pro
visorio. Antes, de 1814 a 1821, se gobernó por la Real Ordenan-
126
za de Intendentes dada para el Virreinato del Río de la Plata,
y por ello el magistrado que ejercía el poder ejecutivo denomi
nábase gobernador intendente.
El bando aludido y su preferencial referencia a la Cruz del
Milagro, obedece a una concepción integral de la que tenía ati
nencia con la organización del Estado o provincia. Del mismo
año data el escudo que Corrientes se da para signar su papel
sellado y autenticar las firmas de sus funcionarios, escudo que
se lo ve usar en los papeles públicos, pero cuyo decreto o dis
posición de establecimiento no ha sido encontrado en los archi
vos de Gobierno.
Este primer escudo se forma de un doble círculo con la
leyenda Provincia de Corrientes, y tiene en el centro la represen
tación perfecta de la Cruz del Milagro.
Pensamos —lo que no podemos documentar, por falta de
crónicas referenciadas— que la fiesta de la Cruz del Milagro
debió de realizarse hasta 1821 o 1824, fecha, esta última, de la
segunda Constitución de la provincia, en la víspera y antevís
pera del domingo de Ramos, y que es en la administración del
gobernador Pedro Ferré, en que se vuelve a efectuarla conforme
al edicto del obispo Lué, debido a la política armónica que el
gobernante realiza, en las cuestiones del culto, con el Obispado de
Buenos Aires, del cual dependía la Iglesia correntina. Esa
acción paralela entre las autoridades civil y religiosa está com
probada, sobre todo, con la reorganización y establecimiento de
casi todas las parroquias de la provincia.
Las costumbres coloniales que venían en arrastre, y hasta
un sentido de abuso que promesas y votos entronizaban como
fiestas religiosas, llevaron al gobernador general Benjamín Vi-
rasoro a peticionar del obispo de Buenos Aires, monseñor Ma
riano Medrano, fuera extendido a la provincia de Corrientes su
decreto episcopal de 2 de enero de 1849 para la de Buenos Aires,
en que se limitaban esos feriados religiosos entre semana.
Monseñor Medrano accedió al pedido, facultando a su dele
gado eclesiástico en la provincia de Corrientes, fray Bernardino
Diez, concluyese con el gobernador Virasoro un acuerdo en que
se indicaran los días que, además de los cuatro señalados por la
Iglesia, debían ser festivos de ambos preceptos para Corrientes.
El 2 de junio de 1849, fray Bernardo Diez hizo público el
concordato a que se había llegado, en la siguiente forma:
Por tanto, con arreglo al concordato que hemos tenido con
este Superior Gobierno, declaramos por días festivos de ambos
preceptos, para esta Provincia, los siguientes:
— El de la Asunción de la Sma. Virgen.
— El de la festividad de todos los Santos.
— El de nuestro Glorioso Patrón San Juan Bautista.
— El de Corpus Christi.
— El de N. Señora de Mercedes, Patrona dos veces jurada
en esta Capital y Provincia.
127
— El de la Invención de la Sma. Cruz, en que solemniza el Mi
lagro sucedido en la fundación de esta Capital.
Y ordenamos y mandamos que el presente Edicto sea leído
en todas las iglesias parroquiales de la Provincia en el domingo
inmediato a su recepción. Y para que todos los fieles cristianos
puedan enterarse plenamente del espíritu de su contenido, perma
necerá fijado por espacio de treinta días contados desde la pu
blicación, el cartel impreso que se adjunta.
Fr. Bernardo Diez
Delegado Eclesiástico
128
Capítulo XVI
LA CRUZ DEL MILAGRO
EN LA HERÁLDICA CORRENTINA
1. El 30 de marzo de 1920, el poder ejecutivo de Corrientes,
ejercido por el titular doctor Adolfo Contte, encomendó al señor
Manuel V. Figuerero “la reconstrucción del escudo de armas de
la Provincia, quien debe presentar al Poder Ejecutivo un modelo
fehaciente, el memorial y proyecto de ley del caso”, los que de
bían ser elevados a la Legislatura a sus efectos. En 30 de julio
de 1931, el señor Figuerero presentó el trabajo con una mono
grafía titulada El escudo de Corrientes, que se editó con ese
título y el de Comprobación histórica sobre el mismo, por la
imprenta Coni de Buenos Aires en 1921.
Desde que se hizo pública la comisión, el diario El Liberal
de Corrientes se esmeró en aportar antecedentes del asunto,
redactando los artículos su director, el doctor Hernán F. Gómez,
y corriendo con los dibujos y definiciones heráldicas el artista
y profesor en el Colegio Nacional de Corrientes don Adolfo Mors.
Como era de esperarse, se produjo alguna posición de polémica
desde que el profesor Figuerero entregaba al periodismo local
el texto provisorio de su estudio, que al fin de cuentas, al edi
tarse en libro, incorporó a su redacción aquellas informaciones
ciertas y documentadas que el doctor Gómez daba a luz en El
Liberal. Entre ellas, la ley autorizando al Poder Ejecutivo a
establecer el escudo provincial, que si hubiera sido conocido
antes de la comisión por el Poder Ejecutivo y el señor Figuerero,
en vez de condicionar el trabajo a una oportuna elevación a la
Legislatura, habría dado pie al decreto directo del restableci
miento de sus atributos. Esto fue en definitiva lo que se hizo.
En la síntesis que el profesor Figuerero redactó de sus es
tudios,1 nos habla de que la ciudad de Corrientes tuvo, primero,
como escudo, el de su fundador, el adelantado Juan Torres de
Vera, y luego, siempre en el período colonial, otro labrado so
1 M. V. Figuerero, El escudo de Corrientes, págs. 166 y sigs.
129
bre el motivo de la Cruz del Milagro. Hace esta afirmación,
con algunas otras, el doctor M. F. Mantilla; pero reconoce no
haber encontrado ni el texto de las disposiciones legales sobre
el asiento, ni reproducciones en sello, lacre, relieve, etcétera, de
tales escudos. El doctor Gómez, en sus buscas bien detalladas
en toda la documentación colonial, tampoco encontró ejemplar
alguno de esos escudos, excepto uno en lacre de la reducción
de Santa Lucía, que por sus condiciones e impresión borrosa
no pudo servir sino para una reconstrucción un tanto libre del
artista señor Mors. Prácticamente, entonces, y hasta que se do
cumente lo contrario, la ciudad de Vera de las Corrientes no
usó escudo alguno propio en el período colonial.
En cuanto al período independiente que se abre en 1810, tam
poco la ciudad tiene escudo hasta el 31 de diciembre de 1824, en
que es disuelto su Cabildo, o sea cancelada su dignidad de ciudad.
Desde entonces hasta 1863 en que se dictó y ejecutó la ley crean
do municipalidades en la provincia —una de las cuales fue su
capital—, la ciudad de Corrientes fue un distrito territorial de
la provincia, y como en todos sus pueblos la policía corrió con
el gobierno edilicio. En enero de 1864 se creó la Municipalidad
de la capital, que desde entonces actúa como ente político -
administrativo. Para autenticar sus actos usó un escudo que era
de la provincia, con algunas modificaciones convencionales, pero
sin tener precepto legal alguno que le sirviera de fundamento.
Siendo miembro de su Concejo Deliberante el doctor Hernán
F. Gómez proyectó y propuso una ordenanza que se sancionó el
13 de septiembre de 1927 reglamentando el escudo del Munici
pio, que se declaró obligatorio en la parte superior de los edifi
cios de la comuna y como sello para signar la autenticidad de
las actuaciones de sus funcionarios, además de la firma de los
mismos. Por la ordenanza de 9 de septiembre de 1927, el es
cudo había sido establecido en las medallas a usar por los fun
cionarios.
Según esta reglamentación, el escudo tiene la forma elíptica
llamada óvalo del jardinero en la proporción de 4 por 3, soste
niéndose la línea perimetral con la cuerda (radiovectores). El
arco menor de la elipse divide el escudo en dos cuarteles iguales,
debiendo la figura tener una forma apaisada propia del panora
ma, y ser el coloreado natural, de las primeras horas posmeri
dianas.
En el cuartel inferior están distribuidas siete puntas repre
sentativas del litoral urbano en perspectiva, no unidas, para dar
lugar al efecto de las siete comentes que ofrece el río Paraná,
debiendo notarse en el río, a la derecha, la faja bermeja, aporte
del afluente de ese nombre, y en el primer tercio del eje, una
piragua con su remador autóctono. Sobre la punta central,
inclinada a la derecha del eje mayor de la elipse está colocada
130
una cruz de forma romana; en su base, una hoguera con humo
que vela su nacimiento, y sobre las puntas que siguen inmedia
tamente a la central, a uno y otro lado están dos palmeras que
pasan al cuartel superior, en el cual sus copas se inclinan un
tanto en forma de dosel.
En el cuartel superior y sobre su línea de base, hasta la que
se extiende la representación del río, se dibuja una perspectiva
de islas que son las que cierran la costa del Chaco, frente a la
ciudad, y en el resto del cuartel se dibuja un cielo sereno.
El escudo está circunscripto por un fondo dorado, y a con
tinuación, de izquierda a derecha, en torno de la elipse, la le
yenda Municipalidad de la Ciudad de Corrientes.
En síntesis, tanto en el sospechado escudo de la ciudad, del
período colonial, el usado de 1864 a 1927, cuyo motivo fue el
escudo de la provincia, como en el primer escudo indiscutido
conforme a las disposiciones legales, en 1927, para la ciudad
capital, la Cruz del Milagro fue el signo de la heráldica urbana.
2. Pero la comisión que el decreto del Poder Ejecutivo enco
mendó en 1920 al profesor Figuerero, refería al escudo de armas
de la provincia, y es también el asunto que por ahora nos in
teresa.
La provincia de Corrientes se organizó en 1814 sobre la ju
risdicción territorial de la ciudad y tenencia de gobierno. Su
ejecutoria tiene dos actos: uno propio, espontáneo, deliberado
y ejecutado por su pueblo en armas, el 10 de marzo de 1814,
que expulsa al Teniente de Gobernador designado por Buenos
Aires, se declara provincia del Estado, y designa primer gober
nador intendente al coronel Juan Bautista Méndez. Completóse
el pronunciamiento con la organización del primer Congreso
provincial. El otro acto, creado oficialmente por decreto del
director de las Provincias Unidas, doctor Gervasio Posadas, de
10 de septiembre de 1814, proveído para atraerse la voluntad de
los federales, o de los hombres que, siendo federales, no eran
partidarios del Gobierno de Buenos Aires.
Como es de suponer —sobre todo, porque eran épocas de
la enconada guerra civil—, la organización de la provincia fue
hecha sobre la Real Ordenanza de Intendentes. En 1816 apa
rece usándose un escudo provincial en los documentos públicos
que se expenden, y que vienen a ser el primero que tuvo el es
tado de Corrientes.
Consistía en dos círculos concéntricos, cuyos radios tienen
16 y 22 milímetros. En el campo del primer círculo está una
cruz de perfil romano, cuyo pie descansa en un casquete esférico
que ocupa el sector inferior. En orla, entre dos círculos, se lee
Provincia de Corrientes. Los bordes del círculo exterior están
representados por trazos cortados.
131
El motivo de este escudo es, como se advierte, la Cruz del
Milagro.
No hemos podido individualizar la disposición legal que lo
creó, explicable por cuanto la documentación de 1814- 1820 no
tiene una clasificación ni conservación orgánica.
El 12 de octubre de 1821, Corrientes se liberó del poder de
la República Entrerriana, reorganizándose la provincia. Con
vocado un Congreso Constituyente provincial, se dio una carta
política provisoria, y por una ley complementaria de 29 de di
ciembre de 1821, en su artículo 14, dejó al “arbitrio del Gober
nador el poder de signar el escudo, como igualmente el sello
de Gobierno”.
Gobernaba la provincia, como titular, don Nicolás de Atien-
za, que en 19 de febrero de 1821 requirió los despachos militares
que había firmado, para ponerles el sello nuevo de la provincia.
Y éste, según los ejemplares que se conocen, es como el escudo
nacional (Asamblea de 1813), teniendo en el cuartel inferior,
bajo las manos enlazadas, la representación de la Cruz del Mi
lagro y las siete puntas del litoral que forman las corrientes
del paraje.
No se conoce el decreto del Poder Ejecutivo que creó ese
sello o escudo, y tal vez por ello, con el tiempo y la mejora de
la técnica en los grabados, sus ejemplares varían. Pero sin adul
terar el motivo central, los sellos conocidos de 1825 y 1826, pe
ríodos del gobernador Ferré, son los más perfectos y los tenidos
por auténticos. En ellos se inspiró el doctor Adolfo Contte para
reglamentar definitivamente el escudo provincial.
132
Capítulo XVII
LA POLÉMICA DE 1888
ENTRE LOS DOCTORES MANTILLA Y CONTRERAS
Además de la exposición doctrinaria y sintética que el doctor
Manuel F. Mantilla hace sobre la fundación de la ciudad de Co
rrientes en su libro en dos tomos Crónica histórica de Corrientes
—obra postuma, publicada en 1928—, el ilustrado historiador se
ocupó del asunto en 1888, en tres folletos sucesivos que en el
libro de 1928 se reprodujeron como apéndices al final del pri
mer tomo.
Naturalmente, conviene situar esos folletos en la época,en
que se produjeron, por el sentido de violencia y apasionamiento
que fluye de sus páginas, como de las publicaciones de su con
tendor en aquel año, el doctor Ramón Contreras, también hechas
en folleto y en la prensa. Mientras el doctor Mantilla escribía
en Las Cadenas —basta el título del periódico para explicarnos
el medio—, el doctor Contreras y otros francotiradores que no
pasaron del anonimato, lo hacían desde El Litoral.
Gobernaba la provincia de Corrientes el Partido Nacional,
formado en 1886 por el Autonomista y una de las tres fraccio
nes liberales, acaudillada por el doctor Juan Esteban Martínez.
(Su conductor militar, el coronel Plácido Martínez, ya había
fallecido.)
Frente al Partido Nacional, y en la oposición, que era enco
nada y militante, estaban las otras dos fracciones liberales de
las tres que siempre formaron este partido, una de las cuales
era inspirada por el doctor Mantilla. En lo nacional tenía en
laces con los hombres del después Partido Radical.
El oficialismo se aprestó a celebrar el tercer centenario de
la fundación de la ciudad capital, al que se buscó dar trascen
dencia para prestigio del Poder Ejecutivo, el cual terminaba en
1889 su período gubernativo. Era una forma de congregar vo
luntades para nuevas soluciones políticas impostergables.
El doctor Contreras, hombre del oficialismo, fue encargado
de actualizar las informaciones que se conocían sobre la fun-
133
dación de Corrientes, y como uno de los números de la cele
bración consistía en colocar la primera piedra de la actual igle
sia de la Cruz del Milagro, naturalmente la historia del leño
reverenciado por el pueblo y del milagro que anualmente se
exalta, fue objeto de una divulgación efectiva.
El doctor Contreras fue el compilador de la documentación
que Corrientes hizo publicar, oponiéndose a la separación del
territorio de Misiones con el pretexto de fijársele sus límites
por ley nacional, y en aquellos libros, manifiestos, etcétera, se
habían dado al público antecedentes serios de la fundación de
Corrientes (1588) y de su dominio jurisdiccional. Le fue fácil,
entonces, escribir sobre estos sucesos con encomiable entusias
mo y erudición.
El doctor Mantilla, como inspirador de la oposición, advir
tió el significado que tenían las fiestas proyectadas, y quiso evi
dentemente notabilizar alguna falta de información poniendo
en descubierto fallas de la oposición oficialista.
Publicó en Las Cadenas, y luego en folleto, un estudio eru
dito con el título La Ciudad de Vera, y luego, ante publicaciones
del doctor Contreras en El Litoral, otro con la denominación
de La Cruz del Milagro, también en aquel diario y en folleto.
Naturalmente, el doctor Contreras ahondó en sus informa
ciones, dando a luz el folleto Recuerdos históricos, al que el doc
tor Mantilla contesta con el artículo “Antigüedades” en el dia
rio La Libertad, de Corrientes, diez años después, en números
de marzo de 1898. Es este artículo “Antigüedades” el que fue
reproducido con el título “Comprobación histórica” del Apén
dice en el primer tomo de su Crónica de la provincia de Co
rrientes.
Publicamos íntegramente la polémica de 1888 y el artículo
de 1898, y en notas que llevan numeración corrida hacemos las
consignaciones que hemos creído oportunas.
134
ANEXOS
TRASCRIPCIÓN DE LA
“CRÓNICA HISTÓRICA DE CORRIENTES”
de Manuel Florencio Mantilla
(Tomo I, páginas 311 a 367, ed. 1928)
* Las notas signadas con números comunes entre paréntesis, son las origi
narias del doctor M. F. Mantilla, y las indicadas con números superiores sin
paréntesis, pertenecen al doctor H. F. Gómez, y pueden verse al final de este
Anexo Primero. (En la trascripción del texto se ha respetado la ortografía de
los originales —sólo hemos corregido los errores evidentes, o de tipografía—;
pero la acentuación de las palabras obedece a las nuevas normas de la Aca
demia.) — N. de los E.
(1) Para las fiestas del Centenario. — Para la celebración del tercer centena
rio, un mes después del día de la fundación de la ciudad de Vera, se trabaja
activamente.
El Dr. Contreras, en representación de la Comisión Central, se presentó
el sábado al Concejo Deliberante y en sesión privada, o extra judicial, entre
discursos y comentarios de cada punto, pidió la sanción de resoluciones con
forme al memorial que publicamos más adelante, y que importa una modifica
ción del primer programa que hemos publicado.
También tuvo que hacer esta declaración, aun que tal vez dolorosa: de que
el acta originaria de la fundación de la ciudad de Corrientes no existía ni podía
encontrarse, y que recién vinieron a conocerla por la publicación que hizo de
ella el Dr. Mantilla, en Las Cadenas, como un obsequio a esta ciudad en el día
de su tercer centenario; y que, por consiguiente, para dar cumplimiento al pro
grama en la parte que dispone la lectura del acta habría que dirigirse al Dr.
Quesada o al Dr. Mantilla, en Buenos Aires, quienes deben de tener las copias
137
guaranís mansos y agricultores, de procedencia guaireña, que en más de
una ocasión habían demostrado buena disposición hacia los españoles,
desde los principios de la conquista.4 La ciudad que allí se levantase tenía
por fuerza que hacer tributarias suyas a las demás de río arriba y las
interiores del Paraguay, como escala precisa de la navegación y centro de
convergencia inevitable.5
Mandó, pues, alistar una gran expedición y elementos de todo gé
nero, como que el Adelantado en persona iba a mandarla y no era de
aventurar su fortuna y acaso su vida en vísperas de alejarse para siem
pre.6 Pregonada la empresa y arreglados los negocios administrativos
y políticos de la Asunción, se dio a la vela Vera y Aragón hacia las
Siete corrientes, a los fines del mes de marzo de 1588. Llevaba consigo
la gente granada de la conquista, en oficialidad y tropa, contándose entre
aquélla el teniente Gral. Juan Torres de Navarrete, pariente del adelan
tado, el maese de campo general de la conquista, capitán Diego Gallo
de Ocampos, el alférez general Felipe de Cáceres, uno de los de la es-
pedición de Pedro de Mendoza, y siendo los soldados ciento cincuenta
hombres casados y solteros elegidos. El comboy se componía de tres
barcos, un bergantín y veinte y ocho balsas; verdadera y formidable es
cuadra para aquellos tiempos, que podía desafiar con serenidad y con
fianza todo el poder naval de los Agases y Payaguás unidos, los domina
dores de la navegación cuando Caboto remontó el Paraguay.7 Por tierra
despachó Vera y Aragón cuarenta hombres conduciendo vacas, bueyes,
caballos y yeguas para la alimentación, servicio e industria de la nueva
ciudad; ganados que sirvieron para fundar las primeras estancias entre
el Tebicuary y Paraná, territorio de la jurisdicción y de la propiedad de
Corrientes hasta el malhadado tratado de Belgrano con el Paraguay,
en 1811.®
No eran, por cierto, los mansos y laboriosos guaranís de la hoy
Lomas los que se habrían animado a impedir que la escuadra del ade
lantado fondeara en las Siete corrientes y que pusiera en tierra la espe-
dición, como lo hizo; ni tenían por qué oponerse, pues el lugar ocupado
era deshabitado y los españoles llegaban en paz y con fuerzas imponentes.9
El adelantado recorrió el lugar: y, hallándolo apropiado a su objeto,
procedió a la fundación 10 de la Ciudad de Vera el día 3 de Abril de 1588,
en la forma y modo que instruye la siguiente acta: 11
(Sigue el texto del ACTA DE FUNDACIÓN, que se suprime por ha
llarse reproducida en el Capítulo I.) (Véase pág. 58.)
