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PENSAR LA FORMACIÓN DOCENTE EN NUESTROS TIEMPOS

Alejandra Birgin
Tejer nuevos lazos: sujetos, espacios y lenguajes
Construir una política pública educativa requiere reconocer el lugar fundamental de los
docentes en el proceso de transmisión y recreación de la sociedad y de la cultura, un
lugar de autoridad cultural pluralista y democrática. Es allí donde la formación puede
jugar un lugar central, fortaleciendo la capacidad de reflexionar sobre el trabajo de
enseñanza y el manejo de herramientas intelectuales para seguir aprendiendo,
enriqueciendo los bagajes culturales y científicos, y contribuyendo al desarrollo de los
docentes en sus vínculos con sus alumnos y su comunidad.
Un filósofo español, Jorge Larrosa (1998), dice:
Nuestro oficio es de palabra; nuestro oficio es de ideas. No son menores las palabras que elijamos para
nombrar, y no son menores, si con ellas captamos vida; si con ellas planteamos preguntas que
interrogan la vida.

La pregunta es, entonces: ¿cómo nombrar la experiencia de este tiempo que es


diferente, cuando las palabras aparecen gastadas, agotadas, cuando parece que no
tienen nada distinto para decirnos? Dar rodeos, considerar los problemas desde
perspectivas más amplias, recurrir a otros lenguajes, en la formación y en la escuela,
supone abrir posibilidades para nombrar otros mundos. Animarse por los desvíos para
abordar desde un ángulo insólito, y quizá por ello más fértil, ciertas representaciones1,
prácticas, discursos instalados. 22
Desde esta perspectiva, también es preciso no subestimar la ruptura de lazos que
atraviesa la sociedad argentina y, en este tema en particular, de lazos entre los
docentes, y de ellos con el campo cultural más amplio. El trabajo docente es un trabajo
intelectual, que requiere ser reenlazado con la producción intelectual propia y ajena.
El punto de partida es reconocer el enclaustramiento de los distintos ámbitos de
producción del conocimiento, así como la fragmentación de la experiencia social y
política colectiva, a partir de la cual los docentes quedaron privados de las discusiones
que se desarrollan en otros campos del saber o de debates intelectuales que
permanecen confinados en el ámbito que los vio nacer. Para unos y para otros, el
cruce entre las inquietudes y experiencias docentes con otros lenguajes y espacios de
la producción cultural, social y política es una opción enriquecedora. En ausencia de
puentes fuertes, los problemas privados no llegan a constituirse, por falta de
condensación, en causas colectivas (Bauman, 2001).
Hubo tiempos en que la formación docente se basaba en el despliegue de un conjunto
de fórmulas que pretendían resolver el día a día de la práctica escolar. Sabemos de sus

22
Una experiencia muy interesante es la desarrollada por Martha Nussbaum (1997), filósofa
norteamericana, en la formación de jueces a través de la literatura, en la Universidad de Chicago. Allí se
observa cómo la narrativa y la reflexión sobre dicha narrativa tienen el potencial de hacer
contribuciones al derecho y a la formación de posturas éticas.
aportes, de sus desvíos y de sus silencios. Pero la formación, sobre todo, puede ayudar
a ganar perspectiva sobre problemas de la sociedad para, a través de un rodeo,
desempeñar y aclarar la propia tarea en el aula (Birgin y Trímboli, 2002). En ese
sentido, la regeneración de los lazos entre el campo de la educación y otras áreas del
campo intelectual aportaría a la construcción y a la renovación de problemas comunes,
así como también la posibilidad de desplegar diferentes áreas y lenguajes desde los
cuales abordarlos.
Por otra parte, los espacios y estrategias para el desarrollo profesional necesitan
encontrar anclaje en la experiencia educativa que los docentes transitan
cotidianamente. Se trata de partir de las condiciones concretas de la enseñanza y
convocar desde allí otros saberes. Cómo sugiere Novoa (2002), la formación no se
construye por acumulación de cursos, conocimientos o técnicas, sino más bien a través
de un trabajo de reflexión sobre las prácticas y de reconstrucción permanente de la
propia identidad.
El trabajo intelectual sobre la experiencia educativa en el marco de dispositivos
colectivos puede ser una estrategia que ofrezca un espacio de fortalecimiento de la
autoridad de los docentes como productores de saberes profesionales. Cuando
hablamos de dispositivos colectivos también estamos hablando de un espacio que
convoque no sólo a los docentes sino a todos los que participamos desde diferentes
lugares en la tarea educativa y en la producción y circulación de saberes. Nos referimos
a un lugar en el que pueda surgir una discusión pública, en la que la voz de cada uno de
los sujetos se constituya como válida. Esto es, se trata de construir un espacio de
trabajo que enfrente el desafío de restituir al debate pedagógico su estatus político y
público (Birgin e Isod, 2005). Se trata, en definitiva, de un lugar desde donde comenzar
a tejer otras miradas y horizontes para el trabajo de enseñar.
Decíamos al comienzo que las políticas de formación juegan un papel central en la
construcción de una posición pública para los docentes. Si de lo que se trata es de
construir vínculos, de tejer la trama política, social, educativa, tenemos por delante un
desafío común y también específico: el encuentro que anuda la transmisión cultural. Es
claro que esto no se resuelve sólo ni principalmente en la formación, pero ésta puede
aportar a renovar los sentidos del enseñar, los mandatos heredados, y a construir
otros nuevos.

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