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Hasta ese momento habían sido denominadas por las siete primeras letras del
alfabeto, y se empezaba por la nota que actualmente conocemos como La. El
sistema de notación musical americano ha seguido hasta estos días con el modelo
que se empleaba en la Edad Media antes de que Guido revolucionase el
panorama musical.
Para llevar a cabo dicho cambio, D’Arezzo se basó en el himno a San Juan, más
conocido como Ut Queant Laxis, que tenía la característica de subir un tono en la
entonación de cada nuevo hemistiquio (verso). Esta cualidad le venía como anillo
al dedo ya que así, a sus alumnos les sería más fácil aprender las notas musicales
asociando un tono a una sílaba concreta.
“Ut queant laxis/ Resonáre fibris/ Mira gestórum/ Fámuli tuórum/ Solve pollúti/
Lábii reátum/ Sancte Ioánnes”
En el siglo XVIII, Giovanni Battista Doni
cambió la nota Ut por Do. De esta manera
cantar era más sencillo al tratarse de una
sílaba acabada en vocal. A día de hoy no
se sabe si el cambio de nombre fue por
Dominus (Señor) o por ser su apellido
Doni.
Así por ejemplo, el signo llamado “cha” indicaba al cantor que debía cantar tres
notas en escala descendente rápida. El cantante debía memorizar cientos de
posibilidades de desarrollo fónico, a diferencia de la gran simplificación que la
notación musical actual supone, en el que cada nota puede representar un
sonido, su tono y duración.
Siglos después, hacia el 400 a.C., los griegos empleaban un tipo de notas
musicales con letras para identificar sonidos: se trataba de puntos y líneas que
indicaban el ritmo, el movimiento de la pieza musical y la naturaleza de los
sonidos. Sin embargo, aquellos conocimientos, que pudieron habernos permitido
saber cómo sonaban los cantos antiguos, se perdieron tras la caída del Imperio
Romano y el inicio de la Edad Media. También te puede interesar leer la historia
de la música.
Guido d’Arezzo