140
vicio militar que prestaron por espacio de más de medio siglo en el Pre
sidio de Buenos Aires.
Los que hemos visto en nuestros días fundarse y apenas vivir, por
muchos anos, poblaciones en el Chaco y aun en la misma provincia; los
que conocemos nuestros pueblos de campaña —Cuácaras, San Luis, San
Cosme, Itaty, San Antonio, San Miguel, Loreto, Concepción— exactamente
iguales hoy a lo que eran, según documentos, a los principios del siglo, —
podemos hacernos una idea clara de lo que Vera fue en su crecimiento.
Ranchos de pajas por más de un siglo; ranchos y algunas casas de tejas
de palma hasta la expulsión de los jesuítas; una que otra edificación de
material cocido a principios de este siglo; tal ha sido su desarrollo edi-
lífero. Los jesuítas introdujeron la edificación regular, dando el ejemplo
con la construcción de su convento e iglesia y enseñando a los vecinos;
y aun así poco se adelantó.
El crecimiento político de la ciudad —si tal podemos llamar a la
estensión sucesiva del círculo de su poder real sobre el territorio— fue
también lento. Por muchos años no se pasó de la línea del Río de las
Palmas. Alonso de Vera, acosado por una gran coalición de Payaguás,
Abipones y Mocobís, espedicionó sobre ellos en el mismo año de la fun
dación y los venció, asegurando la victoria la comunicación con el Para
guay. Después hizo campaña, por el río, hasta llegar a la desembocadura
del río Santa Lucía, regresando de allí sin dificultad alguna. Esas em
presas facilitaron la fundación de los primeros pueblos de indios Guá-
caras, Itaty y Santa Lucía —con base de encomiendas trasladadas del
Paraguay—, mas no produjeron dominación respetada a los conquistadores,
que en verdad no conquistaban; por cuya razón el reparto de tierras y
de encomiendas en la nueva ciudad no se efectuó de inmediato, como era
de uso, sino tres años después de la fundación, y eso mismo, compren
diendo territorios y naciones absolutamente independientes. — Cuando
la Concepción de la Buena Esperanza del Bermejo se despobló y su ve
cindario salvado pasó a aumentar el de Vera, llevando a su cabeza un
gran campeón, Manuel de Cabral y Alpoin (portugués), se pensó más
seriamente en la conquista del territorio. Cabral y Alpoin fue su gran
caudillo, y bajo su gobierno llegaron las fronteras de Vera al río Santa
Lucía; sin que esto importe decir que el enemigo Charrúa, Minuá, Yaró,
Caracará, Abipón, Mocobí, Toba y Payaguá no las pasaran con frecuen
cia. En 1752 esa línea no había, avanzado, ni se había podido poblar la
costa del Paraná. Los pueblos de Ohoma y Santiago Sánchez, fundados el
uno sobre el arroyo Ahomá (Ohomá) y eí otro entre el Guahó y el Som
brero (en lo que hoy es propiedad de los señores Delpiani y Gotuso),
sucumbieron bajo las invasiones abiponas. Otro enemigo había y eran los
indios misioneros, que, a igual de los charrúas nómades, invadían por
lo que hoy es Loreto y San Miguel. Las guardias de Caá-Catí y de Las
Lagunas Saladas, convertidas después en pueblos, respondieron a la de
fensa de la línea de frontera más distante, quedando Itaty y Guácaras
para la costa del Paraná arriba, y Vera, Santiago Sánchez, Ohoma y
Santa Lucía para la costa sur.
La empresa de dominar todo el territorio era superior a las fuerzas
de los pobladores y conquistadores, cuyo número se reducía a ciento
ochenta y cinco habitantes en 1663, clasificados en el censo que se le
vantó del modo siguiente: 104 correntinos (nativos) — 28 del Bermejo
— 7 de Buenos Aires — 25 paraguayos — 1 Chileno — 2 de Córdoba —
7 de Santa Fe — 1 de las Islas Terceras — 10 de Europa. Y si se
tiene en cuenta que aquella población mísera tenía que defenderse,
trabajar para subsistir, protejer a Santa Fe y Buenos Aires, se esplica
perfectamente la lentitud con que fue avanzando sobre sus enemigos.
III — El primer escritor que se hizo eco de la leyenda del milagro fue
el coronel Francisco Antonio Cabello y Meza, en su Relación histórica
de la ciudad de Corrientes, publicada en el Telégrafo Mercantil de 1802,
tomo III, y reproducida más tarde, no completa, en la Revista del Pa
raná, núm. 8, año 1861. Él sigue al pie de la letra la leyenda que encontró
formada. Dice que “el Adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón, con
veintiocho o con sesenta y tantos hombres desembarcó en el Arazaty,
e inmediatamente trabajó un fuerte de palenque y ramas donde fue
sitiado por considerable número de indios. Empeñados los indios en
rendirlo por las armas, hambre y sed, no pudieron conseguirlo en al
gunos días. Un español salía disfrazado con vestimenta de indio a llevar
agua del Paraná para sí y para sus compañeros. A corta distancia del
fuerte había clavado una cruz como de cuatro y media a cinco varas de
alto. Atribuyendo el infiel la resistencia de los españoles a hechizo de la
147
cruz, trató de acabar con él, y, poniéndolo por obra, le amontonó leña
con abundancia y arrimándole fuego se consumió en cenizas quedando
la Santa Cruz intacta. Al siguiente día, se le arrimó de nuevo más leña,
hasta cubrirla, y estando tres indios prendiendo el fuego cayó un rayo
del cielo, que, dejándolos cadáveres y a los demás aturdidos, fue bas
tante para reducirse a nuestra fe. Victoriosos los españoles, determina
ron sacar de allí la Cruz y no pudieron conseguir descubrir el pie de
ella, sin embargo de los instrumentos y diligencias para cabarla”.
Esta misma relación había sido puesta en malos versos por el
padre Zambrana, con la diferencia de que Cabello habla de dos fogatas,
mientras que Zambrana dice:
Por ocho veces volvieron
A practicar nuevas pruebas,
Haciendo fogatas nuevas
Y el mismo milagro vieron.
148
Si la historia fuera como la escribe Cabello, habría que renunciar
a ella. Cuando la misma mitología de los pueblos antiguos se esplica
hoy perfectamente por los hechos humanos que la dieron sér, ¿habremos
de pasar por el cuentecillo que señalamos?
150
cruz sea el signo del Cristianismo, ella no es una marca infalible del
cristianismo y que fue el símbolo sagrado en las religiones de los anti
guos, especialmente en los misterios de Isis”.
Los pueblos americanos conocían y adoraban la cruz antes del des
cubrimiento y de la conquista. En Consumel y Yucatán la adoraban los
naturales y con ella marcaban las lápidas sepulcrales (Gomara, Hist.
Indias; Maluenda de Anich). Garcilaso cuenta que los Incas también
la veneraban y que mandaron construir una de jaspe cristalino (Comen
tarios reales). En Cumaná adoraban con ceremonias de gran devoción
a la cruz, con cuya señal se bendecían los indios y a sus hijos recién
nacidos (Lozano, refiriéndose a Gomara).
Si, pues, en América existía la cruz, no es difícil que los guaranís
la conociesen, si no como objeto de culto, como un signo cualquiera al
menos; y, por consiguiente, que se asombraran al verla. Y si en vene
ración la tenían, hay una razón más para suponer que en Vera no se
animaran a incendiarla o que ante semejante atentado y el arcabuzazo
atribuyeran a venganza divina la muerte del indio atrevido, pues eran
agoreros y supersticiosos. De cualquier modo que sea, habría siempre
un medio de explicar racionalmente el supuesto milagro.
El empleo de la cruz en la conquista fue ante todo como señal de
ocupación: simbolizaba al pabellón de España, y en su reemplazo se
clavaba donde los conquistadores sentaban sus reales. Secundariamente
se ponían cruces en los lugares destinados a la edificación de la ca
pilla o templo en las nuevas poblaciones; y eran éstas, y no aquéllas,
las que se adoraban por el objeto religioso a que estaban destinadas.
Por eso es que dice el acta de fundación de Vera: “en señal de posesión
del sitio para la Iglesia Mayor PUSIERON UNA CRUZ (el Adelantado y
el Cabildo) a la cual todos adoraron”.
Cruces de posesión han existido muchas en Corrientes; la última
conocida fue la que señalaba los límites de Corrientes y Yapeyú, cla-
vada_ en la costa del Miriñay (Mirí-ña-y). Ella dio nombre a Curuzú-
Cuatiá (Cruz escrita); pues los naturales, que veían la cruz con inscrip
ción (Cuatiá, carta, escrito), aplicaron a todo el distrito próximo a ella
el nombre que la daban: Curuzú - Cuatiá.
¿Cuál de las cruces levantadas por los conquistadores es la con
servada y adorada hoy? ¿La que adoró Juan de Torres de Vera y Ara
gón, porque estaba donde debía construirse la Iglesia, o alguna de las
de posesión puestas en los límites de la nueva ciudad? Cualquiera que
sea, ninguna de ellas merece la idolatría de un pueblo cristiano en el
último tercio del más grande siglo de la vida humana. Concediendo
mucho, el milagro de la cruz se reduce a un balazo bien pegado; y para
tan insignificante hecho, es monstruoso tres siglos de credulidad! (3)
El origen de la transformación del balazo en rayo celeste y del
soldado que puso la puntería en fuerza divina de la Cruz, parécenos
de fácil explicación racional.
(3) Se han escandalizado en Corrientes de esta afirmación, que califican
de herética, y hay gente que no perdona al autor el atrevimiento de negar la
realización del milagro.
Los niños lloran y patean cuando se les quiere lavar la cara, y como ellos
proceden las personas que se amostazan porque alguien diga a sus comprovin
cianos: "Esto es falso, no lo creáis: la historia, la filosofía y hasta el sentido
común lo rechazan’’.
Otros han increpado al autor diciendo:
“Es malo ir contra las tradiciones populares, porque éstas generalmente
tienen mucho de verdad.”
Ellos quieren, por lo visto, que en la cuestión del milagro se contemporice
con la credulidad que desacredita sacrificando a ella la verdad que se impone
a la razón; que el escritor se haga cómplice de la ignorancia.
¡Bonita doctrina!
151
Los conquistadores que en Vera quedaron con el Tupí eran pocos,
e innumerables los indios dueños del territorio. La superioridad de sus
armas no bastaba para equilibrar las fuerzas, y por necesidad debieron
echar mano de la astucia para presentarse más fuertes.
Los indios guaranís se distinguían de los demás en lo supersticiosos
y agoreros. “Sobre la más leve acción levantaban figuras para temer
mil males fantásticos; si tocaban al ñacurutú pensaban que se les pe
garía la pereza; si la muger preñada comía dos espigas de maíz, se per
suadían daría a luz gemelos; entrar un venado al pueblo y salir libre
era señal de que moriría alguno del barrio por donde salía el animal;
saltar un sapo a una embarcación pronosticaba que uno de los nave
gantes debía morir en breve; terror les inspiraban los fenómenos ce
lestes, y del trueno y del rayo hacían autor a Añá” (Lozano).
¿Qué mejor veta podían explotar los españoles que la credulidad
y la ignorancia de los supersticiosos guaranís, que presentar a la vista
de ellos, como sucesos sobrenaturales, los hechos simples de una civi
lización que desconocían, a fin de persuadirles de que el poder del
cielo estaba de parte de los nuevos ocupantes de sus tierras? Así se
hacían más respetados y acaso más temidos. Y lo que en este sentido
debieran hacer valer preferentemente debió ser el arcabuz, cuyas deto
naciones y efectos equivalían para los indios, desde los principios de la
conquista, al trueno y al temido rayo.
Ahora bien: en la hipótesis del tiro que mató al indio al pie de
la Cruz o lejos de ella, las circunstancias del hecho cuadraban perfecta
mente para que los españoles lo explicaran como suceso sobrenatural
a fin de robustecer así en sus enemigos el asombro que experimentaron
al presenciar la muerte del compañero, y de imponérseles por error que
les inculcaban. Para los indios, que no conocían armas de fuego, era muy
natural y creíble la invención. Persuadidos de ella los que eran amigos
de los españoles (por trabajos y abultaciones de éstos) y contado y co
mentado el suceso por los espectadores, el balazo trocado en milagro
debió hacer parte de la creencia de los naturales; y —como a los con
quistadores no les convenía descubrir su secreto— al mezclarse las dos
razas y al correr del tiempo, los hijos de los engañados y de los
engañadores se educaron y crecieron en la persuasión de la verdad del
invento. A medida que la fábula se alejaba de su origen la imaginación
popular la pulió y aumentó de generación en generación, presentándola,
al fin, con acopio tal de incidencias y detalles que el milagro contado
hoy es como visto por el creyente.
La verosimilitud de nuestra suposición surge de las circunstancias
y de la calidad de los actores en el suceso tratado; y sólo así se explica
la no existencia de documento relativo al milagro ni mención alguna
a su respecto, cuando tenemos el Acta de fundación y el acta de la pri
mera reunión del Cabildo de Vera, celebrada el día 4 de abril de 1588,
y, también, documentos relativos a los prodigios (supuestos) de la Vir
gen de las Mercedes.
Un milagro es la derogación formal de una ley conocida de la na
turaleza: hoy no se le ve en el mundo; y a los que dicen que hubo, pre
guntamos con Cicerón, en Divinatione, ¿desde cuándo ha desaparecido
la fuerza secreta que lo producía? ¿Será acaso desde que los hombres
han llegado a ser menos crédulos?
M. F. Mantilla.
Corrientes, 1“ de mayo de 1888.
152
III COMPROBACIÓN HISTÓRICA
Tengo ante la vista un folleto escrito por el doctor Ramón Contreras con
el título Recuerdos históricos y un Apéndice del mismo publicado en el
periódico correntino El Litoral, sobre el tema de aquél. En los dos tra
bajos se propone el autor demostrar que la actual ciudad “Corrientes”,
antes Vera, fue fundada conforme se refiere en la leyenda de la "Cruz
de los Milagros” y no como resulta de los documentos y antecedentes
que he presentado y estudiado por primera vez en mis ligeros escritos
La Ciudad de Vera y La Cruz del Milagro, publicados con motivo del
centenario tercero de la capital de la provincia de mi nacimiento.
No ha sido feliz en su empeño el señor que me combate sin razón;
sus dos trabajos revelan lectura no aprovechada, laboriosidad estéril por
falta de acierto en el juicio, pasión respetable de creyente, no fría sere
nidad de historiador, afición a papeles viejos sin la penetración crítica
que de ellos deduce la verdad de los sucesos pasados. De ahí nacen indis
culpables errores y afirmaciones caprichosas que forman el armazón de
los dos escritos, para llegar a conclusiones desgraciadas tanto en lo fun
damental como en lo accesorio del tema; aparte las comprometedoras
divagaciones filosófico - literarias de problemático buen gusto, con las
que tropieza el lector a cada instante. La leyenda de la “Cruz de los Mi
lagros” debe a su defensor un esfuerzo para acreditarla, pero de ninguna
suerte un triunfo, ni siquiera su aproximación; nada consistente exhibe
contra el acta de fundación y los hechos con que he destruido la leyenda.
Queda en pie la verdad histórica por mí enseñada. Empero, aprovecho
la ocasión, que me ofrece tan deslucido desempeño, para dar nuevos
datos y presentar algunas observaciones críticas sobre los orígenes de
la ciudad de Corrientes: unos y otras pondrán en mayor evidencia, si
cabe, la exactitud de mi primera narración.
158
" se puede mudar la Ermita con la Cruz en otra parte donde se pueda
" reparar en dichas invasiones, por hallarse dicha Ermita muy cerca de
" montañas y cerca de: río ocasionando a tener el enemigo el atrevi-
” miento que se experimenta en ella. Y en ese ínter se puede pedir una
” limosna a los vecinos encomenderos, que cada uno ayude con un indio
" para desmontar dichos montes, lo que encubre dicha Ermita y poder
” abrir las puertas". El autor de mi referencia exclama en presencia
de este documento: "Es claro que se construyó el Fuerte o reducto
” en Arazaty por un puñado de españoles: ese Fuerte existía en 1707 y
” es el hallado en 1856 1 8 57) debajo de tierra por el P. Alegre: que es-
” taba aislado de la ciudad actual: que cae al oeste. Allí estuvieron
” por más de cien años a la vista el Fuerte y la Ermita de la Cruz”.
No conozco el original del documento invocado; pero me bastan
los términos reproducidos para demostrar que no es pertinente al asunto
estudiado. En primer lugar, no determina el sitio, el día, la época, ni
los autores de la construcción del Fuerte y la Ermita; lo único esta
blecido es que en 1707 había un Reducto al poniente de la ciudad
y una Ermita cubierta por maleza, muy cerca de montañas (montes) y
del río, tan abandonada, que era preciso desmontar para abrir las puer
tas de ella, y a merced de los indios invasores, por la distancia, “sin tener
esto ningún remedio”. Tampoco se determina que la Ermita estuviese
cerca del Reducto. La situación de éste al poniente de la ciudad excluye
el Arazaty, que está al sudoeste, casi al sur de ella. La proximidad de la
Ermita a montes (o en ellos) y al río, sin indicación de rumbo, no auto
riza para ubicarla en el Arazaty, porque este paraje u otro cualquiera de
la costa, al sur, corresponde al dato. Las antiguas actas capitulares hacen
diferencia entre Reducto y Fuerte, reservando esta última denomina
ción para la construcción que dejó el Adelantado y aplicando la otra a
las pequeñas defensas levantadas después, fuera de la ciudad, por los
pobladores. Una de ellas fue el “Reducto que cae al poniente”, mencio
nado en la acta de 1707. Él estaba realmente al poniente de la ciudad,
en las inmediaciones del actual Hospital San Juan de Dios, sobre la
banda norte de la desembocadura del arroyo Isyry. La existencia de dicha
construcción en ese paraje consta en la solicitud que el Rector de los
Jesuítas hizo al Cabildo pidiendo “en depósito” el teri'eno de una y otra
banda del arroyo Isyry para instalar la primera fábrica de ladrillos y
de tejas cocidas; la solicitud es del año 1775 y en ella se señala el “lugar
donde estuvo el Reducto del poniente” como punto de arranque de la
denuncia, hacia afuera. El terreno fue concedido, dándole por cabecera
“el lugar donde estuvo el Reducto del poniente”, y se estableció la fá
brica donde hoy caen los fondos del hospital. Ya no existía, pues, en
1755 el “Reducto del poniente” a que se refiere la acta de 1707, pero su
situación exacta era conocida. En presencia de esto, ¿es de buen sentido
decir que el "Reducto del poniente” era el Fuerte del milagro en Arazaty,
descubierto por fray Alegre? ¿poniente es sudoeste? ¿la Avenida 3 de
Abril está en la desembocadura del Isyry? El sentido común protesta.
160
en las causas originarias de dicho nombre, el actual coincide con el fi
jado en la acta de fundación y no hay otro parecido.
Todos los cronistas están contestes en atribuir el nombre Las Siete
Corrientes a las siete lenguas de tierra que se internaban en el río Paraná,
rompiendo cada una su corriente natural y formando en las proximida
des otras especiales; en cada punta de piedras había y hay una corriente
más fuerte que la del río. Dicha particularidad, única en la costa, de
terminó el nombre dado por los conquistadores al lugar, desde los pri
meros tiempos. El P. Quiroga, geógrafo y astrónomo de nota entre los
cronistas, escribe: “Llámase de las Siete Corrientes porque el terreno
donde está situada la ciudad hace siete puntas de piedra, que salen al
río, en las cuales la corriente del Paraná es más fuerte”. Hoy quedan
apenas vestigios de algunas puntas: el río o la mano del hombre las ha
destruido; tenían los nombres modernos de Ysyry, Isabel Durán, San
Sebastián, Villegas, Casillita, Rozada, Batería.
Conviene prevenir que el autor de Recuerdos históricos se subleva
contra los conquistadores, autores del nombre, y contra los cronistas,
que dan el porqué de la denominación; él ha inventado la siguiente ex
plicación : “Esa pequeña región del Paraná, pintoresca en extremo, recibe
” a su derecha por la parte del Chaco los cuatro pequeños ríos llamados
"Negro, Tragadero, Iné, otro más que le sigue al N. E. y los dos brazos
" principales del río Paraguay llamados Río Ancho uno y el otro Para-
" guay propiamente. Esas corrientes que descargan sus aguas por seis
” bocas en la del Paraná, con la de éste, forman Las siete Corrientes”.
Del verdadero origen del nombre, dice: “Es antigua tradición de ba
rrio”; pero agrega: “Sin embargo, los cronistas repiten eso mismo”.
¡No tiene atadero! El nombre era de un lugar determinado, no de una
región. Si aquél estuviese realmente rodeado por las mencionadas co
rrientes de ríos o arroyos o próximo a ellos, sería disculpable el invento;
pero el lugar está en una región y las corrientes en otra, separando le
guas a éstas entre sí; ninguna de ellas se encuentra en territorio corren-
tino: una sola, la del Paraná, pasa por sus costas; ni cerca del lugar
desaguan dichas corrientes en el Paraná. Entrego, pues, el invento a la
viveza de ingenio del lector.
Dado el origen del nombre Las siete corrientes, era del terreno ro
deado por las puntas el sitio donde el Adelantado fundó la ciudad, señaló
plaza y lugar para iglesia; porque la palabra sitio usada en la acta im
porta determinación del lugar mismo y no habría correspondido a éste
el nombre sin concurrir el hecho de su origen. El nombre, por otra parte,
no abarcaba una comarca más o menos extensa: era el exclusivo de un
paraje donde se presentaban siete puntas de tierra; y pues el Adelantado
dice que fundó la ciudad en ese paraje, es natural deducir que el asiento
fue en el terreno rodeado por las puntas. La actual ciudad de Corrientes
está situada en el propio terreno de las siete puntas, correspondiendo
el centro de su planta primitiva al de aquél; las puntas que dieron de
nominación al lugar señalan toda la extensión de la ciudad sobre el río
Paraná. Coincide el asiento del día con la acta de fundación. No ocurre
lo mismo si tomamos como primer punto poblado el Pucará. Este nom
bre no es de la acta, ni designa el sitio de las siete corrientes; pertenece
indudablemente a otro lugar. Para tomarle por el que determinó el Ade
lantado, es preciso demostrar que Pucará y Siete Corrientes son sinóni
mos y tal demostración no ha sido dada ni es posible, por evidencia
contraria. Si el Pucará era, conforme se dice, el Arazaty moderno donde
se encuentra la Columna, hay causa para dicho nombre especial: el pa
raje no está en el sitio de las siete corrientes; dista de él unas veinte
cuadras. De ser verídica la exposición de Figueroa, resultaría, sin embar
go, lo contrario: el lugar llamado Pucará estaría en las siete corrientes;
en el mismo caso, la ciudad actual no tendría ubicación conforme con
la acta de fundación, por haber sido cambiado de sitio: sería la ubica
ción abandonada en el Pucará la que correspondería al acta, y en contra
161
está la realidad. Se imponen, en consecuencia, el nombre y el sitio de
la acta de fundación.
El plano de la delineación hecha en el sitio de las siete corrientes
aclararía más el punto; infortunadamente, se ha perdido o no ha sido
encontrado hasta hoy. ¿Cuál fue la planta de la ciudad? Por deducción
la establezco a falta de prueba directa. La ley 1º, tít. 7°, lib. 4°, de la
Recopilación Indiana determinaba cómo serían delineadas las poblacio
nes, y es fundado suponer que Juan de Torres de Vera y Aragón la cum
plió, porque era hombre bien preparado en administración y leyes; sus
primeras diligencias después del auto de población autorizan también a
pensar así: eligió la plaza, en la "mitad” de ella "fincó el Rollo”, designó
el lugar para iglesia mayor, señaló cuadras "hasta un cuarto de legua”
y ejido a la ciudad; todo mandato de la ley. Las ciudades tenían como
delincación uniforme una plaza central, siempre cuadrada, a cuyos cuatro
lados se cortaban en ángulos rectos calles angostas tiradas a cordel, di
vididas en cuadras de 133 varas; cuando la población era sobre río, la
plaza quedaba cerca del puerto; era de rigor poner sobre la plaza la
iglesia .mayor y el cabildo. Según la acta de fundación, el Adelantado y
el Cabildo "nombraron y eligieron por ejido puesto a la ciudad, a todos
” los vientos, cese de las cuadras que señaló hasta un cuarto de legua,
” que toma todo el contorno de la ciudad”. La redacción es confusa.
Entiendo que la ciudad ocupaba un cuarto de legua en cuadro, que sus
calles tenían esa extensión de extremo a extremo, y que desde el término
de ellas hasta un cuarto de legua más era el ejido; cruzadas las calles
en ángulos rectos, dividían el terreno en cien manzanas urbanas. Si la
interpretación se ajusta al significado estricto de las palabras contorno
de la ciudad, ésta tuvo calles de extensión total de 375 varas y única
mente ocho manzanas urbanas; planta miserable que no es concebible
haya dado Juan de Torres de Vera y Aragón a la ciudad de su nombre.
Cualquiera de las dos delincaciones cuadra a la situación actual de Co
rrientes, pero la primera únicamente concuerda también con el arranque
del repartimiento de tierras de labor hecho por Alonso de Vera y Ara
gón en 1590. Situada la población en el paraje actual, los fundadores
tenían tres lados cubiertos por obstáculos naturales contra los ataques
posibles de los indios: el río Paraná, el Ysyry, el arroyo Arasá. El terreno
que ofrecía esta ventaja estratégica era bueno y suficiente para el nú
mero de vecinos y los que en mucho tiempo llegasen, tenía puerto ex
celente y espléndidos abrigaderos. La población no salió hacia el lado
del campo, hasta los principios de este siglo, más de tres cuadras de la
plaza: se extendió a lo largo del río Paraná, entre las desembocaduras
del Ysyry y del arroyo Arasá; la segunda Ermita de la Cruz se encon
traba en 1800 a “cuatro cuadras de los extramuros de la ciudad”. Nin
guna de las ventajas enumeradas ofrecía el paraje de la Columna, que
si era de "montañas” y abrigadero de indios en 1707, conforme decía el
Cabildo de ese año, más fragoso habrá sido en 1588. No es presumible
que el Adelantado y sus capitanes hubiesen despreciado el lugar que la
naturaleza les brindaba para el mejor éxito de su empresa por otro que,
hoy mismo, es de pésima condición.
Hay un hecho que evidencia la delineación de Vera en el sitio actual
de Corrientes. Tan luego como los fundadores se hicieron de viviendas
resolvieron construir una capilla, la que estuvo lista para ser techada a
los fines de 1592; Juan Bravo, acompañado por cuatro soldados e indios
amigos, fue comisionado por el Cabildo el 18 de enero de 1593 para cortar
palmas con que cubrir el techo de la capilla, trabajo que realizó aquél
en la “tierra de los mares”, nombre dado entonces al territorio limitado
por los esteros de Ñeembucú. La ciudad ya tenía edificación ordenada
y el Cabildo tendía a mejorarla, según lo prueba la orden general dada
por dicho cuerpo el 18 del citado mes y año para que todos los vecinos
limpiasen las calles los sábados, bajo pena de dos pesos de multa. La
capilla fue consagrada a San Sebastián y sirvió de iglesia parroquial
162
única hasta la construcción de La Matriz, en el siglo pasado. Cuando los
jesuitas se establecieron en Corrientes el año 1691, "el Cabildo les hizo
" gracia de la capilla titular de la ciudad, para que tuviesen en ella su
” habitación y celebrasen sus funciones en el entretanto que construyesen
” su iglesia; reservando el Cabildo en la ciudad el derecho de propiedad
" que tenía a ella para celebrar en la misma las festividades de los pa-
" tronos, y con efecto convinieron en ello dichos fundadores, titulando
” su fundación Colegio de San Sebastián. Consta así del acuerdo capitu-
"lar de 26 de marzo de 1691”. Ahora bien, la Capilla parroquial de los
fundadores, techada por ellos en 1593, existía con los mismos honores en
1691, era la titular de la ciudad y en ella celebraban las fiestas de los
patronos. Dicha capilla estaba situada en la parte izquierda de la Punta
de San Sebastián, según consta en documento firmado por el presbítero
José de Astrada, cura vicario. En reemplazo de la Capilla se construyó
la Iglesia Matriz "en el lugar designado para ella”, seguramente el seña
lado con una cruz por el Adelantado Torres de Vera y Aragón. ¿Dónde
habrá sido delineada la ciudad de Vera para que su capilla parroquial se
encontrase dentro de la planta de ella y en el mismo sitio el año 1593 y
el año 1691? Únicamente en el asiento actual de Corrientes. Si la ciudad
fue ubicada en la Columna, la capilla parroquial quedaba fuera de ella,
en 1593, en el extremo del ejido (porque hay más de veinte cuadras entre
la Punta de San Sebastián y la Columna), lo que es absurdo; si la capilla
estuvo, como es racional suponer, dentro de la planta de la ciudad y no
cambió de lugar, es evidente que la delineación de 1588 fue en el paraje
ocupado por la ciudad actual. Y para no dejar sin prueba documental la
situación de la capilla fundadora, citaré un texto del Cabildo por si la
afirmación del cura Astrada fuese tenida en poco, sin razón. Ninguno de
mediana ilustración ignora en Corrientes que el Colegio y la Iglesia de
los Jesuitas ocupaban la manzana donde están hoy el Colegio Nacional
y la Aduana: calles Tucumán, Libertad, San Luis y la costa del río Pa
raná. Cuando el Cabildo donó ese terreno a los. Jesuitas, lo señaló en los
términos siguientes: "La cuadra de sitio que cae a la parte del poniente
sobre la calle q' baja (Tucumán) a la Ermita del señor San Sebastián,
de la otra parte de dicha calle, y la calle que atraviesa para la plaza (Li
bertad), que corre al poniente, con más otra cuadra que sigue inmedia
tamente a dicha cuadra para ranchería” (Libertad y 25 de Mayo). La ca
pilla estaba, pues, entre la calle Tucumán y el río Paraná. — Las pruebas
de los demás datos relativos a la construcción y cesión de la capilla, son:
la acta capitular de 18 de enero de 1593, que se encuentra en el archivo
de Corrientes; el extracto que hizo el regidor Sebastián de Casajús, en
1771, por encargo del gobierno general, de los documentos auténticos ha
llados en poder de los Jesuitas y en el archivo del Cabildo.
Hay más contra la supuesta fundación en Pucará. ¿Quién hizo el
repartimiento de solares urbanos en la ciudad de Vera? El 18 de sep
tiembre de 1785 pidió por oficio el Virrey, al Cabildo de Corrientes, "copia
” del reparto de los terrenos de la jurisdicción en tiempo de la fundación
" y de la Real Cédula en que el Rey hubiera hecho cesión de ellos a los
” fundadores para sus casas, labranzas, dehesas y criaderos de ganados,
” así como de la orden superior por la que se concedía al Cabildo el de-
" recho de hacer merced á los vecinos de sitios despoblados en la traza
" de la ciudad hasta su ejido”. El Cabildo contestó: “Informamos lo
que consta en nuestros libros capitulares antiguos y en los padrones que
se formaron en aquellos primeros tiempos de la fundación". De suerte
aue lo reproducido a continuación del mencionado informe, tiene por base
de certeza la documentación más antigua y auténtica de cuantas existan.
Dice el Cabildo: "El año 1588 fue fundada esta ciudad por el adelantado
” Juan de Torres de Vera y Aragón y habiendo formado la planta de la
” ciudad y repartido sus cuadras y solares para pobladores y descen-
” dientes se retiró, sustituyendo los empleos en el general Alonso de Vera
"y Aragón”. Queda, pues, evidentemente probado que Torres de Vera
163
hizo la planta de la ciudad de 1588 y repartió las suertes urbanas. Según
dicho repartimiento fueron construidas las primeras casas y se adquirió
el derecho de propiedad. Los gobernantes posteriores no repartieron cua
dras y solares, porque ya estaba formado el padrón; lo único que hicie
ron fue señalar a los nuevos pobladores las suertes que no habían sido
adjudicadas y las que vacaron por abandono de sus dueños, y repartir
lugares de chacras, dehesas y estancias fuera del ejido de la ciudad.
Lo prueba el mencionado informe del Cabildo, cuyo texto continúa en los
términos siguientes: “En el año 1590 el general Alonso de Vera empezó
" a repartir los terrenos para chacras y labranzas desde el ejido de la
" ciudad hasta diez o doce leguas sobre la costa del río Paraná y río de
” las Palmas y lo demás que media entre ambos ríos; el siguiente año
” prosiguió repartiendo las tierras para estancias y criaderos de ganados
” entre los pocos conquistadores y lo concluyó por el mes de noviembre
" de 1591. Estos primeros gobernantes (Juan de Torres y Alonso de Vera
”y Aragón) hicieron, corno expresan sus autos, el repartimiento en nom-
” bre del Rey Nuestro Señor y en virtud de sus reales poderes. Sucedié-
” ronles en los empleos (de toda la gobernación) don Bartolomé de San-
” doval, que el año 1595 prosiguió el repartimiento; Hernandarias de Saa-
” vedra hizo lo mismo (prosiguió) en 1598 y Diego Martínez de Irala (jus-
” ticia mayor) lo mismo, en 1607; que conforme se aumentó el número
” de pobladores que venían llamados por la comodidad y bondad de nues-
'' tro país les fueron repartiendo más terreno. Y de todo se formó el pa-
” drón en un cuaderno de cuyo principio (el repartimiento del Adelan
tado) y fin incluimos a V. E. una copia, omitiendo lo demás por ser
” tanto volumen que no contiene otra cosa que el nombre de los sujetos
” a quienes se repartieron los terrenos, las dimensiones de ellos, sus lin-
' deros y rumbos. No se halla en nuestro archivo cédula real de cesión
” de los terrenos hecha por S. M., sino sólo de haberse hecho el reparto
” de acuerdo con los reales poderes y el apoyo de las leyes títs. 7 y 14 y
” 15, tít. 12, lib. 4 de las Recopiladas de Indias; como todo más latamente
” consta en una representación hecha por nuestro procurador general,
” cuya copia se remitió el año pasado al señor Virrey. Por lo respectivo
” a sitios vacíos de la traza de la ciudad hasta el ejido, el antecesor de
”V. E. en el empleo, por auto de 12 de junio de 1778, declaró no debían
'' ser denunciados a S. M. como realengos sino dados por la ciudad a
” quien fueron repartidos en la fundación”. Esta prueba es concluyente.
En 1785 existía completo el libro de todos los autos de repartimiento de
tierra en Vera, desde 1588 hasta 1607, principiando por el de solares y
terminando con el de estancias; el Cabildo de Corrientes le tuvo a la vista
para sacar los datos y las copias remitidos ai Virrey; el documento
auténtico calcado en él lo reemplaza acabadamente hoy que dicho libro
ha desaparecido, conservándose tan sólo fragmentos, y por él sabemos
cómo, cuándo y por quién se hizo en Vera el repartimiento de las suertes
urbanas. Ahora bien, si el Adelantado fundador formó la planta de la
ciudad, le dio ejido, repartió cuadras y solares; si, después de él repartió
chacras Alonso de Vera, desde el ejido de la ciudad; si Bartolomé de
Sandoval prosiguió el reparto e hicieron lo mismo Hernandarias y Mar
tínez de Irala, es evidente que no hubo más repartimiento de solares que
el del Adelantado y que los sucesivos fueron de chacras, dehesas, estan
cias, arrancando el primero del ejido, límite de aquél. La operación su
cesiva era de ensanche natural y continuado a medida que los fundadores
arraigaban, aumentaban y extendían su dominación; principiada en la
ciudad por Torres de Vera y Aragón, terminó en el ejido; desde éste la
continuó Alonso de Vera, la prosiguió Sandoval, luego Hernandarias y
finalmente Irala. La base originaria y respetada fue la planta urbana dada
por el Adelantado. El Padrón destruye, pues, las afirmaciones del pro
curador Figueroa: cuando en aquél no existía el nuevo reparto de su re
ferencia y todos los relacionados guardaban armonía perfecta, no hubo
el repartimiento obligado por la supuesta traslación de la ciudad. La
164
conservación de los autos anteriores y posteriores a la época indetermi
nada de la referencia de Figueroa —antes de 1598, hace entender— de
muestra el cuidado con que fueron guardados y es de presumir que los
fundadores habrían dedicado el mismo celo al que los modificó, de ha
ber él existido. Contra la posibilidad del extravío del nuevo auto de re
partimiento de solares en consecuencia de la traslación de la ciudad, está
la armonía del Padrón, perfectamente relacionada con la planta de la acta
de fundación, lo cual no sucedería si la ciudad hubiese cambiado de lu
gar, porque habrían también cambiado los puntos de arranque de las
reparticiones rurales.
Es probable que Figueroa tomase por nuevo repartimiento lo que
el Cabildo hizo cuando ciertos fundadores abandonaron la ciudad y lle
garon otros: dar terrenos, ya de los abandonados o de los no adjudica
dos en 1588. La petición del procurador Juan Gómez de Torquemada,
que Figueroa da por fundamento de su afirmación, me lo hace sospechar.
Tengo a la vista el pedimento de dicho procurador. Él no solicitó nuevo
reparto de sitios ni dio por razón que la ciudad hubiese cambiado de
lugar: reclamó que los solares abandonados fuesen adjudicados a otros,
a fin de fomentar la población; hé aquí sus palabras: “La paza estaba
” en yermo, mucha parte despoblada por razón de que estaba repartido
” sobre personas que no asistían y estaban ausentes de la ciudad y los
” pobladores estaban desviados de la plaza, por lo que mandé parecer un
" bando de manera que se pueble dicha ciudad pues tienen perdidos los
" dichos ausentes los dichos solares y sitios”. Como se ve, Torquemada
daba por subsistente la planta de la ciudad, no pretendía alterarla; su
empeño fue voblar la ciudad, agrupando los habitantes sobre la plaza;
a ese propósito quiso adjudicar los sitios abandonados próximos a ella
a los vecinos constantes que los tenían retirados. El bando que Torque
mada “mandó parecer” en 1598 se apoyaba en otro que el gobernador
Juan Ramírez de Velazco “mandó pregonar” el 6 de setiembre de 1596.
Este gobernante bajó de Asunción con tropas para remediar las calami
dades de Vera o cambiar el asiento de la ciudad, porque los pobladores
fugados daban noticias desesperantes. La situación era en verdad afli-
gente. no por el mal sitio de la ciudad, sino por la miseria de los vecinos,
la disminución de ellos y la guerra sin cuartel de los indios. Ramírez de
Velazco ratificó la ubicación de Vera: “Estando la dicha ciudad —de-
" cía— en tan buen puesto, sitio y lugar, para que no se despoblé ordeno
” que vuelvan a ella los vecinos que la abandonaron so pena de nerder sus
” solares y chacras sino vuelven y edifican en seis meses”. Esta reso
lución fue pregonada por bando en la fecha ya indicada y de ella procedió
la legitimidad del bando de Torquemada en 1598. En el archivo de Co
rrientes está el documento. Comparadas las razones del gobernador para
sostener la fundación del Adelantado y las expuestas por Figueroa des
pués de un siglo para decir que hubo necesidad de mudarla, se ve que
el último escribió falsedades: buen puesto, sitio y lugar, vio el primero;
montuoso y arriesgado por los asaltos del enemigo y otras incomodidades
contó el segundo haber sido lo que no vio.
El autor de Recuerdos históricos pide para convencerse documentos
anteriores a 1598; en el núm. 164 de El Litoral dice: “Bueno sería co
nocer documentos anteriores a 1598 que dijeran que la ciudad no fue tras
ladada”. La resolución del gobernador Ramírez de Velazco da más de lo
exigido: encomia la situación de la ciudad y ordena el fomento de su po
blación. Tengo otra prueba del mismo año del escrito de Torquemada.
El 23 de junio de 1598, Hernandarias de Saavedra, a la sazón en Vera,
hizo donación al escribano Nicolás de Villanueva (el de la fundación)
de "un solar en la traza de esta ciudad, lindante con los de Juan Gómez
"Torquemada (el Procurador) y Blas de Leís, esquina de la plaza, y ra-
” tificó las donaciones de sus hijas Isabel de Miranda, María de la Tri-
” nidad, Beatriz y Juana de cuatro solares, todo que se dio cuando se hizo
" la traza de esta ciudad". Algunos de estos bienes fueron vendidos en
165
1639, refiriéndose siempre las escrituras a la traza de la ciudad. Según el
Padrón, la traza fue hecha por el Adelantado en 1588 y él mismo repartió
los solares; según Ramírez de Velazco, la ciudad estaba en el año 1596
“en buen puesto, sitio y lugar”, según el título de la donación, los solares
estaban “en la traza” el año 1598 y procedían del reparto “cuando se hizo
la traza”; según la escritura de venta, la traza era la misma en 1639. La
ciudad permaneció, pues, en el sitio de la fundación.
Me parece imposible que en presencia de lo expuesto, se insista en
dar valor a la exposición de Figueroa. Agregaré, sin embargo, para abun
dar, observaciones sobre la invariabilidad del ejido de la ciudad, desde
donde principió Alonso de Vera y Aragón el repartimiento de chacras en
1590. Dice una acta capitular de 5 de junio de 1690: “Habiendo recono-
” cido y medido las tierras de chacras del pago que fue de Santa Catalina
" y que pertenecieron por herencia a doña Inés de Mancilla, para darlas
" a la Compañía de Jesús, con el padrón en la mano, se cogió dicha me-
” dición del ejido de la ciudad, según lo dispuesto en dicho padrón". No
habría sido posible la medición de 1690 según el Padrón de 1591 si la
ciudad hubiese cambiado de lugar; para la coincidencia de las dos ope
raciones era indispensable arrancarlas del mismo punto, y si Vera tuvo
su primer asiento en la Columna, el ejido de ella en 1591 no hubiera co
rrespondido al de 1690, porque el retiro de la población habría dejado un
vacío entre los extremos, avanzando al mismo tiempo la ciudad en ex
tensión igual sobre las suertes de chacras repartidas "río arriba”, con
arranque desde el ejido por ese lado. Demostrar que no hubo avance
sobre las suertes de "río arriba” es completar la prueba de la invariabi
lidad del ejido. El 6 de marzo de 1692 se presentó ante el teniente go
bernador de Corrientes, capitán Gabriel Toledo, el sargento mayor Fer
nando Polo, vecino feudatario, e hizo donación a la Compañía de Jesús
de “doscientas varas de medir de Castilla de tierra de una suerte de cha-
” era, río arriba, de esta ciudad, que compré (habla él mismo) al capitán
" Juan Ramírez, mi tío, y consta en el padrón ser de Luis Ramírez, su pa-
” dre mi abuelo, que linda por la parte de arriba con suerte de tierra de
” Juan Yaques y por la parte abajo con suerte de Sebastián de Estiga-
” rribia”. Consultado el Padrón del repartimiento de chacras, se encontró
que la suerte correspondía a la treinta y seis del auto de 18 de setiembre
de 1591: estaba como decía Polo sin conocer el Padrón y sin tener docu
mento entre las de Yaques y Estigarribia, y tenía doscientas varas. De
ese lado de la ciudad, también tomó Alonso de Vera y Aragón el ejido
como punto de arranque del repartimiento, ubicando las suertes unas
después de otras, sin intervalos, con frente sobre el río Paraná, subiendo
siempre la costa. Los Jesuítas adquirieron la propiedad y se les dio como
título la declaración del donante. El caso de Polo no fue único; ocurrió
lo mismo con la suerte adjudicada al capitán Juan de Sumárraga: por
abandono de él cupo a Francisco Ramírez, a éste le sucedió su hijo
del mismo nombre y a él Pascual Ramírez, quien la donó a los Jesuítas.
Hubo, pues, igualdad completa entre el Padrón de 1591 y los límites
y la situación de las propiedades gozadas durante un siglo, transmiti
das sucesivamente por herencia, venta y donación; más que eso, aún:
el Padrón de 1591 fundaba el derecho de propiedad en 1692. En con
secuencia, el ejido dado a Vera por el Adelantado fundador era el mismo
de la ciudad de Corrientes en 1692.
167
tras no terminó ese trabajo”. No cité la acta de fundación, porque
el dato no está en ella, sino en un memorial de Juan Alonso de Vera y
Zárate.
***
Se dice: "El doctor Mantilla confunde las cosas cuando asegura que
” el Adelantado mandó por tierra ganados, porque el ganado se intro-
" dujo en 1591”.
No he inventado el dato, ni he confundido hechos distintos. La
introducción de ganado bovino y equino en 1588 es hecho que resulta
de un memorial del hijo del Adelantado sobre los servicios de su padre,
y está comprobado por una acta capitular de Vera de 7 de noviembre
de aquel año. Dicho día, el Cabildo apercibió a Héctor Rodríguez
en su calidad de “fiador” de Asencio González, “guarda de las vacas del
" común para cualquier las recoja hasta cumplir su año, y así mismo
” a Rafael Jarel como fiador que fue de Gaspar de Portillo guarda de las
"yeguas y caballos busque y a su costa proverán quien lo recoja vacas,
’’ yeguas y caballos”. Si tales especies existían, es claro que fueron las
mandadas por el Adelantado, según indica el memorial de su hijo; y
agregó: conducidos por Hernandarias de Saavedra, según consta en su
168
foja de servicios. Alonso de Vera y Aragón introdujo la segunda partida
de ganado en 1591, cuando regresó del Paraguay con los auxilios pedidos
allí por orden del cabildo.
Dejo reducidos a lo que valen los Recuerdos históricos y el Apén
dice de mi contradictor.
M. F. Mantilla.
Corrientes, 1888.
NOTAS ACLARATORIAS
por Hernán F. Gómez
169
pos: en la boca principal (Cerrito), paraje llamado las Tres Bocas, y por el
riacho Ancho o Atajo, al oeste de la isla Cerrito, cuya desembocadura está
frente a Corrientes, entre las islas Cerrito y Antequera. La navegación era
dominada sobre todo por los payaguás, que antes habían atacado a Caboto.
4 Las tribus guaraníes agricultoras ocupaban las tierras de formación are
nosa, flojas, pues sus útiles de trabajo eran de madera. Las tierras gredosas
y negras eran cazaderos de las naciones nómades, pero cuya vecindad a las
primeras las hizo guaranizadas en el sentido de la técnica y lenguaje. Pero
no eran pueblos mansos, categoría que no existió entre los indígenas de la
Cuenca del Plata. Los guaraníes eran sedentarios, en el sentido de que domi
nada la tierra quedaban en ella; los nómades a quienes se desapoderaba de
sus cazaderos, buscaban nuevas tierras abandonándolas al español. Pero vol
vían a vengarse y saquear. La buena disposición a que se alude es la ayuda
de alimentos que la tribu de guaraníes de Yaguarón, en el actual Itatí, hizo
a la expedición de Caboto, pero no podrá citarse acto alguno posterior que
revele una política de acercamiento del autóctono hasta el milagro de la Cruz.
5 Siempre a condición de que la ciudad se mantenga en el tiempo, impo
niendo el orden a las masas indígenas. Y ésa fue la epopeya de Corrientes:
lo consiguió, no por el auxilio sistemado de los grupos españoles de fuera,
sino por la acción valiente de sus pobladores, en que se unieron las razas
vencedora y vencida bajo el signo de la Cruz.
6 La expedición fue respetable, como lo había sido la de 1585, encargada
de la fundación de Concepción del Bermejo. Pero el Adelantado no debía man
darla, sino el capitán Alonso de Vera y Aragón, como así fue. Ver texto de
la protesta del Adelantado en 28.III.15S8. El poderío fue respetable para con
quistar, no para colonizar y subsistir, como lo demuestran las medidas toma
das en las reuniones capitulares de 4 de abril de 1588 y siguientes.
7 Por eso, para vencer al poder de los payaguás que dominaban el río
frente al paraje Siete Corrientes, vino poderosa la expedición de Alonso de
Vera y Aragón. Las veintiocho balsas del texto aluden a una construcción
de piso plano, que se colocaba sobre dos canoas fuertes, en que venían hom
bres y pertrechos. Generalmente, sobre el piso que unía las canoas se cons
truía una casilla, para defender de las inclemencias del tiempo. De ahí que
fueran 28, pues no podían ser muy grandes. Se usaron por mucho tiempo,
en los siglos XVII y XVIII; las describen los Padres Jesuitas en sus cartas anuas.
Estas balsas no exigían el empleo de mucho hierro, clavos y planchuelas, que
tanto faltó a los conquistadores. El Adelantado viajaba independientemente en
cómodo bergantín, en el cual, instituida la ciudad, siguió viaje a Santa Fe y
Buenos Aires.
8 Esta partida enviada por tierra vino a las órdenes de Hernando Arias
de Saavedra, quien el 7 de abril de 1588 está en Corrientes, según una notifica
ción que el Cabildo le hizo. Ya el Adelantado había seguido viaje a Santa Fe.
De Asunción del Paraguay a Corrientes, con arreo de ganado y medidas defen
sivas del indio nómade del tránsito, no se debió tardar menos de tres meses,
y así lo expresa Hernandarias en una de sus divulgadas relación de servicios.
Hernandarias era un experto en estas travesías; ya antes, en 1583, había man
dado la expedición por tierra que llevó al ganado para la fundación de Concep
ción del Bermejo. Para llegar a las Siete Corrientes en 7 de abril, debió salir
de Asunción a fines de diciembre de 1587 o primeros días de enero de 1588.
9 Conclusión muy curiosa y no exacta. Ya hemos dicho que los guaraníes
no eran mansos, eran sedentarios, porque viven en una tierra y tienen la idea
de su propiedad. Sus formas sociales dependen de la tierra que ocupan. Ellos
ocupaban las lomas, o sean las formaciones arenosas y flojas del paraje, hoy
ejido agrícola de la ciudad de Corrientes. Y precisamente, para no ofenderlos,
Alonso de Vera y Aragón desembarca en el Arazatí, que es punto de tierra negra
y de bosque. La geografía es inseparable de la historia, y el drama humano
ocurre en la tierra.
170
"Los hechos se aclaran perfectamente cuando distinguimos el poblamiento
de la erección de una ciudad. El poblamiento, o sea la ocupación, el contralor
de recursos naturales, el hacer pie firme y hasta la elección del lugar para la
planta de la ciudad, lo hace el capitán Alonso; luego, meses o días después,
llega el Adelantado, hace el trazado en ceremonia solemne, levanta el rollo de
la justicia y establece el Cabildo. Esto es, funda la ciudad creando el núcleo
político o sea el común, el Cabildo, acto independiente de poblar el paraje; es el
espaldarazo que arma para la vida pública. Y ése es el alto merecimiento de
Juan Torres de Vera.
“ El acta prueba y describe la ceremonia de creación de la ciudad; es lo que
decimos. Hoy mismo, después de años de existir, las leyes dan a un vecindario
las formas del gobierno local y surge el municipio. El Adelantado, represen
tante del Rey, era quien podía erigir en ciudad a un vecindario en formación.
Queda lo de Ciudad de Vera. A este respecto remitimos al lector a lo expuesto
en el capítulo "Provincia de Vera”.
A pesar de ser numerosos los cronistas que afirman que la ciudad de
Vera se denominó así por el apellido del Adelantado, no aceptamos lo enunciado,
que carece de documentación. Si la Audiencia de la Plata le discutía el derecho
de dar mando a sus parientes dentro del cuarto grado, con más razón no le
permitiría dar su nombre a una fundación, lo que no hizo en toda América
adelantado alguno.
Cuando en 28 de marzo de 1588 labra el Adelantado su protesta ante el
proveído de la Audiencia Real de la Plata, dice que su sobrino, el capitán Alonso,
está poblando la ciudad de Vera. El enunciado corresponde a una referencia
geográfica que a nadie alarma en aquel acto, porque, en efecto, desde los tiem
pos de Alvar Núñez Cabeza de Vaca se denominó provincia de Vera a la exten
sión que quedaba entre el océano Atlántico y el eje fluvial Paraguay - Paraná.
Así consta en los mapas usados por el doctor E. S. Zeballos, como representante
argentino en el debate con el Brasil, por territorios de la vieja Misiones. Toda
esa enorme extensión no tenía ciudad que le sirviera de núcleo político - admi
nistrativo.
El nombre de provincia de Vera le fue asignado por Alvar Núñez al tomar
posesión de esas tierras en nombre del rey; trátase de un enunciado geográfico
que coincidió con el apellido del Adelantado.
12 Véase lo que tenemos dicho sobre el acta de fundación, de la que se
conocen actualmente tres textos completos.
13 El acta original no está en el archivo de la provincia. Ver lo que hemos
expuesto.
14 La ironía del autor prueba la pasión política que estaba en el fondo de
la polémica.
171
DOCUMENTOS DE FRAY JUAN NEPOMUCENO ALEGRE
(Corrientes, 1857)
'Archivo del doctor Juan Pujol, tomo VII, pág. 65 (ed. G. Kraft Ltda.,
Buenos Aires, 1911).
173
Puerto de la Columna, 16 de Enero de 1857.
Señor Escribano Público de Juzgados
don Juan F. Poissón
En esta misma mañana, y en este lugar del descubrimiento al pie
de la parte exterior de las ruinas del muro, encontré una flecha o saeta,
la que confirma más y más la invención del local positivo del triunfo de
nuestros primeros padres sobre los indígenas salvajes a virtud de la San
tísima Cruz que veneramos con el augusto título de este milagro.
Con el trabajo de todo este día queda este lugar más patentizado
para los fines que haya lugar, etc. Lo que participo a usted para que
se digne elevar a conocimiento del señor Juez.
Dios guarde a usted muchos años.
Fray Juan N. Alegre.
A C T A
174
vara de altura a una de profundidad bajo de tierra, siendo las paredes
construidas de piedra tosca cortada, de la [misma] de que está forma
da la barranca a la costa del río, habiendo hallado una gran porción de
fragmentos de loza, de tiestos de barro que por su material exclusivo
se reconoce ser trabajado en el Paraguay, donde hasta hoy se conserva
por los indios guaraníes la costumbre de elaborar del mismo material
y forma de los tiestos, cuyos fragmentos en gran cantidad reconocimos,
y una estacada de palo a pique de cincuenta varas castellanas de lon
gitud en dirección de sud a norte trabajada i dispuesta del mismo mo
do que consta, que lo hacían los primitivos españoles al tomar posesión
de estos lugares, como se ve también comprobado en las trincheras de
las guardias o fortines de la vecina República Paraguaya, donde hasta
hoy se conserva en esto la costumbre primitiva. — Hecho un examen
prolijo de lo que dejamos referido, considerada la historia que conser
vamos : que “algunos españoles a cargo de don Alonso de Vera el Tupí,
sobrino de don Juan Torre de Vera y Aragón, bajaron desde el Paraguay
para principiar una Ciudad en la costa Oriental del Paraná, como lo efec
tuaron, poniendo los fundamentos de ella a la altura de 27° 43' y 318° y
57' de longitud según las observaciones del Padre José Quiroga, denomi
nándola San Juan de Vera de las Siete Corrientes. — La llamaron San
Juan por ser éste el precursor de Jesucristo, de Vera por el apelativo
del comisionado y de las Siete Corrientes por otras tantas en que parece
dividirse el río. — Habiendo los primeros españoles tomado posesión
del sitio, eligieron el Sacrosanto madero de la Cruz en paraje algo dis
tante del fuerte, que levantaron para reparo contra los infieles" (Historia
antigua y moderna del río de la Plata, ilustrada con notas y disertacio
nes por Pedro de Angelis, § XII). Corroborada la autoridad histórica
por una información levantada en esta Ciudad de San Juan de Vera, el
año del Señor 1713, a petición del mayordomo, en aquella fecha, de la
Santa Cruz del Milagro, Sargento Mayor don Fernando de Alarcón, y
tomada por el señor Ministro don Tomás de Salazar, Cura propio de na
turales de la Parroquia de San Roque de la Ciudad de Santa Fe, y Juez
Eclesiástico de ésta, con objeto de esclarecer los milagros obrados por
la Santa Cruz, presentó un interrogatorio, cuya segunda pregunta es del
tenor siguiente: "Digan si saben o han oído decir, que abiendo venido
los' españoles cristianos al descubrimiento, conquista y pacificación de
estas Provincias, se situaron en el mismo paraje donde hoy está la Ca
pilla de la Santa Cruz, por ser tan corto su número que no pasó de vein
tiocho soldados con su cabo, y el del enemigo infiel superior, que pasaba
de seis mil; levantaron para su defensa un fortín de palenque y rama
donde estuvieron atrincherados, anteponiendo la fábrica de dicha Santa
Cruz, de madera, enarbolándola en frente de la portada a la parte de
afuera, en que fijaron la esperanza de sus victorias”, y a la vez los testi
gos: 1°) El Capitán don Gregorio Rojas, vecino de esta Ciudad y uno de
los firmantes de ella, edad 50 años, quien satisfizo a la segunda pregunta
del interrogatorio diciendo “que sabe por noticias que le han dado sus
antepasados y personas que han conocido de mucha edad que cuando
los españoles cristianos vinieron a descubrir esta tierra, fue tanta la mul
titud de indios infieles que los acosaron, que se vio obligada una partida
de veintiocho hombres con su cabo a levantar una trinchera que les ser
vía de guarnición, y que pusieron una Cruz fuera de ella, y que luego
fueron sitiados de dichos enemigos”. — 2°) El Capitán don Juan Díaz
Moreno, vecino de esta Ciudad, edad sesenta años, que dijo “que sabe
por noticias que están difundidas por todo el reino, que habiendo venido
al descubrimiento de estas Provincias y queriendo poblar este hemisfe
rio los españoles cristianos, se situaron en el mismo paraje donde hoy
está la Capilla de la Santa Cruz y que levantaron una fortaleza, cual su
posibilidad y tiempo les permitió, y que antes de entrar en ésta, fabri
caron una cruz de madera y la fijaron frente a la puerta como a un tiro
de escopeta”. — 3º) El testigo Sargento Mayor don Pedro Mareira, vecino
175
feudatario de esta Ciudad, edad noventa y ocho años, que respondió
“que sabe por noticias que le dieron sus padres y antepasados: como
habiendo venido a pacificar estas tierras los primeros españoles cristia
nos, hicieron mansión en el mismo paraje donde está hoy la Capilla de
la Santa Cruz del Milagro, y viéndose acosados del enemigo infiel, hicie
ron para su defensa un fuerte pequeño de estaca y ramas, poniendo an
te todas las cosas la Santa Cruz, a la parte de afuera como afianzando
su mayor escudo en ella”. — 4°) El Capitán don Gaspar Fernández, ve
cino y natural de esta Ciudad, edad cincuenta y ocho años, quien con
testó “que tiene noticia de los hombres de mucha edad que ha conocido,
que la Cruz la fabricaron los primeros pobladores de estas tierras antes
que levantasen el fortín”. — 5°) y último testigo el Sargento Mayor don
Alejandro Gómez de Meza, vecino encomendero de esta Ciudad, edad
cuarenta y cuatro años, que satisfizo el interrogatorio diciendo “que sa
be por noticias memorables que habiendo venido los españoles a descu
brir y pacificar estas tierras, hicieron mansión en el mismo paraje donde
hoy está la Capilla de la Santa Cruz, y viéndose cercados de los muchos
indios infieles, formaron para su defensa un fuerte pequeño, levantando
primero la Santa Cruz”.
Consta, pues, de lo expuesto que a inmediaciones de la Cruz estuvo
el fuerte construido por los primeros españoles. Averigüemos hacia qué
punto debieron éstos levantar el baluarte para su defensa. Felizmente
existe, para punto de partida, una columna de orden compuesto construi
da en conmemoración de la Hermita, donde se prestaron las primeras
adoraciones al Sacrosanto madero de los Milagros, colocada al este de
la orilla, a una distancia de ésta de doscientas cincuenta varas castellanas.
Se ve claramente que las aguas del “Paaranamá” (pariente del mar),
o sea del Paraná, formaron en este puerto de Arazaty (Monte de guaya
ba) un gran seno donde probablemente desembarcaron los españoles, no
sólo para abrigo de sus embarcaciones, sino que también siendo la ba
rranca en este sitio de una altura dominante, eligieron este lugar para
su resguardo personal.
¿Hacia qué dirección del punto de partida tomado pudieron los pri
meros españoles construir su fortificación y estacada? Sólo al oeste,
hacia la orilla del Paraná; porque siendo tan reducido el número de nues
tros primeros padres en ésta, y tan numerosas las nómadas tribus infie
les que corrían por estos sitios, debieron buscar y elegir un punto que
les facilitase la retirada en caso necesario y que le pusieran en contacto
con sus naves, como es este puerto del Arazaty. Por otra parte, sabido
es el hecho histórico, confirmado por la tradición y corroborado por al
gunos opúsculos históricos inéditos todavía, que las tribus indígenas al
observar que los primeros conquistadores salían de su fortificación a
ciertas horas, que se prosternaban al pie de la Cruz, y que sostenían con
estas tribus en número de más de seis mil combatientes una pelea en
carnizada, resistiendo por ocho días el empuje de la numerosa fuerza
que los acometía, creyeron que la Cruz era el talismán o hechizo que for
tificaba a los españoles y los hacía invencibles e inmortales. Los indí
genas llenos de furor estrechan el asedio del fuerte, se posesionan del
madero Santo e intentan quemarlo repetidas veces. La Cruz fue imper
meable al fuego y los esfuerzos de los indígenas se frustraron. Entonces
los poderosos caciques guaraníes Canindeyú (Agua perdida), Payaguarí
(Agua de los payaguaes), Aguará Coembá (Zorro de la madrugada), Mboipé
(Víbora chata) y otros, al frente de sus valientes y esforzadas huestes,
hacen la paz con los conquistadores, y diciendo que un poder sobrena
tural obraba en esto, y que protegía a los españoles dándoles una cons
tancia, esfuerzo y valor sobrehumanos, reconocen una influencia divina
y confiesan al Dios de los Cristianos. La Cruz construida por los pri
meros españoles, fue venerada en la Hermita que se la edificó en el sitio
inmediato a el que estuvo el fuerte; se trasladó al Templo donde hoy
existe el diez de Marzo de 1730 y se reedificó éste el tres de Mayo de 1808.
176
Si el fuerte hubiera sido construido en cualquier otra dirección de
la columna, que la que dejamos dicha, habría sido levantado tierra aden
tro y entonces ¿cómo habrían podido resistir los primeros españoles en
número de veintiocho a las huestes salvajes que los acometieron? ¿Có
mo, habrían podido sostenerse asediados por ocho días? ¿Que dificul
tad habrían encontrado los indígenas para posesionarse del fuerte, como
lo habían conseguido de la Cruz? Sólo posesionados de un punto tan
ventajoso como el del puerto de Arazaty, pudieron hacer tan heroica re
sistencia y alcanzar una victoria tan gloriosa como la que consiguieron
el día tres de Abril del año del Señor de 1588.
En vista del examen prolijo de las ruinas subterráneas, en la ba
rranca del Puerto de la Columna o Arazaty, en vista de los objetos aquí
encontrados, en vista de los poderosos razonamientos que dejamos indi
cados y de que no hay tradición, ni recuerdo alguno de que en este lu
gar haya habido posesión alguna, creemos y aseguramos que éste es el
lugar del portentoso milagro de la santísima Cruz; que este muro y es
tacada son los que sirvieron de defensa a los primeros conquistadores,
y son el baluarte de la gloriosa victoria que nuestros padres consiguie
ron de las nómadas tribus salvajes, poblando éstas luego el sitio reco
nocido bajo el nombre de Nuestra Señora la Limpia Concepción de Ytatí.
Cumpliendo con lo mandado por el Superior Gobierno en su nota
precitada, y siendo firmes nuestras creencias en lo que dejamos relata
do, protestamos a la faz del universo que es la verdad la que [dejamos]
expuesta sobre este nuevo y portentoso descubrimiento; y en fe de ello
firmamos la presente acta con nuestro puño y letra ante el Escribano
Público y de Juzgados, don Juan Francisco Poissón, en este Puerto de
Arazaty, a diez y ocho días del mes de Enero del año del Señor de mil
ochocientos cincuenta y siete.
Matías Antonio Carreras.
José María Rolán, Delegado Eclesiástico.
Fray Juan N. Alegre — Tomás Dulgeón — Francisco de Paula Rolón
Nicolás Grosso — Sebastián Alegre — Narciso Soloaga
Estanislao Fernández — Mariano L. Camelino — José Fournier
Roberto G. Billinghurst — Claudio Rolón — Adrián López
Pedro Vedoya — José Caballero — Amado Bompland
Rafael Gallino — José de los S. Vargas — José I. Rolón
Martín Blanco — Benito Alva — Gabriel Esquer
Feliciano López — Zacarías Sánchez Negrete — Francisco Suárez
177
RECUERDOS HISTÓRICOS SOBRE LA FUNDACIÓN
DE CORRIENTES EN SU TERCER CENTENARIO
por el doctor Ramón Contreras
179
las otras islas, y de éstas al continente que borda ese mar, verdadera
mente digno de ese nombre. Pues, todo lo que hay más acá del re
ferido estrecho, se parece a un puerto de entrada angosta, mientras que
el resto es un verdadero mar, lo mismo que la tierra que lo rodea tiene
en todo concepto el derecho de ser llamada un Continente. Pues en
esa
isla ‘Atlántida’ había ‘reyes’ que habían fundado una grande y maravillosa
potencia... Pero en los tiempos que siguieron, tuvieron lugar grandes
temblores de tierra, inundaciones y en un día, en un solo instante fatal,
todo lo que allí había... fue sepultado simultáneamente en la tierra hen
dida. La isla 'Atlántida' desapareció bajo el mar; y es por eso que hoy
no se puede ni recorrer ni explotar ese mar, encontrando la navegación
un insuperable obstáculo en la cantidad de cieno que la isla había de
positado al hundirse al abismo...”
La visión platónica envolvía la idea fundamental de la existencia
de “un continente” al otro lado del océano Atlántico, lo demás, era tal
vez las formas indecisas y vagas de un conocimiento imperfecto que bus
caba su repleción en el seno de una concepción mitológica acomodada
a su época.
Cristóforo comprobó esa visión y descubrió ese continente más de
XVIII siglos después. Era América, descubierta el viernes 12 de octu
bre de 1492.
Por lo demás, hasta la nación poderosa de “Atlán” de donde deriva
la "Atlántida”, denominación de los hijos de esa nación, son noticias pla
tónicas, que después del descubrimiento de América, tienen una impor
tancia histórica y etnográfica.
En efecto, al Norte de California, a la latitud próximamente de las
Columnas de Hércules en siglos remotos tuvo su asiento primitivo el pue
blo llamado Aztlán. Él abandonó esa región en 1160, y por medio de una
emigración lenta que fue asentándose sucesivamente en “Tenochtitlán”,
en la cordillera de "Toluca”, llegando a ella por el lado de Tula, en Zum-
pango, en las lomas de "Tepeyucac”, en "Chapoltepec”, en “Acocolco”, en
"Mexicalcingo”, en “Iztacalco”, por fin en el país de “Anáhuac” en 1325,
en donde levantaron la gran ciudad de Tenochtitlán, que llegó a ser la
corte del vasto imperio mejicano que conquistó Hernán Cortés, uno de
los de la pléyade ilustre de los habitantes de las Columnas de Hércules
o del país de “Gadir” (Gades), a quienes abrió camino el inmortal Cris
tóforo Colombo.
Causa maravilla esa recitación platónica acerca de la palabra “Atlán
tida” por su conformidad a la historia de la "Aztlán”, región Americana.
¿Tenían los sacerdotes egipcios de Sais noticias de la existencia de
“Aztlán” para elaborar la leyenda que sobre ella transmitieron a Solón,
según se dice en Critias y en Timeo?
El “Zumpango” de los Aztlán ¿fue vagamente conocido por Ptolomeo
y Marco Polo sobre cuyos datos habla del “Cipango” o “Zipangui” Pablo
Toscanelli en su mapa y carta remitidas en 1474 a Colón?
La comarca americana de “Tula” en que se poblaron también los
aztecas, ¿no habrá llegado como un rumor lejanísimo, a la ciencia geo
gráfica de los griegos de modo que Ptolomeo la citará con el nombre de
“Thule”, aunque dándole una posición muy diversa y hacia la isla actual
llamada “Iceland”? Colón en sus primeras navegaciones llegó en 1477 a
la isla “Tile” o “Tule”.
Sea de ello lo que fuere, sean o no esos datos antiquísimos primeras
adivinaciones del espíritu, fijémonos que en Critias la capital de la Atlán
tida era inmensamente rica. “Tal era la inmensidad de las riquezas —dice
Platón— que ninguna casa real no las ha poseído en mayor cantidad y
no las poseerá jamás. Todo lo que la ciudad y el país podían propor
cionar, sus reyes lo tenían a su disposición. Muchas cosas eran impor
tadas gracias a su poder, pero la Atlántida producía casi todo lo más
necesario a la vida; y desde luego, los metales o sólidos o fusibles y aun
aquel cuyo solo nombre conocemos, pero existía allí en realidad extra-
180
yéndolo de mil lugares, el oricalco, entonces el más precioso de los me
tales después del oro.”
El hecho es que los españoles con Hernán Cortés encontraron (1519
y 1520) en México o el país de los antiguos de “Aztlán”, una riqueza ex
trema en metales preciosos y un fausto y grandeza en su corte que los
llenaron de admiración.
Las maravillosas riquezas de "Cipango” según las descripciones de
Marco Polo y Toscanelli, eran el ideal en cuya busca Colón, después de
descubrir América, vagaba de isla en isla por descubrir, como los espa
ñoles buscaron en el Río de la Plata las riquezas fantásticas del país de
"Trapalanda” o de los “Césares”, como los antiguos se extasiaban en ima
ginarse las riquezas del país de “Ofir” de tradición Salomónica referente
al templo que levantó al único Dios.
Dejemos a un lado otros detalles de Cridas sobre la Atlántida, co
mo aquel de los “diez” soberanos primitivos de ese país y que serían
anacrónicos con los de Tenochtitlán o México que fueron “diez” hasta
Quauhtemostsín ("Guatimoczín”, hispánicamente). Concluyamos.
La América tiene una génesis sublime en la idea. Su luz de antemano
brilló en la adivinación platónica; su civilización, en los inmortales prin
cipios cristianos; su realidad, en las inspiraciones de Colón.
La trinidad, como ecuación más profunda de toda idealidad, se for
mula para América en Cridas, que la vislumbra; en Cristo, que prepara
sus poderes; en Cristóforo, que la busca.
Su gloria, formulada así en las regiones luminosas del espíritu, Co
lón el 2 de agosto de 1492 se lanza en tres carabelas, la “Santa María”,
"La Pinta” y “La Niña", para ir a encontrar a América en la isla “Gua-
nahaní” de los Guaraníes y saludar allí postrado con los suyos, a la virgen
de la Atlántida, al ángel evangélico de las repúblicas futuras.
Hoy celebramos la fundación tricéntenaria de Corrientes, ciudad ame
ricana, justo es religar sus glorias a las purísimas de América; y al re
cordar que ella tuvo su planta entre guaraníes, conmemorar al primer
cacique “Guacanaharí” y de raza guaranítica a quien Colón dio el abrazo
inmortal en nombre de Europa al Nuevo Mundo.
II — EL RÍO DE LA PLATA
Y LAS SIETE CORRIENTES
183
de Guácaras”. Allí como un gran lago de plata el Paraná se esparce en
más de cuatro millas de ancho, que nos trae a la imaginación el símil con
la extensión argéntea de las plácidas concepciones de Platón: allí, ante
esa “trinidad” de bocas, siéntese fogosa vida de la naturaleza en su ve
getación, en su ambiente y en su clima, recordándonos aquel animado
entusiasmo de Colón ante el calor de sus visiones inspiradas de América.
Más abajo de esas “tres” bocas de arriba y de las tres bocas de re
gión inferior y en las de esas “siete” corrientes, levantóse un día una
Cruz, símbolo místico de esos números, en sentido de significaciones teo
lógicas y bíblicas; más tarde alzóse cerca de esas tres bocas y de esas
siete corrientes, una ciudad que adora esa Cruz en que Cristo simbolizado
atrae a sí de una parte el genio de Sócrates y Platón por el lado de la
unidad y trinidad divinas; y reata a sí el espíritu de Colón por el lado de
la unidad y de la caridad de y a las naciones desconocidas que soñaba
descubrir en las tierras en cuya busca vagó de corte en corte y se atrevió
a todos los peligros del Océano Atlántico en tres débiles barquillas, una
sola de ellas cerrada y con puente.
La gran isla a cuya espalda corre el “Riacho Guácaras”, brazo del
Paraná, está cortada por tres delgados canales que ponen en comunica
ciones ese Riacho con el canal principal del Paraná; y en la extremidad
Sud - Oeste de toda la isla, dividida en cinco porciones por esos pequeños
canales, se ven otras tres bocas: la de ese Riacho, la de dos canales in
tersecantes de la isla reunidos en uno, y la del canal principal.
En seguida de esa isla, bajando el río frente a la boca del Río Ancho,
otro nuevo mar de plata en los días claros y serenos, más ancho que el
anterior. Allí sus corrientes se precipitan divididas a pasar por entre
las dos costas del Chaco y de Corrientes y las tres islas ‘‘Antequera”, del
“Medio” y “Meza” formando el riacho de Antequera sobre el Chaco y
otros tres canales principales cuyas tres bocas desde la ciudad actual de
Corrientes se ven al través de una ensenada pintoresca. En el riacho
Antequera depositan sus corrientes el "Yné” y otro arroyo. La isla An
tequera al S. O. está dividida por un canal estrecho.
Frente a Corrientes, y en seguida de esa isla, el Paraná concentra
sus aguas y sólo desprende un brazo por tras de una islita o banco de
arena, que es el arroyo “Barranqueras” que contornea por la parte del
Chaco la gran isla de ese nombre cortada al N. E. por un pequeño canal.
El otro brazo principal se subdivide más abajo en tres, para encerrar dos
islas, llamada una del “Riachuelo”, para reunirse más abajo dos de esos
brazos y formar el canal que pasa por frente el delta del “Riachuelo” que
por dos canales cae por la izquierda al Paraná, mientras el tercero se
reúne con el arroyo Barranqueras para con él formar el canal de “La
Palomera”.
Hé ahí la pequeña región encantadora, con su laberinto de corrien
tes, ríos y canales, con sus bosques y grutas naturales de grandes árbo
les y lianas que los entrelazan y tejen, y con su verdor imperecedero en
todas las estaciones, en cuyo medio levantó la hispana raza en 1588 una
ciudad con la especialidad de una "Cruz” por símbolo expreso de distin
ción, y cuyo III centenario hoy comenzamos a celebrar.
Una región con esas siete corrientes de distinto origen, dentro de
un tan pequeño espacio, de la parte del Chaco, no se reproduce en todo el
Paraná, desde Corrientes hasta el Río de la Plata: sólo un símil de ese
accidente se ve cerca de "Santa - fe de la Vera Cruz”, fundado por Garay
en 1575 en el Gobierno del III Adelantado Ortiz de Zárate. Desde más
abajo de Corrientes en toda la vasta zona anegadiza del Chaco, hasta Co-
ronda, el carácter del Paraná es proyectar brazos innumerables, que se
alejan atrevida y caprichosamente, que se entrelazan y forman redes
asombrosas y encantadoras, aprisionando un mundo de islas inmensas y
pequeñas. El gran Océano no es más admirable con su pintoresca Poli
nesia, que esa región del Paraná frente a Bella Vista, Goya, y en parte
de la Provincia de Santa Fe. Ésa es la Polinesia paranaense.
184
Desde más abajo del "Diamante” en la parte de Entre Ríos hasta
el Plata, otro es el carácter del Paraná, en esa región baja. Infinitos,
hermosísimos canales, al través de tierras anegadizas y bajas como cu
biertas de doradas mieses, casi sin bosques, o con sauzales uniformes
como si fueran deformes y visibles líquenes que tapizan el fondo del
Océano. Eso nos recuerda el carácter de las regiones bañadas por el Nilo
en sus crecidas. Es la Saida paranaense del Plata.
En todas esas regiones bajas faltan las tres bocas caudalosas pare
cidas a las del Paraná y Paraguay. Las del Gualeguay, Nogoyá, el Salado,
el Saladillo, etc., en sus juntas no ofrecen el espectáculo grandioso que
el que ofrece la pequeña región de las “siete corrientes”.
185
y el “Barrancas”. Afluentes principales del Corrientes son, además de
los Bateles por el O., el “Paí-Ubre”, el "Cuenca”, el “Villanueva”, el “Molle”
y los “María grande y chico” al E., etc. Afluentes del “Barrancas”, los
arroyos “Pelado”, el “Chañar”, el “Espinillo”, el "Tigre”, el “Ánimas", el
“Sauce”, y el "Ávalos” lo es del “Sarandy”.
El segundo gran sistema tiene por centro la “Maloya” al que se li
gan los grupos formados 1º por los esteros “San Lorenzo”, "Santa Lucía”,
el “San Miguel”, el "Estero Malo” y de cuyo grupo nace el río “Santa
Lucía” que corre al Paraná; el formado 2° por otra serie de esteros y
terrenos anegables que acaban en la cañada del "Tabaco” y de que nacen
los arroyos “San Ambrosio” y el “San Lorenzo”. Los arroyos “Empe
drado”, el “Riachuelo”, el "Riachuelito”, etc., provienen del centro de
ese sistema.
El tercer sistema principal tiene su alma en el bañado inmenso del
“Ybybaí” que a pesar de desaguarse al Yberá por numerosos pequeños
brazos o bañaditos da su tesoro principal de aguas al río “Miriñay” y su
pliendo con el excedente, así como al Yberá, también al "Aguapey”, el
cual se surte al E. de los esteros y cañadas de “Santa Rosa”, “San Isi
dro”, “Tunitas”, “Concepción”, “Profunda”, "Sarandy”, etc.
El "Miriñay” se liga con el Ibabaí por los pantanos y cañadas de
“Cambá-trapo”, "Picada”, “Cambyretá”, "Cuñacuruzú”, "Manocué”, "Hi-
nojito”, "Pirityguazú”, “Pirityminí”, “Aguaracuá”, “Yarebú”, “Quiyatí”, “My-
rungá”, etc., y tiene por afluentes a su izquierda el arroyo “Ayuí”, y a su
derecha el "Yuquerí” que recibe a su vez el "Ayuí - chuco”, el "Curupicay”,
el “Aguaceros”, el “Yaguary” con el "Ombú”, el “Vacacuá”, el "Pairirí”, el
"Curuzúcuatiá” con el "Cardoso”, etc.
Aparte de los anegadizos del Paraná como el "Costabrava” entre Goya
y Guayquiraró y el entre Bell_a Vista hasta la extremidad del Rincón de
Ceballos después de la orzada ’del "Simbolar”, hay algunos núcleos sueltos
de bañados e innumerables lagunas que como dispersos asterismos de
aguas brillantes y límpidas, en todas partes tachonan el suelo correntino.
Todos esos sistemas palúdicos y los ríos principales que los desa
guan, tienen por ley general de proyección desde el Norte a Sud, con
tendencia al Sud - Oeste.
Por supuesto que además de los ríos citados hay innumerables otros
de segundo y tercer orden, que son afluentes unos de otros y que lo son
del Uruguay o del Paraná, v. gr. en la costa de éste, entre Empedrado
y Corrientes, los arroyos “Largo”, de "Soto”, “Ahómá” (tal vez “Ohomá”),
“Peguahó”, “Sombrerito”, “Sombrero”, y "Castillo” antes del Riachuelo.
Tal es próximamente el aspecto general de la hidrografía de este
territorio. Ese rasgo hidrográfico la distingue especialmente de los otros
territorios argentinos.
Corrientes por sus ácueas zonas de vastas extensiones dispersas por
todas partes, brilla en su atmósfera casi ecuatorial, como un fantástico
reflector. Entre tantas aguas límpidas o que suaves se deslizan en pau
latinas corrientes por debajo de plantas acuáticas que en sus esteros for
man embalsados y alfombras flotantes de variada vegetación con flores
de camalotes, nenúfares y Victorias Reginas (“yrupé”), o por entre espa
dañas y juncos flexibles y virídeos en sus cañadas, Corrientes se presenta
a la imaginación o como la Babilonia Mesopotámica con el laberinto de
canales de Semíramis, o como Venecia por sus inmensas lagunas, o como
el Tenochtitlán de Moctezuma por sus calles y arrabales de agua, en que
muchos de los de Cortés perecieron; por sus embalsados dilatados, como
esas capas herbáceas flotantes de previsión platónica en cientos de leguas
cuadradas sobre el Océano Atlántico que cerraban el paso a las quillas
de los buques de Colón entre los días 14 a 18 de Setiembre de 1492, en
su primer viaje.
En medio de la gran cantidad de vapor de sus masas de agua que
refrigeran su ambiente y le da copiosos fecundantes rocíos, Corrientes,
envuelta en su atmósfera vaporosa, pluviosa en sus estaciones medias y
186
a veces en el verano, se parece con sus tierras anegadas a una Holanda:
se parece, a lo lejos, como una nítida nebulosa en el cielo espléndido de
las regiones del Plata; por dentro, a un Paraíso animado y bullicioso.
Allí bajo un clima suavemente tibio, con días de heladas superfi
ciales en invierno, y con una temperatura que no pasa de 36 a 38 grados
en verano, refrescada por corrientes frecuentes del Sud, encierra una ve
getación lujuriosa sin ser tropical, en bosques, sotos y vegas llenos de
“azucenas” (arbustos llamados así), arrayanes, “cascos romanos” (flor de
una planta parásita) y bambúes (“tacuara”); de palmeras (“yataí”, "ca
randay”), de muchos árboles de las clases de plantas lauríneas, legumi
nosas, rosáceas y otras que dan maderas excelentes y frutos deliciosos;
del árbol de sangre y del famoso “samuú” que de sus grandes vainas de
rrama flocones sedosos de fibras textiles. (Véase mi “Informe” sobre la
provincia de Corrientes en la Exposición de Córdoba.)
Allí, en la espesura, en el ramaje y fronda de los árboles, en los
prados, y en las ondas de las aguas, viven desde el jaguar ("yaguareté”),
la anta (tapyí o mboreby), el pécar o el jabalí (taytetú, “tayazú-eté") y
el “carpincho” (“capiybará”), hasta los ciervos, el hormiguero, el zorro
y diferentes especies de “tatú”; desde el águila y el avestruz (“ñandú”),
las aves acuáticas que hormiguean en todas partes, hasta la perdiz, el
"picaflor”, innumerables gorriones muchos de especies vistosas, calandrias
de hermosas melodías y los "chochí” de fúnebres cantos en la noche;
desde los caimanes (“yacaré”) y boas, hasta los insectos luminosos que
en enjambres portentosos cubren de luz los esteros en fatídicas noches
del verano; desde los monos aulladores ("carayá”) hasta los papagayos,
loros, “arás” y cotorras vocingleros, al lado de los batracios atronadores,
de la cigarra (“ñakyrá”) y de otros insectos que pueblan los aires con
ruidos vibrantes al frote de sus élitros y otros órganos.
Allí, en medio de esa naturaleza rumorosa y de agreste animación,
vivía quizá feliz toda una raza de hombres, fuera de sus rabias pasajeras
con otras fronterizas. Allí esa raza, deslizando su existencia al través
de innumerables siglos tal vez, vivía contenta antes de la invasión his
pánica, sin más cuidados que saborear con gula grosera los productos
de su caza y pesca, abundantes en ese territorio, y sin más afán que re
coger los frutos de su incipiente agricultura.
Esa raza era étnicamente de los Guaraníes. Permítome llamarla
“aborígena”, y no llamarla “indígena” simplemente. Todos los que na
cemos aquí somos indígenas naturales, descendientes de un pueblo euro
peo recientemente trasplantado; pero aquellos hombres, como no se ha
llaron en esas condiciones, los distingo con el nombre de aborígenas.
No sé si serán autóctonos, como se da en decir hoy.
Los guaraníes del territorio después correntino, formaban distintos
pueblos con denominaciones y dialectos diferentes sin dejar de tener
en el fondo de éstos una lengua madre, común a todos. Cada pueblo
estaba dividido en muchas tribus, con apelaciones propias. Cada tribu
tenía un cacique, con autoridad patriarcal; cada pueblo, uno o más ca
ciques, con una autoridad morigerada, no sé cómo, si por el consejo de
algunos constituidos como juntas deliberantes o consultivas, o por leyes
no escritas, de tradición oral y apoyada en algún origen venerado que
les sirvieran de sanción. Lo que sé es que esa autoridad no era despó
tica, que el despotismo era enteramente desconocido antes de la inva
sión europea entre los pueblos errantes de la América. En los pueblos
sedentarios y fijos como los Imperios de México y Perú, el despotismo
político del Asia y Europa de antes de la era cristiana, era también
desconocido.
Tal era la constitución social y jurídica de los pueblos Guaraníes,
en el Río de la Plata. Cierto es que de todas esas cosas poco o nada se
ocuparon al principio los españoles más que de satisfacer su hambre
de batallas, riquezas y territorios para su rey, hasta que los Jesuitas em
pezaron a escribir; pero nada es más cierto que en todos esos cuentos
187
pacíficos o sangrientos entre españoles y aborígenas, en las costas del
Brasil, como en las del Plata y Paraguay, siempre ha aparecido un cacique
rodeado de otros, un cacique que consulta a otros, un pueblo y muche
dumbre que obraban sin una sujeción a un déspota.
Los cronistas españoles, poco prolijos respecto de este territorio,
casi nada dijeron y apenas muy de paso señalaron los nombres de al
gunos de los pueblos Guaraníes que lo habitaron. Según ellos, hubieron
en el centro por el Yberá, un pueblo de guaraníes “Caracará” que exis
tieron también cerca del fuerte o torre de Caboto y de Corpus Christi
de Mendoza; otro numeroso de "Tapes” entre el Paraná, Ibera y hacia
el actual Río Grande del Sud; otro de “Yaró" y “Charrúa” sobre el Uru
guay, entre Aguapey, Miriñay y el Corrientes, - extendiéndose hacia la
actual República del Uruguay y la Provincia de Entre Ríos. Entre río
Corrientes, Paraná, el Santa Lucía y en lo que es hoy los Departamentos
de Lavalle, Bella Vista, San Roque y Saladas, parece que existieron mez
clados pueblos guaraníes con otros procedentes del Chaco y aun de
"Calchaquí” llamados Ghaguayasque, Vilela, Chiquí, Frentones, "Mocoví”,
“Tobá”, “Abipón”, etc. Por la costa del Paraná, en los Departamentos
hoy de San Cosme e Itatí, parece que se enseñoreaban los "Agaces”, los
“Guaicurú” y los “Pavaguá”. Por esta parte de la ciudad había nume
rosas tribus guaraníes a quienes el doctor Mantilla (en Las Cadenas, núm.
537) da una denominación general como al territorio de la fundación de
Corrientes, la de “Guairaná”, y les da “procedencia guaireña”, es decir
de la “Guairá”, región del Paraná superior, después del gran salto de
“Maracavú”. Esa procedencia no parece verosímil hasta la fundación de
Corrientes.
En la Guairá Irala mandó fundar en 1554 con el capitán García
Rodríguez de Bergara y 60 españoles, la villa de “Ontiveros” a una legua
de dicho salto, después de haber protegido a los Guaraníes de esa comarca
contra los Tupíes (“Tupí”, de raza guaranítica también). Irala en 1554
mandó fundar a tres leguas de Ontiveros, “Ciudad Real”, por medio
del capitán Ruiz Díaz Melgarejo y 100 soldados escogidos, sobre el
Paraná a la boca del Pequerí, después de otra notable campaña contra
los Tupí. En 1575 se encomendó al viejo y notable capitán Melgarejo,
ya citado, la fundación de "Villa Rica del Espíritu Santo”. Los jesuitas
habían formado también 13 pueblos con toda esa población dulce y
agrícola de Guaraníes de la Guairá. No es creíble que en tales condi
ciones ella hubiese emigrado de esas comarcas, hacia la de Corrientes.
Recién, hostigadas y arruinadas la mayor parte de esas fundaciones por
los Tupí o por los Mamelucos de San Pablo, en 1631 se hizo la primera
emigración de 12.000 guaraníes en 700 canoas con el jesuíta Montoya a
la cabeza, bajando el Paraná hasta el territorio nacional actual de Mi
siones sobre el territorio de los Tape. Pero entonces Corrientes estaba
fundada. Las villas de Ontiveros, Ciudad Real, Villa Rica del Espíritu
Santo y Jerez quedaban todavía en pie hasta después de 1674 a 1676 en
que desaparecieron por falta de defensa por los españoles contra los
Mamelucos. Hay probablemente un error en suponerse guaraníes de
“Guairá”, poblados en el sitio de Corrientes a su fundación.
Volviendo a los guaraníes que habitaron el territorio correntino
antes y aun después de esa fundación, en seguida de sus correrías limi
tadas para la caza, se reducían en tolderías sedentarias para recoger los
frutos de mandioca, maní y tal vez algodón, de sus pequeños cultivos.
Vivían desnudos los varones y las mujeres con un paño de tela
de algodón desde la cintura a las rodillas, como los charrúas, los que-
randíes, los timbúes, los caracaraes, y éstos de la costa de Santa Fe
tenían unas piedritas en la base horadada de la nariz, según Schmidel.
Tuvieron por utensilios la calabaza, objetos cerámicos del barro
“ñaú” con pintas de “tobatí” y de ocres rojos y anaranjados de las
costas del Paraná. Sus armas eran las flechas con el arco, las picas
con espinas de pescado o de “urundey” aguzado y endurecido al fuego,
188
etc. Parece que no conocían el envenenamiento de las flechas a la
usanza de los Diaguitas (en la hoy Provincia Rioja), Alto Paraguay
y pueblos Calchaquí: secreto, quizá, obtenido de la ciencia de los Peruanos.
He ahí los pueblos guaraníes a cuya vista se iban a abrir los
cimientos de la ciudad de Corrientes y tremolar el pendón glorioso de
Colón.
IV — LA CRUZ Y LA CIVILIZACIÓN
189
"Se mezclaba con sus meditaciones un profundo sentimiento religioso,
que las matizaba a veces de superstición, pero de una superstición gran
diosa y sublime, mirándose como instrumento del cielo, escogido entre
los hombres y las generaciones’’ (Wáshington Irving).
Es así corno lo dicho explica por qué ese Cruzado moderno plantó
una Cruz y un altar en Guanahaní en el primer día de pisar en esa isla;
por qué la Cruz seguía a Hernán Cortés de México y se glorificaba con la
fundación de "Villa Rica de la Vera Cruz’’ en 1519, primera ciudad his
pana en ese Imperio americano; por qué la Cruz se mostraba a Atahualpa
delante de las espadas de Pizarro; por qué la Cruz se enarbolaba en todo
pueblo que se fundaba.
Así también había sucedido en la fundación de Corrientes.
Parece indudable que antes de llegar de la Asunción el Adelantado
Juan de Torres de Vera y Aragón con el grueso de la expedición para fun
dar en estos parajes la ciudad que meditaba, había despachado por de
lante un destacamento pequeño de soldados, para hacer descubiertas y
exploraciones para fines útiles a la expedición próxima a llegar.
Eso se deduce claramente de los hechos que paso a narrar, y cuyo
conocimiento hemos tomado de las fuentes históricas que iremos citando.
Un puñado de soldados españoles se desembarcaron en Marzo de
1588 (Martín de Moussy, Descrip. géogr. et statistiq. de la Conféd. Argent.,
tom. III, libro I, caps. III y II) en la costa oriental del Paraná, puerto
de Arazaty, en número de 28 según unos, de 60 (El Telégrafo Mercantil
de 1802) o de 80 (Guevara) según otros.
— “Veinte y ocho sólo fueron / En número los soldados” (3a estrofa
de los "Gozos” que desde innumerables años se cantan y rezan anualmente
en el templo de "La Cruz”, compuestos por el P. Zambrano).
— “Salido de la ciudad de la Asunción, capital entonces del Para
guay, vino a desembarcar en este lugar llamado de ‘Arazaty’, cerca de !4
de legua abajo de nuestra ciudad actual de Corrientes el licenciado D.
Juan de Torres de Vera y Aragón..., con veinte y ocho hombres dicen unos,
sesenta según otros” (texto, sin saberse de qué tiempo y escrito por
quién, transcrito en una nota por Moussy en el lugar citado).
Muy cerca de Arazaty, donde hoy desemboca la calle Ancha de la
Columna sobre la barranca, y que desde este III Centenario se llamará
Avenida de Tres de Abril según resolución de la Municipalidad del 6 del
corriente, los españoles construyeron un Fuerte o una estacada de palos,
etc., para resistir a los naturales cuyas disposiciones hostiles en defensa
de su libertad y de su territorio debieron ser desde luego manifiestas a
los invasores. Los españoles se fortificaban desde luego en donde re
solvían hacer población. Así lo hizo Caboto en "Sancti Spíritus”, Diego
García en "San Juan” en la costa Oriental, el adelantado Mendoza en
“Buenos Aires” haciendo una cerca de tierra y en "Corpus Christi”, Gon
zalo de Mendoza en la “Asunción”, Garay en “Santa Fe”, Ortiz de Zárate
en “San Salvador”, etc.
¿Prescindieron de ese medio de seguridad los españoles en Corrien
tes? El silencio del Acta de fundación acerca de esa fortificación ¿prueba
que no había sido construida?
— "Luego después que desembarcaron, para resistir y defenderse
contra una multitud de enemigos que ocupaban esos lugares, construye
ron un fuerte, o más bien una apariencia de fuerte, con abatís de ramas
de árboles o estacas y a una corta distancia levantaron una cruz de 4 y
media a 5 varas de altura” (texto anónimo citado en Moussy).
— “Tomada posesión del sitio, erigieron los españoles el sacrosanto
madero de la Cruz en paraje algo distante del “fuerte”, que levantaron
para reparo contra los infieles” (Padre Guevara de la Compañía de
Jesús, Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, § III).
190
— "... donde está la ciudad trabajaron un ‘fuerte de palos’ en esta
plaza...” (arts. publicados en El Telégrafo, de Buenos Aires, de 1801 a 1802).
— El Dr. Quesada y creo Domínguez, etc., hablan también del “fuerte”.
— El hecho auténtico del “fuerte” primitivo estriba por último en
la invención de sus restos en 1857 por el padre J. M. Alegre reconocidos
y comprobados solemnemente según el documento siguiente: “En este
puerto de Arazaty, a 1 minuto y 30 segundos al sud-Oeste de la Ciudad
de San Juan de Vera de las siete corrientes, comparecimos, y reunidos
los infrascritos, el Sr. D. Matías Carreras, Juez de B Instancia en lo'Civil,
leyó en alta voz los documentos que autógrafos acompañan la presente
bajo los números siguientes: B) Nota del Cura de San José Fray Juan
N. Alegre...; 2°) Nota del Delegado Eclesiástico al Exmo. Sr. Goberna
dor...; 3º) Oficio del Superior Gobierno... al Sr. Juez de B Instancia en
lo Civil, D. Matías Carreras...; 4º) Nota del R. P. Fr. Juan N. Alegre...
al Señor Escribano Público del Juzgado D. Juan Francisco Poisson...
"Asociado el señor Juez de B Instancia... de los Ingenieros don José
Caballero y don Tomás Dulgeon, del arquitecto don Nicolás Grosso, el
Dr. D. Amado Bompland y demás ciudadanos respetables suscritos, ante
el Escribano que autoriza la presente... procedimos al reconocimiento
del muro que hasta el presente se halla descubierto, teniendo de Norte
a Sud 50 varas castellanas de longitud, de Este a Oeste, por ambas es-
tremidades, 6 varas de latitud, formando un área cuadrangular y 1 vara
de altura a 1 de profundidad bajo de tierra, siendo las paredes cons
truidas de piedra tosca, cortada de la misma de que está formada la
barranca a la costa del río, habiendo hallado una gran porción de frag
mentos de loza de barro de tiestos que por su material exclusivo se re
conoce ser trabajado en el Paraguay... cuyos fragmentos en gran cantidad
reconocimos, y una estacada de palo a pique de 50 varas castellanas de
longitud en dirección de Sud a Norte trabajada y dispuesta del mismo
modo, que consta que lo hacían los primitivos españoles al tomar po
sesión en estos lugares... Hecho un examen prolijo de los objetos que
dejamos referidos, considerada la historia que conservamos que... se
gún las observaciones del Padre José Quiroga... Corroborada la autoridad
histórica por una información levantada en esta misma Ciudad de San
Juan de Vera en el año del Sr. 1713... Consta pues de lo espuesto que, a
inmediaciones de la Cruz, estuvo el fuerte 'construido por los españoles.
Averigüemos hacia qué punto debieron éstos levantar el baluarte...
”En vista del examen prolijo de las ‘ruinas subterráneas’ en la ba
rranca del puerto de la Columna o Arazaty... en vista de los poderosos
razonamientos que dejamos indicados, y de que no hay tradición ni
recuerdo ninguno de que en este lugar haya habido posesión alguna’...
aseguramos... que este ‘muro y estacada’ son los que sirvieron de defensa
a los primeros conquistadores...
"Cumpliendo con lo mandado por el Superior Gobierno..., y sien
do firmes nuestras creencias en lo que dejamos relatado, ‘protestamos
a la faz del universo, que es la verdad la que dejamos espuesta sobre
este nuevo y portentoso descubrimiento’; y en fe de ello ‘firmamos’ la
presente acta con nuestro puño y letra, ante el Escribano Público... en
este puerto de Arazaty a 18 días del mes de Enero del año del Señor de
1857. — Matías Antonio Carreras — José M. Rolón, Delegado Eclesiás
tico — Fr. Juan N. Alegre — Tomás Dulgeon — Francisco de Paula Rolón
— Nicolás Grosso — Sebastián Alegre — Narciso Soloaga — Estanislao
Fernández — Mariano L. Camelino — Roberto G. Billinghurst — José
Fournier — Claudio Rolón — Adrián López — Pedro Vedoya — José Ca
ballero — Amado Bompland — Rafael Gallino — José de los S. Bar
gas — José Ignacio Rolón — Martín Blanco — Benito Alva — Gabriel
Esquer — Zacarías Sánchez Negrete — Feliciano López — Francisco Suá-
rez. — En testimonio de verdad Juan Francisco Poisson, Escribano pú
blico y de Juzgado.”
191
Es pues auténtico que en Arazaty desembarcaron los españoles y
levantaron un fuerte. Las ruinas de éste, conservadas bajo la tierra,
fueron halladas en 1857. Si lo último no es cierto, todos esos respetables
vecinos que firman esa solemne acta se concertaron entonces para
sofisticar la verdad y para testificar una superchería fraguada entre ellos
para enganar a la posteridad. Pero ¿es concebible ese plan farsaico e
indigno en hombres como el Gobernador doctor Pujol, el Delegado
Eclesiástico, canónigo doctor Rolón, en el renombrado naturalista francés,
compañero de Humboldt, Mr. Bompland, en los ingenieros ilustrados, el
inglés Dulgeon y el español Caballero y en todos los demás honorabilísi
mos vecinos, europeos y argentinos, conocidos de todos y de los cuales
muchos viven hasta hoy y que firmaron esa acta?
Pero así como acabamos de citar el testimonio de historiadores de
nota que no habrían escrito en cuanto al “fuerte” sin tener a la vista
algunas pruebas de convicción, tanto antiguos como modernos, así como
los testigos de vista en cuanto a “los restos de ese fuerte”, superiores a
toda tacha, citamos en seguida lo que hay en contra y son las aserciones
del doctor Mantilla en su artículo "La ciudad de Vera” publicado en
Las Cadenas de días pasados, 3 de Abril, y que me ha determinado a
escribir a toda prisa este pequeño folleto sin el tiempo necesario para
reunir los datos que me fueran posibles, a su objeto.
— No ha faltado, dice, “alma candorosa que en 1857 creyera haber
descubierto los restos de la fortaleza a cuyo frente ocurrió el supuesto
milagro, tomando por tales los troncos de un cerco de cierto poblador
antiguo de las afueras de la ciudad. ¿Qué estrado es, entonces, que la
generalidad crea en la fundación de Corrientes, tal como ella resulta de
los versos del dominico Zambrano? ¿Cómo disculpar semejante error,
cuando en él se ha vivido más de 200 años y cuando aun en el día se ve
al poder público empeñado en perpetuar en una ‘Nueva Columna’ la men
tira histórica del desembarco en el Arazaty, la palizada de la invención
de Fray Alegre y el Milagro no ocurrido de la Cruz?”
El Dr. Mantilla no nos presenta las pruebas de tales afirmaciones;
tampoco nos dice el nombre del "poblador antiguo” de cuyo “cerco”,
los “troncos” fueron tomados por Bompland, Dulgeon, Caballero, P.
Alegre, etc., por los “restos del fuerte” español de 1588.
La existencia del "fuerte” en Arazaty está apoyada en un documento
clásico, y que comprueba los testimonios históricos citados a favor de esos
hechos, y es la prueba directa de ser verdadero y el mismo “fuerte” de
1588 el encontrado por el P. Alegre. Es malo ir ligeramente contra las
tradiciones populares, porque éstas generalmente tienen un núcleo de
verdad. Citamos ese documento de Febrero 28 de 1701 en el párrafo
siguiente:
Construida la fortaleza, los españoles resistieron, por 8 días según
los "Gozos” del P. Zambrano, a los aborígenas que los sitiaron, y vencie
ron por fin a éstos.
¿Cómo obtuvieron los españoles ese triunfo? Aquí es el caso del
“milagro” de la Cruz colocada fuera del “fuerte” a un tiro de arcabuz,
tal cual es narrado por Zambrano y sostenido por las creencias populares
en Corrientes.
— Según Zambrano:
Cuando los conquistadores Veinte y ocho sólo fueron
Se vieron atribulados, En número los soldados,
De ejército infiel cercados, Y aunque de seis mil sitiados
Los sacaste vencedores, Ocho días resistieron,
Dándoles un celestial Sin hambre, sed ni señal
Esfuerzo y marcial valor. De cansancio ni dolor.
Por la Santa Cruz, etc. Por la Santa Cruz, etc.
192
Esta resistencia hizo Por q’ a los tres que atizaban
Creer a los combatientes, El fuego, un rayo mató,
Que nuestros padres valientes Y a los demás los dejó
Tenían algún hechizo: Tales, que a huir no atinaban,
Que este hecho sin igual Y en una angustia mortal
No era efecto del valor. Cercados de resplandor.
Por la Santa Cruz, etc. Por la Santa Cruz, etc.
Pensaron que ese madero Las armas en tal conflicto
Que afuera estaba arbolado De las manos arrojaron,
Era del noble soldado Y por su Dios confesaron
Nigromántico hechicero: Al Dios del cristiano invicto,
Creyeron aunque muy mal Trocando en reverencial
Que erais vos encantador. Respeto, el pasado horror.
Por la Santa Cruz, etc. Por la Santa Cruz, etc.
Luego se determinaron El bautismo a grandes voces,
.4 quemar el hechicero, Con ansias y con gemidos
Y para hacerlo, primero, Pidieron arrepentidos
Mucha leña amontonaron: De haber sido tan feroces,
Qidso su encono brutal Cobrando un amor filial
Dar muestras de gran furor. A su insigne bienhechor.
Por la Santa Cruz, etc. Por la Santa Cruz, etc.
La leña ardió presurosa, Desde entonces se quedó
Y cuanto más la aumentaban, La tierra pacificada,
A la Santa Cruz miraban La nueva ciudad fundada,
Más reluciente y hermosa: Y todo a vos se debió.
Pero el indio irracional Sois, oh Cruz, su principal
Ni así aplacó su .rencor. Caudillo y conquistador.
Por la Santa Cruz, etc. Por la Santa Cruz, etc.
Por ocho veces volvieron Sois de esta noble ciudad
A practicar nuevas pruebas, Protectora, honor y gloria,
Haciendo, fogatas nuevas, Paz, salud, luz y victoria,
Y el mismo milagro vieron: Defensa y felicidad:
Al cabo un lance fatal Su Escudo, su antemural,
Llenó a todos de pavor. Su esfuerzo, brío y valor.
Por la Santa Cruz, etc.
“Esos hombres y sus gefes no tardaron en ser sitiados por los in
dios bárbaros, en número de más de 6.000 hombres, como resulta de la
historia que prueba el milagro. Éstos intentaron primero tomarlos por
las armas, luego por el hambre y la sed, pero no pudieron lograrlo por
muchos días. La tradición narra que todas las noches un hombre disfra
zado de indio bajaba al Paraná a buscar agua para él y sus compañeros.
En fin el viernes de N. S. de Dolores, al fin de un largo y ardiente com
bate, sostenido con valor, de parte a parte, los indios infieles quedaron
convencidos que esa Cruz, que se alzaba a la puerta del fuerte, era su
enemigo y servía al mismo tiempo de defensa a los Españoles; que era
un talismán que debía destruirse ante todo. Se pusieron inmediatamente
en obra, y amontonaron tanta leña cuanta los alrededores se la propor
cionaron. Pero toda esa leña ardió, se redujo en cenizas, y la Cruz quedó
intacta..." (texto anónimo citado).
— Dícese que en ese lugar los españoles edificaron una humildísima .
hermita de pared de adobes y techo de paja para conservar la Cruz. Que
en las ruinas encontradas de esa hermita, mediante una información pro-
193
lija de la autenticidad del lugar, el Gobernador Ferré en 1828 mandó
edificar la Columna actual que está partida por mitad por un rayo, desde
su cúspide hacia la base y va a ser reemplazada por otra, por resolución
de la Municipalidad actual. En 1730 fue trasladada la Cruz a otra Ca
pilla, reedificada y donde hoy se encuentra. Así se dice en la siguiente
acta del Cuerpo Municipal o Cabildo de Corrientes: "En la Ciudad de
Juan de Vera de las siete Corrientes a 15 de Marzo de 1730 años. El
Cabildo, Justicia y Regimiento de ella que infra firmamos, juntos y
congregados en esta Sala de nuestros acuerdos a tratar y conferir mate
rias de la utilidad de esta República, con asistencia del Sr. Justicia Mayor
y no concurrieron los capitanes D. Ignacio de Villanueva, D. Ignacio de
Soto, regidores, ni menos el Alcalde Provincial D. Jorge Martínez, por
estar en sus estancias de esta Jurisdicción. Y en este estado se acordó
por este Cabildo el que se ponga por escrito para que en todos tiempos
conste el día que se trasladó “la Santísima Cruz del milagro” de su ca
pilla antigua a la nueva donde al presente se halla colocada y venerada
por los fieles cristianos, cuya traslación fue el viernes pasado que se
contaron 10 del corriente de este presente año, a las 3 de la tarde, a la
que concurrieron las Sagradas Religiones de San Francisco, Jesuítas y
Mercedarios, Cabildo, su Cura Vicario y demás individuos de esta Ciudad.
Y habiéndose fijado en su altar de la Capilla nueva, se le cantaron las
vísperas con toda solemnidad, y el día siguiente que fue sábado 11 de
Marzo, le cantó la misa el R. P. Rector de este Colegio, Lorenzo Rafe, con
diácono y subdiácono, "cuyo triunfo y milagro de dicha Santa Cruz” lo
predicó el R. P. José Gaete de la Compañía de Jesús, de este Colegio, con
el espíritu y elocuencia tan eminentes de dicho R. P. que dejó su predica
ción admirados a sus oyentes, infundiendo con más fervor la sagrada
devoción de los vecinos de esta Ciudad. Y al siguiente día, este Cabildo
en común pasó a dar las gracias a su Cura Rector y Vicario Juez Ecle
siástico, Maestro D. Ignacio de Ruilova, Conventos y Colegio por la con
currencia a dicha fiesta, y demás personas particulares de primera
clase, etc., etc. — Diego Fernández — Juan Crisóstomo de Disido — M.
G. de, Hendara — Gregorio de V. y Ascona — Adrián Cabrera Cañete
— Sebastián Villanueva — Francisco Molina Zalazar — Juan José de
Pesoa y Figueira — Antonio Aguirre — y lo firmaron ante nos, por no
haber Escribano y este papel común a falta del sellado”.
•— "Arrimáronse éstos (los infieles) en gran número para desalojar
los nuevos huéspedes, los cuales con esfuerzo y valor frustraron las dili
gencias de los indios. Entonces uno de ellos, que acaso descubrió el
santo madero, explicó su furia contra él, aplicando fuego para convertirlo
en cenizas. Pero las llamas respetaron la Santa Cruz, y el sacrilego
cayó muerto de un balazo. Consérvase hasta el día de hoy el sagrado
leño que en memoria del suceso se llama ‘la Cruz del Milagro’.” (El P.
Guevara, Lib. II, § XIII citado. Guevara nació en 1720.)
— En 1713, ante un Juez Eclesiástico que era un Cura de Santa Fe,
en esta ciudad se hizo información de testigos sobre el Milagro, y su
interrogatorio y contestaciones obran en el Acta del 18 de Enero de
1857, que ya citamos y fue publicada en folleto que hasta hoy muchos lo
tienen. Esa información por un comisionado especial fue enviada a
Roma para obtenerse a su vista la declaración de la fiesta religiosa en
la fecha del milagro (Quesada, Revista del Paraná, pág. 15).
199
de estar algunos días (A. C., Julio 11, 1588, pronto actuó en la Asunción
hasta llegar a ser Gobernador en 1591, para volver en tal calidad a
Corrientes en 1598 (Padrón de tierras que él repartió en el Chaco, de
Junio 29, 1598). Mientras tanto, si Navarrete vino con el adelantado
y no los Mendoza, unos y otros no figuraron en Corrientes, pero sin duda
mandaron gente a “su costa y mención” para la fundación, y por eso
se les habrían dado tierras.
Consignamos en seguida, para eterno recuerdo y gratitud, los nom
bres de las personas que debieron de ser "los primeros pobladores” de
Corrientes:
Pero Álvarez, Ambrosio de Acosta, Juan de Acosta, Francisco Arias
Mansilla, Lucas de Arce (Darse), Catalina Alberto, Estevan Alegre, Gon
zalo de Alcaraz, Diego Alcaraz, Isabel de Almaraz (¿Alcaraz?), Diego de
Almirón, Francisco Arias de Leguizamo, Baltazar de Almada, María de
Acevedo, Juan Bernal Cuenca, Juan Bernal, Gabriel Bernal, Juan Bravo,
Gerónimo Baca, Isabel Baca, María de Burgos, Francisco de Burgos, Juan
Balderas, Alonso Cabrera, María Sánchez Cabrera, Francisco de Esquivel
Cabrera, Lucía Cabrera, Hernando (o Fernando) de la Cueva, Hernando
de la Cueva Enciso, Juan de Carabajal, Sebastián de Carabajal, Juan de
Carabajal, Cristóbal Cano Barciga, Francisco Colman, Fernando de Ca
beza, Juan Alonso de Cozar, Ürzula de Calzada, Gabriel Covos, María
Clemente, Bernabé Delgado, Felipe Diez, Rodrigo Díaz, (Francisco de
Esquivel Cabrera), Pedro Esquivel, Gabriel de Esquivel, Francisco de
Esquivel, Juan de Estigarrivia, Sebastián de Estigarrivia, Juan Espinoza
Belmonte, Pedro Fernández, Beatriz Fernández, Antón Figueroa, Andrés
Figueroa, María de Figueroa, Francisco de Frías, Diego de Frutos, Mel
chor Fernández Rodríguez, Francisco González de Santa Cruz, Juan Gon
zález, Tomás González, Gonzalo González, Tomás Gómez, Asencio Gon
zález, Anselmo González, Violante González, Lorenzo González, Diego
Gordon, Isabel Gómez, Juan Gómez, Diego García, Francisco de Acuña,
Francisco García de Acuña, Juan Gauna, Ana de Génova, Doña Juana de
Guzmán, Juan González de Torquemada o Juan Gómez Torquemada, Se
bastián de la Haba o Sava, Juana Hernández, Gerónimo Ibarra, Martín
de Irrazábal, Juan Juárez (Ivárez), Juan Jaques, Julián Jiménez, Ana
Jiménez Torquemada, Diego Ponce de León, Sebastián de León, Marina
de León, Francisco de León, Blas de Leis o Loys, Francisco López Ortiz,
Pedro López Enciso, Francisco López Pardo, Gabriel de Lara, Marcos Ló
pez, Pedro López, Inés de Ledesma, Francisca de Ledesma, Alonso de
Medina, Francisco de Medina, Juan Voz Mediano, Antón Martín, Martín
Martínez, Matías Martínez, Isabel Martín, María Martín o Martínez, Juana
Martín, Gonzalo de Mendoza, Diego de Mendoza, Francisco Méndez o
Méndez Carrasco, Simón de Mesa, Magdalena de Mesa, Domingo Miño,
Pedro Grande de Nogales, Marcos Noguera, Julián Núñez, Diego Martí
nez de la Orta, Francisco Ortiz o Francisco Ortiz de Leguizamón, Juan
Ortega, Francisco Pérez, Diego Pérez, Bernardino Pérez, Hernando Polo,
Pedro Polo, María Polo, Lucía Polo, Diego de Palma Carrillo, Alonso de
Peralta, Gaspar de Portillo, Juan de Prado, Luis Ramírez, Héctor Rodríguez,
Sebastián Rodríguez, Inés Rodríguez, Antón Rodríguez, doña Catalina Ro
dríguez, doña Isabel Rodríguez, Diego Rodríguez Natera, Juan Rodríguez
Barcalero de Soto Mayor, Juan Romero, Francisco Romero, Martín de
Rapalo, Bernardo de Rapalo, Diego Pérez Rapalo, Antón Roberto, Felipe
Ruidíaz, Beatriz Ruiz, Alonso Ruiz de Rojas, María Roberto, Sancho Ro
berto, Lucas Roberto, Pedro de Rodas, Vicente Rolón, Diego de Sandoval,
María de Sandoval, Alonso Sánchez Moreno, Agustín Sánchez, Juan Sán
chez Gutiérrez, Martín Sánchez, Gonzalo Sánchez, Diego Sánchez, Diego
Sosa, Fernando Sosa, Hernando de Sosa, Juan de Sumárraga y Barque-
cen, Diego Sena, Diego Salinas, Lucía de Salinas, Francisco de Zaias o
Sayas, Juan de Sayas, Blas de Seis, doña María de Seis, Isabel Serrado,
María Serrado, Andrés Sovato, Catalina de la Trinidad, Juan de Torres
Pineda, Juan de Torres de Vera y Aragón, Juan Torres de Navarrete, F.
200
Alonso de Vera, Juan Ramos de Vera, Pedro de Vera, Martín Alonso de
Velasco, Martín Velasco, Sebastián Luis de Velasco, Hernando de Ve-
lasco, María de Velasco, Catalina de Velasco, Estevan de Vallejos, Cris
tóbal Veláustegui, Pedro Veláustegui, Pascual Veláustegui, Magdalena
de Veláustegui, Blas de Venecia, Nicolás Villanueva.
A esos nombres sacados de los Padrones de Encomiendas de Indios
de 1588 a 1593 y de reparto de tierras para chacras de Sept. de 1591, hay
que agregar los de Juan de Rojas, Francisco Rodríguez, Melchor Alfonso
y Antonio de la Madrid (Acta de Fundación), y tendremos 200, número
muy probable de la expedición, exclusive el Adelantado, que vino a po
blar a Corrientes, lo que confirma el número de 190 que da el doctor
Mantilla.
No hay certeza completa, ni de ese número —porque los nombres
distintos que nos han parecido de la misma persona los hemos puesto
juntos, y pueden no ser iguales, y los que pareciéronnos distintos, pero
semejantes, los hemos puesto seguidos, porque pueden ser de un solo
individuo—, ni de que sean ésas las personas que hayan venido en Mar
zo de 1588.
Pero si no todas fueran las “fundadoras”, es cierto que todas las
personas citadas fueron las “primeras pobladoras”, puesto que son las
que recibieran tierras en 1591; es decir, al 4? año de la fundación no se
podía dar título definitivo de tierras repartidas en las nuevas poblacio
nes sino a los que en ellas hubiesen tenido "morada, labor y residencia”
por 4 años, según Ley 1a, Tít. 12, Lib. IV, Rec. Y. A los que sucesivamente
iban poblándose, los padrones posteriores hasta 1598 iban comprehen-
diendo.
La mayor parte de esos apellidos y hasta nombres suenan en mu
chos documentos sobre tierras y testamentos del siglo xvII y xviii, y
muchos han llegado a nuestros oídos hasta hoy. Prueba eso que perte
necieron a familias que se radicaron. Al recordarlos hoy, grande debe
ser nuestra gratitud al contemplar en ellos el tronco genealógico de
que muchos descendemos.
45 * * * 9) ¿Qué nombres ha tenido la ciudad? En su fundación se le dio
el de “Vera” en honor del Adelantado (A. C., Abril 4, 5, 7; Julio 11, 12;
Sept. 2, 7; Agosto 16, etc., 1588; Enero 1“, 1591; Oct. 26, 1593, etc.). Desde
hacia el primer tercio del siglo xvII adelante, fue prevaleciendo el de “San
Juan de Vera de las Siete Corrientes”, de "San Juan de las Corrientes”
(A. C., Julio 24, 1793), quedando solo el de "Corrientes” casi al fin del
xviii, aunque posteriormente hemos visto actas con la denominación de
“Vera de las Siete Corrientes”, "... dándole por nombre ‘San Juan de
Vera’. Las siete rapidísimas corrientes que forma allí el Paraná le hacen
conocer por este nombre con usurpación del verdadero” (D. G. Funes,
Lib. II, cap. XI).
59) ¿Cuál ha sido la primera construcción, en la fundación? He
mos citado ya algunas fuentes históricas de que resulta de que el “Fuerte”
ha sido la primera construcción. Compruébase por esta Acta Capitular,
que dice:
"En la ciudad de San Juan de Vera de las Siete Corrientes en 28
días del mes de Febrero de 1701, el Cabildo, Justicia y Regimiento es a
saber... estando juntos y congregados en esta casa... para conferir al
gunas cosas convenientes al bien y utilidad de esta República: y habién
dose propuesto, se halló sin haberse ejecutado los antecedentes cabildos
y propuestos por no poderlo poner en ejecución: y siendo así que suce
dió la ‘invasión’ de los indios el 21 del corriente ‘que dio en la ciudad
en el mismo costado del Reducto que cae al Poniente’; y aunque no lo
graron su intención pero lograron el despojar y llevarse una ‘campana’
de la ‘Hermita de la Santa Cruz’, y que han sido repetidos, sin tener
ningún remedio. Y es muy preciso de parte de esta Ciudad, escribir al
201
Cabildo Eclesiástico del Obispado si se puede mudar la Hermita con la
Cruz en otra parte donde se pueda reparar en dichas invasiones, por ha
llarse dicha Hermita muy cerca de montañas y ‘cerca del Río’, ocasio
nando a tener el enemigo el atrevimiento que se experimenta en ella. Y
en ese ‘ínter’ se puede pedir una limosna a los vecinos Encomenderos,
que cada uno ayude con un indio para desmontar dichos montes, lo que
encubre dicha Hermita y poder abrir las puertas para que no cesen las
devociones a las misas promeseras que le hacen...”
Es claro, por una vez más, que se construyó el "fuerte” o "reducto”
como se refirió en el párrafo anterior; que ese “fuerte” existía en 1707
y es el hallado en 1856 debajo de tierra por el P. Alegre; que estaba ais
lado y separado de la ciudad actual; que cae al O.
La otra construcción es la Hermita de la Cruz. "Consérvase hasta
el día de hoy el sagrado leño, que en memoria del suceso se llama la Cruz
del Milagro” (Guevara, ya citado). Esa Cruz se trasladó a una nueva
Capilla en Marzo 10 de 1730, donde hoy está: fue consagrada por auto de
Octubre 19 de 1798 con excomunión contra los que arrancasen fragmentos
de ella, y con indulgencias a los fieles que la venerasen, concedidas por
los Obispos D. Manuel de La Torre, F. Sebastián Malvar y Pintos, Benito
Lué y Riega, Rodrigo A. de Orellana y Benito de Lascano. El Obispo D.
Manuel Antonio de la Torre la visitó en Junio 15 de 1764, regalándole un
libro en blanco para copiarse su historia y el inventario de sus intereses.
Se ocurrió a Roma, sin resultado conocido, con la información de 1713,
acerca del milagro. El Obispo Lué trasladó la fiesta al 3 de Mayo, acos
tumbrándose así desde entonces (Quesada, Revista del Paraná, Nº 1, p. 15
y 16). La Capilla se reedificó en Mayo 3 de 1808 y se erigió "La Colum
na” en 1828 en el lugar de la antigua hermita.
“En la ciudad de ‘San Juan de Vera de las Siete Corrientes’, en 29
días del mes de Marzo de 1681... el Sargento Mayor Alonso Sánchez Mo
reno... hizo una propuesta movido de caridad y el buen celo en el razo
namiento que hizo. Se ‘ve’ y es en esta razón en como ‘la Hermita de
la Santa Cruz del Milagro’ una reliquia tan grande que atemoriza al in
fierno y dice 'cómo los antiguos levantaron la capilla de la Santa Cruz'
del Milagro y que hoy está en poca decencia y las paredes ya robadas
por las aguas y que esto que tiene referido es público y notorio en esta
Ciudad y que para este efecto, por ser como es obra tan pía..., suplica a
la ‘Sría.’ de este Cabildo que en virtud de la propuesta que fecho tiene,
sea servido de requerir y exhortar a dicho Justicia Mayor, que presente
está, sea servido mandar... que del pueblo y Reducción de N. S. de la Lim
pia Concepción de Itatí, el Corregidor y Alcalde mayor de los indios...
pagándoles conforme real Orden, que será luego de Pascua Florida, que
salgan luego a poner a ejecución lo que lleva pedido...”
Es claro, “los antiguos (los fundadores) levantaron la capilla de di
cha Santa Cruz”, cuya translación y festejos de 1730 se refiere en el A. C.
de Marzo 15 de 1730 que se transcribió anteriormente.
6?) ¿En qué paraje mismo se fundó la ciudad? Los Padrones de
reparto de tierras, no nos dan luz sobre la ubicación primitiva. El de
reparto de solares está perdido, salvo sus fragmentos en algunos títulos
de propiedad. Además, los Padrones se variaron, una vez que la “planta”
de la ciudad primitiva del Adelantado, se “transladó” en donde está,
y el Dr. Mantilla aparece equivocado en cuanto a esto. Nos quedan
dos puntos fijos: la “Hermita” o “La Columna” hoy, y el lugar del
“Reducto” a que se refiere el A. C. de Febrero 28 de 1707, citada. Con
ello, y el A. C. siguiente, sabemos que la ciudad de "Vera” se planteó en
“Arazaty” hoy, o “Pucará” antes. "En la ciudad de ‘San Juan de Vera
de las Corrientes’, en 5 días del mes de Abril de 1688 años, el Cabildo... y
estando en este estado, entró en este Cabildo el capitán Andrés de Fi-
gueroa, Procurador General de esta ciudad... y presentó una petición...”
Es la siguiente: "El Capitán Andrés de Figueroa, vecino y morador de
202
esta ciudad de San Juan de Vera y Procurador General de ella, como más
haya lugar y en nombre de mi parte ante Vº parezco y digo: «Que ha
biéndose poblado los antiguos y demás que se hallaron en la primera po
blación que comúnmente llamaban ‘El Pucará’, sitio a donde está la ‘Cruz
del Milagro’, de donde por lo montuoso y arriesgado por los continuos
asaltos que el enemigo daba, y por otras incomodidades, de común acuer
do les fue forzoso a los dichos pobladores ‘coger diferente asiento’, para
poder llevar la pensión de tan continuos trabajos y riesgos de la vida
que fue ‘donde hoy estamos actualmente poblados', de que fue forzoso
‘hacer nueva planta de la Ciudad’ y Padrón de lo que a cada uno de los
pobladores les fue repartido así de solares como de lugares de chacras
y estancias para que lo poblasen y con su constancia se mantuviesen
defendiéndola del enemigo, por tenerla actualmente cercada y los pobla
dores con las armas en las manos, con excesivos trabajos, ‘con riesgo de
que dicha población no se extinguiese’. Y sin embargo de todos estos
riesgos tan manifiestos ‘desampararon parte de dichos pobladores la di
cha población luego que se les hizo merced de las dichas tierras dejando
a los pocos que quedaban con mayor riesgo de sus vidas, tanto por sal
varlas como por (ser) vasallos de Su Majestad deseosos de darle mayores
aumentos, se esforzaron, duplicando las cortas fuerzas que le asistían
con el cuidado y vigilancia que se debía a costa de los pocos medios que
les habían quedado, de los gastos que habían hecho en la ‘dicha pobla
ción’ por cuya causa el procurador que lo era Juan Gómez de Torque-
mada el año de 1598... pidió por su escrito 'que se volviese a repartir nue
vamente’ los solares y sitios que les habían dado a los que después se
ausentaron»...”
Por lo demás, si el sitio se llamó el “Pucará” después de la funda
ción, desde antes de ella el paraje se llamaba las “Siete Corrientes”.
La razón de esta denominación es según una antigua tradición de
barrio en Corrientes, las siete puntas más sobresalientes de la barranca
de piedra que rodea la ciudad y sirven de otros tantos rompientes de la
corriente del Paraná. Pero es que hay muchas otras puntas notables en
ella, que pasan de siete. La desviación insignificante en sentido diagonal
en el ángulo formado por la corriente del río, y el costado batido por
ella en cada "punta", es un accidente tan ínfimo, que en todas las costas
barrancosas del Paraná se repite.
Sin embargo, los cronistas repiten eso mismo y en el "Escudo Mu
nicipal” tiene ese accidente su alegoría: "Llámase ciudad de las Siete
Corrientes, porque el terreno donde está la ciudad, ‘hace siete puntas de
piedra, que salen al río’, en las cuales la corriente del Paraná es más
fuerte" (Padre José Quiroga, Descripción del río Paraguay, I). Ya hemos
visto lo que dice el Dr. G. Funes, Deán, más o menos en el mismo sentido.
Sólo el Padre Guevara insinúa algo más razonable, diciendo: "...ha pre
valecido el de Siete Corrientes’, por otras tantas en que parece dividirse
el río” (obra citada anteriormente). Como se ve, prescinde de las “pun
tas” y las “piedras”.
Lo único que hay en derredor de Corrientes son siete ríos o corrien
tes diferentes, y casi en frente siete canales entre las islas de “Anteque
ra”, del "Medio” y de "Meza”, que son cuatro, y más abajo, frente a Co
rrientes, tres más, y son dos, entre la islita arenosa al frente, y un pe
queño canal llamado “Yné" también, que corta al S. O. la isla Antequera.
1°) ¿De qué carácter fueron los actos de gobierno por la Justicia
y Regimiento de la ciudad? Fundada la ciudad el 3 de abril, el Cabildo
dio cuenta de ello al Rey y al Consejo de Indias con copia de todo, por
medio de su enviado que lo fue el Procurador, capitán Diego Gallo y con
instrucciones para hacer ciertas peticiones y el cual marchó por la vía
de Chuquisaca, acompañándole hasta Concepción del Bermejo o Buena
Esperanza, Diego Ponce de León con algunos soldados (A. C., Abril 4 y
otra sin fecha). Envió también a la Asunción al Procurador Antonio de
203
la Madrid a traer "mantenimientos y sacerdote” (A. C., Abril 4), pues sin
duda a la sazón no habrían llegado los "ganados” que venían por tierra
y que menciona el Dr. Mantilla; “ganados”, tal vez, confundidos con los
traídos de la Asunción por Alonso de Vera con 40 soldados en 1591 (A.
C., Abril 5).
Ya constituido el “Justicia Mayor” D. Alonso de Vera el “Tupí” nom
brado por el Adelantado y reconocido por el Cabildo bajo juramento y
previa fianza (A. C., Abril 7), el gobierno se aprestó para la lucha y la
defensa contra los aborígenas que duraron 234 años; se afanó en plantar
otras poblaciones, y fueron “Itaty”, “Guacaras”, “Candelaria de Ohomá",
"Santiago Sánchez”, "Caá Caty”, "Santa Lucía de los Altos”, "Garzas”,
"Saladas”, "Pedro González”, “San Fernando”, etc.; incansablemente trató
de extender el territorio y de ocupar la parte no poblada por los Jesuítas
del “Tapé” que era de Corrientes según el acta de Fundación; guardó a
éstos ojeriza por esa causa y otras, y litigó cerca de 140 años sosteniendo
ante Gobernadores y Virreyes de la Colonia y ante nuestros Gobiernos
provisorios de 1810 a 1814, sus derechos a ese territorio; acudió a los ser
vicios generales de la Provincia y del Virreinato con contribuciones de
sangre y de guarniciones de largos años. Así, bajo ese pie de guerra, de
hambre y de pobreza continuas, no pudo desenvolver la población primi
tiva de 200 habitantes sino a 11.000, que según Azara fueron 9.228 en 1797,
al comenzar nuestra Independencia en 1810.
Corrientes fue el baluarte que garantió la subsistencia de los pue
blos de Misiones; que hizo posible la colonización de Entre Ríos, y más
tarde del Chaco por nuestro Gobierno Nacional en años recientes; que
protegió a retaguardia la población del Paraguay y ayudó a Santa Fe.
VI — LA COLONIA Y LA BARBARIE
205
las encomiendas desde enero a agosto 9 de 1590, desde Enero 4 a 28 de
1592 y desde enero 27 a mayo 31 de 1593. ¡Política errada! pero general
en toda América y contra la que se alzó noblemente el cristianismo,
desde Roma a Madrid; desde la Corte metropolitana, por medio de los
Reyes en sus Ordenanzas, hasta sus últimas y menores órdenes para
América. Desde las ciudades llenaba los aires con sus ecos benditos
por la humanidad y la igualdad por medio de Las Casas, Fr. Luis Bolaños,
Fr. Alonso de Buenaventura, Sn. Freo. Solano, etc., hasta las últimas
cabañas de la tribu salvaje, fugitiva del invasor europeo.
Así la bandera de la cruzada de Colón era en su significación más
importante paseada, derramando las semillas para las cosechas profi
cuas en favor de la República futura.
206
“Preponderancia de los Bárbaros con los Abipones”: Éstos, desde muy
al principio del siglo xvII juraron odio eterno al extranjero europeo y su
descendencia, y juraron desalojarlo del suelo americano. Invadían a Cór
doba, Santiago del Estero, Santa Fe, y tenían tiempo de pasar el río a
molestar la ciudad de Corrientes, a acosar sus poblaciones rurales y a
impedir su desarrollo. Por más de un siglo guerrillearon con las pobla
ciones civilizadas de la parte correntina. Cada rato cruzaban el río y se
paseaban por los arrabales de la ciudad de Vera, pillando, robando, des
truyendo todo. Cada rato la tenían alarmada y a un dedo de su com
pleta destrucción. Por eso abandonada y cerrada la Hermita de la Cruz
desde muchos años, en 1681 se mandó limpiar y abrir (A. C., Marzo 29).
En su “I Centenario, la tenían cercada y sus pobladores con las armas en
las manos, con excesivos trabajos con riesgo de que dicha población se
extinguiese" (A. C., Abril 5, 1688). En 1698 la tenían también en peligro
abriendo la hermita de la Cruz, robando todo, pero respetando la Cruz
y su cortina "punzó”, según crónicas populares (Quesada, Revista Moussy,
etc.). En Febrero 21 de 1707 invadieron también la ciudad, sin fruto, y se
llevaron una "campana” de la hermita de la Cruz. Esas continuas inva
siones que obligaron a abandonar la antigua planta de la ciudad y la Cruz,
en 1707 hicieron tomar la resolución de trasladarla (A. C., Febrero 28 de
1707), como se hizo en 1730.
209
VII — LA COMUNA Y LA INDEPENDENCIA
213
ACTA DE ERECCIÓN DE LA COLUMNA1
En la ciudad de San Juan de Vera de las siete Corrientes, a los cuatro días
del mes de Mayo año de 1828: habiendo concurrido el Excelentísimo Señor
Coronel Mayor de los ejércitos de la patria, Gobernador Intendente y
Capitán General de la Provincia Dn. Pedro Ferré, con todas las honorables
corporaciones, y pueblo que la compone, al lugar en que los fundadores
de esta ciudad erijieron el primer santuario y depósito del augusto si
mulacro de la Santísima Cruz, a cuya conmemoración hoy hace solemne
colocación de una columna,2 levantada en memoria y perpetuidad de los
portentosos sucesos con que protejió a dichos fundadores, en los repe
tidos ataques con que fueron hostilizados por los naturales de este con
tinente, en el período de su fundación; y estando allí, declaró S. E. ante
aquel numeroso concurso, los principios que abrazan tan maravillosa me
moria, y los del deber de una eterna gratitud, a que lo constituye al pueblo
correntino, dando por legalmente erijido aquel monumento público, a los
fines indicados: con cuya memoria y otras manifestaciones de júbilo y
mandó extender la presente acta, que debe permanecer en el archivo de
la Secretaría de Gobierno, para perpetua constancia, firmándola S. E.
con el Vicario Delegado Eclesiástico por el Diocesano, y el Alcalde Mayor,
y refrendándola el Ministro Secretario de Gobierno con autorización del
Escribano Público.
PEDRO FERRÉ.
Juan Francisco Cabral. Domingo Latorre.
Eusebio Antonio Villagra
Ministro Secretario de Gobierno
Por mandato de S. E.
José Ignacio Rolón
Escribano Público y de Gobierno
214
ALOCUCIÓN PRONUNCIADA POR SU EXCELENCIA
AL TIEMPO DE LA ERECCIÓN CONSTANTE
EN LA ACTA PRECEDENTE
215
I N D I C E S
Los poderes públicos y el pueblo correntinos, como recuerdo de su
amor a la verdad, han perpetuado la escena inolvidable de la Cruz
incombustible, en cuyo cuartel inferior se ostenta en campo de plata,
gallarda y luminosa ........................................................................................................ 5
La Cruz de urundey, tal como se conserva en la actualidad en la iglesia
de la Cruz del Milagro (Corrientes) .............................................................................. 6
Figura 1: Fragmento de una carta del doctor Hernán F. Gómez (Co
rrientes, 30.1.1945) ........................................................................................................ 40
Figura 2: Fragmento de una carta del doctor Hernán F. Gómez (Co
rrientes, 1.11.1945) ....................................................................................................... 41
Figura 3: Fragmento de una carta del doctor Hernán F. Gómez (Co
rrientes, 20.111.1945) ................................................................................................... 42
Figura 4: Fragmento de una carta del doctor Hernán F. Gómez (Co
rrientes, 27.III.1945) ..................................................................................................... 43
Gráfico del paraje histórico de las siete corrientes, con las puntas que
contribuyeron a caracterizar la toponimia del lugar .................................................... 70
Plano de la actual ciudad de Corrientes, con indicación de las siete
puntas ............................................................................................................................ 84
219
Antecedentes .................................................................................................................. 9
A manera de prólogo ................................... .............................................................. . 15
I. Prenociones ..................................................................................................... 17
II. Opinión de los distintos historiadores sobre los puntos anteriores 18
III. Acotaciones al tercer punto debatido ............................................................ 21
IV. Polémica de 1888 ............................................................................................. 24
V. Confusión alrededor del milagro de la Cruz ................................................. 28
VI. Postura de Hernán Gómez en el núcleo de historiadores co-
rrentinos ............................................................................................................ 30
VII. Génesis de la Cruz de los Milagros. Su destino ........................................... 33
VIII. Destino, búsqueda y hallazgo de la obra ...................................................... 45
IX. Autenticidad de la obra .................................................................................... 46
X. Hernán F. Gómez ............................................................................................. 46
LA FUNDACIÓN DE CORRIENTES
Y LA CRUZ DEL MILAGRO
A N E X O S
222
Se acabó de imprimir
el 22 de noviembre de 1973,
en los talleres del
Instituto Salesiano
de Artes Gráficas
(I.S. A. G.),
Don Bosco 4053,
Buenos Aires (Argentina),
con la dirección tecnográfica
de Julián Z. Themis.